Deconomist N° 2

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Deconomist

edición especial “economía con perspectiva de género”

NOSOTRAS PODEMOS hacerlo

MUECE


SUMARIO 02 04 08 09

Editorial

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Brechas de género en la participación laboral por Mariana Marchionni

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Eso que no todos ven

Lo esencial es invisible a la economía

La economía feminista por Josefina Marcelo

Los números de la desigualdad Estadísticas con perspectiva de género

Amas de casa desesperadas por Mercedes D’alessandro

por Laura Muñoz

MUECE

en la escuela de economia politica


EDITORIAL Lo esencial es invisible a la economía Deconomist es una revista que dio sus primeros pasos el año pasado, con la necesidad de expresar otra voz, otra forma de ver las cosas, pero por sobretodo con la intención de despertar curiosidad, de problematizar y generar intereses en la realidad de nuestros pueblos. Muchos de nosotros nos hemos acercado a la economía porque queremos transformar la realidad, porque la desigualdad hoy es el imperativo, y porque entendemos que un mundo más justo no solo es posible, si no también necesario. Pero de qué hablamos cuando hablamos de desigualdad? En economía tendemos a pensar la desigualdad como la disparidad en la distribución de bienes e ingresos entre las personas, entre países, etc. Nos enseñan mil formas distintas de medirla (coeficiente de gini, índice de atkinson, índice de theil, índice de hoover,etc), pero siempre hay algo que falta, hay una desigualdad que no es nombrada, y que permanece oculta en el resto de las desigualdades, y es la desigualdad de género. Además de ricos y pobres, tenemos una gran diferencia entre hombres ricos y mujeres ricas, y hombres pobres y mujeres pobres.

Es por todo esto que hoy, Deconomist, nos propone seguir avanzando en este camino, para empezar a visibilizar todo este otro lado de la economía, que muchos no sabíamos ni que existía, y que tiene que ver con la economía con perspectiva de género o economía feminista. Además del interés académico, hay otros motivos que nos llevó a investigar en esta rama de la economía, motivos que surgen más bien de la experiencia personal a lo largo de la carrera, y de nuestra propia vida. Esto tiene que ver con lo que Marcela Lagarde (2016), en su libro “Claves feministas para liderazgos entrañables”, define como orfandad de género, este concepto establece que las mujeres vivimos con un sentimiento de orfandad por no encontrar en nuestro universo mujeres importantes, valiosas, famosas, memorables; si las mujeres no aparecemos en la historia es natural pensar que todos los valores y los logros han estado en los hombres, hombres sabios, políticos, memorables, trascendentes; y si bien durante mucho tiempo muchos espacios nos han sido vetados.


Entonces podemos ver una tendencia, las mujeres accedemos solo a cargos de baja jerarquía y peor pagos, lo que a su vez nos aísla de los procesos de decisión y conducción. A todo esto, podemos agregar que la bibliografía de las distintas materias siempre es escrita por hombres. Son pocos los recuerdos que tenemos de haber leído algo escrito por una mujer, como el paper de Joan Robinson sobre la controversia del capital en macro II, y no mucho más. Entendemos que estas diferencias no solo nos condicionan si no que nos configuran, y genera que las desigualdades se perpetúen en el tiempo; porque? Porque es muy difícil desempeñarnos en una disciplina tan masculinizada, donde los protagonistas son siempre hombres, donde son ellos quienes tienen la capacidad de discutir, de crear conocimiento y de derribarlo; y es difícil porque no hay una empatía, no nos identificamos, nos sentimos por fuera, porque quién posee la verdad y problematiza siempre es hombre, y esa distancia es insalvable. Por todo esto, es que decidimos hacer una edición especial de nuestra revista Deconomist, porque por un lado, queremos destruir esta orfandad que nos caracteriza y para eso es necesario empezar visibilizar a todas

aquellas mujeres que vienen desde hace tiempo construyendo conocimiento transformador, aportando a la ciencia con sus investigaciones, y problematizando las diferencias de género en distintos espacios; por eso esta edición está pensada y escrita exclusivamente por mujeres, porque las mujeres en la economía abundan y ya es hora de nombrarlas, de valorarlas y de reconocerlas; y, por otro lado, y siguiendo su ejemplo, porque también queremos que nosotras mismas, las estudiantes de economía, empecemos a tomar un rol más activo tanto dentro como fuera de las aulas, que nos empoderemos dentro de esta ciencia, nos animemos a formar parte de las discusiones, de los procesos de decisión, y por sobretodo ayudemos, desde nuestro lugar, a empoderar a otras mujeres, probablemente en circunstancias más difíciles y desiguales que las nuestras, diagramando políticas que busquen reducir las desigualdades, que rompan los techos y paredes de cristal, que distribuyan de manera equitativa las tareas domésticas y de cuidado, que rompan con los estereotipos, y permitan construir una sociedad donde, como decía Rosa Luxemburgo, seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.

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en la escuela de economia politica


La Economía Feminista,

una propuesta académica y política ante las desigualdades de género. Por: Josefina Marcelo Lic. en Economía UNLP, integrante del Espacio de Economía Feminista en la SEC, militante de la Colectiva Mala Junta. Contacto: josefinamarcelo@gmail.com

“Las mujeres en cualquier rincón del mundo participamos de manera desigual en la economía respecto a los varones. Somos minoría en la esfera del trabajo asalariado pero somos mayoría en los trabajos precarizados e informales. Trabajamos más en nuestros hogares en las tareas de cuidado que socialmente se asumen como “femeninas” y se invisibilizan. Este tipo de desigualdades, entre otras, son las que pretende estudiar y cambiar la Economía Feminista al incorporarlas al análisis económico.”

¿Qué es y qué estudia la Economía Feminista?

dificulta establecer los contornos de la Economía Feminista, convirtiendo en una virtud el hecho de no tener una pretensión La Economía Feminista es una corriente de construir verdades absolutas, por el crítica de pensamiento dentro de la contrario suele producir conocimientos que economía, actualmente consolidada como generan más preguntas que respuestas. un campo específico de producción del Tampoco suele encerrarse en el ámbito conocimiento. Comparte algunas de las estricto de la disciplina económica, sino que objeciones que otras corrientes del tiene un abordaje multidisciplinario en la pensamiento heterodoxo hacen a la producción de conocimiento, el análisis de perspectiva neoclásica, pero también agrega la realidad y la construcción de propuestas su aporte específico interpelando al resto de alternativas. Esto se pone de manifiesto en miradas heterodoxas dentro de la economía. el diálogo frecuente y fluido que se Para Corina Rodriguez Enriquez puede promueve con otros campos disciplinares e interpretarse como programa académico y incluso en las metodologías que se utilizan político a la vez, al incorporar métodos y en sus procesos de investigación, que se conceptos que sirven para comprender alejan de la formalización matemática (que mejor la realidad económica pero también interpretan muy limitada para dar cuenta proponiéndose transformarla. Otra de sus de los procesos sociales) y en cambio características es que no es un campo de dialoga y utiliza metodologías más propias ideas único u homogéneo, incluso se de otras disciplinas.

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“La economía feminista es un programa académico y político a la vez, incorpora métodos y conceptos que sirven para comprender mejor la realidad económica pero también proponiéndose transformarla”

Dentro de la diversidad de enfoques pueden reconocerse tres puntos en común (Pérez Orozco, 2014): - la ampliación del concepto de economía para incluir todos los procesos de aprovisionamiento social, pasen o no por los mercados; - la introducción de las relaciones de género como un elemento constitutivo del sistema socioeconómico (y no solo como una desagregación de datos por sexo); - la convicción de que el conocimiento es siempre un proceso social que sirve a objetivos políticos, y por ende éste se involucra con un compromiso feminista. Las perspectivas integradoras sacan a la luz todo el trabajo no remunerado, con lo cual se amplía mucho el mundo del trabajo, aparece toda una esfera de actividad económica que antes no se veía y donde las mujeres han estado históricamente presentes. La pregunta central es cómo lograr una redistribución equitativa tanto de los trabajos remunerados como de los no remunerados. Las perspectivas críticas o rupturistas rompen con las categorías cerradas y estáticas de mujer y hombre , ahondando en

La Economía Feminista se diferencia ampliamente de lo que llamamos “Economía del Género”, en la cual se cree que es posible erradicar el sesgo androcéntrico del análisis y discurso económico neoclásico, manteniendo el grueso de sus métodos y supuestos. En otras palabras, que puede acabarse con la desigualdad entre hombres y mujeres sin cuestionar el capitalismo. Este enfoque que Sandra Harding (con el agregado de Gillian Hewitson) identificaron como el típico “añada mujeres y revuelva” se suele observar en informes de los organismos internacionales de crédito, con sofisticados análisis econométricos y datos desagregados por género, sin embargo siguen restringiendo su análisis a las dimensiones que implican un intercambio monetario. Entienden a las desigualdades de género como algo social, fruto de una construcción ideológica, que impacta en la estructura económica, pero que es en esencia distinta a esta y por lo tanto excede los análisis estrictamente económicos que se proponen. El punto de partida de distintos enfoques feministas, combinados con diferentes enfoques EL CAPITALISMO TAMBIÉN DEPENDE económicos como describimos, DEL TRABAJO DOMESTICO le brinda a la Economía feminista una pluralidad y riqueza, que no nos proponemos revisar en este artículo, pero que es importante tener en cuenta r como rasgo distintivo. H o g ae lc

du r hoga

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cómo se construyen la feminidad y la masculinidad, y habla de heteropatriarcado y no de patriarcado a secas. Sitúan el proceso de trabajo humano como parte de procesos ecosistémicos más amplios, identifican un conflicto entre la sostenibilidad de la vida y la lógica de acumulación, por lo cual la igualdad no se puede lograr sin una transformación radical del sistema. Esta división extrema es más analítica que real, se encuentran en un diálogo continuo y muchas veces los mismos movimientos feministas e intelectuales van pasando gradualmente de una perspectiva a otra, en función de las realidades que buscan abordar y los objetivos políticos que se proponen. Las mujeres en el mercado. En Argentina solo el 55% de las mujeres participamos en el mercado laboral mientras que los hombres lo hacen en un 82% , lo que muestra la desigual participación en el mundo del trabajo productivo o remunerado. Además somos el 61% de las graduadas universitarias, sin embargo solo el 31% en los cargos directivos de los sectores público y privado y el 22% de los cargos ministeriales. Según este ranking la brecha de género en Argentina es relativamente pequeña, ubicándose en el puesto 35 sobre un total de 145 países. Esta situación de inequidad, con ciertas diferencias, se da en todos los países del mundo incluso en los llamados desarrollados.

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En los países mejor ubicados en el ranking (Islandia, Noruega y Finlandia) las mujeres igualmente ganan solo el 86% de lo que ganan los hombres. Este estudio mundial concluye que si las mejoras continúan a este ritmo, recién en el año 2133 se logrará cerrar la brecha de género. Las diferencias por géneros existentes en el mercado laboral se perciben en diferentes formas y con efectos complejos. Uno de los ejes organizadores de la economía feminista, es la división sexual del trabajo. Este concepto da cuenta de la presencia diferenciada entre varones y mujeres en los trabajos, para la producción y reproducción social de la vida. El mismo se refiere a la presencia mayoritaria de mujeres en el trabajo reproductivo/ no remunerado / de cuidados, y de varones en el trabajo productivo/remunerado. En la esfera productiva podemos ver la exclusión dentro de las diferentes ramas laborales, identificando trabajos que son mayormente realizados por varones y otras actividades que quedan en manos casi exclusivamente de mujeres. A esto se lo llama en la literatura segregación horizontal. Según datos del último censo (INDEC, 2010) se observa que existe preponderancia masculina en la mayor parte de las ocupaciones a excepción de aquellas vinculadas a la salud y educación (donde las mujeres tienen participación de un 66% y 73% respectivamente) y en las relacionadas a la limpieza doméstica y no doméstica (76%). Estas tres actividades son las que encuentran vínculos directos con las tareas de cuidado. Por otro lado, existe otra traba en el desarrollo laboral de las mujeres: la segregación vertical. Este concepto intenta poner de manifiesto que a pesar de presentar niveles de formación iguales, o superiores, los cargos a los que se accede no son los mismos para hombres y mujeres.

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“Las mujeres nos insertamos en el mercado laboral pero con trabajos que son una “extensión” de aquellas tareas que la sociedad nos tiene encomendadas culturalmente en el ámbito privado.”

En nuestro país el único caso donde la ocupación de las mujeres supera a la de los varones (58%) es en instituciones estatales y organizaciones sociales (INDEC, 2010). Este dato refleja la inclusión en su totalidad del sistema educativo, rama fuertemente feminizada. Sin embargo cuando se analizan otras esferas públicas ésto no ocurre de la misma forma. En un estudio de GPS del Estado, citado en el blog Economía Femini(s)ta se resalta que aunque el 50% de los trabajadores del poder ejecutivo nacional argentino son mujeres, ellas ocupan sólo el 22% de los cargos de conducción política en el gabinete actual. El sistema científico también lo refleja: mientras 60% de las becarias de CONICET son mujeres, en los niveles jerárquicos del organismo, entre investigadores principales o superiores, apenas llegan al 25% . Como se observa, para las mujeres, mayores niveles educativos no garantizan acceso a mejores puestos de trabajo. El fenómeno por el cual las mujeres que incrementan sus niveles educativos y experiencia pero no crecen en sus ámbitos laborales a la par de los varones con igual (o menor) calificación suele denominarse:

TECHO

DE CRISTAL

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En concreto, entre las mil principales empresas argentinas, sólo el 4,4% tiene a una mujer en su máximo puesto jerárquico . La suma de estos dos mecanismos (trabajos en las ramas feminizadas que presentan menores salarios y mayores niveles de informalidad junto a no acceder a los mayores cargos) se traduce en la denominada brecha salarial de géneros. Claramente todo lo mencionado muestra una gran desigualdad de la participación de varones y mujeres en la esfera productiva, sin embargo incluso resolviendo todos estos aspectos seguiría intacto el nudo central que reproduce todo el sistema y que se invisibiliza por centrarse en el ámbito privado y no remunerarse: la reproducción cotidiana de la vida.

Reflexiones finales La Economía que tradicionalmente se enseña en nuestras aulas ha hecho oídos sordos a esta injusta realidad basándose en un individuo representativo, el “homo-económicus” que no solo no está situado en tiempo y espacio, sino que además es asexuado. Los fundamentos teóricos de la disciplina ignoran la posibilidad de cualquier diferencia entre hombres y mujeres (y cuando lo hacen se interpretan como una simple cuestión de preferencias). La ausencia de las mujeres en la teoría no es casual, sino que la forma de crear conocimiento legitima estas desigualdades. Por lo tanto entendemos que para hacer mejor economía, verdaderamente crítica, es necesario ponerse las “gafas violetas” y analizar todo desde una posición sensible a las desigualdades de género como las que describimos en las secciones anteriores. Con este desafío por delante es que estamos construyendo el Espacio de Economía Feminista en la SEC Sociedad de Economía Crítica y convocamos a lxs interesadxs a continuar formándose y discutiendo dentro de esta perspectiva.

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LOS NÚMEROS DE LA DESIGUALDAD 20%

76%

97%

del PBI representa, en Arg, el trabajo domestico no remunerado

de las tareas domesticas son realizadas por mujeres

de todxs lxs trabajadorxs domesticos son mujeres

63% De lxs

37% De

7%

graduadxs universitarios y el 54% de lxs mejores promedios

Profesoras titulares mientras que hay un 54% de profesoras auxiliares

de los CEO están ocupados por mujeres y acá la brecha salarial es

27%

25%

3 MESES

menos ganamos las mujeres, en promedio, por igual tarea a igual formación

de lxs investigadores principal y superior, pero el 60% de lxs de menor jerarquia

40%

Más al año, deben trabajar las mujeres para ganar lo mismo que un hombre

Fuente: D’alessadro (2016) y estadísticas del ministerio de educacion de la nación Deconomist

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Amas de casa desesperada

Fragmento del libro “Economía feminista. (sin perder el glamour)” de Mercedes D’Ale Doctora en Economía y profesora UBA. Directora de la carrera de Economía politica en la UNGS. Co-creadora del sitio web economía femini(s)ta.

Mujeres al borde del tiempo: el reloj cambios culturales, la brecha de la participación en el trabajo doméstico sigue económico En la Argentina, la participación de las mujeres en el mercado de trabajo creció muchísimo desde mitad de siglo pasado hasta hoy. Lo que no se movió al mismo ritmo fue la participación de los varones en las tareas del hogar. Las Cenicientas actuales esperan a su príncipe azul no solo limpiando los pisos sino también trabajando en un comercio, en la escuela, el laboratorio o la oficina. Ya no tienen como máximo objetivo ser el ama de casa perfecta, ahora tienen (además) que ser exitosas profesionales y buenas trabajadoras. Al mismo tiempo, los hombres de hoy son mucho más comprometidos con las tareas del hogar; cocinan, cambian pañales, limpian, y hacen cosas que en generaciones anteriores incluso eran impensables como poner o sacar la mesa. Muchas mujeres pueden decir orgullosas “mi marido/mis hijos me ayudan en casa”, aunque a veces no se dan cuenta de que esa frase reproduce la idea de que es una tarea que le toca a ella y que es afortunada porque el/los varones del hogar colaboren. Aun con esa ayuda amorosa que fue creciendo en las últimas decadas gracias a

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siendo alta y las mujeres siguen encabezando la lista. En el ranking de “fanáticas de la limpieza” de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) se encuentran en primer lugar las mujeres turcas con 377 minutos al día promedio, seguidas de las mexicanas con 373. Entre los varones, los que menos aportan al cuidado del hogar son los hombres coreanos con solo 45 minutos trapito en mano.

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as

. Como construir una sociedad igualitaria essandro (Editorial Sudamericana). Los países más igualitarios en la distribución de las labores del hogar son los nórdicos (Noruega, Suecia, Dinamarca, Islandia y Finlandia). Y no fue magia, en ellos hace décadas que la sociedad se dio cuenta de que necesitaba ajustar ciertas clavijas. Desde los setenta se vienen desarrollando políticas orientadas a cerrar brechas de género y concientizar a los varones de lo importante que es su aporte en estas tareas cotidianas. En 1975, unamarcha movilizó a más de 25 mil mujeres por las calles de Reikiavik, casi un 10 por ciento de la población de Islandia. Se trataba de una manifestación a modo de “día libre de las mujeres” y una huelga en la que participó el 90 por ciento de las mujeres islandesas: ninguna de ellas hizo tareas domésticas ese día. A los hombres les tocó estar a cargo de la casa, los niños y todas las tareas a s i g n a d a s tradicional mente a las chicas.

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Como resultado de este paro se cerraron bancos, escuelas y negocios. Un año después, el Parlamento aprobó una ley de pago igualitario. “Lo que ocurrió ese día fue el primer paso para la emancipación de las mujeres en Islandia. Paralizó el país por completo y abrió los ojos de muchos hombres”, dijo Vigdís Finnbogadóttir, quien luego fue la presidenta de los islandeses por más de una década. Como diría Lisa Simpson, la pequeña feminista que nos acompaña en la televisión desde hace más de quince años, estas muchachas seguían la consigna “voy a planchar tus sábanas cuando planches las desigualdades en nuestras leyes laborales”. Si sumamos el trabajo pago y el no pago, a nivel global, la OCDE estima que las mujeres trabajan 2,6 horas diarias más que los hombres en promedio. En la Argentina, según la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo realizada en 2013, una mujer ocupada full time dedica más tiempo al trabajo doméstico (5,5 horas) que un hombre desempleado (4,1 horas). En términos generales, ellas hacen el 76 por ciento de estas tareas. Además, “casi nueve de cada diez mujeres (88,9 por ciento) participan en el trabajo no remunerado en la Argentina. En cambio, el 57,9 por ciento de los varones usa parte de su tiempo en cuidar a los hijos o hacer funcionar el hogar. Eso implica que cuatro de cada diez varones no cocinan, ni limpian, ni lavan la ropa, ni hacen compras en ningún momento del día. Y, entre los que sí lo hacen, tienen tres horas de descuento en relación con el tiempo que depositan las mujeres en la vida cotidiana”.

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Ellos dicen que es amor, nosotras decían que todas estas eran cuestiones decimos que es trabajo no pago privadas que debían resolverse en sus

propias familias; es por esto que se impuso En 1963, Betty Friedan publicó La mística de el lema “lo personal es político”. Una de las la feminidad, un libro revolucionario para la principales rupturas que provocó esta época que muchos señalan como disparador oleada fue la de la idealización del rol de de gran parte de las discusiones que se ama de casa; se encaminó más bien a dieron en el marco de la segunda ola encontrar un sentido, ese quién soy, por feminista en los Estados Unidos. En su libro, fuera del hogar. Para estas mujeres, se Friedan plantea que a las mujeres trataba de recuperar- se como individuo, estadounidenses de clase media las aqueja como un ser humano independiente. La un mal que ninguna puede nombrar, no educación y el trabajo en condiciones de encuentran las palabras para designarlo. La igualdad serían los próximos desafíos. mayoría de ellas tiene todo lo que soñó: un Si en esos tiempos se esperaba que las marido, hijos, una casa linda con jardín y un mujeres se quedaran en sus casas y las que buen pasar; sin embargo, algo las angustia “y trabajaban afuera eran estigmatizadas no es la falta de sexo”. El ama de casa (incluso se decía que las que iban a la desesperada irrumpe en el paisaje de la universidad solo lo hacían para buscar época con una pregunta existencial: ¿quién maridos), hoy se puede decir que, en muchos soy? La mujer aparecía definida en términos casos, es al revés. Las mujeres, no solo en los de su relación con otro, como esposa, madre, Estados Unidos, se alejaron de este ideal de ama de casa y la resolución de sus conflictos ama de casa, unas por motivación propia, parecía tener que darse en el seno del hogar. otras por necesidad. Pero como sea, ayer y Muchas de estas amas de casa desesperadas hoy su trabajo siempre ha sido ignorado. habían dejado los estudios para dedicarse al Nuestras abuelas pasaban largas horas hogar pero una vez en ese refugio se sentían lavando (a mano) la ropa de toda la familia; insatisfechas; su único premio era su propia si bien hoy contamos con la ayuda del los electrodomésticos, feminidad. Al mismo tiempo, esta feminidad lavarropas y tenía características muy particulares: planchar, limpiar, preparar la comida, llevar atrapar un buen hombre, alimentar niños, a los niños a la escuela o acompañar a la comprar un lavavajillas, hacer una torta, abuela al médico, forman parte de una completa que se repite vestirse bella y actuar seductora para rutina sostener el fuego de la pasión en la pareja. cotidianamente. Todas esas tareas eran y En la vereda opuesta, dice Friedan son percibidas por la familia, por la sociedad irónicamente, están las neuróticas, feas, sin y por la contabilidad nacional como actos de gracia e infelices mujeres que quieren ser entrega y de amor. poetas, físicas o presidentas, “una verdadera La imagen de la mujer circunscripta a su mujer no quiere ni carrera, ni una gran casa le sirve en los setenta a Silvia Federici, educación, ni derechos políticos —la filósofa y activista marxista, para plantear la independencia y las oportunidades por las necesidad de la lucha de las mujeres por el que luchaban las feministas pasadas de salario para el trabajo hogareño. El salario, en la sociedad en que vi- vimos, significa ser moda—”. La segunda ola feminista levantaba, entre parte de un contrato social y es a través de otras, las banderas de los derechos nuestro trabajo asalariado que accedemos a reproductivos, compartir el cuidado de los consumir aquello que necesitamos: comida, ropa, transporte, libros o ir al cine. niños y las tareas del hogar; sus oponentes

NUNCA FUE U

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Uno trabaja no tanto porque le gusta sino porque es una condición en la que vivimos. La cuestión con el trabajo doméstico es que, además de ser no pago, se le impuso como una obligación a la mujer y se fue transformando en un atributo de la personalidad femenina: ser una buena ama de casa se convirtió en algún momento en algo deseable o característico de las chicas. Según Federici, las mujeres no deciden espontáneamente ser amas de casa sino que hay un entrenamiento diario que las prepara para este rol convenciéndolas de que tener hijos y un esposo es lo mejor a lo que pueden aspirar. Pero no es algo del pasado solamente, muchas décadas después aún se imparte una cultura que refuerza estos roles. Las muñecas, la cocinita, el juego del té, la escoba con palita rosas, el maquillaje y las pulseras para armar son el combo perfecto para criar princesas encantadoras, las madres y esposas devotas del mañana. Esa historia no resulta tan lejana en una cultura de películas hollywoodenses con mujeres que dejan todo por el amor a un hombre. O incluso en la variante de los culebrones latinos en donde la mucama es la que va a convertirse en la esposa después de cuidar durante años de su amado patrón en silencio, logrando además su ascenso social. Medios llenos de publicidades de excelentes productos de limpieza que cuidan con esencias de aloe y lavanda las manos que han de acariciar a los seres queridos después de limpiar el sarro del inodoro. El ama de casa es la heroína y protagonista de los cuentos infantiles, la Cenicienta noble, altruista y romántica que entrena toda la vida para ese momento en que se entregará y amará —con el mejor limpiador antibacterial— a los suyos. Aún hay una gran parte de los sistemas de comunicación anclados en estos estereotipos. El modelo clásico de pareja heterosexual funciona de este modo como un acuerdo tácito y reproductivo: ella cocina, limpia

tiene hijos, buen sexo, y cuida de él. Él es el proveedor que sale todos los días a la calle a ganar el pan y el cash para pagar las cuentas. Con eso también paga el derecho a ser bien atendido al llegar al hogar. Federici, sin pelos en la lengua, dirá que “la esposa ama de casa está al servicio de su esposo psicológica, emocional y sexualmente, cuida a los niños, limpia sus medias y levanta su ego”. Eso que llaman amor es trabajo no pago. Disfrazar el trabajo no pago como un acto de amor esconde que estas tareas son trabajo propiamente dicho y, de este modo, se realiza una actividad indispensable para el funcionamiento de toda la sociedad de manera gratuita (en un mundo en que el consumo de todas las cosas tiene un precio). De ahí el planteo de esta activista de un salario para el ama de casa como forma de, en principio, visibilizar este trabajo y darle el valor económico que se merece (mi propio recuerdo se refiere a decir o pensar en otras épocas “mi abuela no trabaja, es ama de casa” como si ser ama de casa no fuera un trabajo en sí mismo). [...] La fórmula según la cual la esposa-ama de casa sacrificaba su carrera e independencia por la familia está cada vez más en el pasado. Sin embargo, la ausencia de políticas de Estado que brinden soluciones a las necesidades de la familia tradicional y todas sus distintas configuraciones (madres solteras, padres separados, hogares monoparentales) presiona a las mujeres trabajadoras (más que a los varones) para poder hacer todo a la vez. A pesar de que la mayoría de las mujeres no se dedica a ser ama de casa full time, en los hechos sigue cargando con esas labores, que se le suman al trabajo fuera del hogar.

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Brechas de género

en la participación laboral:

tendencias recientes en América Latina Por: Mariana Marchionni Doctora en economía de la UNLP, Investigadora del CEDLAS, CONICET. Profesora Adjunta de Econometría I en FCE-UNLP. Directora de la Maestría en Economía de la FCE.

Uno de los principales cambios socioeconómicos del último medio siglo en América Latina es el fuerte y sostenido aumento de la participación laboral femenina (PLF). En los años sesenta, sólo dos de cada diez mujeres latinoamericanas trabajaba fuera de su casa, cifra que se triplicó a lo largo de los cincuenta años siguientes. Estos cambios implicaron una profunda transformación en la vida de millones de mujeres y familias, y en el agregado también tuvieron consecuencias económicas y sociales significativas, como reducir los niveles de pobreza, desigualdad y desempleo. Sin embargo, pese a su importancia, los avances no han alcanzado para cerrar la brecha entre hombres y mujeres en la mayoría de las variables laborales, incluyendo salarios, niveles de empleo y tasas de participación laboral. La igualdad de géneros en el mercado laboral todavía es una asignatura pendiente en la región. En el libro “¿Brechas que se cierran?” (disponible en http://labor-al.org/participacionfemenina/), que escribimos junto con Leonardo Gasparini y otros colegas en el Centro de Estudios Deconomist

Distributivos, Laborales y Sociales (CEDLAS) de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de La Plata, nos concentramos en analizar un cambio en esta tendencia de largo plazo que hace la situación aún más preocupante. Después de medio siglo de crecimiento ininterrumpido, hay signos de una desaceleración significativa y generalizada en la entrada de mujeres a los mercados laborales de América Latina. Mientras la participación laboral de las mujeres creció en 10 puntos porcentuales entre 1992 y 2002, la velocidad cayó a un tercio en la década siguiente. El contraste entre un crecimiento rápido de la PLF en los noventa, que continuaba la tendencia de largo plazo, y una desaceleración sustancial en los 2000 ocurrió en casi todos los países de la región, incluidos Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Costa Rica, Ecuador, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay y Venezuela, mientras el patrón de evolución es menos claro en El Salvador, Perú y Uruguay. La entrada más lenta de las mujeres a la fuerza laboral posterga el cierre de la brecha de género en la participación laboral y baja

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Los determinantes

la probabilidad de cumplir con los Objetivos de Desarrollo del Milenio (http://www.un.org/es/millenniumgoals/) en lo referido a equidad de género con relación al empleo femenino.

También compromete los objetivos de reducción de la pobreza, en cuanto el aumento de los ingresos laborales de las mujeres ha contribuido en el pasado a reducir los niveles de pobreza en la región. La desaceleración se dio en todos los grupos de mujeres, pero en especial entre las mujeres casadas o en pareja y las de los grupos más vulnerables, es decir, aquellas con bajo nivel educativo, que viven en zonas rurales, con hijos pequeños o con cónyuges de bajos ingresos. En contraste con lo que ocurrió en décadas pasadas, en algunos países de la región está creciendo la desigualdad entre los distintos grupos de mujeres, lo que eventualmente podría llevar a un escenario dual en el que la participación laboral de las mujeres calificadas (más ricas) de las grandes ciudades converja a los niveles de las economías desarrolladas, mientras la oferta laboral de las mujeres de los grupos más vulnerables alcance una meseta en niveles sustancialmente más bajos. La desaceleración en la entrada de mujeres a los mercados laborales exige entonces una discusión seria acerca de sus determinantes e implicaciones de política.

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Nuestro libro ahonda en varias hipótesis alternativas sobre el contraste entre el rápido crecimiento de la participación laboral femenina en los noventa y su desaceleración en los años 2000. Por supuesto que identificar relaciones causales para variables socioeconómicas complejas en una región geográfica tan extensa y heterogénea como América Latina es extremadamente difícil. En este sentido, la evidencia que presentamos en el libro no es concluyente y por lo general admite explicaciones alternativas. Dicho esto, la interpretación que más nos convence es que el fuerte crecimiento económico que experimentó la región en los años 2000 fue un importante determinante (aunque no el único) de la desaceleración en la PLF. Los menores niveles de desempleo e ingresos más altos de otros miembros del hogar, en particular de los cónyuges varones, más la expansión de la protección social, pueden haber reducido la presión sobre las mujeres vulnerables de conformarse con trabajos de baja calidad. Bajo esta interpretación, la desaceleración de la participación laboral de las mujeres no es necesariamente una mala noticia, sino que más bien resulta una decisión óptima de las mujeres y familias ante la mejora de su situación económica. Esto puede tener algunas consecuencias positivas, como facilitar una mejor búsqueda laboral y más tiempo disponible para dedicar cuidados de calidad a los hijos. Sin embargo, una interpretación alternativa que resulta menos alentadora es que el impacto inicial sobre la oferta laboral femenina de la mejora de las condiciones económicas y de una política social más generosa podría tener consecuencias negativas a largo plazo. Las mujeres que optan por quedarse fuera del

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mercado laboral ante la nueva situación económica podrían perder chances de incorporarse al mercado en el futuro, incluso en un escenario con mayor oferta de empleos decentes. Estar fuera del mercado laboral por un tiempo puede implicar pérdida de productividad y también reforzar los roles tradicionales de género en el hogar. Estos factores pueden reducir el vínculo de las mujeres con la fuerza laboral y, finalmente, reducir sus posibilidades de generar ingresos autónomamente en el largo plazo. A su vez, esto puede dificultar el proceso de reducción de la pobreza en la región, en el que el trabajo femenino jugó un rol crucial en las últimas décadas.

Políticas La promoción del empleo femenino no es una tarea simple y tampoco son simples ni únicas las opciones de política para lograrla. Es probable que la desaceleración de la participación laboral femenina coloque las políticas activas de empleo en el centro del debate político. Para ayudar a crear empleo femenino y reducir las brechas de género las políticas deberían atender tres objetivos: reducir las restricciones de tiempo de las mujeres, mejorar su capacidad de tomar decisiones y transformarlas en los resultados deseados y crear mercados laborales más justos. A partir de la experiencia de América Latina y el resto del mundo, en el libro sugerimos algunas direcciones en las que pueden avanzar los gobiernos de la región:

haciéndolo intransferible a las mujeres, que abarque el cuidado de niños, horarios más flexibles y financiación colectiva. • Proporcionar más información y recursos sobre planificación familiar, facilitando el acceso a métodos anticonceptivos. • Promocionar la corresponsabilidad en el hogar, lo que ayudaría a empoderar a las mujeres y, a su vez, facilitar su inserción laboral. • Avanzar en derechos de propiedad, por ejemplo asegurando los derechos de las mujeres en situación de unión consensual, viudez y divorcio. • Mejorar el diseño de los programas sociales para evitar los efectos no deseados en temas de género. • Fomentar la flexibilidad laboral que permite compatibilizar el cuidado de niños y adultos mayores con el desarrollo de una carrera profesional, pero con una evaluación caso por caso que contemple efectos indeseados (por ejemplo, para evitar reforzar los roles de género tradicionales). • Extender la educación a grupos desfavorecidos de la población, incluidas las mujeres, sigue siendo una política central para el empoderamiento de las mujeres y la promoción de la participación en la fuerza laboral. Sólo algunas de estas iniciativas se aplican hoy en día en América Latina.

• Extender la oferta de centros de cuidado infantil y educación preescolar y promover escuelas con horario extendido y servicios de atención a los mayores. •

IGUALDAD LABORAL UN CAMINO EN CONSTRUCCIÓN

Ampliar y actualizar el permiso parental

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ESO QUE NO TODOS VEN La experiencia laboral de las economistas Por: Laura Muñoz Lic. en Economía UNLP, Maestría en Generación y Análisis de Información Estadística UNTREF, integrante de la corriente “Estatales de pie

Desde que comencé a estudiar Licenciatura en Economía tuve en claro que mi desarrollo profesional, si lograba tener éxito y aprovechar mis oportunidades, iba a estar ligado a alguna dependencia del Estado. A diferencia de lo que dice una parte de la opinión pública, de manera desinformada o con evidente animosidad, de los/as trabajadores/as estatales y del Estado en sí como lugar de trabajo, siempre lo vi como un lugar único y muy productivo. Es aquí donde se piensan y se generan nada más y nada menos que las políticas públicas, dándonos la posibilidad de poner lo aprendido al servicio de la gente. Cuando decidí estudiar economía sabía que me metía en una carrera que tenía fama de difícil y que muy pocos alumnos/as egresaban por año.

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Sabía además que por ser mujer el esfuerzo sería doble, dado que era un terreno ampliamente asociado a los varones. A contramano de esta visión, en la carrera éramos mayoría las estudiantes de economía. No así las profesoras, que eran contadas con los dedos de la mano, y más raras eran aquellas que enseñaban materias troncales de la carrera y no las complementarias, como matemática o estadística. Pensé que quizás la economía se estaba haciendo más popular entre las mujeres en esos años, pensé que quizás el mercado laboral estaría más preparado para nosotras al momento de terminar los estudios. Luego me di cuenta que había sido demasiado optimista, era el factor de género que operaba y sigue operando de manera injusta y discriminatoria.

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Comencé a trabajar antes de recibirme en el Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires, no fue azarosa la elección sino que vi en la Salud Pública un espacio donde se podían realizar aportes concretos con impacto social con el trabajo cotidiano. La forma de contratación que se me ofreció fue un contrato de financiamiento internacional que se renovaría cada seis meses. Es decir que, si bien tendría una relación de dependencia con el Estado, si bien mis tareas eran similares a los y las trabajadoras de planta, mi forma de contratación sería siendo monotributista. Pensé que como primera experiencia laboral estaría bien, que luego las condiciones mejorarían, pero si bien luego el trabajo cambió, las condiciones laborales siguieron siendo las mismas. Mi primera entrevista laboral me marcó algunas cosas más además de la forma de contratación pautada. Las preguntas que escuché por primera vez en esta, serían luego ya preguntas de rigor: ¿Estás casada o en pareja? y ¿Estás planeando formar una familia?, fueron preguntas que vendrían incluso antes de querer conocer mi trayectoria académica. Aquella primera vez contesté que no rápidamente a ambas, sabiendo que mi situación de soltería y el hecho de no querer ser madre por el momento, me posicionaban en mejores condiciones que el resto para este puesto, que el resto de las mujeres por supuesto, esas preguntas no son de rutina en las entrevistas cuando el candidato es un varón. Aunque era cierto que no estaba en pareja y mucho menos que buscaba formar una familia siempre me pregunté qué hubiera pasado si hubiera dicho que sí, qué hubiera pasado con mi futuro laboral si hubiera querido ser madre joven y qué pasará el día que decida serlo. Empecé a trabajar en un área del Ministerio con gente realmente increíble, en un grupo

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REQUISITOS Economista

Soltera Sin hijos interdisciplinario profesional con mucha capacidad, interés e iniciativa. Había otras economistas mujeres, más grandes que yo, que hicieron que mi teoría de que la economía se había popularizado ahora entre las mujeres, cayera rápidamente. Ahí estaban y siempre habían estado, solo que no tan visibles. Ellas fueron las referentes para mí y casi todo lo que aprendí de la profesión se lo debo a ellas. Al igual que en la facultad, los cargos de mayor responsabilidad estaban ocupados por varones, y comprobé con el tiempo que no siempre ellos eran los más calificados. Se sabía que las mujeres del equipo trabajábamos bien, que éramos sólidas y responsables en lo que hacíamos, que dábamos lo mejor y que organizábamos al equipo para cumplir con los objetivos. De la misma manera, se entendía que, informalmente, ocupábamos los lugares de conducción pero, formalmente, no éramos reconocidas en cargos y salarios. En el Estado es difícil saber rápidamente si las mujeres estamos cobrando más o menos por el mismo trabajo que un compañero, por las diversas formas de contratación que existen. Es muy probable que en una misma oficina algunos tengan plantas permanentes, otros plantas temporarias, horas cátedra, contratos de provincia, contratos de nación, contratos con financiamiento internacional.

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Y cada una de estas formas tiene implícita una escala salarial distinta con condiciones laborales distintas, aunque las tareas sean las mismas. Podés estar cumpliendo el mismo horario y la misma tarea, pero tener la mitad de sueldo que otro compañero, o cobrar más o lo mismo pero no tener obra social ni aportes. Es difícil hablar desde la generalidad por este entramado complejo pero sí suele pasar que cuando hablamos de contratos frente a la misma tarea, en “suerte” al varón se le asigna una categoría más alta, lo que implica que por la misma tarea, cobra más. Principalmente la precarización laboral, pero también muchas otras luchas, me llevaron a acercarme a ATE (Asociación de Trabajadores del Estado). No es menor comentarlo cuando la mayor cantidad de precarizados/as tanto a nivel provincial como nacional somos mujeres, y por esto es sobre nosotras sobre quienes caen con más fuerza los despidos. En este espacio encontré el lugar para pensarnos como trabajadores/as estatales, debatir qué esperamos del Estado, qué podemos hacer para cambiarlo y luchar por nuestras condiciones laborales. En el sindicato, varones y mujeres compartimos un trabajo cotidiano. Sin embargo, cuestiones como las desigualdades en lo salarial y en la carga horaria doméstica siguen estando presentes, afectando principalmente a las mujeres y repercutiendo en nuestras posibilidades concretas de

participar sindicalmente, además del desarrollo profesional propiamente dicho. Si bien se está intentando avanzar en políticas y estrategias de organización que puedan cambiar las relaciones de poder entre varones y mujeres, también se ve que falta mucho por hacer. Sin ir más lejos, las mujeres tenemos mayor participación que los hombres en las asambleas en las instancias cercanas a los sectores de trabajo, pero esto no se condice con nuestra participación en las instancias de mayor representatividad que sigue estando en desventaja. En definitiva, el sector público no es una burbuja, refleja las asimetrías e injusticias que vivimos las mujeres diariamente en todos los ámbitos laborales, así como familiares y sociales. En este sentido, es un lugar más desde donde luchar contra estas asimetrías, pero vale la pena remarcar la cantidad de mujeres capacitadas y con experiencia que se encuentran trabajando en este sector, haciendo aportes distintivos en políticas sociales y, a su vez, participando directamente en espacios sindicales desde donde la igualdad de géneros se potencia como eje y bandera contando con una base ideológica y organizativa de fondo. Queda avanzar en la consolidación de esta legitimidad diaria con la que cuentan las trabajadoras estatales para que se formalice dicho reconocimiento con derechos sociales, retribuciones justas, lugares de conducción y representación.

SOY CAPAZ SOY FUERTE SOY INVENCIBLE SOY MUJER Deconomist

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ellos tambiĂŠn pueden hacerlo

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