Tast viaje alrededor bay (int) retazos

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Retazos

1. —El mundo real es insuficiente para mí. Necesito más. Necesito recrearlo. —Bueno, aquí me tienes. Empecemos cuando te plazca— le respondió su imaginación. 5. De tanto tiempo que pasaba en la luna de Valencia se fue a vivir a la ciudad de Valencia y comprobó que estaba muy a gusto estando cerca de su luna. Encontró un trabajo pero al ser tímido y retraído, no sabía relacionarse muy bien con los demás compañeros de trabajo, por eso se alegró cuando por fin, una compañera se le acercó y le invitó a tomar una copa por la noche. Él, emocionado, aceptó encantado y le dijo: “Si te apetece, sería interesante que también viniese mi luna, no me gusta por la noche dejarla sola y abandonada” La chica se extrañó. Lo miró de arriba abajo y contestó: “Déjalo, no me van los tipos raros” 6. Cuando se sentaba en un banco del parque le gustaba mirar a su fiel sombra. A veces podía permanecer completamente quieto durante largos minutos, observándola fijamente y comprobar cómo se desplazaba ligeramente. “No te escaparás” le decía él. Por la noche cuando su mujer le preguntó qué novedades le había ofrecido el día, le contó la apasionante aventura y su feliz descubrimiento: “Era un movimiento sutil e imperceptible, pero te juro que se movía” le expresaba todo dichoso. Ella moviendo la cabeza y con gestos de soportar otra vez las curiosas historias de su soñador marido, le respondió con una frase de profunda resignación: “Ya empezamos…” Él se levantó y todo


indignado le contestó “E pur si muove” (Y sin embargo se mueve) 11. …y con los únicos que se encontraba realmente a gusto era con los fracasados, los enanos, los desesperados, algunas personas mayores, los niños, los marginados, los solitarios, los raros, los inadaptados, los perdedores, los tartamudos, todos los tímidos, los extraterrestres y algún género más por el estilo. 16. En el inicio de la película “Dos cabalgan juntos” de John Ford, el sheriff (James Stewart) está sentado en la terraza de la cantina tomando una cerveza y viene el camarero a contarle indignado que la viuda de Gómez ha dado a luz a un niño. —Bien por la viuda— responde James Stewart tranquilamente —Pero señor, hace más de un año que el señor Antonio Gómez está enterrado. —Por lo visto, algunos hombres no están quietos ni muertos— concluye el sheriff. Ese inicio memorable, es una lección de saber estar en la vida y sobrellevar algunos acontecimientos que nos ocurren. Y viene a colación una frase de Kipling que a mí me fascina: “Siempre me he inclinado a pensar bien de todo el mundo; evita muchos problemas” Pueden llamarme cándido e incluso ingenuo, que no me enfado, pues prefiero confiar en la bondad de nuestros semejantes que ser suspicaz y empezar a sospechar. Confiar en la gente es garantía de tener un espíritu generoso, abierto y gozoso. Además, aprender a mirar de forma amable e inocente, es un proceso que requiere tiempo, pues lamentablemente se pierde al concluir la infancia, y cuesta heridas y haber padecido varios desencantos, poder volver a recuperar cierta candidez en los ojos, desprendiéndote de recelos que oscurecían el alma


y que a estas alturas, ya necesitamos algo que dulcifique y repare un corazón, que ya empieza a pasarnos factura por tantos quebrantos que ha sufrido. Recuerdo hace años cómo un periodista, estando en medio de un conflicto armado, contaba que las noticias que les llegaban las clasificaban en diferentes grados: Así una noticia catalogada como cinco, significaba nula credibilidad; la calificada como cuatro, algo de credibilidad; la numerada como tres, podía ser cierta; la apuntada como dos, era tomada bastante en serio y posiblemente fuese cierta a la espera de una confirmación, y la descrita como uno, era una información veraz y contrastada. Pues bien, yo, como el sheriff James Stewart, me creo a pies juntillas todo lo que me cuentan y a cualquier información que me ofrece una persona le doy una calificación de primera, es decir, indiscutible y absolutamente veraz. ¿Por qué? Primero, no me gusta que piense que soy desconfiado, ya mi madre me enseñó desde pequeño que es de mala educación sospechar de las personas; segundo, tiendo a pensar cada vez más que los demás llevan la razón; tercero, no me cuesta nada creérmelo; cuarto, no quiero llevarle la contraria si no me castiga con más cháchara, y quinto y definitivo, a fin de cuentas ¿quién sabe qué es y dónde está la verdad? ¿Conoce usted a alguien que esté en posesión de la verdad absoluta? Pues eso. ¿Y usted todavía anda con suspicacias, y no se cree lo que le cuento? Ay, que así no va por buen camino. 19. ¿Qué hacer cuando el mundo se cae a trozos, las ilusiones se van por el desagüe y los políticos habitan en otro planeta? No hace falta irse a Nepal para encontrarse con uno mismo recitando mecánicamente mantras; tampoco aterrizar en las Vegas disfrazándose de Elvis cantando “Always on my mind” y ponerse a lloriquear por un amor que al final se esfumó; nada de refugiarse en una torre de marfil y encerrarte con tus cosas despreciando todo lo que sea material. To-


dos los mundos están en éste, lo único que hay que hacer es no desesperarse en encontrar un lugar en este maldito caos. Renovar la cara, colocarse una gorra, coger una caña de pescar o una bicicleta y con esa pinta, dar una vuelta por los alrededores para conquistar una parcela e intentar construir un mundo en ese minúsculo espacio. Y todo eso aderezado con una suave y cándida sonrisa: que el mundo esté hecho unos zorros no implica que yo esté de mal humor y me ponga a despotricar contra todo. Simplemente ante este desconcierto, reivindicar nuestra propia autonomía e intentar erigir un paraíso. Un sendero desconocido, contemplar la mirada inocente de un niño cuando se maravilla observando el paso de unas simples hormigas, o descubrir formas suaves en las nubes que nos acompañan, pueden ser sensaciones suficientes para alimentar nuestra alma. Recuperar las ganas de vivir caminando o yendo en bici, como los personajes de Jacques Tati, o Charles Chaplin: el amable y anarquista Mr. Hulot, o el sonriente vagabundo Charlot con su bombín y bastón, han aprendido que el mundo es un caos pero no hace falta encolerizarse, pues ya que estamos aquí, aprovechemos y gocemos de lo que nos ofrece la vida. Dar la vuelta a nuestra existencia con una sonrisa ante unas absurdas y adustas convenciones que tenemos que soportar, pues pensándolo bien, es para ponerse a reír si un extraterrestre nos visitara y observara objetivamente. Con un sutil desenfado, cierta mirada virginal e intentando no arrugarse antes las inclemencias del destino, estos simpáticos supervivientes nos dan la clave para enfrentarse a una evidencia implacable: el mundo está loco, loco, muy loco. Y ante esa certeza, hay que reinventarlo, pero sin amarguras. 20. Ni una mirada cruzada, ni se atrevía a entablar alguna conversación trivial que se dan normalmente entre compañeros de oficina, para no caer en un terrible error y ofrecer


sin querer alguna señal que delatase su secreto, pues se moriría de vergüenza. Y cuando coincidía con él, era cuando más cautelosa estaba y más reservada se mostraba, no ofreciendo ni un pequeño detalle, ni el menor signo para que él no se percatase en ningún momento de que ella lo amaba loca y apasionadamente. 28. Rudolf Steiner nos ofreció una frase gloriosa y además reveladora: “Cuando algo concluye, debemos pensar que algo empieza” Cuando algo termina, no hay que lamentarse porque también se abre un mar lleno de posibilidades (qué palabra más bonita ¿verdad?) La vida es una sucesión de etapas y es ingenuo pretender que ese instante que gozamos y que fue maravilloso, se paralice, pues todo es un proceso de renovación, es ir mudándose continuamente para adaptarse a las nuevas circunstancias que se nos presentan y así, pasan algunas personas, etapas, ilusiones… Ya se sabe que el paso del tiempo es un proceso de liquidación, de pérdidas, de continuos fracasos pero también de algunos encuentros; no hay que lamentarse y hay que tomarlo de forma natural. Existe cierta expectativa ante el futuro al no saber qué acontecimientos nos puede deparar. ¿Hay que llevar puesto un velo negro por la pérdida de una ilusión? Tal vez algo desconocido e inesperado nos acecha a la vuelta de la esquina. ¿Por qué no? Quizá lo que nos espera sea más sugerente, sutil y enriquecedor que lo que concluyó o se perdió. 35. Querido Mario: Cuando recibas esta carta ya estaré lejos de ti. Después de convivir contigo durante dos semanas he de decirte varias cosas: No es cierto que tenga mal carácter, dime sinceramente si una persona que viva a tu lado puede soportar que te pases más de doce horas delante del ordenador, chateando con el twitter, facebook, o divirtiéndote con juegos online; pero bueno, para ti es normal, tan normal que tenga que ha-


cer la comida deprisa al llegar de trabajar ya que me cuentas que has estado buscando trabajo en el ordenador, cuando tranquilamente dejas la pantalla abierta con un juego de rol. Después de ducharte, la ropa sucia se echa en el cubo de lavar y no se deja tirada por el suelo ¿de acuerdo? Y aunque no tenga una carrera no te da derecho a menospreciarme diciéndome que no me entero cuando escucho las noticias. Y por último, no me llamo Ana; Ana era tu antigua novia y en el momento cumbre de la pasión, es terrible confundirte y no sienta nada bien a la persona que está a tu lado ¿vale? Recibe un cordial saludo de Mari Carmen. Soy Mari Carmen ¿te acuerdas de mí? 36. Paseando por el cementerio de un pueblo encontró una inscripción en una lápida que decía: “Jamás te olvidaré. Tu esposa M…” Estaba fechada en 1894. No se podía percibir el nombre completo de la autora de esa dedicatoria que el paso del tiempo también había borrado y olvidado. 41. A alguna persona cuando habla, le gusta sentirse importante y que la gente esté atenta a todo lo que dice pues tiende a creerse todo lo que expresa. Se le descubre por el tono solemne que muestra, el énfasis que utiliza y por la ausencia total de ironía que hace juego con el rostro circunspecto que ofrece. Sus gestos, vitales y aleccionadores, acompañan a unos ojos que escudriñan la faz del oyente para que no desfallezca en su exposición, ya que considera que está en posesión de una información sumamente valiosa que los demás no se la pueden perder, obligando al auditorio a estar en todo momento pendiente de ese sutil conocimiento, de ese maravilloso discurso repleto de sabias palabras pronunciadas en estado de gracia. Y con brillante retórica y una adecuada puesta en escena, exhibe con contundencia, muestra convicción en los detalles, sin ninguna contradicción en sus ideas, con aplomo, sin vacilaciones, manifestando en


todo momento seguridad en sus argumentos, no dejando algún fleco suelto, todo correcto, formal, ordenado, recto, impecable, intachable, respetable… 42. “Desgraciadamente se empiezan las cosas de joven”, dice Josep Pla. Efectivamente. Lo sensato sería que uno eligiese un trabajo o que empezase una carrera alrededor de los 40 años; casarse no antes de los 50, y comenzar a realizar alguna cosa útil alrededor de esa edad. Lo anterior es un simple prólogo, pinceladas de diletantes sin ton ni son, escaramuzas varias sin ningún sentido. La parte más sabrosa de la vida, la etapa más fértil y placentera y en la que uno está medianamente capacitado y no desvaría demasiado, empieza a partir de los 50. Los años anteriores son choques baldíos, experiencias inmaduras y tentativas funestas de cabezas huecas. 43. A veces le daba la locura y aprovechando que su mujer estaba en el fregadero y que tenía las manos ocupadas en limpiar los platos, le abrazaba por detrás y apoyaba su cabeza en su espalda susurrándole cosas tiernas. Así permanecía durante unos minutos. Lo llevaba haciendo desde que se casaron hacía más de 35 años. Ella no paraba de quejarse que así no podía avanzar, y al final le exclamaba que se largase de allí. Cuando su marido de repente falleció, curiosamente lo que más recordaba era esos momentos tontos, incómodos y pueriles en el fregadero. Y cada vez que enjabonaba los platos pensaba que su marido le cogía por detrás musitándole esas palabras que le hacían más placentera la existencia y que ahora tanto añoraba. Y tristemente recordaba: “Estate quieto y déjame trabajar. No me digas esas cosas que no respondo de mí. Mira que te doy con el limpiavajillas por pesado. Que te largues” 46. –Que no señora, le repito que no soy yo. Solo soy un hombre mediocre, sin apenas atributos, completamen-


te desajustado y desgraciadamente tímido, inseguro y sin desparpajo, pues delante de la gente me aturdo, empiezo a balbucear o enmudezco irreversiblemente. Es ese desgraciado que usurpa y suplanta mi personalidad y firma con mi nombre. Qué le vamos a hacer. Ese ser escurridizo y poliédrico, cuando se obstina en soltar burradas, no prevé los efectos que ocasiona y tengo que sufrir las consecuencias. Resignado, debo soportarlo y le puedo asegurar que ya estoy cansado de tanta impertinencia. Y cuando le da por sacar la vena sensiblera de garrafa es para avergonzarse de lo cursi que se pone. Con gusto le daría un par de bofetadas para que espabilase y que parase de escribir más tonterías. ¡Qué cruz, Dios mío, qué cruz hay que sobrellevar! 47. Supervivencia. Se habían conocido la noche anterior y por la mañana la pareja se encontraba acaramelada, jugando como niños y jurándose amor eterno mientras escuchaban canciones de los Beatles que a ambos les traía buenos recuerdos. —¿Cuántos hijos has dicho que tienes?– preguntó cariñosamente él —Sólo tres. Son encantadores: Carlos tiene 25 años y ha terminado un módulo de mecánica y está buscando trabajo; Vero tiene 22 años pero que ya es madre de un niño muy guapo que cuidamos entre todos, y la menor Andrea de 19 años, que a veces tontea con las drogas pero bueno, cuando quiere lo deja. Cuando les conozcas, verás lo majos que son. Y tú, ¿cuántos hijos tienes? —Uno: Alfredo de 25 años, que al no encontrar trabajo se ha ido al extranjero en busca de un porvenir. —No te preocupes cariño, que con amor todo se soluciona. Siento una corazonada que me dice que tú eres el amor de mi vida, el hombre que he estado buscando desesperadamente. Hay que dar una nueva oportunidad al amor, olvidando las relaciones anteriores y así seremos felices ¿verdad?


—Sí, pero, ¿a dónde metemos a tanta gente?– preguntó él inocentemente. —¿Este piso no es tuyo? Aquí he visto cuatro habitaciones y cabemos todos divinamente– dijo sorprendida. —Este piso me lo ha prestado un amigo para pasar la noche. Hace un mes que me desahuciaron de mi casa y yo pensaba que al decirme que tú tenías piso, creía que podría irme a vivir contigo. —Vamos a ver: ¿me estás vacilando? ¿He pasado la noche con un muerto de hambre y ahora resulta que no tienes nada? Tendrás trabajo por lo menos ¿no? —Antes cobraba 420 euros en concepto de ayuda, pero esa prestación no me la renovaron. Ahora estoy buscando trabajo. (La mujer da un respingo del sofá) Pero cariño, no pongas esa cara: tú has dicho que con amor todo se puede solucionar ¿no? —No quiero oír más. Es suficiente. Eres un impresentable. Eso me sucede por salir con el primer idiota que pasa sin pedir referencias. Si tengo la negra y sólo recojo la morralla que no quiere nadie. Dios mío, ¡y la semana que viene me desahucian del piso por no poder pagar el alquiler de los últimos seis meses! Mira, me voy, y si te he visto no me acuerdo ¿entendido? 49. El chico siempre la saludaba cortésmente y ella le devolvía el saludo con un gesto mecánico, no diríamos con sequedad, pero sí con cierta desgana, ajena a las turbaciones interiores que esa persona causaba en él. Durante un año, esa chica jamás imaginó que el compañero callado del negociado de la sala contigua, algunas noches soñaba con ella. La verdad es que ese chico retraído, no despertaba en ella ninguna simpatía ni tampoco hostilidad, simplemente al ser tan parado carecía de interés, le era completamente indiferente y no sentía ninguna curiosidad por conocerle pues lo consideraba prácticamente como un mueble más que habitaba en el despacho.


Hubo reajustes en la oficina en la que trabajaban y él, al ser de los últimos en llegar, la empresa le obligó a desplazarse a otra sucursal distante a treinta kilómetros del lugar de dónde se encontraba. Se fue despidiendo uno a uno de sus compañeros y todos lamentaron que les dejase. Y cuando le tocó el turno a ella, él tímidamente le dijo: —Y ahora ¿qué? —¿Qué de qué?— contestó extrañada. —Qué pena ¿verdad?— dijo tristemente él. Ella interpretó que se lamentaba de que tuviese que coger el coche y desplazarse a un pueblo distante perdiendo tiempo y dinero, pero desconocía que se refería a que se separaba de una persona con la que algunas noches imaginaba que vivían juntos magníficas aventuras, y que ahora sin su presencia, se encontraría desvalido, sin la materia prima que alimentaba sus sueños. Y mientras se desplazada en coche al nuevo lugar de trabajo pensaba en ella: “Cuántas y cuántas aventuras maravillosas compartimos: fuimos a la Tierra de Fuego donde viven los fueguinos que nos enseñaron el complejo y fascinante mundo de la pesca artesanal; vivimos en Samarcanda lugar mítico en la ruta de la seda y encrucijada de culturas, dónde Marco Polo quedó hechizado por su hermosura; paseamos por las montañas coloreadas de Zhangye, lugar cautivador donde curiosamente no habita la imaginación pues la realidad supera cualquier atisbo de ensoñación; recorrimos, antes de que fuesen destruidos por el rey Evemero, por los jardines colgantes de Babilonia que desprendían un aroma capaz de animar el corazón de cualquier aventurero que busca emociones… y usted, apreciada vecina, ni siquiera lo sospechó. Qué pena ¿verdad?” 59. Sé que todo es ilusorio, y no es una percepción vaga o imprecisa que pueda tener, sino una evidencia, una certeza absoluta. Y si para mí, lo imaginado ocurrió, no comprendo


por qué ella me ignora después de las maravillosas aventuras que tuvimos, de esas fascinantes historias que compartimos. ¿Por qué ahora me trata como si fuese un extraño, sin aquella complicidad repleta de miradas cálidas y amplias sonrisas que ella me otorgó? ¿Cómo pudo olvidar aquellos momentos inolvidables? No lo entiendo. Qué raro es todo ¿verdad? 60. –¿Te parece bien las cosas que sueltas?– le preguntó indignado. — … (silencio) —¡Venga, contesta, no te calles ahora!– le increpaba mientras le zarandeaba. —Yo no tengo la culpa de estas malditas ensoñaciones que sufro, es que mi mente es así– murmuró al final cabizbajo y encogiéndose de hombros. 61. Schopenhauer estaba desilusionado después de comprobar cómo al cabo de nueve años de publicar su gran obra “El mundo como voluntad y representación”, tuvo escasa difusión y nulo reconocimiento. Y tristemente escribió: “Mis lectores no son de esta época” (creo que dijo algo así ya que lo leí hace muchos años). Tampoco supo manejarse bien con las mujeres: su poca desenvoltura derivó en una pésima relación con ellas que acentuó su carácter misántropo. Incluso tiene un libro donde hay un pequeño capítulo titulado “Sobre las mujeres” que raya la misoginia. Creo que no soy misógino, pero sí un desconocido y aprendiz de letras. Uno anhela que estas palabras metidas en una botella arrojada al mar, lleguen a alguna persona agradecida. Pero también puede ocurrir que pereciesen en el inmenso océano y no arribasen a un posible lector complaciente. No importa, porque para mí, esta aventura creativa sí que fue fascinante y apasionante mientras la imaginé. Y en esos momentos únicos e íntimos, me he sentido un ser


libre, sin ataduras; esos instantes intensos y placenteros que soñé, me pertenecen y no me los arrebata nadie, absolutamente nadie. Y no los cambio por nada del mundo. Yo lo sé y es suficiente. Lo demás, no importa. 83. Posibilidad. No empezó a creer en las casualidades hasta que se encontró con ella en un paraje solitario, tomándolo como una señal del cielo. Fueron únicamente cinco minutos. La vida, a veces, está encerrada en cinco minutos, y ese recuerdo se clava y perdura gratamente en la memoria. Si el azar había sido generoso al ofrecerle ese encuentro ¿por qué no iba a darle nuevamente otra oportunidad de relacionarse con ella de manera natural? Empezó a albergar la esperanza de encontrársela de forma fortuita, pero lejos de las aglomeraciones o tumultos como podría ser un supermercado o una plaza, ya que esos lugares no le interesaban porque no daban pie a que ella se manifestase tal como era. Empezó a calcular la posibilidad de encuentro en lugares alejados o solitarios. Era casi remota, pero no imposible, ni nula. Esa minúscula y escasísima posibilidad existía, y esa infinitesimal esperanza alimentaba sus horas de poder cruzarse nuevamente con ella y conjeturaba si iría, por ejemplo, al solitario jardín de la antigua fuente, y a qué hora y cuánto tiempo permanecería allí. Nada sabía de los lugares solitarios que ella frecuentaba pero no desesperaba. Quizá en esa espera, aunque fuera absurda y peregrina, encontraba cierta dicha. Ahora camina por las montañas o se va a la playa al atardecer y la espera pacientemente. El tiempo no importa: hay horas para descubrir tantos espacios, tantos mundos… El mundo es el lugar donde pueden caber todas las posibilidades, por lo tanto sería lamentable excluir esa pequeñísima posibilidad de encuentro que le estimulaba. A veces el camino más cercano y atractivo entre dos personas no es una


línea recta, pues ese acercamiento, si se da, no es tan sencillo como parece, requiere su tiempo y en ocasiones necesita de la ayuda de un entorno sugestivo para poder crear una predisposición favorable a ese encuentro. Tenía que ser en un lugar prodigioso como fue en aquel remoto paraje cerca del río cuando a solas se encontraron. Y así pasa tranquilamente los días, esperando que el azar les una otra vez en un lugar mágico durante cinco minutos más. No aspira a más. “La vida es eterna en cinco minutos” cantaba Víctor Jara en la preciosa canción “Te recuerdo Amanda” Claro que también podría ser en el descanso de la empresa en que ambos trabajan desde hace dos años, y dirigirse a ella y entablar una breve conversación, pero ese chico es torpe en las relaciones humanas, y el camino fácil y directo tampoco le va. Además piensa que esa conversación sería fría, banal y poco espontánea. Y ese parloteo o especie de cháchara disfrazada de diálogo y que todo lo corrompe, no le atrae. 98. Teníamos unos catorce o quince años y en aquella época, a mitad de los años 70, nos confesábamos cada tres o cuatro meses para limpiar nuestras faltas, hacer propósito de enmienda y pedir perdón por nuestros pecados. Recuerdo a un cura que tenía obsesión por el sexo y después de escuchar la consabida y previsible retahíla de pecados veniales que declarábamos tales como que a veces no obedecíamos a nuestros padres o que se nos escapaba alguna que otra palabrota, el párroco nos hacía la pregunta estrella, ese pregunta humillante, indecorosa y ofensiva: “Y tú hijo mío, ¿te tocas mucho o lo normal?” Y el problema estaba en averiguar qué demonios significaba el concepto de “lo normal”: ¿Una vez al día, una vez a la semana, o como el bestia de M. que estaba tan encendido que lo hacía tres o cuatro veces al día? No sabiendo cómo salir del atolladero le respondí: “Yo, lo normal. Como usted, supongo” Cuando escuchó la respuesta se quedó estupefacto y luego empezó a maldecirme, saliendo


de su boca sapos y culebras: “Niño del diablo. Te voy a excomulgar y no entrarás en el reino de los cielos” “Entonces de penitencia ¿tres padrenuestros y dos avemarías?” le pregunté queriendo librarme de esa incómoda situación, pero el cura fuera de sí exclamaba: “¡Ni rezando el rosario entero y obligándote a ir a la novena te vas a librar del vil ultraje que has proferido!” En fin. Así pasábamos nuestra adolescencia con esos juegos tan inocentes. 101. Al final todo se evapora, todo pasa, todo se va, todo tiene su fin. Así es, como los sueños y la vida de cada uno de nosotros. En fin. 102. Las cosas maravillosas aparecen cuando uno cree que es posible que sucedan, porque si cerramos esa puerta, también impedimos la posibilidad de que la sorpresa nos visite, y empequeñecemos enormemente nuestra existencia. Todo es posible en esta vida: en las cosas ordinarias pueden suceder las cosas más extraordinarias que uno puede imaginar, siempre y cuando se tenga el espíritu predispuesto y un corazón abierto. Todo es una cuestión de fe. 106. Algunas personas maliciosas afirman subrepticiamente que soy buena persona. Por supuesto no me conocen; si me conociesen un poco no se atreverían a manifestar tal calumnia. Son unos malditos cobardes que se escudan en la sombra y que no se aventuran a decírmelo a la cara como haría una persona decente y valerosa. No hay derecho; hago todo lo posible para que me consideren un canalla, me esfuerzo con denuedo y escribo cada semana con ilusión para que me desprecien un poco y que me califiquen como persona ruin y viciosa, y al final resulta que algunos miserables insisten en considerarme buena persona. Lamentablemente hay gente que va a piño fijo y no cambia ni a tiros.


109. Nadie percibió cuando paró de llover, cómo esa diminuta e insignificante piedra del jardín resplandecía alegre y risueña después de que la lluvia le hubiese limpiado la cara. 110. En el fondo, lo más valioso que posee una persona es aquello que ha compartido, sentido o estimado. Todo lo demás es secundario y prescindible: el poder, el talento e incluso alcanzar cierto prestigio, pues ese reconocimiento no deja de ser una apreciación subjetiva de algunas personas que poco aporta, y que generalmente suele confundir al autor. Todas esas cosas son baldías, no sirven para nada si uno no ha estimado en el amplio sentido de la palabra. 126. Dice Macedonio Fernández que suponer que podemos perder algo es una soberbia, ya que la mente humana es tan pobre que está condenada a encontrar, perder o redescubrir las mismas cosas. En fin. Hay que ser agradecidos cuando una idea vuelve y nos es revelada. Yo creo que si alguna no regresa o no se manifiesta, es porque es tan tímida, que se avergüenza de salir, aunque yo, de veras, quizá le tenga más afecto que a las otras. Es la manía mía de enternecerme por aquellas sensaciones pequeñas que muchos menosprecian o ignoran. No lo puedo evitar: tengo debilidad por las cosas más humildes o desfavorecidas. A veces, cuando aflora un pensamiento brillante, en el fondo me avergüenza de que destaque sobre los restantes. Me dirijo a él y le regaño por sobresalir demasiado, y le pregunto enfadado: “¿Qué pasa, que los demás pensamientos no tienen derecho también a existir, que tienes que llevarte todos los honores? ¿No sientes compasión hacia los más débiles?” Un día de estos, algunas de esas arrogantes ideas son capaces de subirse a la cabeza, instalarse en mi mente y desahuciarme completamente. Creo que esas engreídas ideas no tienen corazón y desgraciadamente desconocen el significado de la misericordia.


159. Cuando aprobó las oposiciones se buscó una novia guapa, se hipotecó con un adosado y empezó a vivir de acuerdo con los cánones predominantes: se agenció una teoría plácida de la vida, adquirió una religión que le garantizase protección y no le perturbase sus sueños, y todo ello aderezado con un toque de sociabilidad, como era una cena el fin de semana con los amigos, y ser hincha de un equipo de fútbol que de vez en cuando le ofrecía alguna alegría y bastantes sufrimientos. Tuvo cuatro coches, tres hijos, dos amantes, un infarto y ninguna duda existencial. Murió dando gracias al cielo por su placentera vida.


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