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VIOLENCIA SIMBÓLICA: IMPOSICIÓN DE LOS OBJETIVOS DE LOS GRUPOS DOMINANTES

El enorme impacto en el erario de estas prácticas, así como la angustia a la que se ve enfrentada la población ante la imposibilidad de acceder a los mejores tratamientos contra esta enfermedad, son inquietudes que suscitan una reflexión ética sobre los valores en conflicto y la incidencia de las estrategias de mercado que, incluso, llegan a interferir en las metodologías de investigación que se emplean para el desarrollo de los medicamentos. A partir de estas premisas, el análisis en perspectiva bioética que aquí se propone se desarrollará en seis etapas: en un primer momento se muestra cómo la necesidad humana de exceder sus propios límites explica en gran medida el auge de la IC para combatir el cáncer; en segunda instancia se evidencia que, aunque el tratamiento contra el cáncer es de alto costo, alcanza una gran cobertura en Colombia gracias a la financiación estatal de medicamentos innovadores; en tercer lugar se explica la forma en que se imponen simbólicamente valores empresariales solapados en la promesa de una cura para el cáncer; en un cuarto momento se revela el modo en que no son tenidas en cuenta las expectativas de los pacientes que participan en los EC por quienes forman parte de la cadena de producción de los nuevos medicamentos para el cáncer; en la quinta fase se especifican la medidas que privilegian a la industria farmacéutica y que reciben el aval del Estado colombiano y, finalmente, se concluye develando la manera en que se imponen los intereses de la industria mediante normas y políticas en salud, auspiciadas por los gremios, los científicos, los médicos, los pacientes y la ciudadanía en general. Estas prácticas se normalizan moralmente; a la industria le ha sido encomendada la producción de una innovación tecnológica cuya misión es la cura del cáncer3, enfermedad que afecta un gran número de personas; sin embargo, esta misión, que parte de una gran necesidad para la sociedad en su conjunto, es funcional a intereses utilitarios de las farmacéuticas, asunto que reclama un juicio ético global.

La violencia simbólica, para Bourdieu, es un tipo de violencia que se inculca mediante ejercicios de poder principalmente en escenarios académicos, en los cuales los estudiantes incorporan una serie de habitus de forma arbitraria (Bourdieu y Passeron, 1995). Sin embargo, este fenómeno no se agota allí, también se extiende a los ámbitos económico, político, estético y ético, en los que, igualmente, se asienta arbitrariamente una cultura dominante.

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En las relaciones sociales que reproducen la violencia simbólica se identifican un “dominador” y un “dominado”; el primero impone de manera indirecta una forma de violencia no física a los “dominados”, quienes “no la evidencian y/o son inconscientes de dichas prácticas en su contra, por lo cual son «cómplices de la dominación a la que están sometidos»” (Olisa, 2019, párr. 1).

En el ámbito académico, la violencia simbólica se traduce en un trabajo pedagógico que persiste durante años en la formación de habitus, interiorizados mediante la adopción arbitraria de principios que se reproducen en la práctica y perduran incluso luego de que ha cesado la “autoridad pedagógica” (Bourdieu y Passeron, 1996, p. 25).

Esta fuerza simbólica es persuasiva, se expande clandestinamente e intenta establecerse mediante la monopolización de ciertos criterios de legitimidad que adquieren una aceptación generalizada, lo cual, para Bourdieu (2002), es determinante en la destrucción de las conquistas sociales y dificulta la construcción de una narrativa común en torno a condiciones reales de igualdad política y social.

La violencia simbólica pone el acento en las relaciones de comunicación existentes en un mundo social; se integran simbólicamente en una acción autónoma con respecto a su propia existencia; así, “todo poder que logra imponer significaciones e imponerlas como legítimas disimulando las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza, añade su fuerza propia, es decir, propiamente simbólica, a esas relaciones de fuerza” (Bourdieu y Passeron, 2001, p. 4).