Revista Valquirya n "7" Empezar de Nuevo

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Valquirya

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Lecturas Diferentes

Empezar de Nuevo

Año 1 - Número 7

El arbitro que expulsó a Péle La Leyenda del Santo Cacique Aprendiendo a Leer por primera vez Mi mejor inversion, mi esposa La luz de La Luciernaga

Todo es Empezar

Las formas de Sheyla Las Letras de Villoro


Las edades criticas para tener un suicida potencial; son entre los 12 y 18 años, prestémosles atención, quizá no estén simplemente tristes quizá estén pensando como suicidarse



Valquirya

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nº 7


Nuestro siguiente número tendrá historias pintorezcas y mucho color por que la vida es un carnaval no lo cree?


D e l g a d a L i n e a

Ahora nosotros empezamos de nuevo


No permitamos más, la violencia contra la mujer


NO DEJES QUE LA BULIMIA TE ENGAÑE, NO MIRES EL ESPEJO, MIRA ATRÁS Y VERAS CUAN TERRIBLE PUEDE SER ESTA EN-

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FERMEDAD. DE CADA MUJERES PADECEN DE ESTE TRASTORNO



ayúdanos a tener más histor llevas un redactor d

rizhardk@ revistavalquiry


rias que contar, sabemos que dentro, escríbenos:

@gmail.com ya@gmail.com



LA TRATA DE PERSONAS QUE DERIVA A LA PROSTITUCIÓN,CONVIERTE A LAS MUJERES EN OBJETOS SEXUALES. PIENSA PODRÇIA TOCARLE A TU HIJA, HERMANA O MADRE, EVITÉMOSLA DENUNCIÁNDOLA



Hubo un árbitro que además de ver los fauls en los partidos de futbol un día se animo a sentir ese placer que hay en generar el dolor ajeno y también expulsó a Pele, quizá porque en sus inicios le gusto y practicó el box.


Guillermo Velásquez, más conocido como El Chato, debe de ser el único árbitro de fútbol del mundo que registra en su hoja de vida por lo menos cinco jugadores noqueados. Ni Alberto Castronovo, ni Eduardo Luján Manera, ni los otros futbolistas aporreados por él, se enteraron de que su verdugo, antes de ser árbitro profesional, había sido boxeador. Velásquez sonríe mientras se mira los dos puños apretados.

Luego los voltea para donde yo estoy, como para notificarme que en esos gruesos nudillos, pese a sus 69 años, todavía quedan restos de la potencia telúrica del pasado. A continuación, aclara que él no se hizo respetar por la fuerza —pues no era invencible— sino porque tenía un temperamento sanguíneo que se incendiaba ante el mínimo intento de atropello y un amor propio que le impedía soportar humillaciones. Si tuviera que arbitrar otra vez, volvería a sancionar al saboteador y a castigar al tramposo. Y, sobre todo, no ofrecería la otra mejilla para que el patán le repitiera el golpe, ni pondría el otro ojo para que el cochino le lanzara un segundo escupitajo, ni amonestaría con una simple tarjeta al grosero que le mentara a la madre, sino que se vengaría en el acto de cada agresión. El Chato estima que la compostura que se les exige a los árbitros es hipócrita y tiene más vínculos con la política que con la ley. Según él, un ser humano que recibe una patada en la yugular y en vez de aparentar cortesía tiene la oportunidad de desquitarse, resulta menos peligroso porque se libera de odios futuros. “Yo no andaba por las canchas repartiendo coñazos”, explica, “pero cuando había que pegar, pegaba, porque después me iba a matar la angustia de no haber reaccionado como hombre cuando me provocaron. Cuando se tiene un carácter como el mío, responder a las agresiones es una necesidad”. Le digo a Velásquez que cambiar la justicia por la venganza nos devolvería a la época de las cavernas y añado que si al árbitro le dan un pito y unas tarjetas, es justamente para que no tenga necesidad de utilizar un garrote. “Así es”, admite El Chato, con una rapidez que me indica que no le estoy diciendo nada que él no haya pensado antes. “Pero fíjese usted que a los futbolistas les dan una pelota para que le peguen patadas y quieren pegarnos es a nosotros”. Vuelvo a la carga con el argumento de que el día que se apruebe la Ley del Talión en las canchas, tendremos más sangre que goles. Y El Chato repite la misma frase de hace un momento: “Así es”. En seguida, con un movimiento resuelto de las manos, afirma que para evitar ese riesgo hay que pedirle a los futbolistas que reclamen en buenos términos y no con violencia. —¿Y por qué no les pedimos a los árbitros que no les peguen a los jugadores? —Bueno, ahí le voy a contestar lo mismo que



le contesté a un periodista brasileño, el día que expulsé a Pelé: no es bonito responder a un golpe con otro golpe, pero todavía no he visto la parte del reglamento que diga que los árbitros tenemos que dejarnos pegar. *** Guillermo Velásquez mostró su vocación de juez desde la adolescencia. Cuando sus padres discutían, lo buscaban a él para que decidiera quién tenía la razón. Cuando sus hermanos peleaban, sólo él lograba reconciliarlos. Muy pronto, su capacidad de discernimiento y su sentido de la justicia fueron célebres en la familia. Primos, tíos y otros parientes menos cercanos apelaban a él, porque confiaban en la ecuanimidad de sus sentencias. Más tarde, cuando jugaba fútbol en el Colegio Deogracias

Cardona, de su natal Pereira, no asistía con sus compañeros de equipo a la charla técnica de los entretiempos, sino que se iba con el árbitro a analizar el reglamento. Cuando finalmente reemplazó el balón por el silbato, se liberó del destino gris que le esperaba como futbolista y recuperó el respeto que había conocido como consejero familiar. En ese momento descubrió que la satisfacción del que aplica la ley depende más del poder que ostenta que del bienestar que supuestamente le procura al prójimo. Si la cancha es el universo completo y los jugadores son todas las criaturas posibles, entonces el árbitro, que todo lo ve y todo lo juzga, encarna una autoridad más divina que humana, una presencia omnímoda que gobierna las acciones aunque no nos demos cuenta. Él y sólo él es capaz de dete-

ner la carrera del veloz atacante, con un simple movimiento de su mano. Él decide cuándo parar el partido y cuándo reanudarlo, y en ambos casos determina el punto exacto de la tierra en el que hombre y pelota se reencuentran. Ni el que es genio como Maradona ni el que es bravucón como Chilavert tienen licencia para tutearlo: deben dirigirse a él con una cierta reverencia caricaturesca —manos atrás y cabeza agachada— y además están obligados a acatarlo por los siglos de los siglos, aun cuando valide como gol una pelota que pasó a 15 metros del arco. Como a Dios, al árbitro habría que inventárselo si no existiera. Los jugadores lo necesitan para justificar sus pecados y para que él los ayude a ganar el cielo que ellos solos no alcanzarían jamás de los jamases.

Desde el principio, El Chato disfrutó esa sensación de importancia que, según él, les gusta a casi todos sus colegas aunque no lo reconozcan en público. Por eso ahora, mientras sorbe su café, levanta la voz para decirme que no es ningún delito, como afirman algunas personas, que el árbitro sea protagonista. “¿Cómo no va a ser protagonista el juez que condena al matón o que evita una desgracia?”, se pregunta, alzando aún más el tono y adoptando un cierto aire de orador. “Usted debe saber, como periodista, que el problema no es la fama sino la mala fama”. Estamos sentados en la cafetería del Parque El Salitre. Nuestros vecinos, muchos de ellos jóvenes que no lo conocen, lo miran con insistencia, y él se regodea en su silla comprobando por enésima vez que no nació para pasar


desapercibido. Estimulado por la atención del público, Velásquez enumera sus méritos en voz alta: fue —me dice sin ruborizarse— el árbitro que les abrió las puertas internacionales a sus compañeros colombianos. Participó en la Copa Libertadores entre 1968 y 1982, pitó en cuatro Juegos Olímpicos y fue juez de línea en uno de los partidos más bellos que se hayan disputado jamás, el de Italia contra Alemania en el Mundial del 70. Después observa que nunca se tomó un trago el día antes de un compromiso, que siempre se entrenó como si cada jornada fuera una final y que cuando se retiró, en diciembre de 1982, era el árbitro que había pitado el mayor número de partidos en los cuales ganaban los equipos chicos. “Y de visitantes”, añade. “Lo mejor de todo”, dice ahora, “es que puedo jurar ante el país que nunca me torcí. Cuando me equivoqué, me equivoqué de verdad y no me hice el equivocado. Y no solamente por honesto, sino porque siempre me quise mucho a mí mismo. Mi orgullo no me permitía quedar como un chambón”. Le pregunto si pegarle a los jugadores, como él lo hizo, fue un defecto o una virtud. El Chato sonríe, me mira con malicia por encima de su pocillo. Calla. —Ay, hermano, dejemos eso quieto. No me haga enfermar. —Por su sonrisa, parece que no se arrepiente. —Mire: yo no me siento feliz de haber tenido un genio como el que tuve. El temperamento me traicionaba y ese fue mi único error. Después de unos segundos de silencio, en los que parece apenado, encuentra un argumento que le devuelve la seguridad. “¿Sabe una cosa?”, me dice, con el rostro iluminado. “Ser peleador me sirvió para conservar la pureza. Cuando uno quiere imponer siempre su autoridad, ya sea a las buenas o a las malas, no puede darse el lujo de tener rabo de paja”. Llegado a este punto, El Chato estima pertinente un par de aclaraciones: cuando le pegó a un jugador fue porque, indefectiblemente, éste le había pegado a él primero. Y en todo caso, aquellas fueron calenturas pasajeras que nunca traspasaron los linderos del estadio. Eso sí: insiste en que para no quedar rumiando odios, era absolutamente necesario que le atizara un porrazo al agresor. Desde 1957, año de su debut en el torneo profesional, aparecieron los problemas. Alberto Castronovo, jugador del Atlético Nacional, aprovechó un embrollo para darle a Velásquez una patada alevosa en la canilla. Velásquez se retorció en el suelo, durante varios minutos. Cuando se repuso del golpe actuó como si no supiera quién le había pegado. De pronto, en un tiro de esquina, vio, nítida, la oportunidad de desquitarse. Calculó que, por el momento, los espectadores estarían pendientes del jugador que iba

Guillermo Velásquez mostró su vocación de juez desde la adolescencia. Cuando sus padres discutían, lo buscaban a él para que decidiera quién tenía la razón.


a cobrar y se colocó en el área, al lado de Castronovo. A continuación, lo conectó con un derechazo en la barbilla. Castronovo rodó por el pasto pero se levantó en seguida, furioso, y se lió a golpes con el árbitro, en medio de la sorpresa del público. Entonces, varios agentes de la policía entraron en acción, dispuestos a retirar al jugador por la fuerza. “No, señores”, les dijo El Chato, autoritario. “¡Háganme el favor y dejan al caballero en la cancha, que no está expulsado!”. —¡Pero cómo que no está expulsado, si vimos cómo le pegó a usted! —¿Y no vieron cómo le pegué yo a él? Si se va Castronovo, me voy yo también. Pero como donde manda árbitro no manda policía, he dispuesto que ni se va él, ni me voy yo. El Chato guiña un ojo y advierte que la justicia depende más del sentido común de quien la aplica que de simples leyes escritas en un papel. Para ilustrar su teoría, recuerda la vez que Miguel Ángel Converti, atacante de Millonarios, recibió un pase de espaldas al arco, en un clásico contra el Santa Fe. Desde antes de que Converti tomara la pelota, Velásquez había sancionado fuera de lugar. Pero el jugador, que al parecer no escuchó el silbato, llevó el lance hasta sus últimas consecuencias: durmió el balón con el pecho, lo hizo rebotar sobre su muslo izquierdo y luego se suspendió en el aire —cabeza hacia abajo y pies hacia arriba— en una chilena espléndida. El proyectil se clavó en un ángulo imposible de la portería y Converti corrió como loco hacia el banderín de córner, mirando hacia el cielo y zafándose de los compañeros que querían abrazarlo, como si pensara que su virtuosismo lo alejaba de los atletas y lo acercaba a los dioses. “Si yo hubiera sabido que Converti iba a concluir esa jugada como la concluyó”, dice Velásquez, “no habría pitado el fuera de lugar. Fue la única vez que quise hacerme el equivocado en una cancha y créame que lamento mi acierto como si fuera un error. Es lo que le vengo diciendo: según las normas, yo actué bien, pero no fue justo que yo le robara semejante joya al público. Donde yo valide ese gol,

hasta los hinchas del Santa Fe se ponen contentos”. Le pido a Velásquez que me haga el inventario de los futbolistas a los cuales golpeó y me responde, aparentemente apenado, que “eso no vale la pena”. —¿Por qué? —Hombre, porque no fueron tantos. Pero ya que insiste en este punto, diga que una vez le hinché el ojo a Orlando Herrera, del Tolima, porque se propasó conmigo en un reclamo. ¿Y sabe qué pasó en el partido siguiente que me tocó arbitrarle en Ibagué? Que el tipo fue a buscarme a mi camerino y me llevó abrazado hasta la mitad de la cancha. ¿No le parece bonito? Si no me reconocieran sentido de la justicia, no me perdonarían. Yo habré sido brutal, pero soy más humano que muchos de los que se creen mansas palomas, porque pegué puños pero no maté a nadie con el pito. *** El Chato, que no cesa de ufanarse de su ecuanimidad, señala que si hoy fuera otra vez el miércoles 17 de julio de 1968, volvería a expulsar a Pelé. Ese día, El Santos de Brasil, considerado el mejor equipo del mundo, enfrentaba en un partido amistoso a la selección Colombia que participaría en los Juegos Olímpicos de México. Muy temprano, Velásquez validó un gol de Colombia en aparente fuera de lugar. Los brasileños se pusieron histéricos y cercaron al árbitro. Uno de ellos, de apellido Lima, fue expulsado. Como se negaba a abandonar la cancha, fue sacado por la Policía. Cuando iba por la pista atlética se les soltó a los agentes, se devolvió al terreno de juego y le asestó una patada a Velásquez. Éste le respondió con un leñazo en el estómago, que generó un amago de gresca. El partido continuó con muchas tensiones hasta el minuto 35 del primer tiempo, cuando Pelé vio la tarjeta roja por reclamar, de mala manera, un supuesto penal en su contra. En principio lució desconcertado, pero no tardó en aceptar el fallo. Entonces emprendió el retiro de la cancha con un gesto irónico y desafiante, como un monarca que se mofara


de la orden de destierro impuesta por su vasallo. “Ese tipo está loco”, repetía Pelé, una y otra vez, ante el cronista de El Espectador que lo esperó en la pista atlética. En ese momento, los jugadores del Santos rodearon al árbitro. “De 28 personas que tenía la delegación brasileña”, recuerda El Chato, “me agredieron 25. Los únicos que no me pegaron fueron el médico, el periodista y Pelé”. Velásquez se sintió empequeñecido, arruinado, cuando los 60 mil espectadores del estadio El Campín comenzaron a maldecirlo a gritos y a pedir el regreso de Pelé. Después, cuando los directivos de la Federación Colombiana de Fútbol decidieron que volviera el futbolista y se fuera el árbitro —un hecho único en los anales del deporte— se acordó del refrán según el cual la justicia en nuestro país “es para los de ruana” y hasta agradeció que a Pelé no se le hubiera ocurrido asaltar un banco, “porque con seguridad aquí todavía lo estuviéramos aplaudiendo”. Adolorido más por la humillación pública que por los golpes recibidos, El Chato demandó penalmente a la delegación brasileña. Lo hizo por recomendación de Lisandro Martínez Zúñiga, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, que esa misma noche lo visitó en el camerino para ofrecerle sus servicios como abogado. Los jugadores de El Santos permanecieron en Colombia casi dos días más de lo previsto, retenidos en una comisaría, y al final tuvieron que pagarle a Velásquez 18 mil pesos y ofrecerle excusas por escrito, para poder viajar a su país. Años después, ya retirado del fútbol, Velásquez buscó la manera de encontrarse con Pelé. Entendía, como siempre, que más allá de las leyes escritas necesitaba un acercamiento humano para quedar en paz y salvo con su conciencia. El rey lo atendió en Miami y hasta lo invitó a almorzar. Ahora le pregunto a El Chato qué habría sucedido si Pelé le hubiera pegado cuando él lo expulsó, y me pide, muy serio, que por favor no le haga una pregunta tan perversa. “Mire que me voy es a enfermar”, añade. —Es sólo una suposición, no más que una suposición. —Bueno, en ese caso, permítame responderle con una pregunta. ¿Usted qué cree que hubiera pasado?


No tiene que haber sido un ad cigarrillo para sufrir sus conse Él nunca fumó solo bebía.

El tabaco es la primera causa de muerte prematura en los Estados Unidos. El 18.9 por ciento de los hombres hispanos, y el 10.9 por ciento de las mujeres hispanas, fuma. El riesgo de desarrollar una enfermedad coronaria es de 2 a 4 veces mayor en fumadores que en no fumadores. La exposición continua e involuntaria al humo ambiental, en el lugar de trabajo, en el hogar o en cualquier otro lugar, incrementa su riesgo, aunque no fume.


dicto al ecuencias,


Mi mejor i

Mi


inversión

Esposa

Un texto de Sarko Medina

¿Cómo se llega al final de la vida y se hace un balance, no solo emocional, sino también económico y se concluye que la mejor inversión fue su esposa?


Quiera Dios que cuando me muera, recuerden que fui un buen padre, pero no será así, si me recordarán será por mi esposa. Suena raro, pero de no ser por ella ahora no tendríamos nada: ni los taxis, ni la casa y menos los hijos en la universidad.

Yo por mi parte me declaro bruto con “V” mayúscula. Allá en mi juventud mi padre me mandó a la mina y hasta ahora sigo allí. En esos tiempo trabajaba en Orcopampa y, ¡Oh sorpresa! aún sigo allí. Mi vida era monótona y bien borrachosa. Los fines de semana en los días de recambio me bajaba al pueblo y allí me metía entre pecho y espalda la mitad de la tienda. Pura caña me gustaba. Allí conocí a mi esposa: Juanita. Bonita era así con sus trencitas y sus ojos de taruquita que me rehuían. Yo la enamoré con mis canciones, aunque ella jura que fue por lo gracioso que me ponía cuando tomaba. Cuando le pedí para irnos a vivir me mando por el desvío. Ella que quería boda. Yo ya estaba maltón, tenía plata en el bolsillo y ¿porqué no? me preguntaba. Ya conté que era medio burro así que no pensé tanto y me casé con ella. Al principio las cosas no nos fueron tan bien. Yo no calculé que había que alquilarle un cuarto propio y que tendría que dejarla pensionada porque del trabajo en la tienda ya no la querían. Los primeros meses la veía poco y hasta celos me entraron. En una de esas la encontré conversando con un hombre en la puerta de nuestro cuarto y le crucé la cara con una cachetada que hasta ahora me la recuerda. El tipo resultó que era su hermano que vino a verla desde Chuquibamba… Venía con la noticia de que sus padres de mi Juanita ya habían aceptado lo de la boda. Ella hay recién me contó que estaba embarazada de cuatro meses. Cólera que me dio, pero pensándolo bien y con cervezas de por medio con el hermano, me tranquilicé. Cuando llegamos a la casa de mi esposa, la fiesta que se armó. Todos me quería, y yo a todos abrazaba, soy burro pero cariñoso. Lo malo es que siempre que tomo se me da por regalar la plata. No me peleo con nadie, pero no sé porque se me desaparecen los reales del bolsillo.


Me acuerdo que en la visita me gasté más de 200 soles, de los antiguos, casi dos sueldos. Juana estaba enojada conmigo. Así la pasamos un mes con charqui y chuño nomás, aunque he de ser sincero: yo comía en la mina así que no la pasé tan mal. Con el tiempo las cosas mejoraron y el chiquillo que tuvimos creció. A los dos años tuvimos otro y luego dos años después otrito más y para el remate en otros dos años una niña. CAMBIO DE AIRES Recuerdo que una vez a la menorcita le picó una araña. En esas altitudes no había ni médico y el de la mina se fue de vacaciones a la ciudad. De urgencias nos llevaron en la camioneta del jefe hasta Arequipa donde me la salvaron. Yo por primera vez me lloré y por supuesto me fui a chupar. A la mañana siguiente en el hotel le dije a mi Juanita que se viniera a la ciudad, porque ya el mayor iba a entrar recién a primer año y en la ciudad ya estaría avanzado. Ella no quería, pero al final es más inteligente que yo y me pidió que esperáramos a que el mayor termine siquiera el primer año para luego venirnos. Durante ese tiempo ella junto real por real y al final, cuando se vino para acá, puso una tiendita. Dicha sea la verdad, me metía en esos días con otras mujeres, pero siempre le cumplía a mi mujer mandándole la pensión, hasta que ella misma gestionó para que le pagarán la plata allá en Arequipa. Con eso se me acabaron las mujeres, porque ya no tenía plata. Fue mejor. NO DUERME HASTA LAS 11 Cuando salió eso de los beneficios para los que trabajamos terciando tiempo, a mí me dieron la posibilidad de trabajar tres semanas por una de descanso. De esa manera podía llegar y pasarla con mi familia. Pero lo malo es que mi iba a tomar todos los días y mi mujer me metía una de mil diablos. Cuando está linda y cariñosa es “mi Juanita”, cuando la presento a mis jefes y compañeros es “mi esposa”, pero cuando se trata de sacarme de la cantina o de la canchita de fútbol es “mi mujer”. Era bravaza con lo del trabajo. Si es que se me ocurría tomar antes que llegar el carro a las 11 de la noche todos los viernes, el asunto se me complicaba, porque me salía a buscar de donde estuviera para subirme al bus. En el viaje se me pasaba la borrachera y se me prendía la cabeza de ideas de que me iban a despedir y que después no me iba a ir pateando latas de regreso a Arequipa,. Creo que ese miedo me salvaba porque disimulaba tan bien que nunca se me notaba. Me acuerdo de la época en que empezaron a despedir gente en masa, a mi se me entraron ganas de tomar más y más, pero Juanita me controlaba y llorando me subía


al bus del trabajo y daba comida al chofer y al supervisor para que no me vendieran. Los compañeros nunca me decían nada y así nadie me descubría y era puntualito. De esa manera me salvé de los despidos masivos. La verdad ahora le agradezco, porque de lo contrario no tendríamos mi pensión y no tendría mi puesto de venta de insumos cerca de la mina. Todo es por ella que me ayudaba. TARJETA CON LLAVE Y es que yo soy un derrochador del dinero. Cuando me tomo le pido a mi sobrinito que me lleve a pasear, yo le compro helados y comida. Cuando ya estoy mareado me regresa a mi casa y me evita a los amigos que quieren irse conmigo. Mis hijos controlan los cuatro taxis que tenemos, mi hija ve la casa y mi mujer administra el dinero. La tarjeta me la tienen con llave y es mejor. Cuando pido 100 soles me dan 50 y me los tengo que llevar a comer primero. Ellos son mi vida y yo a veces logro comprender porqué soy tan feliz… CUANDO LA PARCA TE SONRIE Ayer me enteré que tengo cáncer al estómago. El doctor me pidió que le comunique a la familia. Yo no le entendí bien lo de la enfermedad, soy bruto nomás. Creo que no les diré nada, pero sería una deslealtad para con mi Juanita. De todas formas se lo diré, quién sabe, de repente como dice el doctor me puedo curar o de repente me muero, pero sé que ella estará a mi lado, que no me desamparará. La última imagen que quiero llevarme a la tumba es su rostro sonriente con sus trencitas y su mirada que me huía, la imagen de mis hijos riéndose en la mesa familiar de mi casita de dos pisos, la voz de mi nieto llamándome “apa”, esas imágenes quiero llevarme a la tumba porque no se si me las merezco, o de repente lo único que vea sea la sonrisa de la parca soy un tonto nomás que lo mejor que pudo hacer en su vida fue casarme con una buena mujer. FIN EL VALOR DE LA CONFIANZA Los hombres no podríamos vivir en armonía si faltara la Confianza, es decir, la seguridad firme que se tiene de una persona, por la relación de amistad o la labor que desempeña. En el presente caso la Confianza se refleja en la armonía que se vive entre el esposo y su conyugue, aunque los dos tienen defectos, tratan de decírselos y controlarlos. Ha pasado el tiempo y esta historia ya tuvo un final… La esposa sigue adelante con los hijos y no faltan los problemas, pero el recuerdo del padre que aunque con sus defectos, dio la vida por ellos, los anima a seguir juntos como familia. ¡Cuantos de nosotros podemos decir lo mismo?.




* Las enfermedades del corazón y los ataques cerebrales son las causas número 1 y número 3 de muerte en los hispanos. * Las enfermedades del corazón y vasculares (enfermedades cardiovasculares) cobran la vida de más de 900,000 estadounidenses cada año.

Las enfermedades cardiovasculares son responsables de una de cada tres muertes en Hispanoamérica, prevengamos cuidando nuestro motor vital.


La leyenda del Una crónica de: Ricardo León Almenara


a l cacique


Uno de los sobrevivientes de Juaneco y su Combo, el grupo musical más influyente y respetado de la selva peruana, ofreció un pequeño concierto en una comunidad de Pucallpa. Wilindoro Cacique mantiene la misma voz y la misma mística de hace 40 años.

Todo en la selva es relativo. Quiere decir que nada debería llamar demasiado la atención o que lo raro es mayoría: mejor lo segundo. El vocalista original de Juaneco y su Combo, el famoso grupo que hace 40 años convirtió la cumbia amazónica en algo definido, pasa las tardes en Pucallpa semidesnudo y sentado en la entrada de su casa que también funciona como cochera para mototaxis --o en la cochera para mototaxis que también funciona como su casa, el viceversa depende de las horas punta--, a menos que lo contraten para alguna presentación en Lima, que puede ser un trabajo gustoso incluso cuando hay que viajar en ómnibus. Incluso cuando después de cantar las canciones históricas de Juaneco en los conciertos le exigen “El embrujo” casi como prueba de fuego. Por desgracia, la competencia está dura en esto de las cocheras para mototaxis. Wilindoro Cacique viene a ser el sobreviviente de ese trío base que en 1966 formó Juaneco y su Combo: Noé Fachín, guitarrista (lo llamaban ‘El Brujo’ porque se cree que descubría melodías durante sus sesiones de ayahuasca; sin rumores no hay leyendas), murió en 1976 en un accidente aéreo (sin tragedias, tampoco). El tercero era Juan Wong Paredes, líder de la banda y compositor principal y acaso un producto bandera no oficial: alguien escribió alguna vez que “Juan Wong es de Pucallpa su Bob Dylan”. Algún día será grafito. Junto a Los Mirlos, el grupo pucallpino sumó y restó los ingredientes que le daba el momento: la costa otra vez miraba a la selva por el ‘boom’ petrolero, la cumbia llegaba desde Colombia y Brasil a través de las primeras estaciones de radio en la zona y, al mismo tiempo, los entonces novedosos instrumentos musicales eléctricos eran algo así como la bisagra entre un grupo folclórico y otro con ciertas aspiraciones discográficas. Los Mirlos y Juaneco y su Combo son por eso los padres del llamado ‘Poder Verde’, no importa que nadie sepa exactamente qué es eso. Si al clima le da la gana, una hora demora el viaje en bote a la comunidad

shipiba de San Francisco; Wilindoro regatea el precio del pasaje con el botero y el botero regatea el precio del galón de petróleo en un grifo bastante informal: la orilla de un río tiene sus leyes mercantiles propias. A Wilindoro se le ocurrió invitar a dos periodistas que pasaban por Pucallpa a un concierto en esta comunidad de artesanos y chamanes que también es conocida porque en las fiestas de clausura de su colegio contratan grupos de la selva. La orquesta se llama Wilindoro y la Leyenda Viva de Juaneco, y esta noche toca para los graduados de primaria. Llovió un par de horas seguidas, así que lo que iba a servir como escenario se ha convertido en un patio de juegos y el grupo se acomoda --es un decir-- en un espacio bajo techo alumbrado por un solo foco y que además tintinea porque el río ha estado bajo estos días: 25 vatios para un concierto suena a metáfora de supervivencia. (Durante el trayecto en bote, Wilindoro había podido recordar el año del primer concierto de Juaneco y su Combo en Iquitos, en 1967, y había podido recordar que los recibieron en el aeropuerto y que el Ejército tuvo que salir a controlar a la multitud, y había podido recordar que el local destinado para el concierto quedó chico y tuvieron que tocar prácticamente en la calle, y había podido recordar que apenas tocaron tres o cuatro temas porque cuando empezó a sonar la guitarra libidinosa de Fachín en la canción “Vacilando con el ayahuasca” --del género amazónico-arábico-psicodélico, según los entendidos, y que además incluía gemidos femeninos explícitos-- las mujeres empezaron a quitarse las blusas y los hombres quisieron quitarles también las faldas y se armó un problema que excedía una simple pelea de borrachos: era el caos exquisito y Fachín seguía tocando. Wilindoro también había podido recordar, antes de quedarse dormido en el bote, que esa noche rabiosa se refugiaron en una casa anónima dos días sin salir a la calle hasta poder regresar a Pucallpa. Y que los periódicos de Iquitos acusaron a los músicos de instigadores). A las tres y media de la mañana, Wilindoro y la Leyenda Viva de Juaneco toca “Mujer hilandera” por segunda vez; a estas alturas no importa que el foco quiera apagarse, no importa el hambre porque los organizadores del evento han repartido pachamanca entre los músicos, y tampoco importa que la cerveza se venda más o menos sin helar ni que algún borrachito se esté acercando a tomarse fotos con las bailarinas a la mitad de la canción; el concierto es perfecto y el contrato dice que tocarán hasta que amanezca. Hasta ahora nadie ha pedido “El embrujo”. Ya se ha muerto mi abuelo (ayayay) / tomando trago (ayayay) / ya se ha muerto mi abuelo (ayayay /


cantando temas de Juaneco en una comunidad shipiba: es sociología charapa pura. Es erotismo amazónico-arábico-psicodélico. Es Bob Dylan reinventándose en el lugar de los hechos.



tomando masato (ayayay) Esta canción la compuso Wilindoro en los días más tristes: cinco compañeros suyos habían fallecido en el accidente aéreo y el grupo parecía disolverse en su mejor época. Él había decidido que no cantaría hasta que se le pasara la pena y se había ido a su pueblo natal, Masisea. Varios meses después, con músicos de reemplazo, Juaneco y su Combo ofreció un concierto en una pequeña comunidad y en el camino Wilindoro pasó por una casa donde estaban velando a un anciano muerto. La canción ni siquiera la escribió, solo la cantó y le buscó una música adecuada (con los años las versiones han evolucionado, una de ellas dice Ya se ha muerto mi abuela (ayayay) / comiendo suri (ayayay) etc.). Después de 40 años, el grupo todavía mantiene las mismas canciones, pero los miembros se han ido dividiendo y ahora hay varios Juaneco y su Combo que tocan en varias ciudades del país, excepto en Pucallpa. Wilindoro ya lo asumió, pero todavía recuerda que en algunos colegios locales había cursos que incluían la historia de Juaneco como patrimonio amazónico y que los alumnos iban a buscarlo a su casa para hacerle preguntas y que él las respondía. Eso era antes: hoy más de la mitad de los habitantes de esta ciudad proviene de la sierra y el ambiente cultural ha cambiado. En la última fiesta de San Juan en Pucallpa, por ejemplo, el concierto estelar fue de Dina Páucar. Ese día Wilindoro y la Leyenda Viva de Juaneco sí tocó, pero en Lima. Según lo estipulado en una regla recién implantada por Wilindoro, si una canción se interrumpe por cuestiones técnicas se vuelve a tocar desde el principio. Dentro de una hora debería amanecer y los músicos y las bailarinas y el único foco siguen en lo suyo. La historia de Juaneco y su Combo no es solo musical. Cuando el grupo apareció en la selva pucallpina había dos mundos paralelos, pero lejanos: la brecha social entre los mestizos instalados en la ciudad y los miembros de las comunidades shipibas era tan amplia como puede imaginarse. Pero la selva es un universo de símbolos: los Juaneco hicieron un experimento y empezaron a usar ‘cushmas’ y otras prendas nativas típicas en sus conciertos y en sus letras se mezclaron elementos de la vida de la ciudad (como en “Selva, selva”) y del monte (como en “El llanto del ayaymama”). Dicen los viejos en Pucallpa que era la primera vez que ambos mundos tenían algo en común y que era la primera vez que mestizos y shipibos se ponían a tomar cerveza con un solo vaso en las fiestas. Entonces este concierto de Wilindoro Cacique cantando temas de Juaneco en una comunidad shipiba es mucho más que un concierto de Wilindoro Cacique


Albergue de los perros abandonado

Evitemos que el mejor amigo del hombre siga sufriendo y vague por las calles como si este mundo no le perteneciese. Los Pastos de Socobaya 346 al fondo pasando la trocha por el cruce de Av. Paisajista - las Peñas Arequipa, Peru 054-958684840 / 054-8067593


os Arequipa


Un texto de Flor Huilca Gutiel rrez Fotos de Julio Angulo Delgado


¿Es tan difícil querer empezar de nue¿ vo, cuando ya se tiene media vida en los hombros y el placer de lectura parece una fiesta a la que nunca tuvimos la oportunidad de asistir?, Flor Huilca visito a unas señoras a las cua¿ les la invitación les llegó tarde pero no por eso se perderán la fiesta.


Una vez por semana, un grupo de madres campesinas deja las labores domésticas para ingresar a las aulas de sus hijos. Ahí dibujan vocales y luego aprenden a leer palabras. Lo hacen en quechua y castellano y hoy son un ejemplo en otros rincones del Cusco.

Una vez por semana, un grupo de madres campesinas deja las labores domésticas para ingresar a las aulas de sus hijos. Ahí dibujan vocales y luego aprenden a leer palabras. Lo hacen en quechua y castellano y hoy son un ejemplo en otros rincones del Cusco. Nunca es tarde para aprender. Lo saben bien Robertina, Juanita, Cristina y Jesusa, mujeres de comunidades campesinas de Espinar que han decidido

asistir una vez por semana a los círculos de alfabetización. Para ellas esta cita se ha vuelto importante porque ahora no solo pueden escribir su nombre y los de sus hijos, también pueden leer palabras que encuentran en su camino, sin importar si están en quechua o en castellano. Algunas mujeres como Juana Huacarpuma pueden demorar un poco silabeando las palabras quechuas como simi (idioma, boca), sipas (mujer joven) sisi (hormiga), pero su logro es innegable, sobre todo si esta es la primera vez, en sus 42 años de vida, que ha pisado un aula y ocupado una carpeta.


Sus padres, dice, nunca la enviaron a la escuela. Ella decidió saldar esa deuda matriculándose hace seis meses en el círculo de alfabetización de K’anamarca, Espinar, donde “aprende de poco a poco”. Al principio el lápiz se le enredaba entre los dedos, las palabras se desbordaban de las líneas de su cuaderno y su mano temblorosa se negaba a dibujar las letras. Ahora el lápiz está dominado. A pesar de que habla fluidamente el quechua, considera que escribe y lee mejor en castellano porque pensaba que el “quechua sólo era para hablar, no para escribir”.



SEIS MESES DE CLASES Cristina Kataca sí fue al colegio de niña, pero olvidó casi todo lo que había aprendido. Leía con dificultad, escribía su nombre, el número de su DNI, sabía firmar, pero no se atrevía a más. Tras seis meses de clases, la lectura y la escritura es un paso que ya ha superado. Ahora su pelea es por mejorar su ortografía y no cambiar la e por la i, confusión propia de los quechuahablantes. Ella viene al círculo de K’anamarca desde Yauli, capital de la provincia de Espinar. No tiene que caminar dos horas como su compañera Juana Huillca, que viene desde Acomarca. A ella la trajo su esposo en moto y aun así llegó tarde a clase. Su castigo fue decir un imas mari imas mari (adivinanza, en quechua). Juana, por el contrario, llegó temprano. Está contenta porque ahora que ya sabe leer y escribir, ayuda con sus tareas a sus hijos y ya no camina a “ciegas” cuando se va a Yauli. “Puedo leer nombres de las calles, avisos y a veces los periódicos”. Y el valor agregado frente a sus hijos que también están en edad escolar, es que puede hacerlo también en quechua. UNA OPORTUNIDAD En esta aula, ubicada en medio de un pajonal amarillento y con un horizonte azulito de cielo a más de 4 mil metros de altura, se está empezando a hacer justicia con las mujeres. Y es que de los 175 mil iletrados que hay en la región Cusco, el 73% son mujeres, con el añadido de que además son pobres extremos. Marina Miranda, directora del Proyecto de Alfabetización (PRAL), explica que esa realidad motivó al Gobierno Regional del Cusco a diseñar un programa de alfabetización propio, que no solo ayude a leer y escribir sino que también pueda ayudarlas a desenvolverse mejor. Las clases tienen un periodo de duración de un año, a diferencia de los tres meses que tiene el programa de alfabetización que impulsa el gobierno nacional. En esos 12 meses las madres desarrollan 10 unidades, seis de las cuales están en español y cuatro en quechua. Tanto los libros que se emplean en el programa como los materiales de los docentes fueron diseñados por maestros cusqueños, exclusivamente para este programa y considerando la realidad de las comunidades donde es aplicado. Además, no solo está diseñado para enseñar a leer y escribir. Tiene un componente de salud, nutrición, identidad e interculturalidad. Magaly Fuentes Córdova es profesora del círculo de alfabetización de Anta Cama, también en Espinar. Cual visitadora médica, camina por las calles de este poblado en busca de sus alumnas, con un pequeño neceser en el que lleva tarjetas con palabras y lápices para hacerles “repaso y reforzamiento”. Cuando tiene suerte las halla en sus casas y entonces se establece un diálogo que no solo se centra en el aprendizaje. Les habla de la limpieza, de la necesidad de tener una alimentación balanceada, de la participación del esposo en las labores de la casa, del control médico cuando están em-


barazadas, de la comida del bebé, etc. La enseñanza de las personas mayores, nos explica, no se hace en función a monosílabas que no tienen significado, sino por asociación de palabras y por la descripción de los dibujos que observa. A su alumna Juliana Choca le ha tocado reforzar la lección del uso de la ‘r’ y la recibe en el patio de su casa. Mientras leen la oración, Simona, su mamá, barre la casa; Magaly le dice que el aseo es una tarea compartida con el esposo. Juliana añade que también lo es con sus hijos. El sábado pasado en la clase de Magaly sus alumnas estaban organizadas en grupos y tocó recortar periódicos para formar oraciones. Cuando uno ingresa al aula parece que estuviera en un salón de niños de cualquier escuela: los cuchicheos entre las alumnas, las bromas que se juegan unas con otras. Todo es sonrisa. Y es que el programa no solo les ha cambiado la vida, les ha permitido encontrar un espacio de diversión, aunque sea una vez por semana.



La cámara tiene el poder de sorprender a la gente presuntamente normal de modo que la hace parecer anormal. El fotógrafo selecciona la rareza, la persigue, la encuadra, la procesa, la titula.

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Susan Sontag

Somos jóvenes fotógrafos que buscamos hacer renacer la fotografía en nuestra ciudad, intentamos dejar un registro de nuestra época, nuestras costumbres y nuestra sociedad a través del medio fotográfico en todas sus ramas


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foto: Richard Luque

foto: Richard Luque

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Ross Reymer


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Nadia Rain

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Julio Angulo

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Comer no es el simple hecho de llevar tos, los palitos chinos o en el más hum hecho de usar las manos y porque tam se muestre nuestra destreza en el acto Y porque tampoco hay lugares adecua quizás los conozca pero no como la man


&Aparte

los alimentos a la boca con los cubiermilde y, no por eso menos sofisticado, mpoco hay lugares adecuados donde o que mas placer da, como es comer. ados sino simplemente hay lugares que nera que le prometemos, los conocerá.


La Luciernaga La primera impresión que le brinda La Luciérnaga cuando uno ordena una pizza es la forma visual de estas, aquí las pizzas son como cuadros surrealistas elaboradas con las mas comestibles texturas e ingredientes naturales. Haciendo emanar en el comensal una sensación de nostalgia por estar a punto de estropear semejante cuadro comestible. Nicolai llega a las cuatro de la tarde e ingresa a la cocina con tal cuidado como si se tratase de un monje apunto de iniciar su rito de rezo pues sabe que la jornada iniciara en cualquier momento y no tendrá tiempo para creer en milagros sólo en sus manos y la acertada manera de combinar los ingredientes para hacer de las pizzas de La Luciérnaga una deliciosa obra gastronómica. En La Luciérnaga las pizzas se conciben en su totalidad en la cocina y Nicolai las cuida como si se tratase de la mas sutil y celosa niñera porque sabe que cualquier descuido en sus retoñas olorosas puede estropear todo su esfuerzo y hacer que el comensal no disfrute de sus pizzas. Aquí Karin, la dueña y administradora se ha preocupado porque no se pierda ese sabor de antaño en la preparación tanto de la masa para las pizzas así como cada uno de los ingredientes que suelen utilizar, aunque haga uso de un horno no tan tradicional ella dice el sabor se siente como si la pizza fuese concebida en uno artesanal.

EL SABOR DE UNA PIZZA DISTINTA


La masa se fusiona con los tomates, el queso, la cebolla, la aceituna y de esta coreografía de aromas se puede oler esa fragancia dulzona de la pizza vegetariana que es la recomendada por la casa, una masa finamente cocida y disimuladamente delgada no amortiguan el sabor del queso y los demás ingredientes teniendo como resultado al momento de probarla el poder sentir el agrio saladito de la aceituna abrazando el sabor de la masa fusionada con el derretido queso blanco y compensando los sabores puede sentir como el tomate y la cebolla aromatizados con el orégano van dándole a la pizza una textura fresca que hace todo un placer el comerla Pero comer una pizza en La Luciérnaga es algo incompleto si no se prueba la ensalada mixta a base de lechugas,

queso, palta y piñas , ingredientes que hacen de esta ensalada un complemento perfecto para la pizza vegetariana dándole así una textura salina dulzona que parece bailar en la boca mientras la saborea con un frenesí indescriptible. Y es que además de servirse la pizza, como mandan los cánones de pizzería sobre una tabla, aquí se le ofrece un plato que muchos preparan pero pocos saben darle ese toque de delicia………….. Con un ambiente relajante desde el color de las paredes hasta las creaciones artísticas en las mismas La Luciérnaga hace de la digestión un grata espera pues los blues y jazz hacen que las grandes ventanas por las que el sol calienta el ambiente parezcan otro tipo de cuadros mientras uno ve pasar la tarde.


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I FILA

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Si nos ponemos básicos podríamos decir que “Hotel España” es —a fin de cuentas— un libro de crónicas pegoteadas. Uno sobre un periodista que, por necesidad y por curiosidad, se instala a vivir en un roído hotel en Buenos Aires y que, desde ese lugar, nos narra sus viajes por América Latina. Eso es lo que, a primeras, se puede decir de “Hotel España”, lo nuevo del cronista chileno residente en Buenos Aires Juan Pablo Meneses (“Equipaje de mano”, “La vida de una vaca”). Pero si vamos uno poco más allá (o acá), si intentamos ver más allá de géneros y le intentamos hincar el diente un poco más profundo a esta supuesta literatura “fácil”, otra cosa se puede encontrar. Que quede claro: “Hotel España” es un libro sobre la soledad. En este caso sobre Meneses y el hálito de soledad que lo rodea. Ahí está la parte en que se refiere a las pocas mujeres que lo visitan en su pieza o cuando en medio de un viaje a Brasil, acompañado de su pareja de entonces, le entra un bicho en la oreja y todo se va al carajo. Y sí: a veces el hilo conductor se pierde en medio de la lectura de "Hotel España”. Y Meneses divaga. Harto. Y habla sobre su vida, sobre sus crónicas y usa textos que ya publicó en otros medios, pero que cobran un nuevo sentido en este contexto. Pero todo eso termina, raramente, por cuajar y avalar la tesis que este es un libro solitario. Uno acerca de un cronista que solamente cuando está en una pieza de hotel, es capaz de redactar algunos de los mejores textos de viaje. Una idea, sí, bastante extraña y que el mismo Meneses resume en la siguiente frase: “Vivir en un hotel para dedicarte a escribir historias puede transformar tu vida en una ficción”. “Antonio Díaz Oliva”...

Revista iPOP

http://www.revistaipop.cl/libros/hotel-espana-juan-pablo-meneses.html


W W ARTISTAS NO ARTISTAS Sheyla Alvarado












“Déjenme decirles que no es como la pinto homero o como creían los Espartanos, ni mucho menos como aseguran los asiáticos, la puerta de entrada a la morada de la muerte es preciosa única, es mas diría que incluso mas exótica que la reja de san Pedro. Lo afirmo y me confieso devoto de esta morada casi oscura y tétrica si no fuese por la luminosidad propia que todos perciben estando delante. Era medio día y el sol hacía sentir su supremacía, tocaba con cada uno de sus látigos luminosos a todo el mundo, y quienes eran los únicos que escapaban de su casi cruel manto, eran las sombras quienes se reían del astro luminoso, en su intento por alcanzarlas todo el día el sol las perseguía pero nada hacia que las rosara siquiera. Aquel día me vi sentado sobre el lomo de un mustang pura sangre. Un ejemplar envidiable y digno de la tierra media, estaba sobre él y podía sentir el viento acariciar mi rostro con las mismas manos de una amante furtiva, mientras que el sol hacía sentir lo cálido de la pradera con su presencia y la tierra parecía moverse al ritmo del corcel, el horizonte me invitaba a hacerme uno con estos elementos. Pero no era el cielo el que tocaba, sino estaba ingresando a la morada de la señora muerte, pues estaba muriendo.....” … LA MORADA OSCURA


Juan Villoro

“No sólo vivimos en un mundo de hechos, sino en la representación que tenemos de ellos y, a veces, no hay relación entre ambos.”

Juan Villoro (Ciudad de México, 24 de septiembre de 1956) es un escritor y periodista mexicano. Si bien es muy reconocido desde hace años entre la intelectualidad mexicana, española y latinoamericana, después de haber obtenido el Premio Herralde con su novela El testigo su presencia pública en México ha crecido.

“Los viernes de febrero hablamos de Villoro y cada cuento fue un descubrimiento y un reto, un secreto, un tembl pregunta, una mirada, una mariposa negra, una vertiginosa sucesión de correcciones y, después, a veces, una pasió partida, una complicidad casi.

Descubrimos que una imagen –un ventanal “donde cada tanto choca un pájaro” que “no ve los bultos a través del - puede contener toda una historia, pues, a menudo, las vidas de desdicha y castigo se deben sólo a un error fata percepción y la conciencia.

Descubrimos que existen lugares de delirio donde “sólo el calor es real”, donde la naturaleza enloquece y “el salit vade las paredes, donde todo lo impregna “un olor hondo, a gasolinas lejanas y plantas podridas” y donde un hom “camisa turbia” y “voz asmática” que nunca se desprende de su”puro apagado”, construye un estadio imposible y c a un entrenador para que su equipo pierda.

Por suerte, en el mundo y en los cuentos, todavía quedan doñas Consuelos, para las que ser, es sinónimo de dars doñas Consuelos viven en la calle Licenciado Verdad, convierten su pensión en una “casa de asistencia” e intentan p a los solitarios de ese mundo demasiado sórdido, lleno de “paredes despellejadas que seguramente se vendrán aba el próximo temblor”. Pero, claro, las pobres Doñas Consuelos no tienen la culpa de que entre sus huéspedes haya t jóvenes inquietos, a los que les atrae siempre lo equívoco, lo oscuro...

Por suerte está también Guadalupe, que nos enseñó algunas destrezas del resistente: la palabra mandrágora des calor, por eso es mejor no entenderla. Cuando brillan, los elefantitos de plomo protegen de la soledad y de esos h ásperos que siempre están de paso, porque la casa siempre pierde... Los viernes de febrero hablamos de Villoro, pero hoy, que es miércoles y es marzo, es Juan Villoro quien nos habla.

Y es que, a veces, los milagros suceden. Hace unos días descubristeis la fuerza y la felicidad del nosotros y alguien le la radio versos de Galeano y Bertold Brecht y en las alambradas del patio, los globos blancos derrotaron a los negros está aquí Juan Villoro dispuesto a hablaros un ratito y a contestar algunas de las 126 preguntas que se os han ocurr

Y si el Villoro que escribe incomoda, inquieta y perturba; el Villoro que habla enternece y enamora y convierte las bibl de los institutos en lugares luminosos y cálidos, muy cálidos.” Olga Martínez Dasi


“Me parece difícil narrar una historia desde un fracaso asumido porque al separarse surge la tentación de evocar esa relación desde el rencor y el despecho. La canción ranchera y el bolero se basan en esta idea.”

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“Disfruto el ensayo. Todo autor es un lector. Me interesa lo que lee un autor para ser así, para escribir así”


“Onetti me interesa muchísimo porque fue un autor que logró una de las cosas más difíciles en la literatura, crear una estética a partir del desperdicio de historias”

Una de las generosidades de la literatura es que las fronteras de un escritor no se corresponden con las fronteras de su país.

“La lectura no se enseña: se contagia”

"Realmente la felicidad no tiene historia. Esta la podemos disfrutar en la vida real, pero resulta muy tedioso tratarla en la literatura."

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"Me encanta la franqueza de un hombre enmascarado"

Yo he escrito mucho de futbol y suelo ser muy celebratorio como cronista; por eso quería, para variar un poco, escribir un cuento triste del futbol, un cuento de soledad existencial dentro de este juego colectivo que, aparentemente, sólo se cumple en la algarabía y en la fiesta.



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