VIDA DE MARCELINO

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LA HISTORIA COMIENZA EN MARLHES Marcelino José Benito Champagnat nació el 20 de mayo de 1789 en la aldea de Rosey, perteneciente al pueblo de Marlhes, situado al sudeste de Francia; es un pueblo junto a las faldas del Monte Pilat a 75 Km de Lyon y aproximadamente a 545 Km de París. Sus habitantes vivían en varias aldeas: Le Rosey, La Faurie, Le Coin y otras. Las gentes del lugar se dedicaban fundamentalmente a la agricultura y a la cría de ganado. La mayoría de la población era prácticamente católica. Marcelino fue el noveno hijo nacido del matrimonio de Juan Bautista Champagnat y María Teresa Chirat. Juan Bautista Champagnat era oficialmente conocido como “cultivateur”, un término aplicado en aquellos días a los campesinos propietarios de posición acomodada. El 5 de mayo de 1789, 1.200 diputados formaron los Estados Generales en Versalles. El gobierno no tenía un plan de acción que respondiera a las expectativas de los diputados y de la nación, y al defender el voto por estamentos en la Asamblea los miembros del tercer estado, tomando la iniciativa, abandonaron el 17 de junio los Estados Generales y proclamaron la Asamblea Nacional de Francia. Invitaron a los otros estados a unirse a ellos y juraron solemnemente no disolverse hasta que hubieran dado a Francia una constitución. Cuando el gobierno quiso disolver la Asamblea por la fuerza en julio, el pueblo de París se rebeló, tomando la fortaleza real de La Bastilla, y obligó al rey a aceptar la formación de la Asamblea Nacional Constituyente. Una revolución campesina se extendió a través del territorio e impulsó a la inquieta Asamblea - en una única sesión que duró toda la noche del 4 al 5 de agosto - a abolir todos los privilegios feudales, la nobleza hereditaria y los títulos nobiliarios. La Asamblea Nacional Constituyente, reunida desde 1789 hasta 1791, reorganizó la estructura institucional de Francia. Para acabar con la presión del problema financiero, confiscó las propiedades de la Iglesia y emitió papel moneda, usando las tierras confiscadas como fianza; reorganizó VIDA DE MARCELINO

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la Iglesia bajo la Constitución Civil del Clero, lo que suponía la creación de una Iglesia nacional francesa dirigida por el Estado; y estableció un nuevo sistema administrativo provincial y judicial, que modificó el control de la elección de los oficiales y jueces y puso fin al largo proceso de centralización. La Constitución adoptada en 1791 creó un gobierno parlamentario con una monarquía hereditaria y una asamblea elegida por sufragio restringido (a los ciudadanos que pagaban impuestos) e indirecto. La Asamblea Nacional Constituyente comenzó su actividad movida por los desórdenes y disturbios que estaban produciéndose en las provincias (el periodo del 'Gran Miedo'). El clero y la nobleza hubieron de renunciar a sus privilegios en la sesión celebrada durante la noche del 4 de agosto de 1789; la Asamblea aprobó una legislación por la que quedaba abolido el régimen feudal y señorial y se suprimía el diezmo, aunque se otorgaban compensaciones en ciertos casos. En otras leyes se prohibía la venta de cargos públicos y la exención tributaria de los estamentos privilegiados. A continuación, la Asamblea Nacional Constituyente se dispuso a comenzar su principal tarea, la redacción de una Constitución. En el preámbulo, denominado Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, los delegados formularon los ideales de la Revolución, sintetizados más tarde en tres principios, "Liberté, Égalité, Fraternité" ("Libertad, Igualdad, Fraternidad"). Mientras la Asamblea deliberaba, la hambrienta población de París, irritada por los rumores de conspiraciones monárquicas, reclamaba alimentos y soluciones. El 5 y el 6 de octubre, la población parisina, especialmente sus mujeres, marchó hacia Versalles y sitió el palacio real. Luis XVI y su familia fueron rescatados por La Fayette, quien les escoltó hasta París a petición del pueblo. Tras este suceso, algunos miembros conservadores de la Asamblea Constituyente, que acompañaron al rey a París, presentaron su dimisión. En la capital, la presión de los ciudadanos ejercía una influencia cada vez mayor en la corte y la Asamblea. El radicalismo se apoderó de la cámara, pero el objetivo original, la implantación de una monarquía constitucional como régimen político, aún se mantenía. El primer borrador de la Constitución recibió la aprobación del monarca francés en unas fastuosas ceremonias, a las que acudieron delegados de todos los lugares del país, el 14 de julio de 1790. Este VIDA DE MARCELINO

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documento suprimía la división provincial de Francia y establecía un sistema administrativo cuyas unidades eran los departamentos, que dispondrían de organismos locales elegibles. Se ilegalizaron los títulos hereditarios, se crearon los juicios con jurado en las causas penales y se propuso una modificación fundamental de la legislación francesa. Con respecto a la institución que establecía requisitos de propiedad para acceder al voto, la Constitución disponía que el electorado quedara limitado a la clases alta y media. El nuevo estatuto confería el poder legislativo a la Asamblea Nacional, compuesta por 745 miembros elegidos por un sistema de votación indirecto. Aunque el rey seguía ejerciendo el poder ejecutivo, se le impusieron estrictas limitaciones. Su poder de veto tenía un carácter meramente suspensivo, y la Asamblea quien tenía el control efectivo de la dirección de la política exterior. Se impusieron importantes restricciones al poder de la Iglesia católica mediante una serie de artículos denominados Constitución civil del Clero, el más importante de los cuales suponía la confiscación de los bienes eclesiásticos. A fin de aliviar la crisis financiera, se permitió al Estado emitir un nuevo tipo de papel moneda garantizado por las tierras confiscadas. Asimismo, la Constitución estipulaba que los sacerdotes y obispos fueran elegidos por los votantes, recibieran una remuneración del Estado, prestaran un juramento de lealtad al Estado y las órdenes monásticas fueran disueltas. Durante los quince meses que transcurrieron entre la aprobación del primer borrador constitucional por parte de Luis XVI y la redacción del documento definitivo, las relaciones entre las fuerzas de la Francia revolucionaria experimentaron profundas transformaciones. Éstas fueron motivadas, en primer lugar, por el resentimiento y el descontento del grupo de ciudadanos que había quedado excluido del electorado. Las clases sociales que carecían de propiedades deseaban acceder al voto y liberarse de la miseria económica y social, y no tardaron en adoptar posiciones radicales. Este proceso, que se extendió rápidamente por toda Francia gracias a los clubes de los jacobinos, y de los cordeliers, adquirió gran impulso cuando se supo que María Antonieta estaba en constante comunicación con su hermano Leopoldo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Al igual que la mayoría de los monarcas europeos, Leopoldo había dado refugio a gran número de ‘émigrés’ y no había ocultado VIDA DE MARCELINO

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su oposición a los acontecimientos revolucionarios que se habían producido en Francia. El recelo popular con respecto a las actividades de la reina y la complicidad de Luis XVI quedó confirmado cuando la familia real fue detenida mientras intentaba huir de Francia en un carruaje con destino a Varennes el 21 de junio. Juan Bautista Champagnat, antes que político era comerciante, antes que orador, molinero y antes que militar, campesino. Posiblemente ni él mismo lo sabía, aunque ese orden se impusiera en cada una de las acciones que tuvo que llevar a cabo durante años como representante de los poderes de la Revolución. Sus ideas políticas hasta 1789, habían sido una mezcla de erudición y liberalismo provinciano. No era una política consciente, ni por tanto tenía ningún objetivo electoral. Hablaba de política con la gente que comerciaba, con los curas, los maestros y quienes en las fondas se encontraban con él. Tenía una cultura superior a la mayoría de los habitantes de la comarca y en sus idas y venidas la daba a conocer en beneficio de lo que compraba o vendía, según su modo de ver las cosas. Juan Bautista Champagnat sin la revolución de 1789, nunca se hubiera visto metido en ninguna función publica. Pero la toma de la Bastilla el 14 de julio y la declaración de los derechos del hombre el 26 de agosto, le iban a obligar a ser otro hombre. Le iban a obligar y le obligaron, a dejar el molino, la granja y el comercio y dedicarse a la función publica. Juan Bautista era un acomodado propietario dedicado al comercio y al cultivo de las tierras. Las personas de esa categoría iban a ejercitar una influencia importante en la Francia rural. Así, en junio de 1791 fue nombrado Secretario del Ayuntamiento. De tiempo atrás, antepasados de Champagnat se habían dirigido a Marlhes y se habían establecido adquiriendo diversos bienes, trabajando y creando un linaje del que años más tarde nacería el protagonista de nuestra historia,

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La familia Champagnat se había instalado en Marlhes allá por el 1700. El árbol genealógico que conocemos, lo podemos plasmar aquí con este sencillo esquema:

Cuando Marcelino había cumplido un año y apenas un mes, La Asamblea Nacional , como ya hemos indicado anteriormente, confiscó las propiedades de la Iglesia y los obispos perdieron el control sobre la educación. Todos los miembros de la Iglesia fueron obligados a jurar fidelidad al Estado y renunciar a su lealtad al Papa de Roma. Los bienes fueron vendidos y quienes los adquirieron quedaron comprometidos con la Revolución. Estos hechos dividieron a la iglesia francesa en dos facciones: los refractarios y los juramentados; los que se negaron a bendecir, apoyar o tan siquiera admitir los principios de la Revolución y quienes “juraron” dichos principios. Ya que Marlhes tenía una población casi en su totalidad católica, Juan Bautista Champagnat había desempeñado diversas funciones dentro de las actividades de la Iglesia. En 1789, era el Director de los Penitentes del Santísimo Sacramento.

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TIEMPOS DIFÍCILES PARA LA IGLESIA El Papa Pío IV había denunciado La Constitución Civil del Juramento del Clero por medio de un decreto fechado en Marzo de 1791. Los sacerdotes que habían realizado el juramento, fueron suspendidos por el Papa, de esta manera, el Gobierno Revolucionario Francés estaba causando un cisma en la Iglesia Católica Francesa. La Asamblea Nacional ordenó a los sacerdotes que leyeran públicamente en sus iglesias un documento que convocaba los ciudadanos a reunirse y elegir sacerdotes para reemplazar a los que no habían tomado juramento de fidelidad al nuevo gobierno. El párroco de Marhles, Allirot, se negó. Juan Bautista trató de presionarlo, pero el Padre Allirot siguió sin querer darlo a conocer a la asamblea. Ante esta situación, Juan Bautista Champagnat subió al púlpito y dio a conocer el documento al finalizar la misa del domingo. La adhesión del clero al Gobierno fue numerosa. El mismo obispo de Lyon, Lamourette, había realizado el juramento y había pedido a los sacerdotes que hicieran público en sus iglesias el documento del gobierno. Para comprender mejor estos hechos, hemos de entender que gran parte del clero francés estaba educado en los principios del Galicanismo que se oponían frontalmente al Ultramontanismo. El galicanismo, consiste en la combinación de doctrinas teológicas y posiciones políticas que apoya la relativa independencia de la Iglesia católica francesa y el gobierno galo en sus relaciones con el Papa. Era lo opuesto al ultramontanismo extremo, que pedía la activa intervención papal en los asuntos políticos internos franceses. El galicanismo eclesiástico mantenía que las decisiones de los concilios ecuménicos tenían supremacía sobre el Papa, el cual no era infalible, y que todos los obispos estaban establecidos por derecho divino como los sucesores de los apóstoles. El galicanismo real subrayaba la absoluta independencia de los reyes franceses de Roma en todos los asuntos temporales. El galicanismo parlamentario, una posición de los tribunales franceses o parlamentos, era más radical y agresivo, demandando la total VIDA DE MARCELINO

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subordinación de la Iglesia francesa al Estado y, si era necesario, la intervención del gobierno en los asuntos financieros y disciplinarios del clero. Los orígenes del galicanismo se pueden encontrar al inicio de la Edad Media y en las numerosas luchas que se entablaron entre los reyes franceses y los papas sobre la autoridad política y el poder para cubrir puestos clericales y proceder al cobro de algunos impuestos. Los primeros planteamientos sistematizados del galicanismo como una doctrina articulada datan de finales del siglo XIV y principios del XV, cuando el galicanismo estuvo vinculado al movimiento conciliar y los esfuerzos para poner fin al Gran Cisma de Occidente en la Iglesia. Más tarde, el galicanismo se vio reforzado por algunas iniciativas institucionales. Mediante el Concordato de 1516, el Papa otorgó al rey francés el derecho a nombrar todos los obispos en su reino. La creación de la Asamblea General del clero francés, en el siglo XVI, reforzó la cohesión e independencia del episcopado francés con respecto a Roma. La doctrina consiguió su máximo éxito con los Cuatro Artículos Galicanos (Declaración del Clero de Francia) de 1682, promulgados por la Asamblea General encabezada por el obispo Jacques Benigne Bossuet y aceptados por el rey Luis XIV. Los Cuatro Artículos, que reafirmaban los preceptos esenciales del galicanismo real y eclesiástico, fueron rechazados de inmediato por el Papa, y más tarde el propio Luis XIV renunció a ellos. Fueron enseñados en la universidades y seminarios franceses hasta el advenimiento de la Revolución Francesa (1789). Tras este periodo, algunas actitudes galicanas subsistieron entre el episcopado francés hasta mediados del siglo XIX. La declaración del Concilio Vaticano I (1869-1870) sobre la infalibilidad del Papa y el triunfo general del ultramontanismo entre el clero francés puso fin al movimiento. El Padre Allirot, ultramontano, posteriormente, en 1792, realizó el juramento, no por convencimiento, sino como acto externo, para él, de nulo valor.

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TIEMPO DE CONFUSIÓN El 14 de julio de 1791, segundo aniversario de la Toma de la Bastilla, Juan Bautista se puso definitivamente a la cabeza del movimiento revolucionario en Marlhes aceptando el título de Coronel de la Guardia Nacional En un estrado montado a tal efecto, él realizó un apasionado discurso en el que, entre otras cosas dijo: “Desconocíamos nuestros

derechos y los hemos descubierto; se ha escrito la nueva constitución y nosotros hemos de apoyarla.” El año siguiente sería muy confuso. El 20 de abril de 1792, la Asamblea declaró la guerra a Austria y Prusia. Las iniciales derrotas y el temor a que austríacos y prusianos invadieran Francia, liberaran al monarca y acabaran con la revolución y proporcionaron la ocasión para terminar con la monarquía por la insurrección popular del 10 de agosto de 1792. Se eligió una nueva asamblea constituyente, la Convención Nacional, por sufragio universal masculino, que, en septiembre de 1792, estableció la I República francesa. Muy pocos querían unirse al ejército. La suspensión del Rey el 10 de agosto de 1792 empeoró las cosas, pero Juan Bautista continuó su ascensión al poder al ser elegido Diputado por el distrito de St. Étienne para la Convención General. El 18 de agosto de 1792, una ley suprimía todas las órdenes religiosas. Como excepción, se permitió a los Hermanos de la Salle que continuaran su labor académica siempre y cuando prestaran el juramento civil. El 12 de octubre de 1792, el párroco y el vicario de Marlhes prestaron juramento. Aunque la Revolución había sido aceptada de buen grado por las gentes del campo, el año 1793 contempló una gran escalada de violencia. El Rey había sido ejecutado en enero. El avance de la guerra contra Austria exigía cada vez más hombres; solo en el Departamento del Loira se exigían 30.000 efectivos humanos. Así mismo la división entre los mismos franceses estaba ocasionando una serie de revueltas importantes. Las revueltas en Lyon durarían hasta el mes de octubre.

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A Juan Bautista se le ordenó la confiscación de los bienes de los sospechosos. El encargo de confiscación de bienes de 1793 incluía una orden mucho más peligrosa para él y que nunca manifestó claramente a la familia: la de perseguir y encarcelar a los sacerdotes rebeldes, “refractarios”, de su departamento. Su tía Luisa echaba la culpa de la politización de su hermano a su primo J. Ducros, un revolucionario convencido, jefe del partido demagógico, que le apoyó en todo momento políticamente y consiguió, incluso ese mismo año de 1793, que le nombraran Juez de Paz de toda la región. Así que por obra de la Revolución Francesa y por su orden, el padre de Marcelino fue al mismo tiempo Coronel, Comisario, Elector y Juez de Paz. Muy difícil hubiera resultado para un revolucionario fervoroso cumplir diligentemente todas esas funciones y a la vez echar un vistazo al molino o vigilar la marcha de sus negocios familiares. Si su padre se hubiera beneficiado económica o socialmente de cualquiera de esas funciones, le hubieran cortado la cabeza, y si las hubiera cumplido todas con verdadero celo revolucionario, también. Pero Juan Bautista tuvo una sabiduría especial para cumplir su papel político: no quitó la vida a nadie; por el contrario permitió a muchos el disfrute de la vida y los bienes de supervivencia, y ellos no sólo velaron por su vida a la vez, sino que impidieron que nadie le sustituyera. Marcelino tenía entonces cuatro años y no era capaz de comprender lo que estaba sucediendo. Su padre había dado asilo en casa a dos religiosas: su hermana Luisa y su tía Juana. Los servicios religiosos tradicionales fueron suprimidos. El calendario republicano estableció una ceremonia civil cada diez días. En Marlhes Juan Bautista era el encargado de dirigir los servicios civiles dentro de la iglesia, que ahora se llamaba “El Templo de la Diosa Razón” El 1 de abril de 1794 los ciudadanos de Marlhes, hombres y mujeres, fueron conminados a suprimir todos los signos religiosos exteriores, a acomodar a los pobres en las casas de los ricos, a leer las leyes cada diez días en el Templo de la Diosa Razón a las 11 de la mañana y a asistir a la celebración sin ningún tipo de disculpas. Por aquel tiempo, se suprimieron las cruces, las iglesias, las campanas, los ornamentos, los relicarios, estatuas, etc. VIDA DE MARCELINO

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Es de destacar un hecho significativo que ocurrió en Le Puy: el 8 de junio de 1794, domingo de Pentecostés, sobre las 5 de la tarde, la estatua de “Nuestra Señora”, una de las estatuas más antiguas de Francia, fue sacada de su pedestal y quemada en una ceremonia pública a la que asistieron las más altas autoridades de la región. A pesar de que no existen referencias al respecto, se cree que Juan Bautista debió estar presente en el acto debido a su rango político en el distrito de St. Étienne en aquellos momentos históricos. La caída de Robespierre el 20 de julio de 1794 desencadenó una reacción contra la Convención. En enero de 1795 Juan Bautista dejó de ser magistrado y se le suprimió el cargo en la Guardia Nacional. En octubre de 1795, El Directorio asumió el poder. El Directorio estaba formado por cinco miembros elegidos por las dos cámaras de la Asamblea Legislativa. El Directorio controló el poder desde octubre de 1795 hasta noviembre de 1799. Cada director ocupaba el cargo de presidente durante tres meses y se reemplazaba a uno de los miembros anualmente. La economía del Estado quedó tan debilitada debido a la incompetencia y corrupción de este órgano, que el gobierno se declaró en quiebra a comienzos de 1796. Desde este momento, el Directorio trató de recuperar su solvencia económica mediante conquistas en el extranjero y situó a Napoleón Bonaparte (posteriormente Napoleón I), que había participado en la constitución del Directorio, al mando de los ejércitos franceses en Italia. Napoleón consiguió varias victorias sucesivas que aumentaron su poder y prestigio, mientras que la influencia del Directorio iba disminuyendo en el país. La combinación de las derrotas en el exterior y de los levantamientos contrarrevolucionarios en el interior había socavado la autoridad del Directorio en 1799, por lo que Bonaparte consiguió tomar el poder sin apenas oposición el 9 de noviembre de ese año. Este hecho, que ocasionó la caída del Directorio, se conoce como el golpe de Estado del 18 de brumario del año VIII, la fecha correspondiente del calendario republicano instaurado en 1792.

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Durante el gobierno del Directorio, se restableció la libertad de culto y el nuevo gobierno comenzó a acusar a los antiguos líderes, por lo que Juan Bautista fue arrestado y acusado. El principal cargo contra él fue el haber sido un líder local que secundaba los decretos del gobierno jacobino y, en especial, el de Robespierre. Sin embargo, los procedimientos contra él cesaron cuando el tribunal fue disuelto por un decreto del 31 de mayo de 1795. Fue para él una gran suerte que esto ocurriera ya que habiendo estado a las órdenes del antiguo régimen en la pequeña ciudad de Marlhes, podría haber sido fácilmente condenado. Los primeros diez años de Marcelino coincidieron con los diez primeros años de la Revolución Francesa. Por supuesto su tía Luisa, que pertenecía a las Hermanas de San José y cuyo nombre de religión era Sor Teresa, fue una de las muchas religiosas y religiosos “refractarios” que debieron salir huyendo del convento y tuvieron que refugiarse en hogares familiares o zonas olvidadas del campo. Así que su tía Luisa vino con la Revolución a casa de los padres de Marcelino y desde dentro de la familia intentó quitar de la cabeza de sus sobrinos las ideas revolucionarias de Juan Bautista, que había sido elegido por la Revolución como representante de la zona. En más de una ocasión, durante esos tiempos difíciles, la familia entera pasó noches en vela sospechando que alguno de la comarca les había denunciado por ocultar a sacerdotes, llevar a cabo practicas de culto prohibidas en el granero o por situaciones políticas que hacían referencia a la gestión de Juan Bautista. En una de estas ocasiones su padre fue acusado de no conseguir resultados espectaculares ni rendimientos óptimos en la confiscación de bienes del clero y la nobleza. Su padre siempre solía terminar los informes apoyándose en los actos públicos que había llevado a cabo y que todos podían atestiguar. Él no tenía la culpa si en la región había muy pocos nobles y el clero había vivido en la pobreza al contrario que en otras regiones. Lo que su padre siempre ocultó fue que, antes de llegar a la casa de nadie para confiscar bienes o detener a los “refractarios”, había hecho llegar emisarios que permitían salvar lo fundamental o poner tierra por medio a los “rebeldes”. Este procedimiento tan simple le ahorró muchas ejecuciones que hubieran resultado desastrosas para él, para su vida y para su familia. Por el contrario fue esa forma de actuar la que le granjeó las VIDA DE MARCELINO

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simpatías de la mayoría de los montañeses que veían la Revolución muy lejana. Por todo ello puede realmente decirse que su padre ejerció como un mediocre Coronel y Comisario de la Revolución, pero como un buen Juez de Paz, defensor de la justicia y el bienestar de sus electores. Posiblemente por eso, ocho años después de iniciada y concluida su función pública como representante y brazo armado de la Revolución, en el año 1798, fue elegido por sus paisanos Alcalde de la comuna de Marlhes. Como llegó a ser costumbre, cuando algún sabueso venido de París rastreaba el celo profesional del Coronel Champagnat y hacía sus pesquisas entre los campesinos, siempre obtenía la misma respuesta, como si todos se hubieran puesto de mutuo acuerdo, o lo hubiera hecho inconscientemente su instinto de conservación: “Mire Vd. señor, aquí, los nobles, los curas y los

rebeldes no existen; se han ido a otros departamentos y el Comisario Champagnat se ocupa celosamente de que no vuelvan...”. Todos eran cómplices, con su padre a la cabeza, de una Revolución asimilada a su modo, una Revolución familiar, domesticada y bautizada. Era una Revolución que no quería ni necesitaba sangre, al contrario que en París, y aunque el Directorio no hubiera conseguido resolver los enfrentamientos entre jacobinos y realistas, los paisanos que gobernaba Juan Bautista, sí habían encontrado la fórmula para convertirse en Revolucionarios sin dejar de ser cristianos o abandonar el cultivo de la tierra. Éste fue el éxito y el secreto de su gestión comunal y por ello sus paisanos le entregaron su confianza. Marcelino no heredaría de su padre su afición a la política, pero sí el amor a las empresas arriesgadas y peligrosas. Cuando a su padre le nombraron alcalde de Marlhes, él había cumplido ya 7 años. Todos en la familia esperaban que a partir de entonces llevase una vida más tranquila y volviera a dirigir realmente la granja, el molino y el comercio. La función publica de su padre había sido un desastre económico para todos y les obligó a una verdadera austeridad. Sin embargo la alcaldía no les devolvió la tranquilidad. El Consejo Revolucionario de Saint-Étienne, una vez que Champagnat abandonó su trabajo de Coronel y Comisario y los cambió por el de alcalde, se lanzó a una persecución rabiosa. El proceso no VIDA DE MARCELINO

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consiguió acabar con Juan Bautista, gracias al prestigio político que había conseguido en los años anteriores y al apoyo de todos sus paisanos. Nada es casual en la historia de las personas y si el destino no hubiera convertido a su padre en un hombre militar y político a cargo de la Revolución, hubiera sido guillotinado bajo acusación de alta traición. Su tía Luisa nunca comprendió esa relación. En ese tiempo, todo el afán de tía Luisa era sembrar en el corazón de sus sobrinos un odio irreconciliable a la Revolución y de paso a quienes la habían gestado y desarrollado en Francia. María Teresa la dejaba hacer. Juan Bautista no estaba en absoluto de acuerdo y sus hermanos mayores, cuando la oían hablar de la Revolución, solían interrumpir su discurso y con cierta ironía le repetían: “No lo digas tía, ya lo sabemos; la Revolución es la peor de todas las fieras”. En ocasiones, a su tía, la sorna de sus sobrinos no le sentaba bien y se retiraba sollozando a su habitación. Aquellos días, su tía Luisa estaba empezando a enseñarle a leer y escribir. Y la verdad es que Marcelino, por entonces, no le veía ni la necesidad ni la utilidad. Así que era un mal alumno. Por otra parte, los textos en que su tía intentaba hacerle leer no eran nada interesantes. En una ocasión, su tía y su madre se hallaban discutiendo acaloradamente acerca de la Revolución y del papel que había cumplido su padre. Él sorprendió su diálogo entrando precipitadamente desde el patio de la granja en el comedor. Con la ironía que se le había contagiado de sus hermanos, pero con una curiosidad sincera, preguntó: —Tía, ¿qué es la revolución? ¿Es una persona o una fiera? — ¡Pobrecito mío! Dios quiera que nunca sepas lo que es la Revolución; es la peor de todas las fieras, la más cruel que existe, la más sangrienta. —Entonces, ¿por qué mi padre trabaja para la Revolución ? —Hijo mío, tu padre no trabaja para la Revolución; tu padre hace lo que le mandan porque si se negara le arrebatarían la vida y peligraríamos todos nosotros. Ya ves que si no fuera por la Revolución ninguno de estos VIDA DE MARCELINO

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males asolarían Francia. Los sacerdotes y religiosos continuarían en paz alabando a Dios en sus iglesias y conventos y los hombres de bien, como tu padre se dedicarían a cultivar la tierra y comerciar y serían felices en el seno de sus familias. Su padre entró en ese momento y pudo escuchar las últimas palabras. Intervino en la conversación: —Luisa, te tengo dicho que no malees la mente del niño con tus historias sobre la Revolución. —Eso, ven tú a quitarme la razón; dime qué hacías persiguiendo a los indefensos frailes y monjas por los montes del Pilat. —Querida hermana: si no fuera por su mí serías perseguida o quizá ya hubieras perdido la vida. No todo el mundo es cruel entre los que defienden la Revolución ni todos son santos entre los que han ostentado la nobleza o las jerarquías del clero. Si no fuera así, la Revolución no hubiera sido necesaria... Su tía se echó a llorar y abandonó el comedor. Su madre, que había permanecido callada hasta aquel instante, añadió: —Juan, déjalo ya; no vais a comenzar vuestras infinitas discusiones como siempre, y menos delante del chico; ya sabes que no me gusta. Tiempo vendrá en que por si mismo descubrirá si la Revolución es una fiera o no... —Muy bien dejémoslo; pero no quiero que mi hijo pueda pensar un día que su padre fue un cruel asesino o que quienes iniciaron la Revolución en Francia lo hicieron ávidos de sangre, sin motivos o por simple odio contra la Iglesia y la Monarquía. La Revolución Francesa se asentó sobre la Declaración de los Derechos del hombre, y nunca antes se había hecho una proclamación tan justa de la grandeza de la persona humana a no ser en tiempos de Jesucristo. Pero entonces, como ahora, siempre aparecen los judas. Espero que al menos la sangre que ha sido derramada en Francia sirva para reconocer en el futuro los errores históricos y evitarlos... —Mira Juan, no empieces con tus discursos que nosotros no te vamos a elegir nuevamente Comisario y deja que el niño se vaya a buscar a sus hermanos y les ayude a recoger los animales

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Marcelino salió sin responder palabra, pero aquella conversación, como otras que habían tenido lugar en su casa sobre la Revolución, hicieron que a menudo se planteara la misma pregunta: “¿Qué es la Revolución? ¿Tendrá razón mi tía, o tendrá razón mi padre? ¿Tal vez yo pueda ser un revolucionario? No me gustaría perseguir a nadie, pero sí me agradaría bajar hasta Lyon y tratar asuntos importantes que beneficiaran a la gente y a mis amigos y que me lo reconocieran.” De todos modos ya entonces, a pesar de su falta de cultura y de sus siete años, no estaba muy de acuerdo ni con la versión de su padre ni con la versión de su tía. La revolución le traía imágenes como una gran avalancha de nieve, como de una gran tormenta que avanza, o como un vendaval que fuera arrastrándolo todo a su paso... Para su mente infantil la REVOLUCION no se le presentaba como un lobo; le parecía una enorme esfera que se movía y lo envolvía, dando vueltas cada vez más rápido, sin que pudiera impedirlo. Luego la esfera explotaba con un gran estruendo y los campos se iluminaban. La mayoría de los acontecimientos de la vida de Marcelino, comenzando por su nacimiento en el año del estallido de la Revolución Francesa, se produjeron en fechas importantes para la historia de Francia.

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NAPOLEÓN TOMA EL PODER El golpe de Estado que tuvo lugar el 9 y 10 de noviembre (18 y 19 de brumario) derrocó al Directorio. El general Napoleón Bonaparte, en aquellos momentos héroe de las últimas campañas, fue la figura central del golpe y de los acontecimientos que se produjeron posteriormente y que desembocaron en la Constitución del 24 de diciembre de 1799 que estableció el Consulado. Bonaparte, investido con poderes dictatoriales, utilizó el entusiasmo y el idealismo revolucionario de Francia para satisfacer sus propios intereses. Sin embargo, la involución parcial de la transformación del país se vio compensada por el hecho de que la Revolución se extendió a casi todos los rincones de Europa durante el periodo de las conquistas napoleónicas. Una consecuencia directa de la Revolución fue la abolición de la monarquía absoluta en Francia. Asimismo, este proceso puso fin a los privilegios de la aristocracia y el clero. La servidumbre, los derechos feudales y los diezmos fueron eliminados; las propiedades se disgregaron y se introdujo el principio de distribución equitativa en el pago de impuestos. Gracias a la redistribución de la riqueza y de la propiedad de la tierra, Francia pasó a ser el país europeo con mayor proporción de pequeños propietarios independientes. Otras de las transformaciones sociales y económicas iniciadas durante este periodo fueron la supresión de la pena de prisión por deudas, la introducción del sistema métrico y la abolición del carácter prevaleciente de la primogenitura en la herencia de la propiedad territorial. Napoleón instituyó durante el Consulado una serie de reformas que ya habían comenzado a aplicarse en el periodo revolucionario. Fundó el Banco de Francia, que en la actualidad continúa desempeñando prácticamente la misma función: banco nacional casi independiente y representante del Estado francés en lo referente a la política monetaria, empréstitos y depósitos de fondos públicos. La implantación del sistema educativo secular y muy centralizado -, que se halla en vigor en Francia en estos momentos, comenzó durante el Reinado del Terror y concluyó durante el gobierno de Napoleón; la Universidad de Francia y el Institut de France fueron creados también en este periodo.

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Todos los ciudadanos, independientemente de su origen o fortuna, podían acceder a un puesto en la enseñanza, cuya consecución dependía de exámenes de concurso. La reforma y codificación de las diversas legislaciones provinciales y locales, que quedó plasmada en el Código Napoleónico, ponía de manifiesto muchos de los principios y cambios propugnados por la Revolución: la igualdad ante la ley, el derecho de habeas corpus y disposiciones para la celebración de juicios justos. La Revolución también desempeñó un importante papel en el campo de la religión. Los principios de la libertad de culto y la libertad de expresión tal y como fueron enunciados en la Declaración de Derechos del hombre y del ciudadano, pese a no aplicarse en todo momento en el periodo revolucionario, condujeron a la concesión de la libertad de conciencia y de derechos civiles para los protestantes y los judíos. La Revolución inició el camino hacia la separación de la Iglesia y el Estado. El mismo año en que tuvo lugar el golpe de estado del 18 de brumario (9 de noviembre de 1799), el mismo año en que fue proclamado el Consulado, el mismo año en que Napoleón Bonaparte fue llamado al poder para reorganizar política y administrativamente el país, Marcelino Champagnat recibió la primera comunión y fue a la escuela para aprender a leer y escribir. Había cumplido los diez años y era un muchacho tímido, retraído, moreno, más ancho de espaldas de lo normal y más alto que la mayoría de sus compañeros de Marlhes.

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NO VOLVERÉ A IR A LA ESCUELA A pesar de los tiempos tan difíciles en que se desarrolló su infancia y su adolescencia, la familia Champagnat no careció de lo necesario para vivir. Las comidas tenían lugar siempre a sus horas y se sentaban todos juntos. De la conducta de la familia dentro de casa, su madre era la responsable y el juez. De la conducta fuera del hogar, de la relación con los vecinos y el mundo exterior, el responsable, consejero y juez era su padre. De este modo jamás se contradecían entre ellos y Marcelino y sus hermanos sabían en todo momento a qué atenerse. Su tía se había ocupado, por el contrario, de su formación cultural, entendida en el más amplio sentido. Le dio clases de todo al mismo tiempo: de lectura, de religión, de política, de moral y buenas costumbres, de escritura, de aritmética, de geografía. La mezcla que hizo de todo y su falta de interés real, dieron como resultado un desarrollo escolar muy mediocre. Su tía trataba enseñarle los rudimentos primarios de la escuela, pero Marcelino, se sentía más inclinado a sumar y restar corderos y multiplicarlos por el dinero que sacaban de ellos cada uno sus hermanos cuando los vendían. El resultado fue que a los 10 años y a punto de cumplir once, no sabía ni leer ni escribir y su madre tomó la decisión de llevarle a la escuela y ponerle a las órdenes del instructor comunal Sr. Bartolomé Moîne. Ése fue uno de los días que se grabaron a fuego en su vida. Hasta entonces, él no había tenido que enfrentarse más que con su familia, con los miembros de su casa y con quienes llegaban en son de paz a ella a pedir refugio, ayuda o consejo. Desde el instante en que se vio enfrentado con el Sr. Bartolomé comprendió que se había terminado para él la vida fácil y que tendría que aprender con sufrimiento propio todo aquello que todavía desconocía. La escuela estaba en la plaza mayor, enfrente de la iglesia, en la planta baja del edificio que usaba su padre como alcaldía El maestro, cuando su padre lo presentó, estuvo muy complaciente, le entregó unos libros y un cuaderno en blanco y le mandó ocupar uno de los últimos pupitres de la habitación. Durante la primera parte de la clase, el maestro mandó a todos leer en voz alta. VIDA DE MARCELINO

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A intervalos, llamaba hasta su mesa para enseñar a leer a los más pequeños. Marcelino permanecía quieto, intentando leer a media voz el libro que D. Bartolomé le había dado. En un momento concreto el maestro lo miró y lo llamó a su estrado. Él se levantó para acercarse y, cuando iba por el pasillo que separaba las dos hileras de pupitres, otro chico se le adelantó, echó a correr y se puso al lado del maestro. El Sr. Bartolomé enrojeció, se puso de pie, y le pegó una bofetada que le hizo tambalearse y añadió:

”¡Toma! Por intentar colarte; y ahora vete a tu puesto”. Finalizado este incidente, el maestro hizo una señal a Marcelino para que se acercara, pero éste estaba mudo, como paralizado por el miedo; ya no pudo articular palabra durante el resto de la clase. El Sr. Bartolomé se quedó muy sorprendido y, a pesar de que Marcelino estaba esperando que el maestro le fuera a pegar también a él, sin embargo sólo le ordenó regresar a su pupitre. A sus diez años nunca había visto pegar a nadie en casa y las reprensiones bastaba con que fueran de palabra. Tal vez por eso la conducta del maestro le hirió y desagradó tanto. En aquel instante se juró a sí mismo que no volvería a pisar la escuela. Y así lo cumplió. Ese mismo día, cuando se reunieron todos a comer, contó lo que había sucedido y añadió: “No volveré a

la escuela del Sr. Bartolomé; lo mismo que ha maltratado sin razón a ese chico, me puede maltratar a mí; no quiero recibir de él lecciones y menos castigos”. En vista de su éxito en la escuela y para que, por lo menos, no perdiera el tiempo, lo enviaron a la parroquia para que se preparara y pudiera hacer la primera comunión. La subida al poder de Napoleón en Noviembre de 1799 y la nueva constitución del 13 de diciembre de aquel año, había devuelto el culto público a las iglesias, los sacerdotes habían salido de sus escondrijos y las prácticas religiosas comenzaban a recobrar vida en Marlhes. Con la nueva situación política, su padre abandonó definitivamente la alcaldía y volvió a ocuparse de las tareas de la granja familiar. Las catequesis, en aquel año de 1800, solían tener lugar por las tardes y el Padre Lorenzo, el ayudante del párroco, los instruía en temas de religión.

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Uno de tantos días, los chicos estaban especialmente inquietos. El padre Lorenzo hablaba y hablaba y Marcelino y los otros niños no le estaban atendiendo. Enfadado por ello preguntó sobre lo que acababa de explicar a un chico llamado Renné. Evidentemente el muchacho no supo qué decir. Entonces el señor cura, dirigiéndose a él le dijo: “Eres un zoquete y un

borrico; si te pusieran orejas, rebuznarías”. Renné no volvió a moverse, pero a la salida, todos los demás le rodearon repitiendo el mote que le había dado el cura y se mofaban de él:

“¡Zoquete, borrico, zoquete, borrico!”. Al principio Renné se enfadó con sus compañeros, pero, como era el más pequeño en estatura, los demás no le tenían temor y acrecentaron sus burlas. Con el paso del tiempo la crueldad de los demás chicos aumentó y Renné tuvo que optar por aislarse; de este modo pasó a ser un muchacho hosco, huraño y de reacciones salvajes. Estaba claro que sus dos primeros encuentros con el mundo de la cultura y de la religión fueron muy desagradables para Marcelino, y quienes debieran haberle inculcado el amor por ambas cosas, consiguieron con su comportamiento, devolverle al molino, la granja y los animales domésticos, como algo que le merecía más confianza y tranquilidad. Marcelino se incorporó nuevamente a la granja y a las labores que ocupaban diariamente a su familia y habían hecho de ella una de las más prósperas de toda la región, desde Marlhes a Saint-Étienne.

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LA GRANJA FAMILAR Cuando Marcelino tenía once años, la granja familiar era realmente un caserío grande, autosuficiente pero íntimo, donde el sentido, los olores y la relación entre animales domésticos y vida hogareña estaban muy vinculados. El edificio principal tenía cuatro dormitorios en planta alta mirando al patio y otros dos mirando a la parte de atrás. Eran más bien dos casas adosadas, con dos entradas y dos portales diferentes. La entrada primera era rectangular y la segunda arqueada. Al lado de la segunda otro salón mayor y un dormitorio, que fue el que ocupó su tía Luisa. Unido a este cuerpo del edificio por el saliente, había otra nave que hacía de silo, granero y almacén de mercancías, con un portón alto que permitía meter los carros hasta la tolva misma del molino. El molino estaba en el extremo oriental de la nave, sobre un riachuelo que bajaba del Pilat. Debajo del molino había cruzadas dos enormes muelas de piedra. Sobre ellas, las poleas y el mecanismo que hacía bajar de la tolva el grano. La tolva se alimentaba desde un templete al que se subía por una escalera de madera desde el almacén de sacos de granos. Ver moler y transformarse el trigo en harina fue desde muy pequeño, una de las ocupaciones que lo tenían fascinado. Su mente era incapaz de descubrir en aquel artefacto arcaico de poleas y engranajes, el secreto que permitía convertirse los granos de trigo candeal en aquellos polvos blancos finísimos y suaves. Lindando con el molino y haciendo con él una “U”, había una tenada de menos altura, donde guardaban por la noche el rebaño de ovejas y corderos, y dos vacas. En el otro extremo de la tenada, con entrada independiente, había patos, conejos y gallinas. Las tres primeras edificaciones eran a dos vertientes; la cuarta y ultima estaba adosada a la fachada principal por el lado de la cocina. En esta nueva edificación se encontraba el horno de leña y un hogar. En el horno su familia se hacía su propio pan y, en ocasiones señaladas, pastas o rosquillas que a Marcelino le encantaba probar cuando todavía estaban sin tostar. Finalmente y en el mismo edificio, aunque con entrada directa abajo, estaba la carpintería y el almacén de aperos de labranza y las herramientas. VIDA DE MARCELINO

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A su madre le preocupó francamente su percance con la escuela, Pero se sintió impotente para buscar otra solución por el momento. Su padre, por el contrario, se sentía satisfecho de ver sus inclinaciones naturales para el trabajo y las ocupaciones manuales, su perspicacia para tratar con el ganado y cultivar la tierra. No le apenó lo más mínimo su tropiezo con el maestro y se encargó de hacerle conocer la sabiduría práctica y teórica que había adquirido como granjero, molinero, agricultor, ganadero y constructor a lo largo de su vida. Marcelino había visto a su padre y a sus hermanos mayores hacer mangos de herramientas, arreglar las sillas del comedor, las mesas, los bancos, hacer marcos y ventanas, bargueños y arcones. Ahora podía manejar el escoplo, el cepillo y la sierra; y ello le hacía sentirse útil, casi hombre. Aprendió a cultivar la tierra, a sembrar, excavar y recoger cuando las lunas eran propicias. Ayudó a sus hermanos a moler el trigo y distribuir la harina entre los campesinos que eran clientes habituales de la hacienda. Le enseñaron a usar la paleta, la arena y la argamasa en las construcciones de los cortijos y la tenada para el ganado. En todo ello descubría cada día satisfacciones nuevas. Pero donde realmente se sentía en su medio era con el ganado y, especialmente, pastoreando su rebaño por el campo, viendo como cada invierno aumentaba la cría de corderos, y comprobando el negocio que hacía con ellos. Su padre estimulaba sus buenas disposiciones. Para premiar su dedicación y buen aprendizaje, le dieron unas monedas de plata que él entregó a su madre para que se las guardara. Posteriormente le regalaron tres corderos para que los criara y negociara con ellos, de forma que así pudiera iniciar la creación de su propia hacienda para el futuro si había de ser ganadero, como parecía ser ésta su inclinación natural. Los tres corderos fueron los preferidos del rebaño: pastaban la mejor hierba, y en unos meses se habían puesto cebones. Los vendió y compró con ellos siete más. A la vista de la marcha del negocio, uno de sus hermanos se asoció con él. Convinieron en hacer caja común y repartir a final de cada temporada los beneficios. Se juraron fidelidad el uno al otro mientras vivieran y los dos pensaban que llegarían a ser ricos muy pronto. Tenía entonces quince años. Habían transcurrido cinco desde el incidente con el maestro Bartolomé. A su padre le quedaban realmente VIDA DE MARCELINO

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pocos secretos más que enseñarle. Le quedaba uno, el de la política, pero posiblemente era el único que no podía enseñarle, como no había podido su tía enseñarle la religión.

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VOY A ESTUDIAR LATÍN Marcelino era feliz y se sentía plenamente realizado en medio de la familia. No tenía otros horizontes en que pensar. Por aquel entonces, el Cardenal Fesch, tío de Napoleón, tomó posesión de la diócesis el 2 de enero de 1803. Quince días más tarde fue nombrado Cardenal de la Iglesia Católica. Su principal inquietud fue hacer una campaña para mejorar la terrible situación en la que había quedado el clero francés. Quedaban pocos sacerdotes en activo a causa del martirio, la escisión, la avanzada edad y la apostasía. Para ello, inició una campaña de reclutamiento de jóvenes franceses que quisieran ir a los seminarios a hacerse sacerdotes. Como consecuencia de las órdenes directas de Fesch, se inició un despliegue de medios, como nunca antes se había conocido, para repoblar los seminarios invitando a jóvenes que reuniesen las mejores condiciones de inteligencia, carácter y formación. Encargó a su vicario general, Mosén Courbon, que ordenara a todos sus sacerdotes una minuciosa búsqueda y selección de jóvenes aptos para ocupar los seminarios que acababa de fundar. Mosén Courbon envió reclutadores a todas las zonas de la diócesis. Probablemente a Marlhes llegara el padre Linossier, nacido en St. GenestMalifaux, muy cerca de Marlhes. El padre Linossier llegó a Marlhes y le preguntó al párroco si sabía de algunas familias que tuvieran hijos para ir a visitarles y proponerles ser sacerdotes. El abate Allirot se quedó pensativo, reflexionó un largo rato repasando una a una las familias de su parroquia y al final respondió: —No conozco en mi parroquia a ningún joven que les pueda convenir, aunque la familia Champagnat tiene varios chicos que llevan una vida retirada. El padre ha ocupado cargos relevantes, sus hijos son granjeros y de escasa formación cultural. Por otra parte, nunca le he oído que alguno de sus hijos tuviera intención de estudiar latín. De regreso a Saint-Genest-Malifaux tiene que pasar por su granja en el Rosey, así que entre y pregúnteselo Vd. mismo para salir de dudas.

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Es significativo, después de los hechos que hemos contado, que el abate Allirot, párroco de Marlhes, le indicara al reclutador de vocaciones que la única casa de la que podría conseguir una vocación fuera la del revolucionario Juan Bautista Champagnat. El sacerdote bajó hasta la granja de su padre, le encontró en medio del patio con su hermano mayor, le saludó y le preguntó: —¿Adivine a qué vengo a su casa? —No tengo la menor idea, Vd. dirá. —El Sr. Cura me ha dicho que tiene Vd. varios hijos varones, muy formales, inteligentes y con bastante aptitud para estudiar latín. Su padre se quedó extrañando de esta presentación pero respondió: —Me sorprende lo que Vd. me dice. Jamás he comentado nada semejante con el Párroco Allirot. Por otro lado ninguno de mis hijos, hasta ahora, ha manifestado intención alguna de estudiar. Pero Vd. mismo, si lo desea, se lo puede preguntar. Mire, este es mi hijo mayor Juan. Su padre le miró y le preguntó: —¿Tienes tú ganas de estudiar latín? Su hermano se sonrojó y respondió con un “no” rotundo. Su padre le mandó buscar a los demás hermanos. Encontró Juan Pedro y a Marcelino en la aceña y le acompañaron hasta el patio. Su padre les dijo: —Aquí tenéis al abate Linossier que viene desde Lyon para saber si alguno de vosotros quiere estudiar latín. ¿Queréis iros con él? Su hermano respondió que no. Marcelino no se sabe lo que dijo porque nadie entendió su respuesta. El Sr. Cura, entonces, lo llamó aparte, pidió permiso a su padre para entrar en casa y examinarle detenidamente. Se sentaron frente a frente en la mesa del comedor y le sometió a un interrogatorio minucioso sobre su infancia, sus ideales, su comportamiento con los chicos y chicas de Marlhes, su relación con sus padres y hermanos, sus ideas religiosas... VIDA DE MARCELINO

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Durante toda la conversación respondió con cortedad, pero con franqueza, a impulsos de lo que realmente sentía. Al final, mirándole fijamente y apoyando su mano sobre su hombro el sacerdote le dijo categóricamente: —Hijo, tienes que estudiar latín y hacerte sacerdote; es tu destino. El sacerdote se despidió y dijo a su padre: —Le felicito a Vd. Tendrá un hijo sacerdote. Marcelino se había quedado en el comedor. Entraron sus hermanos para averiguar lo que habían hablado y como única respuesta les dijo: —Voy a estudiar latín. Se quedaron muy asombrados. No hicieron comentario alguno. Todos, incluidos sus padres, pensaron que era una broma suya ya que había sido incapaz de soportar los libros y aprender a escribir. Su encuentro con aquel sacerdote en el verano de 1803 fue decisivo. Marcelino quería estudiar latín pero no había aprendido ni a leer ni a escribir su idioma natal. Asombrosamente, perdió su entusiasmo por el negocio del ganado. Su hermano Juan Pedro y socio en el negocio, no daba crédito a lo que estaba viendo y le insistía a diario para que se quitara tal idea de la cabeza. Todos eran del mismo parecer: ¿Cómo podría estudiar latín, cómo iba a ingresar en el seminario, si a sus quince años bien cumplidos no sabia leer ni escribir? Su padre le animaba un día y otro a seguir adelante con el buen negocio del ganado que había montado a medias con su hermano Juan Pedro y le prometió incluso nuevos estímulos económicos para que lo consiguieran lanzar definitivamente. Todo fue inútil. La idea de estudiar latín le martilleaba día y noche, le quitaba el sueño y le impedía concentrarse en los trabajos físicos de la granja.

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La única solución viable para romper el círculo vicioso se le ocurrió a su madre. Al final de aquel verano y antes de entrar en otoño, durante la comida, dirigiéndose a su padre dijo: Dentro de unos días van a venir María Ana y Benito ya que quieren pasar unos días en casa antes de que comience el curso. ¿Qué te parece si les sugerimos que Marcelino les acompañe durante el próximo año? Benito sabe latín y podía prepararle, aunque sea de un modo rudimentario. De este modo evitamos correr el riesgo de que vaya al Seminario y tenga que volverse porque se ha equivocado. El juicio de Benito sobre su capacidad puede ser importante para él y para nosotros. Su padre, por todo comentario miró a Marcelino y añadió: —Tú, Marcelino, ¿qué dices? ¿Quieres irte con tu hermana y tu cuñado a probar suerte con la lectura y el latín? —Me parece bien. Puedo irme con ellos cuando vengan, dentro de unos días. Ya hemos terminado las faenas más pesadas del campo y podréis valeros sin mí. Vio la cara de espanto de su hermano. Se quedaba colgado con el negocio de los corderos. Él lo tranquilizó: —No te preocupes por los corderos, te los dejo a precio de costo y el dinero, cuando puedas pagarlo, se lo entregas a la madre para que me lo guarde. Las conversaciones sobre este tema siempre habían sembrado la tensión en la familia y había como un mutuo acuerdo para no hablar más que lo imprescindible sobre este asunto. Su hermana y su cuñado pasaron en casa la última semana de septiembre y Marcelino marchó con ellos a Saint-Sauveur, un pueblo próximo a Marlhes, donde su cuñado, exseminarista, ejercía como maestro. Acudió a la escuela con su cuñado desde el primer día. Todos los chicos eran menores que Marcelino y a menudo se mofaban de él cuando veían su torpeza en la lectura a pesar de ser tan grande y tan mayor a sus ojos. En la escuela había chicos de seis y siete años que ya sabían leer. Él tenía quince y les doblaba a todos en estatura. Realmente allí estaba fuera VIDA DE MARCELINO

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de lugar. Llegaba a la escuela en la edad justa en que la mayoría solía abandonarla. Vivía con su hermana y su cuñado y procuraba ayudarles en las tareas de la casa. Saint-Sauveur era un pueblo tan pequeño como el suyo y allí carecía totalmente de amigos. Por otra parte había ido con un fin muy concreto: aprender lectura escritura y, si era posible, algo de latín. Su cuñado Benito era en Saint-Sauver lo que Juan Bautista, su suegro, había sido en Marlhes. Él era la clase de hombre de cierta cultura al que muchas personas se acercaban a pedirle consejo. Parece ser que Benito trataba a Marcelino más como trabajador que como alumno. Marcelino pasó dos años con él - parte del 1803-1804 y parte del 1805. Durante los pocos ratos libres y los fines de semana procuraba ampliar las lecciones de la escuela o recibía clase particular de su cuñado Benito. Su cuñado le decía a menudo: —Ya sabes que puedes quedarte aquí uno o dos años si lo deseas. Aprende a leer y escribir si quieres, aunque ya ves que a tu edad resulta muy cuesta arriba, pero no se te ocurra intentar la aventura del seminario; esa decisión será un fracaso. Su adelanto durante el curso de 1803 a 1804 fue escaso. Las cosas, según avanzaba el tiempo, fueron empeorando y en primavera, cuando se evaluaron sus esfuerzos, su cuñado se vio en la obligación de enviarle a casa con una carta cerrada para sus padres que decía lo siguiente:

“Vuestro hijo, se empeña en seguir los estudios pero sería un error dejarle continuar. Carece de dotes para lograrlo. No está hecho para estudios tan largos. Si va al seminario, tarde o temprano deberá renunciar. Hablo por experiencia. Emprender una carrera tan larga como ésa, obliga a unos gastos y un esfuerzo que, de no resultar bien, traen arrepentimientos tardíos y en el caso de Marcelino puede hacerle perder un tiempo que a su edad es definitivo e incluso poner en peligro su salud”. Sus padres le leyeron la carta y le dijeron que se pensase muy bien lo que deseaba hacer.

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El año había sido el más difícil de su vida. La lucha entre su decisión y las dificultades personales para llevarla a cabo y los impedimentos físicos de los seres que le rodeaban, llegaron en ocasiones a hacerle dudar. ¿Estaría cometiendo el error de creerse en posesión del criterio correcto en contra de todos? ¿Se estaba manteniendo en su decisión exclusivamente por tozudez o por orgullo? Aquel verano, 13 de junio, muere el padre de Marcelino, a los 49 años. Ninguno de la familia estaba preparado para perder al padre tan inesperada y bruscamente. Su ausencia afectó a todos de un modo profundo. La muerte de su padre no contribuyó a disuadirle de sus intenciones. Sentía que debía aplazarlas por un tiempo, meditarlas y madurarlas, pero sabía también que en un plazo breve daría el salto definitivo. Su familia, viéndole más ocupado en los trabajos de la casa y volcado sobre su madre, pensó que sus intenciones sobre el seminario habían pasado a mejor fin y que se quedaría con ellos en el futuro. Todo lo cura el tiempo, y, al comienzo de la primavera de 1805, Marcelino comprendió que se acercaba el momento de dar su batalla definitiva y continuar el camino que había interrumpido. Aprovechó la celebración de su dieciséis cumpleaños para plantearlo ante toda la familia. Sin que ellos se lo esperaran, les dijo: —Ahora que ya hemos superado todos la desaparición de nuestro padre, debo deciros que no he olvidado por un momento la idea de estudiar latín. Desde ahora hasta el otoño voy a intentar reservar plaza en el Seminario de Verrières y preparar la ropa y todo lo necesario. Sus hermanos se quedaron petrificados. Habían olvidado por completo su manía de estudiar latín. Solamente se atrevió a contestar su hermano Juan Bartolomé: —Marcelino, no puedo aprobar tu decisión. Sabes de sobra que no reúnes condiciones para el estudio. Nuestro cuñado Benito, que tiene pruebas y criterio suficiente, te lo ha dicho con toda crudeza. ¿Por qué te empeñas en tomar una decisión tan descabellada?

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—Perdona, Juan, en ausencia de nuestro padre acepto tus criterios y tu consejo, ya que tú eres ahora el encargado de los asuntos de la familia, pero tengo la certeza más absoluta de que ese es mi camino y que acertaré. —La familia no está en estos momentos excesivamente boyante para pagar unos estudios tan largos y tan caros como los de la carrera de sacerdote durante 13 ó 14 años. Creo sinceramente que no tienes derecho para cargarnos a todos con ese peso tan duro. —No te preocupes por eso, Juan. He tomado con tiempo mis precauciones. Nuestra madre tiene guardado todo el dinero de mi negocio y mis ahorros durante estos últimos años. Con esa cifra podré atender de momento a los gastos de ajuar y pensión, por lo menos durante varios años, el tiempo suficiente para saber si ha de ser ése mi camino definitivo. Su madre no comentó nada, simplemente miraba a los dos hermanos con un enorme sufrimiento interior que se reflejaba en sus ojos. Sin embargo, una vez a solas, le dijo: —No te apures, hijo, yo te acompañaré a Verrières y compraremos ese ajuar antes del otoño. Si crees que ése es tu destino, yo te apoyaré; no te detengas. Así pues, madre e hijo se encaminaron a La Louvesc para solicitar la ayuda de San Francisco de Regis. Para este peregrinaje, anduvieron 40 Kilómetros entre la ida y la vuelta empleando para ello tres días. Acompañó a sus hermanos en sus trabajos de la granja durante todo el verano de 1805. Fue uno de los mejores años y la familia llenó las arcas de grano. Marcelino lo entendió como una respuesta a los temores de su hermano Juan, convertido en cabeza de familia.

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EL SEMINARIO DE VERRIÈRES Durante el mes de octubre, en la carreta que tantas veces había utilizado su padre para llevar y traer mercancías por todo el valle, acompañado de su madre y su hermano mayor, llegó al seminario de Verrières, que contaba entonces con 50 alumnos distribuidos en tres cursos. El 1 de noviembre de 1805, ingresa en el Seminario menor de Verrières, fundado el año anterior por el Rector Pierre Périer. El seminario contaba solamente con tres profesores y la pensión completa venía a ser de doce francos por mes. Él había hecho rápidamente sus cálculos y le alegró saber que con sus seiscientos francos ahorrados podría cubrir fácil y holgadamente los gastos de tres años sin tener que molestar a su familia. Ello le daba un amplio margen para vencer todas sus limitaciones, ganar el tiempo perdido y convencer a su familia más cercana de que por fin había encontrado su destino. A sus diecisiete años había alcanzado ya su desarrollo físico, y aparentaba un hombre de una gran estatura, medía un metro setenta y cinco. Por supuesto era el más alto de todo el seminario y el de más edad. Ello no impidió que durante todo el mes de octubre y parte de noviembre fuera el último de la clase. Sus compañeros de aula y del seminario se mofaban de él. El curso no funcionó bien. Además se unió a un grupo de compañeros cuyo comportamiento dejaba mucho que desear. Les llamaban “La Banda Alegre.” Su mal comportamiento, unido a sus escasos resultados académicos fueron motivo suficiente para que el Rector del Seminario le invitara a dejarlo. Al llegar a casa, fue su madre la que lo trató de animar para que regresara. Ella habló con el Padre Allirot para que convenciera al Rector de que volvieran a admitir a su hijo. Marcelino acompañó a su madre de nuevo a la tumba de San Francisco Regis y prometió enmendarse. El Rector volvió a admitir a Marcelino. VIDA DE MARCELINO

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Como consecuencia de este percance, tomó una serie de resoluciones definitivas: romper la estructura cerrada del grupo que habían formado y relacionarse con todos, vigilar sus reacciones de orgullo y evitar, siempre que no fuera absolutamente necesario, acudir a lugares como la taberna a la que habían acudido en Saint-Étienne. A pesar de su edad no había perdido su timidez. Era un mozo de provincias, callado, en cierta forma taciturno, acomplejado y tímido. Al ser el mayor del seminario, los profesores pensaron que podría vigilar el dormitorio ya que, cuando el profesor que vigilaba se iba a dormir a la parroquia, los seminaristas aprovechaban para hacer travesuras. Los profesores, para evitarle la vergüenza de ser el último, le propusieron comenzar con algunas clases de lectura y escritura antes de pasar al estudio del latín. Marcelino se negó y les dijo: —No quiero ser tratado por mi edad o mi estado cultural con una norma especial. Me adaptaré a la marcha general del curso y conseguiré ponerme a la altura de todos. Las clases no eran muy regulares en Verrières ya que estaba en los primeros años de existencia. Los muchachos estaban distribuidos en grupos según su grado de conocimiento y de llegada al seminario. Muchos mostraban un atraso considerable y una edad avanzada. El Cardenal Fesch recomendaba comprensión a los profesores y les decía que era mejor que los campos del Señor se arasen con asnos que dejarlos sin cultivar. Cuando comenzó su segundo año de seminario, él avanzó al séptimo curso simplemente porque era una norma en Verrières que todos los estudiantes, después de cursar el primer año de seminario, debían entrar en el séptimo curso. El Plan de Enseñanza constaba de: Primaria: 11ª, 10ª, 9ª, 8ª y 7ª clases. Secundaria: 6ª, 5ª, 4ª, 3ª, 2ª, 1ª. Terminal. La vigilancia del dormitorio le permitió aprovechar diariamente unas horas más de estudio y ello, a lo largo de todo el año, fue suficiente para permitirle el conseguir aprobar. Cuando terminó el curso, a finales de primavera de 1806, el Padre Perrier le entregó las calificaciones correspondientes y añadió una felicitación de honor por sus servicios como encargado y jefe de dormitorio. VIDA DE MARCELINO

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Había podido realizar el octavo y séptimo curso en un sólo año escolar debido a la norma citada de dicho seminario. Esta primera nota fue el mejor regalo que pudo hacer a su madre al llegar a casa para tomar las vacaciones. Por fin todo estaba en orden. No se había equivocado. Sus hermanos disfrutaron con él durante aquellos tres meses este primer éxito. Fue un verano especialmente feliz. Nuevamente el destino y la fortuna sonreían a los Champagnat. En octubre de 1807, llegó de nuevo a Verrières para iniciar su tercer año de carrera. Como en el curso anterior, fue encargado de la disciplina en el dormitorio durante la noche. Una vez encontrada la clave el estudio le costaba trabajo, pero no excesivo. Al terminar el curso, podemos apreciar sus calificaciones: 6ª clase. Notas finales: Capacidad: Bastante.- Trabajo: Bastante.Conducta: Mediocre. De momento, mientras Bonaparte y los ejércitos franceses se ocupaban de Prusia y ponían los ojos en las estepas rusas, Marcelino tenía que vencer las dificultades del quinto curso y conseguir ganar la batalla del cuarto. Curso 1808-09: 5ª y 4ª clases. Tiene alrededor de 20 años: se le declara exento del servicio militar por ser seminarista. Curso 1809-10: 3ª clase. Aquel año, el 24 de enero, muere su madre, a los 64 años. Tenía entonces Marcelino 21 años. De ese modo se rompía su último lazo afectivo inviolable con el hogar y quedaba a merced de sus propias decisiones. Durante el curso de 1810-11 finalizó la 2ª clase: Humanidades. Durante este tiempo Bonaparte había impuesto el Sistema Continental en Europa, que consistía en un bloqueo sobre las mercancías británicas con el propósito de arruinar el poderoso comercio de Gran Bretaña. Conquistó Portugal en 1807 y en 1808 nombró a su hermano José rey de España, tras lograr la abdicación de Fernando VII en Bayona e invadir el país, dejando Nápoles como recompensa para su cuñado, Joachim Murat. VIDA DE MARCELINO

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La llegada a España de José Bonaparte recrudeció la guerra de la Independencia española. Napoleón se trasladó a España durante un tiempo y consiguió varias victorias, pero la lucha se reanudó tras su partida, prolongándose durante cinco años la guerra entre las tropas francesas y las españolas (apoyadas por Gran Bretaña), jugando un papel fundamental la lucha de guerrillas. Este conflicto supuso un gran desgaste humano (se ha estimado en 300.000 bajas) y económico para Francia que contribuyó al debilitamiento final del Imperio napoleónico. Bonaparte venció a los austríacos en Wagram en 1809, convirtió los territorios conquistados en las Provincias Ilirias (en la actualidad parte de Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia y Montenegro) y conquistó los Estados Pontificios. Después de repudiar a Josefina, contrajo matrimonio en 1810 con María Luisa, archiduquesa de Austria e hija del emperador austríaco Francisco I, perteneciente a la Casa de Habsburgo. Con este enlace vinculaba su dinastía a la más antigua de la casas reales de Europa, con la esperanza de que su hijo, nacido en 1811 y al que otorgó el título de rey de Roma como heredero del Imperio, fuera mejor aceptado por los monarcas reinantes. El Imperio alcanzó su máxima amplitud en 1810 con la incorporación de Bremen, Lübeck y otros territorios del norte de Alemania, así como con el reino de Holanda, después de obligar a abdicar a su hermano Luis I Bonaparte. Durante su penúltimo curso en Verrières, finalizó sus estudios de Retórica.

1811-12, Marcelino

Curso 1812-13 : Filosofía. Notas finales: Capacidad: Bastante, pero resultados débiles. Carácter: Bueno. Conducta: Muy buena. Nunca tuvo dudas, y en el último curso de Lógica, tampoco. La desaparición de su madre fue otro hecho que le permitió ver con claridad dentro de sí.

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EL SEMINARIO MAYOR Finalizados sus estudios en Verrières, y si los superiores lo consideraban oportuno, daría el salto a Lyon. Después de 8 años de duras pruebas, decidió que su destino seguía estando al lado del latín. Pasó al Seminario Mayor de Lyon el primero de noviembre de 1813. Ese mismo año Verrières contaba con 300 alumnos, organizados según un plan detallado de estudios y disciplina. En el momento en que Marcelino hacía su ingreso oficial en San Ireneo de Lyon, Napoleón Bonaparte, emperador y tío del Cardenal Fesch, que había fundado dicho seminario, sufría una derrota implacable en Leipzig. Para sus tres años de teología en Lyon se había hecho un esquema de trabajo, disciplina, penitencias y austeridad en todo lo que hiciera referencia a sus satisfacciones y placeres físicos. El destino se encargó de hacerle ver en su propio cuerpo, que había otros caminos y que si arruinaba su salud, no podría conseguir nada. Era tan excesivamente duro consigo mismo que se privaba del desayuno si el día anterior había fallado en relación consigo mismo o a los demás. El 6 de enero es ordenado Subdiácono por el Cardenal Fesch. Debido al esfuerzo y a la dureza de su plan de trabajo, su salud se resintió y sus superiores, preocupados, le ordenaron, con apoyo de la decisión del médico, abandonar de modo absoluto los estudios y regresar a la granja de su familia hasta que hubiera recuperado su salud física. Fue para él un golpe muy duro. De la noche a la mañana, su carrera se veía interrumpida. Vinieron a buscarlo sus hermanos a Lyon y regresó con ellos a casa, triste, humillado y enfermo. Napoleón que había sido derrotado también, tuvo que abdicar y retirarse a la isla de Elba. Nuevamente su destino seguía una línea paralela con el de su país. De no haber tenido un carácter tan duro, aquella tarde triste, de regreso a casa, se hubiera echado a llorar. No podía soportar la idea de ser VIDA DE MARCELINO

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derrotado definitivamente cuando había llegado tan alto. Una gran angustia le iba desgarrando por dentro y fue incapaz de cruzar una sola palabra en todo el trayecto. A pesar de la estación invernal y de su precaria salud, se impuso a sí mismo no perder el control adquirido y evitar el ocio por todos los medios durante los meses o el tiempo que tuviera que convalecer de su enfermedad. Sus hermanos se volcaron sobre él y a toda costa querían evitar que hiciera esfuerzos o se cansara. Sin embargo, el testarudo Marcelino nunca se levantaba más tarde de las 5:30 de la mañana y ocupaba las horas de la jornada, de sol a sol en los trabajos de la granja. Primero se limitó a los trabajos más fáciles y finalmente acudió a los tajos más duros con sus hermanos. En mes y medio y contra todo pronóstico, se sintió totalmente curado. Se sometió a un nuevo examen exhaustivo y los doctores que lo habían atendido al principio no daban crédito a sus ojos. La nube espesa comenzaba a diluirse y confiaba, con un poco de suerte, poder continuar el curso. Sus hermanos le acompañaron de nuevo hasta Lyon. Estaban asombrados con su forma de ser y orgullosos de ver cómo llevaba la carreta. Para ellos su enfermedad había sido un golpe tan duro como para Marcelino. Todo Marlhes se había enterado de su enfermedad y los chicos que habían recibido sus catequesis, mientras estuvo en Verrières, en las temporadas de vacaciones, fueron por las tardes a verlo y hacerle compañía. Nuevamente volvió a Lyon y esta vez no regresaría a Marlhes antes de ser ordenado sacerdote. Al finalizar el primer año de Teología, 1813-14, podemos recoger de los Archivos del gran seminario de Lyon, las calificaciones del curso: Notas del 1º curso de Teología (78 alumnos) : 5 SB. 19 NOT. (Entre ellos, Terraillon y Seyve) 27 SUF. (Entre ellos, Colin) 16 INS. (Déclas y Champagnat) 8 Muy INS. (Entre ellos, Vianney, futuro Cura de Ars.) 3 Sin calificación VIDA DE MARCELINO

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Marcelino recibe la calificación de Insuficiente, "valde mediocriter". Marcelino hace su «Reglamento de vacaciones 1814», con 16 puntos. Fuera del seminario, la Iglesia Católica de Francia sufría la enemistad de Napoleón. Recientemente había sido firmado un acuerdo después de la vuelta de Moscú de Napoleón. El Papa había firmado un documento en el que se establecían las bases para un Concordato, pero Napoleón hizo público el documento quejándose de todas las concesiones que Francia debía soportar. El Papa, inmediatamente, suprimió las negociaciones. En el seminario de San Ireneo, todos se levantaban pronto y elevaban una plegaria a Dios. Luego de vestirse, tenían una meditación n común, después asistían a la Santa Misa en la que cada seminarista, según su director espiritual se acercaba a la comunión con la frecuencia que éste le aconsejaba. Después de las clases de la mañana, realizaban un examen de conciencia particular que solía estar motivado con la lectura de un fragmento del Nuevo Testamento. Se recomendaban dos visitas al Santísimo Sacramento durante el día: una después del recreo de mediodía y otra antes de retirarse a dormir. Las clases de dogma, moral, santas escrituras y liturgia ocupaban gran parte del día. A la caída de la tarde, tenían una lectura espiritual seguida del rezo del rosario. Después de la cena, tenían una lectura espiritual, la lectura de lo que sería la meditación de la mañana siguiente y el merecido descanso. En los seminarios de aquella época, la devoción a la Virgen ocupaba un lugar importante. Las tropas aliadas habían invadido Francia y el 3 de mayo de 1814. Luis XVIII fue proclamado rey de Francia (1814-1815, 1815-1824); ascendió al trono cuando se restauró la monarquía después de la caída de Napoleón I Bonaparte, y gobernó tras acatar la Constitución. El Papa Pío VII había restablecido en Francia a la Compañía de Jesús (Jesuitas).

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El 1 de noviembre de 1814 Marcelino comenzó el segundo curso de Teología en el seminario de San Ireneo. Entre los nuevos compañeros había un estudiante que no había recibido todavía la tonsura, aunque iba a cursar el segundo año de teología: se trataba de Juan Claudio Courveille que venía del Seminario Mayor de Le Puy. Juan Claudio Courveille que, como veremos más adelante, será un personaje relevante en la vida de Marcelino, cuando tenía diez años contrajo una enfermedad ocular. Según Courveille, después de una visita a la Virgen de Puy, recobró la visión. Posteriormente, el 15 de agosto de 1812, cuando renovó su consagración a María, escuchó una voz interior que le mandaba fundar “La Sociedad de María.” Por aquellos días, Napoleón había vuelto a pisar suelo francés. Napoleón escapó de Elba en marzo de 1815, llegó a Francia y marchó sobre París tras vencer a las tropas enviadas para capturarle, iniciándose el periodo denominado de los Cien Días. Establecido en la capital, promulgó una nueva Constitución más democrática y los veteranos de las anteriores campañas acudieron a su llamada, comenzando de nuevo el enfrentamiento contra los aliados. El resultado fue la campaña de Bélgica, que concluyó con la derrota en la batalla de Waterloo el 18 de junio de 1815. En París las multitudes le imploraban que continuara la lucha pero los políticos le retiraron su apoyo, por lo que abdicó en favor de su hijo, Napoleón II. Marchó a Rochefort donde capituló ante el capitán del buque británico Bellerophon. Fue recluido entonces en Santa Elena, una isla en el sur del océano Atlántico. Permaneció allí hasta que falleció el 5 de mayo de 1821. Las multitudes enfervorizadas habían organizado mítines y revueltas. París sufría la agitación pasajera de este revuelo popular, y algunos sectores de la sociedad habían puesto sus ojos en los sacerdotes y el seminario. El 18 de junio, Napoleón sufre la Derrota de Waterloo. Napoleón abdica y es desterrado a Sta. Elena. La primera Restauración tiene lugar con la llegada al trono de Luis XVIII, en 1814, tras la abdicación de Napoleón; la segunda Restauración se produjo con el restablecimiento del propio Luis, en 1815, tras la definitiva derrota del emperador Napoleón Bonaparte. VIDA DE MARCELINO

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Se declara el catolicismo religión oficial del Estado y se restaura el culto por pura conveniencia política. El cardenal Fesch fue obligado a dejar Francia delegando sus poderes en el obispo de Grenoble, Claudio Simon. Marcelino o recibió el diaconado de manos de Monseñor Simón. Durante el período vacacional, Marcelino hace su «Reglamento de vacaciones de 1815, con 7 puntos. En noviembre de 1815, comenzó su tercer y último año de Teología en San Ireneo. La clase de tercero estaba compuesta por 76 estudiantes, Durante este año, Marcelino tomó la decisión de unirse al grupo de los entusiastas Maristas.

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LA SOCIEDAD DE MARÍA Durante el segundo año de teología, Courveille (1787-1866), se había ganado la confianza de Étienne Déclas (1783-1868) y desde el comienzo del segundo año de Teología ambos buscaron a algunos compañeros para que se unieran al proyecto. Courveille convenció a Colin (1790-1875), a Champagnat (1789-1840) y a Juan Pedro Perrault Mainand (1796-1850). Déclas, por su parte consiguió reclutar a Thomas Jacob (1792-1848) y a Étienne Terraillon (1791-1869). Pronto serían 15 los miembros que definirían los principios básicos de la Sociedad de María. Este grupo estaba formado por hombres entre los 20 y los 30 años de edad. Courveille, como iniciador de la idea, era, al mismo tiempo el líder indiscutible de este grupo que quería organizar un movimiento de acción que ayudara a las capas sociales más desfavorecidas del país. Aceptando la idea de Courveille, elaboraron un proyecto de hermandad que llevaría el nombre de “Sociedad de María” cuyo objetivo fundamental era la educación de la juventud en terreno francés y las misiones en el exterior. Presentaron el proyecto al Reverendo Cholleton que entonces era su profesor de Moral y dos años más tarde se convertiría en rector del Seminario. Después de examinarlo detenidamente durante varios días, los llamó a su despacho y les dijo: —He leído y examinado detenidamente vuestro proyecto. Ya tenía noticia de él por rumores que me habían llegado de otras partes. Os debo decir, que no sólo me parece bien; os animo a tenerlo concluido definitivamente este año y, si me lo permitís, os echaré una mano en su redacción definitiva. Podéis incluso utilizar mi propio despacho para las reuniones. La reacción del Padre Cholleton infundió un nuevo impulso a su trabajo y antes de finalizar el curso tuvieron no sólo delimitados los estatutos y principios básicos de la sociedad, sino la fórmula de consagración y compromiso entre todos los que habían decidido crear la Sociedad de María.

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El día 22 de julio de 1816, recibe la Ordenación Sacerdotal, de manos de Mons. Dubourg, obispo de Nueva Orleans. Con él se ordenan 51 de sus compañeros de curso. El día 22 de julio de 1816 - tenía Marcelino entonces veintisiete años, dos meses y diecinueve días - a las diez de la mañana, cincuenta y un teólogos se arrodillaban ante el presbiterio de San Ireneo solicitando el sacerdocio. Cuando le tocó el turno, el Señor Obispo, Monseñor Dubourg, dirigiendo hacia él su báculo, pronunció su nombre con voz poderosa:

“Marcelino José Benito Champagnat Chirat... yo te ordeno sacerdote del Altísimo, para siempre, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Terminada la ordenación, los nuevos sacerdotes deseosos de consagrase a María, fijaron la fecha 24 de julio, para dirigirse al Santuario de Fourvière, y constituir de modo público la Sociedad y firmarla ante la presencia del propio Reverendo Cholleton. Del grupo de nuevos sacerdotes, ocho de ellos se comprometieron a realizar la consagración a la Virgen: Colin, Courveille, Déclas, Philippe Janvier, Gillibert, Seyve, Terraillon y Champagnat. Además de éstos, cuatro seminaristas, también pertenecientes al grupo, se unieron a ellos en su peregrinaje a Fourvière. Courveille, a quien todos consideraban el líder, dijo la misa para todos ellos. Todos recibieron la comunión y, al concluir la misa, los doce consagraron sus vidas a María. La fórmula que firmaron y rubricaron como señal de compromiso y consagración en aquella primavera de 1815 fue la siguiente:

“Los abajo firmantes, deseosos de trabajar por la mayor gloria de Dios y en honor de María, afirmamos y declaramos que tenemos la sincera intención y firme voluntad de consagrarnos, en cuanto se presente la oportunidad, a formar la congregación de los Maristas. Por esto, con el presente acto que todos firmamos y rubricamos, nos consagramos irrevocablemente, con todo lo que nos pertenece, en cuanto sea posible, a la Sociedad de María. Este compromiso lo contraemos no a la ligera y como VIDA DE MARCELINO

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niños, ni por motivos humanos o con esperanza de mejora temporal, sino seriamente, después de haberlo pensado y madurado, con la aprobación de los superiores y sólo por la gloria de Dios y el honor de María. Desde ahora aceptamos todas las penas, trabajos y sufrimientos, y si fuese necesario, todos los tormentos, confiados en la ayuda de nuestro Señor Jesucristo. Amén“. La fórmula fue leída públicamente por el Reverendo Cholleton, contestada individualmente por cada uno y firmada. Regresaron al Seminario al anochecer creyendo que ya todo estaba hecho. No imaginaban las dificultades que deberían superar hasta su constitución real.

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COADJUTOR DE LA VALLA Durante las semanas siguientes a la ordenación, los nuevos sacerdotes fueron recibiendo sus destinos a lo largo y ancho de la gran diócesis de Lyon que incluía tres Departamentos: Ain, Rhône y Loire. Juan Claudio Colin fue nombrado coadjutor de Cerdon (Ain), Juan Claudio Courveille, coadjutor de Verrières, Juan Antonio Gillibert fue nombrado profesor del seminario de L’ Argentière, Philippe Janvier marchó a las misiones de Norte América, Déclas, Terraillon y Seyve fueron también nombrados coadjutores en distintas parroquias y Marcelino Champagnat fue designado coadjutor de Lavalla. En agosto de 1816, Marcelino llegó La Valla. Tan pronto como la divisó, se puso de rodillas y pidió ayuda a Dios y a la Virgen. La Valla contaba con un núcleo de población aproximado de 2000 habitantes, pero la mayoría de éstos estaban esparcidos por barrancas, laderas, crestas y precipicios. Muchos de estos caseríos estaban construidos en las gargantas del Pilat y resultaban inaccesibles para desconocidos. La gente del pueblo era ruda, ignorante, pero de buena fe. Raramente se acercaban a La Valla a no ser para aprovisionarse o vender sus productos. La mayoría de los niños se dedicaban desde muy pequeños a las labores del campo, ayudando a sus padres. Marcelino había sido enviado como ayudante del Padre Rebod. Estaría a las órdenes del párroco como coadjutor de la parroquia de La Valla. Juan Bautista Rebod, el párroco, era un hombre de 38 años, corpulento y de modales toscos; le gustaba el vino y, como a muchos de los campesinos de la zona, el abuso ordinario le llevaba, en ocasiones, hasta la embriaguez. Se trababa constantemente al hablar y hacía realmente penoso cualquier discurso. Aunque era un hombre bueno, las gentes del pueblo se habían apartado de él y por tanto de la iglesia y la religión. La primera noche visitó la iglesia y, en soledad, se dio cuenta de que estaba ante un inmenso campo sin labrar y que debía poner todo su esfuerzo en arreglar aquella situación. Éste era ahora su pueblo, ésta era su herencia, ésta era su gente y por fin había llegado a ellos trayendo el misterio de la sagrada palabra de Dios.

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Durante los años de la Revolución se hicieron muchas promesas en cuanto a educación, pero no se hizo nada. La situación escolar era muy deficiente y la mayoría de os jóvenes vivían en la más profunda ignorancia. Bajo el mandato de Napoleón hubo una ligera mejoría, especialmente después de la firma del Concordato de 1801 con la Iglesia. Cuando Marcelino llegó a Lavalla, las 75 parroquias del distrito de Étienne mantenían a su cargo un importante número de escuelas educación primaria. Cuando en 1807, Napoleón legalizó 15 comunidades mujeres dedicadas a la enseñanza, 18 de las 75 parroquias del distrito de Étienne habían establecido 37 escuelas.

St de de St

Lavalla, en 1807 contaba con dos escuelas privadas: una para chicos y otra para chicas. Las Hermanas de San José, que poseían un convento en Lavalla, dedicaron una pequeña estancia para enseñar a leer, escribir y coser a las niñas de Lavalla que podían costearse la educación recibida. Juan Bautista Galley, un cualificado profesor, fue maestro privado de Lavalla del 1816 al 1818. Después de casarse, marchó a otras escuelas a enseñar, siendo uno de los profesores mejor pagados del área de St. Chamond. Después de que el señor Galley dejara la escuela, no se encontró un digno sucesor para hacerse cargo de la enseñanza en Lavalla. El padre Rebod trajo al señor Montmartin que, desgraciadamente, era demasiado aficionado a la bebida Un día acababa de retirarse en la casa rectoral donde vivía con el párroco. Pensaba para sí: hoy ha sido un día tranquilo. Pero en ese instante golpearon a la puerta. Abrió y se encontró con un muchacho de la montaña llamado Juan María Granjon, cuyo carácter y conducta le habían llamado poderosamente la atención. Le dijo por todo saludo: Señor cura. me envían los vecinos del caserío para visitar a un enfermo. —Un instante, que busco la capa y te acompaño.

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Salieron juntos. Ladraban los perros y había buena luna. Era una noche fría de otoño. Enseguida iniciaron el ascenso de las laderas del Pilat, siguiendo uno de sus desfiladeros más pronunciados. Caminando al lado del joven Juan María Granjon, volvió a pensar en una idea que le daba vueltas y vueltas a la cabeza: durante las últimas semanas le había obsesionado la idea de crear una institución de jóvenes seglares que pudiera dedicarse a la enseñanza e instrucción de los niños más necesitados. Tenía fija en la mente la frase de uno de sus compañeros de Lyon cuando firmaron los estatutos de la Sociedad de María: “Si tanto te preocupa la necesidad de una institución dedicada a los niños, ocúpate tú de ella”. En lo más intimo sintió que esa noche era un buen momento para “ocuparse de ella”. Se dirigió a Juan María, un joven de 23 años que había servido al ejército como granadero: Cuéntame, ¿tienes mucho trabajo ? —Sí, ayudo a mi padre en las faenas del campo. —¿Quisieras estudiar, prepararte y convertirte en maestro ? —Hombre Señor cura, lo veo difícil; ni siquiera sé leer —Yo ingresé en el seminario y tampoco sabía leer ni escribir y ya ves que lo conseguí. —Yo no soy tan inteligente, no sé si podría... Mis padres no estarán muy de acuerdo en pagarme los estudios con el riesgo de que no sirvan para nada. —Creo que tienes inteligencia suficiente. Podemos probar. Mira, yo te voy a regalar un libro y tú practicas con él la lectura. —No puedo aceptarlo Señor Cura, no sé leer, ya se lo he dicho. —Entonces hagamos una cosa, tómalo y vente el fin de semana próximo; te daré clases de escritura y lectura. Si consigues resultados, continúas y si no, lo abandonas. ¿De acuerdo?

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—Como Vd. diga. Se lo propondré a mis padres y el próximo sábado me personaré en La Valla antes de la catequesis de la tarde. De este modo, Juan María Granjon no sólo aprendió a leer y escribir, también pudo iniciarse en los primeros conocimientos de las principales materias de la enseñanza. Se fue a vivir a La Valla con una de las familias más hospitalarias. Con su ayuda iniciaron la creación de una biblioteca en la casa parroquial y, sin pretenderlo, se convirtió en un mozo que llamaba la atención de toda la población. Marcelino no quería hacerse ilusiones, pero contemplando la ayuda y el desarrollo de Juan María Granjon, veía cercano el día en que encontrase quien pudiera hacerle compañía y le permitiera dar el salto definitivo. El día estaba mucho más cerca de lo que pensaba...

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LA EXPERIENCIA MONTAGNE Mientras Marcelino clasificaba libros y ordenaba la biblioteca del rectorado, llamaron a la puerta: un muchacho joven se estaba muriendo en el barrio de Palais. Salió inmediatamente. Era la casa de los señores Montagne; su hijo Juan Bautista, de 17 años, estaba extremadamente grave. Marcelino se acercó a su lecho, le tomó de la mano para saludarle y le puso la otra mano sobre la frente. La frente del muchacho ardía. Marcelino le hizo algunas preguntas para cerciorarse de su estado mental y psíquico. El chico se estaba muriendo y desconocía las más elementales nociones sobre la existencia de Dios. Debido a que, según las normas eclesiásticas de la época, nadie que desconociera los principios básicos de la religión podía recibir el sacramento del perdón, inició con él una conversación pausada en la que le dio a conocer la existencia de Dios para. luego, llevar a su espíritu toda la paz de que era capaz. Estuvo a su cabecera dos horas largas y se despidió. Mientras regresaba al rectorado, volvió a su cabeza la idea de crear una institución que se preocupara de la instrucción de los niños. No tenía a nadie a mano que le pudiera oír salvo el propio Juan María Granjon que se había quedado en la biblioteca. Aprovechando que estaba solo, le mandó sentarse y le expuso sus proyectos reales: —Acabo de abandonar la casa de los Montagne. No creo que Juan Bautista dure hasta mañana. Por ello quiero hablarte de un asunto muy especial. Verás, hace muchos años, en el seminario de Lyon, nos solíamos reunir un grupo de teólogos y decidimos fundar una sociedad que se ocupara de propagar y difundir la doctrina cristiana en toda Francia. Yo insistía siempre en la necesidad paralela y simultánea de crear una institución de seglares, de jóvenes como tú, que se formaran culturalmente y pudiesen atender a la vez la instrucción y enseñanza de niños y jóvenes. La Revolución ha dejado vacía Francia de instructores y es apremiante que alguien se ocupe de la enseñanza y la formación en las pequeñas poblaciones y ciudades en nuestro país. Vengo madurando desde hace mucho tiempo la idea de echar a andar esta institución. Con ese objeto te propuse aprender a leer y escribir, con esa idea te hice venir a La Valla. Hoy te lo digo abiertamente para que me respondas con franqueza y tomes una decisión. VIDA DE MARCELINO

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—Reverendo Champagnat, en sus manos me pongo, haga de mí lo que quiera, me consideraré inmensamente dichoso si puedo dedicar mis fuerzas, mi salud y mi vida a la instrucción de los niños. ¿Vd. me juzga capaz? —Creo que todavía debes mejorar tu formación, pero puedes convertirte en uno de los fundadores de la institución. Dios te bendecirá y no tardará en traerte compañeros. El segundo componente llegó a la presencia de Marcelino el sábado de esa misma semana. El muchacho se llamaba Juan Bautista Audras y tenía 14 años. Se acercó al confesionario y le dijo que necesitaba hablarle. Marcelino se reunió con él en la sacristía. —Tú me dirás. —Es un poco difícil, pero se lo confesaré. Hace unos meses estuve leyendo un libro titulado “Piénsalo Bien” que me causó una gran impresión. El mismo día en que terminé su lectura, me levanté muy temprano y me dirigí a Saint-Chamond. Había oído hablar de que allí existía una casa de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y quería conocer personalmente a sus componentes. Después de algunos viajes y de haberme informado sobre ellos por el Párroco, me decidí a llamar a su puerta. Habían transcurrido varios meses y aunque mis padres conocían sobradamente mis intenciones las tomaron a broma y no me prestaron la menor atención. Pedí hablar con el Director, le comuniqué mis proyectos y me dijo que alababa mis buenas intenciones pero que era demasiado joven para poder ingresar, que me mantuviera firme en mis propósitos y que los consultara con mi confesor. Así que aquí me tiene Reverendo Champagnat, ¿qué me aconseja Vd.? Según le escuchaba se quedó perplejo y sintió la necesidad de retirarse a solas para pensar. —Bueno Juan Bautista, te voy a hacer una proposición. Ya sabes que aquí en La Valla vive un chico que me ayuda en la biblioteca, se llama Juan María Granjon. Estoy esperando encontrar alguno más que se reúna con él para crear una institución que se ocupe de la instrucción y educación de los niños y jóvenes. Si está dentro de tus proyectos y tus sentimientos espirituales, te puedes sumar a él. Yo mismo te daré clases y te prepararé para tal cometido. Sube al caserío y propónselo a tus padres.

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—Puede Vd. disponer de mí como quiera, siempre que me conduzca a mi meta. Sus padres no vieron inconveniente alguno en que bajara a La Valla y estuviera a sus órdenes. En aquellos días se vendía al lado del rectorado, una casa con un pajar. La casa tenia adosado un pequeño huerto y estaba en mal estado, pero su precio no era excesivo. La casa pertenecía a la familia Bonnair y, aunque necesitaba una buena reparación, serviría para sus propósitos. Marcelino habló con el padre Rebod de sus intenciones, pero éste se opuso abiertamente. Marcelino, entonces le respondió: —Puede que usted no me quiera aquí como coadjutor, pero no hay nada que me impida, como sacerdote que soy, el que pueda comprar esta casa. Conseguiré el dinero, la compraré y le pertenecerá a Vd.; por lo que, cuando yo tenga que abandonar este lugar, podrá Vd. venderla o hacer lo que desee. El padre Rebod, viendo la firmeza de Marcelino, cambió de parecer e incluso le ofreció dinero para la compra. La casita Bonnair valía 1600 francos. Marcelino no disponía de esa cantidad, así que escribió al padre Courveille para contarle su proyecto y pedirle ayuda. Courveille aportó 800 francos para la compra; la otra mitad la fue consiguiendo Marcelino de otros amigos. El primero de año de 1817, consiguió la cantidad que pedían: mil seiscientos francos. Formalizaron la compra al día siguiente y Juan María Granjon y Juan Bautista Audras ocuparon la vivienda.

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NACEN LOS HERMANOS MARISTAS Sobre una tabla gruesa, Marcelino grabó a fuego el nombre de la nueva sociedad, INSTITUT DE PETITS FRÈRES DE MARIE, y lo colocó sobre el dintel de la puerta para que todo el mundo lo pudiera ver. Había nacido la primera célula viva. Su sueño se había convertido en realidad. Era el 2 de enero de 1817. A primeros de abril llegó hasta las puertas del Instituto un joven campesino llamado Antonio Couturier. Era robusto de constitución y eficaz en los trabajos de granja. Le pidió permiso para sumarse a los discípulos con quienes había fundado la primera casa. Antonio Couturier era rudo y analfabeto. Tuvo que realizar verdaderos esfuerzos para ponerse a la altura de Juan María y Juan Bautista, pero lo acabaría consiguiendo. Ese mismo mes, los padres de Juan Bautista Audras, enviaron diversos recados para que regresara a la granja. Comenzaban a intensificarse las labores del campo y sus manos aportaban una gran ayuda. Juan Bautista les rogó por todos los medios que le dejaran continuar con la vida que había iniciado. Los padres siguieron creyendo que se trataba de un capricho de su hijo y enviaron al hermano mayor para que lo recogiera. Se presentó en La Valla a finales de abril. Fue directamente en busca de su hermano. Juan Bautista fue a ver a Marcelino y le dijo : —Padre, mi hermano acaba de llegar y trae orden de llevarme a cualquier precio. Yo no quiero volver a la granja de ningún modo. Por favor háblele, a Vd. le hará caso. Marcelino salió a la plaza. El mozo estaba esperando con evidentes señales de impaciencia. — Buenas, conque tú eres el hermano mayor de Juan Bautista. ¿Cómo te llamas? —Juan Claudio. —¿Y de verdad vienes para llevarte a tu hermano? —Así es señor cura. Mis padres me han dado orden de acompañarle a casa. VIDA DE MARCELINO

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—En vez de seguir las intenciones de tus padres, harías mucho mejor pidiéndoles permiso y viniendo tú también aquí. —¿Y que haría Vd. de mi Señor Cura? —Hum, muchas cosas, tal vez un buen instructor, un buen maestro... un buen hermano... —Yo soy demasiado torpe, no sirvo más que para destripaterrones. —Bueno, bueno, no te rebajes tanto. No es mala cosa servir para la labranza. Yo fui labriego antes que sacerdote. —¿De verdad Señor Cura? —Seguro. Vente con nosotros, y yo te prometo que sacaré algo positivo de ti. —No lo creo; soy demasiado mal prójimo. Yo no valgo para fraile. —Te conozco, no eres mala persona, respondo por ti. Si vienes no te arrepentirás. —Oiga Vd., casi me están dando ganas de hacerle caso. Pero los mozos se burlarán de mí cuando sepan que he venido para hacerme Hermano o eso... —No te preocupes de la gente. Que se burlen cuanto quieran. Te aseguro que serás feliz. Vuelve a casa y di a tus padres de parte mía que quieres venir con tu hermano. Te espero esta misma semana. Una vez más actuó instintivamente. Juan Bautista que había seguido la conversación mudo, a su lado, no daba crédito a sus ojos. Juan Claudio, su hermano, fue el cuarto componente de aquel primer núcleo, que en diciembre de 1817 estaba integrado por Juan Bautista Audras, Juan María Granjon, Antonio Coutirier y Juan Claudio Audras. Durante la primavera y verano cultivaron el huerto que había al lado de la casa. Más tarde añadieron unas gallinas y una vaca. De este modo tuvieron las necesidades fundamentales cubiertas.

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Al año siguiente el grupo quedó estructurado de modo bastante definitivo con dos llegadas más. Solicitaron el ingreso Bartolomé Badard, un joven de quince años, y Gabriel Rivat de tan solo 10 años. Gabriel Rivat, el niño que llegó a la casita Bonnair a tan temprana edad, era un muchacho de gran inteligencia y una madurez impropia de su edad. Marcelino, viendo sus cualidades y su inquebrantable vocación, hizo una excepción con él permitiéndole iniciar el noviciado y emitir sus promesas dentro del Instituto de los Hermanos de María. Adelantaremos, que Gabriel Rivat, que luego tomaría el nombre de Hermano Francisco, fue el primer sucesor de Marcelino como Superior General de los Hermanos Maristas. Con la llegada de estos dos nuevos miembros, hubo que hacer reajustes en la casa. Fue necesario también ordenar el trabajo, el estudio, y las horas de sueño, comidas y meditación. El padre Champagnat preparó un reglamento y les animó a que eligieran un director por votación secreta. A finales de la primavera de 1818, Marcelino consideró que había llegado el momento de que los Hermanos empezaran a vivir como una verdadera comunidad religiosa; para ello, convocó a todos para que eligieran al hombre que les guiara en su vida religiosa y comunitaria. Reunidos en silencio, escribieron cada uno su voto, lo depositaron en una urna y el resultado convirtió al mayor de todos, a Juan María Granjon, en el primer director del recién nacido Instituto. Para que la comunidad tuviera una referencia de vida en común, se estableció un reglamento en el que se fijaba como hora de levantarse las 5 de la mañana. Para muchos de ellos, esto exigía un gran esfuerzo. La comunidad no tenía recursos suficientes y no daba para gastos extraordinarios, ni siquiera podían comprarse un reloj despertador. Para solucionar el problema, se aplicó una campanilla en la estancia alta de la casa, que servía de dormitorio, donde estaban los jergones. La campanilla fue atada con un alambre hasta la ventana de la casa parroquial donde dormía Marcelino. Cada mañana, al levantarse, la hacía sonar y todo el grupo iniciaba puntualmente su jornada de trabajo: oración comunitaria seguida de media hora de meditación antes de escuchar la santa misa; luego, tiempo de estudio hasta las 7, hora en la que se reunían para desayunar. Si no había VIDA DE MARCELINO

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clase, se dedicaban al trabajo manual hasta la hora de comer. Después de la comida todos juntos se acercaban a la capilla para hacer una visita al Santísimo; luego, disfrutaban de un pequeño recreo y continuaban con el trabajo manual. A las 6 de la tarde se reunían para rezar las Vísperas, Completas, Maitines y Laudes del Oficio de la Virgen; acabados los rezos de las Horas, se recitaba el Rosario y luego se leía una lectura espiritual. A continuación tenía lugar la cena seguida de un recreo, plegarias nocturnas y descanso a las 9 de la noche. Para que los Hermanos se distinguieran no sólo por su virtud, sino también por su aspecto exterior, Marcelino decidió imponer un uniforme que costaba de una chaqueta negra que llegaba un poco más abajo de la rodilla, pantalones negros, un guardapolvo sin mangas y un sombrero redondo. Por otra parte, siguiendo la costumbre de la época, los Hermanos, al comprometerse a pertenecer al Instituto, tomaban el nombre de religión. Algunos de ellos, prefirieron conservar su nombre civil. Así, los primeros Hermanos, adoptarán los siguientes nombres:

Orden de llegada

Fecha de llegada

Nombre Civil

Nombre Religioso

1

02-01-1817

Juan María Granjon

Hno. Juan María

2

02-01-1817

Juan Bautista Audras

Hno. Luis

3

24-12-1817

Juan Claudio Audras

Hno. Lorenzo

4

01-01-1818

Antonio Couturier

Hno. Antonio

5

02-05-1818

Bartolomé Badard

Hno. Bartolomé

6

06-05-1818

Gabriel Rivat

Hno Francisco

7

Enero de 1819

Esteban Roumésy

HnoJuan Francisco

8

Noviembre de 1820 Juan Pedro Martinol

Hno. Juan Pedro

9

Noviembre de 1821 Antonio Gratallon

Hno. Bernardo

10

02-02-1822

Claudio Fayol

Hno Estanislao

El Instituto era un hecho. Lo supo no sólo por sí mismo, sino por las reacciones que estaba empezando a provocar entre los vecinos de La Valla y los del condado de Saint-Chamond. Él estaba tranquilo porque el grupo había nacido bajo el sello de la pobreza y la sencillez, y ambas características eran señal de bendición. VIDA DE MARCELINO

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Por otro lado, el cultivar el huerto, hacer clavos y atender las labores de la casa, eran el mejor complemento del estudio y la meditación. En ese ambiente, resultaba imprescindible mantener el aislamiento del grupo, hasta su madurez. La constante ocupación en actividades tan diversas, les preparaba para hacerse autosuficientes y poder ser enviados, un día no lejano, de dos en dos, para convertirse en sembradores y esparcir la semilla. Marcelino se sentía realizado, completo, henchido por dentro, con una sensación muy semejante a la que su padre debió sentir en algunas ocasiones viéndolos a todos reunidos en torno a la mesa. Después de un año de ininterrumpido estudio y trabajo, Marcelino observaba el enorme progreso de los seis componentes de aquel primer núcleo. Pero no les veía totalmente maduros para afrontar la prueba de fuego: salir de dos en dos y proyectar su acción en el exterior. Por otra parte, le parecía oportuno un período de rodaje con alguna persona que fuera maestro o entendiera de pedagogía, de forma que les diera una base mínima sobre la que trabajar ellos mismos. En la primavera de 1819 se dedicó a buscar un maestro. Visitando Saint-Chamond, se entrevistó con el Director de las Escuelas Cristianas y le indicó el nombre y la dirección de un joven que había estado con ellos y en esos momentos permanecía sin trabajo. Lo encontró aquel mismo día. —¿Claudio Maisonneuve? —Efectivamente, soy yo, ¿qué desea Sr. Cura? —Mire vengo de parte del Director de las Escuelas Cristianas. Sé que Vd. en estos momentos se encuentra sin ocupación y me gustaría que viniera a La Valla y fundase allí una escuela. El rectorado y la Institución que tengo allí creada, se ocuparán de proporcionarle albergue y sueldo. —Le agradezco su oferta, pero antes de tomar mi decisión, me gustaría ver el sitio y analizar sus condiciones. —Puede Vd. venir este próximo fin de semana si lo desea y comer con nosotros.

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—Otra cuestión, Sr. Cura, ¿cuándo deberé comenzar mi trabajo? No tengo mucho interés en incorporarme de inmediato. —No creo que sea necesario. Puede Vd. comenzar a finales del verano para preparar la escuela y permitir el acceso a los niños en el mes de octubre, si le parece bien... —De acuerdo. Entonces quedamos el domingo a media mañana. El domingo se presentó puntualmente. Le decepcionó el local de la escuela y su propio albergue. Pero la oferta económica le debió compensar o nadie le había ofrecido otra cosa. El caso es que aceptó. La apertura de la escuela facilitaría la preparación inmediata para la prueba de fuego a los seis componentes de la comunidad. Marcelino reunió a los seis y les dijo: —Bueno, se acerca el momento importante de comenzar la acción. Durante estos dos años de trabajo callado y de aislamiento os habéis estado preparando para convertiros en instructores. Ya ha llegado el momento de intentarlo sobre el terreno. Vendrá un maestro en otoño y abrirá la escuela. La dirigirá con vuestra ayuda. Sé que mientras preparábamos la planta baja, hacíamos bancos y pupitres, vosotros animabais la esperanza de ser los primeros profesores. No tenéis formación práctica suficiente. Todo llegará. Lo que sí quiero deciros a la vista de los próximos acontecimientos es que deseo ayudéis y obedezcáis al maestro como si fuera yo mismo y aprovechéis de su experiencia para instruiros en la pedagogía y forma de enseñar. El maestro reunía condiciones como instructor y pedagogo. Afortunadamente, al haber estado con los Hermanos de la Salle conocía el método simultáneo, por lo que, al enseñárselo a los Hermanos, éstos pudieron, posteriormente, utilizar el mismo método de enseñanza que el de los Hermanos de la Salle. Marcelino consiguió que dedicase unas clases particulares a diario para formar a los seis componentes del Instituto. De este modo su presencia fue doblemente rentable. La inauguración de la escuela resultó un acontecimiento social para el pueblo, y todos se dieron cita allí: el alcalde, el párroco, los cabeza de familia que representaban los municipios dependientes... VIDA DE MARCELINO

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La planta baja de la clase quedó repleta de chiquillos que cada día afluían en mayor cantidad procedentes de los caseríos más remotos. La voz de que en La Valla se había inaugurado una escuela con un director y seis profesores, se corrió como un reguero de pólvora. Durante aquel mismo curso ya vieron que el espacio era insuficiente y pronto tendrían que ampliar. Por otra parte, los seis jóvenes instructores que ayudaban al maestro, fueron a solicitar permiso al Padre Champagnat, a mediados de curso, para enseñar por su cuenta. Mandaron para hablarle en nombre de todos al director, Juan María: —Padre, vengo a decirle en nombre de los demás que nos sentimos con fuerzas y capacitados para llevar nosotros una escuela, así que si Vd. lo aprueba, podríamos ampliar en cualquier otro sitio y encargarnos directamente nosotros. Marcelino le respondió: —Me alegra que tan pronto os sintáis capaces. Pero antes habrá que hacer pequeños ensayos. Como hay todavía muchos niños en caseríos alejados que no pueden venir a la escuela y otros que no caben ya, os propongo que todos los sábados vayáis de dos en dos a Luzernaud, Chomiol o Palais y comencéis a poner en práctica cuanto habéis aprendido. Si la experiencia tiene resultado positivo, nos plantearemos las cosas de otra forma el próximo año. Marcelino sabía perfectamente que Claudio Maisonneuve estaba terminando su trabajo allí y no aguantaría otro curso más, pero en aquel momento no podía comunicárselo a Juan María. La gente de La Valla, hasta ese año no había sabido muy bien lo que quería decir el letrero que Marcelino había puesto sobre el dintel de la puerta: “INSTITUT DES PETITS FRÈRES DE MARIE”. Con la instalación de la escuela, a medida que los chicos y jóvenes hablaban del maestro y de los Hermanitos; se comenzó a levantar un cacareo general que pronto saltaría mas allá de La Valla. El padre Rebod estaba indignado con Marcelino porque las gentes de Lavalla querían que sus hijos asistieran a la escuela de los Hermanos y esto iba a dejar sin trabajo al Sr. Montmartin. VIDA DE MARCELINO

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Marcelino le explicó que nunca había aceptado alumnos de la otra escuela sin que los padres hubieran pedido permiso al párroco para el traslado. A pesar de todo, el Sr. Montmartin pronto se marchó de Lavalla y dejó el terreno libre a los Hermanitos de María. Cuando al inicio del verano finalizó el primer curso, la satisfacción era general. Los resultados habían superado las esperanzas de los padres de familia, del alcalde, del párroco e incluso sus propias previsiones.

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PRIMERAS ESCUELAS MARISTAS En el mes de junio de 1818. Juan María fue nombrado director de la escuelita de Lavalla. La ocupación de los seis miembros del “Instituto” durante el curso año 1818-19, fue la siguiente: Juan María Granjon como director, encargados de las escuelas y el pensionado: Juan Bautista, Gabriel, Antonio y Bartolomé. Lorenzo Audras fue nombrado instructor móvil, encargado de la aldea “El Bessat”. El Bessat se encontraba en las faldas del Pilat, muy próxima a la cumbre, a dos leguas de camino de La Valla. Era una aldea de acceso difícil, que permanecía con nieve la mitad del año y exigía una vida realmente dura. Tal vez por eso permitió a Lorenzo Audras, uno de los componentes más fuertes y generosos, subir cada semana a llevar a los niños de la alta montaña la instrucción. El trabajo semanal de Lorenzo Audras era realmente duro y sacrificado. Todos los jueves descendía a La Valla, tomaba provisiones y pasaba con los demás compañeros el viernes y el sábado. El domingo, de madrugada, iniciaba nuevamente el ascenso al Bessat. En uno de tantos viajes a través de las montañas, Marcelino le tuvo que acompañar para visitar a un enfermo. Durante el camino aprovechó para comprobar su estado de animo. Era una mañana fría, una nevada de tres palmos cubría el suelo y había helado. Lorenzo Audras iba cargado con un saco lleno de provisiones para la semana: patatas, queso, y una hogaza de pan. Sudaba bajo su peso a pesar del frío. Marcelino le insinuó: —¿Quieres que te eche una mano un rato con el saco?. Veo que te resulta pesado... —De ningún modo, Padre, me viene muy bien para no sentir el fresco de la mañana. —El camino está muy resbaladizo y podrías acabar en uno de estos precipicios... —Yo estoy absolutamente convencido de que alguien cuenta todos cuantos pasos doy... VIDA DE MARCELINO

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—Reconocerás que te ha correspondido el peor oficio de todos los del Instituto. Subir y bajar cada semana, estar aislado en el Bessat, debe resultarte muy duro. —No lo crea, me resulta un trabajo realmente agradable. —No veo lo que puede tener de agradable escalar estos montes dos veces por semana, entre hielos, nieves, con un fardo pesado al hombro y corriendo siempre el riesgo de tener un accidente. Lorenzo no mostraba la menor queja ante las preguntas de Marcelino, por lo que el Padre Champagnat continuó: —Si al menos en el Bessat pudieras vivir cómodamente... pero sé que vives con verdaderas apreturas, hasta el punto de tener que subirte el pan y las patatas como un pobre... —Nunca me he sentido pobre. Y le aseguro que no cambiaría mi oficio de instructor y catequista por todos los bienes del mundo... —Lo que tú quieras, pero al menos reconóceme que te ha tocado un día pésimo... —De ninguna manera. Este tipo de días nevados y de invierno son los más hermosos para mí... No había forma de conseguir una respuesta negativa de aquel mozo corpulento y bonachón que había venido a él un día buscando a su hermano y le había jurado que no valía más que para destripaterrones. No se había equivocado al decirle que viniera a La Valla con su hermano. Los caminos de los dos viajeros se dividieron allí. Lorenzo continuó el ascenso hacia el Bessat y Marcelino se dirigió a un caserío para visitar a un enfermo. El espíritu generoso de Lorenzo le emocionó íntimamente y comprendió que había llegado el tiempo de dar el paso definitivo y de integrarse en la comunidad, bajo el mismo techo que los seis discípulos. Se lo propuso aquel mismo día, de regreso, al Párroco Rebod.

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—He decidido irme a vivir con los seis discípulos a la casa de al lado. Realmente es más necesaria mi presencia allí que aquí en la casa rectoral. En noviembre de 1819, el abate Allirot, párroco de Marlhes, el hombre que había bautizado a Marcelino y que le había dado la primera comunión, solicitó la apertura de una escuela de Hermanos en el pueblo natal de Marcelino. A finales del año, Marcelino envió a los Hermanos Luis y Antonio a iniciar su trabajo en su querido Marlhes, una escuela que se cerrará en 1821 por considerar Marcelino que los Hermanitos no disponían de un local adecuado para la enseñanza ni unas condiciones saludables para la vida de los Hermanos. Este hecho fue muy desagradable para él ya que tuvo que abandonar su pueblo y enfrentarse con el anciano y querido abate Allirot que, por aquel entonces contaba con 81 años de edad. La escuela permanecería cerrada durante los diez años siguientes. Durante el año 1819 había ingresado un chico más en el "Instituto": Esteban Roumesy, que tomaría el nombre de Hno. Juan Francisco. En noviembre de 1820 entró en el Instituto Juan Pedro Martinol (Hno. Juan Pedro) y un año después, en noviembre de 1821, llegó el décimo de los Hermanitos de María: Antonio Gratallon (Hno. Bernardo). Ese mismo mes, se abre la escuela de Saint-Sauveur, con los Hnos. Juan Francisco y Bartolomé. Mientras todo parece ir desarrollámdose paulatinamente progresivamente, comienza la oposición a la obra del P. Champagnat.

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El Padre Bochard, Vicario de la diócesis, le reprocha haber fundado una congregación religiosa sin haber advertido a la autoridad eclesiástica. A medida que la obra de los Hermanos iba dando buenos frutos, las solicitudes para la creación de nuevas escuelas fueron aumentado. Así, en noviembre de 1820 se abrió una escuela en Saint-Sauveur y en enero de 1822, otra en Bourg-Argental. Para fundar la escuela de Bourg-Argental, Marcelino envía a Juan María Granjon, que hasta entonces ejercía como maestro de Novicios en Lavalla. VIDA DE MARCELINO

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Marcelino se había dado cuenta de que Juan María observaba un comportamiento demasiado exigente consigo mismo y con los demás con el fin de alcanzar la santidad. Sus continuos sacrificios y mortificaciones le llevaban a observar una conducta de mortificación, que Marcelino, según le hacía notar, le recriminaba cariñosamente y le trataba de hacer ver que la obra de los Hermanitos no pretendía la salvación de sus miembros por medio de esos métodos, propios de una Orden Contemplativa, sino por medio de la entrega a la educación de los más necesitados. En lugar de Juan María como Maestro de Novicios, nombró al Hermano Luis, de 20 años de edad, que había sido Director de Marlhes durante dos años.

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NECESITAMOS HERMANOS La creación de las últimas escuelas le obligó a ocupar de modo exhaustivo y total a los componentes del Instituto. Si no llegaba a La Valla algún joven más atraído por esa forma de vida, el Instituto se extinguiría como una lámpara de aceite. Las peticiones de nuevas escuelas en la región desbordaban las posibilidades de Marcelino y en cambio no iba nadie a solicitar el ingreso en La Valla. Mediada la cuaresma de 1822 le llegó la respuesta al deseo que había formulado. Se necesitaban nuevos operarios para continuar trabajando el campo, pero ¿dónde estaban, de dónde vendrían? Regresaba Marcelino de la Parroquia a casa y se encontró a un joven esperando en la entrada. Le dijo: Buenas noches, Mosén Champagnat. Vengo para que me admita en su Instituto. Me han hablado de Vd. en Saint-Chamond. Sus modales no le agradaron y no coincidía su intuición inmediata con lo que le estaba pidiendo. Le preguntó: —¿De dónde viene Vd. ? ¿Qué profesión ejercía antes? —He abandonado el Instituto de las Escuelas Cristianas. He trabajado con ellos seis años. —Si no ha servido para el Instituto del señor La Salle o no pudo soportar su forma de vida, es inútil que lo intente aquí. Abiertamente le digo que no puedo recibirle. Como hoy es ya muy tarde, puede quedarse esta noche y mañana se va. Al día siguiente, siguió insistiendo. —Mire Vd. yo le sería muy útil aquí. Permítame por lo menos estar unos días a prueba... Marcelino accedió, pero a los tres días, viendo que no le agradaba su comportamiento, lo llamó y le dijo:

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—Decididamente creo que éste no es el género de vida que le conviene. Le ruego que tome sus cosas y se retire. Él insistió una vez más. —Si le traigo media docena de jóvenes, buenos, instruidos y capaces de ingresar en su Instituto, ¿me admitirá? —De acuerdo, váyase Vd. y si me trae los jóvenes que dice, reconsideraré mi decisión. Provisto de una autorización de Marcelino se dirigió a Saint-Paul-enChalen, en el Alto Loira. Tan pronto como llegó a su casa, puso manos a la obra y en una semana reclutó ocho muchachos dispuestos a seguirle. Los atrajo contándoles la verdad a medias. En su pueblo seguían creyendo que era instructor de La Salle y tal vez por eso y porque su familia era de las más influyentes del contorno, accedieron con facilidad. Los nueve se pusieron en camino en dirección a La Valla a finales de marzo. Llevaban comida para dos días y el ajuar. Al amanecer del tercer día, siguiendo las crestas del Pilat, divisaron el campanario de La Valla. El guía les detuvo y les dijo: —Ahí tenéis el término del viaje: La Valla. Los jóvenes se miraron sorprendidos y le dijeron. —¿Pero no íbamos a Lyon? —Primero habréis de pasar un tiempo en una casa más modesta que hay en La Valla. Si conseguís pasar las pruebas, iréis a Lyon. Aterrizaron en la Valla poco antes de comer. Pillaron a Marcelino trabajando en la huerta con la sotana remangada y sudando. No sabemos si la extrañeza fue solamente de los ocho jóvenes al verlo o fue también suya. El guía por toda presentación dijo: —Sr. Champagnat, aquí tiene a ocho amigos de mi pueblo, dispuestos a ingresar en su Instituto. ¿Cumplirá ahora su palabra y me admitirá a mí?

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Era el día 31 de Marzo de 1822. Entonces, Marcelino, sin darle una respuesta, se dirigió a los jóvenes y los puso a prueba: —Lo siento en el alma, pero me temo que no podré recibiros. Sois muchos y dudo que todos tengáis las fuerzas suficientes para adaptaros a nuestra dura vida. Uno de los mayores del grupo respondió: —Sabemos que aquí hemos de sufrir pruebas difíciles, pero venimos preparados para soportarlas con éxito. Otros se quedaron consternados ante su negativa. Les pasaba por la cabeza la apariencia de fracaso si llegaban al pueblo de regreso dos días mas tarde... Realmente a Marcelino le dieron lastima. Les dijo: —Bueno, ya que habéis hecho el esfuerzo de caminar durante tres días para llegar hasta aquí, os permitiré permanecer con nosotros otros tres para que podáis regresar a vuestros hogares descansados. En la casa ya veis que no tenemos lugar; os hospedareis en el pajar. Aquí el horario de levantarse por la mañana se indica a las cinco con una campanilla. Estad atentos para incorporaros desde mañana al ritmo de los demás. Los tuvo tres días trabajando de sol a sol en el huerto, los sometió a la prueba de la reprensión que aceptaron en silencio. No podía comprender lo que estaba viendo. Escribió urgentemente a Saint-Sauveur y Bourg-Argental, para que vinieran todos los instructores el fin de semana. Deseaba tener con ellos una reunión general y someter a votación la decisión de recibirlos en el Instituto o devolverlos a sus hogares. Les explicó detalladamente el caso y la conducta que durante los días de prueba habían seguido. Luego procedieron a la votación y hubo unanimidad total: ”Debían ser admitidos”. Los llamó a su presencia inmediatamente y antes de notificarles sus intenciones, les sometió a una última prueba. —Amigos míos, he visto que trabajáis bien y que a toda costa deseáis quedaros con nosotros. Ya veis que no tenemos sitio en la casa para albergaros. Tampoco nos sobran medios económicos para atender a las necesidades de todos vosotros. Así que os propongo un trato para solucionar el problema. He decidido poneros a jornal en las casas de los campesinos del VIDA DE MARCELINO

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pueblo y de la región. Os ocuparéis en las labores de temporada cultivando la tierra o guardando el ganado. Por las noches regresaréis a casa y seguiréis durmiendo en el pajar. Si después del verano los amos me informan favorablemente de vuestras disposiciones para el trabajo y para el trato humano con la gente, si vosotros seguís todavía con la idea de ingresar en el Instituto, yo os admitiré. A ver, tú que eres el más joven, ¿estás conforme? —Si Vd. cree que eso es necesario para poder ingresar, estoy de acuerdo. Pero debe comprometerse a recibirnos al término de dichos trabajos. Marcelino no pudo contenerse más y les dijo: —Creo que ya os he probado suficientemente. Quedáis todos admitidos desde ahora, sin necesidad de trabajar en otro sitio. Tendremos que ampliar esta casa e intensificar los cultivos del huerto si hemos de vivir nueve personas más. El párroco al enterarse de su decisión, se enfadó con Marcelino y le dijo: —Ya sabe el refrán: cría cuervos y te sacarán los ojos. Los alimentará Vd., los educará e instruirá a costa de su salud y tal vez la de sus actuales socios y luego se irán. —No lo creo. Y además la decisión no ha sido solamente mía, se ha tomado por unanimidad. —Sus chicos no tienen capacidad para discernir en un asunto de esta envergadura. Creo sinceramente que alimentar y mantener a esos nueve jóvenes está por encima de sus posibilidades. —No puedo volverme atrás ya, Abate Rebod. La decisión de despedirlos ya no puede ser mía. Se quedarán. Ya veremos el tiempo a quien da la razón. El tiempo dio la razón a Marcelino. El único que estaba fuera de sitio, como ya sabía Champagnat de antemano, fue el instrumento que sirvió de reclamo para atraerlos hasta La Valla. Lo despidió a los quince días por falta de buena conducta y hábitos inmorales.

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Entre los componentes del grupo, algunos de los que permanecieron en el Instituto, ocuparon cargos relevantes y Juan Bautista Furet (Hno. Juan Bautista), fue el primer biógrafo del P. Champagnat. Cada uno de los ocho jóvenes escribió a sus padres explicándoles los objetivos del Instituto en que habían ingresado y su forma de vida. El resultado fue que llegaron otros cuatro jóvenes más, uno de ellos, hermano de Juan Bautista Furet. Antes de que pasaran seis meses de este hecho, el Instituto había recibido una veintena de postulantes procedentes de esta área territorial de Alto Loira ya que Marcelino envió a un Hermano probablemente el Hno. Estanislao - como recrutador de vocaciones a esta región. Los Hermanos de la Salle, institución religiosa oficialmente aprobada por la Iglesia Católica, tenía entre sus normas para abrir una escuela el enviar a un mínimo de tres Hermanos y exigía de las autoridades 600 francos por cada Hermano. Los Hermanitos de María exigían 1.200 francos por tres, y en el caso de que fueran dos, 800 francos. Marcelino quería que los Hermanos estuviesen allí donde había niños necesitados. Estas escuelas, debido a la estacionalidad de los trabajos del campo en la que los niños ayudaban a sus padres, abrían desde noviembre hasta Semana Santa. Los Hermanos de la Salle, al ser una institución religiosa oficial, no admitía en sus seminarios a los jóvenes menores de 15 años, por lo que podemos entender que Juan Bautista Audras, el segundo miembro del Instituto, fuera rechazado por los Hermanos de la Salle y recibido por Marcelino, o que Gabriel Rivat, fuera aceptado entre los Hermanitos de María a los 10 años. Y es que el Instituto de los Hermanitos de María no tenía entonces la consideración de grupo reconocido oficialmente por la Iglesia. Al no ser una institución religiosa reconocida, los Hermanos, una vez concluidos los doce meses de noviciado, hacían una promesa no formulada directamente a Dios, como se hace en la profesión de los votos religiosos, sino como un contrato civil con expresiones pías en las que se comprometían a permanecer en el Instituto por un período determinado de tiempo, dedicarse a la enseñanza de los niños más necesitados, a buscar la gloria de VIDA DE MARCELINO

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Dios dentro de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, a enseñar a los niños que el párroco les envíe insistiendo en un orden prioritario de conocimientos: 1º. - catecismo, 2. - oración, 3º. - lectura, respeto a los ministros de Jesucristo, obediencia a los padres y a las normas legales. Así mismo, por último, prometían obediencia al superior sin replicar, preservar la castidad y compartir sus bienes con la comunidad. El 25 de octubre de 1822, al fin del retiro anual, Juan María Granjon instó a Marcelino que le enviara un Hermano más a Bourg-Argental: — Padre, hágase Vd. cuenta: Tengo 200 alumnos, sólo somos dos Hermanos y hay que atender a dos clases. — Pero ¿de dónde saco yo un Hermano? No tenemos más que a este grupo de novicios. Así y todo, continuó, me he fijado en el pequeño Juan Bautista Furet: es muy inteligente y servirá de ayuda. Tómalo a tu cargo y encárgate de que haga el noviciado bajo tu dirección. El curso comenzó en Boug-Argental. El Hno. Antonio atendía la clase de los alumnos que se ejercitaban en la escritura, el Hno. Juan María, director, se encargaba de la clase de los más pequeños y se dedicaba a enseñarles a leer. Por las tardes, el joven Juan Bautista ayudaba a Juan María. Juan María Granjon continuaba comportándose con una excesiva conducta de piedad, penitencia y caridad. Marcelino habló con él de nuevo para hacerle recapacitar y hacerle ver el desequilibrio que podría sufrir al llevar una vida tan austera. Poco tiempo después, Juan María, sin avisar, marchó al monasterio de la Trapa donde permaneció 3 ó 4 semanas creyendo que allí encontraría sentido su vida de oración, sacrificio, mortificación y caridad sin límites. Al comprobar que la vida trapense no era su vocación, volvió ante Marcelino, que lo recibió sin reproches y le encomendó la dirección de la escuela de St. Symphorien-sur-Coise.

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ACORDAOS En febrero de 1823, en lo más crudo del invierno de la región cubierta de nieve, el Hermano Juan Bautista Furet(1807-1872), que apenas tenia quince años y medio, cayó gravemente enfermo y a los pocos días se encontraba a las puertas de la muerte. Tan pronto como el Padre Champagnat se enteró de la triste noticia, partió rápidamente acompañado del Hermano Estanislao (1800-1853) para llevar su ultima bendición al Hermanito antes de su encuentro con Dios. Entre los vericuetos que atraviesan el Monte Pilat (1.434 m), la distancia de La Valla a Bourg-Argental era por lo menos de 16 kilómetros y más de cinco horas de camino, que se hacia sumamente lento por lo accidentado del terreno y por la nieve congelada El penoso trayecto quedó recorrido sin mayores problemas, pues era de día y los dos viajeros tenían una salud de robustos campesinos, entonces en su plena madurez: 34 años Marcelino y 23 su compañero. Confiando en sus fuerzas, decidieron regresar a La Valla esa misma tarde a pesar de la nieve que no cesaba de caer y de la insistencia de los Hermanos y amigos para retenerlos en Bourg-Argental siquiera por esa noche. El crepúsculo envolvió Bourg-Argental, y desde la salida, un violento “Siberia” sorprendió a los caminantes. La nieve gélida formaba torbellinos golpeándoles el rostro, se acumulaba peligrosamente, borraba todo indicio de camino, hacía muy lenta la marcha y provocaba caídas. Después de 4 kilómetros, toda señal de camino había desaparecido y aún faltaba un buen tramo para franquear las crestas montañosas entre las dos cimas de 1336 y 1307 metros. Se internaron en el oscuro bosque y el viento silbaba entre las ramas. Por todas partes reinaba una profunda oscuridad. Ateridos de frío, continuaron caminando cada vez con mayor lentitud, sin lograr avanzar. Anduvieron varias horas a la deriva extraviados en medio de la tempestad invernal de la montaña, la soledad de la noche y el oscuro bosque. El Hermano Estanislao estaba en el límite de sus fuerzas y tuvo que ser sostenido por Marcelino, pero pronto, él, también sofocado por la nieve, se sintió desfallecer. Dirigiéndose al Hermano, le dijo: “Amigo, estamos perdidos si la Santísima Virgen no viene en nuestro auxilio acudamos a Ella, VIDA DE MARCELINO

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y supliquémosle que nos libre del peligro en el que nos encontramos de perder la vida en medio de este bosque y de la nieve”. El Hermano Estanislao no oyó nada y se deslizó desvanecido en la pendiente nevada. Marcelino se arrodilló al lado del Hermano extendido en la nieve y recitó con fervor la oración atribuida a San Bernardo: “Acordaos, Oh Piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorado tu asistencia o reclamado tu socorro, haya sido abandonado... Levantó como pudo al Hermano Estanislao, lo arrastró unos diez metros, y de repente vio brillar una lucecita que se movía ¡Estaban salvados! Alejada de la población de Graix, a 6 kilómetros al norte de BourgArgental, se encontraba, en la soledad del bosque, la granja de José Donnet En 1823, estaba formada en la planta baja por una sala única que servia tanto de cocina como de dormitorio; contigua al establo, todo bajo el granero, una puerta interior permitía ir al establo sin exponerse a las inclemencias del tiempo. Esa noche, después de cenar, José Donnet, decidió echar un ultimo vistazo a sus animales, ayudado por la luz de su linterna y, sin ninguna razón aparente, llevado por cierta fuerza misteriosa, y a pesar de la violenta tempestad, se dirigió al establo por la parte exterior olvidándose del pasillo interior mucho mas cómodo. Esta luz fue la que vieron por un breve momento los dos viajeros perdidos. Entonces reunieron lo que les quedaba de fuerzas para arrastrase hasta la granja. Al abrir la puerta, se encontraron frente a una joven pareja y una niña de cinco años, en medio de una amplia sala de 100 metros cuadrados aproximadamente. La mujer quitó los zapatos de los extraviados, pues sus dedos estaban ya entumecidos. Los visitantes fueron tratados de maravilla Se calentaron, comieron, bebieron y recuperaron sus energías. Después de la oración de la noche, la familia Donnet se fue a descansar en el pajar, sobre el heno, cediendo el único lecho existente, a los viajeros.

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Al día siguiente, muy de mañana los caminantes regresaron a La Valla. El día 28 Septiembre. Muere Pío VII y en su lugar es elegido León XII.

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ROSAS Y ESPINAS El Instituto de los Hermanos continua su desarrollo: se abren las escuelas de Vanosc, Saint-Symphorien-sur-Coise y Boileau. Se cierra Tarentaise. Se extrema la oposición al P. Champagnat, especialmente del Padre. Bochard, Vicario General de la diócesis y encargado de la enseñanza. Al mismo tiempo, se producen fuertes amenazas contra la obra de los Hermanitos de María. Marcelino pide consejo a M. Courbon, primer Vicario, y al Superior del Seminario, M. Gardette; ambos le animan a seguir adelante contra viento y marea. Mientras tanto, en el ámbito eclesial comienzan a solucionarse las dificultades que supone el exilio del cardenal Fesch, que no quiere dimitir. El Papa mantiene al cardenal el título de arzobispo de Lyon y Primado de las Galias, pero sin poder de jurisdicción. De esta manera, el 18 de febrero de 1824, Mons. Gaston de Pins es nombrado por León XII Arzobispo de Lyon. El Vicario Bochard, después de destruir muchos documentos de su administración diocesana, se retira a sus propiedades y cesan los ataques a Marcelino por parte de la curia. El día 3 de marzo de ese mismo año, Mons. de Pins recibe a Marcelino., bendice su obra, le permite dar hábito religioso a los Hermanos y autoriza los votos y le invita a construir una casa mayor, prometiéndole ayuda. El día 2 de mayo, el Consejo Diocesano autoriza al Padre Courveille a ayudar a Marcelino en la obra de los Hermanos; para ello, se instala en La Valla. Courveille tiene muy claro que es el iniciador de la obra marista y, por tanto, se considera Superior General de la Sociedad y pretende serlo también de los Hermanos. En sus viajes a Saint-Chamond, Marcelino se había fijado mucho en el valle donde está actualmente enclavada la casa del Hermitage. Está recorrido en toda su longitud por las claras aguas del Gier, limitado al VIDA DE MARCELINO

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oriente y al occidente por montes escalonados en anfiteatro, y cubiertos casi hasta su cima de bosques de encinas, de verdes prados y de árboles frutales: es un valle amenísimo y pintoresco, especialmente en la estación primaveral. Sólo el terreno le costó más de doce mil francos. El Padre Courveille puso la mitad y Marcelino la otra mitad. Por eso, cuando trascendió al público el proyecto de desplazamiento de la comunidad y el de la construcción de un gran edificio para albergarla, comenzaron las críticas. Trataron de locura semejante proyecto, y los más íntimos del Padre Champagnat lo desaprobaron e hicieron todo lo posible para que abandonara el, a su parecer, descabellado propósito.

El día 3 de mayo de 1824, Marcelino y Courveille compran la propiedad "des Gaux", en el valle del Gier. Marcelino comienza la edificación del Hermitage. Para comenzar a construir hace falta dinero. Algunas personas le avalan para conseguir créditos que hagan posible la construcción. Cierto librero de Lyon que, había salido fiador de un préstamo de doce mil francos hecho al Padre Champagnat para la construcción de la casa, tuvo que ir a la casa parroquial de un pueblo de los alrededores de SaintChamond por asuntos de su comercio, y como en aquel día se habían reunido allí otros sacerdotes, le invitaron a comer con ellos. Alguien le dijo: Parece, señor librero, que no sabe qué hacer de su dinero, pues hablan por ahí que ha prestado doce mil francos a ese iluso de Champagnat. —No se los he prestado, sino que he salido fiador del préstamo. —Pues ha hecho una tontería, porque ese hombre es un temerario, un testarudo y un orgulloso que se mete en una empresa que no tiene ninguna probabilidad de acierto. —Tengo formado mejor concepto del señor Champagnat; creo que es un santo varón y confío que Dios le ha de bendecir. —No, hombre, no; eso es imposible, porque le falta todo; ni tiene ciencia, ni dinero, ni aptitudes, ¿cómo quiere que le bendiga? El día menos VIDA DE MARCELINO

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pensado tendrá que dejarlo todo y escaparse perseguido por sus acreedores; ha hecho usted mal en salir fiador por él, porque contribuye a mantenerle en su manía, y usted tendrá que pagar la deuda. —Aprecio al señor Champagnat, confío en él, y estoy convencido de que saldrá adelante con su empresa. Si me equivoco, peor para mí. Marcelino no ignoraba lo que pensaban ni lo que decían de él, pero hacía caso omiso del parecer de los hombres Para que la construcción resultase más barata, toda la comunidad contribuyó a su ejecución, y hasta los Hermanos atareados en la enseñanza acudieron a prestar su ayuda. La casa la construyeron albañiles de oficio. Los Hermanos eran sólo sus ayudantes y se ocupaban en extraer las piedras y acarrearlas, lo mismo que la arena, y en amasar el mortero y servirlo a los maestros albañiles. El 13 de mayo, se coloca la primera piedra de «Notre-Dame de l’Hermitage» que es bendecida por el muy ilustre señor Cholleton, Vicario General de Lyon. Dada la pobreza de la comunidad, tienen que llevarlo a comer a casa del Sr. Basson. El terreno (13’5 Ha.) y las obras, costarán 60.000 francos. (Un franco era el sueldo diario de un obrero en aquel tiempo). Para alojar a los Hermanos mientras se llevaba a cabo la construcción, el Padre Champagnat alquiló una pobre casa en la orilla opuesta del Gier y frente a la que se construía. Allí dormían casi amontonados; allí tomaban su escaso alimento, que se reducía a pan de cebada, queso y legumbres que les enviaban algunas personas caritativas de Saint-Chamond, y alguna vez, por extraordinario, un trozo de tocino. Sólo bebían agua. Mientras duró la construcción de la casa se levantaban a las cuatro de la mañana. El Padre Champagnat daba la señal de levantarse. Inmediatamente después se juntaba la comunidad en una capilla dedicada a la Santísima Virgen y construida por el Padre Champagnat en persona. Servía de altar y de credencia una cómoda y hacía las veces de campanario una encina, de una de cuyas ramas colgaba una campanita. Allí rezaban las oraciones, hacían media hora de meditación y oían misa. Pero era tan pequeña que sólo cabían dentro de ella el celebrante, los monaguillos y unos

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pocos más; los otros quedaban a la intemperie sin preocuparse del tiempo que hacía. Después de misa iba cada cual a su trabajo, y se entregaba a él en toda la medida de sus fuerzas y con el mayor silencio. A todas las horas, el que tenía ese encargo repicaba la campanilla y todos interrumpían la labor, se recogían y rezaban acompasados el "Gloria Patri", el "Ave María" y la invocación "Jesús, María y José". Marcelino era siempre el primero en la faena. Daba órdenes, distribuía el trabajo, lo inspeccionaba todo; y además, según afirmaban los mismos albañiles, era el que rendía más en el trabajo. El 24 de mayo de 1824, el abate Rebod es enviado como capellán de un convento de monjas y le sustituye como párroco de Lavalla el padre Étienne Bedoin. Mientras tanto, en Lavalla, el Padre Courveille sigue actuando como superior de los Hermanos y, amparándose en las disposiciones de Monseñor de Pins de autorizar un hábito para los Hermanos, les impone una levita y capa azules. Al vestir de esta manera, las gentes comenzaron a llamarles Hermanos azules. Eran varios los nombres que las gentes daban a los Hermanos: Hermanos de Lavalla, Hermanos Azules o Hermanitos de María. Habiendo comenzado las obras del Hermitage, en noviembre, Marcelino deja La Valla y se traslada al Hermitage para dedicarse por entero a la obra de los Hermanos Maristas. Durante este período se abren las escuelas de Chavanay y Charlieu. Durante todos estos años, Marcelino había cumplido con entera dedicación una doble misión: la creación y desarrollo de la obra de los Hermanos y su ministerio sacerdotal como vicario de la parroquia de Lavalla. El Padre Champagnat había solicitado al Obispo el poder dedicarse por entero a su obra, lo que le fue concedido y así, por Todos los Santos de 1824 cesó Marcelino Champagnat en su cargo de coadjutor de La Valla. Hasta esa fecha, mientras duró la construcción de la casa, subía todos los sábados por la tarde a La Valla para confesar y para decir la misa el

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domingo. Cuando quedó libre de ese cargo se entregó totalmente a la obra de los Hermanos. Durante el invierno se realizaron las obras del interior de la casa. Marcelino estaba siempre a la cabeza de los obreros, y los trabajos se llevaron a cabo con tal impulso que, durante el verano de 1825, pudo instalarse la comunidad en la nueva casa. También quedó terminada la capilla. La bendijo el reverendo señor Dervieux, párroco de Saint-Chamond, como delegado del excelentísimo señor Arzobispo, el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen. Al terminarse la construcción de la casa noviciado, en mayo de 1825, la comunidad de La Valla se instala en el Hermitage. Son 20 Hermanos y 10 postulantes. (Más 22 Hermanos en las escuelas.). Para atender mejor a los Hermanos, además del Padre Courveille, que ya estaba con ellos, fue enviado otro sacerdote, el padre Terraillon, compañero de seminario de Marcelino e integrante de los firmantes de Fourvière. Courveille decía que él había tenido el primero la idea de fundar la Sociedad de los Maristas, y que por lo tanto le correspondía ser el Superior General de los Hermanos. Marcelino tenía en mucha estima las cualidades de Courveille y se consideraba a sí mismo muy inferior a él. Por eso no tuvo la menor dificultad en aceptar la superioridad de Courveille y en hacer que los Hermanos le reconociesen como tal. La Sociedad de María, constituida por Padres, Hermanos, Hermanas y una Tercera Orden según la mente de todos los que proyectaban integrarla, debía formar una sola familia gobernada por un solo superior. No causó, pues, la menor sorpresa entre los Hermanos el nuevo estado de cosas. Tenían la plena convicción de que el Padre Champagnat seguiría siendo su inmediato superior, y que el señor Courveille tendría la alta dirección de toda la obra como Superior General y en especial la de los Padres Maristas. Por eso continuaron acudiendo para todo a su Padre y Fundador como lo habían hecho hasta entonces. Ese comportamiento disgustó a Courveille y pretendió que los Hermanos le reconocieran como superior directo con exclusión de cualquier otro. En las vacaciones de 1825, Courveille reunió a todos los Hermanos y, para ocultar mejor el lazo que les tendía, les habló de la gran misión que la Sociedad Marista estaba llamada a realizar. Al finalizar, les dijo: VIDA DE MARCELINO

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—Por tanto, como los Padres que se hallan aquí pueden, en cualquier momento, ser destinados a diversos ministerios, os propongo que elijáis, mientras nos hallamos todos reunidos y a vuestra disposición, al que deseáis se quede para dirigiros como inmediato superior. Por mi parte no necesito deciros el afecto que os tengo y el deseo de sacrificarme por vuestro bien. En consecuencia, os propongo señaléis vosotros mismos con libertad y sencillez al que sea de vuestro mayor agrado. Cuando os hayáis determinado, escribid en la hojita que se os ha entregado el nombre de vuestro candidato, y dentro de unos minutos volveré para recoger los votos. Courveille entró al poco rato y procedió al escrutinio. Casi todos los votos recayeron en el Padre Champagnat. Entonces el señor Courveille, encarándose con él, le dijo con un tono alterado que no logró disimular: —Se puede decir que se han puesto de acuerdo para darle los votos. Marcelino, entonces, habló a los Hermanos y les dijo: —Amigos míos, mucho me temo que no os hayáis percatado debidamente de la importancia del asunto que se os ha propuesto. Me lo demuestra la elección que habéis hecho. Para que esta elección esté conforme con la voluntad de Dios, es preciso que os despojéis del espíritu propio y de todo móvil humano y que hagáis caso omiso del afecto que podáis sentir hacia mí. No vayáis a creer que estoy más capacitado que otros para dirigiros porque os conozco y me conocéis desde hace años. Se realizó la segunda votación con recogimiento absoluto y obraban con tal sencillez y sinceridad, que ni les pasó por la mente el concertarse. Escribieron el nombre de su candidato en la papeleta y la colocaron en el lugar indicado al efecto. Volvió a hacer el escrutinio el señor Courveille, y al ver el resultado dijo sin disimular su amargura: —El resultado es idéntico. Y luego al Padre Champagnat: —Será usted su superior, ya que sólo a usted quieren.

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En noviembre de ese mismo año, Marcelino emprende un viaje para visitar las escuelas y resolver algunos trámites. En el Hermitage quedan Terraillon y Courveille. Aprovechando la ausencia de Marcelino, Courveille, que había quedado profundamente herido de la preferencia que los Hermanos habían tenido con el Padre Champagnat en las elecciones, les recriminó a los Hermanos su falta de tacto. Incluso escribió a los de las escuelas cartas llenas de amargos reproches porque continuaban dirigiéndose al Padre Champagnat y le trataban como al Superior General. Decía que semejante conducta era ofensiva para él, y que tal falta de confianza atraería la maldición de Dios sobre el Instituto. Con Marcelino no disimuló su mal humor y criticaba toda su actuación. Decía que no estaban bien dirigidos los Hermanos, que no se probaba suficientemente a los novicios ni se les enseñaba como era debido, que eran poco piadosos, que la disciplina de aquella casa no era fuerte ni monacal, que no estaba bien atendido lo temporal y eran excesivos los gastos; y que, en definitiva, el Padre Champagnat no sabía administrar. En consecuencia le exigió que le entregase la administración y la caja. Marcelino ocultaba cuidadosamente esas penas a los Hermanos, y el profundo dolor que le causaban unido a las fatigas y mortificaciones de los viajes, le ocasionaron una gravísima enfermedad que le puso a las puertas de la muerte. El 26 de diciembre de 1825, Marcelino vuelve de visitar las escuelas. Agotado y desmoralizado por los incidentes del Hermitage, su salud se resiente y tiene que guardar cama llegando a estar en peligro de muerte. (Incluso hizo testamento el 06/01/26) La situación alarma a los acreedores, hace que M. Courveille se dispare, y los HH. empiezan a pensar que, si el Padre muere, no hay otra solución que retirarse. Algunos hacen planes. Cuando Marcelino piensa en hacer testamento, decide nombrar a Terraillon su heredero, pero éste rehusa ya que sabe la cantidad de deudas que Marcelino tiene. En vista del rechazo de Terraillon, el Hno. Estanislao pone en conocimiento el hecho al arzobispo que nombra al Padre Dervieux, párroco de St. Pedro y a José Verrier, profesor de Verrières para que actúen en consecuencia.

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El párroco de San Pedro no duda en hacerse cargo de las deudas más inmediatas y José Verrier, teniendo conocimiento de que Terraillon ha rehusado ayudar a Marcelino, se presta como posible heredero de la parte de Marcelino. En el testamento Marcelino nombra herederos a Courveille y Verrier de todos los bienes de cualquier tipo que en ese momento le pertenecieran. Afortunadamente el testamento pasó a ser un documento sin efecto ya que la salud de Marcelino se recuperaría más adelante. Durante el tiempo de la enfermedad de Marcelino, la situación de los Hermanos, debido a la intransigencia de Courveille era cada vez más angustiosa. La labor del Hno. Estanislao va, de nuevo, a salvar la situación: Permanece constantemente junto al P. Champagnat atendiéndole y evitando que conozca la situación de acreedores y de mal ambiente que se esta produciendo. Marcelino permanece aislado en el Hermitage y su estado de salud no le permite recibir sobresaltos que podrían agravar su ya muy debilitada salud. Apenas se divulgó en el público la situación gravísima del Padre, acudieron los acreedores a exigir que se les pagase y como no era posible satisfacerles, amenazaron con llevarse el mobiliario y proceder a la venta de la casa. En tan crítica circunstancia, el párroco de Saint-Chamond, señor Dervieux, llamó a los acreedores para decirles que él se hacía cargo de las deudas del Padre Champagnat. Y cumpliendo su palabra, pocos días después pagó seis mil francos. Courveille, en lugar de llevar el sosiego a los Hermanos y de animarlos, no hizo sino tratarlos con una severidad exagerada. Tanto Terraillon como Courveille, daban a entender a los Hermanos que el proyecto de supervivencia de la Comunidad de Hermanitos de María tenía muy poco futuro y que debían ir pensando en abandonar y volver a sus casas en el caso de que el Padre Champagnat, como se esperaba, dejara este mundo.

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Aquella inquietud con respecto a su porvenir había producido cierto relajamiento y ligereza en la comunidad. Con algo de prudencia y de cordialidad no exenta de firmeza, hubiera sido fácil restablecer la disciplina, sin embargo, Courveille, cuanto notó las primeras infracciones de la Regla, quiso atajarlas de manera represiva, con lo que aumentó el descontento general y el desaliento. Y como aquel estado de cosas iba en aumento, Courveille creyó deber imponerse por el terror. Ese modo de obrar, en lugar de remediar el malestar, contribuyó a acrecentarlo, porque como los Hermanos no estaban acostumbrados a ser gobernados por medios violentos, vieron en semejante trato una disimulada incitación a que se marchasen, y los puso en verdadero estado de irritación En tan desesperada situación sólo hubo un hombre que demostró tener clara la mente y valiente el corazón. Fue el Hermano Estanislao. Él luchó contra el desaliento de los Hermanos y contra el imprudente rigor del irascible señor Courveille; él se mantuvo firme en la esperanza y se mostró digno hijo del Padre Champagnat. Cuando Marcelino se encontró fuera de peligro, el Hermano Estanislao le informó de todo cuanto pasaba en la comunidad, y el enfermo rogó y apremió al señor Courveille para que se mostrara más paternal con los Hermanos, Pero dado el cariz que habían tomado los hechos, era muy difícil evitar los resultados. Por ambas partes existía acritud y descontento. Los Hermanos no tenían ninguna confianza en el señor Courveille, y éste estaba irritado contra todos y contra todo. Conociendo el Hno. Estanislao que el padre Courveille había convocado un severo capítulo de faltas para humillar a los Hermanos y hacerles ver lo indigno de su conducta y de su capacidad para dedicarse a la vida religiosa, solicitó a Marcelino que se incorporara, saliera de su habitación con su ayuda y se dirigiera a la sala capitular. Marcelino, visiblemente débil y apoyado en el Hno. Estanislao, entró en el recinto y al verle, los Hermanos, llenos de asombro, alegría uy satisfacción, exclamaron: —¡El Padre Champagnat, nuestro querido Padre!

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Al aplauso general se unieron las lágrimas de gozo y felicidad, porque se desbordaba por los ojos el jugoso amor de los corazones. Marcelino saludó a los Hermanos con palabras de cariñoso afecto, los exhortó a la confianza y a la generosidad, se sintieron los corazones animados y confortados, y se disiparon los nubarrones que habían oscurecido temporalmente el sereno cielo de aquella mansión de paz y caridad. Agotado por el esfuerzo, se retiró rápidamente a su habitación. Courveille, molesto por la aparición de Marcelino, abandonó la sala capitular malhumorado. La salud de Marcelino había mejorado, pero todavía necesitaba de una adecuada recuperación, por eso, el Padre Dervieux invita a Champagnat a Saint-Chamond, para que pase allí unos días hasta recuperarse. (En realidad, nunca se recuperó del todo. Su austeridad y las tensiones que soportó le originaron una gastritis que se hizo crónica y que, con el tiempo, derivaría en una terrible enfermedad.) Courveille sigue convencido de que los Hermanos se dedican más a los trabajos materiales que a los espirituales y denuncia la incapacidad de Marcelino ante la diócesis para ser un digno superior. Ante las denuncias, el Vicario General Cattet, visita el Hermitage y emite un informe desfavorable sobre el Instituto y propone que los Hermanitos de María sean absorbidos por la congregación de los Hermanos del Sagrado Corazón del Padre Coindre. (Coofundador con Claudina Thévenet, de las Damas de los Sagrados Corazones, conocidas en la actualidad como las Hermanas de Jesús y María). El Padre Coindre se opone vigorosamente a la fusión y, gracias a ello, Marcelino se ve libre de las presiones del Vicario Cattet. El 14 de febrero, Marcelino compra un nuevo terreno en el Hermitage. En mayo, Courveille comete una falta escandalosa de tipo homosexual con uno de los postulantes. El padre Terraillon se entera; no lo

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comunica a Marcelino, pero lo pone en conocimiento del Vicario General Barrou. El Vicario opina que lo mejor para Courveille es que deje el Hermitage y se retire durante un tiempo a la Trapa de Aiguebelle, situada a 120 Km. de distancia. Poco tiempo después, Courveille escribió al Hermitage proponiendo su vuelta como Superior General de la Sociedad de María. Marcelino, ignorante de los hechos y agradecido a Courveille por los apoyos que siempre le había prestado en situaciones de carencia de medios económicos, y respetándolo por haber sido el creador de la idea, no se mostró en desacuerdo, pero Terraillon y el Padre Colin, le hicieron ver que la oportunidad que se les presentaba para deshacerse de Courveille era única y había que aprovecharla. (A partir de aquí, sabemos que Courveille, después de ejercer su ministerio en algunas parroquias, morirá en la Abadía de Solesmes el 25.Septiembre.66) A finales de año, en octubre de 1826, el que había sido el primer Hermano Marista de la historia, Juan María Granjon después del retiro anual, habló con Marcelino, quien le dio a elegir entre la dirección de St. Symphorien o la de Charlieu. Asombrosamente, Juan María rehusó aceptar el destino propuesto por el Padre Champagnat. Su excesiva espiritualidad lo estaba trastornando. Perseguido por una quimérica perfección, rezaba durante horas a la intemperie con los brazos en cruz, daba sus ropas a los pobres, se abstenía de alimentarse adecuadamente... Los esfuerzos de Marcelino para que hiciera una vida más normal y que fuera más condescendiente con sus Hermanos, fueron inútiles; por lo que Marcelino tuvo que despedirlo del Instituto con gran dolor de su corazón. Poco después, Esteban Roumèsy (Hno. Juan Francisco) el séptimo en orden de entrada al Instituto, también abandonaría a Marcelino. Desde que contrajeron el compromiso en Fourvière, Marcelino siempre había tenido una idea clara y persistente de lo que debía ser la Sociedad de María, y aunque se había ocupado en cuerpo y alma de los

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"instructores", hacía cuanto estaba de su parte par encaminar la fundación que siempre vio como una sociedad matriz. La Sociedad de María era un proyecto muy amplio pues pretendía abarcar a Sacerdotes, Hermanos, Religiosas y una Tercera Orden de tipo seglar. La idea era ambiciosa y, posteriormente, las autoridades de Roma la consideraron como un proyecto totalmente inviable. Marcelino, durante toda su vida creyó en el proyecto y así, la idea de traer al Hermitage sacerdotes afectos a la Sociedad o comprometidos por el acuerdo de Fourvière, tenía como objeto crear un núcleo y ampliarlo. Después de la caída lamentable de Mosén Courveille, artífice de la idea original, se sintió muy descorazonado y cansado. A esto hay que añadir que el único sacerdote que quedaba con él en el Hermitage, el PadreTerraillon, el 10 de octubre de 1826, deja el Hermitage aduciendo la excusa de predicar el Jubileo ya que no creía lo suficiente en el éxito de la obra. Y Marcelino se volvió a quedar solo. Para este curso de 1826 se abren las escuelas de Saint-Paul-enJarrez, Mornant y Neuville-sur-Saône. Se construye el cementerio del Hermitage. El Hno. Cosme (Pierre Sabot) es el primero que recibe sepultura en él el año 1827. Marcelino viendo que Monseñor De Pins no era muy partidario de favorecer una sociedad de sacerdotes porque no sobraban en la diócesis, a pesar de todo intentó remover el asunto, primero en el ámbito de los vicarios generales y luego a través suyo. Escribió tres cartas que tenían un contenido muy similar y el mismo objeto.

«Monseñor, el menguado éxito que hasta ahora y en lo relativo a los sacerdotes ha conseguido nuestra obra, hace que no me atreva a presentarme ante vuecencia reverendísima. Pero la bondad que siempre ha manifestado por el Instituto y la paciencia con que ha recibido mis demandas, me anima a suplicarle, una vez más, que no abandone una obra protegida y honrada por V.E. Más que nunca estoy convencido de que Dios quiere la obra. No necesito más prueba que los esfuerzos que hace Satanás por arruinarla. Nuevamente me he quedado solo, sin sacerdotes. Sé que la gente se deshace en conjeturas y me ha hecho responsable del abandono de Courveille y Terraillon. Vuecencia sabe la verdad y confío le haya sido completada por el Vicario General Mosén Bouron y el Rector del Seminario Reverendo Gardette. Espero que esta situación le conmueva y nos envíe VIDA DE MARCELINO

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alguno de los sacerdotes afectos a la obra. Confío en que no me abandonará». La respuesta no tardó. Fue enviado al Hermitage en un primer momento el padre Séon y, en años posteriores, los sacerdotes Bourdin, Forest, Chanut y Pompallier. De este modo en el Hermitage se formó una célula de cinco sacerdotes que con el tiempo pasarían a la Sociedad de María. Simultáneamente, el Padre Colin, profesor en el seminario de Belley, aglutinaba a otro grupo con las mismas intenciones. El 4 de enero de 1828, Los liberales obtienen una aplastante mayoría. La Enseñanza Primaria, dependiente de los Obispos, pasa a depender de la Universidad. La Universidad impone unos nuevos requisitos para impartir la docencia a los religiosos: aprobación del Instituto y titulación oficial. Sin estos requisitos, los Hermanos que fueran solicitados por el estado, deberían cumplir con el servicio militar, que por aquel tiempo tenía una duración de 7 años. Mons. Gaston de Pins, al ser nombrado Par de Francia, intenta obtener la aprobación oficial del Instituto, pero sin resultados. El 31 de marzo de 1829, muere León XII y es elegido sucesor Pío VIII.

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EL RETIRO DE 1829 Vamos a destacar un hecho desagradable que sucedió en el retiro del mes de octubre de 1829: En dicho retiro, el Padre Champagnat propone a los Hermanos varios cambios: 1º. - Mandó que la sotana, que hasta entonces llevaba botones, se cerrase con broches hasta la cintura y luego fuera cosida hasta los pies. 2º. - Impuso a los Hermanos la uniformidad en cuanto a las medias, comunicándoles que desde ese momento debían ser de paño. 3º. - Estableció que en el método de enseñanza de la lectura se abandonara el deletreo y se adaptara la nueva denominación de las consonantes. En cuanto a la supresión de los botones de la sotana, los Hermanos no opusieron ninguna objeción; más bien les convenció que el nuevo diseño favorecía el decoro y eliminaba el deterioro de los botones que afeaban, al perder color con el uso, el hábito talar. Respecto al método de lectura, es lógico que hubiera una oposición de aquellos Hermanos acostumbrados a una determinada forma de enseñar. Todos los cambios en la enseñanza son difíciles de asimilar por aquellos maestros que llevan practicando una determinada estrategia pedagógica de la que están satisfechos. Con relación al uso de las medias de paño, hemos de decir que ocasionó un verdadero problema entre los Hermanos y que vale la pena contarlo detenidamente. Marcelino quería completar la indumentaria de los Hermanos. Desde la llegada de Monseñor Gaston de Pins en 1824, en que se les dio la sotana, la capa corta, el sombrero triangular y el alzacuello blanco, posteriormente se añadió un cordón de lana con motivo de la emisión de los primeros votos y una cruz de cobre con incrustación de ébano en la emisión de los votos perpetuos.

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Debajo de la sotana, los Hermanos utilizaban medias de punto hechas de lana, hilo o algodón y en cada comunidad se adquirían según la necesidad. Este hecho provocó diversos abusos ya que la administración central no podía proporcionárselas a los Hermanos y esto impedía la uniformidad. Aparte de la uniformidad, algunos Hermanos se habían permitido encargárselas de seda o de tela entrefina de algodón, otros se las encargaban de mala calidad, algunos las aceptaban como regalo de personas y bastantes se veían en un aprieto para procurárselas. Ante este estado de cosas, Marcelino pensó en definir un tipo de medias y en proporcionárselas a los Hermanos desde la administración central del Instituto.

El cambio propuesto no era drástico, sino paulatino, ya que, antes de que se llegara a la implantación total, se les entregaría a cada Hermano un par de medias de paño que deberían usarlas en diversas ocasiones de forma obligatoria como, por ejemplo, para recibir la comunión en la misa diaria. (Hay que hacer notar que aunque la misa fuera diaria, la comunión no lo era, ya que debía ser autorizada por el confesor.) Progresivamente, ante una nueva necesidad de compra de nuevas medias, éstas serían de paño y se les proporcionaría desde el Instituto. Pero las cosas se complicaron, ya que muchos Hermanos estuvieron en desacuerdo con la medida adoptada. Algunos Hermanos opinaban que eran demasiado calurosas; otros. demasiado frías; algunos sostenían que podían causar daño a los pies y evitar la marcha a largas distancias; un determinado grupo aducía que eran antiestéticas y otros, que esas medias eran más caras que las otras e iban en contra del espíritu de pobreza. Por aquellos días tenían programada una visita al Hermitage dos Vicarios Generales, por lo que algunos Hermanos disconformes organizaron un escrito de protesta y recabaron firmas entre los demás Hermanos para, cuando llegaran los vicarios, presentarle el escrito y solicitar su amparo para que no se produjera el cambio de las medias.

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Algunos Hermanos veteranos avisaron a Marcelino de lo que se estaba gestando, por lo que el Padre Champagnat los reunió y les dijo, entre otras, estas palabras:

Queridos amigos: ¿No os dais cuenta de la importancia de vuestros argumentos en cuanto a las medias de paño? Creo que las medias no pueden ser al mismo tiempo calurosas o demasiado frías. En cuanto al precio os diré que aunque un par de medias de paño cuestan más que un par de las otras, duran al menos el doble y en realidad son más baratas y más acordes con nuestro espíritu de pobreza. Además, y hablando claro, creo que la única razón de estar en contra es que son menos elegantes... Después de la charla en la que Marcelino, aparte de otras consideraciones, adujo como signo de la voluntad de Dios la imposición de las medias de paño, pero la contestación ante la norma propuesta seguía su curso. La visita de los Vicarios quedó suspendida ya que éstos fueron reclamados en Lyon. Marcelino, viendo que la oposición continuaba, convocó de nuevo a los Hermanos, pero esta vez en la capilla. Preparó la capilla de forma estratégica para su plan: Dejó en la semipenumbra la nave y encendió una cantidad considerable de velas junto al altar de la Virgen Una vez los Hermanos se congregaron en la capilla, Marcelino se dirigió a ellos invitándoles a reflexionar sobre el significado real de su vocación. Les recordó que todos ellos habían consagrado sus vidas a Dios bajo la protección de María y que habían profesado el voto de obediencia . Una vez terminada la reflexión, uno de los Hermanos veteranos se levantó y denunció que algunos Hermanos estaban siendo presionados para insubordinarse contra la s decisiones del Superior. Marcelino, entonces, elevando la voz con tono firme les dijo estas palabras: VIDA DE MARCELINO

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“Todos aquellos que deseen ser buenos religiosos y verdaderos hijos de Marías que se acerquen a la Buena Madre.” Casi todos los presentes se acercaron al altar de la Virgen inmediatamente, pero, al parecer, algunos no habían comprendido bien lo que Marcelino había querido decir porque, cuando Marcelino repitió la invitación, todos menos dos se acercaron al altar de María. Al ver que dos de los Hermanos, los HH. Juan Luis (Aubert) y Agustín (Mathieu Cossange), permanecían sentados en sus asientos, les preguntó: — ¿Se mantienen Uds. En su puesto? Ellos, secamente y con firmeza respondieron: — Sí. La cuestión quedó zanjada en ese momento, Los dos Hermanos fueron expulsados del Instituto. Este problema causó un gran dolor en todos y dejó heridas abiertas. Algunos Hermanos de los que en principio estuvieron en contra de las decisiones de Marcelino y se acercaron al altar de la Virgen abandonaron posteriormente la congregación. Pero las nuevas vocaciones iban en aumento y el Instituto seguía su marcha ascendente.

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LA REVOLUCIÓN DE 1830 Llegado el año 1830, la idea de Marcelino por conseguir la autorización oficial del Instituto sigue siendo uno de sus objetivos primordiales. Sus intentos por conseguir la aprobación oficial parecen estar muy cerca ya que en Mayo de ese mismo año el documento de aprobación está solamente a la espera de la firma del rey Carlos X. Pero, los movimientos políticos que se están gestando en Francia hacen que lo que estaba ya cerca de conseguirse se olvide ya que por ese tiempo la comarca estaba revuelta. La revolución volvía a latir. Fue una corta revolución, pero provocó de nuevo el desconcierto entre los religiosos de la época. La principal causa de la Revolución de julio fue la política reaccionaria adoptada por Luis XVIII y, más tarde, por su hermano Carlos X, que fue proclamado rey en 1824. La nobleza y el clero, ambas enemigas de cualquier proceso progresista, resultaron ser los principales beneficiarios de una política que había aprobado el pago parcial de las tierras que el Estado había confiscado durante la Revolución Francesa, el retorno de los jesuitas (expulsados del país durante el periodo revolucionario) y la entrega al clero del control sobre la educación. Además, Carlos X tomó diversas medidas que recortaban la libertad de prensa. En marzo de 1830 la Cámara de Diputados exigió la dimisión de algunos de los ministros del rey; como respuesta, Carlos X disolvió la Cámara y ordenó la convocatoria de nuevas elecciones, pero los resultados de éstas demostraron que la nueva asamblea legislativa iba a oponerse a la política del monarca con mayor dureza que su predecesora. El 26 de julio, pocos días antes de la formación de las nuevas cámaras, el ministro de Asuntos Internos promulgó las denominadas Ordenanzas de Saint-Cloud (así llamadas por ser ese municipio el lugar en el cual el rey Carlos firmó dichas leyes), por las que se suspendía completamente la libertad de prensa y se declaraban nulas y sin valor las elecciones. VIDA DE MARCELINO

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El pueblo se sublevó, tomando posesión del gobierno municipal en el ayuntamiento parisino. El 29 de julio, después de las denominadas ‘tres jornadas gloriosas’ (27, 28 y 29 de julio), toda la ciudad estaba en manos de los insurgentes; Carlos retiró las ordenanzas de su ministro, pero fue demasiado tarde. El rey tuvo que abdicar y huir a Gran Bretaña. Los más radicales propugnaron el régimen republicano, pero los liberales, apoyados por el marqués de La Fayette, defendieron la instauración de una monarquía limitada, al frente de la cual estaría Luis Felipe, duque de Orleans, que el 9 de agosto fue proclamado rey de Francia con el nombre de Luis Felipe I.

La Revolución amenaza a las Congregaciones religiosas. Muchos religiosos abandonan el hábito y el convento. Sin embargo Marcelino invita a los Hermanos a seguir vistiendo la sotana y a implorar la protección de la Virgen con el rezo de la Salve cada mañana. En vez de ocultar a los Hermanos, el 25 de agosto, celebra la ceremonia de imposición de sotanas a un grupo de postulantes y remite a cada Hermano una versión manuscrita de las Reglas. Por otra parte, como ya dijimos anteriormente, el proceso de creación de la Sociedad de María sigue su curso. Si Marcelino cuenta con cinco sacerdotes de la diócesis de Lyon en el Hermitage que están dispuestos a formar la rama de los Padres Maristas, el Padre Colin hace lo mismo en la diócesis de Belley. En septiembre de 1830, decidieron reunirse todos de común acuerdo Belley y eligieron un superior. El cargo recayó sobre el P. Colin. La distancia entre Belley y el Hermitage, la diferente diócesis, dificultaba un trabajo unitario. Era necesario acelerar las cosas y conseguir que todos estuvieran agrupados en una sola diócesis, bajo un mismo techo. Marcelino escribió al Vicario General Mosén Cattet y le expuso la situación:

«Llevo quince años empeñado en sacar adelante la Sociedad de María y nunca he tenido la menor duda de su porvenir. Ahora bien, el Instituto des Petits Frères de Marie, no puede considerarse precisamente como la VIDA DE MARCELINO

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Sociedad de María, sino como una rama de ese tronco. Eso es lo que siempre hemos creído. Si ello es así, y Vd. está de acuerdo, me permito recordarle la promesa que me han hecho de darnos todos los sacerdotes que quieran venir a nuestra casa y nos convengan. En estos momentos hay varios que reúnen esas condiciones. Si Vd. da su permiso nos colmará a todos de alegría». El Reverendo Cattet informó positivamente al Arzobispo y Monseñor De Pins tuvo el acierto de poner todo el asunto bajo el control del Reverendo Cholleton, antiguo profesor de moral, testigo del compromiso de la Sociedad de María en Fourvière y aspirante, él mismo, de la congregación. El párroco de Valbenoite que recientemente había adquirido un antiguo cenobio benedictino con jardines y demás dependencias tenía noticia del proyecto de Sociedad y les ofreció la casa. El arzobispo de Lyon dio su consentimiento y los sacerdotes tomaron posesión del lugar. El 18 de diciembre el Consejo Episcopal nombró a Marcelino Superior de la Sociedad de María en la diócesis de Lyon. Muchos municipios pedían educadores religiosos después de haber visto las consecuencias y los resultados de la plaga de maestros mercenarios que había en las escuelas, puestos por el gobierno. Aquel año, los Hermanos hicieron el retiro en donde estaban las escuelas, sin venir a la casa madre. El ambiente estaba cargado. Obreros parados recorrían los pueblos cantando canciones impías y revolucionarias. A alguno se le ocurrió la idea de ir al Hermitage a tirar la cruz del campanario y quemar los signos religiosos de la casa. Un buen hombre vino a avisar a Marcelino. —Saque a los Hermanos de aquí. Es mejor que no vean lo que va a pasar. Yo les llevaré al bosque hasta la tarde. Marcelino le contestó: —Los Hermanos no necesitan ir de paseo. Ibamos ahora a cantar las vísperas y allá vamos. VIDA DE MARCELINO

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Llegado el año 1931, el 2 de febrero se produce la elección de Gregorio XVI como Papa de Roma. El 18 de abril, se publica una Real Orden que establece las condiciones de enseñanza para miembros de asociaciones religiosas y la obligación del servicio militar para todo miembro de una Congregación no autorizada oficialmente. Como el sentimiento anticlerical seguía latente por aquellos días, algunos calumniadores corrieron la voz de que en el Hermitage estaba escondido un marqués. Tales rumores llegaron a oídos de la autoridad. El procurador del rey, con varios guardias, se presentó en la casa del noviciado: —¿Tienen aquí un marqués? El Hermanito Juan José, que era el portero, contestó: —Yo no sé que es un marqués. Voy a llamar al superior y diré si tiene alguno. El Hermanito fue a la huerta y le dijo a Marcelino: —Padre, ahí hay un señor que pide un marqués. Marcelino le enseñó toda la casa. Una puerta estaba cerrada y Marcelino no encontraba la llave. El procurador le dijo: —Ya vale, ya basta. Pero Marcelino replicó: —No, no; tenemos que entrar. Si no entramos, dirán que era aquí donde tenemos escondidas las armas y un marqués. Con un hacha, Marcelino derribó la puerta.

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El procurador, al irse, vio sin terminar una parte del edificio y se lo comentó a Marcelino. Éste repuso: —Poco animados podemos estar a construir cuando se están derribando las cruces. El procurador prometió su ayuda. En un periódico de París apareció este articulo:

A un cuarto de legua de distancia de Saint-Chamond, distrito de Saint-Étienne, sobre una roca llamada hoy el Hermitage, tres sacerdotes han construido con sus manos habitaciones pobres y reparten el tiempo entre la oración y la educación de algunos jóvenes destinados a extender la instrucción en los pueblos. Todos viven del trabajo de sus manos; los sacerdotes van algunas veces a ayudar a los curas vecinos y no son conocidos en los alrededores más que por su sencillez, por su modestia y por su caridad. Ultimamente han debido de quedar muy sorprendidos al ver llegar a su casa al juez de instrucción y al procurador del rey, de Saint-Étienne, acompañados de ocho guardias. Pero éstos han debido de quedar más admirados aún de lo que han visto en este apacible y retirado lagar. No han encontrado más que signos de piedad y de pobreza. También han asegurado que han sido agradablemente sorprendidos de esta soledad y del espíritu que en ella reina, que su visita se ha realizado con toda clase de atenciones debidas a hombres tan respetables y, al retirarse, han manifestado al superior de los Hermanos de Santa María que esta visita les será más útil que lo desagradable que les haya podido ser. Es de esperar, en efecto, que ella haya disipado las sospechas que habían inspirado a la autoridad contra una comunidad que no ofrece más que el ejemplo de la perfección de las virtudes que sólo la religión sabe inspirar.

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LA AUTORIZACIÓN OFICIAL Llegado el año 1832, la preocupación de Marcelino de conseguir la autorización oficial del Instituto sigue siendo prioritaria, pero no se ven indicios de que se pueda lograr el objetivo. Por este motivo, por parte de la diócesis se le propone a Marcelino afiliarse con la Sdad. de María de Burdeos (Marianistas de M. Chaminade) y con los Clérigos de San Viator del Padre Querbes (una escuela, un Hermano y algunos simpatizantes con una Regla diferente a la de los Hermanitos de María), para eludir el servicio militar. En Mayo de 1833, la señora Marie Fournas deja en testamento la Grange-Payre, valorada en 70.000 francos. A pesar de que esta casa hubiera descongestionado bastante al Hermitage, Marcelino se la ofrece a los Padres Maristas El 28 de junio entra en vigor la Ley Guizot que establece la Enseñanza laica y gratuita. Además, dicha ley exige el "brevet" a todos los maestros de escuela. Aquellos enseñantes reconocidos por el Estado pueden quedar exentos del servicio militar por un compromiso de 10 años en la Enseñanza Estatal. Los pueblos siguen pidiendo Hermanos. Se abre la escuela de Peaugres. Para Marcelino y sus Hermanos, dicha ley es un obstáculo más, pero a pesar de todo, sigue abriendo escuelas y dedicando Hermanos a la enseñanza de los más necesitados. La presión del Vicario General Cholleton para que Marcelino se uniera a los Hermanos del Abad Querbes continuó durante largo tiempo, pero Marcelino iba utilizando sagazmente el tiempo para disuadir a sus superiores de lo inconveniente de la unión a pesar de lo ventajosos que resultaría ser reconocidos los Hermanitos de María como congregación de enseñantes de una manera oficial por el Gobierno.

Marcelino da largas ya que ve muchos inconvenientes; no vale la pena perder el espíritu de la Obra a cambio de una autorización legal. Tampoco a VIDA DE MARCELINO

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los Hermanos les gusta la idea. Se abren las escuelas de Sorbier, Terrenoire, Viriville y Marlhes (cerrada en 1821). En 1834, Marcelino inicia nuevos trámites para conseguir la autorización oficial, pero el Ministro Guizot se niega explícitamente. Se abren las escuelas de Lorette, Sury-le-Comtal, St-GenestMalifaux, Vienne y Anse. Estamos en 1835 y el Instituto de los Hermanitos de María sigue sin autorización oficial para ejercer como congregación de enseñantes. Marcelino se enteró de que el Padre Mazelier tenía una Congregación de Hermanos(HH. de la Instrucción Cristiana de M. Mazelier) con pocos Hermanos, pero aprobada en los Departamentos dependientes de la Universidad de Grenoble. Así pues, se puso en contacto con él para solicitarle su apoyo. Mazelier acepta encargarse de los Hermanos en edad militar para que queden bajo su protección y puedan eludir el servicio militar y les preparará para que puedan obtener el brevet obligatorio para impartir clases. ( Diez años después, los HH. de la Instrucción Cristiana se unirán a los HH. Maristas.) El 13 de junio de 1835 cuatro Hnos. salen para St-Paul-troisChâteaux para estudiar bajo las órdenes del Abate Mazelier; es éste el primer fruto de la 'entente' con M. Mazelier. Se abren las escuelas de Genas, Lyon (Providence-Denuzière), Pélussiny St-Didier-sur-Rochefort. Marcelino seguía dando la vida por sus Hermanos y consumiendo sus energías para que la evangelización de los más pobres diera cada vez más frutos.

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LOS PADRES MARISTAS La idea original de Fourvière seguía en el pensamiento de Marcelino y los intentos por parte del Padre Colin para que dicha Sociedad fuera reconocida por la Santa Sede seguía su curso. Como todos sabemos la Sociedad de María estaría compuesta por la rama de los Padres, de los Hermanos , de las Hermanas y de una Tercera Orden en la que cabrían tanto laicos como sacerdotes diocesanos que quisieran, desde su ministerio pertenecer a la Sociedad de los Maristas. La Santa Sede consideró monstruoso el proyecto y no dio su aprobación a la idea original. Sólo consideró viable la rama de los Padres como congregación religiosa. Así pues, el 11 de marzo de 1836, la Santa sede aprueba la rama de los Padres de la Sociedad de María confiándole las misiones de Oceanía. Para Marcelino esta aprobación supuso una gran alegría y un primer paso, pues siempre consideró que los Hermanos eran una parte de la Sociedad, cosa que nunca fue posible. Una vez reconocidos como congregación religiosa, los Padres, bajo la presidencia del P. Juan Claudio Colin, Superior General de los Padres Maristas., emitieron sus votos el 24 de septiembre de ese mismo año. Marcelino pasó a ser religioso al emitir sus votos y se convirtió en Padre Marista. El Padre Colin le confió la obra de los Hermanos y le alentó a seguir trabajando por la enseñanza en Francia cuando Marcelino le pidió ser enviado a misiones, pues ésa era la misión de la nueva congregación.

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HERMANOS, SIN AUTORIZACIÓN OFICIAL Las obras del Hermitage siguieron su curso y el 3 de octubre se produjo la bendición de la nueva capilla del Hermitage por Monseñor Pompallier. El 24 de diciembre sale de El Havre la primera expedición para las misiones de Oceanía. Van: M. Pompallier. PP. Chanel, Bataillon, Servant y Bret (que muere en el viaje)HH. Marie-Nizier (Delorme), Michel (Colombon) y Joseph-Xavier (Luzy) Se abren las escuelas de St-Didier-sur-Charalonne, Semur-enBrionnais y St-Martin-la-Plaine. A principios de 1837, el Instituto de los Hermanos Maristas contaba con 34 establecimientos y 171 Hermanos. La obra iba asentándose y la vida religiosa iba conformándose según el espíritu de las Reglas de la congregación, que iban adecuándose y perfeccionándose con el paso del tiempo. Así, en enero se les envió a los Hermanos una circular acompañada de la primera edición de la Regla impresa. El 1 de octubre se abren las escuelas de Firminy, Perreux, La Voulte, Saint-Nizier y Thoissey. En uno de los escritos de Marcelino podemos leer: "Sesenta y seis curas o alcaldes nos piden Hermanos." Pero la autorización oficial sigue sin llegar. Gracias a Mazelier los Hermanos van eludiendo el servicio militar y se preparan para obtener el brevet, pero para Marcelino esto no es más que un apaño de emergencia. Por esa razón, el 17 de enero de 1838, decide librar una batalla cerca del Ministerio, por lo que viaja a París para conseguir la aprobación del Instituto. Son largos y penosos trámites ante el Consejo de Estado y de la Universidad. El señor Salvandy, Ministro de Instrucción pública, le da largas indefinidamente ya que no tiene intención de darle la autorización a pesar de la eficacia y la gran demanda de Hermanos.

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Salvandy le propone a Marcelino la aprobación de su Instituto a condición de que las escuelas dirigidas por los Hermanos no puedan establecerse más que en municipios con menos de 1200 habitantes ya que los municipios grandes podrían ser atendidos por los Hermanos de la Salle. Marcelino no quiere circunscribirse sólo a los pequeños municipios y envía una carta al Hermanos Anacleto, Superior de los Hermanos de la Salle, para pedirle su opinión al respecto y su apoyo ante el Ministerio. El Hno. Anacleto, Sup. Gral. de los HH. de la Salle, tal vez llevado por el miedo a la competencia, emite un informe ambiguo en el que no se declara a favor de que la obra de Marcelino se extienda por cualquier tipo de municipio sino que ve bien que los Hermanitos ejerzan su ministerio en aquellos lugares más pobres en los que es muy necesaria la instrucción primaria. Durante su larga estancia en París, Se intensifican los dolores de estómago. Un cáncer de estómago le comía las entrañas, pero el buen padre seguía realizando su trabajo sin descanso. En el Hermitage, el Hno. Francisco se hace cargo de la dirección de las obras durante la ausencia de Marcelino. Llegado el mes de junio, abandona París, desalentado y sin la ansiada aprobación oficial. A Marcelino le quedaba pendiente el reconocimiento legal del Instituto por el Gobierno y la corte. Éste fue un empeño que no logró conseguir hasta 1851. (Once años después de su muerte.) Mientras tanto los Padres Maristas siguen enviando a misioneros a Oceanía y Nueva Zelanda y el 2 de septiembre de 1838 sale la segunda expedición en la que también acompañan a los Padres Epalle y Petit los Hermanos Elie-Régis, Marie-Augustin y Florentin. Los años iban pasando, las obras creciendo y la salud de Marcelino, deteriorándose. Al llegar a 1939 nos encontramos a Marcelino con ganas de seguir luchando, fundando, animando y enriqueciendo con su ejemplo a los Hermanos, pero también consciente de su delicada salud.

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EL RELEVO Cuando se dio cuenta de que su salud se debilitaba de forma alarmante, Marcelino mandó llamar al Hno. Francisco que escribiera al P. Colin para tomar algunas precauciones en cuanto al futuro del Instituto. El P. Colin le escribió una carta en la que decía lo siguiente:

“Cuidaos bien. Espero ir a veros dentro de uno o dos meses. Me preocupa especialmente el vacío que Vd. dejaría si muriera. Ese temor me sugiere la idea de entregar la rama de los Hermanos al Arzobispado de Lyon. Creo que les resultaría ventajoso. Haga partícipes a los principales de sus instructores y pidan todos luz para resolver un asunto de tanta importancia.” Avanzada la primavera de 1839, el P. Colin fue a visitar al Sr. Arzobispo de Lyon. El Prelado aceptó proteger el Instituto como hasta entonces y le dio órdenes de presidir la elección de las autoridades del Instituto para cuando Marcelino faltara. Las noticias de una nueva expedición de los Padres Maristas con dirección a Oceanía alegró su espíritu. En esta tercera expedición Marcelino envía al Hno. Attale en compañía de 4 Padres Maristas. Eso ocurrió el 15 de junio de 1839 Durante el retiro, se convocó la elección del sucesor de Marcelino. La elección duró media hora. Era el 12 de octubre de 1839. El resultado fue el siguiente: 87 votos para el Hno. Francisco, (Gabriel Rivat) 70 para el Hno. Luis María (P. A. Labrosse) y 57 para el Hno. Juan Bautista (Furet). Marcelino siguió sirviendo de ayuda a su sucesor, animando a los Hermanos, visitando alguna de sus obras y siendo siempre un ejemplo para todos. El 8 de diciembre el P. Champagnat inaugura el noviciado de Vauban en un castillo que se le había ofrecido como donación para el Instituto tres meses antes.

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La salud de Marcelino se debilita notablemente. Apenas tolera los alimentos, pero sigue trabajando sin descanso. Llegado el año 1840, hemos de señalar que a principios de febrero sale la cuarta expedición a Oceanía con los Hnos. Claude-Marie y Ammon, en compañía de dos Padres. Con el fin de ayudar a niños con discapacidades, dos Hermanos van a la escuela de sordomudos de St-Étienne, para aprender y encargarse posteriormente de su educación.

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EL ADIÓS El día 4 de marzo, Miércoles de Ceniza, Marcelino sufre un fuerte ataque nefrítico. Su situación es grave y debe guardar reposo. El día de San José, 19 de marzo se empeña en dar bendición con el Santísimo. Termina agotado pero contento. Viendo que su fin estaba próximo, el día 22 de marzo, ante notario, hace transferencia de los bienes del Instituto a una sociedad formada por los Hnos. Francisco, Luis María y Juan Bautista. El 14 de abril, Jueves Santo, se empeña en ir a decir misa a los alumnos de la Grange-Payre. Tratan de disuadirlo, pero él desea tener un último contacto con los niños por lo que lo llevan, en un caballo y regresa muy debilitado. El 30 de abril hace la inauguración del Mes de María. Termina absolutamente agotado. Es consciente de su próximo fin. El 3 de mayo dice misa por última vez. Siete días más tarde se le administra la Unción de los enfermos. Consciente de que su muerte estaba cerca, llama a los Hermanos Francisco y Luis María: —Antes de morir me gustaría hacer el testamento espiritual para dar mis últimos consejos a los Hermanos. El Hermano Luis María recogió y redactó las palabras que Marcelino pronunciaba despacio y que, en ocasiones, repetía. Todos Los Hermanos se reunieron en la habitación del enfermo. El Hermano Francisco sostenía la cabeza de Marcelino; el Hermano Luis María leyó:

Testamento espiritual de José Benito Marcelino Champagnat, presbítero, superior y fundador de los Hermanitos de María . En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén. VIDA DE MARCELINO

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Hoy, en presencia de Dios y al amparo de la santísima Virgen y de san José, con deseo de dar a conocer a todos los Hermanos de María mi última voluntad y los anhelos más ardientes, reúno mis energías para redactar mi testamento espiritual, de acuerdo con la voluntad divina y para el mayor provecho de nuestra Sociedad. Ante todo, suplico a quienes de alguna manera haya podido ofender o escandalizar—si bien no recuerdo haber hecho daño a nadie voluntariamente—me perdonen por la caridad infinita de nuestro Señor Jesucristo, y que junten sus plegarias a las mías para pedir al buen Dios que olvide los pecados de mi vida pasada y reciba mi alma en su infinita misericordia. Muero lleno de respeto, gratitud y sumisión al reverendo superior general de la Sociedad de María y con las sentimientos de la más perfecta unión con la de los miembros que la componen, especialmente con los Hermanos que Dios confió a mi cuidado y que siempre han sido tan amados de mi corazón. Deseo que reine siempre entre los Hermanos de María una obediencia total y perfecta; que los súbditos vean en los superiores la persona de Jesucristo, que les obedezcan de corazón y en espíritu, renunciando, si es necesario, a su voluntad y juicio propios. Recuerden que el religioso obediente alcanzará la victoria y que la obediencia es la principal base y apoyo de una comunidad. Así, Los Hermanitos de María se someterán no sólo a los superiores mayores, sino a todos los que sean propuestos para dirigirlos y conducirlos. Penétrense hondamente de esta verdad de fe: el superior representa a Jesucristo y debe ser obedecido en lo que manda como si el mismo Cristo lo mandara. Os ruego también, muy queridos Hermanos, con todo el cariño de mi alma y por el que vosotros me tenéis a mi, que viváis de tal modo que la caridad perviva siempre entre vosotros. Amaos unos a otros como Jesucristo os ha amado. Que no haya entre vosotros más que un solo corazón y un mismo espíritu. Ojalá se pueda decir de los Hermanitos de María lo que se decía de los primeros cristianos: «Mirad cómo se aman ... “

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Es el anhelo más ardiente de mi corazón, en el último momento de mi vida. Sí, queridísimos Hermanos, escuchad las últimas palabras de vuestro padre, que son las de nuestro amado Salvador: «Amaos unos a otros». Deseo que este amor que debe uniros a todos como miembros de un mismo cuerpo, se extienda a todas las demás congregaciones. ¡Ah! os conjuro, por la caridad ilimitada de Jesucristo, que os guardéis de envidiar jamás a nadie, y menos aún a los religiosos que trabajan como vosotros en la educación de la juventud. Sed los primeros en alegraros de sus aciertos y en lamentar sus fracasos. Encomendadlos con frecuencia a Dios y a María. Ceded sin pena. No prestéis nunca oídos a dichos que tiendan a perjudicarlos. Sólo la gloria de Dios y el honor de María sean vuestro único fin y toda vuestra ambición. Del mismo modo que vuestras voluntades deben fundirse con las de los Padres de la Sociedad de María en la voluntad de un superior único y general, deseo que vuestros corazones y sentimientos se confundan siempre en Jesús y María. Sus intereses sean los vuestros; sea vuestro gozo volar en su ayuda siempre que os lo pidan. Un mismo espíritu y un solo amor os una a ellos como ramas de un mismo tronco o como hijos de una misma familia unidos a una Madre buena: María. El superior de los Padres, que lo es también de la rama de los Hermanos, debe ser el centro de unión de todos. Así como he podido alabar la sumisión y la obediencia que siempre me han mostrado los Hermanos de María, deseo y espero que el superior general encuentre siempre la misma obediencia y sumisión. Su espíritu es el mío; su voluntad es la mía. Considero esa armonía perfecta y entera sumisión como la base y el apoyo de la Sociedad de los Hermanos de María. Pido además a Dios, y anhelo con toda mi alma, que perseveréis fielmente en el santo ejercicio de la presencia de Dios, alma de la oración, de la meditación y de todas las virtudes. Que la humildad y la sencillez sean la característica de los Hermanitos de María.

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Una filial y tierna devoción a nuestra Madre buena os aliente en todo tiempo y lugar. Hacedla amar cuanto podáis en todas partes. Ella es la primera superiora de toda la Sociedad. Juntad a la devoción a María la devoción al glorioso san José, su digno esposo: ya sabéis que es uno de nuestros primeros patronos. Desempeñáis el oficio de ángeles custodios cerca de los niños que se os confían: dad también a esos espíritus puros un peculiar culto de amor, respeto y confianza. Queridísimos Hermanos, sed fieles a vuestra vocación, amadla y perseverad en ella con coraje. Manteneos en un espíritu recio de pobreza y desprendimiento. La observancia diaria de vuestras santas reglas os preserve de faltar jamás al voto sagrado que os une a la más bella y delicada de las virtudes. Cuesta vivir como buen religioso, pero la gracia lo suaviza todo. Jesús y María os ayudarán; por otra parte, la vida es muy breve y la eternidad no tendrá fin. ¡Ah, qué consolador resulta, en el momento de comparecer ante Dios, recordar que se ha vivido bajo el amparo de María y en su Sociedad! Dígnese esta bondadosa Madre conservaros, multiplicaros y santificaros. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunicación del Espíritu Santo estén siempre con vosotros. Os deja, confiadamente, en los sagrados corazones de Jesús y de María; espero que nos podamos reunir todos en la eternidad bienaventurada. Tal es mi última y expresa voluntad, para gloria de Jesús y de María. El presente testamento espiritual será entregado en manos del reverendo Colin, superior general de la Sociedad de María. Dado en Nuestra Señora del Hermitage, a 18 de mayo de 1840, en presencia de Los testigos que firman. El superior y fundador de los Hermanitos de María: José Benito Marcelino Champagnat, presbítero. VIDA DE MARCELINO

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Todos los Hermanos buscaban cómo aliviar sus dolores. La enfermedad seguía su curso. Ya no había nada que hacer. Marcelino se sentía clavado en la cruz de Jesús participando de su sufrimiento. Así, sus dolores eran menos. Muchas veces, en su lecho del dolor repetía: “¡Qué dicha siento al morir en la Sociedad de María!” El 4 de junio remiten un poco los vómitos y puede recibir la comunión, por última vez. El 5 de junio de 1840 Marcelino se desmayó varias veces. Por la noche algunos Hermanos rezaban en su habitación. Marcelino les pidió que se fuesen a descansar. Sólo quedaron con él los Hermanos Hipólito y Jerónimo. A las dos y media de la madrugada les dijo: —Hermanos, se apaga la lámpara. —No, padre – dijo uno de ellos. No se apaga. —No la veo. Acercádmela. Uno de los Hermanos se la acercó. Pero Marcelino no conseguía verla. —¡Ah!, ya comprendo. Lo que se apaga es mi vista. Me ha llegado la hora; bendito sea Dios. Al cabo de unas horas, en la madrugada, mientras los Hermanos rezaban las letanías, Marcelino acabó de morir. La VIDA llamó a Marcelino el sábado, seis de Junio de 1840.

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ÍNDICE CRONOLÓGICO

1789. - 20 de mayo. Nacimiento de Marcelino Champagnat. 1803. - Vocación al sacerdocio. 1805. - Ingreso en el seminario de Verrières. 1813. - Ingreso en el seminario de Lyon. 1815. - 23 de junio. Marcelino Champagnat es ordenado de diácono. 1816. - 22 de julio. Es ordenado de sacerdote por monseñor Dubourg. 1816. - 16 de agosto. Comienza su ministerio en Lavalla. 1817. - 2 de enero. Funda el Instituto. 1824. - Construcción del Hermitage. 1825. - Mayo. La comunidad se traslada al Hermitage. 1829. - Fija definitivamente el hábito de los Hermanos. 1830. - Gestión en París para la autorización legal. 1835. - Relación con el señor Mazelier. 1836. - 29 de abril. Roma reconoce la Sociedad de María. 1836. - 24 de diciembre. Primera expedición misionera a Oceanía. 1837. - Impresión de las Reglas. 1839. - Enfermedad del Fundador. 1839. - 12 de octubre. Elección del H. Francisco. 1840. - 6 de junio, sábado. Muerte del P. Champagnat. 1851. - 20 de junio. Reconocimiento legal del Instituto en Francia. 1856. - Publicación de la Vida de José Benito Marcelino Champagnat. 1888. - Inicio del Proceso Ordinario (Lyon, 21-7-1888 a 22-12-1891). 1889. - 12 de octubre. Exhumación y traslado de Los restos del Fundador. 1896. - 9 de agosto. León XIII firma el Decreto de Introducción la Causa. 1897. - Inicio del Proceso apostólico (Lyon, 24-4-1897 a 30-12-l901). 1903. - Los restos del Venerable son ocultados en “Les Maisonnettes”. 1920. - 11 de julio. Benedicto XV declara Venerable al P. Champagnat. 1920. - 1 de diciembre. Traslado de los restos del Venerable al Hermitage. 1955. - 29 de mayo. Beatificación de Marcelino Champagnat por S. S. Pío XII. 1957. - Reasunción de la Causa hacia la canonización. 1999. - 18 de abril, domingo. Canonización de Marcelino Champagnat por S.S. Juan Pablo II.

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