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JOSÉ LUIS VALLEJO MARCHITE

ANTOLOGÍA ROTA


Antología rota

ANTOLOGÍA ROTA Como León Felipe, el gran romero, traigo mi antología rota: versos y versos destrozados que me devuelven hoy el mar, el cielo, los caminos del sur. No es demasiado largo mi sendero, y lo he andado siempre ligero. Pero nunca mi mano estuvo ociosa ni fui insensible al amistoso gesto. Al dar mis versos rotos te doy cuanto poseo. No me asusta el dolor que llevo a cuestas, (dolor, amigo viejo), porque sé que es mayor el que tú llevas a tus lomos ceñido, compañero. No te hablo de tragedias. Testifico que hay algo más que polvo entre los dedos: detrás de cada nube existe un mundo para cada sueño, y hemos soñado tanto... Hoy alzaron el vuelo definitivo todas las alondras. Y ese vasto universo del corazón comienza ya a estar solo como el mar, como el viento que nunca tuvo nombre,


Antolog铆a rota

ni bord贸n, ni sandalias de romero. Si tu vivir, transido de esperanza en el tiempo, ha sido caminar, hacer camino lejos, no detengas el paso para cortar las flores del romero. Dios y el hombre te esperan, tras la niebla, con la mano en la rosa de los vientos. Segorbe, agosto del 70


Antología rota

AÚN EN RUTA, SEÑOR Aún en ruta, Señor. Proa enfilada hacia el Norte, la barca de mi vida, ya por el peso de tu amor vencida, navega espumas de una mar cansada. En el rayo sutil de tu mirada, que atisba la distancia indefinida, con el último sol dale cabida: ganas tengo de verla ya amarrada. Hoy quebraste mi flecha en flor de vuelo, al borde de tus labios, con tu risa. Estoy a bordo. El débil barquichuelo abre, de nuevo, velas a la brisa buscando mar profunda, que en el cielo ya tendré tiempo de acabar la misa. Murcia, 1955


Antología rota

SEMBRADOR A Teófilo Martínez

Perfil de las auroras otoñales, lucero de los cielos decembrinos, que se alargan en surcos y caminos sobre el oro y la paz de tus trigales. En flor de vuelo con tus ideales -blanca harina y canción en los molinoste veo, sembrador, junto a los pinos de tus ansias divinas, verticales. En la tierra, tu mano sembradora, bajo un cielo de añil siempre propicio, floreció -verde caña- tu sonrisa. Sol de espiga, tu alma voladora, abierta como flor al sacrificio, hecha pan celestial, se hizo Misa. Murcia, 5 de marzo de 1959


Antología rota

EL VIENTO SUR Para Amador Ibáñez

El viento sur, soplando a intermitencias, dedo de Dios grabando tu destino, fijó a tu barco rumbo: el Mar Latino en pleamar de azules y turgencias. Esta playa, compendio de indolencias, llaga de luz, abrió el primer camino a tus sangrantes pies de peregrino, mercader de ilusiones y vehemencias. Han pasado los años. El paisaje es un Van Gogh de azules y oleaje del que emerge una proa ya enfilada. Tú, a bordo, ves, siguiendo el viejo rito, perderse, cabalgando, el infinito a lomos de la luz tornasolada. Cartagena, 1961

MERCADER DE PRIMAVERAS Al Hno. Luis Gonzaga,en sus Bodas de Oro.


Antología rota

Aquí me tienes, Señor, mercader de primaveras con las rosas del amor que sembraste en el mejor terreno de estas riberas. ¿Cómo fue? Nunca hallaría a esa pregunta respuesta. Señor, sólo sé que un día, mientras las flores cogía las pusieron en mi cesta. Mil veces he preguntado a quien va por el sendero siempre de flores cargado: ¿Eres tú quien ha llenado mi canasta, jardinero? Él esboza una sonrisa a flor de labios y pasa solo, en alas de la brisa, como si tuviera prisa para llegar a su casa. Cansado de preguntar, quise hacer con él sendero, y me cansé de esperar: nunca más volvió a pasar el silencioso viajero.

Yo dejé aquellas riberas por esta senda ignorada. He cruzado sementeras,


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valles, cumbres, torrenteras, la cesta de flor cargada. Y hoy me acerco peregrino hasta estas tierras llaneras sin flores: por el camino las fui sembrando, divino mercader de primaveras. Murcia, julio de 1961

MÁS ALLÁ DEL SILENCIO A D. Francisco Márquez


Antología rota

Francisco, buen amigo, para hablarte dando calor humano a mi palabra estoy contigo. Vivos, el recuerdo y el ansia. Caminos y caminos paralelos, años y años, un horizonte en llamas donde acrisolas los largos años de tus esperanzas. Que no ha sido vivirte, ha sido darte, desangrarte las venas, dar batalla a la paz. Toda entrega es siempre muerte donde comienza y vida donde acaba. Los gallos de mi sueño han despertado tus veinticinco absortas madrugadas. Ya es luz todo en las rosas de tus ojos. En tu frente, surcada -¡qué rejas tiene el tiempo!de plenitud serena, horas amargas han unido definitivamente al hombre de hoy, de ayer y de mañana. Te hablo desde el recuerdo, amigo, donde el tiempo es esencialmente palabra. ¡Cuántas vueltas han dado los molinos! Llanuras torturadas abren nuevos senderos. Sin detener tu marcha tierra adentro, te vas con tu sonrisa desplegada.


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Ha vuelto a renacer la primavera en esta inmensa llaga de luz. La brisa es puro beso sobre la playa enarenada. ¿Qué has hecho de tus pájaros despiertos? ¿Qué ramas los cobijan? ¿O los duermes aún dentro del alma? Más allá del silencio ha florecido tu verdad callada. Más allá del silencio un aleluya de sal y espuma y tantas alondras reprimidas han roto las amarras. Yo acallaré mis pasos en la noche para seguir oyendo tus pisadas. No me importa el olvido definitivo en una madrugada si he sabido sembrarme, cada día, como tú. ¡Cuánto tiempo viviste entre nosotros! Ahora, ¡cuántas cosas no sé decirte! Tú bien sabes que no se enturbia el agua remansada por alabar sus peces sorprendidos. Mas por arte de magia he aventado un instante las cenizas que ocultaban la brasa para cantar la intensidad del fuego que escondes en el alma. Te dejo aquí, amigo. Mis palabras se perderán contigo -te vas con tu sonrisa desveladamás allá del silencio donde florece tu verdad callada.


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CONTÉN, DIOS, TANTA PAZ EN AVENIDA A Miguel Arregui

Contén, Dios, tanta paz en avenida o ahonda el viejo cauce. Dale anchura a mi sed o reduce la andadura cara al mar del gran río de mi vida. Me domina una paz tan sin medida, tan tu paz, Dios, que en río se apresura y trasciende esta humana arquitectura, gozo pascual y luminosa herida. Esta es razón de amor única y sola: mi ciega fe a tu ley, que hoy se acrisola y me recorre desde mis raíces. Al borde de este gozo, que me lanza hacia tu amor, te pido -es mi esperanzaque eternices mi paz, que me eternices. Julio de 1965


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¡OH SENDA LUMINOSA Y DILATADA! Para Alfredo Villanueva

Aquí, cerca del mar, donde la arena sueña relieve y funde perspectivas, has dejado tus huellas fugitivas: huellas de amor bajo la luna llena. Has pasado de noche y a mar plena buscándole a tu amor las horas vivas, cuando dice palabras decisivas el alma en el silencio que encadena. Ya no importa, Señor, Dios caminante, -sólo importan el hecho y el instante-, cómo vendrás, por dónde. Te confieso, -¡oh senda luminosa y dilatada!-, que está, desde hoy, mi casa preparada por si pasas de noche a tu regreso. Cartagena, 1964


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NUEVA ILUSIÓN A Francisco Gil

Te he vendido mi vida por sesenta amapolas que han sido como novias para mi corazón; hoy, como un niño, traigo sesenta caracolas porque quiero comprarte una nueva ilusión. Alarga mi camino, porque no estoy cansado ni mis ojos se ciegan por robar luz al mar. Hasta ayer Tú ganaste, y yo fui el engañado; hoy, así es el negocio, yo te debo engañar. Es mi ilusión ganarte al borde de una vida para que cuando vuelvas a ganarme, Señor, sea como una inmensa amapola encendida. No habrá, entonces, entre ambos un posible deudor. Tú serás el de siempre: vendedor de amapolas. Y yo el niño que, un día, te vendió caracolas Guardamar, 7 de julio de 1966


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¿PARA QUÉ BUSCARTE? Para Aurelio Linaje, profundo conocedor del Amigo.

¿Y para qué buscarte por la tierra que cruzan mil caminos polvorientos? ¿Y para qué buscarte por las hondas galerías que cava el pensamiento? ¿Y para qué buscarte por las cumbres que se confunden con el alto cielo? ¿Y para qué buscarte por la orilla del río sin sosiego de los sueños? ¿Y para qué buscarte por el alba que ríe y pajarea entre los huertos? ¿Y para qué buscarte por las sombras que reavivan las fuerzas del deseo? ¿Y para qué buscarte por el frío que crece lentamente por los dedos? ¿Y para qué buscarte por las penas tantas veces sin nombre como el viento? ¿Y para qué buscarte por la eterna primavera de todos los almendros? ¿Y para qué buscarte por la dicha de sentirse en la tierra un hombre bueno? ¿Y para qué buscarte por la vida? ¿Y para qué buscarte por el tiempo? ¿Y para qué buscarte por la muerte o por la herida abierta del silencio? Buscarte ¿para qué si llenas de presencias este viejo, cansado corazón? ¿Para qué, Amigo? ¿Para qué, inseparable Compañero? ¡Ah!, ¿para qué buscarte si te llevamos dentro? Segorbe, agosto de 1971


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DAD HORA A VUESTRO AMOR Y A MI ESPERANZA Ya crece por mis manos la nostalgia. Son nombres que recuerdo, que los llevo en mí, a pesar del tiempo, como savia que despierta esta carne a su querencia que hoy me ha brotado en medio de vosotros. Esta ansia de vivir ya conseguida de bruces a una luz inexplicable niega que es corto el reino de los hombres. Debajo de mi voz, de esta palabra que aventura su triunfo y se despeña, sin plurales distancias, de mis labios, está mi amor, transido de ternura. Por vosotros estoy entre vosotros con mi largo dolor, con este río de incesante alegría que vendimio a mi sangre. ¡Tan rica es esta tierra donde a tantos y a tantos os nacieron! Ha brotado mi ser de mi palabra para esta plenitud siempre gozosa de vida y de promesas. No es preciso despertar la simiente de las cosas: las cosas dicen poco, pero el hombre retorna siempre, espera, abre los brazos. ¡Oh gozosa presencia interminable! Nunca es triste el camino de regreso cuando se entrega la verdad. Me duelen las horas que regresan del silencio comprado a precio sólo de promesas ; me atormenta la sed nunca saciada, el libro abandonado, la palabra que, a veces, ya no amé porque era vuestra. Si algo puede suplir esos instantes que esta noche se asoman por mis poros desde mi corazón precipitado, es dar paso a otra voz, a vuestras voces.


Antología rota

Porque sé que detrás de cada puerta, sufriendo de la sed que me reclama, gritáis que no estoy solo en la alegría. Bastaría vivir esta certeza para hallar dimensión más ancha al tiempo, pero el dolor se instala en lo más hondo del corazón, herida que no excluye una intuición de amor casi divina. Oíd mi voz en fuga hacia el olvido cuando me estoy muriendo de promesas como el trigo en los surcos prisionero. Dad hora a vuestro amor y a mi esperanza que, aunque larga es el ansia, Dios alienta vuestro soñado campo con espigas. Murcia, 15-9-68 10-6-69


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HORTELANO DE ENSUEÑOS A Manuel Echeverría

Si todavía crees en mi verso, yo, poeta de doble encrucijada, con mi voz de dolor ilusionado quiero hablarte del hombre y su esperanza. Yo sé su nombre de alegría y surco, y sé sus pasos de silencio y parva, pero no sé la ciencia del camino que debe andar jornada tras jornada. Hombre, al fin, y del hombre enamorado, sufriendo de su sed, que me reclama, hortelano de ensueños, te pregunto: ¿Qué has hecho de tu sed, de tus acacias, de tu dolor a solas, de ese río que corre por tus venas dilatadas? Cuando se abrevia la estación y el hombre que eres ya todo tú más recio se alza, mi propia anunciación estremecida -“desgarrada blancura de palabras, consumación feliz de tanta ruta”se hace clamor y voz desesperada. El hombre que nos cerca nos desnuda, a plena luz, sus doloridas ansias de salvación constante por los cauces de una vida transida de esperanza. Pero, a veces, sus ojos siempre abiertos equivocan la luz tenue del alba. Y aquel gozo inmediato, aquella espera que al asombro y al éxtasis jugaban, huyen por monocromas disyuntivas desde lo más recóndito del alma. Y así, frágil materia, van muriendo sobre el cáncer dorado de la playa.


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Querer vivir y amar y esperar luego no es sólo una ambición ilusionada, es el deseo más vivo del hombre que padece, que sueña, que trabaja. Tú que tanto has vivido y has amado, que has esperado tanto, cuando acaba mi voz de despeñarse de mis labios intentando salvar tanta distancia, hortelano de ensueños, te pregunto: ¿Qué has hecho de tu sed, de tus acacias, de tu dolor a solas, de ese río que corre por tus venas dilatadas? Segorbe, julio de 1979


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¡SI TUVIERA TUS MANOS! Al Hno. J. A. M. Bossaert, autor de los grabados de Oscura Presencia.

Si tuviera los ojos con que miras y las manos que dan vida a mil sueños, haría para ti el milagro único de crearte inmortal, dándote un nuevo corazón, amasado de colores: rojo de intenso amor, de ardiente fuego; verde de renacidas esperanzas; azul, inicio y término del cielo; amarillo, que sueña entre los árboles del bosque ser por siempre de oro viejo, y ese dulce violeta de añoranza donde van a morir todos mis sueños. ¡Si tuviera tus manos creadoras!... Pero mis pobres manos, estos cuencos de sombra fatigada, sólo sirven para escribir algunos pobres versos. Versos de un gran dolor hechos Oscura Presencia, que tus ojos eligieron para tus manos, que la han hecho obra eternizada más allá del tiempo, grabada a golpes de un amor sin límites, infatigable artífice. Hoy su peso gravita ya sobre este mundo mágico del arte, y es herencia de tu genio. ¡Que tus manos jamás se paralicen! ¡Que a tu ancho corazón de artista el cielo conceda, generoso, tiempo y fuerzas para hacer realidad todos tus sueños! Si tuviera tus manos... Pero mis manos sólo escriben versos. Nimega, agosto de 1979


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SALMO DE LA ENTREGA A Félix Lengarán, Miguel Mandacen y Guillermo Martínez . ..te pido que eternices la hora mansa y la paz de mi entrega absoluta. LUIS ROSALES

Señor, Señor, plenitud de mis ojos heridos de búsquedas más allá de la luz, donde las sombras quieren hacerse, al fin, misericordia en todas las retinas; más allá de la cima o de la nube que han velado tu rostro: Vengo ante tu presencia con los ojos heridos; la palabra, pura evidencia de amor; simples ascuas las manos, y los pies marcados por tu hierro para dejarte pies, manos, ojos, palabra, no sé si florecida ésta y aquéllos requemados, como dádiva única. Soy el huésped del tiempo. Ahora que ese tiempo breve o largo, Señor, que nombramos los hombres, con toda el alma, vida o Félix o Guillermo o Miguel, simplemente, se vence ciegamente desde el centro; ahora que ya siento mi memoria como un espejo roto;


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ahora que ya empiezan los proyectos a no poder volar (¿quién les hirió las alas?) y es todo mansa lluvia de Dios que inunda mis arterias, con este peso a cuestas me presento para entonar mi Cántico no hecho de palabras: es el silencio amor, un amor cuya sola presencia es oración. Si el corazón donde hablas, donde habitas sólo Tú, mi Señor, rompe el silencio, escúchale su Cántico como el último rezo. Todo está (la nostalgia, cepellón de lo eterno; el limpio amanecer de este día imborrable; el abrazo al ocaso como a una certidumbre con las manos estériles, a veces; la callada ignorancia; la alabanza perpetua de mi sangre; el pecado floral de tanta juventud acumulada; el hombre que he vivido, pasto de luz y sombra, y hasta la tentación penúltima) fundido en el crisol donde se funde todo: el corazón. Yo lo entrego a tus manos, Señor, como un milagro. Me queda mi dolor, lo mejor de mi vida, y esta dulce tristeza que llaman alegría.


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Yo sé que es dulce porque la tristeza y el dolor soterrado, dos puras insistencias, se me han estado haciendo muy lentamente amor. Hoy, Señor, es el triunfo de la vida, del fuego. Y el fuego es siempre amor. Si el fuego canta, ¡es tan dulce su Cántico! Escucha, oh Dios, el Cántico del fuego mientras me va quemando, y eterniza la hora mansa y la paz de una entrega absoluta. Segorbe, agosto de 1984


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POETA DEL AMOR (EVOCACIÓN) Homenaje al Hno. Amador Ibáñez

Amador es tu nombre. Y ése ha sido tu oficio. Tu vocación, poeta de amor en flor de vuelo que no te detuviste para tomar aliento porque Dios te acosaba hasta en el mismo sueño. Poeta de la vida, que has sentido el regalo de tantas cosas bellas, ¿dónde guardas tus versos? ¿Y dónde, siempre al borde del vértigo, tus ansias, tus vehemencias? ¿Dónde tus pájaros despiertos? ¿Quieres que a Dios entone, con la voz hecha grito, el salmo por las rosas que en tu jardín crecieron mientras mis pobres manos sembraban tus petunias? Yo enterré allí mi sangre, y tú tu sentimiento. Éramos dos poetas grandes, desarraigados, que hundimos nuestra obra en el rudo silencio. Con el amor a cuestas conquistamos un nombre: Tú, poeta a escondidas; yo, poeta a destiempo. Ser poeta era entonces oficio perseguido. Y así se nos morían, al par que el sentimiento, “tantos ocasos rojos”, tantos amaneceres, y tanto árbol sin fruto, y tanta flor sin tiesto, y tanta luz, y “tanto pájaro vagabundo”, y tanto amor. Mas Dios nos tenía despierto el corazón, y amábamos humildemente al hombre desde nuestro dolor, poetas del silencio. Así, desarraigados, desandando caminos, corriendo como ríos sin descanso, crecieron junto a las ansias viejas nuestros viejos dolores y estos brotes de vida que aún nos sigue latiendo. Luego, el tiempo nos hizo más duro nuestro barro, más dulce la vehemencia, menos tenso el empeño, más luminosa la ancha herida que en la carne del hombre deja siempre la verdad. (¡Qué secretos desvelan hoy mis labios!). Esta piadosa carga que es siempre sostener vivo tanto recuerdo


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pregona que, ante todo, eres y has sido un hombre, poeta del amor que no has escrito versos. Tú, por poeta, sabes hablar a Dios, y sabes penetrar en las cosas que renacen de nuevo, y sabes que la mano de Dios está en la vida y también en la muerte. Al contemplarte viejo, amigo trovador, veo que está de gloria tu mano bien henchida, que Dios te va creciendo desde el alba feliz de cada día. Y esto, esto es algo que acerca la eternidad al hombre, haciéndose evidencia de amor dentro del pecho. No llores lo perdido, porque nada se pierde. Aquella vanidad de perfección, aquello que fue en su hora exacta juventud, es ahora “cristiana certidumbre de sentirse incompleto”. Pero es también presencia de la gracia, serena y estremecida dádiva. Pasea por tu huerto buscando entre las rosas que, en su fuga, te rozan con sus alas. Poeta, ninguna rosa ha muerto. Y Dios está, entre tanta maravilla, esperando a que digas, siquiera una vez, esos versos que no has escrito nunca y te queman el alma, POETA DEL AMOR, amigo y compañero. Segorbe, agosto de1980 Este poema lo escribí para conmemorar las Bodas de Oro de quien fue mi formador y gran amigo. Entonces no se publicó, razón que me movió a hacerlo, después de su muerte, como testimonio de agradecimiento.


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NO SÉ CÓMO SE CUENTAN YA LOS AÑOS Y este río que pasa siempre y nunca BLAS DE OTERO A Manuel Echeverría

No sé cómo se cuentan ya los años, porque miro hacia atrás, Señor, y el agua fluye, se para, se eterniza. Y miro hacia delante, y otra vez se alarga este río que pasa siempre y nunca. Esto es lo que no entiendo cuando acabas de darme tu divino espaldarazo, casi al fin de mi vida, y me proclamas Caballero Manuel Echeverría. ¿Caballero, Señor? Si tu mirada se posase, dulcísima, un instante sobre mi desnudez, verías cuántas horas de amor baldías, que no cuentas; cuánto afán desmedido, que no alcanzas a encubrir a mis ojos sorprendidos, y cuánta cobardía solapada. ¿Caballero, Señor? Hombre a medida de tu amor, nada más. Manuel me llaman los que a vivir conmigo has convocado y sufren, como yo, la más amarga soledad: la de ser hombre y sentirse “ciega luz”, “polvo errante”, desgarrada verdad, río que pasa siempre y nunca y se hace eternidad en tu palabra. ¿Caballero, Señor? Aquí me tienes con mi dolor a cuestas, pobre llama que se apaga, vibrando, lentamente y lentamente se va haciendo brasa. ¿Caballero, Señor? ¿Por qué no callo, y me acojo a tu paz, y dejo al agua río abajo correr hasta que encuentre definitivamente el mar donde me aguardas?


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Yo, Manuel, no me callo y abro brechas. Sabes que tengo a medio hacer la casa, pero me van subiendo por el pecho, una tras otra, olas de esperanza. Y sueño, si aún son lícitos los sueños, vivir, estando a solas con mi alma, una vida, Manuel, como la tuya, larga, fecunda, siempre fatigada de hacer y deshacer lo que Dios quiere, a veces sin saber si es Dios quien habla. Sólo tú puedes darnos la medida de tu silencio y aun de esa palabra que a tristear, en los atardeceres, te convoca en la brisa más temprana. “A tristear a solas nos ponemos” muchas veces, Manuel. Dinos qué pasa, qué hay que hacer para alzarnos a más viento, y curar tanta herida solitaria, y poder atender a esa voz íntima que desde lo profundo nos reclama. Enséñanos, sencillamente, a ser; a soportar nuestra pesada carga de ser; y a hundir, por fin, entre la niebla lo que no tenga atisbos de esperanza y un hálito de amor. Nombro la vida, y digo plenitud y vértice: ancha y parcelada tierra que, a lo largo del tiempo, año tras año, roturada por la reja dorada de la entrega o la herrumbrosa reja de las ansias, ha de hacerse dolor de Dios, primero, y eternizado amor, después. Al alba, alárganos la mano, tú que ya eres “pasto de luz”, gran río de esperanza, “viento de amor”!. Y déjanos perdidos de la mano de Dios, que no se cansa de hablar al corazón. Cuando el silencio sea, de nuevo, alondra fatigada, de puntillas saldremos a su encuentro a ver si, al fin, nos vence su palabra. Segorbe, 30 de agosto de 1989


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SALMO DE LA ENTREGA DEFINITIVA Ser dichoso, Señor, no es ser divino, pero ser bueno sí. CARLOS PELLICER Para Amador Ibáñez

Conmigo vengo, oh Dios. Mira, si quieres, al hombre que te traigo como ofrenda cuando comienza a declinar el día feliz de mi existencia. Mira, Señor, si quieres, si todavía soy palabra tensa o voz, en cambio, apenas susurrada. Dime, después, qué queda de aquel hondo clamor alzado al límite, de aquella intolerante resistencia, de aquel mundo de oscuras criaturas que anidó en mi cabeza. Míralo todo bien, Señor. No dejes de escudriñar, y quema lo soberbio que se alza aún de mi vida y regala a lo humilde tu presencia. Conmigo vengo, oh Dios. Llego vencido por la edad: ochenta son años, y sudores, y cansancios, y alegrías, a veces, y tristezas. Vengo conmigo, Dios. Contigo vengo. Vas en mi soledad. Sigo tu huella en el viento o la brisa de la tarde. Por si dudas, hay señas de mí en los límites tangibles del bosque oscuro, donde se tropiezan árboles y latidos; en la ancha y crepitante paramera; más allá de la luz, cerca del mar donde el día me encuentra.


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No clamo por la dicha presurosa y remota. El viento de hoy orea otras memorias y otras latitudes, y mis manos cultivan rosas nuevas. Vivir ha sido consumar un dulce encuentro con la luz. Y es una espera sosegada del alba que en sus alas me lleva a establecer, de nuevo, un fascinante maridaje de amor con lo que vuela. Conmigo vengo. ¿Ves cuántos afanes reducidos a niebla, cuánto guiño violento a suave gesto, cuánta pasión a mística inocencia, cuánto grito a rumor? Y la mentira a verdad, sin más. Esta sublime decisión de ser el hombre que Tú, Señor, anhelas, no es solamente mía. ¿Qué sería del aura si no alientas? ¿Qué del fruto si Tú no lo sazonas? ¿Qué de la fina y sosegada hierba si no incorpora a su verdor eterno, unidas, tu sonrisa y su tristeza? El árbol de mi espíritu, este enramado triunfo de colmenas, -¡oh mi carne asombrada!-, quema, hoy, Señor, su dicha en tu presencia. Ser dichoso, Señor, no es ser divino, pero ser bueno, sí, dijo el poeta. Hoy, delante de Ti, pienso que he sido feliz por bueno: esta es mi grandeza. Aquí me tienes. Vengo con lo puesto: la fe desnuda, una loca espera de esperanza y mi amor aún tropezado de ternura, enquistado, que se deja avasallar y, luego, se abandona.


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¡Qué humana ventolera de palabras, Señor, cuando el silencio, es decir, la presencia, acredita que he sido y soy dichoso, casi divino! Deja que el corazón, lo único que tengo siempre despierto, alerta más allá de los años, sea bálsamo que restañe la herida que no cierra, música que deleite otros oídos, ígnea marca de amor, Señor, eterna. Y a ser feliz por bueno. Y a ser divino por bueno y por feliz. Ya no me queda otro modo de vida allí, en tu cielo, ni otra forma de ser aquí, en mi tierra. Segorbe, de julio de 1990


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GRACIAS POR LA VIDA A Teófilo Martínez y Claudio Ripollés por sus Bodas de Diamante, y a Cayetano y Julián por las de Oro.

Hoy no quisiera hablar, Señor, pues tengo miedo de que no se me llenen las palabras de luz; porque no acierto a iluminar las cárceles del alma; porque sólo el silencio o tal vez el susurro son las fórmulas únicas que empleo para decirte, al fin, que mi fatiga y, al par, mi soledad siguen creciendo. ¿Y el trino que hace poco se tenía en mi garganta? Enmudeció: lo siento como un trémulo adiós. Me queda todavía el loco empeño de ir buscando, a través de la palabra empobrecida, un poco de sosiego y la verdad más honda. Si acompañado llego de mis ansias y dudas y temores es, Señor, porque espero que pronto, tal vez ya, no serán ansias, dudas, temor: lo he dado todo al fuego, incluso esa asustada mariposa de amor que alzó su vuelo un ayer secretísimo que conoces. Por eso, te agradezco, Señor, el tiempo, algo que el hombre llama vida y aleteo y sueño, sin saber exactamente qué es lo que diferencia a cada término.


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¿Sueño el tiempo de qué? ¿Del canto de los pájaros que fueron? ¿De la muerte que anima la belleza de la rosa temprana que hacia un ciego destino, en primavera, precipita como el agua en cascadas ese anhelo de ser, pero hacia arriba? ¿Sueño, acaso, de Dios? ¿Por qué aleteo? ¿Lleno está como el aire de esperanzas en vuelo y las traspasa con las alas tiernas hasta alcanzar el más remoto cielo? ¿Por qué vida, esa trémula arboleda donde todo es misterio y hasta el canto penúltimo una conformidad de afán y riesgo? ¿Tiempo la vida? ¿Afán al límite? Señor, yo no lo entiendo. Bien sabes que me acuno en ese doble cansancio de sentirme y de ser eco de una voz que no es mía y donde, a veces, la tristeza se instala y hace hueco. Nadie sabe, ni yo, si estoy al otro lado de los sueños que el hombre, por ser hombre, sueña o en el extremo del horizonte donde está la vida pujando por ser vida, no asidero de fantasmas. Si a veces he vivido la vida como un sueño tembloroso, quisiera aclararlo ante Ti, antes que un viento o ráfaga me arrastre hasta mi sino: tu misterioso seno. Dijo el poeta: Sólo


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vale vivir frente a ese DONDE inmenso queriéndolo, buscándolo. Yo lo he buscado, a veces, como un ciego, los ojos del revés, por tardes grises, pulsando con la punta de los dedos esa trasrealidad, ese trasmundo o indiscernible realidad que anhelo. Ahora, rotos los cálculos, ilegibles los números que instalan sus cuarteles de vida en el recuerdo, con el verbo indeciso y tembloroso y en su sitio la sangre, te requiero para esa aclaración total, Dios mío, para el último beso. Tú, Señor, la Palabra sola, eterna, perdónales a todos el empeño por escuchar mis necios silogismos sobre la vida, el tiempo, el aleteo de la frágil rosa. Y déjales que sueñen que es el sueño la vida de la vida. Yo, Señor, te agradezco, desde lo más profundo, tanta vida o tanto tiempo o aleteo o sueño. Segorbe, julio de 1991


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EN MEDIO TÚ, NO EL TIEMPO A Emilio Alastuey, Eloy de la Iglesia y Agustín de la Fuente.

Otro día, Señor. De poco sirve que a mis sueños dé vueltas y más vueltas por ver doblado el sol sobre las aguas que hacen posible el horizonte. A ciertas horas, la luz, Señor, importa apenas. Sé que en el vuelo matinal no siempre te haces noticia Tú; que, a veces, llegas cuando se rompe el más puro equilibrio sobre cualquier almohada o cualquier piedra, en el viento solano o en la brisa, en la palabra que mi sed acerca al agua más precisa. Hoy es jueves o miércoles, no sé. Abro la puerta hacia el rincón de la memoria, avanzo de puntillas y siento que me cercas Tú, no el ayer. No existe más antevíspera que Tú sobre esta mesa donde conviven sueños y papeles en que escribes mi historia o como quieras llamar esta locura, esta inquietante espera. Alargando los brazos hacia lo más profundo de la esencia se palpa lo impalpable: la densidad viscosa de la niebla pertinaz que me hace un ser pretérito -¡oh endurecida greda!y la rosada levedad del alba que envuelve mi futuro con sus sedas. En medio Tú, Señor, jamás el tiempo, dando sentido y plenitud. Alerta, siempre despierto sobre mi congoja y clavándote agujas en la lengua para gritarme que no ha sido inútil mi humana soledad sobre la tierra.


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Nada inútil, Señor. Y todo próximo: las palabras oscuras que me queman, el oculto fracaso del corazón en vela, las noticias en éxtasis de gritos y la mudez más densa. Pero si dejas de velar mis sueños, ¿habrá otra primavera para mi sangre? ¿Seguirá la muerte de las rosas, Señor, siendo tan bella? Ya ves, Señor. Un jueves o un miércoles cualquiera, en medio Tú, no el tiempo, pueblo mi loca mente de quimeras, saco a orear mi endurecido barro y recupero algunas cosas viejas que en los lejanos puntos cardinales de mi vida olvidé, Dios, a sabiendas. Por ejemplo, la cita con mi anhelo de ser un hombre nuevo o la tristeza de haber cocido un pan sin levadura o haberle puesto cercas a un sueño tan hermoso como hacer del amor mi santo y seña. No sé si es éste el sino de los hombres o sólo el mío. ¿Queda, oh Dios tan hondamente transparente, algo por aclarar? ¿En qué ribera, en qué mar, en qué río tengo que hacerte entrega del manantial reseco de mis ojos si aún de suspiros va la brisa llena? Sin que ya importe el tiempo, hoy, Dios mío, se cierra otro gran ciclo. Pero está mi sangre rotundamente ilesa, mientras los poros se me van llenando de sombras inconcretas. Nos queda lo importante: hacer posible la luz entre las sombras, que mantengas


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encendidos los rojos terciopelos del crepúsculo, Dios, para que pueda justificar, también, esta jornada de rosas esculpidas e impaciencias, de alborotadas viñas y de júbilos, de vientos cereales y cosechas y, sobre todo, oh Dios, de soledades donde anocheces y donde alboreas. Dios de mis soledades, de la chispa final, haz que esta vieja sombra se alargue aún y se proyecte, atónita, por mapas y mareas, cuando esparce sus hojas el otoño sobre los anchos ríos de mis venas, hacia la curva azul del horizonte, radiante luz, donde tu amor me espera. L’Hermitage, agosto de 1992


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Y PARA QUE ESTA HISTORIA SEA CIERTA A Víctor García Arroyo y Luis Minguillón.

Y para que esta historia sea cierta ha sido necesaria una luz que dijera, al fin, mi nombre: en toda luz se encierra una llamada. Luego, contar solsticios y equinoccios; soñar, mientras el tiempo azota el alma, cómo ser inmortal huésped del tiempo; cómo encender la llama del amor, de la vida, a cada instante; cómo abrir al dolor cauces, y al agua escuchar el rumor deletreado sin destruir su magia. Después, acariciar las formas dóciles de la materia noble y perfumada sin volverle la espalda a lo que ha sido, encontrarle un camino a la esperanza y dejar que se enrede el pensamiento al corazón, primera ave del alba, para que a Dios le cante: Tú iluminas mis cosas cotidianas mientras buscan mis ojos sendas de certidumbre enamorada. Conoces mi costumbre, el techo de mi casa, el grito alado de mi oscuro barro cuando se desdibuja en la mañana ese pequeño sueño de tristeza que se empoza en el alma. Y si me alzo de súbito desde esta vieja orilla a la cercana lejanía y recobra la vida su sentido, Tú derramas toda una primavera de sonrisas sobre mi nombre y callas.


Antología rota

Entonces, insumisas como gotas de lluvia, mis palabras, más allá de la rosa, una a una, a tientas se me escapan, arden en llama viva y se tornan ceniza enamorada. Todo el quehacer del hombre que mantiene aún alerta la esperanza te regalo en ceniza, y unas tremendas ganas de invadir los espacios del olvido, de rescatar la vida para alzarla sobre la prisa, sobre el pensamiento, sobre las inquietudes cotidianas, y salvar con amor este sosiego, esta paz, esta historia, esta mirada, esta evidencia donde se eterniza, de forma insospechada, toda una suma de limitaciones que Tú conoces y amas, que fuerzan a vivir contra la muerte y que dan fe de vida ante la nada. Sabes, Señor, que hay zonas de existencia donde flota una luz entrecortada, reino de realidades muy oscuras del hombre, criatura limitada. Y esta realidad en la penumbra de las inmensas salas del recuerdo se adentra y agrede fieramente con sus garras. La soledad, entonces, nos habita todo ese firmamento de nostalgias, y quedamos atónitos y heridos con las manos cruzadas. Son los momentos malos, esa especie de tormenta importuna que descarga sobre el amor deshecho su granizo y anega aquel incendio de palabras estremecidas como las alondras que en el alma anidaban.


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Ahora, oscura síntesis de barro, casi falta de aceite ya mi lámpara, cuando el destino es esperar, acéptame un brillo de sonrisa, esta plegaria fugitiva, este instante divino, este agitado jadeo en la garganta, esta ansiedad que aún funde la belleza, este grito de vida trabajada que se agota creciendo hacia la muerte que contra la ternura, lenta, avanza. Acéptame, Señor, esta manera de ser, que ni la cambia esta proximidad a la penumbra ni aquella lontananza de alegres y confusas primaveras donde la luz se alzaba sobre las viñas, sobre los olivos, sobre los sueños y las piedras blancas, sobre la nieve, sobre la tristeza, sobre las noches hondas y calladas. Es ahora, Señor, mi alma molino donde un rumor de acacias se está moliendo lentamente al ritmo del agua enamorada. Por eso, enajenadamente mi alma enajenada, pájaro tembloroso y extasiado, en éxtasis te canta. Alicante, 26 de diciembre de 1993


Antología rota

¿QUÉ HAGO CON TANTA VIDA? A Gabriel, Arturo y Juan Cobeta

Soy como soy, sin más. Y Tú, Señor, lo sabes. ¿Para qué aparentar que soy de otra manera? A veces, lo confieso, te encontrarás tan solo y tan desamparado que olerás a tristeza por los cuatro costados, y que tus soledades serán mis soledades aunque yo no lo quiera. Otras vivir ha sido ir donde tú nos quieres, encontrar en el sitio exacto tu presencia, descansar en tus brazos divinos nuestra prisa, dejar que las palabras en los labios florezcan para que fluya fácil el diálogo de amigo o el eterno monólogo del amor y la pena: el hombre es un ser triste que, sin saber por qué, inventaria alegrías y airea la tristeza. Dice: Mira qué rosa te ofrezco, qué prodigio; y, a poco, se deshace en sus manos de niebla. Es consciente de que por el río del tiempo la vida se desliza silenciosa, ligera, de que no debe hundirla por siempre en el silencio, de que en la propia muerte radica su grandeza. Pero él juega a la muerte y al amor, y se esconde del amor y la muerte, y ante Ti se confiesa amante enamorado de los atardeceres, el cántico más bello de la muerte más bella. Y poco más, Señor. Porque si Tú desciendes a su yo más profundo, si roes su madera, encontrarás el tronco sin corazón ni albura, cubierto de una inútil y muy tosca corteza. El lo sabe, y se angustia, pero va por la vida de ángel de niebla o aire, de ángel de luz o niebla, mojando sus palabras dulcemente en el tiempo y caligrafiando tu lejana presencia. Solo, por las orillas de un mar encandecido, de espumas, escurriendo silencios, vaga y deja en la mojada arena, en las tardes de sol cuando Tú te paseas, una forma de huella.


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Y sabe, desde siempre, que hay un deje infinito en el viento, y que es tierna la lluvia entre la hierba. ¿Lo has visto? Se conmueve cuando la brisa mece con su beso los álamos que, a hora temprana, esperan a que se alcen sus pájaros de los calientes nidos, y le tiemblan los labios cuando las hojas tiemblan. Si le preguntas qué ha hecho de su amor, de esa herida divinamente humana, profunda, que nos deja, gritará que es como es. Y como tú lo sabes, dirá que su vivir no sólo es apariencia. ¿Quién dijo que vivir sólo es cuestión de fe y que sin fe un rumor de tristes voces queda? Con esta voz de espada vencida una y mil veces, busco justificarme, Señor, cuando aún me quedan por responder preguntas que nunca he respondido y que tal vez ya nunca encontrarán respuesta. Pero vengo, a sabiendas de mis limitaciones, sin engaños, doliéndome la vida, con las venas convertidas en ríos de cauces tortuosos, a decirte, esta tarde, mi sencillo poema. Hoy soy el mensajero de cosas que no entiendo, pero que amé por mías durante tantas décadas: ¿Por qué un día dijiste con clara voz mi nombre y, a medio hacer la casa, me llevaste a tu hacienda? ¿Por qué me sedujiste, Señor, con tu mirada hasta olvidar los ojos puros de una doncella, luminosos y claros, que pudieron hacerme -es lo que pienso, oh Dios- feliz aquí en la tierra? ¿Y por qué me has dejado soñarte tan humano, tan cercano, tan mío, que son mis manos huella de generosas dádivas? ¿Qué es, si no, la vida? Hoy siento tu regalo, su desnuda belleza, sobre todas las cosas: el canto de los pájaros vagabundos, los versos de los grandes poetas, el delicado aroma de las últimas rosas y la luz sonrosada de tantas primaveras.


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Pienso la vida y digo, mientras me brota un cántico de eterna acción de gracias en la garganta seca: ¿Qué hago con tanta vida después de tanta vida? Señor, aquí la tienes. Haz de ella lo que quieras. Guardamar, 26 de diciembre de 1996


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ÁLZAME A MÁS VIVIR A Leonardo, Alfonso y Julián

Dime si ha sido cierto mi vivir. Porque si vivir es correr precipitado, “beber los zumos de la pesadumbre”, airear a diario el duro barro de que estoy hecho, soportar el peso de un amargo silencio, de una palabra injusta; si es constatar, Señor, que la esperanza se te acaba a pesar de las preguntas, negar labios al beso, descansar de dormir en la ternura, dejar que se me pierda la alegría, confieso que he vivido. Pero si vivir es, oh Dios, comprometerse, liberar de la angustia la desnuda belleza, correr en pos del hombre por las aguas sin luz, aceptarme pecado en mis limitaciones, renunciar a las cosas que no tienen cepellón de lo eterno, ser vado que suprime las distancias y donación o entrega u holocausto, ¿he vivido, Señor? ¿Acaso así se cumple mi destino cuando soy portador de una llama celeste? Después de recorrer un laberinto de hondas encrucijadas, acudo a tu presencia, en la vencida luz que julio deja, a ofrecerte este aroma de recuerdo y a suplicarte, humilde: Concédeme valor para la entrega y algo de lo que el hombre hoy llama tiempo libre para ocuparme a fondo de la vida.


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Sabes bien que hasta ahora no me has sorprendido con el vivir en orden: a veces pienso que la tierra es vuelo y olvido fácilmente como Tú te desvelas para seguir soplando y atizando el fuego donde quemas mi pecado. No puedo ya vivir, sin más, la vida sin pararme a mirarla y a gozarla, Señor. Alzada en vilo, Tú me la sostienes sin dejarla caer en el abismo, “dándole latitud y longitud de Ti”, oh mar cercano que me anegas. No dejes, Dios, de alzarme sobre la dura realidad que habito: la angustia, la mentira, la tentación, la duda, la injusticia, el ansia de poder, el olvido del hombre y ese doble cansancio que es el miedo y la muerte. “Dame la mano hacia la cresta súbita”, álzame a más vivir este amor que hoy te entrego y que llaman algunos fidelidad. Guadalupe, 27 de julio de 1994


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POBRE BARRO QUE SUEÑA A los Hnos. Aurelio, Cirilo, Joaquín y Víctor.

Soy, Señor, una inmensa, palpitante memoria amasada con tiempo y un algo de costumbre: pobre barro que sueña. Tú estás en mi recuerdo lo mismo que una rosa fatigada: sentimiento purísimo que se alza sólo de dentro a fuera; belleza que se quema, eternizándose, en el inmenso incendio del ocaso. Y yo, Señor, estoy en medio de los hombres, cultivando tu viña, apelmazando el surco y soñando horizontes donde quepa lo eterno. A veces, se me nubla la vista y voy a tientas, desde el propio cansancio, con dedos lazarillos acariciando aquello que hace saber vivir. Vivir es escuchar muy dentro el propio pulso, sentir cómo la sangre corre por sus vertientes, tender las manos, cálidas, al transeúnte humilde, hablar sólo palabras que alumbren su destino y dejarle encendida la esperanza. Ahora, -se vive plenamente si se vuelve a ser niño-, casi recién salido del miedo más reciente, antes de que se me hagan desgarrados los días, siento unas locas ansias, oh Dios, de arrodillarme y decirte: Devuélveme un rato hasta mi infancia para olvidar un poco la sonrisa habitada y volver a reír como lo hacía entonces. Podría recordarte cómo andabas, a tu aire, de forma muy sencilla, entre mis cosas; cómo te descubrí en la alegre y absorta madrugada cuando eras trino apenas sobre el enhiesto chopo.


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Te hablaría del vuelo de tantas golondrinas que anidaban debajo del alero de casa; de cómo era, a pesar del odio y de la guerra, feliz, a mi manera, escuchando tu silbo, junto al río, en las ramas de aquellos viejos álamos. Sacaría del arca, uno a uno, mis sueños y aquella muerte joven que se empozó en el alma. Luego, regresaría de tu mano a mí mismo dejándole a la lluvia la memoria encendida... Pero si no es posible desandar el camino ni fácil el otrora regreso a la memoria; si ha perdido belleza el fulgor del vivir, no intensidad; si apenas es mi palabra llave de la vida, no escuches, Señor, esta plegaria y que el silencio sea consoladora almohada. Y déjame soñar... Si eres verdad, Señor, ¡qué dulce, y verdadero, y eterno lo que sueñe! Con los años, oh Dios, se aprende a ser mendigo en la esquina más pobre, y hasta uno se conforma con la simple moneda del despertar que Tú repartes cada día. Esto te desempoza del corazón la angustia y te pone en el tren de regreso a la dicha. Por eso, mientras quieras, yo seré el silencioso alfarero que sigue jugando con el barro que sueña y es memoria amasada en el tiempo y un poco de costumbre. Y Tú serás mi asombro virgen a cada instante. Guardamar, 26 de diciembre de 1996


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Y TODO DE VERDAD A todos mis profesores y compañeros de hace diez lustros, con la emoción más honda por el encuentro.

Y todo de verdad, como esta turbación por el encuentro, o el abrazo ensayado de antemano, o aquel recóndito, por puro, escalofrío al ver que todo estaba en orden, todo: el recuerdo, los gestos, la sonrisa, la voz... ¡Oh qué milagro sentir dentro del alma vuestra verdad! El tiempo la ha ido haciendo más honda, y es la misma de ayer, todavía encendida. ¿Qué importa, pues, que mi reloj se calle? Sellad mis labios, pero no los vuestros, que hablan aún de ternura, saben de permanencias y cantan el amor y la esperanza. Hecho hálito de pájaro, he volado sobre la luz de todos vuestros nombres y he visto, una vez más, sus golondrinas anidando en el barro de mi cansancio, realidad que vivo como algo casi ya definitivo, tras la memoria, más allá del mar. Ignoro si la luz que alumbra ahora es como aquella luz niña, redonda, que iluminó nuestro primer ensueño y abrió sendas suicidas hacia arriba. ¡Qué fáciles nos eran las cimas: Montenegro, Llanteno, Peña Angulo! ¡Qué imprevistos los veranos -¡oh Puente de las Teclas!-


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y qué dulce la sombra de Los Castaños, isla ya sin mapa en el quehacer monótono de los días sin sol! Convivían las luces y las sombras con la lluvia y el viento en nuestra vida, que era un poco más gris y menos alta que las trémulas cimas de los árboles. Iban los ojos, cándidos, buscando tiernos amaneceres a los días equívocos, y el alma huía en nuestra voz hacia otros ámbitos -¡oh Virgen de la Encina!temblorosa, estrellada, cenital. Huésped del tiempo, aquí os hago entrega de estos puros recuerdos en escorzo. Se ha borrado algún nombre, pero quedan secretas marcas ya en nuestra memoria y mudas cicatrices de su paso en el alma. Lo que triunfa es la luz. Y “en esta misma luz es donde ahora se exalta en blanco el hueco de la ausencia”. Por eso, al evocarlo, un frenesí de música sacude mi corriente sanguínea. Besos y vasos se me quiebran, crujen -aquéllos en las manos inseguras, éstos entre los pétalos sangrientos de los labios- o ascienden locamente sin sospechar que, al olvidar las alas, pueden no amanecer, hechos jirones como la luz contra el acantilado. Pero lo cierto es que la luz aún vuela sobre aquel paraíso de la dicha donde el amor era vivir sin límites exactos y esperar. Porque vivir era eso justamente.


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Después de tanta plenitud, de nuevo debe la vida recobrar su ritmo y acudir, como siempre, a sus lugares comunes: el saludo, la asistencia al trabajo, otra impensada vuelta a los antiguos lares, a la Encina donde la salve se hizo, cada sábado, seña de identidad en nuestras vidas, y a decirnos que sí o que no. Lo justo para ser lo que somos, sin romperle a la rosa su sueño de ser rosa durante el breve instante que dura su belleza, sin ahogar el rumor del mar insomne con nuestros gritos, sin negarle al viento su derecho al gemido, y a la lluvia su inquietante ansiedad. Y todo de verdad, como ha sido este encuentro después de tantos lustros, o es la vida o el cristal o la nieve o el destino que a todos nos convoca a esa vida inmortal que en Dios se cumple. Arceniega, 18 de agosto de 1993


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LAVA NUESTRA MEMORIA A Fernando, Julio, Miguel Angel y Servando

El ambiguo rumor creció de boca en boca hasta hacerse noticia en la tarde cansada del ocho de noviembre. Luego los teletipos dijeron vuestros nombres. Nos quedamos atónitos, los ojos doloridos, expectantes los pechos al saber que era cierta vuestra muerte. Purpúreos lirios son vuestros cuerpos y preciosas violetas sobre el volcán activo del africano Zaire. Un absorto fulgor de sangre arrodillada elevándose al cielo y un grito de concordia pregonan que las puertas del hombre no se cierran y que aún es posible un mundo sin fronteras. ALGUIEN os conocía del país de los sueños, pues se acercó con pasos de luz entre las sombras para herir con ternura vuestros pechos y frentes, os puso entre los labios la sonrisa más bella revestida del éxtasis que llamamos amor y alcanzasteis la orilla donde los altos cedros no proyectan sus sombras de amargura. La muerte cumplió su tierno oficio de madre enamorada para dejaros pasto de vida que renace. ¿Es posible nacer, se pregunta el poeta, cuando todo se acaba? Ahora sois primavera, esperanza entre miles de hambrientos hacinados de ese ghetto africano, y entre los que creemos que después de este caos brilla, arriba, la luz. Señor, ahí los tienes: es su ceniza llama ondeante, y es júbilo abierto, puro cántico, desbordado temblor y gozo estremecido, floración asustada y encandecido fruto.


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Pero aquí estamos tristes porque apenas sabemos aspirar la fragancia de la vida y sembramos miedo donde el amor sembramos. Hoy estamos más tristes todavía, porque nos hemos hecho tan torpemente hombres que vivimos ansiosos, esclavos de las cosas y una crasa ignorancia cuando eres Tú la única, profunda realidad. Hoy un perfume oscuro nos desvela la angustia, una lluvia tenaz, cayendo lentamente, nos inunda las manos de incógnitas semillas y vamos como locos hacia el atardecer sin abrir bien los ojos a tu celeste brillo. ¿Qué nos hace perder la preciosa costumbre de lo sublime? ¿Cómo? Todos nos escudamos en nombre del silencio, porque hemos aprendido a evitar las respuestas que más nos comprometen. Y nos estamos yendo saboreando apenas la miga de la vida, sin aprender a ser -¡pobres ciegos!- mendigos de un pedazo de luz. ¿Qué será, oh Dios, del hombre perdido entre la niebla si se sabe arrojado de la vida? Señor, ¿en quién descansará su extremada tristeza, su implacable destino, cuando el tiempo carcoma su fragante madera? ¿Encontrará la senda, más allá de los montes y de los praderíos, donde, soplo de amor, llama de amor, le esperas? Lava nuestra memoria, despiértanos del sueño en que estamos sumidos, entreabre nuestras venas y enciéndenos el sol que nos madure el vino del brindis del amor, Señor, entre los hombres. Porque ellos, que han sentido temblando la alegría en sus rugosas manos, no pueden ya morir. Alicante, 12 de noviembre 1996


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LOS CUATRO ÁNGELES A Benito, el “Ángel gordo ; a Paco, el “Ángel minero ; a José, el “Ángel del oli var” y Agustín, el “Angel marista”.

No sé cómo han llegado los cuatro a estos “rincones siderales”, pero están aquí: MINA, -¡azufre alborozado!ORO empotrado en rozas de corales, OLIVO octogenario que culmina en bálsamo que sana, y AMATISTA preciosa, por humilde, de marista. Se diría que es día de rebelión. ¿O acaso este acaecimiento de osadía, esta hermosa locura, ha sido el primer paso hacia la comprensión y la ternura? Cuatro ángeles de Dios, ¡qué sobresalto cuando abril se despeña y se arracima la luz en lo más alto! Todo es encuentro ya sobre esta cima donde el amor y la amistad se inventan, y el corazón se alumbra, y los labios se cuentan historias de otra tierra sin penumbra. Porque la vida es eso: compartir la miel y la dulzura, llegar aquí y descansar el vuelo, y dejar a las manos repartir, a pedazos, el cielo. Ellos que son olivo y son palmera, Señor, ¡qué maravilla cómo van amasando el panal prodigioso de su cera


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con el que están sellando las agrietadas glorias de su arcilla! Señor, ¡qué maravilla escuchar sus palomos encelados prorrumpiendo como una llamarada en sus palabras suaves, encendidas, y en sus encallecidas manos! ¡Qué mirada de clavel y de nardo enamorados comunicando al cielo que han emprendido el vuelo de la mina de azufre y del olivo, de las abiertas rozas, de la escuela, cuatro ángeles bajo esta luz dorada! Y yo me siento vivo viendo cómo se aciela la escuela en olivar, la roza en mina, la mina en claridad, el olivar en canto y sus gastadas alas en verdad, atentos a ponerles centinela -si el corazón se encelaa los alrededores de su llanto. Hablan calladamente bebiéndose la miel de la mirada. Se oye, estando a su lado, como un rumor de fuente, una música alada, y se respira el gozo ya desacostumbrado de ver que se alzó a cumbre el dolor, la tristeza, el alborozo, la esperanza, el amor y la costumbre.


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La vida es otra cosa profunda y más hermosa porque sé que estos ÁNGELES cautivos han cruzado los cielos de las rejas y con sus alas viejas sobrevuelan las minas, los olivos, los colegios, las salas encharcadas, y se me hace alborada cada día “dentro del resplandor de su alegría”. Alicante, 28 de abril de 1997


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EL HERMITAGE, MORADA DE DIOS En esta soledad de soledades donde apenas el agua se apresura, ¡qué mística verdura, qué ansia de eternidades! Viven ansia y verdor a ras de suelo, sobre la inmensa copa fugitiva del roble y del castaño: aquí no suena a extraño que anide, hecha de luz, la paz más pura. Por gracia de la luz más aflictiva no hay altura más honda en toda la redonda geografía. Parece que Dios esté de paso. Y no es así: aquí Dios permanece huésped, a veces mudo como el viento, alegre siempre como el puro trino que eleva a cielo el chopo del camino, y un poquito violento como aquel grito que arrancó a la roca un “loco” a quien llamaban Marcelino. A cada instante siento que Dios me cerca y toca, que acaricia mi rostro con su aliento, que salva las distancias para llenar de amor estas estancias. El valle transfigura sus eternos verdores en anhelo de elevarse hasta el cielo o de intentar, al menos, la aventura. Deja el Gier, a su paso, un poso de leyenda: “Que Dios dormía al raso y Champagnat le levantó una tienda”.


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¡Oh roca enamorada, cielo postrado, noche sin mancilla, dulcísima alborada, maravilla del hombre, maravilla de eternidad! ¿En dónde encontraría Dios, mi Señor, morada más hermosa? Aquí despierta el día con la primera rosa, se alza la luz y el alma se tropieza, sin más, con lo divino -la roca, el Gier, el robledal, el trinoy adivina por qué en esta belleza del agreste paisaje construyó Marcelino como casa de Dios El Hermitage. L’Hermitage, agosto de 1992


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Y OÍ SU VOZ A los catequistas que vivier al P. Champagnat en El Her-mitage. Julio de 1995.

Y oí su voz. Jugaba entre los árboles pronunciando mi nombre, a veces con violencia, entre susurros siempre. Y entonces entendí que Dios habla en el viento. ¿Por qué, le pregunté, me interpelas, Señor, cuando la noche como una tierna madre nos cobija? ¿Por qué cuando la luz pajarea en el huerto te callas y me dejas atónito, entre trinos, soñar con otras voces? ¿Acaso tu presencia no anida en el bullicio? Y entonces comprendí que eres como una brisa ligera que se pierde, imperceptiblemente, por las suaves laderas; como la azul sonrisa del agua rumorosa; como el beso irisado de la rosa más alta; como el frescor eterno del césped bien regado; como las tiernas hojas que jamás emprendieron el regreso al país del otoño. Y enmudecí. Y me adentré en el alma por audaces caminos por ver si allí escuchaba las palabras más nuevas.


Antología rota

Todo era allí silencio y paz dormida, soledad incurable, fuego entrañado, brasa crepitante, ceniza perfumada por mil sueños. Y en medio, Tú sonriendo a cada instante. Y me abrasé en el fuego de la ternura. Hoy he encontrado a Dios en este valle del Hermitage, donde Marcelino talló la roca, viento provocador, respuesta deseada, caricia en flor de vuelo, trino y hálito, agua fecunda: AMOR. Y esta loca alegría arrebatada pugna por desasirse y por alzar el vuelo hacia los cuatro puntos cardinales donde aún florece y vive la esperanza. L’Hermitage, 29 de julio de 1995


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EXHORTACIÓN Sólo aquello que amamos es capaz de decirnos quiénes somos ANTONIO GALA

No consientas, Hermano, que la tarde se torne oscura de repente y deja que resbale la luz muy lentamente hasta la cima. La luz se va sendero arriba tan gozosa que enciende un nuevo afán en cada loma. Quema en la paz los últimos recuerdos: La Valla, Rosey, Marlhes y aquel viejo molino Campagnat llamado “Écoute s’il pleut” donde alcanzó el amor su primavera, y quédate escuchando junto al río, debajo del cerezo, esta balada: Todo es de luz entre los viejos tilos y los añosos robles de l’Hermitage ; todo de luz cuando la tarde muere. Y antes de que se quiebre el luminoso día, verás que alzan el vuelo los vencejos ; los contornos se harán caricia viva antes de que la luz te desampare y empieces a oprimir entre las mano la aurora, que vendrá a alumbrar con sus llamas la casa y el paisaje.


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Observa atentamente “qué sábanas de yerba” acarician tus pies, qué muros te cobijan el corazón intrépido, qué ROCA te defiende de esta lluvia implacable de verano..., y no olvides que el tiempo hace olvidar lo inolvidable, a veces. Recuerda que no hay árbol, ni rincón, ni vereda sin su nombre -“Croix de platannes”, “Jardinet Frère François” “Passage Apollinaire”, “Paroi Frère Theophane” y “Maison Champagnat”en esta isla pequeña adonde tú has venido a buscar tus raíces. Está en ellas la vida: en ellas se concluye, definitivamente, el grandioso milagro de estar vivo. Pero no tengas prisa: el momento y la rosa se eternizan aquí, son infinitos. Llegará la mañana: incendiará los robles, inflamará el henar en las laderas y El Hermitage, surgiendo de las sombras, será, como tus ojos, un edén de hermosísimas promesas. Todo será más claro: “buscarán los recuerdos su acomodo” para cuando se nuble tu memoria y empieces a soñar, fuera de ti, la vida.


Antología rota

Por si quieres volver a lo que amas, siempre el camino brindará a tus pasos “una flor que gobierne tu esperanza”. Como en tiempos del padre Champagnat, descalza, entre cerezos y manzanos, corre el agua del Gier. Si escuchas, oirás el himno de agua que viene desde siglos y recorre la huerta, besa el muro y se pierde cantando dulcemente tu nombre. Es el Gier la cantata de los nombres: Marcelino, Francisco, Estanislao, Juan Bautista, Silvestre, Juan María, Bartolomé, Jerónimo, Lorenzo... Deja tu corazón, desde hoy, alerta frente a ese misterioso mano a mano que es la vida. No esperes que responda tus preguntas oscuras: sólo aquello que amamos es capaz de decirnos quiénes somos. L’Hermitage, 12 de julio de 1997


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VULNERADO DE AMOR He vuelto a esta mansión enamorada vulnerado de amor, la carne viva, en pie la savia, la ilusión cautiva de un no sé qué que me arde en la mirada. He vuelto hasta la ROCA, hasta el venero donde aún el agua es casta y brota herida y al GIER convierte en llama enardecida como la luz penúltima al estero. He vuelto, y vuelvo, y volveré sitiado, que no vencido, con la sangre alerta como el amor empavesado y lento, para dar al descuido mi cuidado y, descalzo, perderme por la huerta al hilo sólo de mi pensamiento. L,Hermitage, 10 de julio de 1997


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LLUVIA DE DIOS Soy un hombre de tierra y Dios no llueve. MANUEL ALCÁNTARA A Juan Manuel Tomás y Carlos Sáiz, José Antón, Jesús García y David Sebastián

Hoy, como siempre, sigo esperando la lluvia que me deje bien mullido el terrón. Hombre de tierra, no sé qué tiene -o qué tengo-, pero hace tanto tiempo que Dios no llueve. Y es en la sed alzada hasta su límite donde hoy convergen el camino de ida y el camino que vuelve, quiero decir mi vida, nuestra vida, si quieres. Porque el tiempo, mi tiempo improrrogable, que constata esta sed sin detenerse, me mira de soslayo, apasionadamente, y pone en mi serena sangre ráfagas de fuego que la hienden hasta que, enloquecida, por mis extensos médanos se pierde. ¿Por qué no llueves, Dios, sobre mi tierra? ¿Por qué no quieres que lo que ha sido antaño edénico, luciente, lo vuelva a ser?


Antología rota

Mira que ya atardece y ésta mi seca lengua no se atreve, cautiva de la sed, a pedirte otra vez la lluvia tenue, diminuta como un vuelo de lágrimas, que por fin me libere del miedo o la reciente incertidumbre, de este perdido llanto que me crece desde dentro y aflora copiosamente. Llueve, llueve, Señor, antes de que por siempre pierda sus verticales alegrías, su vasta claridad, su permanente temblor y su sentido esta reseca tierra donde aún puede germinar la callada raíz del hombre nuevo que Tú quieres. Llueve, llueve, Señor, tu lluvia mansa y leve para que los rosales donde el viento dejó su huella aleve se pueblen de encendidas mariposas: Todo es flor si se quiere. Recobrarán así su luz los álamos -¡qué albas cimas, Señor!-, mientras desciende tu palabra al silencio arrodillado de mi tundida tierra, y en mi frente abre ventanas amplias para asomarme con pudor y verte.


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Verte, mi Dios, llanero solitario recorriendo mi hacienda hacia poniente con la misma costumbre de cada día; verte, entre avideces húmedas, palpando cómo crecen en las hazas los trigos y cómo reverdecen, bramando amor, los pámpanos, cómo el vaho se enciende en los tallos que estallan, en la savia creciente de la célula joven, en el candor eterno que se mece en cada rosa. Llueve, Dios mío, llueve. Vivir es para mí seguirte viendo. Aquí me tienes hurgando con los ojos más allá de los surcos inocentes, sin dar espera a la cosecha estéril, hermana de la muerte.. Ahora que ya estoy cicatrizado, el tiempo, de repente, se me convierte en lluvia vivificante. Huele, huele a sazón la tierra de mi hombría y la carne en derribo se conmueve viendo cómo, Señor, el labio tiene más agua que besar, más agua junta, y crece y se alza el júbilo hasta rozar sus alas con la nieve.


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Mas si la vida es puro, mero tránsito, memoria ciega a veces, es justo y necesario que aquello que aún nos quema juntos queme todo lo que no alcance granazón, todo lo que no encuentre árbol adonde alzarse, sueño en el que mecerse, recuerdo del que asirse, amor al que deberse. Demos lo viejo al fuego. Cante el agua doncella hasta que llegue su doncellez fecunda a impregnar lo que tiene madurez luminosa: en la luz está el agua, y sobre el agua, leve, -¡oh arcángeles de luz!-, el fulgor que descubre, aleteando, el polvo de la muerte. Tú lo sabes, Señor, yo no lo entiendo del todo. Nos sucede a los hombres: creemos que la sangre debe por sí permanecer indemne. Y nos adormecemos soñando nuestra tierra inmortal o el paisaje nos aduerme y nos ciega, sin más. Pero el misterio sigue en pie. Y acontece que se vuelve la vida más avara, más oscura la muerte, menos audaz el caminar cansado, tal vez menos prudente. Los pasos se equivocan y nos vamos de corto a donde siempre solemos caminar.


Antología rota

Nada nos puede desnacer, nos gritamos. Y seguimos dando vueltas y vueltas mientras crece un alud inmediato de ternura en el que nos envuelves. No hay más noche, Señor, en este otoño de mi sangre. Aunque acechen las sombras, nada temo porque sé que Tú estás calladamente a mi lado. ¡Oh tránsito clarísimo del silencio que hoy pierde sus espigas, al juego de presencias, a la aventura sin igual de verte! ¡Oh, cómo se me cargan de palomas los ojos! ¡Oh, y cómo se me pierden hendiendo la marea de tu risa indeleble, la blancura inmediata de la escarcha doncella, de la nieve, del granizo delgado, de los rojos claveles! ¡Ojalá que en tus ojos la mirada perdida se me quede! Vivir es para mí seguirte viendo, mirarte sosteniéndome en Ti, amarlo todo, eternizarte y eternizarme, oh Dios, mientras Tú llueves. Alicante, 8 de diciembre de 1997


Antología rota

EL HERMITAGE Una luz de jacinto me ilumina la mano al escribir tu nombre, Hermitage bendito; y en la neutra ceniza del verso que ahora habito, silbo de luz y arcilla de caliente verano. Un aire tibio borra hoy el cauce inhumano donde mi sangre teje juncos de primavera. Aire débil de alumbre y aguja de quimera pone loco de aromas el piadoso manzano. ¡Oh valle donde el Gier, lamiendo la cintura de la roca hecha templo por Campagnat, aventura sueños de eternidad y el más bello suceso! ¡Oh eterno duelo a muerte del agua con la roca! ¡Oh río encandecido, que a su paso provoca el beso de un milagro y el milagro de un beso! El Hermitage, 10 de agosto de 1991 Este soneto, escrito al finalizar el retiro en El hermitage, es una simbiosis de versos de García Lorca y míos.


AntologĂ­a rota


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