Operación Video

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OPERACIÓN VÍDEO

Mario Alfares


Versión Blog

2017



ANTES DE NADA.

Como rápidamente podrá apreciarse, todo lo que viene a continuación no es más que una sarta de explicaciones, de porqués, de cómos y de cuándos. La explicación de por qué aparece aquí y ahora “Operación Vídeo” en su versión blog tampoco es simple. Cuando se escribió el texto, hace ya más de veinte años, que como es bien sabido no son nada, un buen amigo tomo la decisión de encuadernar los folios sueltos. Lo llevó a un impresor que hizo un trabajo impresionante convirtiendo los mismos folios en un libro de tapas duras y lomo grueso. El texto había sido copiado por una secretaria profesional pero a pesar de eso, como no era más que un primer “manuscrito”, no estaba numerado y contenía algunas faltas de ortografía. De cara a un intento de publicación editorial, había que escribir de nuevo el texto. (Escanear el texto, por ejemplo, no solucionaba nada, puesto que no se podía intervenir en el texto primigenio. Y en algún rincón perdido hay un disquete de los de pocas pulgadas, pero con difícil y muy caro acceso.)


Y ya que había que volver a escribir el texto, ¿Por qué no subirlo a la red? A quienes en su momento lo leyeron les gustó. Es posible que hoy siga gustando. Tu, lector/a tienes la respuesta. En cualquier caso esa es la explicación de por qué en el blog de la Oficina de Ideas Libres http://oficinadeideaslibres.blogspot.com

irán

apareciendo

las

correspondientes páginas del despampanante intento de escribir una novela. Pasa la página y ¡Allá tu!


PREPRODUCCIÓN

Las páginas que encontrarás a continuación, querido lector tienen todo lo que hay que tener. ¡Qué exageración! Las páginas no tienen nada de eso, tío guarro. Usted se calla y sigue leyendo, que para eso está aquí. Aunque tiene usted razón, las páginas no tienen, sino que contienen todo lo que hay que tener. En cualquier caso, admitida su protesta, será mejor que nos atengamos a un método. Estamos al principio de la novela y no es nada bueno someter al lector nuestras discrepancias internas, así de sopetón. Ya irá entrando en el meollo del asunto y ya tendremos tiempo de hacerle juez y parte. Queda entonces claro que las páginas que siguen contienen todo lo que hay que tener para escribir una novela. La verdad es que si los lectores fuesen un poco más cultos y versados en el mundo q ue les rodea, la explicación seria ociosa. Como muy bien sabe quien sabe de estas cosas, la pre­producción es la etapa previa a la producción. Es el momento en que se enumeran y acopian todos los materiales necesarios. Ya sea material sensible, material humano, material de alto riesgo o simplemente material a secas, que de todo hay en esta viña del señor que es una novela.


Cualquier persona sensata que alguna vez en su vida se haya planteado, siquiera sea a nivel de pura especulación, esto de escribir una novela, sabe que lo primero, fundamental e imprescindible para escribir una novela es tener un fantasma. No es necesario que el fantasma sea de Baskerville, ni que tenga título nobiliario, ni que sea hijo bastardo o que haya sido asesinado vilmente y vague por los ultramundos buscando venganza. Con un fantasma normalito basta. Eso si, tiene que ser un fantasma íntimo, bullidor y entrometido. Algunos, por aquello de la originalidad, llaman al fantasma la voz interior; otros, no secularizados, le dicen alma. Hay quien ignora las precisiones escolásticas y le dice conciencia, en tanto que hay quienes llevados de su afán espiritista, prefieren decir que lo que hay que tener es espíritu. En realidad cualquiera de estas acepciones vale. Como vale también llamarle vocación ­que sea temprana o tardía es indiferente­, o inquietudes literarias o veleidades artísticas, Para la escuela freudiana lo importante es tener un ego muy grande y muy insatisfecho. Para los seguidores del análisis transacional todo se reduce a una gran necesidad de afecto y mi portera dice que lo que hay que tener son ganas. Muchas ganas. Que tiene usted muchas ganas, don Mario, que lo se yo. Me dice y se queda tan fresca. Búsquese pues el alma en el almario y téngase dispuesta para estos menesteres que nos esperan.


Tiempo. Se necesita tiempo. Tan importante o más que tener un fantasma es tener tiempo. Porque está claro que hay novelas sin alma y sin conciencia, pero todas, absolutamente todas, hasta las plagiadas, se han llevado su tiempo. Conviene tener, además, cantidades suficientes de tiempo en todas sus modalidades. Es cierto que con una buena planificación se puede ir jugando con el tiempo y ganando tiempos muertos para aprovecharlos, pero no es sólo tiempo del reloj del que se necesita. Junto a muchas mañanas­del­sábado­que­nunca­se­acaba, hay que tener una buena provisión de tiempo mental disponible. Esto del tiempo mental es una cuestión un tanto oscura y muy subjetiva, que merece, por lo menos, un par de párrafos si no más. Veamos. Es muy distinto el tiempo físico, el tiempo dimensión, mensurable en sesenta minutos por hora y veinticuatro horas por día, del tiempo real de la mañana­del­sábado­que­nunca­se­acaba. Es cierto. Mientras que una hora es una hora y no hay más vueltas que darle, una mañana­del­sábado­etc., puede durar hasta la madrugada del lunes o acabarse en un par de horas. Hasta aquí Bergson. Pero hay más. La estructura interna del tiempo, tal como la vivimos en la sociedad occidental, su justificación, su destino, está íntimamente ligada con nuestro proyecto vital. Acabamos lector de meternos en un berengenal del que no sé cómo vamos a salir, pero paciencia y barajar, que con tiempo y una caña todo se alcanza.


Supongamos que tienes veinte años y que estás dudando entre comprarte un coche o hacerle caso a tu novia y empezar a ahorrar para comprarte un piso. Supongamos otro supuesto: acabas de tener un hijo y no sabes qué nombre ponerle. Por último supón que eres una persona madura y caritativa que trata de decidir si su actividad de ayuda a los pobres de la tierra será más efectiva trabajando en Cáritas o en la Asociación de Vecinos del barrio. Bien, no hay duda. En cualquiera de los casos, tomes la decisión que tomes, lo que es cierto es que tienes un proyecto vital que justifica tu tiempo y le da un sentido a tu vida. Incluso esas tardes insulsas en las que tu novia está insoportable, incluso esas mañanas de domingo en las que paseas a tu niño por el parque maldiciendo la hora en que se te ocurrió embarazar a la parienta, incluso en esa asamblea local de ayuda social en la que sientes que la gente está más por sus propios intereses que por el bienestar colectivo, incluso entonces, cuando abominas del mundo, de la raza humana y de tu propio destino, la red interna de tu estructura mental está sana. Pero hay otros casos. Otros supuestos. Imagina que eres madre de cinco hijos. Que te casaste joven e ilusionada. Que has dedicado tu vida a luchar para sacar adelante la prole y que más o menos lo has conseguido. Todos ellos se han situado, han encarrilado su vida y ya no te necesitan. Te quieren, te visitan, te regalan y te dicen: déjalo mamá, que ya no estás para estos trotes. Mal asunto este. Tan malo como tener veinte años, estar en la mili y aburrirse soberanamente haciendo guardia tras guardia. Tan malo como tener cuarenta, acabar de divorciarse y verse una noche más agarrado a la copa y sin encontrarle sentido a la vida. Tan malo como tener treinta y cinco, estar soltera y tener un trabajo insulso. Tan malo,


definitivamente malo, como tener un agujero en la capa de ozono­tiempo que nos cubre de las radiaciones venenosas del pensamiento. Por ese negro agujero se cuelan tantas cosas que las soluciones tienden a ser drásticas: o me suicido o escribo una novela con la que tapar el hueco. Es cierto que hay otras soluciones, de hecho, cada cual encuentra la suya, pero no es menos cierto que hay que tener el agujero en la red que soporta nuestra estructura bio­lógica. Ese agujero, esa carencia de tejido espiritual, esa falta de apoyatura, ese no saber qué hacer con el tiempo es fundamental. De ahí nacen la preguntas originales. ¿Quién soy yo? ¿Qué hago aquí? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿A qué dedica el tiempo libre? Y, sobre todo, ¿Dónde está mi bocadillo? Las respuestas, ya se ha dicho, son múltiples y variadas: soy hincha del Madrid, soy alcohólico anónimo, soy tenista de fin de semana, yo me pincho, tu haces unas paellas de chuparse los dedos, el y ella ligan, nosotros confiamos en Dios, vosotros jugáis al bingo, nosotros somos ecologistas y ellos hacen política. La falta de un proyecto vital, la falla en la estructura mental del tiempo es tan grave que no queda más remedio que buscar una solución. O te embarazo o me hago rico o fundo una secta. Por suerte, la ecuación vital es tan rica y tan complicada, es de tal grado, que las respuestas válidas son también muchas. En cualquier caso, y yendo a lo que nos interesa, lo único importante es tener tiempo por justificar. Tómate tu tiempo, hijo, dicen por algunas latitudes. Tómate tu tiempo, lector, que aunque el principio sea duro y farragoso, paginas vendrán que te harán reir, decimos por aquí.


Biblioteca. Hay que tener biblioteca. Siquiera sea una pública cerca de casa. ¡Qué más quisiera yo!, dirán algunos y con razón, pero tampoco es tan grave. Se puede, como Borges, tener la biblioteca en la cabeza, asaltar las estanterías de un amigo o robar libros en la Feria del Libro. Lo que si es cierto es que se necesita una biblioteca. No vamos a descubrir nada nuevo si decimos que los libros son un mundo cerrado que sólo se relaciona con otros libros. Hay que haber leído lo suficiente como para encontrar los recursos necesarios en el momento oportuno. Para criticar, comparar, referenciar, plagiar, citar, alabar o sencillamente para no repetir. Una vez tenido esto sólo falta la idea. Si es posible, mejor las ideas. No es necesario que sean ideas geniales o brillantes. Con que sean ideas basta. Tampoco es necesario que sean ideas­eje, ni ideas­base. De las muchas maneras de construir un novela, la más sencilla de todas, la más asequible al neófito, es la técnica del puzzle: se tiene una idea, sea la que sea, del tamaño, color y textura que sea y, alrededor de ella, por encima y por debajo, se van colocando las demás piezas. Cuando uno se quiere dar cuenta ya tiene media novela escrita y todo lo que hay que hacer es continuar. Aquella primera idea se ha colocado en su sitio y puede que haya perdido su importancia o puede que haya revalorizado su potencial y todavía dé mucho de si, pero las ideas van y vienen y lo que en definitiva interesa es tener una, por lo menos una, bien amarrada y dispuesta para empezar. Que ya se sabe que escribir, comer y rascar, todo es empezar.


Con esto podríamos terminar el capítulo. Así, en general, no se necesita más para escribir una novela, pero la que tienes en las manos (o en la pantalla, que viene a ser lo mismo), apreciado y nunca bien ponderado lector, a quien tanto debo y tanto estimo, contendrá algunos ingredientes más. Sin duda a estas alturas, algún crítico y/o experto en la materia, se está frotando las manos porque en esta preproducción no se han citado como elementos imprescindibles el papel y la pluma. Antiguo, más que antiguo. Hoy por hoy es mucho más fácil contar con una pantalla de cristal oscuro, teclado conectable e impresora adlátere. Si tu quieres seguir anclado en el pasado, es tu problema. Pero el que avisa no es traidor y más vale un toma que dos te daré. Suma y sigue: un álbum de fotos, una colección de diapositivas, cuadros, un comic, un periódico, varias revistas de información general, un suplemento dominical, un paisaje urbano, tabaco, alcohol, cannabis, poemas varios, películas familiares en formato S/8, conversaciones privadas, recuerdos infantiles, cartas de mujer, fichas con anotaciones, viejas entradas para un cine de barrio, folletos publicitarios, un programa de mano, una plaza pública, un televisor, un transistor con FM, nociones de inglés, dos relojes, discos de Les Luthiers, sueños eróticos, el manual de uso del ordenador, una rosa deshojada entre las páginas de un libro, un si señor, un mande usté y la calle libre para correr. Hay que incluir también un Café Gijón, pero cuando lo mande la lectura del texto. Nunca antes, porque entonces se acabará una novela.


Nada por aquí, nada por acá. Juego limpio sin trampa ni cartón. Todo a la vista de ustedes. Todo delante de sus ojos. Y no tenemos nada más que añadir. He tenido el sumo placer, el cincomparable gusto de enseñar, mostrar y descubrir al respetable, los más recónditos secretos, las más íntimas intimidades del proceloso proceso de escribir una novela. Suma total: ponerse a ello. Y a ello vamos. Pasa la página lector que la función va a comenzar. Pobre de mi. No hago más que promesas que no puedo cumplir. Hace apenas unos párrafos te he prometido, ínclito, paciente y sudrido lector, risas y jolgorios que, todavía no sé cómo voy a conseguirte. Pues anda, que no es difícil ni nada eso de hacer reir. Y no hay nada más soso que un libro de chistes. Yo tuve uno de pequeño y nunca conseguí que nadie se riera con los chistes de Otto y Fritz. Pensé entonces, ingenuo de mi, que era por aquello de que el humor alemán no encajaba en la idiosincrasia nacional y cambié el libro por uno de chistes de judíos. Tampoco conseguí nada. Por entonces, hace miles de años, cuando yo era niño, los judíos, junto con los masones, los rojos y los hijos de la Gran Bretaña eran los malos oficiales. Pues ni por esas. Comprenderás entonces que con estos antecedentes tenga mis muy serias dudas. Conserva tus esperanzas por si acaso, como pone en la puerta de la vida, según se entra a mano zocata. En el párrafo inmediatamente anterior al anterior, te prometí el inminente comienzo de la función: mentí otra vez. En vista de lo cual llamaremos a Pascual y prometo no prometer más.


¡Hola! Hola. ¿Quién es usted y qué hace aquí? Esto es una novela privada. Bueno, yo soy Pascual. El gran Pascual. Don Pascual. Yo soy el hombre que vive con dos mujeres. Desde los años cincuenta. ¿Se da usted cuenta? Soy el orfebre, soy el tallista, soy ex­cantante, fui protegido de una gran dama, porque la cama se me dio bien, engañé a nazis, salí de España cuando la guerra, hice el amor en París, volví a mi casa, años de hambruna, dos hijos le hice a mi mujer, fui presidente de un sindicato del espectáculo en vertical, imité joyas que estraperlé por buenas, escribí un libro del que no hay par, un libro experto, para poetas, donde la rima es primordial, un libro entonces de desinencias, cada palabra empieza al final, un libro entonces que editó Espasa y ascendí a cargo en la editorial. Hoy retirado vivo en el campo, con dos mujeres, como sabrá, no me pregunte sobre ese tema, un caballero siempre es discreto y un hombre macho no debe llorar. Soy un fantasma de lo que fui, yo era alto y rubio, cual la cerveza, ahora el Parkinson me pone a mil, no sé que pinto yo en su novela, me lo explique, haga el favor y, si no puede, que lo comprendo, tráigame algo que me remedie, soy viejo y verde, comprenderá: una revista de estas de ahora, con desplegable, con colorao en la central. Me voy, me marcho que ya me llaman, tengo una cita con el abad, un hombre sabio, alguien que entiende, el capitoste del Escorial, no se preocupe no diré nada que a usted le pueda comprometer, vuelvo mañana, por si las moscas y las revistas, a mis mujeres no les pregunt, ellas tampoco responderán, yo soy muy mío para mis cosas, por donde vine ya me estoy yendo, nunca me olvide, soy Don Pascual.


Orden. Orden. Orden. Cuestión de orden. No podemos permitir que los personajes entren y salgan a sus anchas, sin pedir permiso ni a dios ni al diablo. Una preproducción no es el lugar adecuado para un personaje. Estás muy, pero que muy equivocado. Una parte importante, qué digo importante, importantísima, de toda preproducción es el casting. La selección de los personajes. La definición de los caracteres. Y hasta de sus ropas. No puede ser. Me opongo. Me niego en redondo. ¿Dónde queda entonces la libertad de creación? Si todo hay que fijarlo de antemano, qué lugar dejáis para la santa, libre y gloriosa improvisación. ¿No os habéis enterado todavía de que las novelas se escriben solas? ¿No sabéis que los personajes tienen su propia vida y hacen y deshacen a su gusto y antojo? Y como prueba bien evidente ahí tenéis a ese tal don Pascual. Apareció cuando quiso, nos ha soltado lo que le ha dado la gana y se ha ido cuando ha querido. ¿Qué vamos a hacer ahora, eliminarlo? ¿Seréis capaces de cargaros a sangre fría lo único espontáneo, lo único verdaderamente creativo con que nos hemos tropezado hasta ahora? Bueno, bueno, ya basta. A ver si es posible que avancemos un poco. Os recuerdo que nos queda mucho trabajo por hacer y que no tenemos todo el tiempo del mundo. Yo entiendo lo que dice A. Es cierto que durante el periodo de preproducción se definen los personajes y sus modus vivendi, pero también entiendo a B. Hay que dejar un margen de maniobra. No se puede dejar todo atado y bien atado. Ni nosotros somos él, ni esto es el testamento político de nadie. Tendremos que llegar a algún acuerdo.


Yo con ese no llego a ningún acuerdo de nada. ¿Pero no ves que quiere tenerlo todo controlado? Se está metiendo en mi terreno. Así no hay forma humana de trabajar. Esto no es serio. Yo, si no tengo libertad total no trabajo. Yo soy un artista. Y exijo el respeto que me merezco. Que es bien poco, por cierto. ¿Cuántas novelas has empezado? ¿Y cuantas has terminado? Todo por no tener una preproducción como dios manda. Es muy fácil decir yo soy un artista. Libertad total. Dejadme en mi nirvana. Y así nos van las cosas. En un ratito de euforia se escriben diez, quince o hasta veinte páginas y luego, ¿qué? El callejón sin salida, los caracteres desdibujados y faltos de continuidad, la trama insulsa, el planteamiento infantil, el nudo flojo y el desenlace no existe. ¿Quien va a querer publicar una novela así? Nadie. Nadie. Nadie. ¡Eh, eh!, echa el freno madaleno, que te estás equivocando de obra. Cervantes, Moliere, Dostoyevsky y las gentes de su ralea se murieron hace mucho tiempo. No se trata de escribir “Crimen y castigo”. ¡Qué más quisieras tu! Para nada. ¿Entiendes? Para nada. Te recuerdo que esta novela se llama Operación Vídeo, que estamos a finales del segundo milenio y que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. En un mundo de imágenes ya nadie se traga un tocho de ese tipo. La gente ya no quiere ejemplos ejemplificadores con moralina al uso. Se acabó el blanco y negro, el bien y el mal en lucha constante con final feliz. Un momento. ¿Me permitís? Es que acabas de tocar un tema …


Me niego en redondo a escribir una novela antigua. Miedo es lo que tu tienes. Mucho miedo. Oye, eso del nombre que tu has dicho … Si, creo que deberíamos tocar ese tema. ¿Miedo yo? ¡Nunca! Escucha esto, fantasma. Y ponle música: con Damar termolactil. Volviendo a lo del nombre, que creo que nos interesa bastante, ¿Estás seguro de Operación Vídeo? Suena un poco a novela policiaca ¿No? Que por cierto son las novelas que más se venden. Novela negra, realismo sucio, Vázquez Montalbán … Sin ofender. Cállate de una puta vez. Si vas a estar incordiando cada dos por tres, mejor te marchas y nos dejas trabajar a los demás. Por si no lo sabes nos queda mucho tajo por cortar. ¡Joder que reunión! Ahora ya no se puede hacer ni un comentario. Mira guapo, y perdona por lo de guapo, tonterías las precisas. Bueno, que no llegue la sangre al río. Volviendo a lo del nombre … ¿Nombres, tu quieres nombres? Tengo cientos de ellos. ¿Qué te parece Andamios míos? ¿Poético, verdad? ¿Y, Opera y mi prima? Pero hay más, muchos más. La absurda y tierna historia de Iluso Alfares y Exquisita de Excayola. Ese es un poco largo, pero está bien.


Es una chorrada como un templo. Me vas a tocar lo que yo te diga. ¿Ese título se te ha ocurrido a ti solito? Iros a la mierda. Así no hay forma humana de trabajar. Me voy. Cuando os calméis y lo tengáis un poco más claro, avisad y volveremos a empezar, porque lo que es hoy … Blaam. Puerta que se cierra. Funde a negro. Moviola. Marcha atrás hasta el comienzo de la secuencia. Interior día. Media mañana. Comedor de clase media. En el centro de la habitación una mesa de pino viejo llena de libros y papeles bastante desordenados. En un extremo de la mesa, sentado frente a un teclado de ordenador, el autor. Secuencia de planos cortos con fundidos rápidos. Manos sobre el teclado. Escriben algo y se paran. Close­up al cursor de texto parpadeante. Primer plano cara del autor pensativo. Manos que teclean rápidemante. Close­up a pantalla para ver como se escribe sobre ella rápidemante. Mano que golpea la mesa con el puño cerrado. Dedo índice que se apoya sobre una tecla y permanece en ella. Plano de pantalla en la que el cursor va borrando “rápidemante”. Plano general. El autor se levanta y enciende un cigarrillo. Se sienta de nuevo para levantarse inmediatamente. Gesticula mientras da una vuelta por la habitación. Se asoma a la cristalera que separa el salón de la terraza. Se sienta de nuevo y escribe. Deja el cigarrillo en un cenicero y sigue escribiendo, ahora con ritmo continuado. Se para. Mira la pantalla y habla con ella. Vuelve a levantarse, esta vez con aire distraído. Recoge un papel que se ha caído al


suelo. Lo lee y lo vuelve a dejar sobre la mesa. Se sienta de nuevo mirando fijamente la pantalla. Cruza los brazos, se apoya en el respaldo y bosteza. Funde a negro. Un negro fundido cruza la pantalla de izquierda a derecha. Lentamente la pantalla se va aclarando. Interior atardecer. Mismo comedor. La pared frente a la que se sienta el autor está ocupada por una estantería de obra llena de libros y objetos varios de los que se suelen poner en una estantería de comedor de clase media. Souvenirs de varios países, fotos de familia con su marco dorado y barroco, una colección de cucharillas con escudo en el mango, tres o cuatro objetos de cerámica, fósiles de dudosa antigüedad, regalos de boda, etc. La cámara recorre lentamente la pared. Pese a su vulgaridad manifiesta, la luz de atardecer da a todo el cuadro una tonalidad rojiza que lo ennoblece y poetiza. La lentitud del movimiento de cámara también contribuye a enfatizar el plano. De fondo se oye el ténue tecleteo del ordenador. Corte a plano medio del autor. Se le va animado y concentrado. Mira la pantalla, dialoga con ella, escribe una frase, relee un párrafo, contesta sotovoce una pregunta del diálogo, hace un gesto de complicidad a la pantallas y sigue escribiendo. Al fondo suena un teléfono. El autor levanta la cabeza. El teléfono para. El autor vuelve a teclear. Vuelve a sonar el teléfono, pero esta vez el autor ya no se inmuta y sigue concentrado. Mientras el teléfono sigue insistente, el cuadro funde a negro.


En esto se abre una puerta excusada. Entra un conde, luego un can, después nadie, luego nada. El conde y el can se asoman a la estancia y comprenden que no es éste el momento ni el lugar; hacen un corte de mangas que resulta especialmente complicado en el perro, y se van por donde han venido. Exterior noche. Calle céntrica pero no importante. Toda la secuencia está montada a un ritmo de catorce o quince fotogramas por segundo, es decir, cámara rápida ma non troppo. Por la acera de enfrente de la cámara pasa Camilo José Cela y Trulock abrazado a dos jóvenes y esculturales modelos. Una de ellas es negra y va vestida de conductora de Rolls Royce, con gorra de plato blanca y capa también blanca. A la otra, que la vista don Camilo. A mitad de cuadro se cruzan con don Gonzalo Torrente Ballester que viste de ciego y lleva un lazarillo con un cartel que dice: Del Tormes. Don Camilo saluda a don Gonzalo levantando la gorra de plato de la negra. Don Gonzalo saluda agitando su mano libre en dirección a la cámara, y dando la espalda a don Camilo y acompañantes. Toda la escena tiene lugar frente a un portal con puertas de aluminio anodizado y cristal. La fachada del edificio es de ladrillo visto y no visto, porque es de noche. Frente al portal para un taxi del que baja Carolina de Mónaco, empuja a los escritores que estorban su paso y se dirige al portal. Saca una llave, abre la puerta y desaparece en el interior. Interior noche. Rellano de escalera. Carolina de M …, saca un espejito del bolso y se sitúa debajo de la bombilla que alumbra el rellano. Pone el espejo a la altura de su trasero y de reojo, comprueba que se


marcan perfectamente las bragas bajo el vestido de algodón ceñido que lleva. Luego saca sus llaves y abre una puerta. Entra y cierra mientras a comenzado a sonar el leitmotiv de “La pantera rosa”. Si lo ves de pena, encadena. Mismo comedor que antes. Interior noche. Todo está un poco más desordenado. Entra Carolina. El autor se levanta y corre hacia ella con los brazos abiertos. Carolina abre también los brazos. Abrazo del tipo “Love story” pero a cámara rápida. El autor conduce a Carolina hacia el sofá. Cuando ella le adelanta él le mira el trasero en el que se marcan las bragas bajo el vestido. El autor se vuelve y mira a cámara mientra guiña un ojo. Ambos se sientan. El autor se levanta y sale por una puerta. Carolina saca del bolso una garrafa de perfume y literalmente se ducha en colonia. Vuelve el autor trayendo una botella y dos copas. En la botella una etiqueta dice: Orujo clandestino auténtico. Con la garantía de Coca­ Cola del Mundo. Brindan, beben, se besan, se abrazan y se deslizan hasta desaparecer por la parte inferior del fotograma. No funde a nada porque en menos tiempo del que se tarda en fundir un negro, el autor vuelve a aparecer en pantalla, deshaciéndose de los brazos de Carolina y corriendo hacia el ordenador. Se sienta y comienza a escribir moviendo exageradamente las manos al hacerlo. Como quien interpreta a Chopin. Cámara a Carolina que se ha quedado en el sofá con un codo apoyado mientras con el otro brazo hace girar unas bragas rojas y con encajes, alrededor de su dedo corazón. Corazón, no me quieras dejar corazón, silba entre dientes. El autor sigue a lo suyo. Tan enfrascado que se le ha vuelto la cara como una pantalla y ya no se le distinguen ni los ojos ni la boca ni ná de ná.


Carolina se levanta y, mientras guarda en el bolso las bragas y la botella de orujo, dice sin mirar a nadie: ni mecenas ni me comes. Todos los artistas sois iguales. Qué grima. Que gri … maldi … ta sea. Saca el espejito, vuelve a mirarse el trasero para comprobar que ya no se le marca nada más que el trasero. Se acerca al escritor que sigue a lo suyo, ahora ya conectado todo él al ordenador. De la boca, de las orejas y la nariz le salen cables que van a la pantalla, al teclado y a la impresora. Los ojos son dos pequeños vídeos que cambian de imagen continuamente. Carolina le rodea amorosamente y le papa hasta descubrir el cable principal que va del culo del autor a la toma de corriente. Carolina lo desenchufa. Se produce un chispazo y ya tenemos otro negro fundido. Esto parece Sudáfrica. Efectivamente. Así es. Esto parece cualquier cosa menos una preproducción. ¿Ah, pero no estamos ya en medio del fregado? En absoluto. Estamos todavía en la fase de acopio de materiales, pero los que tu traes no sirven. Pregúntale al Almodovar. A lo mejor le encanta meterlo en un guión suyo. ¿Queréis oír algo lleno de consejos sensatos y prácticos para quienes son en muchos casos novatos en la ocupación de escribir? Joder que frase tan cursi. ¿Quien lo escribe? Un tal Esteban Vecino o algo así. El que escribió “En brazos de la mujer madura”. No lo he leído. ¿Qué dice? El artículo, digo.


Pues empieza pegando duro. Dice que no beberás, ni fumarás, ni te drogarás. Y añade que para ser escritor necesitas todo el cerebro que tienes. Que se lo digan a Henry Miller. O a Faulkner. O a Cela, sin ir más lejos. Y, a parte de chorradas, ¿Qué otras cosas dice? Dice que no tendrás costumbres caracteres Mira este, como si se pudiera. El tercer mandamiento dice que soñarás y escribirás y soñarás y escribirás. Y que no existe otra forma de concebir un mundo imaginario. Me parece muy bien. Pero no es este el caso. Aquí no se ha hablado para nada de mundos imaginarios. Esta novela se llama Operación Vídeo. Estamos en el terreno de la imágenes. En el terreno de la realidad retardada. Y de la imagen recreada. Que hay 3D. Y existe la imagen generada. Y por último están los Basulka.

Es decir que vamos a mentir como bellacos. Y cuando la realidad no nos guste, la vamos a cambiar para que esté más mona. Yo lo veo desde otro punto de vista. Se trata de que la realidad de cada uno es tan subjetiva, que inevitablemente es falsa para los demás. Por eso, arreglarla o no arreglarla, mentir o decir la verdad es lo mismo. Al final es siempre un anuncio. O una novela, que para el caso es lo mismo. Sueños. Mentiras.


Vamos con el cuarto mandamiento de Esteban Vecino. No serás vanidoso. Eso va por ti. Te han visto la pluma. Que juzgue el lector por quien va eso. El quinto dice que no seas modesto. Ni falta que hace. Desde luego, si quieres vender, tanto si quieres ser best seller, como si quieres ser académico, lo que más daño hace, es la modestia. Si lo sabremos nosotros, que por modestos no nos hemos comido ni una flor natural. Pues atentos que aquí viene un consejo con bibliografía. Sexto. Pensarás sin cesar en lo que son verdaderamente grandes. Y cita el primer tomo de la memorias de Graham Greene, “Un especie de vida”. Cita también las cartas de Mozart. Y recomienda “Una habitación propia” de Virginia Woolf, el prefacio de “La dama morena de los sonetos” de Shaw, “Martin Eden” de Jack London, y sobre todo, “Ilusiones perdidas de Balzac. Lo que son las cosas. Vamos a tener que seguir adelante sin haberle echado un vistazo a la mayoría de esas obras. Lo más probable es que al lector le pase lo mismo, así que no se notará mucho. Precisamente por eso, el séptimo mandamiento dice que no dejarás pasar un solo día sin releer algo grande. Yo quiero releer “El Capitán Trueno”.


¿Y eso es algo grande? Un amigo conserva toda la colección encuadernada y es enorme. Enorme va a ser el premio que te den a ti por lúcido.

Oye, a mi me dieron una vez un premio literario, podríamos meterlo

en la novela. Pero era un premio de pueblo. ¿Y eso qué importa? A ver si te crees tu que en los pueblos no saben juzgar. Pues oído a lo que dice el octavo mandamiento. No adorarás Londres, Nueva York, París. Y añade que el provinciano suele ser una persona inteligente y dotada que acaba por adoptar la idea de algún periodista o académico con mucha labia sobre lo que constituye la excelencia literaria, y traiciona su talento imitando a retrasados mentales que sólo tiene talento para medrar. ¡Bravo! Muy bien dicho, si señor. Eso es tener las ideas claras. Yo sin embargo creo que cuando tengamos escrita la novela deberíamos pasársela a algún crítico, a ver que dice. Pues anda rico, que no corres tu nada. Primero tendremos que escribirla. Y luego ya veremos. A mi también me parece una buena idea. Tu decía hace un momento que la subjetividad de cada uno es muy suya. Necesitamos que alguien nos diga desde fuera qué le parece este asunto. ¿Para qué? ¿Es que vale más su subjetividad que la nuestra?


Escribirás para tu propio placer. Eso dice el noveno de Esteban. Y añade que ningún escritor ha logrado jamás complacer a lectores que no estuvieran en su mismo nivel de inteligencia general, que no compartieran su actitud básica ante la vida, la muerte, la política, el sexo o el dinero. Y añade que el éxito más ramplón tiene una cosa en común con una gran novela: ambos son auténticos. Autenticidad. Divino tesoro. ¿Y quién puede ser auténtico en estos días de mixtificaciones y posmodernidades? Siempre se supo que lo que no es tradición es plagio. Es que ser auténtico es hacer una nueva mezcla con los mismo viejos materiales. Ese si es un tema que nos interesa toca. ¿Qué hacemos con las citas? Lo que diga Savater, que de ésto sabe un rato. Lúcete Savater. No me refiero a los “rendez­vous”, sino a esas pocas líneas ajenas que uno incluye con uno u otro propósito en el texto propio. Citar es un arte, mancillado por la proliferación de incompetentes y pedantes. Pero, ¿qué es lo que no hna mancillado o mancillarán antes o después incompetentes y pedantes? La cita tiene sus enemigos y sus devotos: como en tantos otros campos, de la política al amor, la torpe práctica de los segundos es el argumento preferido que manejan los primeros. Lo cual por cierto, no haced su diatriba tan concluyente como ellos suelen creer. Como me gusta mucho citar ­y es una de las pocas cosas que creo hacer con tino y sé que hago con gusto­ he tropezado en bastantes ocasiones con los


adversarios de las citas. Algunos me reconvienen la manía por la vía del elogio indirecto: “Pero si tu no tienes necesidad de esas muletas … ¿Por qué no cuentas directamente lo que piensas o sabes, sin apoyarte en nadie?” Cuando tengo ocasión de desarrollarla, la apología pro domo de la cita que suelo formular es más o menos como sigue. ¿Por qué citar? Hay dos razones: la modestia y el orgullo. Se cita por modestia, reconociendo que el acierto que se comparte tiene su origen y que uno llegó después. Se cita por orgullo, ya que es más digno y más cortés, según dijo Borges (¿Me perdonarán la cita?), enorgullecerse de las páginas que uno ha leído que de las que ha escrito. Lo mismo que el viajero que habla de lo que vio en sus travesías, lo mismo que el cazador exhibe las cabezas disecadas de sus mejores piezas, lo mismo que el paseante junta las flores que ha encontrado en un ramillete y lo ofrece a la persona querida, citar es otra forma de decir “no he vivido en vano.” (en este caso, “no he leído en vano”) y también “estaba pensando en ti”. Nada de esto tiene que ver con el afán de erudición pues la erudición no es más que el polvo que cae desde una biblioteca en un cráneo vacío, según el lapidario dictamen de Ambrose Bierce en su “Diccionario del Diablo” (¡Santo cielo, otra cita más!). En el trabajo del erudito, sólo las citas son memorables; en cambio, quien sabe citar porque también sabe escribir realza lo digno de ser recordado de su texto con las citas que lo subrayan y acompañan. Por debajo del erudito, que después de todo pertenece al más útil y respetable género de filisteísmo, está el bobo, que


cita sólo porque no sabe qué decir y así llena espacio. ¡Y hay que ver cómo citan los bobos! No les saldría peor ni aún escribiendo por sí mismos … Las personas que no comprenden el encanto de las citas suelen ser las mismas que no entienden lo justo, equitativo y necesario de la originalidad. Porque donde se puede y se debe ser verdaderamente original es al citar. Por eso algunos de los escritores más aunténticamente originales de nuestro siglo, como Walter Benjamin o Norman O. Brown (y el segundo llevó en “Love’s body” su proyecto a cabo) libros que no estuvieran compuestos más que de citas, es decir, que fueran auténticamente originales … Los maniáticos anticitas están abocados a los destinos menos deseables para un escritor: el casticismo y la ocurrencia, es decir las dos peores variantes del tópico. Citar es respirar literatura para no ahogarse entre los tópicos castizos y ocurrentes que se le vienen a uno a la pluma cuando nos empeñamos en esa vulgaridad suprema, “no deberle nada a nadie”. En el fondo, quien no cita no hace más que repetir pero sin saberlo y sin elegirlo. Los que citamos asumimos en cambio sin ambages nuestro destino de príncipes que todo lo hemos aprendido en los libros (y ahí va otra cita disimulada, ja, ja, larvatus pro deo …) Por medio de las citas encuentra uno los espíritus más afines al propio de la fratria literaria. Si leo una frase que me impacta, eso no quiere decir forzosamente que su autor me resulte anímicamente próximo. Al contrario, a veces las citas que más me gustan son las que expresan mejor opiniones que me resultan intolerables: como Unamuno (¿Será ésto otra cita?), soy de los que subrayamos en los libros aquello que nos desmiente. Pero cuando veo que alguien incluye en su texto la cita que yo


también hubiera buscado para el caso, cuando alguien me repite de un libro o de un artículo la frase que realmente no puede ser pasada por alto, entonces sé que he encontrado una suerte de hermano literario, aunque nuestra hermandad se parezca más a la de Caín y Abel (o a la de Cástor y Pólux que a la de los Hermanos Marx. A fin de cuentas, poner una cita es lanzar una bengala de aviso y requerir cómplices. Porque son cómplices lo que uno necesita: los lectores no bastan. No sabía yo que hubiéramos invitado a Savater a la preproducción. Hombre, habíamos quedado que aquí había que aportar materiales y planteamientos utilizables. Si, pero no tanto. A este paso vamos a tener que darle la mitad de los derechos de autor. Yo tengo la solución para eso. Hacemos un libro abierto y todo aquel que demuestre que una palabra, una línea, es suya, recibirá su correspondiente tanto por ciento de los derechos de autor. No está mal pensado. A tanto la palabra, tu tienes tantas palabras pues te toca tanto. A mí no me parece serio, pero podemos proponérselo a la editorial a ver qué opinan. Que opinen lo que quieran. Nos faltaba por ver el décimo y último de los mandamientos de un escritor y fijaros lo que dice: Serás difícil de complacer. Ya, pero quiere decir que no puede uno conformarse con lo primero que escribe. Hay que ponerse el listón bien alto.


Precisamente por eso. Nosotros tratamos de hacer una novela lo suficientemente distinta como para ser catalogada de auténtica. Y somos auténticos hasta el punto de darle a cada cual la parte del libro que le corresponde. Y ya que estamos en estas, ¿por qué no le damos al lector lo que está esperando? ¿Se lo damos? Dádselo. Dádselo porque si no, no va a haber quién los calle. Total por unos pocos cientos de pesetas tampoco hay que ponerse así.


O P E R A C I ÓN V Í D E O


PRIMER CAPÍTULO

La cosa en sí (léanse algunos párrafos, los pertinentes, de cualquier buen diccionario de filosofía), es muy sencilla: se trata de escribir una novela sin tener ni idea. Se supone que Cervantes lo hizo y mira la de reediciones que lleva. (hay que darle vueltas a esta frase. ¿es bueno el concepto comercial que implican? ¿gancho para editores? ¿sería posible darle un tratamiento más cervantino?) Esta novela trata de lo cotidiano pero tiene nada que ver con la realidad. Como El Quijote y el realismo mágico del boom sudamericano. (este tipo de frases con contenido, capta). De todos modos, lo mejor para empezar es hacerlo por el principio. El Génesis lo hace y también lleva lo suyo. Tampoco es mal principio empezar por el final. Todas las novelas (citar tres o cuatro ejemplos conocidos que empiezan por “Por entonces yo tenía pocos años … cuando ocurrió lo que voy a contar … Esta historia tuvo lugar … y etc.) digo que todas las novelas que empiezan como “La Isla del Tesoro”, son novelas que empiezan por el final: me han pedido que escriba … Encontré un manuscrito … Y no empiezan mal por cierto. Empezar por el medio también se utiliza. Sobre todo en la novela negra. El protagonista que se encuentra en el ojo del huracán (cuando se trate de un tema concreto, procurar utilizar el lenguaje ad hoc) recuerda los hechos de las cuarenta y ocho horas precedentes. Y la acción se encadena rápidamente hacia las próximas horas, que no serán menos trepidantes. Este tipo de repartición


de los tiempos en la novela, plantea algunas sugerentes posibilidades. Trastocar la secuencialidad del tiempo es una de ellas y también bastante utilizada. En las novelas policíacas tipo Sherlock Holmes, o en las de Agatha Christie, (tenerlas a mano y echar un vistazo para hablar del tema con soltura) cuando mr. Holmes o la sta. Marple explican el descubrimiento del criminal, hacen un flashback (comprobar ortografía y evaluar si merece la pena incluir el término anglosajón. ¿dará modernidad a la novela? ¿qué pasa con la Academia? ¿cual es la postura actual ante el tema de los críticos de moda?) que es como pasar los hechos por una moviola y a cámara lenta, para explicarnos dónde y cuando descubrieron el error fatal que había cometido el asesino. (sustituir “había” por “ha” y la frase ganará en rotundidad y estará en concordancia temporal perfecta con la oración principal; recuérdese que es: cuando mr. Holmes, o la sta. Marple explican el descubrimiento del criminal …) Y como ésta explicación suele hacerse muy cerca del final de la novela, cuando no es su epílogo, el lector se ve transportado en el tiempo de adelante a atrás y viceversa. Otro tema interesante que se plantea con éste del principio de las novelas, es el de las novelas circulares. Es decir, las novelas que empiezan en el mismo tiempo en el que terminan. (citar algún ilustre ejemplo) Son novelas del tipo aquí estoy con mi pasado a cuestas y no sé lo que va a pasar en el futuro. Con éste esquema sitúan al lector ante una disyuntiva de la que explican los antecedentes pero no la solución inmediata; de forma que todo comienza donde en realidad acaba. Lo que nos lleva a otro tratamiento no menos original y, además, moderno: las novelas del eterno


presente. Las novelas del tiempo. Las de la introspección en un sentido amplio. Ejemplo paradigmático de éste tipo de novela es el “Ulyses” de J. Joyce. (Los editores tampoco podrán quejarse de este antecedente tan vendedor) En resumen, parece que, para empezar una novela, lo mejor es hacerlo por el principio. Por suerte para ti, lector curioso e ingenuo, ésto no es una novela, sino el ejercicio estilístico de cómo se construye una novela. Con el agravante de no tener ni idea. Y eso nos da a ti y a mi la libertad de elegir un comienzo. Un comienzo cualquiera de los que quedan apuntados, alguno que tu mismo construyas, o el que yo propongo y que se desarrolla más o menos así: Siempre es triste reconocer una derrota. Aunque sea de amor la empresa. Y más triste aún si hay que reconocer, además de la derrota, que nunca se intentó la batalla. Yo no quiero conocer esa tristeza. Ya tengo bastante con las puestas como para querer añadir otra. Es por eso que me veo en la obligación de escribir una novela. Para no sentir la tristeza de no haberlo hecho. No hay nada mas triste que lo que no he tenido. Ni nada más cierto que lo que no pasó. Conviene, al principio de toda novela, introducir un elemento de tensión que capte al lector. Yo hago esto para no morirme de asco. Tu haces ésto para no suicidarte. Y él hace ésto también, para escaparse de la vida y huir de la muerte. Se equivocó Manrique: no es la fama. No es esa la manera de salir de la Historia que se busca. Se escribe como solución a la vida. (releer al viejo Manrique y disfrutar un rato pensando que, aunque él y Proust se empeñen, no está demostrado que cualquiera


tiempo pasado fue mejor. ¡sin embargo eso no quiere decir que lo mejor esté por venir!) Debe ir quedando claro en este comienzo de novela que aún no ha salido de su primer capítulo, que las voces del libro son varias. Y hay varias metavoces. No sólo por aquellas voces que hablan de otras voces, sino por las voces que hablan a las voces. Yo. Tú. Él. ¡Y qué más da! (repasar, por si acaso persiste este tema del metalenguaje, a Jacobson, Chomsky y el Círculo Lingüístico de Praga. Ver si hay algo más moderno y más sencillo. Especialmente más sencillo.) Tan sujeto eres tu leyendo como yo escribiendo. Tan sujetos serán los personajes que vayan apareciendo. Y la propia realidad, negada hace poco, hablará con sus propias voces. Porque esta es una novela primeriza. Y toda primera novela que se precie, debe ser autobiográfica. Por eso esta novela, para construir la cual no tengo más material que yo mismo, tiene mucho que ver con lo cotidiano y nada que ver con la realidad. Es la realidad misma, ella, por su cuenta y riesgo la que tiene que ver con la novela. Que lo haga a través de mí, de tí, de ella, de ellos, de cualquiera, no tiene ni la más mínima importancia. Atrévete pues, pues, lector a hacerte a tí mismo mientras yo me construyo en la novela. Pasaremos por la risa y el llanto. Por la vergüenza de nacer. Y no sabremos hasta que no llegue el final, cuándo llega la muerte. Piénsalo que no te prometo poco: viaje a Itaca, viaje iniciático. Viaje con nosotros. Le prometemos una novela con vida dentro. Una vida novelada que empieza por reconocer que siempre es triste reconocer una derrota. Tengo que copiarlo antes de que se me olvide: “Toda obra literaria tiene dos aspectos: es historia, en el sentido que evoca acontecimientos y


personajes. Pero es simultáneamente discurso, ya que no son los acontecimientos narrados los que cuentan, sino el modo que el narrador hace que los conozcamos. La “historia”, pues, se configura como un sistema de acontecimientos y personajes; el “discurso” como el acto de comunicación del narrador.” (considerar las repercusiones del párrafo sobre lo que antecede: si, “historia” y “discurso” son inevitables en toda obra literaria, ésto es una obra literaria, porque tiene historia y discurso.) Estamos escribiendo una novela y sobre eso establecéis una novela. En cuanto a lo que sucede, y sobre todo a lo que suceda, tendrán que plantearse si no va siendo hora ya de pasar a la historia y dejar los discursos. Pero el discurso es indejable. (confirmar que ninguna autoridad a avalado el “indejable”) Hay que dejar claro que para hablar sobre el tema ayuda mucho leer “El nombre de la rosa” y “Las apostillas a El nombre de la rosa” de Humberto Eco, y fiarse de José Ramón Sánchez Guzmán cuando cita la revista “Comunications” nº8, Artículo de T. Todorov: Les categoríes du récit litteraire; en su libro “Introducción a la técnica de la publicidad”. ¡Hay que ver lo que da de sí un párrafo copiado! Está claro que se podría hacer una novela sólo con párrafos copiados. O pensar que una novela sólo existe en el mundo de los libros. En su mundo. Que un libro sólo hace referencia a otros libros y que aquí vendría muy bien leer, releer y trileer a Borjes. En cualquier caso ya hemos dado un paso fundamental, que para el lectores de historias ha pasado desapercibido: hemos introducido la publicidad. Son astucias del discurso, porque la publicidad tiene mucho que ver con esta historia de nuestras vidas. De nuestras vidas cotidianas. E nuestras vidas privadas. Todos los protagonistas de “cómo escribir una novela sin tener ni idea” tienen que


ver con la publicidad. O dicho de otra forma: viven, a finales del siglo veinte, en ese lejano país llamado España, y están tan sujetos a la publicidad como tú, querido hindú, coreano, australiano que me leéis. Y posiblemente tu primera experiencia con la publicidad fue un bazar, o un escaparate, como la mía. Pero algunos de vosotros tuvísteis mejores experiencias. Íbais una tarde cualquiera de primavera por la calle comercial del pequeño y apartado rincón del mundo donde vivíais. Silbábais o dábais patadas a las puertas, mirábais los escaparates, y os peleábais porque fuera tuya o del otro aquella espada brillante de hojalata. Luego, la puerta del comercio se abrió con sonido de campanas y apareció un hombre joven, simpático y altísimo que llevaba dos banderines encarnados en la mano. ¡Eran tan hermosos aquellos banderines! Como de caballero medieval o así. Con un soporte niquelado de brillante metal. Con un cordoncillo de trenzado amarillo. (¿qué pasa con los pareados cacofónicos y trabalenguas) alrededor. Y con grandes letras blancas, bordadas sobre el raso rojo. Aquel hombre joven os dijo que tendríais que pasear los banderines como enseña por toda la ciudad; y explicar, a todo el que preguntase, el significado de las letras bordadas, si queríais ganar algún dinero. Como en una nube pasásteis y repasásteis las calles céntricas y los apartados rincones. Orgullosos portábais la enseña. Y más orgullosos aún, ebrios de saber suficiente, explicábais a los sorprendidos conciudadanos, el significado de las siglas: la muy vieja, muy tradicional y muy conocida casa de comercio del señor Eusebio González se modernizaba. Habían llegado los hijos aportando sangre nueva a la empresa. Nuevas ideas y nuevos métodos. Ahora se llamaban EGYCSA,


que quería decir Eusebio González y Compañía, Sociedad Anónima. Y esa era precisamente la leyenda del banderín: EGYCSA. Boquiabiertos, admirados, patidifusos quedaban los afortunados a quienes comunicábais vuestro esotérico saber. Y volvíais a cabalgar sobre un tiro de caballos blancos, alados, sin saber que se llamaban Pegaso. (¡qué empalagosa puede llegar a ser la segunda del plural en pasado!) Es el pasado de otros. Vuestro pasado. Conviene cambiar de voz. Conviene también saber si se cuenta el resto del suceso, porque en cuanto a encuentro con la publicidad, ya está narrado: pero queda por saber el encuentro con el dinero y sus repercusiones futuras. Claro que si se cuenta se corre el riesgo de ridiculizar a alguno de los protagonistas. Resulta que cuando el héroe del banderín llega a su casa, harto de andar, harto de banderín y harto de helados, la mísera familia a la que pertenece le exige la entrega imposible del dinero recibido y gastado. A partir de aquí puedes hacer tú mismo las consideraciones: valor y disponibilidad del dinero. Responsabilidades que se contraen cuando se consigue. Familia y propiedad. El yo y los demás. Frustración, castración y reafirmación autodefensiva. La madalena de Proust. El banderín de EGYCSA. El mundo y el dinero. Todo esto conviene saber si se incluye o no se incluye. Una buena solución sería convertirlo en párrafo opcional, con un encabezamiento en negritas que diga: “no lo lea si no quiere”. Algo así como un modelo cortazariano para armar que daría modernidad a la novela. Seguro que es una cuestión en la que el editor puede aportar mucho. Sobre todo experiencias negativas. El sabe, como Popper, que el conocimiento es un camino hecho de errores.


Yo encontré pronto la publicidad, ya queda dicho. O ella me encontró a mi, vaya usted a saber. El segundo encuentro surgió unos dos años después, cuando yo seguía siendo un niño. Apareció también, aunque no me di cuenta de ello hasta muchos años más tarde, el márquetin. (a propósito de la grafía correcta, hay artículos, menciones y opiniones para todos los gustos en todas la publicaciones que alguna vez en su temario hayan tropezado con el marketing. Digamos con la mercadotecnia.) Mi tío, P.B. era grande y fuerte. Joven, jovial, gritador. Lustroso, bien peinado y siempre bien vestido. Con un enorme bigote rubio de guías inglesas. Buen comedor y buen bebedor tenía un negocio de tejidos. Había instalado, con otro socio, un almacén de venta de tejidos en una ciudad llena de fábricas y tiendas de tejidos. Era una tienda moderna, en plena calle del mercado de abastos, por donde pasaban cada día y especialmente los jueves, que venían también de los pueblos de alrededor, cientos de mujeres. La tienda olía a ozonopino y estaba, siempre, brillante y pulida. En las estanterías y los escaparates había tejidos de todas clases, pero sobre todo tejidos de lana y cheviot, estambre y tergales que por entonces, hacían furor. Había una trastienda alargada, con una de esas inmensas mesas que se usan para medir y cortar las piezas cuando salen del telar, donde trabajaban dos o tres empleados. También, y eso si que era una novedad, había música. Yo era bastante niño por entonces, ya he dicho. Lo traigo ahora a colación porque nunca supe de dónde salía la música. Ni siquiera me interesó saber cuál era la fuente de la que brotaba tamaña maravilla. Entiéndaseme bien, no es que yo no hubiese escuchado nunca una radio, que casi todos nuestros vecinos tenía y que yo escuchaba en casa de mi tía;


no, lo que ocurría es que yo no acababa de encajar la música en una tienda. No era lo suyo y esa transgresión de la norma me maravillaba. Tanto es así que de toda la música que escuché en la tienda de mi tío, sólo recuerdo un fragmento de zarzuela: “Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”. (averiguar de qué zarzuela es el fragmento) Mi presencia en la tienda respondía a la del mirón, sobrino del dueño y chico de los recados, todo en uno, pero allí aprendí a a velar mis primeras armas en el contacto con lo que por entonces era el público y hoy, todo el mundo, llama el mercado. Allí olí a ozonopino y escuché zarzuela. Allí entraban las mujeres, miraban, pedían, tocaban, se probaban, preguntaban y compraban o se iban. Allí se recibía, se atendía, se mostraba, se servía, se elogiaba y se vendía o se despedía. También entraban hombres, muchos de ellos de los pueblos de la comarca, con encargos de vecinos que no habían podido desplazarse. Tratando de recomponer mis primeros encuentros de tercera fase con la publicidad y la mercadotécnia, llego a la conclusión de que fue el dato de los encargos de los vecinos que no podían desplazarse ,el que dio a alguien la pista para poner en marcha una operación comercial de la que yo iba a salir marcado. Fue un verano radiante. Explosivo. De calor, de acción, de experiencias, paisajes y personajes nuevos. La operación era simple: bastaba recorrer todos los pueblos dentro de la zona de influencia comercial y nombrar en cada uno de ellos un “buzón”. Alguien a quien se dejaba un sencillo muestrario, que recibía los pedidos y los hacía llegar por correo hasta “El Arca Pañera”, que así se llamaba la tienda de mi tío, porque ya se sabe que el buen paño en el arca se vende. En la trastienda del Arca, se recibía el pedido, se seleccionaba la pieza, se medía, se cortaba y se empaquetaba


cuidadosamente. Se ataba, se lacraba con precisión y luego se le unía una doble cartulina rosa y perforada del servicio de Correos, con la que se enviaba contra reembolso. Cada día se enviaban decenas de paquetes: apilados con su envoltura prieta, la cuerda fina, el lacre seco y entero, los sellos adornando en filas multicolores y las dobles cartulinas rosa ondeando. Claro que todo eso fue después cuando el plan se llevó a cabo y comenzó a dar frutos. Primero hubo que realizarlo. Recorrer uno por uno más de doscientos pueblos. Alguien me dijo una vez que la provincia a la que pertenece el apartado rincón del mundo en el que estaba el Arca Pañera, esa provincia es la que tiene más municipios de todo el país. Nunca he confirmado el dato, pero me lo creo. Yo recorrí más de doscientos. Incluyendo caseríos apartados, alquerías y ventorros. Fue un verano brutal. (aunque parezca que ya se ha dicho, no es cierto. Y además vuelve a traer al lector, a traerte lector, al plato fuerte de la historia: aquel glorioso verano.) Días de moto y rosas. Días de pleno sol y plena vida que comenzaban temprano, cuando la vespa de mi tío se paraba frente a la tienda, donde yo le esperaba. A partir de ahí, cada día una excursión, una ruta, un itinerario nuevo que incluía pueblos grandes y pequeños. Pueblos recién regados que olían a sol y a tierra. Pueblos polvorientos o semiabandonados que no olían a nada. Pueblos con chavales de mi edad que corrían tras de mí en busca de las octavillas de colores que repartía. Pueblos del valle, de las colinas y de la llanura. Pueblos. Y octavillas. Resmas de hojas de colores en las que se explicaban, con precios y ejemplos, las ventajas del Arca Pañera. Octavillas que yo repartía de un extremo a otro de cada pueblo. Casa por casa, puerta por puerta, aunque


la puerta fuera de un establo o un granero. Hasta en la puerta de la iglesia dejaba algunas octavillas. Y cuando ya, cansado de aquel sol, de la cara curiosa y asustadiza de las viejas, y de las persecuciones de los chavales, veía que aún quedaban muchas octavillas por repartir, los arbustos junto al camino, los barrancos, la corriente del río y hasta los estercoleros, aparecían nevados de aquellas hojas de tonos pastel, verdes, azules, rosas, cremas y blancos. Luego iba en busca de mi tío y abandonábamos el pueblo para comenzar otra vez en el de al lado. Lo primero era localizar al “buzón”. Normalmente mi tío ya tenía alguna referencia: el apoderado del banco, el sastre si lo había, la tienda de tejidos, de ultramarinos o de zapatos, el veterinario, el cartero o el dueño del único bar del pueblo. Secretarios de ayuntamiento, maestros, dueños de cines o teatros, carniceros, todo valía siempre que aceptasen la propuesta y quisieran ganar unos duros. Mi tío, alto, saludable y vocinglero, hablaba, gesticulaba, enseñaba y convencía. Yo, mientras, recorría el pueblo de cabo a rabo sembrándolo de octavillas. Creo que es imposible traspasar al papel la cantidad y la intensidad de las emociones que experimenté entonces. Haz un esfuerzo, querido lector. Al fin y al cabo, tú también has sido niño alguna vez. ¿Recuerdas haber sentido el viento en la cara, el sol en lo alto y la carretera que huye? Seguro. Y recuerdas también el cansancio de las piernas en su postura obligada. Y la quemadura del carenado de la moto en las pantorrillas. Recuerdas las curvas y las recomendaciones de tu tío: no te muevas nunca, inclínate cuando yo me incline y para el mismo lado. Y sobre todo, no te sueltes nunca de mí. Recuerdas también los atardeceres sangrientos, con el viento cada vez más fresco, que hace que tirites sin querer. Los ojos


llorosos, la garganta reseca, las manos, los pies, las piernas y los brazos ateridos, allí pegado a las espaldas de tu tío, con el alma llena de burbujas de champán y esperando a que de nuevo amanezca y todo vuelva a comenzar. Recuerdas también los pueblos muertos a media tarde. El sol injusto de las cuatro mientras tu tío espera sentado en el bar a la sombra de un emparrado. Y las mañanas tiernas, cuando las mujeres barren y friegan el portal, cuando riegan la acera y esparcen el agua del cubo sobre el polvo del centro de la calle. Recuerdas los viejos sentados al sol sin ninguna curiosidad por esos papeles de colores que tu regalas generosamente. Las sonrisas obsequiosas de los “buzones”, las persecuciones inmisericordes de los otros niños, sobre todo si eran más altos y fuertes que tú, las llamadas pícaras de las niñas que gritaban: aquí, aquí, y se escondían en el portal esperando que tu llegases con la carga multicolor. Recuerdas el vino de pitarra de las comidas, los huevos fritos con tomate o pisto, el queso de cabra metido en aceite, el jamón curado casero, el lomo de jabalí conservado en manteca y las deliciosas sandías frescas del postre. Todo eso lo recuerdas tan bien como yo. Nuestros primeros encuentros con la publicidad y el mercadeo dejaron muescas profundas en las tiernas almas infantiles.


SEGUNDO CAPÍTULO

Hoy estoy triste. No puedo despegar de mi la realidad. Empiezo a entender que la verdadera novela se escribe de espaldas a la realidad. Y yo, hoy, no consigo apartarla de mí. Es algo que, al loco, le pasa desde siempre. El loco es pacífico, pero hay días en los que le es difícil apartarse de la realidad. Alguno de esos días, el loco encuentra soluciones improbables, como pensar en Borges o irse a dormir. Otros días escapa de la casa hacia algún perdido rincón de alguna parte. El loco huye también por la tristeza. Siente un extraño placer en estar triste. El placer del niño que se finge enfermo para no ir al colegio. El loco niega la realidad, la miente y se queda en sí mismo, dulcemente enfermo de tristeza. Así es como no se escribe una novela. Y el segundo capítulo es más difícil que el primero. Pero el loco volverá. Cuando se le pase la tristeza. Baste dejar constancia de que estuvo aquí. Es difícil para los demás entrar en la mente del loco. Pero para él también es difícil salir. Lo que si está claro es que el loco siempre vuelve. Le tiene querencia a estas cosas y siempre vuelve para hacer de las suyas; así que, querido lector, nunca sabrás el verdadero propósito de éstas líneas, a menos que seas capaz de entrar en la cabeza del loco. Se trata tan sólo de acabar el folio, para dar entrada a la realidad que está asomándose a los ojos. Cuando es imposible escapar de la realidad, lo mejor es agarrarse a ella. Tal como es; tal como nos viene.


Puestos en ello, no será malo tomarla en pequeños sorbos y a grandes tragos. Sin dirigismos previos. Aquí no cabe el discurso lógico. Ni el metalenguaje sobre ninguna pretendida novela. Sólo recibir lo que se nos da en sábado. No se trata de escribir el sábado. Es ser el sábado de lo que se trata. Vuelta al principio y huida hacia adelante. ¿Qué otra cosa se puede hacer? También lo ininteligible es necesario. Y en cuanto a la locura, ahí va lo siguiente: El autor hace una reflexión sobre la mala conciencia de quien se sabe mal escritor y arremete contra el concepto del posmodenismo y los que se sienten ridículamente seguros por haber conseguido entrar en el “parnasillo literario circense” español y no saben nada de la muerte. Cabe aplicar a la literatura la crítica sartreana del psicoanálisis: no se trata de represión o de corte epistemológico, sino de mala fe. El mal escritor sabe, de alguna manera, que lo es, y tiene por ello una indudable mala conciencia. Perseguido por su sombra, ve como una amenaza para él un tipo de autores que, como Poe, sabían demasiado bien lo que era escribir. Dicen que Poe, en una sola noche, hizo 40 críticas de las obras de todos sus contemporáneos: a ellos se los llevó el viento y no queda más que un nombre, el de Poe. A los de aquí se los llevará, sin duda, también el viento, como al sombrero de Escarlata O’Hara, pero mientras tanto, ellos permanecen como algo incómodo. Se sienten ridículamente seguros por haber conseguido entrar, a base de adulaciones, en el “parnasillo literario circense” español, y no saben nada de la muerte. Sin embargo parece como si los que hoy atacan pertenecieran al dominio más hard­boiled de la literatura española: Eduardo Haro Ibars y Alberto Cardín. No sé si son, como se dice, posmodernos. Lo que sé de los posmodernos me dice bien poco a favor de esta palabra.


Esto es, su calidad. Lo que sé de los modernos me dice exactamente lo mismo. La única modernidad que nunca pasará de moda es la del suicidio ­no por nada Jacques Rigault decía que le consolaba “lo infinitamente moderno que él era”­ o la locura. Mi caligrafía tiembla al escribir ésto: es, sin duda, posmoderna. Mi conciencia parece un dragón. Creo que en definitiva, lo que cuenta es saber hacer bien lo que se pretende hacer, sean cualquiera su estructura o sus pretextos ideológicos. Y eso no se aprende en escuela alguna. Eliott era católico, Pound, fascista. La enorme tragedia del sueño sobre las espaldas del campesino. Que los gusanos devoren al novillo muerto. Frente a mí, un niño autista ríe al oir los ruidos de la cocina. Su sordidez secreta. Un hombre ya maduro, instalado en una silla de ruedas, golpea sin cesar su cabeza con la mano. Otro lleva la cruz de hierro sobre el pijama. Todos se ríen de nosotros. En las paredes hay nombres de dioses muertos: Varem, Icso, Yahvé, seguidos de una cruz a manera de breve y modesto epitafio. Mañana morirá otro loco. Las paredes absorberán el hedor de la tinta. Después de Lacan, ¿qué? ¿La tasa social sobre el fracaso? ¿El triunfo de Eduardo Haro Ibars, contento como un niño con zapatos nuevos por haber entrado en el “parnasillo literario circense”? ¿O el de Alberto Cardín, que, si no he leído mal su vasta obra dedicada a la erradicación de la tierra de Fernando Savater, tiene como singular paraíso artificial el comer muchas pastas? Sin duda, como decía Edwin Lemert en “La maggioranza deviante”, el paranoico tiene realmente perseguidores. En la televisión un niño gordezuelo, parecido al que imagino en mi guión sobre “La extraña historia del doctor Jekill y Mr. Hyde”, canta el de la mochila azul: “El de la mochila azul / me dejó gran inquietud”.


Sentado en el suelo, con la cabeza entre las manos, cedo al acoso del recuerdo. Luego me levanto, aderezo los órganos del muñeco, me dirijo finalmente al estanque de los patos, los contemplo chillar y pelearse entre sí. En cambio, ellos no me miran. Vuelta al pabellón: otro loco mastica su bata. Se les dice, injustamente enfermos. No, la locura es una reacción normal ante determinadas situaciones de jaque mate social o microsocial. Cualquier individuo reaccionaría de la misma manera ante parecidos estímulos. Y esto no es Lacan, sino Giovanni Jervis. Pienso en irme con él a Italia e intentar trabajar en este campo tan cercano a la poesía. Es una idea. Tengo conceptos muy claros acerca de la locura. Entiendo a todos los enfermos de por aquí, incluso a los más graves. Todo hombre es en sí un continente, no una isla. El deseo del hombre es deseo del otro. Por ello, cuando alguien cae, caemos todos con él. Por ello ninguna tragedia es concebible en solitario, llovida del cielo. Es más, la soledad es imposible: está plagada de fantasmas. Y viceversa, de mi tragedia, tu oscuridad emana. No eres un hombre, estás marcado por la oscuridad. Por no haberte arriesgado a perder el sentido, he aquí que careces de él. Lo dijo Derrida: “Todo poema corre el riesgo de carecer de sentido, y no sería nada sin ese riesgo”. La literatura no es nada si no es peligrosa. Lo mismo que se arriesga el psicoanalista a depositar como un óbolo su razón en lo inconsciente, la literatura, que es la misma búsqueda, no debe protegerse. Si hay fallos en mi obra ­particularmente lo reconozco a propósito de “El que no ve”­, tengo, sin embargo, la satisfacción de haber siempre considerado la literatura como un en­sí indiferente a su inscripción social ­”el vicio radical estriba en la transmisión del discurso”­; es decir, en definitiva, como algo serio.


Si los demás no se comen el tarro, es problema suyo. Que no entren en el bosque de la noche. Desde el principio supe que no había salida. Que no usen mi torpe biografía para juzgarme. La literatura no es un modo de vida. “La no­vida es un estado de disolución / del yo en vida, causa de la escritura y a la vez su resultado”, decía ya en Teoría. Por lo demás, me agrada el que tanto vitalmente como por escrito haya cumplido la profecía. Si yo no fuera yo, tampoco Dios habría sido. Es posible que con ese final de punto en cursiva, la cosa haya quedado un tanto dura. Pero la realidad ha venido y nadie sabe como ha sido. Se te ha metido dentro por los ojos y has sido, estás siendo, lo que lees. Piénsatelo bien lector, que estás siendo yo y el Panero y todos los que vienen detrás. El sábado da mucho de si. Pero sigue adelante que lo que te espera no es menos ilustrativo. La vida es un manojo de hojas. ¿Suena bien, verdad? En realidad es poca cosa. Sólo un manojo de hojas. Que contienen, eso si, todos los datos. He querido ser magnánimo. Incluir la mayor cantidad de información posible. La novela como proceso de comunicación. Y si consigues formar algo, sea lo que sea, con los signos que recibes, estarás viviendo en otra realidad. La vida de un día cualquiera, un sábado cualquiera para ser exactos, vivida por un hombre cualquiera. Aquí no se niega a nadie. Y somos los que están y los que no están. Cada actor interpreta a multitud de personajes y ya sabemos que la soledad está poblada de fantasmas. Durante años, Laurence Olivier ha estado aplazando el día en que escribiría ese libro pavoroso. Finalmente lo ha hecho y no debe haber sido un trabajo agradable sino la búsqueda de algún tipo de redención.


La expiación de sus pecados, reales o imaginarios, es el sustrato de su libro. Con aguda franqueza y astucia ambigua, balanceándose voluptuosamente entre el autoelogio y el autodesprecio, con talento, sencillamente, ha trazado un espléndido retrato de actor, y el retrato de un actor espléndido. Aplausos merecidos para la orquesta. Sin tan aguda penetración, la Orquesta de Radio Televisión Española sirvió la página con empeño y claridad suficiente. La Fantasía lució en sus méritos principales y obtuvo del público, un tanto indiferente, de los jueves, una positiva acogida. Cuando Cristobal Halfter salió a saludar, por segunda vez, hizo ponerse en pie a toda la orquesta. El día 10 de Febrero. Del abono. El Concierto Emperador. Febrero, 9 y 10. F. Cano: Dionisíaco. L. van Beethoven: Concierto n.º 5 en Mi bemos mayor, Op. 73, “Emperador”, para piano y orquesta. Solista; José Francisco Alonso. R. Strauss: Suite de “El Caballero de la Rosa” Director: Odón Alonso. Teatro Real. Madrid. Ya salió Madriz. Pisando fuerte. Yoni. Madriz es mucho Madrid. En esta ciudad pasan cosas muy fuertes. Ha surgido una cultura urbana con una vitalidad, una fuerza y unas peculiaridades que se dan en pocos lugares del mundo. Con la llegada de la libertad, la imaginación se ha desbordado y ha nacido un estilo de convivencia libre, generosa y abierta.


La movida madrileña ­con sus músicos, sus artistas, sus poetas, sus pintores, su basca enrollada con todos sus nuevos valores­ es una auténtica revolución cultural. Balada del fin de semana en Madrid. Historias de mi calle. LPO. La Gotera.­ 83. … Le ha valido al escritor Antonio Mora el premio Hispania de Literatura en su vertiente de narrativa. Este premio, el más importante de las letras nacionales … supo compaginar su tarea de escritor con la enseñanza del derecho, la filología, la filosofía, el periodismo o la sociología, habiendo sido también profesor de literatura española en la universidad de … ¿Quién es? Perdone que le moleste … Soy Antonio, el vecino de abajo … ¿Puede abrir un momento? ¿Qué es lo que quiere? Esto … Mire … Tengo la casa inundada de agua … usted debe haberse dejado abierto, sin querer, algún grifo del cuarto de baño y … Espere un momento que voy a mirar … Había sido nombrado muy recientemente académico de la Real Academia de la Lengua. El novelista, ensayista y pensador Antonio Mora, nació en … Si, era la bañera que se había desbordado. Ya he cerrado el grifo. Oiga … Pero … ¿No quiere usted bajar un momento a mi casa a echar un ojo … a ver cómo se me han puesto de agua las paredes y el techo? No. Adiós. … Autor de más de cincuenta obras, Antonio Mora ha cosechado con éxito todos los géneros literarios, siendo por la importancia y calidad de sus libros el escritor más … El escritor Antonio Mora, con su obra “Vivir de pie” ha obtenido el premio Hispania de Literatura en su modalidad de novela … Apenas iniciados los estudios universitarios, a los dieciocho años, Antonio Mora publicó su primera novela “Recuerdos de un hombre olvidado” que logra gran resonancia entre la crítica …


Oiga, portero … Dígame, Don Antonio. Tengo la casa que parece un estanque, toda inundada; techos, paredes, suelos … el baño del vecino de arriba se ha desbordado y me cae el agua por todas partes. ¡Qué barbaridad, Don Antonio! ¿Por qué no me ha telefoneado usted? Si que le he telefoneado, llevo una hora haciéndolo, pero usted no contesta al teléfono. ¡Cierto! ¡Qué tonto soy! Es que lo he desconectado. Cuando me pongo a escuchar la radio desconecto el teléfono para que no anden molestándome. ¡Qué astuto! Así que tiene usted goteras, Don Antonio … ¡Uf! Se le estará quedando la casa hecha un asco! Yo, una vez también tuve goteras, por culpa de una vecina que … He intentado hablar con el señor que vive en el piso de encima, pero ni siquiera ha querido abrirme la puerta. Es un señor muy raro; no abre nunca a nadie, ni siquiera a mi. ¡Y eso que soy el portero! Usted Don Antonio con quien tiene que hablar es con la hija de ese señor. Ella es la única persona a quien él hace caso. Viene por aquí de vez en cuando y me tiene dicho: “Si mi padre hace alguna pifia, usted me da un telefonazo”. Tenga, aquí tiene el número … Su novela “El amanecer de los perros”, señala, según los biógrafos de Antonio Mora, la consagración de uno de los más firmes valores de las letras nacionales de este siglo … La elegancia estilística, la precisión y profundidad de pensamiento que transmiten las obras de Antonio Mora le abrieron las puertas de las más prestigiosas universidades de Europa y América, donde … Está comunicando. Pues tendrá usted que ir a su casa. Esa señora cuando coge el teléfono se tira hablando dos horas. Vive en esta misma calle, cuatro manzanas más arriba, en el 86. El premio Hispania de Literatura, que tan merecidamente le ha sido otorgado al poeta y escritor Antonio Mora, pretende ser el broche de oro


con que la cultura de nuestro país rinde obligado homenaje … Semana. Premio Hispania. Antonio Mora. Mora. Antonio Mora premio Hispania de Literatura. Pueblo. Antonio Mora premio Hispania de. El País. Mora premio Hispania de Literatura. Diario 16. El Hispania para Antonio Mora … Catedrático de Derecho Político y firmemente vinculado al mundo universitario occidental, Antonio Mora es nuestra más lúcida pluma y nuestro más preclaro … ¡Hola guapita! ¿Está tu mamá? Si, pase. Tendrá que esperar un poco, mi mamá está hablando por teléfono. Lo sé. Dile que es urgente, que es por un asunto relacionado con tu abuelito … Conocido en todo el mundo por obras tan magistrales como “Los locos del alba”, “La cabeza del cazador” y “El jardín sin fondo”, el escritor Antonio Mora ha sido galardonado con el más importante premio de nuestras letras … Perdone que le haya hecho esperar, es que cuando cojo el teléfono … ¿Qué es lo que ha hecho esta vez mi padre? Ha dejado que se le saliese la bañera y me ha llenado la casa de goteras. Siento tener que molestarla, pero tengo el techo y las paredes chorreando agua y … ¡Oiga, ahora que me fijo …! ¿Verdad que usted ha salido hoy por la televisión? Si, señora. Pues … como le decía, tengo la casa anegada … Si usted fuera tan amable de acercarse un momento a ver cómo … ¡Uy! Ahora me es del todo imposible. Precisamente estoy esperando a unas amistades que no tardarán en llegar. Pero yo le prometo a usted que mañana sin falta … El famoso escritor Antonio Mora ha obtenido el premio Hispania de Literatura en su modalidad de novela … Supo compaginar su trabajo de escritor y sus tareas de académico con la enseñanza del Derecho Político, la Filología, el Periodismo o la Sociología … habiendo sido también profesor de Literatura Española en las universidades de Boston,


Filadelfia, Princeton, Nueva York y Chicago. Este premio, el más importante en las letras de nuestro país … Fin. Este brazo siempre te echará una mano. Hazte socio de Cruz Roja. Vamos a ver, ¿Qué más da si de noche se pinta el morro y coge el bolso? Lo que cuenta de un general es que sea un buen general y no que se afeite con hacha. Segundo premio cinematográfico. Candi 1984. Si te gusta el cine y te atreves a escribir un guión para un corto PARTICIPA EN EL CANDI. Hay un premio de 400.000 pesetas y dos accésits de 50.000. El plazo acaba el 15 de febrero y el concurso se falla el 15 de marzo. Envía tu guión o pide las bases a Grupo Candi. C/ Príncipe de Vergara, 76. Madrid­6. El Cinco Naciones llega hoy a su centenario. El resto del calendario del torneo será: 4 de febrero. Irlanda­Gales y Escocia­Inglaterra. 18 de febrero Gales­Inglaterra y Francia­Irlanda. 3 de marzo: Irlanda­Escocia y Francia­Inglaterra. 17 de marzo: Escocia­Francia e Inglaterra­Gales. Ha sido un rally terrorífico. Rahier (BMW) y Metge (Porsche) ganan el París­Dakar. En la primera etapa de Guinea, por ejemplo, la que disputamos el día 15, nos jugamos la vida cada minuto. El trazado discurría por lugares por los que no había transitado un coche nunca. Éramos los primeros que pasábamos por allí. Tuvimos que hacer promedios de 25 kms/h., y los camiones debieron cambiar sus rutas, porque no podían pasar por los acantilados, barrancos y pistas que utilizábamos los demás. Hemos tenido mucha suerte, sobre todo, porque el coche lo ha resistido todo y porque los tres teníamos alguna experiencia en este tipo de prueba. El pasado miércoles, en la etapa de Tamba Counda a


Saly Porudal, Thierry Sabine, el organizador nos concedió tan sólo tres horas para recorrer 150 kilómetros infernales. Si superábamos ese tiempo, penalizábamos con 15 horas de más. Estábamos cerca de Dakar y, como muchos otros participantes, tan sólo pensábamos en concluir la prueba. Corrimos con cuidado y llegamos a la meta en tres horas y 15 minutos. Sabine, por supuesto, nos penalizó con 15 horas. Una hora por cada minuto de retraso. Tiempo de amar, tiempo de morir (A time to love and a time to die) se rodó enteramente en decorados naturales, en Alemania y es la última película de Douglas Sirk. Esa sutileza, ese tratar al espectador como una persona adulta e inteligente ­la idea de sostener los panos más de lo habitual también va en ese sentido­, tampoco la comprendieron los censores de la URSS, demasiado rígidos para entender el hecho de que Gavín muera a manos de guerrilleros soviéticos es una ironía del destino. Más curiosa es la prohibición que sobre el filme extendieron los censores israelíes, sin duda irritados ante dos protagonistas alemanes que no eran nazis, pues incluso sin rebelarse contra el régimen hitleriano, eran víctimas de él. Esa historia del correo del zar que se libra de la ceguera gracias a las lágrimas, ha tenido varias versiones, desde la americana de los años treinta hasta la de Eripando Visconti. La protagonizada por Curd Jurguens tiene la fama de ser más espectacular, pero también la más rutinaria. Tiempo de amar, tiempo de morir se emite a las 22.50 y Miguel Strogoff a las 16.00, ambas por la primera cadena.


Los audímetros sólo medirán el número de horas que el televisor está conectado. La televisión no razona, seduce. Algún día la crítica cultural podrá explicarnos el caso Arrabal: cómo uno de los poetas, en el sentido amplísimo de la función poética, más singulares de la literatura contemporánea, puede convertirse en un vendedor de guerra fría y en un besabanderas. Por otra parte, el señor Arrabal cometió la grosería de ignorar que Massiel había ganado un festival de la Canción de Eurovisión, con lo que demostró su poca sensibilidad ante las cosas importantes que han hecho los españoles por el mundo. Visto y Oído. Violentos disturbios en numerosas ciudades de Marruecos por el alza de los precios alimenticios y las tasas académicas. ¿Desestabilización? “Censo de pobres”. El discurso real del 27 de diciembre pasado, en el cual el rey dijo, dirigiéndose al pueblo, que “ya no tengo cara para seguir pidiéndote la menor contribución, a ti, que no tienes ni posees nada”, y prometió que los futuros aumentos de precios no afectarían a los pobres, sino a los ricos. En los medios populares se critica que al día siguiente de este discurso, en el cual el rey prometió la realización de un “censo de los pobres marroquíes”, para lograr que éstos no se vean afectados por las inevitables subidas que aún habrán de venir como consecuencia de la cancelación de la caja de compensación, aumentaron las gasolinas, la botella de gas butano grande, y sobre todo, pequeña, que es de gran utilización popular. Vehículos españoles, apedreados en Tetuán. Cuatro heridos han sido ingresados en un hospital de Melilla. Las mismas fuentes


afirman que la auténtica matanza se produjo, al parecer, al disparar desde un helicóptero sobre un gran grupo de manifestantes. Levitt. Líder mundial en viviendas unifamiliares. Comunica. Que ha iniciado la admisión de reservas para la primera fase de Levitt Park 2 en La Moraleja. Oficina de Información y Zona Modelo en Levitt Park, Camino Ancho, 70. La Moraleja. Teléfono 650 15 03. El obispo de Bluefields, Salvador Sclaefer, regresó a Nicaragua procedente de Costa Rica, tras haber acompañado a más de 1.000 indios miskitos hasta Honduras. El asno de Buridán. Garantías para el inseguro. Al filo del Año Nuevo murió apuñalada en Barcelona una chica que se negó a darle un duro a su verdugo. El homicida (Ahorrémonos los caritativos y también ridículos eufemismos legalistas de la presunción) tenía nueve o diez años. A veces basta un pequeño ejercicio de fenomenología. El que sugiere, por ejemplo, el hecho de que un niño de 10 años mate a una mujer porque no quiso darle un duro. Albarán de Miquel Roca. Miquel Roca tiene el corazón a la izquierda, la cartera en el bolsillo interior de la derecha y en medio una larga nariz latina de una profunda sutileza para detectar pequeñas piezas o cuestiones de medio alcance. Es el rey del trato, el dueño y señor de la contrapartida. Le preguntas cualquier cosa y antes de contestar este hombre eleva las cejas hasta mitad de la frente, se las mira un rato desde abajo con ojos de mercader que está haciendo números y luego comienza a despedazar el asunto con un helado rigor de balance. Al final de la


conversación aunque se haya hablado de una puesta de sol, uno queda enterado también de los costes. Este hombre nació bajo un bombardeo, pero es más frío que un pez. A mí no me importaría que me administrara el dinero. Guillermo Cisneros Garrido es miembro del Club Liberal de Barcelona. El liberalismo debe dejar de ser una ideología de salón para pasar a serlo de acción. El liberal está habituado a intentar arreglar el mundo. Arreglar el mundo en las tertulias, cuando lo necesario es una militancia activa, comprometida en la defensa de sus ideales. No he pretendido, aunque a algunos les pueda parecer así, ofrecer una visión pesimista del liberalismo. Al contrario, estas líneas han sido escritas bajo el convencimiento de las grandes posibilidades que ofrece y de la imperiosa necesidad de su presencia en la sociedad. Pero para que el liberal pueda llevar a cabo su misión, debe ser, ­sin abandonar, por supuesto, el terreno de la praxis­ imaginativo y creador. En ello estamos. En medios oficiales se teme que muchos heroinómanos barceloneses estén intentando conseguir metadona como sustitutivo. Dale voz a la izquierda. Apoya con 5.000 Ptas. al Diario LIBERACIÓN. Envío 5.000 Ptas. para participar en la fundación del Diario Liberación mediante: talón nominativo adjunto. Giro Postal. Transferencia a la c/c n.º 30­224­C del Banco Exterior Suc. 39. Madrid. NOMBRE. DIRECCIÓN. (A vuelta de correo recibirás una certificación y el material informativo editado sobre el diario) REMITIR A: LIBERACIÓN Castelló, 32­2º izq. Madrid­1. Estamos en la recta final del


proyecto, LIBERACIÓN es posible. Pero ellos no nos lo financiarán, tendrá que ser la izquierda la que dé voz a la izquierda. Días después el análisis forense permitió confirmar que David García había fallecido antes de ser suspendido por el cuello con una cuerda. El cuerpo no presentaba los síntomas propios del ahorcado, y, en cambio, tenía señales de haber sido golpeado y arrastrado. Desde el primer momento, determinadas circunstancias hicieron pensar a los investigadores que el joven no se había suicidado. El muchacho, que era de complexión atlética, estudiaba séptimo de EGB en un colegio de la colonia de El Viso y, según los testimonios que entonces aportaron sus profesores y compañeros, simpatizaba con la ideología falangista. David García era hijo de un conocido psiquiatra y psicólogo madrileño y vivía con su familia en un piso situado junto al parque del Retiro. El lugar donde le encontraron muerto se había convertido en el refugio favorito de muchas pandillas de adolescentes del distrito de Retiro. El macabro hallazgo fue efectuado por su hermano Enrique y un amigo que, alarmados por el retraso de David, habían salido a buscarle. David estaba desnudo y junto a su cuerpo se encontraron las ropas, con la excepción de las prendas interiores. El domingo de Pentecostés de 1.981 David García fue encontrado ahorcado en el hueco del ascensor de un edificio abandonado, perteneciente al complejo hospitalario del Niño Jesús. Cuando David recobró el conocimiento, se produjo un nuevo enfrentamiento verbal y físico. Entonces José Andrés Fernández González ató al muchacho una soga al cuello, anudó el otro extremo a un hierro que sobresalía de un


muro y empujó el cuerpo al vacío. Arrojado al vacío. Luego el acusado lo subió hasta la segunda planta por las rampas de las escaleras en una silla de inválido que allí estaba abandonada. A consecuencia de una caída, siempre según la versión del detenido facilitada por la policía, David se golpeó contra el suelo y quedó inconsciente. En la primavera de l.981, José Andrés Fernández González estaba recién alistado en la Legión Extranjera, pero el domingo en que murió David García se encontraba en Madrid con un permiso de fin de semana. Según su testimonio, el 7 de junio acompañó a la víctima al edificio ruinoso del complejo del Niño Jesús, donde sen enzarzaron en una discusión. Detenido Jim Cadaverius, confesó haber sido el autor de la muerte de David. Los investigadores del caso identificaron al presunto autor de este intento de abusos deshonestos como un joven ex­legionario homosexual conocido en el barrio de la Estrella por Jim Cadaverius, nombre bajo el que se ocultaba José Andrés Fernández González, que en repetidas ocasiones había intentado mantener relaciones homosexuales con menores de edad, incluso por métodos violentos. La denunciante añadió que su hijo había sido amenazado de muerte por el denunciado. El trabajo policial que ha permitido resolver, a los dos años y medio, el enigma de esta muerte, comenzó cuando la pasada semana una mujer informó en la comisaría de la Estrella que su hijo había sido objeto de abusos deshonestos por parte de un joven vecino del barrio. Este año. ¿Quién pisará más fuerte? ¿Lotusse o Yanko? Gestión 84. El gran juego de las empresas. ¿Quién enfocará mejor el problema? ¿Pentax o Nikon? Gestión 84. El gran juego de las empresas. La revista Consulta ha realizado una


encuesta entre 300 médicos sobre la gestión socialista en Sanidad. El 55% la considera regular, el 34% mala, el 1% muy buena y el 10% buena. Bonka­La Estrella. ¿Quién quitará el sueño a quién? Gestión 84. El gran juego de las empresas. Contrapunto. París. La vanguardia rinde culto a la luz. Manipulación de la imagen a todos los niveles, invasión del vídeo y la xerocopia. La evolución tecnológica modifica más sensiblemente nuestras imágenes mentales, la realidad se transforma hasta los límites de lo irreconocible gracias a las nuevas posibilidades, y en esta cambiante efervescencia el arte parece dar golpes de ciego buscando un camino proyectado hacia el futuro. La portuguesa Zao Pestaña realiza hoy una performance y una instalación de ambiente a partir de los espejos como símbolos de Europa, con intervención de seis monitores y tres cámaras. El pasado jueves tuvo otra intervención en la misma sala a partir de un ambiente sobre campos de concentración. Sala Espacio P. Núñez de Arce, 11 Madrid. Hoy sábado, a las siete y media de la tarde. Proyección en monitores hasta el 4 de febrero. A. Los amigos del museo del Prado desean agradecer públicamente la colaboración de las siguientes entidades en las actividades de la Fundación durante el año 1.983. Cía Coca­Cola y sus concesionarios españoles. Confederación de Cajas de Ahorros. Gil y Carvajal. Morgan Guaranty Trust Company. La Unión y el Fénix. Santillana Ediciones, S.A. Unipsa. IBM. Edilán. Phillip Morris. American Express. Arthur Andersen. Banco Central. Activos Financieros. Gesmagen. Banco de Bilbao. Cía Española de Petróleos. Dragados y construcciones. Petroliber.


Chase Manhattan Bank. Federico Nogueira, S.L. Christie’s B.V. Sucursal España. Sotheby Park Bernet & Co. Agradecedmos especialmente la colaboración desinteresada de los siguientes medios de comunicación: El País – Pueblo – Ya – ABC – Diario 16 – Cambio 16 – Efe – Europa Press – Radios – RTVE. Esperando siga aumentado el número de empresas que colaboran con nosotros, enviamos a todos nuestros benefactores los mejores deseos para 1.984. Amigos del Museo del Prado. Museo del Prado – Casón del Buen Retiro. Teléfonos 139 58 03 – 04. La polémica sobre “Teledeum”. Sin citar el espectáculo concreto, en la homilía del cardenal Narcís Jubany del pasado 15 de enero se traslucía una reflexión sobre el montaje. En este mundo nadie está a salvo del ridículo: ni los personajes más encumbrados ni las doctrinas más prestigiosas. Tampoco se libran de él las personas discretas y modestas; también ellas pueden ser objeto de mofas y burlas. La malicia sabe encontrar siempre el punto risible en las inevitables flaquezas de la expresión y del comportamiento humano. Pero hay una clase de burlas que son temibles por malévolas y corrosivas. La religiosidad del Siglo de las Luces no resistió las burlas ridiculizantes del autor de Candide. La decadencia de nuestra sociedad se manifiesta, sobre todo, en el materialismo ambiental que lleva consigo el desprecio de los valores éticos, morales y espirituales. Existe una verdadera inversión: Hay quienes se esfuerzan por afirmar que la irreligiosidad y la libertad sin freno constituyen el gran contenido de una cultura progresista. En defensa propia. Con bastante repugnancia me pongo a escribir esta especie de alegato. Ha sido objeto de particular atención porque está


escrita pensando en el espectáculo barcelonés Teledeum, aunque no sea nombrado por el arzobispo. Nunca la realidad alcanzó lo imaginado. Quizá por estas sorpresas, quizá porque me voy haciendo cada vez más juicioso, he desistido de competir en el teatro con la realidad. Ya lo dice el refrán italiano: Un bel morir tutta la vita onora. El seny que diriem en catalá. Voltaire, como es sabido, ejerció también la acción directa e intervino en el esclarecimiento de una serie de errores judiciales que le permitieron descubrir y denunciar fallos muy graves y claras injusticias de los tribunales franceses. Una de las personas que consiguió que fuera rehabilitada, aunque póstumamente, fue el famoso Joan Calas, negociante occitano que, debido a un error judicial y a la intolerancia religiosa, fue descuartizado vivo. Era calvinista y fue acusado en falso de haber dado muerte a su hijo para que no abrazara la religión católica. Al año siguiente de este asesinato oficial aparecía un libro de Voltaire: Traité sur la tolerance. 1.763. Entre la religiosidad del siglo de las luces, que el señor cardenal trae a colación con nostalgia, y el apóstol de la tolerancia que fue Voltaire, creo que la opción está clara. Dignidad de la persona humana. Necesidad de progreso. Ser cada día más hombre. Rearme moral de la sociedad. Ambientes sociales. Desarrollo y progreso. Amor social. Respeto a los sentimientos del pueblo. Como muestra tengo aquí a mano una ficha con una cita muy curiosa que saqué de las ­abrevio el título­ Constituciones Sinodales del Obispado de Calahorra y la Calzada, año 1.700, páginas 35 y 36: D. ¿Por qué se dize que esta iglesia es santa, aviendo en ella muchos hombres malos? Se dize ser santa por tres razones. La primera, porque su Cabeza que es Christo, es Santísima, assí como uno que tiene un rostro hermoso se dize ser lindo


hombre, aunque tenga algún dedo torcido, o alguna mancha en el pecho, o en las espaldas. La segunda porque todos los Fieles son santos por Fé, y professión: porque tienen una Fé verdadera y Divina, y hazen professión de Sacramentos Santos, y de una ley justa, que no manda sino cosas buenas, y no prohíbe sino las malas. La tercera porque en la Iglesia ay algunos verdaderamente santos, no solamente de Fé y professión, sino también de virtud y costumbres, siendo cierto entre Judios, Turcos, y Hereges, y gente semejante, que están fuera de la Iglesia, no puede aver alguno verdaderamente Santo. Un Dios que no se divierte con las travesuras de sus hijos, difícilmente podría ser el padre de un hogar dichoso. En definitiva es lo que decía Cicerón: Todas las artes que miran a lo humano están ligas entre sí por eternos lazos de parentesco.


TERCER CAPÍTULO

Al tercero va el vencido. Y ya es hora, porque como quien no quiere la cosa, estás plantado al principio de otro capítulo y aún no sabemos de qué va ésto. Quien sí lo sabe es el poeta. El poeta siempre lo sabe todo. Ya lo dijo el poeta. Con lo cual no sólo lo sabe, sino que, además, lo dice. (Tal vez el párrafo tiene un aire savateriano ­no le pegan ni savaterial, que suena a erial, ni savaterino, que suena a frailuno; mejor savateriano, como volteriano­ y al respecto será bueno confirmar que Savater sigue de Moda) Y tú, zapatero a tus zapatos. A tus poemas, a tus momentos liricursis. A tus inventos y neologismos. Que todo buen escritor crea palabras nuevas y afirma otras ya existentes. Como casiprosa y cosas así. (Recuperar del viejo cajón de los escritos, todo el material referente al Concurso Nacional de Poesía y Narrativa Joven 73. Concurso edición 1.973. Promovido por la S.A.R. Cubierta: Emilio García Moreda. Promueve Sociedad Artística Riojana. Imprime: Gráficas Quintana. Canalejas, 4 Logroño. Dep. Leg. LO­156­1.973. Edita, Editorial Ochóa. Castroviejo, 19 Logroño. I.S.B.N. 84­300­5933­4. Miembros del jurado: Luisa Yravedra. Eduardo Gil de Muro. Mariano Casanova, Javier Pérez. ACTA. Reunidos los miembros del jurado para deliberar y emitir el fallo del “Concurso de Poesía y Narrativa Joven, 1.973”, promovido por la


Sociedad Artística Riojana (SAR), y de acuerdo con las bases publicadas, resolvieron por unanimidad lo siguiente: A) Declarar desierta la Fase Sector Provincial, por cuanto que la calidad y el número de trabajos presentados no hace posible su inclusión en la publicación del libro como premio máximo. B) Incluir los cuatro trabajos siguientes dentro de la publicación del libro, sin que por ello puedan considerarse como ganadores ninguno de los cuatro: Para Verso: Trabajo presentado bajo el lema “Pequeña Poesía”: abierta la plica correspondiente resultó ser su autor Ofelia­Noemí Salgado Contini, de 25 años, residenciada en Madrid, Fernández de los Ríos, 78, 2º, y nacionalidad Argentina. Trabajo presentado bajo el lema “No quieras prolongar más la soga”; abierta la plica correspondiente resultó ser su autor Luís Conde Díaz, residenciado en Burgos. C/ Soria, 2 y nacionalidad Española. Para Prosa: Trabajo presentado bajo el lema “Hay sonrisas que nos ponen alegres” (prosa poética); abierta la plica correspondiente resultó ser su autor Mario Alfares, residenciado en Madrid, C/ Alcalde Martín de Alzaga, 9, y nacionalidad Española. Trabajo presentado bajo el lema “El vagabundo que pasó”; abierta la plica correspondiente resultó ser su autor José Miguel Romaña Arteaga,


residenciado en Vizcaya (Portugalete). Av. José Antonio, 26 y nacionalidad Española. Logroño, 20 de Mayo de 1973) Hasta aquí la información básica. Por cierto, ese tal Romaña, ¿no será un primo del famoso Martín Romaña? Vaya usted a saber. El camino de la literatura está lleno de encuentros inesperados. En cualquier caso, en aquel asunto de la S.A.R., el poeta dejó bien claro que a todos, príncipes, ministros y lectores de pueblo, a todos les está permitido mentir. Es su oficio. Pero el poeta no. El poeta debe decir la verdad. Ser la voz que clama en el desierto. Para que, desde fuera, llegue a los hombres una voz nueva y diferente. Claro que el discurso no es nuevo. Siempre hay un poeta diciendo lo mismo. Repitiendo hasta el infinito la misma verdad. Y hasta en la misma verdad hay diferencias. Y formas de contarlo. (Viene al caso hacer una declaración de estilo. Para hacer una novela es fundamental, y mejor dicho, inevitable, el estilo. Aquí, para ti y para mí, occidentales desarrollados, eso inevitable se llama vídeo … La vida es una sucesión de imágenes. Una supersaturación de información entre la que sobrevivimos, siempre desinformados porque nunca podremos absorberla toda. Es por eso que el poeta cuenta la vida en imágenes. Porque la vida es un vídeo. Aunque esté escrita en un libro. Ya no puede haber novelas (Habrá ficción, no novela) de las de: hace mucho tiempo en un lugar lejano. Lo que ocurre, ocurre siempre en simultáneo. Y la imagen es presente. O no es.) Bien, a lo que íbamos: comparte el libro con el poeta y entérate de por qué no se siente hombre del siglo: vive el mundo en segundos. El libro y Mario alfares nacieron a la vez. Vamos que fue un parto múltiple y tardío. Fue exactamente la trasnoche del 29 de diciembre de


1.983. Entrevista anónima. Voz ­Bienvenida periodista. Siéntate. Esta es mi casa. ¿Quién te ha dicho que soy Mario Alfares? Voz ­No es sólo vanidad quien me llama. Aunque no alcanzo a oír bien las otras voces. Debajo de Ciorán, Sartre. Antes que ellos, Hesse y Maugham, Faulkner y Whithman, la otra orilla del puente de Poe­Lewis. Marx, Freud y algún Nietzsche. Todos cuando decidiste ­¿Decidieron?­ que había que cruzar la frontera. Cela, Pere Quart, Hernández, Lorca, Buero, Unamuno y Machado ­Siempre Machado­ edificaron sobre cimientos de Samaniego, el refranero y Lázaro Carreter. Enciclopedias Alvarez, abecedario y la biografía de Franco con doña Bene y doña Ana María. ¿Quién está en el espejo? Encontré, no hace muchos días, perdida y como sin sentido una referencia a los hombres y a su siglo. Trato de recordar a propósito de qué asunto se producía la frase. Inútilmente. Lo que me asustó no fue el tema, sino la referencia. Lo que, aislado de su contexto tenía de premonición aterradora. No me siento, no puedo sentirme, como hombre de un siglo. No me siento el siglo. Este siglo que vivimos. ¿Es que podemos ocultar algo a la mujer que queremos? ¿Y si callamos, por qué lo hacemos? Por miedo. Por desconfianza. Este siglo no es nuestro, escapa a la dimensión del hombre. En la medida y en la definición. A fin de cuentas, cien años, aún superando las expectativas de vida, son manejables. Están comprendidos en las memorias adquiridas, vitalmente adquiridas por mí, mis padres, y/o hijos. Un siglo de cien años está hecho a la medida de mi memoria colectiva. Pero este siglo que no es nuestro, tiene tres mil ciento cincuenta y tres millones, seiscientos mil segundos acelerados. Intensos. Inabarcables en su totalidad. París­New York, ocho horas, Siete horas


cuarenta y cinco minutos una jornada laboral. Dos horas una película larga. Treinta minutos todo un programa de radio. Vive a quince minutos del centro. Una llamada telefónica, tres minutos. Un spot de televisión, toda una historia, treinta segundos. Acelerada por la máquina, la carrera del tiempo­es­oro, está empezando a implosionar. A sobrepasarnos. Y el siglo ya no es un siglo de hombres. Este siglo es suyo. De las máquinas. Del tiempo en unas horas todo el tiempo. Hay una frase de esas citables que dice: No hay tiempo para todo. Me gustaría hacer un poco menos, un poco mejor. Llevada a la perfección, la filosofía de la cita, nos enfrentaría a un hombre en estado de hibernación. Haría lo mínimo que se puede hacer, sobrevivir, y lo haría perfectamente. Novísima Inquisición de la Literatura Española. Lo político, proyección cotidiana de lo ideológico. No sé se es lo más marxista o lo más antimarxista que he leído últimamente. En cualquier caso es como si de repente se hubiesen rasgado los cielos de los politicastros apegados a los consensos y los posibilismos y hubiese aparecido, allá al fondo, una nueva noche inasequible y profunda. Llena de nuevas estrellas. Ellos me enseñaron. Historiar, memoriar, homenajear y criticar. Doña Ana María. Matrona por su imagen. De buena familia, supongo. Bondadosa y cursi. Maestra de los 50. Doña Bene. Nerviosa. Lista. Enamorada. De eso me aprovechaba yo y me zampaba enormes bambas de crema. ¡A costa de sus cartas de amor! ­Llévale esta carta a D. Juan, ¿Te ha dado algo doña Bene?­ Probablemente activista de derechas. A un paso del fascismo. Don Juan. Bruto. Física y mentalmente. Bruto corpachón,


brutos el bigotazo y la voz. Bruto. Don Fabián (@) “Mono”. Amargado. ¡Clarividente Machado! Don Fabián pervivía, desde que tú le encontraras una tarde parda y fría. Don Benito. Sanguíneo y fanático. Desequilibrado. Le vi lanzar a un gamberro por la ventana. Literal. Afortunadamente la ventana estaba a medio metro del suelo. Su frase favorita: ¡Que te pico, muñeco de trapo! Mientras, amenazaba rajarte la barriga con un puntero de castaño. Uno de los mayores sustos de mi vida. Don Angel. Ex­jefe de estación. Republicano depurado. Marido de maestra. Escuela privada en casa privada. Pandilla de aspirantes a barriobajeros de ambos sexos. Y aquel decimonónico bregando en moldearnos. Mezcla de Licenciado Cabra y Mirafiori. La letra con sangre entra. Aunque sea letra corporativista y socializante. Don Eladio. Seglar entre religiosos. Atildado y atiplado. El me enseñó a leer y no a ver letras. Supe que la imaginación no era pecado malgre lui. Conocí España de la mano de dos niños fascistas, hijos de fascista y huérfanos de guerra, en un precioso libro de viajes. Conocí el refranero y los quebrados, caligrafía y Chiribín. Tuve amigos y entré en un Cuadro de Honor. Don Pedro (@) “Patachula”. Seglar también. Cojo con gracejo. Listo. Aprendí con él ortografía en verso. En verso los partidos judiciales y aprobé el ingreso al Bachiller. Amigo de los polvos de la madre Celestina y el padre Cucharón. Ilusionista. Don Agustín (@) “Guiñapeos”. Seminarista. Pobre histérico y barbilampiño. Demasiada fiebre juvenil en tus mejillas imberbes. Demasiada represión. Demasiada inseguridad. Demasiado. Don Víctor. Sacerdote. Vesánico. Punto. Don Guillermo (@) “Chespia”. Organista sin misterio. Jefe, que no director, de un mal coro. Chanchullero y plagiario. Casi cura y casi calvo. Feo de consideración. Don Julio. De gimnasia. Sin más ambajes ni más luces que el decúbito


prono y el supino. Civil, vecino del pueblo. Don Celso (@) “Menea”. Viejo y vicioso. Sacerdote. Atorrante capaz de golpear con pies y manos y ensañarse, ya en el suelo, con un desvergonzado imprudente de once años. Don Julio (otro). Inteligente y frío. Sádico y (¿Hace falta decirlo?) cínico. Sacerdote. Don Aniceto. Sacerdote. Director y, por tanto, viejo. Mofletudo perro pachón. Maniático antimarxista superviviente de la guerra. Famoso por sus bofetones y por sus intentos de hacernos a todos curas. Don Julio (otro y van tres). Química con manzanas y naranjas. Gordo y desconfiado. Vendedor de abonos y piensos, además. Don Santiago (@) “Viti”. Veterinario de pueblo. Sencillo y campechano. Puros huesos. Excelente persona y pésimo docente. Don Rafael (@) “Zapatones”. Pintor y extravagante. Primer y único de mis maestros al que he visto llorar. Decíamos entonces, con esa casi inocente perversidad de la adolescencia, que la profesora de inglés, que murió electrocutada en la bañera de un hotel, era su amante. Don Hermenegildo (@) “hermes”. Huesos y nariz con gafas. Antes había enseñado inglés por correspondencia. A lo que consigo adivinar, desencantado del arte y del negocio de la docencia. Don José Luís. Sacerdote. Místico de la peor clase. La engolada. Don José Luis (otro). Aventuro con miedo que, hombre de pueblo, pobre, entró en el seminario por necesidad familiar, como tantos otros. Y como tantos otros se desacralizó en cuanto las circunstancias fueron favorables. Don Guillermo (otro también) (@) “Bigotini”. Fascista y buena persona. Alumno de posguerra en un orfelinato para hijos de fascistas. Ex­ boxeador. Miope avaricioso que me entrenó en carreras de fondo. Con él conocí Salamanca y Valladolid, los colegios mayores, un periódico y una emisora de radio. Doña Teresa. (R.I.P.) Recuerdo unas larguísimas


piernas embutidas en excitantes botas de cuero negro. Una ricahembra a la que no lloró sólo el extravagante pintor. Pero dejemos en paz a los muertos. Doña Pilar. Cursi mistinguett. Se emocionaba pensando que su mejor alumno y su más distinguida alumna iban a iniciar un romance tan literario como los cuentos que escribían y en los que ella veía ya futuros laureles. Seca, fría y gramática todo lo demás. Don Cesáreo. Cínico. Fascista. Filósofo de vermuts. Párkinsoniano y gorrón. Amigo de corruptelas que se emocionaba cantando Maite “su” día del director. Y de latín nihil. Don Julio (cuatro ya) (@) “Tiralíneas”. Joven. Marmotero. Pintor y de pueblo. No aprendí a dibujar porque es un don que se me negó, antes ya de nacer, pero aprendí bastante. Doña Pilar (también). A lo que parece, los ingleses, cuando licencian en su idioma, contagian todo lo demás. Suma y sigue. Mario Alfares es un Pierre Menard perdido dentro de un juego de espejos. Allí dentro, cada faceta refleja una imagen diferente. No se trata de una única aventura. La multiplicidad existe. Hay que vivirla. Aquí y en la Santa Madre U.R.S.S. Oficio divertido si los hay. Oficio enamorado. Oficio andante. Ser mirón de la vida. Ser boyer. Legal boyer autorizado. Mirón enamorado y sonriente que pasa enamorando gente porque está de la gente enamorado. Oficio oyente este de vivir para ver. Porque me place el placer cotidiano del metro y de la plaza, de la acera, de tienda y de ventana. Subir al autobús donde viajan la progre y el pasota, el despistado, el hombre del diario, el conductor. Amar en un trayecto corto y en otro … ser amado. Cruzar un paso cebra al alimón, burlando al coche y al semáforo y en otro … ser burlado. Me gusta, me entretiene y me divierte. Me apasiona, me chifla, me convence. Vivir entre la gente y con la gente. Vivir enajenado.


Con ellos me vivo y me descubro. En ellos me reflejo y me rehago. Cada día mi ración recojo de ojos, de pelos y de labios. De sonrisas, de luz, de apretujones. De injurias y de agravios que como pescador me llevo al puerto seguro de mi estudio. Oficio, vida, sensación, presagio. Es todo lo que tengo y todo lo que hay. Es sólo realidad: las idas y venidas, escaleras, pasillos y rellanos. El forro de la vida es el boyer. Pero … ¡Ya es un ser algo! Entre los acontecimientos de la vida y los milagros del cielo, vamos buscando libertad. En New York descubren la música mogol. Y crean el Tecno­Humano. El canto armónico de Mongolia tiene que ver con la totalidad del Universo. OM y AUM. Rayos X en movimiento. Esqueletos andantes. Radiografía de un sarcófago con momia. Luz de estroboscópio. Infrarrojos al calor, las botas echan humo. El Instituto de Tecnología de Massachusetts. Un fósforo aumentado veinte mil veces. Puro espectáculo. Las manos de un fakir antes y después de una meditación profunda. Ver un quarks y el telescopio Mayal. Cien billones de estrellas. Betelgueuse está a 200 años luz. La corteza visual con electrodos. Están naciendo los mutantes. La cámara Killian. El mundo invisible. The National Geografic. Los bailarines buto son vasos llenos de agua que nunca se derrama. Sus primeras influencias, de acuerdo con Valls Gorina, las recibió del nacionalismo español, pero pronto desarrolló una técnica propia, cuyas raíces están en el serialismo, si bien para Balada cualquier técnica es válida, siempre que no desvirtúe el estilo personal del creador, el cual debe sobresalir sobre técnicas y procedimientos. En general, las técnicas


que integran estas obras son diversas y a veces dispares. Diseños que podría calificarse de contemporáneos ­clusters, pasajes aleatorios, politonalidad­ conviven o se complementan con otros tradicionales ­diatonicismo o tríadas perfectas, por ejemplo­. Con ello se rompe en cierto modo con algunos de los credos académicos que se aventuran a marcar delimitaciones teóricas o tachar de eclecticismo el traspase de estas delimitaciones. En mi opinión, tal eclecticismo ­en su acepción negativa­ sólo existe si el conglomerado de estas técnicas no actúa a beneficio de un estilo personal definido y firme. Este estilo debe en todo caso, exceder a la suma de esas técnicas. Escribo estas líneas postrado en la cama de un hospital. ¡Por fracasar he fracasado hasta en mi intento de suicidio! Después de la trágica prueba que acabo de sufrir, me he convertido en un hombre sin ilusiones. ¡Un hombre que lanza sobre sí mismo y sobre su vida una mirada fría y lúcida! La conclusión es evidente: ¡Soy un ser abyecto y grotesco! ¡Hay en mi persona tal fealdad, a la vez física y moral, que es perfectamente normal que la gente se aparte de mi con asco y con odio! En estas condiciones, ¿Cómo esperar que una mujer pueda quererme alguna vez? (¡No! ¡No! ¡No!) ¡Ridículo! Sin hablar de mi anomalía sexual (¡Que ya me dio un buen disgusto). ¡Refugiarme en la indiferencia!


No ser más que una masa amorfa, acorazada contra toda agresión, toda injusticia (¡Pienso en las miradas burlonas, en los retintines venenosos del personal, que ni siquiera respeta mi intento de suicidio!) ¡No reaccionar! ¡¡¡Responder con un silencio cargado de desprecio!!! ¡No luchar! ¡No esperar ya nada de mí ni de los demás! Esto es el fin de este diario. ¡¡¡Ya no tiene razón de ser, como yo no tengo razón de vivir desde que me ha dejado Sali!!! Vivir hacia dentro es peligroso: la locura está cerca. Vivir hacia fuera es peligroso: la locura está cerca. Tercer día de esta primavera. Hasta hoy quería vivir la literatura. Desde hoy quiero escribir la vida. Al filo de Flaubert. Aprendiz de escritor (1.830 – 1.838). Edición a cargo de Menene Gras. Agonías. Pensamientos escépticos. III. Soy pez abisal. Mi mundo son las tinieblas. La única luz que recibo, de mí viene. De mi pensamiento. El es quien me dice que vivo entre tinieblas abisales. Y aún así soy capaz de distinguir la arena de las rocas. Y los cambios de temperatura. VI. La necesidad de ser yo. Llamésmole vanidad. Porque la soledad que forma mi ser, se llena de vacío. Pero también de sexo. De hambre. De sueño. De dolor … En definitiva de insatisfacciones. VIII. Si. Estamos condenados. Sois pocos los supervivientes a posición tan atroz. IX. Me aburro. Quiero reventar. Estoy borracho y soy Dios. Esta es la broma. Angustias. I. de nada. Hacer ésto, en efecto, no sirve de nada. Cada cual arroja de sí la basura. Y siempre hay buscadores de desperdicio. VII. Mi tiempo dice: saquemos partido al mal: Sexo, droga y Rocanrol. IX. Aquel. Destino. Casualidad. Astro. Mito es todo lo que no conocemos. XI. ¡Fantasmas! ¡Libertad! Otras dos palabras sin referente. Cada cual le presta el suyo


propio. XIV. De todas las revoluciones hechas en nombre de la libertad, ¿Cuántas lo eran en realidad, por hambre? ¡Hambre! He aquí una palabra con referente. Esta palabra, o más bien, esta cosa ha hecho las revoluciones; ¡Hará muchas más! Cierto. El hombre tiene hambres insaciables. El sifón sabe a pie dormido ­dijo­ y cuando le pregunté ¿Es eso de Gómez de la Serna? No. No merece la serna ­respondió­. Anónimo escritor. Fotógrafo a salto de mata. Titiritero interior. Aquí me tienen. Soy yo. Un servidor. Pero, en tiempos como estos, ¿Quién es capaz de soñar una utopía? Subía por la acera, canturreando, el gitano. Le miré. Me miró. Siguió a lo suyo, canturreando. Supe que así nace, las más de las veces cuesta arriba, la popular copla. Cada vez que un hombre realiza su obra a solas, en la oscuridad, frente al Todo, desmiente que hayamos evolucionado. Y un crítico es un ser extraño. Un obstáculo interpuesto entre el emisor y el receptor. Es el Oráculo de Mensaje. Pero ya no creemos en Dios. Y menos en sus sacerdotes. Las fotos me hablan. Aquí aparece la prima Angélica, de la que mucho más adelante se hablará. Sentada. Con un ramo de flores silvestres en la mano. Como recién venida del campo. Vestida de vestir. El gesto apacible, sin sonrisa. Grandes la boca y los ojos. Junto a ella y el falso escenario, de pie sobre la alfombra, la hermana menor. El pelo atrás recogido. Cuidadosamente peinado. Grandes la boca, la frente y los ojos. Tiempo después, ya madre y más delgada. Mostrando su empatía primitiva.


Mira fijamente. Sin miedo ni curiosidad. Es rubio y mofletudo. De boca sensual y dibujada. Las ropas heredadas y el paisaje le rodean con igual pobreza. Es el único atento a lo que pasa. Canijo y orejudo. Morrudito. La boca entreabierta bajo los grandes ojos. Fue hace mucho tiempo. Con el agua a la cintura muestra un cuerpo fino y bien estructurado. Y una cierta tensión que contiene el puño izquierdo a ras del agua. Fue en Béjar, aunque el autobús tenga un letrero que indica Ciudad Rodrigo – Salamanca. Por vez primera una pierna se adelanta a la otra. El gesto se va a repetir mucho. Concentrado. Prietos los labios, el pómulo se dibuja sobre la fina piel. Con un ojo cerrado. Despeinado y fieramente apuntando. Muñoz, Fernández, Hernández, Yuste, Rubio, Alvarez, Doménech, Bueno, Macías, Casquero, Martín, Alfares, VaQUERO, Estevez, López, Herrero, Guijo, Gradilla, Aparicio, García, García, Sánchez, Alvarez, Pizarro, Simón, García, Francés, Herrero, Cela, Izard, Muñoz, Peralejo, Sánchez, Santaolalla, Sánchez. Ahora con corbata. Ya un pie claramente adelantado. Y la clásica torsión inclinación de hombros y cuello. Concentrado. Prietos los labios, el pómulo se dibuja sobre la fina piel. Con un ojo cerrado. Despeinado y fieramente apuntando otra vez. Ruiz Gómez, Hernández, Hernández Rodilla. Extrañamente él con flequillo, gafas, bigote y patillas. Bajo el uniforme intenta la marcialidad. La sonrisa, la boca entreabierta, el gesto relajado, las gafas de pantalla y la separación de los pies le traicionan. El puño cerrado, ahora el derecho, la tensión contiene. La torsión­giro. La pierna adelantada. El desgaire. Y las niñas. Reflejado en oscuro. Forzando la posición por ella. El pelo acaba por rizarse y levantarse en las puntas. Y la barba, apenas crecida, dibuja la boca. Extrañamente él sobre la cama del hospital. Vuelve el cigarrillo a


la comisura. A medio vestir, a medio sentar. Transistor en mano. El cigarrillo tiene una extraña luminosidad. Neón que contagia de luz la barba y el gesto. Tras el desenfoque de unas gafas redondas, utilizadas como excusa, los ojos soñadores, sueñan. Cinco consuelos de la vida. Amor. Amistad. Naturaleza. Compasión. Ciencia.


CUARTO CAPÍTULO

Nos lo han dicho muchas veces. Lo creímos entonces y lo creemos ahora: La sequedad que da escribir un cuarto capítulo sólo se cura escribiéndolo. Siempre nos queda la posibilidad de releerlo y decidir si lo incluimos o no. Por otra parte escribir es fácil. Poco más o menos, lo hace todo el mundo. (Aceptada. Todo el mundo menos los analfabetos, que todavía son muchos) Lo difícil es pintar. De eso sólo saben los pintores muertos. (Denegada. Los vivos, incluidos quienes gozan de reconocimiento y hasta venden, en verdad que tampoco saben cómo van a pintar su próximo cuadro. Excepto Eduardo Guillermo Pérez Villalta: dice que antes de pintar ya lo sabe absolutamente todo del cuadro.) Pintar es un acto vital. Mucho más primitivo que escribir. Es un acto cercano a lo animal. Y es extraño que haya tan pocos animales que pinten. No es difícil imaginar al león o a cualquier otro depredador, arañar la corteza de un árbol y mirar las estrías que sus garras dejan. Yo imagino las panteras, tumbadas en el


suelo, entre la somnolencia que dan el triunfo en la caza y la pitanza consiguiente, moviendo sus zarpas indolentes, dejando dibujos en la arena. Lo que viene al caso es que hay pocos animales que pinten. Algunos que disfrazan sus nidos, otros que se maquillan la piel, los que cambian de color y alguno otro que se nos pase. Y a pesar de eso, pintar es un acto cercano a la animalidad instintiva. Cualquiera que pinte tiene que sentirlo así. Ahí están los colores, llamando insistentemente. Las densidades de cada color, invitando. En bote, en tubo, en lata. Ahí está el papel, los papeles con sus distintos gramajes y porosidades. Las telas, con su imprimación satinada o áspera, los lápices y sus minas grasas o secas, gruesas o finas, duras y blandas, los pinceles de todos los pelajes, las brochas, las aguas y sus transparencias, las acuarelas, las ceras, los sutiles pasteles y los lápices de color acuarelables. La tinta china, la témpera, el gouache, los acrílicos, arenas, maderas y pigmentos. Huevo, cera, aceite, barniz, geso y alkil. Luces y volúmenes, distribuciones, masas, perspectivas, encuadres y contenidos. Todo eso y mucho más está ahí. Sólo hay que luchar con ellos, no contra ellos, aunque a veces se rebelen y tengan su propia voluntad incontrolable. Pintar es el movimiento continuo. Adelante, pincelada, atrás. Más pinceladas, más masa, más color. Atrás, más atrás. El espejo. Agacharse, mover el brazo y la cintura y los hombros y todo el cuerpo, detrás de la punta del pincel. Macerar pigmentos. Batir el alkil y el geso. Montar el papel. Sólo gestos. Sólo acciones. Casi excluido el pensamiento. Sólo la percepción del color y la forma. (La luz es de Velázquez, del cine y la fotografía) Extender la tela, acariciarla y sentir cómo se va transformando su tacto a medida que el color la cubre. Y las tierras y las marmolinas, que dejan su caricia


puntiaguda en la palma de la mano. Y el color que crece o se difumina junto a otros colores. Y las costuras de las telas. Y el exquisito blanco. Pintar es una forma del tiempo, como la vida misma. Pintar es sentir. Estar en medio de la calle y sentir: Acevedo. Pavimentos Plásticos. Papeles Pintados Ramos. Boutique Martos. Banco de Santander. Plaza de Lavapiés. Viajes Rodas, S.A. Renfe. Aviaco. Perfumería Comercial Merly. Artículos perfumería peluquería tinte tratamientos. Visita G. Manzana n.º 33. Calle del Ave María. Calle de la Fe. C/ Magadalena reservada al transporte público. Laborables de 08 a 21 H. Merly. Merly. Papeles pintados Torres. Pulseras Medallas Sortijas Relojerías Duward. Gracia. F. Festina Joyería Certina Contado Plazos. Torres. Torres. Modas Gelen. Modas Gelen. Droguería y Perfumería. 4 Perfumería Droguería 4. Cafetería Estrella. Churrería. Clínica Podológica Muñoz Cirujano Callista Plantillas ortopédicas a medida. Los Guerrilleros No compre aquí vendemos “muy caro”. Papelería Juguetería. Huevos Aves Caza. Mecanografía Audiovisual. Oposiciones. Caja de Ahorros. Dentista Rayos X Médico. Estudios. Banco Occidental Oficina. C.D.N. Sala Olimpia. Dentista Clínica Dental Consultorio Médico. Simago. Nieto. Garganta Nariz y Oídos. Consulta Económica de 7 a 8. Farmacia. Calle de Lavapiés. Farmacia 10. Coloniales. Plaza de Lavapiés. Calle del Olivar. Todo es pintura y todo es pintable. Y, a veces, la vida se vive así. Ahora, apréndete lector el paisaje. Te resultará conocido y lo verás más veces. Es todo tuyo. Luz, de atardecer de Junio. Con el sol a las espaldas. Al frente: nube oscura. Hueco claro. Edificio a rayas. Edificio bitono siena tostada / pardo Van Dick. Tejados curvilíneos negro asfalto. Pared hueso al sol. Hotel Cuzco. Edificio marrón aluminio. Edificio gris hormigón. Ministerio


Eurobuilding. Reverbero en franjas blancas. Masa de azoteas inseparables en la profundidad de campo. A la izquierda, en primer plano, tubos, motores, extractores, calderines, antenas. Terraza. Cruz Roja. Triple edificio blanco parduzco junto a una crema pared de rojas tejas. Terraza corrida de blanco ceniza. Nube rosiblanca, nube rosinegra. Hueco. Línea clara. Franja oscura. Hueco. Nubarrón. Algodón difumino amarillo sobre mí. Y al fondo, un rojo entreverado en plomo. Edificio comercial. Edificio de apartamentos. Sede de banco. Casitas bajas. Recovecos solitarios. Terrazas. Edificios de aluminio gris y cristal negro. Edificios de hormigón y cristal. Edificios de hierro y cristal. Edificios de cristal y cristal. Al rojo ladrillo y al gris hormigón. Un movimiento de naranjas y grises en el cielo. Vencejos y golondrinas. En Octubre vino la marchante que no lo era. Rubia de ojos azules y gallega. Licenciada en arte. Del que sólo estudió tres años y muy poco. Hace esto por amor al arte. No cobra por ello, gana si tu ganas. Hay que hacer hueco a los que empiezan. Un cuadro debe tener su sitio. Como en el frigorífico y la televisión. Un sitio suyo, propio. Hay que tener el sitio para el cuadro. Y el cuadro no sabe si es bueno o malo. Sólo si siente la sensación de que te transmite algo. Un cuadro lleno de color le transmite claustrofobia. Le disgusta la sensación de claustrofobia. Otro cuadro le recuerda a un fauvista que le salió una vez en un examen de oposición. Y no sabía por donde cogerlo. No ha vuelto a ver aquel cuadro. Allí los rojos eran amarillos. No supo nunca de quién era. El hombre con el que vive tiene un cuadro en un pasillo de 90 centímetros de ancho. Él no entiende. Un cuadro tiene que tener su sitio. Él le regaló un cuadro volumétrico porque sabía que a ella le gustaba. A él no le gustaba pero se lo regaló. Lo


tiene puesto en su sitio. Un sitio donde puede verlo. Se lo compró a un pintor que expuso por primera vez en Elígeme hace poco. Muy salvaje. Muy agresivo. Hay que desacralizar el arte pero cree que no es tan grave. No le importa la técnica, hay que dar una oportunidad a los que empiezan. No puede prometer nada. Y desde luego nunca antes de Marzo. Y no podrá ser todo el local. Ahora tiene la política de hacer dos exposiciones el mismo tiempo. Dos cosas distintas y raras. Para que la gente note que hay algo en las paredes. La exposición actual es de batiks. Ella nunca había podido tocar las telas. El tacto es algo tan fino como no lo conocía. Y vistas con lupa son preciosas. La otra exposición son acuarelas con ceras. Lo vio y le gustaron. Son originales. El mes que viene expone tapices. Qué preciosidad. Ella no sabría pintar. Hacer tapices sí­ Hacer cosas con las manos se le da muy bien. Ya tiene comprometidos Enero y Febrero. Por eso tal vez en Marzo. Le parece bien que tu vayas mirando por otro sitio y ella te avisará con tiempo. Ella hace ésto por hobby. Alguien tenía que hacerlo porque Pedro estaba harto. Y ella era la licenciada. Pero lo hace porque le gusta. No tiene prisa pero recuerda que tiene algo que hacer. Te pide un duro prestado para completar lo suelto para el metro. Por no tener que dar un billete de mil. Te deja a deber cinco. Y a ver si nos vemos por Elígeme. Si recuerdas que esta novela se llama Operación Vídeo y te enteras de que el primer capítulo se llamó Camino de Spots, considérate afortunado, lector, y ve atando cabos. Otra pista que también puede ser primitiva le añade al título una nota aclaratoria: historias del personaje que vive cinco vidas en una novela. Hay también un índice no confirmado en el que figuran los capítulos con denominaciones atípicas: Capítulo Sábado. Capítulo Inglés; con anotación manual: Torrejón Radio. Capítulo


Avignon; también anotado: folletos. Capítulo Teatro: Eduardo II. Folleto Gallo Vallecano. Carta Alicia. Folleto Círculo. Capítulo Cine, y en anotación: Anemic Cinema. Conde Duque. Súper Ocho. Capítulo Opinión, con sus correspondientes anotaciones: Flash back. ¿No revelar año hasta final? Capítulo Números Uno. Anotación superpuesta: hobby. Capítulo Mario alfares, que está tachado en azul y con igual lápiz escrito Iluso. Hay otra anotación que dice: Diego de Torres. Capítulo Exquisita de Excayola.

Lo peor de morirse sin vender un cuadro es morir con el convencimiento absoluto de que nadie te cree. Por el contrario, vivir sin vender un cuadro no es difícil. Es algo que también hace la mayor parte de la raza humana. Lo que sí es verdaderamente difícil es vivir sin pintar. Como es difícil vivir sin amante. Acaba de llegar el loco. Hay que ir acabando el foliomalditoquenuncaseacaba. El loco tiene sus normas. Y es muy respetuoso con ellas. Sólo que son normas de loco.

El loco se fue y volvemos a la misma mañana del sábadoqueseacabaenseguida. Preocupación sobre la falta de una tensión interna en lo que precede. En esta novela no pasa nada, oiga. En realidad, aquí nunca pasa nada y al final, tampoco. Por otra parte, ¿Es lícita una épica de lo cotidiano? ¡Qué cansado vivir todo el día a caballo y armado hasta los dientes de defensas! Puesto el prurito de vivir en la lucha, ¡Ahí vamos, peleando! Es la agresividad de la que sale cada cuadro. Cada color. Cada tela robada en ARCO. Lleva horas paseando por ARCO. Ya está borracho de colores y materias. De formas, novedades y gente. Ha pasado


la euforia de los primeros sorbetones chorreantes. Esos que llegan por dentro y transmiten una importante cantidad de escalofrío en medio del orgasmo. Aquella pincelada gruesa y bien definida, llena de una materia desconocida, algo entre plástico y oleaginoso, un denso y moldeable semisólido pletórico de fuerza y color. Y los raspados, bruñidos, macerados, negros y grises de un metal imaginado y creado que ahora cuelga en el stand de la galería extranjera. Ahora, sólo de cuando en cuando, una composición, o una materia rica, llaman la atención. Sólo la tela blanca de los stands envía un mensaje sublímine que aún no es posible inteligir. ¿Y qué relación guarda ese mensaje con el sueco Lindstrom y el portugués o brasileño ­es muy probable que sea mujer­ Joao Gilberto? Cuando desmonten esta feria de las vanidades inversionistas llamada ARCO, van a tirar mucha de esa tela blanca. Una fina trama de algodón sin imprimación alguna. En paños de dos metros de ancho por un largo indefinible, que puede acabar bruscamente en desgarrones o en una hilera de grapas de decorador. También puede encontrar soluciones de continuidad en anchos y bien trabados costurones que definen espacios desequilibrados. Y es precisamente ese soporte, ese significante, lo que está emitiendo su mensaje sin interrupción. En ARCO, la única posibilidad de vida está en las paredes de los stands. En los espacios vacíos que cubre el algodón tramado. Hay que volver. Encontrar el lugar donde van a tirar tanta vida y vivirla. Aparcar bajo los árboles, fuera de la vista del edificio. Entrar por el portalón de servicio. Rodear el edificio y llegar hasta la base de la rampa exterior que comunica con la planta superior. Saludar distraídamente a los que charlan junto al camión.


Vestido anodinamente, pasar ante ellos y subir por la rampa dejando paso a los que bajan cargados con cajas y paneles plásticos de los stands. Hace poco más de veinticuatro horas, esto era ARCO. Ahora es sólo una nave diáfana con estructura funcional de vigas de hierro atornillado que recuerda una estación de principios de siglo y también la Torre Eiffel. En esta nave, de suelo grosero de hormigón, repleta de restos, cables, cajas y montones de blanco lienzo, nadie se extraña si uno mantiene las distancias y no distrae. Seleccionar los mejores trozos de tela sin llamar la atención no es difícil. Doblarlos cuidadosamente, dar una vuelta al recinto, por si hay algo más que merezca la pena, y salir saludando amigablemente, no sólo es fácil, sino también alegre y excitante. La alegría de la épica que convierte el hecho cotidiano en algo trascendente. O que, al menos, así lo pretende. Por eso todos somos quijotes y esto es una novela. En todo buen relato épico, a cada batalla ganada le sucede otra más difícil. Y siempre con un fin incierto. Como aquí un capítulo sigue a otro. Un personaje deja atrás a otro. Un folio es sustituido por el siguiente y así todo. Pero de momento será mejor no plantearse demasiadas cuestiones sobre el discurso metodológico y aplazar la cuestión hasta un primer visionado completo. Ya queda dicho al principio del capítulo: siempre queda la solución de no incluirlo. Por tu parte, lector, eres mucho más libre: puedes pasar de la primera a la última página sin que tu novela sufra ningún menoscabo. Habrás construido la novela que querías construir.


El blanco es la gran tentación. El blanco magnífico, el impoluto y tenso. La hoja de papel. La tela en el bastidor. El blanco, como en ARCO, es lo único vivo y necesario. La grave atracción del vacío es el mensaje subliminal que nos remite el blanco. La atracción que lleva a Rafael Martín­82 a llenar un hermoso y blanco pliego de grueso y esponjoso papel, con su acuarela aguada y diluida. Con pinceladas grandes y un poco imprecisas, que impostan oscuro sobre claro, hasta ir construyendo un arco de entrada a la Plaza Mayor. Luz y sombra. Balcones corridos, ventanas traspasadas de luz. Arco por el que se puede entrar a la plaza mayor de los recuerdos ingenuos. Entre Manolo s/f ­datos fidedignos permiten fecharlo en el 81­ y Manolo 84, hay sensibles diferencias. Manolo s/f es la atracción pura del vacío. Hoja blanca de papel de bloc de desecho. De poco más gramaje que un folio normal. Cortado y encuadrado con el passe­par­tout (13x18 aprox.) Manzana y media de experimentación gozosa. Ceras y anilinas entonadas. En Manolo 84, el llamado del blanco se disfraza de camaradería para cubrir la tela comprada (25x20 aprox.) Sobre la imprimación mecánica se expanden los colores en pinceladas relamidas y minuciosas. En una equilibrada composición conviven los trigales de la llanura con las diminutas montañas lejanas. Un cielo difuminado en blancos ocupa casi todo el espacio. Y suspendida en él, flotando en la zona media, desplazada a la derecha, una redonda señal de tráfico, contiene el perfil blanco de una bicicleta sobre fondo azul oscuro informativo. Una cinta de asfalto pardo, dividida por la discontinua blanca, pasa bajo la señal y se pierde por la izquierda, entre el trigal y las montañas, después de hacer una dibujada curva. Flotando en bicicleta.


En la sanguina de Cundín, se juega mucho con el blanco. Se juega hasta convertirlo en vacío. De espacio en dos a espacio en tres dimensiones. El torso de hombre, desnudo y de espaldas, mantiene la fuerte tensión que provoca la pierna izquierda, firmemente tendida. El giro de los riñones. Los brazos levantados. A la altura del hombro, uno; a la de la cabeza el otro. Masas en movimiento resaltadas por el contraste sanguina­pastel blanco. Hay una dedicatoria casi ilegible: A Luís … Quien lo perdió nunca puso interés en recuperarlo. Quien lo encontró lo olvidó luego sobre la repisa.

En Cucho 1.925, la atracción del vacío es algo natural. Se da por hecho que el blanco está ahí precisamente para eso. Meterle lápiz al papel y crear un juego de variadas lecturas. Incluyendo la mentira del sofá/coche, la verdad del abandono y la sugerencia y, también, la mentira de la fecha. El Gran Gatsby se convirtió en el Capitán General de los Pasotas. Luego, sobre algo posmoderno y entrevisto, se reencarnó en el Hombre de la Cámara y enviaba anónimos con su propia imagen, riéndose de los precios de risa de Alcampo.

De Moradell hay mucho que decir. Primero por tratarse de cuatro cuadros y después porque hay mucha pintura encerrada entre estos marcos. De Ernesto Moradell dicen los críticos que es el hombre de l’obra ben feta. Y por lo que sabemos es cierto. En 1977, fecha de las obras, Moradell es un hombre ya bien pasada la cincuentena. Pulido, afable y con un montón de carteles premiados. Carteles para el libro, para la salud


colectiva, para el tráfico y para montones de empresas y productos. Ernesto Moradell trabaja en Barcelona. De espaldas a Tuset y a la gauche divine. Va y viene cada día a Bellaterra en los ferrocarriles catalanes. Vive en un hermoso chalet de dos plantas y tiene algunos cientos de metros con árboles y césped alrededor de la casa. Desde su colina, Moradell siente pasar el tiempo. Su estudio, en el piso superior del chalet, es amplio, confortable, bien iluminado y ordenado, como corresponde a su personalidad. Las ventanas corridas, situadas en las tres paredes exteriores, están situadas a la altura precisa y tienen la abertura rectangular necesaria para que la luz sea uniforme, matizada e indirecta. Conchita, la agradable mujer de Ernesto y madre de su único hijo, sale a recibirle cada día cuando vuelve de la agencia. Le besa suavemente en las mejillas y aparta al perro pastor que le hace compañía en sus largas horas de soledad. El perro es celoso y no soporta que la pareja tenga la más mínima efusión en su presencia. Interpone su cuerpo, gime y ladra hasta que se separan.

(Convengamos en que este cuarto capítulo tiene sus altibajos. La cocina del cuadro no es sólo la mezcla de los materiales sobre el soporte. La cocina del cuadro, de la novela, de la foto y la canción; la novela de la vida, exige un orden de materiales y unas cantidades precisas en la mezcla. Y no salirse del marco. De ese orden y esas proporciones surge una tensión que trata de escapar del marco de referencia. Cuando la tensión surge es difícil de contener. Pero sólo cuando hay tensión, hay cuadro, novela o canción. ¿Hacia dónde va ésto? ¿Merece la pena el esfuerzo? Lo fácil es decir que no. Que no sigues. Pero, ¿Estás seguro de


que puedes hacer algo mejor? ¿Y que puedes hacerlo ahora mismo? Here we are. Doing the best in a bad situation. Voluntarismo sin duda. Pero dice Popper que hay probabilidades lastradas. Que el mero hecho de concebir una realidad nueva, significa una mayor probabilidad de suceso.)

Moradell expone sus trabajos de Palamós en una galería del Paseo de Gracia. En Palamós, una casa vecina del puerto es su refugio de verano. Tal vez herencia de sus padres. Desde allí, las barcas que reposan en la playa, tienen sombras puras y matices cambiantes. Desde allí, se veía a las peixateras pasar con sus cestas de mimbre sobre el moño, camino del mercado. Se veían, y se ven, algo más lejos, los sombrajos de la playa difuminándose en el atardecer. Los cuadros de Moradell no son caros. Y además, la galería se queda con el cincuenta o el sesenta por ciento. En realidad no se saca dinero con la pintura. Sólo alguna buena crítica que dice que la obra de Moradell es l’obra ben feta.

La portada del catálogo es un tema de barcas. El original, dibujado con rotulador negro sobre cartulina sin estuco, va perdiendo nitidez. Ya se sabe lo volátiles y susceptibles a la luz que son estas tintas de rotulador. Aunque no es menos cierto que esa tinta desvaída tiene ahora un como regusto al lápiz. Y hasta parece como si lo matizado de las sombras hiciese que destaque más que nunca la perfecta composición. En el ángulo inferior derecho, el original tiene una dedicatoria: A mis buenos amigos Iluso y Exquisita. Moradell.


(Como en la vida misma, los personajes de la novela van apareciendo e imbricándose unos con otros. Toma nota, querido lector. Y cuando alguien te pregunte por qué eres pintor, dile que la culpa la tiene Moradell. Dile que cuando Moradell, sentados todos en el agradable cenador de su casa, dijo que odiaba a los pintores relamidos, que había que dejar pintura, que es la materia la que hace el cuadro, dile que entonces tu no tenías ni idea de que aquellas fueran palabras de fuego. De las que marcan.)

Así podríamos seguir casi hasta el infinito. Hablando de Moradell y de todos los demás pintores. De los cuadros que cuelgan tras de mí, en la pared de tu izquierda, o, unos metros más allá, arrinconados, amontonados por todas partes en el estudio. Hablar de M. Panero, de Santiago, de V. Arnás, de Resti, de Lechuga, de Loluá, de Pedro S. Ruiz, de A. Gil, de Jesús Rodríguez y también de ese fresco sin firma que tu has enmarcado con especial esmero. Está claro que podríamos hablar de pintura sin parar, pero ésto no es una crítica de arte. Es sólo una novela. O, al menos, intenta serlo.

De todos los personajes de la novela, el único que no es tinta sobre papel, el único que tiene carne y sangre propias, es el Loco. Sólo el Loco vive. Sólo él entra y sale. Sale y entra de la realidad a las páginas y de las páginas a la realidad. El Loco, que como ya sabes, informado lector, siempre vuelve, trae un soplo de aire fresco hasta estas líneas ya muertas. Claro que no siempre es así. A veces se presenta con una tufarada intensa


y nauseabunda. Como a carne podrida y semen reseco. Y eso también es vida. O mejor dicho, así huele la vida. Alguien que muere y alguien que nace. Nadie sabe ni por qué ni para qué, pero es así. El Loco está loco porque no ha encontrado respuesta. Ni a esa ni a otras muchas preguntas que se hace. Claro que el Loco coincide muchas veces con los demás, o dicho más propiamente, todos los demás tienen ramalazos de locura. El Poeta, por ejemplo, no entiende la mentira. Y como consecuencia, tampoco entiende la vida. Hablan el Poeta y el Loco sobre las piedras, el aire, el agua, las nubes, el cielo, la lluvia y otras cosas bellas e inanimadas. Y convienen entre ellos en que no mienten. Hablan también de los hombres y las mujeres. De los niños y los ancianos. Y convienen en que mienten. Por miedo, por malicia, por oficio, por juego. También con el Pintor habla el Loco. No mucho, porque sobre todo pintan. Pero entre mezcla y mezcla, entre mano y mano, fuman un cigarrillo y hacen algún comentario. Casi siempre sobre la inutilidad del arte. Coinciden el Loco y el Pintor en que una característica fundamental del arte, perdido ya su uso como representación de los sagrado, es su inutilidad. Sólo sirve a quien lo hace, mientras lo hace. De nada le sirven a Van Gog los miles de millones que ahora pagan los japoneses por sus girasoles y sus retratos. Ni el pedestal en que le hemos puesto va a devolverle su oreja, dice el loco con mirada maliciosa. El Pintor calla y otorga mientras apaga el cigarrillo y se aferra al pincel. Sólo el Publicitario discute con el Loco. El Publicitario está cuerdo y reniega de él. Oscuramente sabe que tiene la batalla perdida y por eso mismo abjura del loco. Claro que el siervo del márquetin también duda. Y ahí le duele. El Loco encarna todas sus dudas. Y es muy duro verle ahí, cara a cara, y saber que él es todo lo que el hombre responsable


quisiera ser sin atreverse a serlo. El Publicitario y el Loco no se llevan bien. Como dos caras de la misma moneda. Siempre juntas. Siempre irreconciliables.


QUINTO CAPÍTULO

Incauto lector que hasta aquí has llegado: debo confesarte un secreto a voces: el movimiento se demuestra andando y caminante no hay camino. Dale la vuelta a los personajes que conocemos. Pongamos que el Pintor es fotógrafo, por aquello las afinidades de luz y encuadre. El Poeta puede ser actor, que también tienen algo en común, porque los dos declaman. Al Publicitario colócale la etiqueta que mejor te cuadre; por ejemplo la de auxiliar administrativo, o la de tornero o barman. (Aviso: si el palabro no está aceptado por la Academia, sustitúyese por camarero) También puedes adjudicarle el papel de vendedor a domicilio, obrero a destajo y hasta estudiante de filosofía. En fin, que cualquiera es intercambiable. Menos el Loco. El Loco no es intercambiable porque ya hemos quedado que es el único vivo. Y además, el que los comprende a todos. El Loco es la clave de arco de esta novela. Sin él nada tendría sentido. Eso contando con que algo de todo esto tenga sentido. Y no te olvides de Exquisita. Ella es la razón de ser del Loco y, como consecuencia, la razón de ser de todos los demás. Y si hasta aquí el rompecabezas no tenía ni pies ni cabeza que romper, hay razones para pensar que algún tipo de hilo ata esta gavilla. Prepárate lectora. Ahora te toca a ti. Tú eres aquella por quien y para quien se escribe. El anhelo perdido que hizo del Loco todo lo que es. Has


sido tú, te crees que no te he visto. Tu inspiraste al poeta. Tu incitaste al pintor. Por ti y para ti trabaja el publicitario. Por ti suspiramos, gimiendo y llorando. Fuente oscura. Claustro al que volvemos. Aspiración irrenunciable. Tú que tampoco tienes la culpa de ser como eres. Mujer a tu pesar. Mujer con tus pesares. Objeto de culto. Objeto de deseo. Objeto a secas. Persona cuando puedes, como todos. Exquisita, sal a la luz. Alumbra ya esta tiniebla y dale, por fin, un sentido. Todo lo que has leído y todo lo que leerás, no puede pagarse con una tarjeta. Todo lo que has leído y todo lo que leerás, tiene un principio y un fin: tu misma.

Mis queridos y muy engañados Angel y Marita, Marita y Angel. Tengo que escribiros porque desde que dejamos Sevilla, hay una conversación pendiente con vosotros que me cuelga por los entresijos y no consigo quitármela de encima. Os lo debo. Con el deber de quien quiere ser leal. Y con la necesidad de quien quiere que los demás tengan de él una imagen lo más cercana posible a la realidad.

Sin duda creo que os entristecerá la noticia de que vamos a divorciarnos. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. Serrat dixit. Y en este caso considero que es más bien al contrario. Debería alegraros. Tengo la absoluta certeza de estar haciendo lo mejor que puedo hacer en estas circunstancias. Con eso ya es suficiente. Es mi vida y tengo, no sólo el derecho, sino la obligación de ser coherente conmigo mismo. Creo, además, que es lo mejor que puedo hacer por Exquisita. No sé ni puedo hacer más por una persona sino que viva su vida conforme a


su propia ley. Puedo concebir la ley de Dios y las leyes del Hombre. Pero me considero incompatible con la ley de UN hombre o mujer concretos. Y con quien miente. Premeditada y encantadoramente miente. A sus amigos. A sus padres y a sí misma. No soy maestro, ni salvador ni guía. Puedo aportar mi punto de vista y mis sentimientos, pero no mi vida. Hace mucho que suprimimos los sacrificios humanos en la aras reales.

El proceso siempre es el mismo. Dos figuritas ridículas, de barro, juntas por azar en un estante, deciden ser dioses. Y se conceden mutuamente la fe. Más tarde o más temprano, una de las dos ridículas figuras, y si hay suerte las dos al tiempo, bajan a sus pies de barro y aceptándose se convierten en personas. Puede ocurrir que las dos ridículas figuritas, una antes y otra después, y si hay suerte las dos al tiempo, se acepten los pies y el cuerpo entero de barro y el barro todo del mundo. Y entonces ellos sean sus verdaderos dioses de carne y hueso. Entre otras muchas, cabe la posibilidad de asumir el barro a destiempo. Y es el caso. Y de no asumirlo. Y también es el caso. Lo que ocurre entonces es que alguna de las dos ridículas figuritas, y si hay mala suerte, las dos, se rompen en pedazos, o una mano viene y al hacer limpieza, traslada las figuras y pone a cada una en un estante diferente. Y la historia vuelve a comenzar.

Todo eso por hablar de fe. Pero hablemos de sexo. Y de la utilización del sexo. Y del chantaje que nos hacemos y nos hacen con el sexo. Hablemos del sexo y del dejar hacer. Y de las ignorancias del sexo. Y las


vergüenzas, que siempre se ha llamado así al sexo. Hablemos de los silencios sexuales. Y de los lenguajes mudos del sexo. Los tabúes del sexo. Y, buscando en algún rincón de la memoria, cubiertas de tristezas y de insatisfacciones hablemos de algunas alegrías del sexo. Y de la liberación del sexo. El juego de las figuritas volverá a comenzar. Pero con los pies lo mas en el suelo que puedo. Con todos mis sentimientos a flor de piel. Con conciencia crítica real y, sobre todo, con el corazón puesto sobre mi vida que es única e irrepetible, he tomado mi decisión. Consciente por ello mismo de que elijo la mejor solución a mi alcance.

Llegará el día que pueda hablar de todo esto con más tranquilidad. Pero dudo que pueda hablar con más verdad. Sé que de puertas para adentro, cada cual hace de su capa un sayo, cada cual amaña su verdad y todo es relativo. Pero cuando alguien te avisa de que te va a hacer daño y te lo hace, tu puedes sacrificarte y sufrir el dolor hasta que te mueras o te canses, o puedes defenderte haciendo más daño a ser posible, o puedes retirarte de la lucha, haciendo inútil el dolor.

Queda por encima de todo un sabor a tiempo perdido y a derrota. A conocimiento y aceptación. Y queda la vida. Lo único que hay. Lo único que tenemos. Os seguiré queriendo. Mario.

Todas las experiencias sexuales son la primera. Pero siempre hay una primera en el tiempo. Diferente de experiencias sensoriales anteriores. No personales. Cómplices del universo.


El gran principio fue lo prohibido. Escondidos en algún rincón, tras el portón. No es ser precoz. Es sólo el afán de la transgresión. Dos cómplices del mismo sexo buscando distracción en el verano.

Ya queda dicho: cada vez es una primera vez. La primera vez con una. Con uno. Prima. Amiga. Vecina. Mujer. Puta. Novia. Loca. Hermana. Amante. Esposa. Madre. Virgen. Subnormal. Lesbiana. Pareja. Cama redonda. Y deben faltarme muchas. Sin hablar de la masturbación. La más normal de las experiencias sexuales de una persona normal.

El resto, se agita entre amplios márgenes: Me ha dado fuego sin mirarme siquiera; no recuerdo su nombre, pero apenas hace dos meses que nos besábamos ¿apasionadamente? en este mismo bar.

A las mujeres en lo que a mí respecta. Los sentimientos que no tengo, no los tengo. Los sentimientos que no tengo, no diré que los tengo. Los sentimientos que a ambos nos gustaría tener, ninguno de los dos los tenemos. Los sentimientos, que la gente tendría que tener, nunca los tiene. Si la gente dice que tiene sentimientos, puedes estar bien segura que no tienen nada. De modo que si quieres que sintamos algo, olvídate de cualquier idea de sentimientos.

El amor no significa, ni ha significado, lo mismo para todos los mortales. Aunque con movedizos apoyos, diversos estudios han llegado a


distinguir hasta cerca de una docena de peculiares estilos de amar, estilos que han de ser entendidos, claro está al weberiano modo, como tipos ideales, sin existencia actual pura en la realidad. Con la brevedad que las circunstancias demandan y, simplificando un tanto las cosas, hay por ejemplo un estilo amatorio lúdico, epidérmico, no monógamo, que encuentra sus raíces en la conceptualización del amor como frivolidad o simple diversión. En el que, conscientes los jugadores de su brevedad, se fingen sentimientos en complicidad, sin que exista obsesión por los celos o angustia ante la incompatibilidad sexual; hasta que, siguiendo los consejos de Ovidio, uno abandona el juego antes de que la compañía del amado llegue a ser insoportable. Amor este diferente de aquel otro, indistinguible a veces de la amistad entre personas relajadas, de antiguo conocidas, indiferentes a la aparición de todo posible príncipe azul ­o mujer fatal­ convencidas firmemente del “hasta que la muerte os separe”, con escasos conflictos y más o menos rutinariamente gratificados en sus normales necesidades sexuales. Diferente asimismo del amor pragmático, utilitario, que trueca estado por belleza o seguridad por fidelidad y en el que los celos, si aparecen, encubren la violación de un tratado o lesionan intereses invertidos. Hay que puntualizar que, contra lo que pudiera pensarse, algunos datos empíricos disponibles permiten vaticinar la relativa solidez de este tipo de relación ­así funcionan muchos matrimonios por computadora­ ya que los estudios sobre satisfacción matrimonial revelan que la equivalencia y/o complementariedad en ciertas características fundamentales de la pareja es un importante factor de estabilidad. Como, en fin, hay un estilo maníaco, habitualmente exaltado por los artistas, de aquellos invadidos por una obsesiva ­aunque


felizmente efímera­ pasión devoradora, en sempiterna lucha contra algo, menesteroso de la presencia física de otro, exclusivo, cuajado a veces en un estado mental de “imbecilidad transitoria” (Ortega) y nutriéndose vicariamente otras de las desventuras de Tristán, Melibea, Elvira Madigan o Simplemente María, según los casos.

En síntesis, la teoría sostiene que existirá amor romántico siempre que las personas se activen intensamente desde el punto de vista fisiológico y que ciertas claves ambientales ­situaciones­ indiquen que ese amor apasionado es la etiqueta apropiada para sus ardientes emociones. Deseo sexual y, por lo tanto, gobernado por las leyes de la psicobiología. Para decirlo pronto, cabe pronosticar que, saciado el soporte biológico del anhelo, gradualmente se extinguirá el sentimiento concomitante.

Exquisita de Excayola nació el mismo día que el libro. Todavía nadie sabe para qué. Le hubiese gustado ser la dama de hierro, incluso se hubiese contentado con un buen granito para su estatua. Pero, los productos modernos tienen mucha aceptación. Excayola Sintética y Exmalte de Titanlux, Exquisita de Excayola para los amigos, llegó al odio vestida de azul. Con su camisita y su canesú y su flamante cartilla del Servicio Social. Usted ya estará contento. Le ha puesto final a un cuento. Usted dejará mi nido. Usted buscará el olvido. Y yo como siempre pasa me quedo a llorar en casa. Usted y yo nos conocemos cada vez menos. Usted destruyó mi mundo. Usted ya estará contento. Le puso final a un cuento. Y ya no somos los amantes buenos. Y cada vez nos conocemos menos.


Usted y yo extraños otra vez. Exquisita de Excayola desborda amor. Maternal. Sus enormes pechos están hechos a propósito para amamantar. Con el espacio justo entre ellos para descansar la cabeza. O para asfixiarse. Al menos para sofocarse mucho entre achuchones, retorcimientos, y chillidos de ¡Mi niño! ¡Niño mío! ¡Uy como quiero yo a mi niño! ¡Cosita! y otras brillanteces por el estilo. Exquisita sabe muy bien que los hombres son niños. Exquisita nunca fue niña. Nunca ha tenido curiosidad. Sólo ha tenido amantes­niños a los que ella ama y cubre con el respeto a lo desconocido. Los consejos de una madre o una buena tía, siempre son los consejos de una madre o una buena tía. Y a fin de cuentas todos los hombres van siempre a lo mismo. Así que siempre estás con el miedo puesto. Miedo a decir te quiero, porque estos hombres, una vez que consiguen lo que quieren se van y ahí te pudras. Por eso Exquisita es Feminixta Radical. De las de contra violación castración. Para que nos vamos a engañar tío. A mí me gusta, como a todas. Lo que no me gusta es que se note que el tío lo que quiere es acostarse. Lo mío son los amores platónicos. Yo necesito estar siempre enamorada. ¡Y me pasa cada cosa!

Figúrate que el otro día ligo con un jefazo. Un tío de esos importantes. De los que no se dice el nombre. Bueno, va y me invita a un estreno. Y yo creí que sería un estreno normalito. A todo esto yo no sé si le gusto mucho o no. Pero sí es siempre muy amable conmigo y me trata … Bueno, a lo que iba: cuando llegamos me encuentro con todo aquello lleno de luces. Si hasta creo que salí en la televisión. Y lo que no se es dónde van a publicar las fotos. Si es que me pasan unas cosas. ¡Uy, yo sí! Yo soy muy posesiva. Y me gusta estar siempre encima. Pero me entrego total. Y


esto que me pasa a mí no es normal. Y es que tengo miedo. Se las hago pasar putas. Pobrecito. Porque apeado de su cargo es muy tímido. El otro día, me le quedé mirando, mientras freía sardinas, así, con aquella pinta. Quién me mandará a mí meterme en estos líos. Con lo importante que es él. Le vienen a buscar todos los días. Y sólo está localizable de noche. Es imposible. Si yo sólo quiero decirle que estoy con él. Aunque no esté. Decirle: ¿Cómo has pasado la mañana? ¿Has pensado en mí? Yo si. Claro que su secretaria me cuenta todo lo que hace. Y no tendría por qué darme explicaciones, ¿no crees? Y luego lo que tarda en llamar. Sí, yo podría acostumbrarme. Pero que me lo diga. Oye, ¿tu crees que llevarse bien en la cama es importante para un hombre? Nosotros las dos veces fue maravilloso. Muy bien, muy bien. Pero tengo tanto miedo a equivocarme otra vez. Por cierto, el otro día estuve cenando con Ramón. Otra de mis equivocaciones. Estoy que no aguanto. Esto que me pasa a mi no es normal. ¿Tu te crees? Pues que te parece que el otro día me dio dos besos en plena inauguración de un basurero. Mira, yo no sé como me las apañé para ir. No tenía que haber ido, pero fui. Y ¡Ala!, allí en medio de todo el mundo, va y me planta un para de besos y me da unos toquecitos aquí. Y todo el mundo mirando. Pero sigue sin llamar. ¿Sabes? Le he escrito una carta. A su domicilio particular. No sé si la habrá recibido, pero como no conteste, como no llame o algo … Yo no sé qué voy a hacer. Si es que soy una masoca completa. Mira que quien me manda a mí meterme en estos líos. Pero es tan mono. Otro día, cuando ya se iba, se volvió y me dijo: No tengo nada que hacer el domingo. ¿Te llamo? Y yo el domingo estaba como un flan. Porque el muy cabrito ¡Uy, pobrecito mío! Cabrito no. Con lo riquín que es. Pues había quedado en llamarme a las tres y me llamó a las


seis. Pero salimos y estuvimos cenando. Y me estuvo enseñando unas fotos.

La tarde había empezado con cerveza. Se llamaba el Camel. Iba de jipiosos y heavymetaleros. A la cerveza le siguió amplia ración de cañaíllas, después tres ostras. Con método champenoise y tostadas con paté auténtico. Café irlandés y canuto. Suficiente. Exquisita hablaba mal el castellano. Decididamente mal. Claro que ella pretendía hablar francés. Y de ser libre, hoy, de un marido que ha redimido en ocho, treinta años de cárcel. Tiene los morritos rojo cereza picota, perfilados en negro. Y un cuerpo redondo y flexible. Aparenta estar más borracha de lo que está. Y mientras frota su cuerpo contra el mío, sólo sus ojos mienten. Te lo juro. Yo soy muy jovencita. Te lo juro por mi madre. Que le entre un tumor cerebral. Que sea benigno. Te lo juro. No te enseño mi carné porque lo tiene mi marido. Esta mañana me ha dao una hostia. Porque nos ha pillado comiendo a su sobrino y a mí. Bueno, no estábamos comiendo, estábamos bebiendo cubatas. Pero su sobrino me respeta mucho. Es más mayor que yo. Tiene veintidós. Pero me respeta mucho. Te lo juro. Me dice ya completamente volcada sobre mi que, en ese preciso momento, erecto con toda la fuerza que da un mes sin joder.

Sombras en una pared. Sombras claras y oscuras. Y tumbas. Una colina cementerio sobre la otra pared. Junto a la ventana agrietada. En el horizonte, restos de una civilización. Y en primer plano, a la derecha, el coche tanqueta inmovilizado sobre un conductor muerto. Blancos y negros


violentos perfilan un cubo de basura volcado. Tenía treinta años y ha redimido en ocho. Es un hijoputa. Está colgao de heroína desde hace ocho años. Y tiene cuatro más. Te lo juro. Se lo merece. Es mu bufo. Mu malo. Se lo tiene merecido. Cuatro años. Te lo juro. Ahora está en mi queli con la tía con la que se ha liao. Y yo sin tener donde dormir. Me ha traído un taxista. Y me ha invitao a una cerveza. Voy a por la cerveza y vuelvo. No, no me aprietes ahí. Ten cuidao con la vena. Por tu bien y por el mío. Esteban no ha venido. Hoy está con un chandal rojo y zapatillas. Tiene barba. Es el que pasa caballo y coca aquí. Tiene que venir. Mañana me marcho. A Ibiza. Y tiene que darme cuarenta y cinco napos. Treinta y cinco y un pico. Tengo que encontrar a Esteban. Bueno, son treinta, porque yo le debo.

Luz, de atardecer de Junio. Con el sol a las espaldas. Al frente: nube oscura. Hueco claro. Edificio a rayas. Edificio bitono siena tostada / pardo Van Dick. Tejados curvilíneos negro asfalto. Pared hueso al sol. Hotel Cuzco. Edificio marrón aluminio. Edificio gris hormigón. Ministerio Eurobuilding. Reverbero en franjas blancas. Masa de azoteas inseparables en la profundidad de campo. A la izquierda, en primer plano, tubos, motores, extractores, calderines, antenas. Terraza. Cruz Roja. Triple edificio blanco parduzco junto a una crema pared de rojas tejas. Terraza corrida de blanco ceniza. Nube rosiblanca, nube rosinegra. Hueco. Línea clara. Franja oscura. Hueco. Nubarrón. Algodón difumino amarillo sobre mí. Y al fondo, un rojo entreverado en plomo. Edificio comercial. Edificio de apartamentos. Sede de banco. Casitas bajas. Recovecos solitarios. Terrazas. Edificios de aluminio gris y cristal negro. Edificios de hormigón


y cristal. Edificios de hierro y cristal. Edificios de cristal y cristal. Al rojo ladrillo y al gris hormigón. Un movimiento de naranjas y grises en el cielo. Vencejos y golondrinas.

No puedes conocer tantos pájaros, dijo Exquisita. Yo también soy de pueblo y no conozco tantos. Pues nada, te hemos llamado porque estábamos aquí con Carlos y Ana, ¿sabes? Y no sé por qué me he acordado de ti. Y hemos dicho: es un tío cojonudo. Vamos a llamarle. Es que tú no cuentas nunca con la gente. Que hay que contar con la gente. Que te lo tengo dicho. Tu eres un putón verbenero. Si supieras en el sentido en el que te lo digo, te gustaría. Nos vemos entonces. Sí, en el Regaderas. Bueno. Hasta luego. Hombre, si ya estás aquí. Espera que voy a avisar a estos chicos. Qué loco estás. Casi tanto como yo. Iluso eres un risueño. Pues nada que estoy buscando novio para los fines de semana. Y me ofrezco como cocinera. ¿Por qué me llamaste el día de mi cumpleaños, que tu no sabías que era el día de mi cumpleaños? Tu eres un putón verbenero. ¡Uy que trompa llevo! Pero anda que tú. Oye, ¡y éstos? Es verdad. Se han perdido. ¡Uy qué loco estás! ¿Dónde vamos? ¿En serio? ¿De qué te ríes tanto? Eres muy risueño tú. Pero que loco estás Iluso. Lo dice Exquisita y tiene razón: No se puede ser blando. Al principio estuvo cautelosa. Hasta que creyó tener las riendas en la mano. Luego lo intentó todo. Y eso la perdió. No supo estar a la altura de las circunstancias. En esos casos, el suicidio. Una y otra vez. Como con la comida. A mí los canutos me dan MUCHA hambre. Y MUCHA clarividencia. No. No soy vidente. Pero con los canutos, casi preveo. Mira, hay algunas cartas que son muy claras, el sol o la Luna, La Muerte, que es que están ahí. Pero


hay otras que saltan menos, que están en el medio como el Ermitaño. Tienes que aprender a hablar en el lenguaje de la gente. Al punqui como al punqui y al jipi como al jipi. Tienes que intentar ser joven. Tío, tú estás muy inadaptado. En esos casos el suicidio. Mírame a mí. Ahora ya no canto. Porque no quiero ser como María Ostríz, como yo la llamo. Y para eso prefiero no cantar. Pero sé que tengo mejor voz que la mayoría de la gente. Y echando las cartas estoy. Y como no soy vidente, pues me las tengo que apañar. Claro que lo blando es perfecto. ¿Cuanto tiempo hace que no oigo yo ternura y qué? Bueno, pues ternura y cariño, eso no es malo. Eso no es ser blando. Eso es otra cosa. Mira, a mi me pueden decir te voy a follar, o que ojos más bonitos tienes. Pero el problema es del que está en el medio. Que ni es ni no es. Ya sabes lo de los animales salvajes; que sólo atacan cuando huelen el miedo en el otro. La adrenalina, ya sabes. A mí nunca me han violado ni mucho menos. Así que no tengo miedo. No soy el tipo de mujer violada. Oye, este tío, el Ian Dury, ¿de qué va? Porque me suena mucho, pero ahora mismo no localizo nada suyo. Ah, es el de Espásticus Autísticus. ¿Es verdad que es poliomielítico? Ya. Con la que aluciné el otro día fue con la Nina Hagen. No, no sólo porque cante ópera, es que ella es distinta. Y además ella es muy religiosa. Pues que llegó un momento en que me vi. Era sólo su cara, pero era yo. Era mi cara. Yo estaba allí. Es que joder, una cosa es decirlo y otra sentirlo. Es que lo sentí. Yo era. No, no, ella era yo. Yo ya sé que con esta cara de antigua despisto un poco. Pero yo me visto un poco punqui y la mezcla está bien. ¿Me llevas a casa, o tomamos una copa, o qué hacemos ahora? No tío, es que como la cosa va de hablar por hablar, pues …


Exquisita de Excayola. Gata. Nacida en Madrid. Inteligente gata pedigüeña. Fuck you. Con música heavy. Me das un masaje, que tengo el hombro cansado. ¡Uy! ¡Uy! Despacito. Tiene algo de pajarito desplumado. Ha vaciado el bolso sobre los módulos y se empeña en ordenarlo buscando algo. ¿Tienes un cigarrillo? ¡Uy, qué de ellos! Dame otro para luego. Y se baja las hombreras por ambos lados. Mira recto y corto. Abre el monedero que, a su vez, al viejo estilo, guarda otro pequeño monedero dentro. ¿Quieres un collar de auténticas perlas Majórica? No gracias. No quiero cerveza. Al inclinarse para encender el cigarrillo deja ver un seno redondito y erecto. Culibaja. Panty negro y pata de gallo. Si espera. éste te pasa algo. O si no éste. Van a medias. Oye, cuqui, no tendrás veinte duros o cinco duros pa dejarme. Es que no tengo ni una pela. Y así, poquito a poquito …

A decir verdad, Exquisita de Excayola también nació en Béjar. Y en Valdehijaderos y en San Roque y en Puertollano y en Villablinos y en Ceuta o Melilla. Y la historia se completa con otras muchas geografías y biografías. ¡Hola! Soy yo. ¿Sabes quién? Ah, bueno. ¿Dónde has estado? Ah. Te llamamos el viernes y no estabas. Y venga llamarte y tu so golfo en el Luxemburgo ese. Cariñosa. Morena ojiparda. Madre de dos y deja en paz a los niños. Madre de tres y mis hijos conmigo siempre. Aunque me ayudan mucho. La mayor sobre todo la pobrecita. Oye, ¿quieres que te diga una cosa? Eso, que no me importa nada tu historia del colegio. Oye, ¿de verdad que a ti no te afecta el champán? Es bueno este. Es francés, ¿no? ¡Uy qué borracha estoy! ¡Ah! Que eres tímido. Como todos. Todos sois tímidos. Pero yo los veo venir. Me cabrea mucho que digas eso. Con el


único hombre con el que yo me he acostado ha sido con mi marido. No, no es un tiempo perdido. He hecho lo que creía que tenía que hacer. Pero mira, a mi me viene uno a la oficina. Y se queda fijo, con los ojos en blanco. ¿A qué hora sales? Yo salgo cuando me da la gana. Aunque el tío sea un tarzán de ojos azules. Como a mi jefe, que está todos los días ¿Se viene a tomar café? Y esta mañana le digo: Venga, vamos a tomar café. Se pone a temblar como un flan y me dice ¿Ahora se llama así? Es que las mujeres necesitamos otro ambiente. Y es otra cosa que lo rodea todo. Mira, gilipollas, te estoy hablando en serio. ¿Tú entiendes lo que yo te estoy diciendo? Es que somos distintas. Mira, hay otro en la oficina que es que le ves y es algo maternal. Siempre va con camisitas y corbatitas de cuero estrechas. Y es un listo que se las pela. Yo prefiero que se les vea venir. Que sean claros. Que te miren y te lo digan. Pero a las claras. Que es que los ves venir. No, tú no. Tú eres un tío cojonudo. Gilipollas. Serás cabrón. Eres un hijo de puta. Todos somos hijos de puta. Pero no me digas eso que me cabrea. Te estoy hablando en serio. Yo de cría odiaba a los hombres. Después de conocer a mi padre yo odiaba, bueno, más que nada también les tenía miedo. Pero a mí eso de que me tocara un chico. Bueno, volvíamos en pandillas del Instituto. Pero eran mis vecinos, no sé. Yo no les consideraba chicos. Eran mis vecinos. Que si una vez yo les pegaba, ellos me zurraban el doble; y si yo les apedreaba, ellos me escalabraban. Estamos todos escalabrados. Lo dice Exquisita y basta.

El Savoll. Viernes noche. Exquisita de Excayola. Funcionaria de prisiones. Saliendo del Teatro Real. 3º Centro de Arte Dramático. Tropezando en el semáforo con la cita. Ya era hora. Es la primera vez que


me toca esperar. A mí que siempre llego tarde a todas partes. Esta mañana me he levantado a las ocho. Así que mientras me visto y paro un taxi. Y como voy sin gafas. Me llaman la abanicos. Pero siempre pica alguno. Separada. Dos hijas. Doce y nueve. Es muy difícil aguantar a un borracho. Y no te puedes enfrentar. Es más el peso de la presión social. Vas a la comisaría, se ríen de ti. En el trabajo, tu madre. Todo te obliga. No. No. Es muchísimo más difícil para la mujer. Lo del rodillazo en los huevos es peor. Es que es al contrario . Tienes que procurar molestar lo menos posible. No provocarle nunca. Pero con esas personas es que no lo sabes nunca. Es que están fuera de sí. No puedes prever lo que van a hacer. Es como en la cárcel ahora. Yo desde que he vuelto es que veo que todo ha cambiado pero a peor. Y además, las fachas se aprovechan para desestabilizar. No hacen lo que tienen que hacer. Pero so morrazo, que te están pagando un sueldo. Pero como la dirección es buena, y no exige. Porque yo a Paloma la quiero mucho, y me pongo en su lugar. Pero se le escapa de las manos. Porque no le exige lo que tendría que exigir. Y que la delincuencia ha cambiado. Antes, por lo menos tenías el cariño de las reclusas. Y te compensaba. Te parecía que por lo menos hacías algo. Pero ahora. Si me dice una esta mañana: veremos a ver como te va aquí. Con amenazas a mí. Pero es que la delincuencia ha cambiado. Antes podías hablar, y llevarte bien con ellas. Pero ahora dicen usté está ahí y yo aquí. Y se tiene que joder. Van a acabar por no tirar las basuras. Si. Bueno. No sé. Yo lo del teatro lo encontré en el colegio. Porque yo escogí letras. Y las de letras podían apuntarse al teatro. Y nos librábamos del latín y del griego. Y además quedaba como muy cultural y así. Pero nos daba clase el hermano de una monja. Y tenía mu mala leche. Y al principio lo pasé mal,


pero luego me divertía mucho. Para mí era una compensación. Porque en la vida hay alegría y dolor. Y para mí, el teatro era la fiesta que compensaba el tener que ir a clase. Si. Yo le he tenido de profesor en primero. ¡Como vino del Actor’s Studio! Pero va de genio. Tiene dos o tres ayudantes que le traducen lo que dices. Porque va de genio. Y habla como los indios. Mi decir y eso. Narros es otra cosa. Dicen que no ha estudiado nunca. Que es autodidacta. Y que era muy mal actor. Que fue actor pero que era muy malo. Pero como director a mí me ha ayudado mucho. Porque te habla como de la calle. Estábamos haciendo Antes del Desayuno y me decía: a ver, ¿tú qué haces cuando te levantas? ¿Te duchas? Ah. Pues haz café. Y le ves, ahí, durmiendo. Pero mírale. Es el que te las está haciendo pasar putas. Pero escúpele. Y bueno, que tiene una imaginación. Siempre está poniendo ejemplos. Si. Paco Nieva es mariquita. Pero además exagerado. Y hay un chaval en clase que es rubio y está macicísimo. Y no le quita ojo. Es que si pudiera se lo comería. Y el chaval sin enterarse. Nunca se entera de lo que pasa. Pero ya no hay miradas así. Psicóloga. De la memoria locativa. De los periódicos con sabor. Y cuanto más atrasados, mejor. Niños al mundo para qué. Cualquier día nos ponen una bomba y se acabó. Exquisita. Del barrio de Delicias.

Existe una Exquisita lejana y postal. Capital y Pueblo, a finales de Enero. Acabo de dejar la sorpresa de tu voz hace unos segundos e inmediatamente he cogido este papel. He cortado bruscamente el teléfono porque, de pronto, tu alusión a Rayuela me ha conmovido y ha creado en mi una extraña sensación de añoranza: yo no soy nada realista y


constantemente pienso en los momentos que se fueron inútil y vagamente a sabiendas de que los hubiéramos podido hacer más hermosos..

“Trac, trac, trac, maga, viajas en un tren imaginario de pasajeros” me dijo un día un hombre cuando yo era sólo una adolescente. No sé si efectivamente viajé algún día en ese fabuloso tren que mi amigo imaginaba, lo que si sé es que ahora vivo incómodamente instalada en la mediocridad y cada día oigo el traquetear de ese fabuloso tren y me pregunto constantemente si lo perdí, me apeé de él en un inoportuno momento y en la inhóspita estación en la que me encuentro ahora o sencillamente, no existió.

En el viaje que hicimos a París, visitamos el cementerio de Pére Lechaise: afortunadamente no encontramos la tumba de Julio Cortázar, lo que me hace pensar que probablemente el tren sigue su trayecto y que, quizás, algún día me sea dado retomarlo.

Mario, Mario, Mario, repito tu nombre y me atrevo a hacerte esta prosaica confesión: oírte de nuevo me ha emocionado. A menudo me he preguntado por qué no nos hemos entendido cuando nos vemos cara a cara, parece que estamos condenados a una comunicación exclusivamente epistolar. Siempre ha habido tensiones extrañas en nuestros encuentros y los hilos que en ocasiones hemos establecido a través de las cartas han quedado súbitamente cortados por la agresividad que caracteriza nuestros encuentros frente a frente.


Esta desigualdad entre los diferentes momentos que se viven en una misma relación me desconcierta. Parece que a partir de un determinado momento en la vida o a partir de una edad, si tu quieres, se nos fuera negada la deliciosa miel del abandono. Con la pérdida de esta capacidad perdemos infinitas posibilidades, entre ellas la de vivir aquellos momentos intensos de intimidad con los demás, que vivíamos en la adolescencia y que a mí, particularmente, me llenaban de una sensación inefable de plenitud.

Bueno, en realidad intentaba explicarme a mí misma las razones de esa agresividad que se desencadena entre nosotros cuando nos vemos, pero probablemente sea algo más complejo lo que explique esa agresividad o quizás no hay explicación alguna: salgamos pues del laberinto. Me gustaría hablarte de Pueblo, me gustaría explicarte todo lo ocurrido hasta ahora, pero si lo intento estoy segura de que no podré evitar el fácil recurso del recuento. Haría una enumeración de los hechos (Sergio aprobó oposiciones, yo aprobé oposiciones, etc,) y al final me daría cuenta de que no hablé de lo esencial, pero ¿cómo llegar al corazón de las cosas? ¿Cómo explicar los hechos sin perdernos en la superficial epidermis de la anécdota?

¿Si te digo que Pueblo es el infierno ¿te lo creerás? Pero no, tampoco es eso: Pueblo no es el infierno, yo soy el infierno. Esta no es una afirmación melodramática sino trágica y lo es porque sólo puede ser eso. No tengo manera de suavizar algo que no puedo explicarme. Durante


estos meses no he podido evitar hacerme constantemente esta pregunta. Pensaba ingenuamente que debió haber un momento en el que se inició la caída, intentaba localizar ese momento pero lo cierto es que no descubrí momento alguno sino que mi memoria no supo reproducirme de otra manera que cayendo y esto me ha hecho pensar que el descenso al infierno se inició con mi salida del útero materno.

Tú también debes tener en estos momentos tu infierno particular, lo supe cuando dijiste que esta tarde te habías escondido entre las sábanas y ahora te intentabas convencer a ti mismo de la necesidad de salir de ese refugio de doble cara: tan hermoso en algunas ocasiones, tan infernal en otras.

Escríbeme, escríbeme una carta larga, larga, por favor y cuéntame … Exquisita y filósofa, mujer, clave de arco de cinco personajes que se desencuentran, perdóname la carta tan larga, larga, que te he escrito. Es hora ya de poner fin al intento. Ya puedes, lector, cabalgar por ti mismo. Sírvate de explicación una cita del viejo Epicuro: “Todo lo que hacemos persigue un fin: la supresión del dolor y del miedo.”

­ FIN­


POSTPRODUCCIÓN

Otra vez vuelta a empezar. Una postproducción no es ni más ni menos que eso, volver a empezar. Beguin de beguin y vuelta la burra al trigo que decía mi abuela. También Eisenstein decía lo mismo sólo que de otra forma: el cine es el montaje. Y buena verdad es. Replanteemos el problema: con unos materiales dados, construir una novela. O dos o tres, o las que se puedan. Es eso de la sinergia. Dos y dos no serían cuatro, sinco cinco o seis o más en función de la sinergia que se le eche al asunto.

Al autor le ha servido. Por eso sugiere al lector que en una acto de fe ciega, cante, en voz baja, eso sí, “¿Dónde está la clave, matarile, rile, rile?” Al final siempre aparece.

El niño era ya un chaval. Y allí en el campo hay que arrimar el hombro. Padre Padrone. Cuanto antes mejor. El chaval ya sabe manejarse


con la motoguci. La lleva y la trae por el patio, aunque los serones que cuelgan a los lados están vacíos. El día de llevar las olivas a la almazara ha llegado. El padre debe atender otros asuntos importantes. Que vaya el chaval. Y si tiene algún problema que llame a la necesidad.

A cien metros de cumbrar, tras lenta agonía, la motoguci calla.

Por el repecho abajo, filtrándose en el aire de encinas y alcornoques, hasta los vacíos tenados, rodando por los sotillos de los apriscos, la voz doliente, asustada y urgente del chaval llama: ¡Necesidad!, ¡Necesidad!

De vuelta a casa, secos los mocos y las lágrimas con la alegre brisilla de la motoguci, viene orgulloso el relato: Y como no vino nadie, arrastré las seras hasta lo más alto y subí como pude la motoguci, la apoyé en el ribazo y la cargué otra vez. Luego me monté cuesta abajo y arrancó.

Vaya si vino, chaval. Vaya si vino. Siempre viene.

Postproducción.

Secciones de revelado, etalonaje, copiado, cortado, montado, sonorizado, rectificado, editado y finalmente querido lector que aún sigues


después del FIN, finalmente emitido este producto que tienes en tus manos, encima de la mesa o debajo del sobaco cuando lo apagas.

Comencemos por el principio. Tiene razón J.G. cuando dice que el capítulo más importante del libro es el último. Y estoy seguro que no lo dice por ser mujer. De hecho, la primera idea sobre el libro, las primeras líneas escritas y el primer título del libro, todo al mismo tiempo, fue ella. Exquisita de Excayola. Acto seguido nació su paredro: Iluso Alfares. Luego llovió bastante sobre el tema y al final el resultado es el que ya conoces.

Debo, en cualquier caso, presentarte a J.G. Para que puedas evaluar su crítica. J. G. Licenciada en Filosofía. En sus treinta. Profesora de instituto. Casada con S. J.G. es una forma de vida cortazariana y psicoanalítica, inteligente y agresiva.

Era Madrid y estaba apunto de terminar la primavera del 89. Querida Juana: Aprovecho un par de ratos libres, de esos tan raros de pillar, y reanudo el contacto. Antes que nada, repetidas gracias por tu atenta lectura de Operación Vídeo. Por cierto, ¿qué te parece el título? Hasta ahora nadie me ha comentado nada, lo que, en principio es positivo. También tengo que reconocer que nadie le ha dedicado tanto interés como tú. A ver cuando me dejas leer tu novela.


Cambiemos de tema. ¿Dónde serán las vacaciones de este año? ¿Repetís América? Por mi parte estoy preparando un viaje a los USA que quiero que sea atípico, fuera de las rutas habituales ­ya sabes, California, Disneylandia­ y mi intención es atravesar algunos estados intermedios de esos de los que poca gente habla y que creo que son los que mejor te dan la medida de un país. Por supuesto que también incluyo NY, San Francisco y Whasington, pero lo que de verdad me atrae son las ciudades mediocre como San Louis, Kansas City, Denver o Salt Lake City. Lo malo del viaje es que no he conseguido encontrar compañeros y como no voy a poder hacerlo como yo quería, es decir, en coche. Tendré que hacerlo en autobús. ¡Son más de seis mil kilómetros! En fin, que no me pase nada. La verdad es que he pensado que este es probablemente el último año que puedo permitirme hacer un viaje de este tipo y quiero aprovecharlo. Ya te contaré a la vuelta. Volviendo al tema de mi novela ­¡Ay de la recurrencia!­ hoy probablemente me presenten a Leopoldo Alas unos amigos comunes a quienes les pasé el borrador y que, a su vez, se lo han pasado a él. Claro que independientemente de su opinión, ahora empieza lo más duro. Quiero llegar a las trescientas páginas y no sé cuanto tiempo me va a llevar el tema. Ya te iré dando noticias. Por mi propia y corta experiencia sé que estos días estás abarrotada de exámenes, notas y líos­fin­de­curso. Que te sea leve. Yo espero acabar hoy. ¡Porque estoy hasta el moñoooo! ¡Si al menos lo pagasen bien!


Del resto de mi vida, pocas cosas que merezcan la pena contarse. Rutinas y problemas familiares ­enfermedades, estancias, operaciones y visitas; padres, hermanos, tíos, sobrinos y demás parientes­ que hacen todo lo posible por dificultarnos la vida. Como si la vida en sí misma no fuera ya lo suficientemente difícil. Quiero contarte ahora una anécdota ­me da miedo reconocer que es otra cosa­ que me pasó hace pocos días. Érase que estaba yo dándole vueltas al tema de la dichosa novela y repasaba medio distraído las páginas del Dominical del País. En medio de un artículo, y sin que viniera muy a cuento, aparece Tristam Shandy. Un personaje medio olvidado al que es realmente difícil encontrar en ese contexto. Allí estaba. Precisamente ahora que estoy leyendo el libro e incorporando la temática en la novela.

Reconozco que no pasé de pensar en la maldita casualidad. Unas páginas adelante o atrás, en cualquier caso cinco minutos después, un artículo de F. Fernan­Gómez me puso en el disparador: son las disgresiones, dudas y problemas que se le plantean a un escritor que está embarcado en una novela de la que lleva escritas OCHENTA páginas y quiere llegar a las TRESCIENTAS. Algo que no había escrito, pero como si lo seriese. Ahí ya me dí por vencido, pensé en los piolines cortazarianos, en la maga, en ti y en la extraña lotería babilónica que es la vida.

Este mi pequeño rato libre no da para más. Pruebo con otra despedida: Un beso donde más te guste. Con perdón y con amor.


Ten amigos para ésto. Después de no sé cuantos días tratando de coordinar una cita, ahora resulta que A.H. todavía no ha pasado del segundo capítulo. Nos está bien empleado, por fiarnos de él. Si ya sabía yo que era un informal. Y poco dado a esto de leer. Y menos si tienes en cuenta que lo que hay que leer es una novela no publicada, no acabada de escribir y cuyo autor es un amigo. Lo comprendo. No se puede forzar la naturaleza humana hasta ese punto. Ochenta páginas son muchas páginas para un hombre que tiene altos los niveles de ácido úrico y sufre por ello en las articulaciones. Ni aunque este hombre sea joven, menos de la treintena, ni aunque sea un hombre de excelente humor habitual. Como quiera que yo quiero a A.H., no quisiera que cualquier lector impulsivo y desengañado de los valores humanos sacase conclusiones demasiado rápidas de A.H. Y como quiera que A.H. ha pasado a formar parte de la trama de este libro, me veo en la obligación, el placer y el compromiso de presentarle. Seeñoras y Seeñores, tengo el gusto de presentarles a un gran profesional, un estupendo bebedor, un juerguista nato, un ingenioso verbal, caricaturista cítrico, peleón por naturaleza, pasota desenfadado, jugador de billar del tres al cuarto, ligón, músico casero, de estatura y pelaje inferiores a la media nacional, de tamaño craneal superior (a la media nacional) y de un encanto personal también superior a la susodicha media. En resumen, un hombre sin más complicaciones que las que resultan de vivir: mi buen amigo A.H.


Lo peor de todo, con ser malo, con ser suficiente para retirarle el saludo a cualquiera, no es que A.H. haya llegado tarde. Ni tampoco lo es que no haya pasado del segundo capítulo, con ser gravísimo y una falta de consideración de tamaño mayúsculo. Lo peor no es nada de éso y ni siquiera yo pude percatarme de ello hasta que la cosa ya no tuvo remedio.

¿Qué tal A? ­pregunté by phone­ Hola artista ­respondió él con su sarcasmo habitual que, por habitual, ya no me inmutó­ Bien contesté ­sin pena ni gloria. Te llamé el otro día y me dijeron que estabas al médico. ¿No será nada grave, verdad? No. lo de siempre. Me ha vuelto a subir el nivel de ácido úrico y me da unos palos en las articulaciones que me dejan baldao. Osea que Ley Seca y verduritas ­dije con cierto retintín involuntario­ Que va, que va, para nada. Eso era el año pasado. Por eso no he vuelto a ese médico. He encontrado a uno que no me quita ni el cordero ni el marisco, y con los bebestibles, ya sabes, siempre que sea un poquito … Es decir, en lugar de dieciocho copazos en el Natu, ahora me tomo sólo una copa en cada uno de los treinta bares del barrio. ¿Y tú qué te cuentas autor? Esta vez sí me jodió, porque era precisamente para ese tema para lo que yo le llamaba, pero ya que era él quien lo había sacado, contraataqué rápidamente:


Como estás tomando medicinas tienes completamente contraindicada la lectura, ¿A que sí? Qué cabrón, ¿cómo lo sabes? No. Ahora hablando en serio, he pasado una semana muy jodida y no he podido más que echarle un vistazo a tu novela. No he pasado del segundo capítulo. Pero te prometo que esta semana le meto mano. Hasta ahora, lo que he leído me gusta. ¿Es una especie de autobiografía, no? Ante tamaña muestra de arrepentimiento y propósito de la enmienda no tengo más remedio que condescender: Bueno, ya sabes, me corre prisa, pero tampoco es para que tengas que hacer horas extras. Cuando tengas un ratito libre, aprovecha. Si sólo son ochenta páginas. Se leen de un tirón. Además es que necesito opiniones para poder seguir, ¿sabes? En realidad lo que quiero es descubrir errores. Lo que ahora se llaman “cosas manifiestamente mejorables”. Puntos oscuros, adjetivos mal puestos, construcciones difíciles y éso. Por cierto ­me interrumpe A., que finalmente ha encontrado un argumento para rehabilitarse­ hay muchas faltas de ortografía. ¿Siiii? ­digo verdaderamente sorprendido­ ¿dónde? Bueno, acentos y éso. He visto muchos sin poner. ¿Te los pongo? Claro, claro. Lo que pasa es que es una primera copia y no la he pasado por el ordenador. Me lo copió a máquina una chica que conozco, y no pone mucho interés en los acentos, pero como no quiso cobrar nada, tampoco puedes exigirle. Por supuesto, falta o acento que veas, me lo corriges ­le


digo francamente encantado de que haya asumido tan a fondo su papel de lector­ Hasta aquí, digamos que la batalla se decantaba claramente a mi favor. Contaba con un lector tan comprometido que, incluso, iba a corregirme la ortografía de los acentos. Lo que no podía imaginarme, por nada del mundo, era lo que se me venía encima con su siguiente frase: Por cierto, ¿Has leído Tristam Shandy? No ­contesté francamente­ ¿de quién es? De un inglés que ahora no me acuerdo como se llama. Es que me lo recuerda mucho. Por eso de hablar con el lector y llamarle cosas. Te lo voy a traer para que lo leas y ya verás. Ya he dicho que no era capaz de imaginarme lo que se me venía encima. Por eso, ingenuo de mi, dije: Estupendo. Quedamos para mañana, jugamos un poquito al billar, te dejo que me ganes y me traes al Tristón ese. ¿O.K.?

Okey dijo A.H., y colgó. Al día siguiente, tal como estaba previsto, nos vimos al mediodía en los billares de costumbre. Me ganó la partida, tal como estaba previsto y me dejó un libro de edición barata, bastante voluminoso para lo que ahora se lleva: Tristram Shandy. Desde ese día, lector innoble a quien ya veo gozando con mis desventuras, naufrago en el más proceloso de los mares: el mar de las dudas. Donde todo son tormentas borrascosas. Donde cada ola/duda es mayor y más


fuerte que la anterior. Un mar sin islas de certeza donde la tierra firme se presenta siempre en forma de inabordable acantilado.

Imagina imprudente lectora, que lo hasta ahora leído es tu primera novela. El sábado que nunca se acaba está hecho de horas de sueño y horas robadas a la vida. Por esas horas has perdido contactos, ligues y hasta buenas amistades. Has ganado alguna fama de huraña y te has granjeado más de una antipatía, cuando no enemistad declarada. Imagina, lectora cómplice, que has puesto muchas de tus ya escasas ilusiones en ese mecanoscrito primigenio. Piensas que estás construyendo algo, si no radicalmente distinto, sí con el suficiente grado de frescura. Nuevo y completamente personal. Sigue imaginando y te acercarás muy mucho a la realidad, que, en tu inocencia, haces unas cuantas copias de las primeras ochenta páginas y las haces circular entre algunos de aquellos/as a quienes tú consideras amigos. Esperas de ellos críticas objetivas, consejos útiles y acertados, palabras de aliento y, por qué no, hasta alguna tibia frase de elogio. Convendrás conmigo que en estos tiempos que corren, es mucho esperar. De acuerdo. Pero convendrás también que no es lógico esperar una putada como la de A.H. Ten amigos para ésto. Para que, a la vejez viruelas, te den a leer el Tristram Shandy.

Conste que si fuésemos tú y yo ­querida lectora, querido lector­ autores aguerridos y baqueteados por la crítica, los editores y la competencia, la cosa no tendría mayor importancia. Con un: lo leí hace tiempo. Es una obra clásica, pero menor. O simplemente: está bien, un


poco pesado porque la construcción de las frases es muy antigua. Y, además, no tiene nada que ver con Operación Vídeo. Resumiendo, con un par de frases dichas con desparpajo, soltura y seguridad apabullante, la cosa quedaría zanjada y nunca más se volvería a hablar del tema. Pero no es el caso. Ni tú ni yo tenemos las cosas tan claras. Y hemos caído en el error de pensar que el famoso Tristram podría sernos útil. Item más, lo hemos leído. Y se nos ha caído el alma al suelo.

¿Qué podemos hacer? A).­ Ignorarlo. Pasar olímpicamente como si Tristram Shandy no hubiese existido. B).­ Asumirlo. Declarar abierta admiración por su autor. Confesar que todo lo que no es tradición es plagio y dedicarle el libro a Torres Villarroel que también escribió con desparpajo. C).­ Matar a A.H., porque es el único que sabe que has leído ese maldito libro. D).­ Abandonar. Tirar la toalla porque todo esta hecho y no hay nada nuevo bajo el sol. E).­ Plagiar lo que mejor parezca y confiar en que nadie se va a dar cuenta porque es sabido que en este país no leen ni los editores. Aquí te quiero ver, escopeta. Mira por donde no hay mal que por bien no venga y haciendo de tripas corazón podemos convertir este capítulo en un test de personalidad. Dependiendo de la opción que elijas podrás ser un alocado inconsciente, sincero y humilde al tiempo que muy realista,


despótico de reacciones incontroladas, flojo de remos y falto de fe en ti mismo o un cínico y descarado triunfador. Entre los lirios y las rosas, su majestad escoja. Por mis partes he decidido tirar por la calle de en medio. Adelante con los faroles. Bien mirado, ni la trama ni el estilo tienen nada que ver. Lo que allí es imaginación y ácida crítica de costumbres, aquí es fiel trasunto de la realidad más cotidiana. Lo que allí es fárrago de construcción alambicada, aquí es frase corta. Punto y tentetieso. Por lo demás, las buenas ideas son buenas, venga de donde vengan. Y por otro lado yo no voy a hacer nacer a mi protagonista en el capítulo dieciséis ni voy a reflejar sus noches con una página en negro. Gloria a Miguel de Cervantes, a Thomas Sterne, al citado Villaroel, a James Joyce y a Camilo José de Cela y Trulock si hace falta. Gloria y loor al lenguaje que a ellos les permitió comer, aunque fuera poco y mal, y a mi soñar sin tasa ni límite. Queda todavía por saber la verdadera opinión de A.H. Quedan todavía por recibir sus correcciones y acentos. Queda mucho trabajo por hacer. En bien de ese trabajo, querido lector, si al hilo de tu novela, alguien te recomienda un buen libro que se le parece, léelo, disfrútalo si merece la pena y luego sigue a lo tuyo. El Aba se lo quitó de encima porque no sabía por donde salir. Es más, ni siquiera se esperaba ésto. En realidad fue muy sincero cuando dijo que la cosa le había cabreado bastante. Y con razón porque su intuición fue acertada. Estoy convencido de que si le hubiera prestado un poquito más de atención, algo más de tiempo y de ganas, lo hubiera descubierto


todo. Pero es lo que pasa, la gente le da una importancia tremenda a las apariencias. Y claro, un manojo de folios cosidos con un gusano de plástico, entregados así como con vergüenza ­por lo menos timidez­ por un tipo al que conoces, pero no mucho, con el que simpatizas, pero no mucho y al que ves de cuando en cuando, no es para impresionar. Por eso le dedicas un par de vistazos atentos, haces algunas calas aquí y allá, lees entero un capítulo que te engancha y sales con una idea global pero confusa, acertada en el sentido pero errónea en lo concreto. Sentados en el diván corrido que hay a la entrada del Elígeme, a la izquierda, tras la cortina, pegado a la pared, con un güisqui en la mano, J. A., alias Aba y Mario Alfares, discurren como Dios les da a entender sobre algunos asuntos de su interés. Al Aba le molesta el volumen de la música y, por señas, sin levantarse pero con expresión autoritaria, le dice al pincha que está detrás de la barra que lo baje. Hecho. No hay como ser de la casa para que te hagan caso, le dice Mario acercándose para hacerse entender por encima de las conversaciones y la música. Aquí tienen la puta manía de poner la música alta. Mira que me jode. Pero por más que se lo digas no hay forma. Pasan. Y así les va, remata despectivo J. A. J. A., el Aba, es escritor. Guionista de programas para TV y radio. Y anda metido en algunas cosas de vídeo. Entre los treinta y cinco y los cuarenta. Soltero. Moreno. Sobre el metro setenta. Delgaducho y algo desdibujado, con un pecho que se abomba a la altura del plexo solar como quilla de barca. J. A., el Aba, es noctámbulo empedernido, buen bebedor


de güisqui y derrochador de ingenio en píldoras maliciosas que aplica a cualquiera de los muchos conocidos y conocidas que se le acercan. Sobre el pequeño escenario del fondo, cuando por fin han quitado la música y apagado las luces, Pedro Reyes presenta sus personajes: obreros de la música, peones del espectáculo, reporteros deportivos como Pepe Difícil, que trasmite sus crónicas subido en el mismísimo balón con el que se juega y cosas por el estilo. En el sótano, debajo del escenario y junto al camerino, Luís Pastor y Roque Narvaja juegan una partida de billar eliminatoria, para el campeonato que ha organizado Carlos Tena. El silencio es obligado, como lo son el chaleco y la pajarita para los jugadores. Los jugadores no son muy expertos que digamos y como las carambolas tardan en subir al marcador, Narvaja comenta divertido: que canten ellos. Que se suban ellos a un escenario a ver que tal lo hacen. A pesar del silencio obligatorio, el corro de mirones ríe abiertamente. J. A., el Aba, se retuerce una comisura del bigote mientras comenta: Pues si señor, me ha jodido tu Operación Vídeo. Porque escribes muy bien, ¿sabes? Sin coba, está muy bien escrito y te engancha. Pero llegas al final con una sensación extraña que te deja jodido. Mario Alfares levanta las cejas mientras se lleva el vaso a la boca y bebe un trago. Luego, arqueando el cuerpo hacia adelante pregunta: ¿Pero por qué? ¿Por algún personaje? ¿Por como está escrito? ¿Por qué te jode? Hasta ahora nadie me había dicho nada de éso. Pues mira, no lo sé exactamente, pero te quedas diciendo mira, aquí me la han metido y no sé por donde. No recuerdo en que capítulo es en el


que hablas de Antonio no sé cuantos, premio de literatura, y la hija del de la bañera, y dices, bueno, ahora se va a liar con ella. Y no pasa nada. Te quedas jodido. Por cierto que en otro capítulo piensas, bueno, ahora va a hablar de sexo. Pues tampoco. Y cosas así. Ciertamente desconcertado por la parrafada, Mario Alfares vuelve a tragar un sorbo de güisqui con agua porque ya es el tercero de la noche y hay que conservarse. Mientras bebe, recuerda de pronto que lleva años acudiendo al Elígeme, pagando puntualmente todas sus consumiciones e invitaciones y que nunca ha sido tratado como cliente habitual. Algo parecido le ocurre con el Aba. Después de varios años, todo lo que les une son algunas risas de clorhidrato, algún comentario sobre los culos redondos y minifalderos que pasan por delante, la típica pregunta para salir del paso sobre conocidos comunes y pare usted de contar. A pesar de eso, el Aba es, de los que han leído hasta ahora la novela, el que más se ha acercado al secreto. Aunque en lo del sexo anda desencaminado. Pero espera, dice Mario Alfares después de beber y pensar, hay un capítulo en el que habla de todas la experiencias sexuales, y se dice que cada una es la primera. Sí, me acuerdo, es la rápida respuesta de J. A. Pero lo dices como de pasada. Y menos mal que no pontificas. Esa es una cosa buena que tiene tu novela, que no pontificas. Mario Alfares se calla, y el Aba, viendo que el otro le escucha con atención, continúa: lo que no me gusta nada son los paréntesis. Hay una inflacción de paréntesis y de citas una detrás de otra. Para como si quisieras decir mira todo lo que sé, o lo que he leído.


Es cierto, eso ya me lo ha comentado otra gente. Creo que tendré que revisarlo. Sobre todo el principio, que se hace un poco cargante, dice Mario mientras anota mentalmente el tema de los paréntesis y el tema del sexo, que es algo que nadie más ha comentado. Ya veremos, piensa, ya veremos. Hace rato que Pedro Reyes ha terminado su show. Hace rato que han encendido las luces y vuelto a poner la música a tope. Hace rato que, en el sótano, Luís Pastor y Roque Narvaja acabaron, por fin, su partida. Mario Alfares saluda a María, la chica del quiosco de prensa que hay a la entrada del local. Le pide la copia de Operación Vídeo que el Aba ha dejado allí para él y sale a la noche de San Vicente Ferrer. La noche de Malasaña. A esas horas, las tres de la madrugada, quedan ya pocos locales abiertos. El Nairobi, La Vía Láctea, El Agapo y El Cutre. El Manuela está cerrando, en el Kinbg Creole ya no admiten. La mansa llovizna empapa el empedrado y hace brillar los restos de basura desperdigados por el suelo. Un coche de policía avanza lentamente haciendo su ronda. Un borracho sale de un bar ya cerrado y vuelve a entrar. Como en sordina se oye la voz del camarero recriminando al borracho. Mário Alfares, con la copia protegida contra el cuerpo, camina pensativo por el centro de la calle. Ya sabes, la inseguridad ciudadana. No es que vaya a pasar nada. Pero por si acaso. A V.M.B. también le ha causado cierta extrañeza elcapítulo de Exquisita. Y ésto empieza a ser estadísticamente significativo. No, si ya lo dicen los clásicos: los personajes aparecen y luego crecen y finalmente te devoran. Pues nada, devórame otra vez, Exquisita querida.


Ha sido necesario explicar a V.M.B. que, en realidad, con ella nació el libro. Porque con ella había nacido antes todo lo demás. La verdad es que éso está dicho ya, pero hubo que recalcarlo. Exquisita, Iluso y el libro forman un triángulo vulgar y mágico que se autogenera simultáneamente. Los personajes, y la historia que los contiene, son, en tanto que lo son juntos. Por éso durante el proceso de materialización del libro, a medida que éste va consiguiendo su propia forma final, se producen también fenómenos en los otros vértices del triángulo. Exquisita se abre como una flor. Se multiplica ad infinitum. Nace en todos los lugares del planeta, se ahoga en los pantanos cuando aún es púber y virgen, enviuda, joven, de un pintor, es au­pair en Londres, ex­punqui y falsa ingenua, consigue todos los perfiles y sigue siendo inexplicable. Iluso, por su parte, se descubre. Mira hacia adentro. Implosiona y se fragmenta en trozos. Los trozos crecen y buscan su propia forma. Como en una reproducción de amebas, cada pedazo se convierte en un ente nuevo y, en ocasiones, completamente imprevisible. Surgen entonces publicitarios, poetas, pintores, locos, amantes, amigas, novios, jefes, pintonas, busconcillas, brujas, … Todos vivitos y coleando a pesar de andar dispersos. O precisamente por eso. Volviendo a V.M.B. entrado ya en la cincuentena. Pelo y barba canosos. Gafas remilgadas. Pulcro, doliente y homosexual. Un curriculum de esos que acojonan. Criminólogo y expulsado de la docencia universitaria en cierta época en la que también expulsaron a Tierno Galván, q.e.p.d. Después le volaron el diario Madrid. Luego desapareció también el


Informaciones. Y V.M.B., se dedicó a lo que de verdad le gusta: la música. No es raro que se dedique a la crítica musical quien, por lo menos una vez en la vida, cualquiera sabe por qué extraña circunstancia ha cantado en la Scala de Milán. Son famosos sus caniches de puro algodón hechos a base del mejor pedigrí. Son famosos sus jóvenes y bellos pianistas protegidos. Son famosos sus dictámenes previos a la consecución de beca para jóvenes y hermosos talentos. Es famosa su casa­azotea en la calle de Alcalá. Es famoso su egoísmo y es famosa su soledad. V.M.B., me somete a un interrogatorio sobre mi relación con las mujeres, Apenas quiere hablar sobre la novela y debo ir sacando con ganchos alguna información útil. Pero V.M.B., es inteligente. Mucho. Y el principal defecto que le achaca a Operación Vídeo es la falta de tensión. No existe ese elemento narrativo que incardina toda la estructura y la tensiona. Es como una obra de Le Corbusier pero sin los tirantes exteriores que soportan el edificio y le dan una gracia alada al mismo tiempo. Y es evidente que como la novela es mala, a V.M.B., le interesa más el autor que su obra. Posiblemente el crítico sospecha que tras la excusa del puñado de folios se esconde una necesidad más profunda. Calor humano, amistad, amor. Hablamos entonces de temas familiares, amigos comunes, abuelas nonagenarias que montan a caballo y nadan a diario en su piscina de Vevey (Suiza). Sale también a relucir el señor Nieva y la homosexualidad que Exquisita le atribuye. V.M.B., piensa que tal vez el señor Nieva se moleste por ello. Interpongo algunas disquisiciones escolásticas que sé inútiles y prometo evaluar el tema. Antes de despedirnos, V.M.B., me recuerda que está solo. Muy solo. Que está enfermo. De psiquiatra de


pago. Que se va haciendo mayor y que finalmente alguien tendrá que quedarse con todas sus cosas. Tómate un respiro si el aire que hay a tu alrededor merece la pena, que lo dudo. Fúmate un puro, tómate dos copas, una por ti y otra por mí, en fin, haz algo útil. Cierra el libro y sigue mañana. Si no me has hecho caso, peor para ti. De aquí no vas a sacar nada en claro, pero ya veo que perteneces a esa ralea de lectores impenitentes que llegan a valorar más la ficción que la vida. Llevamos ya no sé cuantas páginas ­todas las que tiene y tendrá esta novela­ tratando de dejar claro que una novela no es sino un vago y ligero esbozo de la vida. Que ficción y realidad son dos caras de una misma moneda y por tanto inseparables. Es decir, que sólo hay vida y que lo demás son novelas. Y vosotros ni caso. Recapitulemos. ¿Qué tenemos hasta ahora? Polvo y pajas. Pero con menos materiales que esos Dios creó al hombre. ¿Y quién dice que no salió todo de una conversación en el Café Gijón? Así fue. Y aunque los otros autores se nieguen a reconocerlo ese es todo el secreto que encierra Operación Vídeo: Alrededor de una mesa, cinco personas se intercambian experiencias vitales, sueños e ilusiones. Escritores en ciernes, empleados de segunda en oficinas ministeriales de segunda, vendedores a domicilio, de los que ya quedan pocos, una secretaria ineficiente y soñadora que nunca lee el Hola, por definición; un publicitario quemado por el oficio y un personaje atrabiliario del que los otros contertulios tampoco saben mucho más. Esa es toda la trama. Lo juro. Fíjate si la gente le ha dado vueltas a las famosas ochenta y tantas páginas. La de conclusiones que se


han sacado. La de acusaciones que le han hecho a quien meramente se limitó a poner el oído y trató de recordar luego lo dicho y escribirlo. Yo no voy mucho por el Café Gijón, pero de cuando en cuando me gusta respirar ese aire de croissants y tontería que allí se respira. Así empezaba la novela. Este es el verdadero, el auténtico y primigenio comienzo. Yo estaba sentado en una de las mesas del fondo. Ya que voy a chafardear, lo mejor es estar situado al fondo. Con las espaldas cubiertas por la pared y toda la fauna delante. A mi derecha, una mesa quedó vacía y me llamó la atención el gesto agresivo y excesivamente rápido con el que una mujer, de edad más que media, se abalanzó sobre la mesa. No llegaría al metro sesenta, el pelo teñido con unos más que vivos reflejos cobrizos, la cara breve y anodina, menuda de boca y de cuerpo. Con movimientos atildados se sentó, alisó la falda hasta más abajo de las rodillas, se miró los zapatos negros, de tacón bajo, y levantó la vista buscando al camarero con la expresión completamente serena. Aquella transformación, aquel cambio de actitud me llamó la atención. Uno es curioso por naturaleza y, a fin de cuentas, a lo que uno va al Café Gijón, es a eso. A ver la etología de los escritores. No lo pensé, pero enseguida supe que si aquella mujercita de extrañas reacciones tuviese un nombre, ese nombre no podía ser otro que ¡Exquisita de Excayola! A partir de aquí lo demás es fácil de suponer. De hecho, en principio pensé que la novela sería contar cómo me las ingenié, jueves tras jueves, para estar en el Café Gijón antes de que llegaran mis personajes. A quien y por cuanto tuve que sobornar para poder sentarme siempre en alguna de las mesas que rodean la suya. Contar lo de aquella vez que estuve a punto de echarlo todo a perder porque se me ocurrió que lo mejor era grabar sus conversaciones y luego


reproducirlas. Estaba yo tan emocionado con mi invento que no me di ni cuenta de que “ellos” se habían percatado de la presencia del magnetofón y habían decidido hablar en voz baja. Por suerte, el ruido de las conversaciones y el tráfico que entraba por las abiertas ventanas del café, hizo que ni siquiera ellos se entendieran, por lo que debieron volver a usar el tono natural. Otras veces, y por aquello del disimulo, tuve que invitar a algunos amigos. El problema en estas ocasiones era que yo no podía estar al plato y a las tajadas. Ni escuchaba a mis contertulios ni escuchaba a los ocupantes de la mesa de al lado. Finalmente encontré que la mejor solución era sentarme en la mesa que queda delante de la suya, es decir, dándoles la espalda. Levanta menos sospechas. Además me permitía escribir a medida que ellos iban hablando. Luego, con retazos de lo que decían iba hilando la composición de su discurso, su peripecia vital, sus recuerdos y sus obsesiones. Y si la cosa quedó un poco deslabazada, como dicen los críticos, no se me culpe a mí. La vida es así. Los personajes son así y si no dan más de sí, reclamaciones al maestro armero.

Laura no ha contestado. Yo la amo y Laura no ha contestado. He dicho la amo y no la quiero porque en realidad es así. Lo que yo siento por Laura está bastante lejos de ser un querer estúpido y urgente, sometido, como todas las pasiones, a un principio y un final. Y después del final sometido al tedio y la traición. Amo a Laura sin principio ni fin. Es como si el amor a Laura comenzase mucho antes de mi existencia, la atravesase toda sin sobresalto


ni desvío y siguiese después de mí, su curso inmutable. Ni tan siquiera soy yo quien ama a Laura. Es el amor quien en mí ama. Por eso, a pesar del reproche inicial, no me preocupa que Laura no haya contestado. Ella también es inocente de este amor que me atraviesa y llega hasta ella sin quererlo, sin necesitarlo y sin siquiera hacer nada por merecerlo.

MIERDA. Así, en grande y con mucha mayúscula. M I E R D A. Lo siento, lectorcete, colega, amigo, compañero del alma compañero. Lo siento por ti, por mí y por la humanidad entera. Ya no hay remedio, no tiene solución. Todo lo que, a partir de ahora, intente, no será sino un simple remedo. Un pálido reflejo, que diría el cursi, un vano intento, un esfuerzo inútil. LLORA. Llora conmigo, si es que puedes. Llora porque hemos perdido VEINTE páginas. Y ya nunca más podremos recuperarlas. Los ficheros, FILENAME, NUM., DOC., CORT., COPIA, INS., INTRO y toda la demás parafernalia del maldito PCW, se ha puesto en nuestra contra. Se han declarado enemigos invencibles y se han cobrado el terrible tributo de VEINTE páginas. Y sí que es para ponerse así. Así y mucho más que así. Veinte páginas no se escriben de la noche a la mañana, y aunque así fuera, nunca serían las mismas. El orden, la adjetivación, la trama, las descripciones, los personajes que por ellas discurrían, ya nunca más existirán. Podremos, como Stendal o Dostoyevsky, llegar a la máxima agudeza en el retrato psicológico, podremos encontrar descripciones ajustadas y precisas, podremos incluso recordar párrafos casi idénticos, y no será lo


mismo. Pedro nunca será lo mismo que un retrato de Pedro. Como Pedro, esas veinte páginas son, mejor dicho, fueron, algo único e irrepetible. Terrible misterio de la creación. Único e irrepetible son calificaciones que sólo se pueden aplicar, en justicia, a contados fenómenos. Único e irrepetible sólo pueden aplicarse a los seres vivos y al arte. Todo lo demás puede reproducirse, clonizarse y matrizarse hasta el infinito, pero un hijo no. Y veinte páginas de un libro tampoco.

No te extrañes, lector, si el loco vuelve a hacer de las suyas. A la vista de nuestras actuaciones, los normales tampoco tenemos justificación. Si te hubieran amputado un diez por ciento de tu mente, no hubieras sufrido más. Si te hubiesen condenado a hacer un trabajo sin sentido y forzoso durante semanas, tampoco te hubiese dolido más. Si la consideración, el respeto y el aprecio que tienes por ti mismo hubieran desaparecido por completo y te vieras desposeído de lo mejor de ti mismo, estarías entonces en situación de comprender lo que puede sentir quien ha volatitilizado veinte páginas. Que fácil ahora el abandono. Que apetecible el olvido. Como cubre y anega el manto de la desesperación. Nos veremos, lector amigo y comprensivo. Si existe un mañana, ese será el momento de continuar. Hoy no. Es inhumano y sobrehumano. Nos veremos. Los autores, como la mayoría de las personas, tienen hermanos. Y los hermanos de los autores, a veces, y este es el caso, son gentiles, amables, colaboradores y optimistas. Cuando los autores les cuentan sus cuitas a los hermanos gentiles, amables, colaboradores y optimistas, éstos suelen tener palabras de apoyo


y consuelo. A veces, y este es el caso, dan con una idea, una frase, que para ellos es normal, pero que para los autores es toda una luminaria. Es el golpe de linterna, el soplo de aire, que, en el fondo del pozo, le dice al minero atrapado por el derrumbe, que sus zozobras han terminado. Ahora tienes la posibilidad de escribir esas veinte páginas mejor que antes, ha dicho Pedro. Y lo ha dicho con la sencillez de quien cree en lo que dice. Por eso estamos aquí de nuevo. Por eso vamos a seguir adelante. Agradéceselo lector. Agradecele a Pedro la novela que tienes entre las manos, porque sin él no se hubiera acabado nunca. Que conste. Esas veinte páginas, contaban, entre otras cosas, que C., y M.L., han dado la callada por respuesta. Tampoco esperábamos mucho más. Es difícil ser objetivo cuando ves que algo te está tocando de cerca. Qué sea ese algo, no se sabe muy bien, pero se siente en las propias carnes y es imposible sacárselo de encima. C., y M.L., son parte integrante de Operación Vídeo. En la mayoría de los casos por omisión pura y simple, y en otros, como éste, porque son ellos quienes eluden el compromiso. Deberíamos aclarar esta secuencia. No se sabe muy bien a cuento de que viene y tampoco hay un punto de conexión para darle continuidad. Claro que lo hay, pero me parece que estás todavía bajo el síndrome de la amputación y no lo ves. Pues debemos estar todos bajo ese famoso síndrome, porque yo tampoco consigo encontrarle pies ni cabeza. ¿Recordáis a don Pascual, el del jardín de Villaba?


¿Cómo el del jardín de Villaba? Recuerdo perfectamente un tipo estrafalario que se coló de rondón en la preproducción, pero no recuerdo para nada una localización en Villaba. Es más, ese tal don Pascual salía sobre un sin­fin gris azulado. No pretenderás que a estas alturas volvamos a rodar la escena. Mira, guapo, lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. Con estos bueyes hay que arar y ese don Pascual se va a quedar donde está y como está. Por cierto, ¿quieres explicar de una puñetera vez que tienen que ver en este asunto el famoso don Pascual, el jardín de Villaba, C., y M.L.? Estamos, compañeros, lectores, críticos y amigos, estamos repito, en un momento clave. Cada gesto, cada decisión, es, en estos momentos, vital. Con una importancia que supera el momento presente y marca definitiva e irreversiblemente el futuro. Debemos, antes de nada, serenar nuestro análisis, tomar conciencia de nuestra responsabilidad y después, sólo después, de haberlo sopesado concienzudamente, tomar la decisión que mejor convenga a nuestros intereses. Y es entonces cuando llega el momento de la firmeza. Defendiendo contra viento y marea, contra deseos, tentaciones y sugerencias, la pureza del destino trazado. La vía única de la decisión tomada. Así pues aprestémonos a la lucha, que no ha de ser toro manso el que nos toque lidiar. Dijo esto con énfasis notorio, el busto erguido, la voz clara y ligeramente enérgica, con lo cual, ciertamente acojonó al auditorio que no esperaba semejante andanada en tono tardofranquista. En la sala de edición sólo parpadearon los monitores. Los operadores se quedaron suspendidos en la oscuridad, las manos inertes sobre los muslos, lejos de los teclados. Nadie se sintió capaz de retomar la


discusión. El prócer, perro curtido en mil y un cursos dalecarnegie, asumió satisfecho el liderazgo moral de la reunión. Poca cosa era ser líder moral de un grupito de chiquilicuatres aficionados que estaban tratando de montar su primera novela, es cierto, bien poca cosa, pero el héroe cotidiano, el héroe necesario en las juntas de comunidades de vecinos, el héroe activo que organiza el rescate de los heridos en el accidente, el héroe anónimo que devuelve los millones perdidos sin esperar recompensa, todos, todos los héroes de la mediocridad, están justificados por una causa mayor que la de su acción concreta. Les salva ser la grasa del sistema, los tres en uno de la maquinaria social. Sin ellos el mundo estaría perdido. Continuamente bloqueado por inútiles y larguísimas discusiones. Encallado en cada decisión. Sometido siempre a revisión por las minorías radicales y obtusas. Esa era su justificación, su orgullo, el premio conquistado por haber sabido hacerse con el control del desangelado grupo. Por otro lado, el propio desarrollo de los acontecimientos había provocado, o por lo menos favorecido, la viabilidad del golpe de mano. Desde el inicio del proyecto había estado esperando su momento. Desde la desafortunada aparición de don Pascual, él sabía que algo acabaría yendo mal. No se puede permitir, si nos referimos a un proyecto serio, claro está, no se puede permitir tamaño libertinaje. Y aquella caterva de ilusos no sólo había permitido, sino que además lo había fomentado. Capítulos como el segundo, no deberían haber tenido cabida. Y para colmo de males, la pérdida de veinte páginas, que había dejado al grupo más desorientado si cabe. Pero todo venía de donde venía. De la falta de un líder. Un hombre con una idea clara en la cabeza y los cojones en su sitio para cortar cualquier


desviacionismo. Y la prueba estaba allí mismo, delante de sus narices. La mayoría de la gente, sobre todo si no han sido pasados por el dalecarnegie, se achanta a la hora de tomar decisiones. Y es entonces cuando los hombres como él son necesarios, más que necesarios, imprescindibles. Si él no hubiera estado allí para tomar las riendas con pulso firme y en el momento oportuno, nadie hubiera sido capaz de enfrentarse a la situación. Bien, dijo el prócer acompañando la expresión con una palmada en su muslo, aclaremos la situación. El sonido seco de la mano contra el muslo y el movimiento enérgico con el que se levantó, galvanizaron la oscura habitación, ya de por sí bastante cargada de efluvios electrónicos. Masas positivas y negativas chocaban en las convecciones del aire acondicionado. Las pantallas de los monitores disparaban continuas andanadas de electricidad estática. Fluorescian los tableros llenos de caracteres que parecían flotar en la oscuridad. Vayamos al nudo gordiano de la cuestión, prosiguió el prócer, ¿Qué carajos tienen que ver Villalba, C., y M.L., y don Pascual, con Operación Vídeo? ¿Alguien puede responder? Señores de la prensa, un poco de silencio, por favor. Si ustedes preguntan todos a la vez, va a ser imposible que nos entendamos. Creo que será mucho más práctico que hable yo sólo y luego, si quieren, hacen ustedes las preguntas que crean necesarias. Que quede muy claro que yo aquí no represento a nadie más que a mí mismo. Por tanto, mis opiniones lo son estrictamente personales y no comprometen en nada a ninguno de los restantes miembros del colectivo. Mi apreciación subjetiva de los hechos, es la que sigue: en pleno proceso de edición y montaje de las secuencias de una primera novela, tomada de la realidad, según dice cándidamente el autor, un tal Mário Alfates, o Alfatres, o algo parecido,


aparecen unos personajes que no habían aparecido hasta entonces, y que presuntamente están relacionados con otro personaje que apareció al comienzo y con la protagonista principal de la novela, una tal Exquisita de Yeso, de escayola, no, no. De Excayola, eso es. De Excayola. Bueno, el caso es que llegó un momento en que ninguno sabíamos por donde teníamos que ir. Ninguno de los que estábamos en el turno de tarde, que se supone que es la mejor plantilla de la casa, ninguno teníamos ni la más remota idea de cual podría ser la continuación. Lo que sí teníamos cada uno de nosotros, eran deseos, por decirlo así, apetencias. Cada uno teníamos nuestro propio fin de novela. Sin decirlo, claro. El incidente con el ordenador central y la pérdida de veinte páginas del texto, sólo fue un accidente que sirvió para desencadenar la tormenta, aunque a decir verdad, la situación se había agravado bastante por dos factores que casi nadie conoce, pero que resultaron decisivos. El primero era la falta de cliente. Normalmente en un trabajo como el nuestro, los profesionales estamos al servicio del cliente. Unas veces el cliente es la agencia, y suele venir el producer, o el director creativo, o el director de arte, a veces hasta los ejecutivos. Otras veces es un cliente directo, y entonces viene él mismo, o son gente de productoras independientes, que no tienen salas propias de edición y montaje, sobre todo si quieren introducir algunos efectos de vídeo, o de imagen generada, que son máquinas caras que no puede tener todo el mundo. En fin, que siempre viene alguien que toma las decisiones, el que ha realizado la historia , o uno que la conoce bien. Pero en este caso no había cliente. Excepto las indicaciones de preproducción y el material del rodaje, no habíamos recibido nada más. Bueno, sí, la orden de trabajo decía que había que testarlo e incluir los testimoniales. Eso era lo que


estábamos haciendo, cuando surgió un testimonial en el que se hacía referencia a un personaje de la preproducción, cosa que no estaba prevista en absoluto. Sin cliente que decidiera, no supimos cómo reaccionar. Se preguntarán ustedes cómo habíamos admitido una orden de trabajo en la que no estuviera especificado el cliente, pero les contestaré que en el apartado cliente decía literalmente “LECTOR”. Es decir, nos remitía al cliente último, al lector del libro. Y eso nos colocaba de nuevo en un callejón sin salida. ¿Cómo iba a poder tomar decisiones sobre el contenido de una novela el lector final de la misma? El segundo vector desencadenante de la crisis fue la aparición de Severo Sarduy. Una aparición que estaba prevista desde mucho tiempo antes, pero para mucho tiempo después. De hecho, en las veinte páginas ignotas se hablaba de L.A., y de Severo Sarduy. Pero se decía que era un cabo que había que dejar suelto hasta el final. Entonces, la súbita aparición de Severo precipitaba el final.

Y para colmo de males surgió el salvapatrias. El buen hombre que todos llevamos dentro, tozudo en su bondad, o armado con su bondad tozuda y se hizo cargo de la situación. Según él, nosotros debíamos tomar la decisión. Éramos los más indicados. Para decirlo con San Carnegui, éramos las personas adecuadas, en el lugar oportuno y en el momento justo. Teníamos todas las cartas en la mano, y era nuestro turno. Repito que hablo por mí mismo y estoy convencido de que los demás no compartirán todas mis opiniones, pero en aquel momento tuvimos miedo. Lo juro. Lo sentí. No un miedo físico, ni siquiera un miedo personal o


profesional. Fue un miedo humano. Situacional. Fue un happening de miedo. Algo que merecería contarse en un videoacting. Un miedo denso y social que nos envolvió a todos. Incluido el prócer que, después de su arrebato, se quedó fofo y como sin forma definida. La habitación, como siempre a oscuras, sólo las luces continuamente cambiantes de los monitores, dieciséis en total, envueltos en el zumbido continuista del aire acondicionado. Las respiraciones jadeantes y entrecortadas de unos se fusionaron sin solución de continuidad con los suspiros prolongados de otros. No sé cómo puede convertirse el plomo en aire, debe ser cosa alquímica, pero lo cierto es que se convierte. Un aire inmóvil, denso y no demasiado transparente. Un aire que se tragaba la respiración. Eso fue lo que sentimos. Allí, sentados en nuestros sillones giratorios, con ruedas de fácil movilidad, envueltos en los titilantes centelleos de las consolas y los paneles de mandos, nos sentíamos en el más angosto y desnaturalizado de los mundos. El mundo de las ideas y las máquinas. Un mundo árido y frío, desolado y desolador. Nada vivo. Ni siquiera un vestigio de naturaleza. Sólo ideas y máquinas y aquel aire que pesaba sobre los hombros como una novela sin acabar. Por eso gritamos todos al unísono. Por eso estallamos en un alarido capaz de matar a un hombre. Por eso lo abandonamos todo y salimos corriendo.

Con ligeros matices, yo podría estar de acuerdo con esa versión. Lo que dices es cierto. Para ser exacto, los hechos que has contado sucedieron tal y como los has contado. Sin embargo, creo que la interpretación que haces no es la correcta. Pero dejemos eso ahora que no es lo importante. Lo importante sucedió a continuación. Cuando todos salimos corriendo.


Nunca me había sentido así. Y creo que nunca en toda mi vida volveré a sentir tanto miedo y tanto dolor juntos. Salí de allí despavoriendo. Me supe tan solo, tan jodidamente solo que busqué inmediatamente refugio en los demás. No quiero aburrirte con los detalles, pero me fui a Valladolid a casa de unos amigos a pasar la noche. Y al día siguiente, seguí huyendo. A medida que iba subiendo hacia el Norte, Nacional VI arriba, fui olvidándome un poco de todo. Atravesé los montes y los valles. Las panzas de los cerros tiñéndose de malva, rosáceo, lila y morado. El sol colándose entre nubes altas, grandes y blancas. El aire, más que transparente, cristalino. Saturado con cientillones de partículas acuosas. Justo lo que yo necesitaba. Un ambiente húmedo y cálido, como una matriz que me acogiera y me envolviera, apartándome del mundo, dejándome en suspenso. Ya veo que te ríes. ¿No te lo crees? Si. Si te lo crees. Tú has sentido poco más o menos lo mismo. Lo que no te gusta es el estilo pomposo y liricursi. Bueno, qué le vamos a hacer. Cada uno es cada uno, y seis media docena, mira éste. Pero en fin, abrevio porque veo que tienes ganas de escuchar también las versiones de los demás. Llegué a Coruña y fui feliz. Hay un bar en Coruña, al final de Concha Espina, justo encima del pequeño astillero donde pintan los barcos de poco cabotaje. Soleado y animado. Ya, ya sé, no tengo que enrollarme mucho. A lo que íbamos, fui a casa de Queca, Tim y el bonsai. Salimos a cenar y nos acostamos pronto. Yo todavía era feliz. Estaba en la matriz. Al día siguiente Queca tenía un exámen. Tim y yo subimos al monte que ahora es un museo de la ciencia y que yo recordaba había sido un camping. Luego dimos un paseo por la ciudad y compramos libros. Tomamos un vermut y nos fuimos a


esperar a Queca al bar del muelle. Una mañana redonda. Decidimos ir a comer a Santiago y Queca condujo por la carretera antigua. Cantábamos, hacíamos bromas. Era una bonita camaradería. Seguíamos siendo felices. Hasta que llegamos a Santiago. ¡Meigas, bruxas y demos! No sé que fue lo que me corrió por el cuerpo. Imagínate la sacudida de un orgasmo negativo. Algo que te paraliza y te vacía al mismo tiempo. Ya no pude ni comer. Y a partir de ahí, la fiebre subiendo sin parar, sudores, tiritonas, sed, diarrea continua, espasmos, vómitos. Queca y Tim, y creo que hasta el bonsai, se desvivieron por atenderme. Hasta un par de amigas de Queca, que comparten el piso con ella, se sintieron preocupadas por mí. Ya sé que ésto no viene a cuento, pero a veces un detalle sin trascendencia nos hace ver la escena en toda su profundidad. Fue entonces, en medio de la fiebre, del mareo y el frío cuando lo comprendí todo. Tenía que volver a Madrid. Tenía que acabar lo que había empezado. La huida había terminado. Al día siguiente, enfebrecido aún, subí al coche y no paré hasta llegar aquí. Fue un viaje duro, agotador. A medida que avanzaba por la meseta, me iba adentrando más y más en el invierno. Cerca ya de Madrid, atravesé puertos con nieve y la tormenta no iba a parar en toda la noche. Era el auténtico regreso. Volvía al frío de donde había salido. Permanecí aún tres días en cama, con la boca llena de calenturas y los labios desgarrados por la fiebre, pero yo sabía que lo peor había pasado ya. Esto no eran más que simples secuelas. Yo había intentado huir y algo muy poderoso me lo había impedido. El aviso era inequívoco. Tenía que seguir aquí y acabar lo que me había comprometido a hacer. Así de claro es y no hay más que contar.


¡Hay que ver lo mal que se lo montan algunos! Ellos solitos se lo componen a su manera, y de lo más tirao, de una cagalera, van y sacan un folletón. ¡Si no os comierais tanto el coco! Lo que pasó o dejó de pasar está más claro que el agua. Ninguno quiso tragarse el marrón y todos salimos de naja. ¿Y qué queríais, que nos hubiésemos quedado allí, apechugando con aquel mal rollo? Yo por lo menos salí pitando. Me largué a casa y pensé: pa eso están los que ganan papeles. ¡que lo arreglen ellos! Por mi como si se la picotea un pollo. Yo soy el que arregla el confesonario. Entonces me puse a darle vueltas a la pelota y cavilando, cavilando, dije, tate que con esta movida hay por lo menos una semanita sin currele. A ninguno se le va a ocurrir volver a menear la mierda. Yo me piro al mar. A Alicante, que hace buen tiempo de fijo. Metí un par de gayumbos en el buga, enfilé por Valdemoro y me planté en alicante ya mismo. Un tiempo de puta madre parriba. Yo siempre me lo hago de campin porque se goza más. Y con buen tiempo, ni me veas. No paro. Estoy to el día ciscando de un lao pa otro. Y mira que hice cosas esos días. Si yo te contara. Comía dabuti, en un chiringo de la playa, pescaito recién pescao. Y unas coquinas que sabían a gloria. Por las noches jugaba al billar con las nórdicas que estaban en el campin. Había una jai alemana que quería que le enseñara a coger el taco. Yo con el rollo la embracilaba y tal, pero no había punto. Porque como ella no largaba más que en doiche, y yo no entiendo ni papa de los ladridos esos, pues no me jalé un pimiento. Otra noche me fui al puticlú dal lao y una puta senrolló conmigo. No sabía cómo explicarle a su hijo lo que era una puta. Una prostituta decía la muy finolis. Y al pibe, en el colegio, los tronquetes le daban la tabarra. Con lo jodios que son los chaveas, seguro que le decían: eres un hijoputa, eres un hijoputa. Bueno,


pues pa que veas, cuando llevaba cuatro días allí me entró un muermazo insoportable. Ya no me molaban ni las dunas ni el paseo marítimo, ni las coquinas ni na. La mañana siguiente me levanté follao, como si me hubieran puesto un cuete en el culo, desarmé la tienda, la eché en el coche y me aburrí como un pulpo en to el camino de vuelta. Pa acabar de joder más la marrana, llegué a Madriz na más empezar la Semana Santa y todos los colegas se habían dao el piro o estaban chapaos en casa, así que muermo que venía yo y muermo que estaba el caldo, que muermazo más total. Pillé una caja de latas de cerveza, me enrosqué en mi queli y me puse ciego de priva. ¡La Hostia que ciego me puse! Como un piojo. Pero ves, tío, como yo no me como el coco, pues llegó el lunes y dije, ya estoy hasta el moño de tanto muermo. Me voy pal curro. Total, peor que esto no va a ser. Como dijo el otro, puesto el culo a las goteras, que llueva lo que quiera.

Creo que no se trata de comerse el coco más o menos, se trata de saber qué nos ha traído de vuelta. Qué fuerza superior nos ha empujado de nuevo hasta esta habitación. Así que, oídme todos, no importa que creais en ello o no, no importa que cada uno de nosotros achaque su vuelta a cualesquiera oscura razón. Lo único que debe importarnos ahora es seguir adelante. Descubrir el camino futuro. Aunque para eso tengamos que seguir revolviendo en el pasado. Sé que hemos vagado sin rumbo, huido con imprecisión o creído que podíamos olvidarlo todo y descansar. Sé que los días que siguieron al alarido colectivo, estuvimos todos bajo la influencia de algo extraño. Algo desconocido que puede adoptar las formas


más dispares. Una enfermedad, un hastío sin fin, o la amargura de la felicidad, como es mi caso. He huido, como todos, aterrado. He cogido un avión y he llegado a Estambul. He creído que estaba lo suficientemente lejos como para sentirme tranquilo. He compartido el viaje con un pequeño amor, y he creído poder olvidarme de todo. He subido a las colinas de Istambul y he visto el Cuerno de Oro, abajo, brillando entre dos nubes. He bajado hasta la orilla y he visto las colinas, arriba, brillando entre dos nubes sus perfiles minaríticos. He atravesado las calles de la miseria y los mercados repletos de verdura. Me he impregnado del olor a especias y carne de cordero crepitando en las brasas. He compartido mi mesa con dos policías y he llenado el estómago con un plato de judías. Sentado frente a un té, rodeado de bigotes, que se mueven al ritmo de palabras que no entiendo, he oído su música. Los sonidos de la radio, a mis espaldas, también incógnitos, me envuelven y ya nada es igual que antes. Ya no hay más he. No más yo. No más de dentro a fuera. Son sus voces, olores, sabores y colores. Suyo es el póker interminable y las risas. Y no extraño nada. El pedigüeño que echaron del comedor, entre risas compartidas, ha conseguido un cucurucho de algo comestible y atraviesa el tráfico sin mirar a ningún lado. Desde sus ojos, los ojos de los que me rodean, no soy nada. Sólo un extraño que escribe en un rincón. Una partida se deshace y otra comienza en la mesa de al lado. Alguno de los jugadores repite. La melopea de la radio peremniza sonidos de cuerda y flautas. Tres cabecitas peladas pegan la nariz al cristal y hacen sombra con la mano para ver al interior. Ya ni siquiera soy testigo. Los gestos son tan cotidianos que no necesitan fedatario. La vida no existe. Es sólo una sucesión inocua de gestos sin trascendencia. Y tampoco


tiene sentido imaginarla. ¿Por qué imaginar lo que ya existe? ¿A cuento de qué imaginar que las caras son lo que son? No hay nada más que hombres jugando una partida de cartas después de comer. Si las sonrisas de triunfo están lastradas de dientes de oro, es sólo porque la cultura, la tradición, la costumbres, así lo exigen. Un hombre con barba cana de varios días, saca una caja de latón brillante del bolsillo. La abre y la mantiene entre los dedos de la mano izquierda. Con los otros dedos sostiene el papel de fumar extendido. La mano derecha esparce el tabaco sobre el papel. Lenta y exactamente. Los movimientos son ágiles y precisos. En pocos segundos, el papel ha sido enrollado, la caja cerrada y guardada y el cigarrillo prende en la comisura de los labios. Con igual precisión y exactitud las manos manejan las cartas. La puerta se abre sin que nadie levante la cabeza. Un joven entra y habla con uno de los jugadores, que se queda en suspenso unos segundos. Parece a punto de abandonar, pero enseguida hace un movimiento con la cabeza, como queriendo alejar ese pensamiento. Sale el joven y la partida continua. Tras la pequeña, más que pequeña ínfima, barra del bar, las teteras humean bajo una campana de latón historiado. El camarero vigila los vasos de té sobre las mesas, procurando que nunca estén vacíos. Fuera, tras las grandes cristaleras, el viento empuja a los árboles que la tardía primavera ha llenado de hojas verdes. Un grupo de mujeres, cubiertas con velos, pañuelos y kaftanes, cruza la calle. En un rincón del cafetucho las voces se despiertan. Suben de tono. Cuentan y recuentan las cartas. La discusión se generaliza para acabar en un estruendo de risas y protestas. Fuera, pocos metros a la izquierda, el puente de Fatih une sus pilares con los restos de la vieja muralla. El


tráfico en esta zona de la ciudad es denso y sin interrupciones. En la mesa de enfrente, un jugador, que también estaba en el comedor, maneja con una mano las cartas mientras con la otra pasa y repasa las cuentas de su rosario islámico. Mirando a través de la puerta, bajo las grandes traviesas de hormigón del puente, un minarete y una columna juegan a las paralelas. Pero arriba, sobre las balaustradas, una farola de dos brazos se alza victoriosa en la fuga vertical. La radio, un mueble grande y antiguo, emite lecciones de inglés a las que nadie atiende. El pedigüeño conocido vuelve a cruzar indiferente al tráfico. La radio emite ahora, sin solución de continuidad, una lección de francés, ¿Vu comprís? Tan inatendida como antes. El camarero trae más té. Las hojas del cuaderno van cubriéndose de garabatos. Vuelvo en mi. Pago y me voy, porque comprendo que la felicidad es un ser nadie en un cafetucho perdido de Istambul. De vuelta al hotel, encuentro con mi pequeño amor y los otros compañeros de viaje. Compartimos el güisqui y las risas forzadas, pero todos sentimos que hay algo que no funciona. Y yo tampoco soy capaz de explicar el desinterés por sus compras, sus cazadoras de falso cuero, los falsos calcetines y niquis de Lacoste, los falsos perfumes Chanel n.º 5, los baratos anillos bañados en símil plata. Luego, ya en la habitación, después de hacer el amor desangeladamente, me descubro a mí mismo respondiendo que no, que no duermo, que sólo estoy muerto. A la mañana siguiente salgo sigiloso de la habitación, consciente de lo que dejo atrás. Extrañamente vacío y extrañamente liberado. Ahora es otra música la que suena en otro café. Es la otra orilla del Cuerno de Oro


la que guarda metalúrgias y talleres navales. Fundiciones y prensas, grúas y polipastos, astilleros, carpinterías, fábricas de muebles. Barrios míseros bañados en basura y desperdicios. Calles pinas, descampados inhóspitos y míseros. Mezquitas pobres y recoletas. Silenciosas mezquitas donde los turistas no son bien vistos y el personal afecto avisa enérgico: No fotos. No mujeres sin velo. No ruidos. Mejor, no turistas. El grupo de alemanes, al fin comprende y nos deja solos. Sin el ruido de cremalleras de sus bolsas de viaje. Sin sus cámaras fotográficas de repetición. Sin cuchicheos ni risitas sofocadas. Y no importa que las alfombras hayan sido sustituidas por verde moqueta de oficina, porque los vitrales y las celosías tienen el color y la forma exactas. Y la mezquita mira a La Meca, hacia la gran piedra negra, en torno a la cual rezan los peregrinos. Interiores de arabesco y lacería. Y la sutra del Corán ciñe las paredes bajo la cúpula. Hasta siete veces siete sellarás tus oídos y tus labios a las palabras profanas. Bajo los nombres sagrados de los sucesores del Profeta. Ahora llueve porque Alá lo quiere y si has caminado tanto que tienes la frente cruzada de sudor, el agua de Alá sabe a fresca bendición que tú, peregrino de todas las colinas de Bizancio, agradeces en el fondo de tu corazón. Quisieras ahora no llevar en el bolsillo esas cuentas bastas y enfiladas que has robado en la mezquita. Te queman en la mano mientras la lluvia mansa empapa tus cabellos. Otra colina. Otro cementerio. Otro descampado lleno de gatos, basura y balidos tristes de cordero atado. Un caballo suelto busca su establo asustado por el griterío de los niños que, en realidad, corren tras la cometa. En otros barrios, otros niños arrastran otra cometa. Desde lo alto de esta colina, el cielo aparece surcado de cometas. Cuatro, Cinco,


diez vuelos ligeros, temblorosos, sujetos al ovillo de lana trenzado sobre un palo. El tontito de baba y apoplejía corre al frente del grupo. Los otros le siguen y se ríen de su risa boba. Tiembla la cometa, tiembla el cielo y tiembla la mano del fotógrafo, mientras posan los rapazuelos felices entre la mierda estancada en la acera de este Gólgota ignorado y cotidiano. Llueve otra vez y el agua empuja al transeúnte hasta el mostrador donde sirven cerveza sin enfriar. Al fondo, el cocinero pica cebolla y el rítmico golpeteo del cuchillo sobre la tabla parece seguir el ritmo de la música. Por la puerta entornada se cuela un frío húmedo que viene del mar. Tras el frío entra el mocito de la bandeja del té. Y cuando sale, la bandeja vacía sirve de improvisada cornisa bajo la que resguardarse de la lluvia. Un cliente piadoso sale y cierra la puerta. La música entonces cobra vida dentro del bar. Inunda las mesas y el aire. Rebota en las paredes y golpea contra las cristaleras que dan a la calle. El hombre que canta, emite un sonido sostenido, lastimero y penetrante. En su garganta, moldea los finales de cada frase con una lacería inimitable. Llueve suavemente pero sin piedad sobre los viandantes. Sobre las gallinas que picotean en el descampado. Sobre los escombros de una casa caída. Sobre la basura acumulada durante semanas en el centro de la calle. Sobre las palomas egoístas que se disputan el alero. Sobre los sucios gatos. Sobre todas las colinas de Istambul llueve y la ciudad vuelve al mar. Vuelve al agua a la que siempre perteneció. No hay salvación posible. Las paredes de mortero, los adoquines de las cuestas, las aceras, el fango del fondo de los charcos, bajo los coches aparcados en equilibrio inestable, en los cascotes en los que es fácil tropezar, en los escalones que bajan a los comercios situados bajo el nivel del suelo, en las piedras que


los niños se arrojan inclementes. Allí donde no es lógico encontrarlas, están las conchas marinas. Todo Constantinopla es cascajo marino. Amalgama de fango y restos calcáreos. Valvas de todos los tamaños, enteras, partidas, trituradas o reducidas a polvo, dan consistencia al cemento, arman el hormigón y se incrustan en la brea. Son el esqueleto real que sostiene la ciudad. Desde lo alto de las colinas hasta la orilla del mar, los edificios, las aceras, las tapias y todo lo que es construcción, no es sino fango marítimo y valvas. Por eso el mar reclama sus pertenencias. Quiere que la ciudad vuelva a su origen. Al fondo marino de donde salió. Y si es cierto que el poeta tuvo alguna vez Asia a un lado y al otro Europa, nunca pudo ser cierto que, allá a su frente, estuviera Estambul. Tampoco tiene mayor importancia que en Estambul haya encontrado la paz. Ni que haya perdido a mi pequeño amor. En el viaje de vuelta sólo me ha acompañado una piadosa figurilla de bronce con un lector del Corán. Bien podría haberos contado mi historia hablando en tercera persona. Como si le hubiese pasado a otro y no a mí. Contaros que recorrieron las calles de Barcelona, para matar el tiempo entre trasbordos. Cogidos dulcemente de la mano. Como dos niños perdidos. Como dos extraños en territorio extranjero. Que llegaron al Zurich, en la cabecera de Las Ramblas y se sentaron a compartir mesa con un extraño. Que abrieron sus libros y se encerraron en la lectura como esas parejas que llevan ya tanto tiempo juntos que no saben qué decirse, porque ya se lo han dicho todo: hola y adiós. Así fue y no de otra manera. En silencio llegaron a Madrid un sábado por la mañana. En silencio se besaron y se despidieron. Tal vez dijeron algo. Tal vez te llamo dijo ella. Y tal vez él asintió con un murmullo inteligible. No importa, ya digo, de lo que no se


puede hablar es mejor no hablar, ha dicho el sabio. Y, por lo que yo sé, a los que se quedaron aquí tampoco les ha ido mejor. Olvidémoslo. Olvidemos el grito y el desgarro. Olvidemos todo lo que ha sucedido desde entonces y volvamos al punto muerto donde está la solución. ¿Qué tienen que ver Villalba, don Pascual, C. y M.L., con Operación Vídeo?

M., y T., Ns/Nc. Otros que tal baila. M., dice que tiene notas tomadas al margen, pero lo que son las cosas, un día por una cosa y otro por otra, al final es verdad que el roce hace el cariño y la distancia es como el tiempo. Nos cuesta hacernos a la idea, pero el mundo se acaba apenas traspasamos nuestras propias narices. Y más allá de esa barrera no hay nada que nos interese. Somos el producto de nuestros fracasos y hay quien sólo tiene uno. Un enorme fracaso primigenio. Anterior a ellos mismos. Un destino fracasado de antemano. Porciones de vida hechas con la materia de un agujero negro. Se puede ir al cine, montar en bicicleta, acudir cada día puntual al trabajo, tener migrañas, tener hijas y hacer el ganso en las fiestas de fin de año. Se puede ser todo eso y ser materia de agujero negro, así que tampoco es para tanto. Un poco más, y todos seremos materia de agujero negro. No hay por qué darle más vueltas al asunto.

Las que se van por las que se vienen. L., fue mucho más listo que todos los demás. A estas alturas no puedo asegurar que L., haya leído Operación Vídeo y sin embargo, si el invento llega a tus manos, lector, será en un gran porcentaje debido a la inteligencia de L. L., es casi joven, casi viejo. Profesional reconocido. L., tiene un humor zorro, brillante y


cáustico. L., tiene muchas cosas envidiables: inteligencia, buen gusto, economía saneada … L., es muy puta. Por eso, seguramente, L., ni siquiera terminó de leer el mamotreto. Hizo lo que hacen las personas inteligentes: le paso el muerto a otro. Claro que la crítica de L., era comprometida. A fin de cuentas, la convivencia cotidiana es un compromiso. Por eso, lo que hizo fue mucho más productivo que un comentario, por muy atinado y profundo que hubiera sido. L., paso el mecanoscrito original a L. A., Y L. A., marca el principio del fin de esta historia. A L. A., no hubo que explicarle nada. Ni sobre el título, ni sobre el autor, ni siquiera sobre Exquisita. No hubo que decirle tampoco que C., M.L., don Pascual y Exquisita convivían en un jardín de Villalba. Que allí nació el libro. Que por eso todos ellos eran planteamiento, nudo y desenlace. Por presencia, por ausencia o por alusiones, que eso lo mismo da que da lo mismo. Lo que importa es la esencia y qué será el ser. L. A., estuvo cordial y encantador. Y si otras veces hemos recurrido a la atracción misteriosa, para explicar las concatenaciones de hechos que no somos capaces de explicar por otros medios, aquí debemos de nuevo recurrir a ella. La poderosa fuerza que genera el acto creativo. ¿Os habéis fijado que, alrededor de unos cimientos en construcción, siempre hay personas paradas, mirando? ¿Os habéis fijado en el espectáculo de una mujer embarazada, o en el de un escultor tallando? Donde hay creación hay expectación. Aquello que está brotando surge con una fuerza ignota e irresistible que conquista voluntades. No hay otra forma de explicar cómo Operación Vídeo llegó a las manos de L. A., y cómo L. A., llegó a las páginas de Operación Vídeo. Ninguno de nosotros, absolutamente ninguno


de los participantes en este proyecto, teníamos ni la más remota idea de que él existiera. Por supuesto conocíamos su apellido famoso, pero eso es obligación de bachiller y no aporta nada. Como tampoco aporta decir que alguno había leído la superfamosa obra del antecesor. Ya lo hacen hasta en Corea. Y los que no la leen, se la tragan en plan culebrón televisivo. Nada, Ni el más leve roce nos había puesto nunca en contacto. Pero ya es tópico que, una vez en el camino, el camino se llena de encuentros. Y lo que hay que resaltar aquí es la absoluta gratuidad de esos encuentros. Claro que tu puedes pensar lo que quieras. Para eso la novela es tuya.

Ya sabemos que hay una cierta oposición a los paréntesis, pero mire usted por donde a mi me apetece abrir uno. Ahora mismo. Aquí. (Creo que esto no da más de sí. Descargad vuestras culpas; el final se aproxima. Cada línea, cada frase, me está costando horas. Semanas enteras esperando. Esperando sin saber muy bien qué es lo que hay que esperar. Lo que queda de aquí al final, está claro. Para la parte interna, para la trama, tan sólo hay que montar la segunda parte de L. A., que enlaza con Severo Sarduy, y él se constituye en el punto y seguido que marca el final de la trama. Para la parte externa, es decir las instrucciones de uso y montaje, tan sólo hay que hacer una exposición global de las diferentes alternativas, y dejar el campo libre al lector. No parece difícil. Pero pasan las horas y los días. Pasan las noches en vela, las malas comidas, las siestas a destiempo, el teléfono descolgado, el fregadero lleno de restos, los dientes sin lavar, las duchas esporádicas, todo eso y todas las demás cosas cotidianas, pasan y nada de lo que espero sucede. Intuyo, además, que en una segunda novela será peor, y peor todavía la tercera y la cuarta; y


todas las que vengan, si es que vienen, traerán peores consecuencias. No me arriendo las ganancias. Y dudo. Claro que dudo. La mayor y la menor. Disfruto. Claro que disfruto escribiendo. Esto es lo mío. Lo he sabido desde siempre. Desde que, al nacer, nada más verme, mi madre le dijo a mi padre: Mira. Mi padre me miró con atención y no debió ver nada raro, por lo que preguntó cándidamente, ¿Por qué lo dices, mujer? A lo que ella contestó, sabiendo muy bien lo que decía: ¿No oyes como llora? ¿No ves el hambre que tiene? Eso es que será escritor. Claro que escribir es una gozada. Todavía no es así, pero estoy seguro que llegará el día en que preferiré escribir un buen párrafo a echar un buen polvo. Y con todo ésto, lo creas o no, lector intruso, trato de darme ánimos. Escribir es un compromiso. ¡Y lo digo yo, que apenas lo he probado! Pero preguntar a Sir Cela por su cuarto oscuro. Escribir es un brete del que nunca se sabe cómo se va a salir, ni siquiera si se va a poder salir. Digo escribir como podría decir pintar, o hacer fotos, o cine, o vídeo, o música o cualquier otra cosa en la que un proceso de creación se ponga en marcha. Porque una vez que se ha puesto en marcha impone sus propias normas, dicta sus leyes y caprichos con igual autoridad y se convierte en la misma clase de monstruo que la mujer que amamos. Es más plasta que la familia, más grosera que el jefe y más tacaña que la empresa. Más tirana que una abuela paralítica, más frígida que una chacha del Opus y más tenaz que la propia sombra. A cuaquier sitio donde vayas, irá contigo. La llevas dentro de ti. Es indejable. Y lo más grave es que no sabes bien qué es ni en qué consiste. ¿Es un capricho? ¿Es un vicio de Salicio? ¿Es un prurito egocentrista, una huída de la vida, una necesidad profunda de que los demás nos reconozcan y aprecien, una carencia afectiva, una vocación


profunda, un destino ineludible, un sueño imposible, una aventura loca, una vía de realización, un camino de Itaca, una profesión, o es la vida misma que entra por los poros y sale por la punta de los dedos? ¿Y cual es el propósito, el destino final de todo ésto? ¿Durará mucho o será pasajero? ¿Gustará, o se quedará en agua de borrajas? Me temo que al Editor no le van a gustar nada estas preguntas. Va a pensar que son un pésimo síntoma de inmadurez. Que no tema el ínclito. Mario Alfares lleva casi veinte años ganándose la vida con esto de escribir. Y le pagan bien. Por eso precisamente tienen sentido las preguntas. Porque no son suyas. Son las preguntas eternas que todo acto de creación concita. Son la señal inequívoca de que estamos en el buen camino. Ahora sólo faltan las respuestas.

El­sábado­que­nunca­se­acaba se ha hecho extensivo a toda la semana. Digo con Krae que no distingo el lunes del domingo. En esta sala oscura sólo parpadean las luces de los monitores. Incansables pasan una y otra vez las secuencias. Autoreverse/reverse. Rewind y Forward. Pero choose yourself. Ya te hemos adelantado dos versiones en firme. Rememberemos: La primera propuesta sostiene que Operación Vídeo se gestó en el Café Gijón. El autor declara que fue allí a escuchar conversaciones de las mesas vecinas, aunque con preferencia por una en la que tenían su tertulia diferentes personajes que van desfilando a lo largo de la obra. El autor se habría limitado a recoger las conversaciones, montándolas a su gusto y manera, entremezclándolas con las lecturas que se veía obligado a


fingir mientras escuchaba. Sólo tiene un error subsanable esta lectura. En la preproducción no se incluye para nada un Café Gijón. Ve a la Preproducción e inclúyelo, lector. Acabas de terminar tu novela.

La segunda propuesta conocida, mantiene la tesis del soliloquio. Arriesgada pero plausible. Exige una segunda lectura del libro. Exige, lector, que te mentalices. Ponte en situación. El autor regresa del entierro de su madre. Vuelve a la vieja casa familiar, que hace años que no pisa. Los recuerdos le asaltan y tu te saltas el segundo capítulo. El tercero es un viejo cuaderno encontrado, como no, en el fondo de un baúl en la buhardilla. El capítulo cuarto es una regresión a su mundo habitual en la ciudad. Y el quinto la foto de la prima Angélica. Ya puedes empezar a releer. La novela está servida, señor. Y cuando acabe, no olvide el señor regresar aquí y comenzar a leer el párrafo siguiente que contiene, como no podía ser menos, una nueva propuesta de novela, desconocida ésta para el lector, que se verá arrastrado a su lectura en forma violenta e ineludible, en cuanto acabe de leer este párrafo que le ha dejado con la lengua fuera.

Dedicada a A.H., y seguidores, que no andan faltos de verdad, sino de fe. Corta todo lo que no sea autobiografía y referencia de realidad inmediata. Preproducción y postproducción son aposturas y apostillas. Vergüenza me da decirlo, pero es así. Tú puedes tomártelo como te dé la gana, pero no hay más que eso. Recuerdos y periódicos. Y ganas de pasarlo bien. Si alguna vez se te ha pasado por la cabeza escribir una novela, toma tu referencia con lo que has leído y concluye que tú puedes hacerlo mejor.


No hay duda. A la vista de lo que hay, cualquiera con dos dedos de frente puede ser escritor. No lo dudes, chaval, te prometí un camino iniciático, y aquí lo tienes. Agarra algo que escriba y algo donde escribir. Ponte a ello. Para ti acaba Operación Vídeo y empieza El­sábado­que­nunca­se­acaba. Que así sea.

No creo que a estas alturas, con tres propuestas de novela en firme y lo que queda, que no es poco, el Editor tenga dudas. Esta novela da mucho de si. Sí, claro, porque es de un calvo. Pues si es calvo, lo tiene claro. Mucho. Sí, esta novela da mucho de si. Tanto que hay quien mantiene, vaya usted a saber por qué, que Operación Vídeo es una novela hermética. Claro, las veladas alusiones al nominal de la flor que sale del capullo de rosa, y las ausencias de Bembos y Abulafias, son datos que lo demuestran. Si se buscan con decisión y claridad de ideas, con una lógica de fraile medieval, con la fría determinación de un investigador de tesis doctoral, si se buscan así, entonces está claro que aparecen. Faltaría plus. ¡Cómo iban a poder resistirse esas débiles claves a la metódica escrutación de un sicolingüista cenital! Todo clarito y sobre la mesa. Con sus implicaciones y ramificaciones. Las influencias, plagios y tergiversaciones. Todo a la luz de lo oculto. Todo bajo el manto de Trismegistófeles. Vayamos por partes. El Método es el Método. Capítulo Primero. Sentido homenaje a la leyenda de San Proust de la Magdalena. Pero en corto y sintético. Abreviado para despistar. Capítulo Segundo. Nombre Clave: Jaimón de Irlanda. Filenames: James Rolls­Joyce, la biblia de la prensa en sus distintas secciones, vistas por un publictario, lejos de Dublín y olvidado de los Dublinesers. Operación de transvase de lenguajes, cómic y vídeo. Capítulo


Tercero. Bajo la doble advocación de Machado y W. Withman. Homenaje encubierto a todos los poetas emboscados en los concursos de provincias. Capítulo Cuarto. Con mucho el más difícil y desdibujado. Homenaje a Cervantes que también se metió en camisa de once varas. Las once varas son símbolo inequívoco de los pinceles a los que se refiere el capítulo. Nuevos experimentos de lenguaje vídeo. Y el quinto y último, es una apología de la gran serpiente cósmica. La grande y dulce anguila de mazapán que se presenta con nombres de mujer. Por supuesto, al final se descubre que todo es un falso montaje urdido por el Consejo Supremo de la Literatura, que es la fachada tras la que se esconde el Conde de Saint Eco. Y si la lógica es lo tuyo, lector, en pura lógica, apaga y vete, que tu novela se ha terminado.

Veo que, en contra de mi consejo sigues ahí, empecinado en encontrarle un final a ésto. Pues bien, tú te lo has ganado. Antes del verdadero final, antes de volver a la segunda parte de L. A., voy a darte el final sin fin. La historia interminable. Quizás te parezca fantástica, pero no lo será tanto si piensas que la televisión me aburre muchísimo más desde que empezó esta historia. Y eso no es nada fantástico, sino todo lo contrario. Es de un ramplón que asusta, pero es verdad. Es un hecho palmario que abona la tesis de unos cuantos extremistas. Pon atención porque después de ésta ya no hay más. Esta es la última y definitiva propuesta. Sostienen los que menos tienen, que escribir es una batalla. Para ellos, Operación Vídeo es una novela río, una novela culebrón, una sola, enorme novela que abarca toda la vida. Victoria o muerte es el lema


de esos fanáticos de san ramón maría del valle inclán, que se reúnen en una taberna del Callejón del Gato, la de los espejos, no; otra. Y comulgan con cañas y patatas bravas. Así, lo que has leído y estás leyendo, es sólo una primera entrega. La ínfima parte de la verdadera novela. Por eso, león insaciable, no cierres tus fauces. No trates de sacarle el regusto al bocado. Ya ves que es comestible y no hace daño. Relamete con tu enorme lenguaza. Paseala por las fauces peludas. Y espera un nuevo bocado. Y el próximo, y el de más allá. Espera. Yo te los daré. Uno por uno, para que no te atragantes. Y te los daré variados, y con distintos guisos. Te lo prometo. Pero Espera. Espera. Por hoy no puedo decirte nada más. ¿No te parecen suficientes cinco finales?

Ya he dicho que L. A., estuvo encantador. Fue una comida de lo más agradable. Desde el principio, acaparó la conversación y nos introdujo en sus cuitas familiares, con tal gracia y ligereza, que ni nos dimos cuenta de estar en el centro del drama. La voz ronca, las manos en continuo movimiento, el flequillo chulesco, la cara afilada y granujienta, como de eterno adolescente. L. F., había visto un día a Miguel Hernández. Era camarero camarero en el bar que hay debajo de la agencia. Yo aquel día vi a Federico García­Lorca. Por supuesto que exagero. Pero imagino el clímax que era capaz de esparcir a su alrededor Federico, y digo que era el mismo que L. A., expandió por aquella mesa, la tarde de verano que nos reunimos por primera vez. Hablamos poco de la obra y mucho de su familia, pero dijo que le había gustado. Le parecía un delirio. Y no sé si por asociación de ideas o porque lo traía ya pensado, me dijo que debía enviársela a Severo Sarduy. Y me dió una dirección en París. L. A.,


escritor de familia de escritor. Poeta, articulista, conocido y conocedor de la inteligentza. Hombre con varios enanos, San Isidro de los renglones, L.A., no sólo me dio la dirección de Severo Sarduy sino también me proporcionó la dirección de una editorial de Málaga y me animó encarecidamente a remitir los folios y citar su nombre como referencia. Así mismo, como está, es publicable. Además ahora las editoriales andan como locas buscando nombres nuevos. No pude reprimirme. Cuando nos despedimos le di dos besos. Seguro que a L. F., le extrañó, pero también estoy seguro que a L. A., le pareció una forma muy adecuada de darle las gracias.

El asunto entraba en una cuenta atrás irreversible. Como quien no ha hecho otra cosa en su vida, me puse a escribir cartas. Y sin embargo, tanta duda, tanta vacilación, me estaban diciendo que no iba por el buen camino. Algo dentro de mí sabía que aquellas cartas no llegarían a publicarse.

Estimado señor Sarduy; El ordenador en el que le estoy escribiendo todavía me domina. Pero será por poco tiempo. Dicho esto como excusa de introducción, vea usted el motivo de la presente, que diría un clásico popular. Un amigo común, Leopoldo Alas, me ha facilitado su dirección y me ha recomendado, encarecidamente, que le haga llegar una copia de mi novela “Operación Vídeo”.


Como autor primerizo que soy, comprenderá usted la importancia que tiene el asunto: es decir, poca. A pesar de eso, mi ilusión es mucha. Y tampoco quiero ocultarle que, dependiendo de la publicación o no de la novela, voy a plantear de nuevo mi futuro profesional. También por consejo de Polo, he hecho llegar una copia a Fulanito de Tal de la Editorial Tal. Si usted puede dedicarle un mínimo de atención a las ochenta páginas que le envío, y hacerme llegar su opinión sobre la posibilidad de publicación, cuente de antemano con mi sincero agradecimiento. Le envío saludos de Polo y quedo a la espera de sus noticias.

Estimado señor Sarduy: Me dirijo a usted por consejo de un amigo común: Leopoldo Alas. El motivo, como ya ha podido comprobar, es enviarle este primer mecanoscrito de mi novela “Operación Vídeo”. Y el fin del envío, también obvio para usted, recabar su opinión respecto a la misma y las posibilidades de publicación. Siguiendo de nuevo el consejo de Leopoldo, he hecho llegar una copia a Fulanito de tal de la editorial tal de Málaga. Si desea hacerme llegar sus comentario, hágalo, por favor, a la siguiente dirección: …………… Le envío cordiales saludos de Polo y quedo a la espera de sus noticias.


Sr. D. Severo Sarduy Calle La que Sea, n.º X P A R I S ­ 7 ­

Estimado señor Sarduy: créame en mi vida he escrito muchas cartas. Por oficio y por afición. Esta que ahora escribo es de las más difíciles. Voy ya por el tercer intento y no acabo de ver el final. Antes de seguir debo aclarar que me dirijo a usted, no por las buenas, o porque si, sino por consejo y guía de un amigo común que me facilita su dirección. Leopoldo Alas. El motivo de esta carta es claro para usted, pues acompaña al típico mecanoscrito del típico novelista primerizo. En ese sentido, pensé que con unas breves líneas más o menos formalistas, sería suficiente. Y así lo hice. Escribí esas pocas líneas con un estilo meramente informativo. Releyéndolas, me di cuenta de que no era eso exactamente lo que yo necesitaba decirle.

Este es el quid de la cuestión ¿Qué necesito yo decirle?

Permítame señor Sarduy a estas alturas de la misiva, hacer una disgresión. En realidad la primera idea es la que vale. Me explico: si lo que yo intento es conocer su opinión acerca de mi novela y sus


posibilidades de publicación, con una corta y correcta carta bastaba. Es obvio que usted recibe habitualmente originales y sabe de sobra qué es lo que se espera que usted haga con ellos. Por otro lado, no tiene sentido que yo me explaye ahora hablando de “Operación Vídeo”, porque es la novela la que debe hablar por sí misma. El círculo se cierra. Volvemos al principio y la primera idea es la que vale. Sin embargo … Me niego rotundamente a que este primer contacto sea puro formalismo y sobreentendida petición. Polo, Leopoldo Alas, ha definido las ochenta páginas que le envío, como un delirio. Es cierto. Pero un delirio dirigido hasta donde es posible hacer algo así. No voy a negar que me interesa sobre todo la publicación de la novela. Que de la posibilidad o no de hacerlo depende, en gran parte, mi planteamiento del próximo futuro, y que mi ego espera ansioso un SI. Pero también sería absurdo tomar a la persona por su función y limitarme a utilizarla. ¿Escrúpulos ñoños? Posiblemente. En cualquier caso prefiero pecar por mis propios errores que pagar por los del formulario. Dicho esto y calmado mi prurito tengo todavía algunas otras razones para no enviarle una carta estricta: primera; me motiva y surribeya escribir a un escritor. No lo he hecho nunca y las ocasiones hay que aprovecharlas si admitimos ­pour qua pâs­ la posibilidad de que usted no conteste, o, más probable aún, que mi novela no sea de su gusto, o que incluso gustándole, no vea la oportunidad de su publicación, la ocasión es única. Razón de más para no desperdiciarla.


Otra de mis razones extra, es una duda tormentosa: ¿Qué va a pensar usted de alguien que se dice escritor, amigo de un amigo, que solicita un favor y que por toda presentación se limita a escribir unas frases de circunstancia? Pues eso. Por último, mi amistad con Polo, si bien escasa en el tiempo, me obliga a tratar a sus amigos dignamente, evitándoles el trance de los “Adjunto le remito”, “Me permito distraer su atención”, “En espera de sus noticias”, “Con los atentos saludos” y otras lindezas por el estilo. Aclarado todo lo que había que aclarar, debo hacer constar que si por mí fuera o fuese, podría seguir escribiendo folios y más folios. Reconozco también que su tiempo es oro y que el asunto no merece desperdiciar ni mucho ni poco de ninguno de los dos. Por expreso deseo de Leopoldo le hago llegar sus saludos y buenos deseos y quedo de usted pendiente en la dirección que más abajo le indico. Literariamente suyo: ………….. Estas, y cien cartas más como estas, he llegado a escribir. Cartas sin destino porque, como yo sospechaba ciegamente, nunca llegaron a enviarse. Antes de que yo pudiera tomar una decisión, antes siquiera de tener completa la postproducción, Severo decidió hacer acto de presencia. Vino él de motu propio. Claro que no sabía, todavía no lo sabe, que venía a las páginas de “Operación Vídeo”. Para él el viaje tiene otro propósito bien distinto. Encuentros en el Círculo. El Barroco y su doble. Debate internacional. 30 y 31 de Mayo 1.990. El Barroco “histórico” con sus juegos


retóricos, su visión de un espacio infinito, su gusto por la ilusión y la experiencia formal, su comportamiento como poderosísima máquina de la representación, parece ser una época próxima a la nuestra, que algunos definen como neobarroca. Analizar los grandes modelos barrocos ­formales, retóricos, científicos, etcétera­ puede ser la forma de esclarecer e interrogar las supuestas simetrías que recorren ambas épocas. Más que constatar un regreso o una repetición nos interesa entrar en la selva de procedimientos que articulan la cultura contemporánea y deciden sus estrategias de representación. Tal es el proyecto del presente Encuentro. Firmado Christine Buci­Glucksmann y Francisco Jarauta. Directores del Encuentro. A eso es a lo que pretendidamente viene Severo. De entre una larga lista de curriculums apabullantes, saco el suyo que no lo es menos. Severo Sarduy. Es escritor. Nacido en Cuba, reside en la actualidad en París. Ha publicado, entre otros, los siguientes títulos: De donde son los cantantes (1967) Cobra (1972) Big Bang (1974) Barroco (1974) y Maitreya (l977). Recientemente ha sido nombrado director literario de Gallimard. Casi nadie al aparato. Y menos mal que me enteré a tiempo. Llevo ahora quince días encerrado, escribiendo contra sueño y hambre. Tengo que acabar de una maldita vez. Tengo que llegar a tiempo. Tengo que llamar a L.A. Tengo que conseguir una entrevista. Tengo que entregar el mamotreto. Tengo que llegar. Tengo que llegar.


CONTRAPORTADA

Esta novela fue entregada en mano, algún día de la semana que viene. Severo Sarduy la recibió con benevolencia. La impulsó con su aliento y la hizo recorrer, en los meses próximos, todos los secretos vericuetos por los que una novela se desliza desde el despacho editorial hasta las fauces de las impresoras chorreantes de tinta. Se terminó de imprimir el día X de X de 199X, festividad de San lo que sea, en los talleres Tal y Cual de la ciudad de Y.

Se vendió en el establecimiento (Ponga aquí el sello de su establecimiento). Y queda en propiedad del lector D. (Ponga aquí su nombre). Eso es todo. Hasta luego, lector.


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