Pineal #18

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#Mar


Melanie Benyahya

Andrea Toribio

Directora Editorial

Jefa de redacción Maquetación Poesía

Kate Shogun

Pablo Álvarez

Director de comunicación Relato

Corrección y estilo Redacción

María Agra Fagúndez Poesía

Lisa Palper Collage

Artemisa Espinosa Fotografía

Ana Pérez Requejo Fotografía

Andrea Frye Poesía

Pablo Resino Relato

Sofía González Gómez Relato

María Roig Relato

Sesi García Poesía

Miguel Sáez Martín Collage

Iso

Fotografía

María Turreira Fotografía

Raquel Moncayo Terriza Fotografía

Portada y contraportada: Raquel Moncayo Terriza


HABITACIONES Marzo 2017


Collage: Miguel Saez MartĂ­n

En la jaula


K: Un pequeño y caótico agujero con las paredes de color amarillo, casi obsceno. Una ventana llena de notas repletas de asuntos pendientes. Una cama para uno, baldas llenas de libros, viejos y nuevos. Un escritorio con un mapa-mundi de fondo, para la agorafobia del espíritu miedoso. Armarios blancos llenos de arrugas con forma de torso. Cinco guitarras abandonadas, Nighthawks y cuadros. M: Espacio-templo, refugio de uno en formato king-size (Queen). Paredes turquesa, de techo alto triangular. El telar que me trajo mi padre de Siria para protegerme contra el mal de ojo, para protegerme me observa el gran ojo de cristal azul. “You can run but you can’t hide”, Placebo. Libros prestados, pendientes, robados e incienso. Luces de neón, para las noches en las que me quedo con el humo y conmigo. Luces que proyectan estrellas en el cielo triangular. Pilas de papeles desordenados; apuntes, dibujos, fragmentos de vida. T: Acumulo papeles, cuadernos de todos los tamaños. Una de las paredes es morada y tiene fotografías de las chicas Almodóvar, como de cómic. En el armario, ropa para no repetir durante un mes, no crezco desde que tenía quince años y la moda vuelve sobre sí continuamente. Bambas en un rincón y la ventana: la luz que entra por la oscuridad que sale. (Se podría decir que solo hay libros y no pasaría nada.) P: Un sótano más negro que mi reputación. Un sótano en un cuarto piso, todo es posible. El póster de aquel bolo en Benicarló: una niña agresiva moja su magdalena en una taza llena de sangre. Las sábanas, la limpieza de las sábanas, el recuerdo de mis primeras ladillas. Un escritorio donde escribo millones de cartas, ya no busco el destinatario. La ventilación, diaria, todas las mañanas en medio del sopor: ¿entrará una corriente de aire que cambie el rumbo de mi vida?

El Equipo de Pineal Magazine


FotografĂ­a: Raquel Moncayo Terriza


(sin título) En tu habitación hay dos posters de Quique González y un piano de pared. No los he visto y no sé si lo lograste afinar. Supongo que seguirás en ese piso de Lavapiés, estudiando para la oposición mientras te opones a mí. En mi habitación, libros apilados, cuadernos e incienso japonés. Ya no dejo el móvil en sonido en la mesilla de noche esperando a que me escribas. Nos conocimos en un supermercado y ahora me siento como un producto sin abrir que ha superado su fecha de caducidad. Según Google Maps, de mi habitación a tu habitación hay siete kilómetros. A mí me parece una eternidad. No me ha llegado acuse de recibo de la carta que te envié. No me importa si se ha extraviado, de hecho, la casilla del destinatario no ha parado de modificarse desde que dejaste de hablar. Mi amor es un sobre dentro de un buzón sin nombre.

Relato: Sofía González Gómez

Mi amor es un poster en blanco en una habitación vacía.


I look outside And see a whole world better off Without me in it trying to transform it Tyler Joseph

Fotografía: Relato: KateMaría Shogun Turreira

Si te dijera que llevo seis años sin ver la luz del sol, sin salir a la calle, me dirías que estoy loco, que esto es imposible, pero, en realidad, ese que cruza el umbral, sereno y callado, solo es mi cuerpo, pues yo solo habito en mi cuarto. Mi corazón sigue en la cama, demasiado nervioso para dormir, pero demasiado cansado para estar despierto.


Collage: Lisa Palper


FotografĂ­a: Iso



FotografĂ­a: Raquel Moncayo Terriza


Poesía: a.t.

A veces me creo que una habitación son cuatro paredes, solo porque me lo dijeron luego entiendo que a lo que llamamos habitación puede ser casi cualquier cosa la cuestión es meterse la palabra con la mano en la boca hasta el estómago y masticarla para que sea un paisaje claro y sincero, para que sea un par de pies que caminan en todas direcciones para que sea un conjunto de letras de ruina en las que poder quedarme y respirar que la palabra vuelva a través del estómago a través de la boca a través de la mano para poder decirla, escribirla yo.


METRO Y MEDIO DE MEDIDA En esta habitación no pasa nada desde que él se fue. Y él, ya sin nombre, una idea que se llevó dejando vacíos, camina la ciudad en paso lento, despreocupado. Cruza el paso de peatones y olvida que un día fue mi esperanza, que fue mi ciudad. Olvida y resiste, camina la ciudad. Llora esa buhardilla en alquiler.

En esta habitación no pasa nada desde que él se fue. Una guitarra y libros apilados que traen el miedo de abrir la página justo en el recuerdo que ni siquiera vivimos. El amor crea héroes de barro, héroes de barro en pasado. Que el poeta de otro tiempo siga hablando y que en esta habitación, donde no pasa nada, yo le siga entendiendo; eso es abrir una página de libros apilados y sentir pánico. Como si sólo la nostalgia fuera inherente; la nostalgia y lo perdido, la literatura; nosotros, ausentes.

Poesía: María Agra Fagúndez

Repito que la literatura va a salvarnos o a condenarnos. Ya no distingue color, ya no hay limbo de separación; se fue la infancia cuando el último murió. Ya sólo, alguna vez, el olor a leña ardiendo y el querer encontrar la idea que él se llevo cuando se fue en algún túnel de esta laberíntica ciudad que tiende, insoportablemente, a la nostalgia de la soledad.


FotografĂ­a: Artemisa Espinosa

En esta habitaciĂłn donde me mira la guitarra, indolente, y el poeta que pareciera no querer morir, sujetarse a la vida de una palabra que ya fue escrita, insolente que resuena en el fondo de la guitarra y se arrastra un metro y medio que es la medida de la nostalgia.


FotografĂ­a: Iso



Fotografía: Ana Pérez Requejo


LA AUSENCIA

Fotografía: Poesía: SesiGermán García Peñaranda

Las luces de la lámpara de IKEA y del calefactor barato que se unen en medio del salón traen a este pequeño ático del carrer d’Alí Bei un calor parecido al del hogar cuando te encuentro por las tardes leyendo un libro mientras el mar se apaga al fondo entre las torres góticas. Pero hoy, al regresar de la universidad e introducir la llave y abrir la puerta, he aparecido en un salón extraño, en un ático extraño, en un carrer d’Alí Bei muy, muy extraño porque te has ido a Reus a visitar a una amiga, devolviendo mi hogar, de nuevo, a los paseos largos de Periferia.


Poesía: a.t.

Me he sentado con mi dolor y nos hemos puesto a hablar mientras nos mirábamos a los ojos que tiene miedo y que por las noches siente el frío por eso recuerda los lugares cálidos, lugares en los que yo nunca estuve y me callo porque el silencio es mejor, pero quiere seguir diciendo, seguir significando siente que ha estado encerrado en un árbol en el que la luz llegaba tenue, breve y que el tiempo se resumía en la caída de una hoja sobre el suelo le pongo una mano en el hombro, le digo que los espacios de memoria no existen, pero señala un cielo en el que no hay nada y es entonces cuando entiendo que debemos seguir mirándonos a los ojos, seguir hablando seguir, en definitiva, seguir.


FotografĂ­a: Raquel Moncayo Terriza


FotografĂ­a: Iso



Nunca cruzaste el umbral, pude verte en el rítmico sonido de los pasos que se alejaban por el pasillo. El café estaba listo y las tazas nos esperaban impacientes en la mesa del salón. Yo tampoco crucé el umbral, supongo que finalmente aquellas tazas dejaron de humear. Bajé las persianas y me enterré en estas sábanas limpias y blancas que jamás llevarán tu aroma.

Fotografía: Sergio Garot

Fotografía: María Turreira; poesía: Andrea Frye

No hay día, no hay noche, apenas me acompaña el fantasma de aquel eco en mi memoria.



El murmullo

Una mañana de domingo, poco después de despertar, encontró líquido el aire y con la nube del sueño instalada en la cama, se sintió parte de una órbita. La pared de enfrente, la que no dejaba de mirar, no se movía, ni un ápice, pero algo entonces sí que tenía que estar moviéndose porque desde luego nada estaba parado. Haciendo a un lado las fogosas inquietudes semánticas, sentir que nada estaba parado era algo, y algo completamente nuevo, que ocupaba un espacio en su organismo y se sentía porque latía y se pensaba porque hablaba. Y hablaba claro: “tas, tas, tas, uno, tas tastas dos, tastastastrés, pasa pasa pasa…” era lo que decía esa melodía nueva. O parecido. O similar, pero ordenado y claro, limpio, por entre la desmadejada calentura del sueño. ¿Habría lugar para el sexo en la mañana? Por supuesto, y por supuesto basado en el reciente descubrimiento. Así que las paredes hablan, responden, reflejan, recogen. Así que puedo hablar con ellas y obtener algún tipo de información codificada pero tangible, y todo lo que tengo que hacer es emplear algo de tiempo en descifrarla o mejor, interpretarla, sin ni siquiera tener en un primer momento que entenderla. Bien. Se levantó y se acercó al muro. Puso su mano derecha sobre él. Sintió la templada blancura, y al arrastrarla en horizontal, la áspera suavidad de su planicie, apenas moviendo la palma y apelmazando los pequeños músculos. Después acercó la cara y lo tocó con la nariz. Aspiró el aroma neutro y general de la habitación, acostumbrado desde mil años atrás a su propio olor siempre cambiante en estos días, y lo hizo a través de la pared, que sugirió sin embargo una nota nueva. Sin

lugar a dudas, todo se mueve, pensó. Un matiz pegajoso pero no desagradable le cedió sitio a un otro enorme que sin miedo se abría paso como si hubiera caído durante la noche lleno de toda la energía de la calle, del vecindario, del común de las casas bajas que lo formaban, de los gritos sin persona imposibles de aislar un domingo por la mañana. Una aceleración rajada y plausible, un ritmo, un compás creciente que podría recordar y repetir, una llamada al tempo de los sabores de la luz y el sexo, una llamada de atención, una introducción del alien de la evolución. Un paso. Habrá tanteado su cuerpo como buscándose en los bolsillos un mechero o una caja de cerillas o algo con lo que encender un resto de cigarrillo abandonado por la noche en el alféizar de la ventana que continúa la pared. Habrá tanteado los calzoncillos como si en ellos hubiera bolsillos, la camiseta como si tuviera compartimentos especiales adaptados para fumadores. A pesar de las razonables y estrictas normas de la casa, nuestro héroe podrá fumar durante el tiempo que considere necesario hasta que se canse y siga con otras cosas. Vicios sin adquirir, sólo tentativas, sólo momentos de asueto proyectando imágenes de un pasado remoto y mejor aunque indiferente, pequeños lapsos de nostalgia estética acompañados de varios crecimientos orgánicos, el del poder de decisión, el de relativización de la autoridad, el cuestionamiento de la ley y la construcción de novedades que continuamente le hacen sentir, porque lo es, mayor. Mayor cada día, mayor cada hora, mayor cada minuto.

Relato: Pablo Resino

Fragmento


Por eso, los padres sabrán, y no dirán nada al héroe, y entre ellos sólo murmurarán con los ojos que vale más callar y sonreír hasta que el héroe, fundido una mañana en la cola de un restaurante, se desmaye y se asuste y no vuelva nunca a hacer nada que lo perjudique así, en esos términos específicos, con eso. En esta familia se aprende de los errores con la misma facilidad que se cometen, con la misma facilidad con que se aprende todo lo demás. De todo esto se habrá ya dado cuenta nuestro héroe mientras fuma sentado en el alféizar el resto de cigarrillo sin encender, aparentemente distraído, recordando en realidad, las cosas que pronto deben suceder, observando con detenimiento y curiosidad cómo se solapan a las que ya están pasando y a las que ya han construido su cuerpo y limado sus gustos, hecho callo en pies y manos, afeitado desde la primera vez la casi barba y la información inútil. Observa, efectivamente, sus afectos, mientras mira por la ventana cómo se disipa el frío al que es impermeable, mientras decide dar la última calada al cigarrillo condenado, sin humo, sin aire que entorpecer. Hay hambre. “Ese chico, ese chico…” dirán a menudo sobre él. Pensarán a menudo que es diferente, que a veces parece que apenas se sostiene, que levita como un pensamiento pesado y frágil a punto de desvanecerse, como una verdad que podría ser otra verdad pero que, acaso accidentalmente, es ésa y está ahí, flotando, mostrándose unos instantes mientras sigue un rumbo desconocido para los demás. Ese chico pasea por la casa en silencio y abre todas las puertas que encuentra. Con sigilo y precaución, con

tacto divino, se asoma a las habitaciones de la casa y continúa observando. Primero la habitación de su hermana, donde ella duerme y crece, donde ahora sueña sin hacer ningún ruido (siempre se sentirá fascinado por el silencio que emerge del sueño de su hermana y se extiende por todo el cuarto. Todo calla. Él cree que es así porque así debe ser el escenario perfecto para que el subconsciente arrollador de ella explote con todo el ruido necesario para cimentar su realidad diaria, la consciente, la de este lado. Y lo admira, ama ese silencio, lo lleva consigo y lo recuerda vívidamente cada vez que los estruendos del mundo intentan confundirlo);la persiana a medio bajar, dejando entrar la luz justa, la lámpara apagada y fría sobre la mesa llena de libros, papeles, lápices y rotuladores, el móvil a la misma distancia de la cabeza que de la ventana, las zapatillas bajo el radiador, la alfombra doblada en una esquina. Si algo le da fuerzas para empezar el día y a la vez le empuja a sentir el sueño y el peso de la vida es esta imagen inabarcable, tan llena de pequeñas imágenes, tan compuesta que será imposible retenerla fija y siempre que acuda a él deberá poner el objetivo en movimiento. La siguiente habitación, al otro lado del pasillo, es la de sus padres. La puerta es más pesada y abre peor, pero la destreza de este chico se ha gestado durante años de callada y aplicada y analítica contemplación, y no incurrirá tampoco hoy en el grave pecado de interrumpir el descanso sagrado de sus padres. Surge su cabeza apenas hasta la nariz como antes, en previas consideraciones, despuntó el sol contra su cara.


todos los plazos, felizmente hastiado por la visión de sus padres durmiendo un día más, una semana, a final de la semana, más. Baja las escaleras y allí espera el perro, viejo y bueno, todavía también dormido, cuya cola sin embargo es la primera en advertir la presencia del chico. Apenas unos cansados coleteos antes de que la mano de él se pose sobre su cabeza y sobre su lomo, y le diga “chss, chss, sigue durmiendo”. El perro obedece sin darse cuenta, y sigue durmiendo. El chico encuentra la mesa de la cocina preparada para el desayuno, como había previsto el día anterior, antes de que empezara la noche. Aquí las naranjas y los tomates, aquí el aceite, aquí la cafetera con el agua y el café, aquí la leche, aquí el pan cortado y los bollos. “Ese chico…” piensan todos los que creen conocerle. Ese chico respira, consciente, y empieza a preparar el desayuno.

Relato: Pablo Resino

Su madre ronca suavemente acariciando el aire aterciopelado de la casi absoluta oscuridad. El perfil de su padre no remite información nueva, y el chico estudia la mínima luz que lo dibuja, sabiendo, tirando de archivo, que su padre se mantiene ajeno a la atmósfera sin dejar de ser una parte esencial de ella. Esa misma atmósfera sugiere que la bombilla del armario sigue fundida, que la ropa se amontona en la silla del escritorio, que la madre se quedó leyendo hasta tarde y por eso su sueño suena marcadamente más profundo. La esencia de la lectura acompaña la ramosa decoración de las paredes, tan ajustada, tan dibujada, tan de memoria. La noche, que había entrado tarde en esta habitación y deseaba quedarse hasta que la habitación cerrara, ha debido escapar con la ilusión del chico, que ya retira la mirada, concentrado en el porvenir, usando todo su intelecto siempre para lo que está por suceder, en


FotografĂ­a: Artemisa Espinosa


Fotografía: María María Turreira Turreira; relato: María Roig

Estoy triste. Desganada. Voy a intentar trascender la sensación de mi cuerpo a la palabra. Qué difícil. Difícil porque mi mente domina mis impulsos, se apodera de mis manos al escribir y aleja de mi alcance cualquier intento de verosimilitud. La culpa es mía por ser activamente consciente de lo que escribo. Y de lo que no. Que día más gris. Me acompaña hasta el color del cielo. Está en consonancia con mi cuerpo y con mis lágrimas. No tengo ganas de comer. Vete. Estoy gorda. ¿No lo ves? Y aunque no lo esté, yo sí que me veo. Y mira que no me miro demasiado en los espejos, son traición. Son puñales gratuitos que están por todas partes. En todas las casas, en todos los lugares de acceso público o privado. Parece que solo nos hayamos puesto de acuerdo para poner espejos. Nadie me preguntó si gustaba de mirarme mientras meo. Pues no. Ni cuando meo ni cuando no. Me repugna tener que encontrarme conmigo misma hasta cuando no me pienso.


Haces un esfuerzo titánico por evadirte de tu mente y de repente PUM te cruzas con tus pupilas encarceladas en una especie de cuadro que te enmarca como si fueses digna de museo, pero fuera de un museo, o de admiración, admirable y cotidiano acto el de mear. Pero es que están en cualquier parte, por banal que sea el lugar o por mediocre que seas tú (la obra de arte). Qué cruel. Pensadlo. Y si están ahí es porque quieren que te mires. Quieren que te asegures de lo que ves en tu mirada. O que lo cuestiones y lo quieras cambiar, siempre a tiempo de poner remedio. Quieren convertirte en presunta culpable. Quieren asegurarse de que no saldrás de ésos ángulos si no estás preparada, que si tienes que retocarte lo harás, porque te habrás mirado y te habrás percatado de todo lo que te falta. Además, antes de llegar a mirarte te habrás cruzado con un centenar de miradas que juzgándote en silencio te habrán acribillado a sentencias. Cadena perpetua en mis ojos.


FotografĂ­a: Ana PĂŠrez Requejo; texto: Kate Shogun

La diferencia entre un intruso y un invitado en tu cama es la cadencia de tus latidos.


Š Pineal Magazine, Madrid, marzo 2017. pinealmagazine@gmail.com ISSN 2530-1519



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