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LA MEMORIA ENCENDIDA 1997


La memoria encendida

A MANERA DE PRÓLOGO Son las seis de la tarde de un día luminoso, fresco, preprimaveral. Muchas veces se escriben unas líneas, un poema, un libro, sin tener de antemano un tema muy concreto, hasta que algo: una mirada al cielo, una lectura recientemente terminada, unos ojos, un almendro en flor, te lo sugieren, te lo brindan. Es lo que me ha ocurrido al acabar de leer la poesía de Luis Rosales en la cuidada edición de la Editorial Trotta. ¡Qué maravilla, Señor, estos Abriles, esta Casa encendida, este Contenido del corazón o La Carta entera, sin olvidar la finura del Retablo de Navidad! Por eso y por la devoción que profeso al gran poeta granadino he escrito La Memoria encendida: no he encontrado manera más hermosa y a la vez más humilde de testimoniarle mi admiración. Y lo he escrito de un tirón, sin dejar tiempo a la mente de recobrarse. En eso estriba su mayor defecto. No he cumplido lo que José Hierro ha dicho de la poesía: Que nunca tiene prisa. Pero me urgía darlo a luz antes de que se me enfriara el corazón. De una forma más o menos coherente van mis recuerdos reuniéndose en estas páginas, divididas en tres pequeños capítulos que hacen referencia a la mañana (recuerdos vinculados con la niñez), la tarde (donde serenamente compendio momentos de la madurez) y la noche (tiempo en que las preguntas nos queman por dentro). ¡Ojalá, lector, saques provecho de su lectura!

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A Marta BeltrĂĄn, Marta Ballesta, Mayte FrancĂŠs y Elena Caro.

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BAJO EL LIMPIO ESPLENDOR DE LA MAÑANA

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AL LLEGAR ESTE DÍA RADIANTE DE FEBRERO, luminoso, con viento del Norte en la mañana, húmedo hasta los huesos como un dolor reciente e incrustado regreso a la memoria, regreso a la memoria como regreso a ese dolor reciente incrustado, para seguir viviendo. Alguien anda perdido, pues no sabe volver de su dolor ahora que la luz enmudece de pronto, cae vertiginosa, sin ocasos dorados, cae de pronto sin ocasos dorados y consumida en prisas hasta que albee pura por detrás de la noche fatigada, por detrás de la sombra fatigada. Nadie sabe -¿lo sabes tú, lo sabes, José Luis?si se regresa de la luz como se vuelve de un dolor reciente “porque nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo hombre”, y la luz enmudece, cae vertiginosa, sin ocasos dorados. Por eso he regresado a la memoria. He vuelto de mí mismo, como se vuelve de la calle, un poco cansado de tropezar conmigo, de tropezar con todo, con la lluvia o este viento del Norte que golpea mi rostro como si fuera un labio. Y esta memoria que hace todo único, ahora como proyecto vivo de esperanza me devuelve su gesto, su mirada, su sonrisa, su paso cimbreante, como cuando era niña,

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y huele a juncia, sigue oliendo a juncia medicinal, a juncia mientras su juventud arde por todos los rincones - José Luis, ¿estás triste?y se llama cansancio mi manera de ser, mi manera de ser, de volver de mí mismo, de tropezar con todo, con la lluvia o este viento del Norte que golpea mi rostro como si fuera un labio. REGRESO A LA MEMORIA COMO A UN SACRAMENTO, un poco ciego, a tientas, con la fe remecida, casi despierta, mientras se van rompiendo dentro del corazón las señas de identidad, un poco ciego, a tientas, - José Luis, ¿estás triste?con la fe remecida, porque volver a la memoria es volver a vivir, es volver a vivir, a destronar la tristeza que se había instalado allí donde los ojos no alcanzan nunca a ver. Y la he visto como si fuera la primera vez, como un don, alta y trigueña, alta y trigueña, como un don, muy serena, hablando desde dentro con todo el esplendor de su cuerpo juncal. Y casi de repente, como quien siente el estallido de la primera flor del almendro más joven, como quien siente el estallido de la primera risa, de sus labios me llegan sus palabras, casi de repente me llegan sus palabras blancas como la flor del almendro más joven, con un sabor a miel reciente, iluminada, donde vive el amor y se hace vuelo

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y es cántico y mar establecido y es cántico y aroma de temblor que surge - José Luis, ¿estás triste?de su garganta estremecida. “Desmaya el gozo su inminencia aguda” y me sigo llamando como ella me llamaba, ella que no tenía nombre, que no sabía decírmelo, que no quería decírmelo, - volver a la memoria es volver a vivir, es volver a vivir -, no quería decírmelo, lo recuerdo como si fuera ahora, y la sigo llamando, aun sin saberlo, Marta, y la sigo llamando, aun sin saberlo, Maite. Y la he visto de nuevo, como si fuera la primera vez, alta y trigueña, como un don, como un don, trigueña y alta, hablando desde dentro, muy serena, con todo el esplendor de su cuerpo juncal. Bajo el limpio esplendor de esta mañana de febrero con el viento del Norte barriendo el alto cielo, - José Luis, ¿estás triste?-

me ha vencido su voz, ella que no tenía nombre, que no quería decírmelo, que no sabía decírmelo, pero a quien sigo ya llamando, esta mañana luminosa, Marta o Maite.

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AHORA COMO ENTONCES suelo salir de prisa a orearme los ojos, a orearme los ojos en la crecida luz del mediodía, defendido en las gafas oscuras de armadura metálica - cómo recuerdo ahora aquellas gafas unamunianas que amparaban mis ojos diminutos cuando empezaba a arder mi infancia¿Y AQUEL ROSCÓN COLGADO DE MI CUELLO?

¡Oh, qué trofeo mientras las campanas rompían en pedazos el silencio que amanecía entonces con la vida! Y estábanse, alegres, rosconeando sin que nadie, a lo largo del paseo, me interrumpa o me diga por qué voy tan de prisa y por qué, cuando salgo a orearme los ojos en la crecida luz del mediodía, no me detengo a respirar la sombra, no me detengo a entretener la prisa si veo una sencilla rosa roja que sigue ardiendo a pesar de los siglos, que sigue ardiendo acrisolando belleza, que sigue ardiendo acumulando muerte y es donde tiene el corazón su más exacto latido. - Volver a la memoria es volver a vivir, es volver a vivir -. Y sigo paseando por caminos trillados, - es la memoria senda que se anda y de desanda cuando hambreamos vida, cansados de morir a cada instante -, y sigo paseando por caminos de siempre, y nadie me interrumpe o me grita por qué voy tan de prisa. Si alguien dice mi nombre

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- me llamo José Luis será por un error o porque se le antoja que así puede llamar a cualquier traseunte que se escuda tras las gafas oscuras de armadura metálica que jamás se detiene a respirar la sombra, que jamás se detiene a entretener la prisa. Y me veo en aquel gran recodo del río cuando fumar de niño era un pequeño reto y encendíamos pobres cerillas de madera detrás de las miradas y los árboles para quemar entre papel de estraza unas hojitas secas de morera o aquellos cigarrillos anisados de a céntimo - Señor, déme una perra chica de anisadosque sorbíamos como si fuera el jugo de la hombría. Fumar era una forma de entretener el tiempo, una manera niña de crecer siendo niño, una manera de burlar la norma como lo era bañarse a cualquier hora sin otro traje que el de la inocencia. - Señor, déme otra perra chica de anisados -. Y volvía a mi pequeña clandestinidad con el mismo deseo con que anhelaba una porción de chocolate de Pedro Mayo. Porque fumar era una forma de entretener el tiempo, de aspirar a ser hombre sin dejar de ser niño. HOY ES DOMINGO Y SALGO, COMO SIEMPRE, A OREARME /LOS OJOS en la crecida luz del mediodía.

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A Paco Antón se lo conté mil veces, pero él calla o masculla unas palabras, a veces monosílabos. Y mientras se nos llenan los ojos de horizontes y mientras se nos limpian en la crecida luz del mediodía, sin girar la cabeza regreso a la memoria - es la memoria senda que se anda y se desanda cuando hambreamos vida, cansados de morir a cada instantey oigo cómo el maestro don Eduardo riñe a “Pedrola” por hablar en misa y al “Royo de la Lucia”, que luego se vendrían conmigo y con mi hermano a un recodo del Ebro a fumar anisados, o a los maizales cerca de la barca. Para entonces ya estábamos ahítos de higos y ciruelas, de todo lo que un niño podía vendimiar en el huerto de Botas y en el del Valenciano, mas siempre nos sorbían el seso los granados. Todavía no sé por qué el granado ejercía en nosotros tan formidable embrujo cuando estábamos ya ahítos de higos y ciruelas.

Y SE DORMÍA EL PUEBLO, Y SE DORMÍA EL DOMINGO y se dormía el campo, y todos nos dormíamos sin pensar que de nuevo empezaba la escuela y otra vez don Eduardo nos seguiría amando a pesar de no haber hecho la tarea, sobre todo “Pedrola” y el “Royo de la Lucia”, que se vinieron conmigo y con mi hermano a un recodo del Ebro a fumarse un anisado. No hablo aquí de los días que pasé en el colegio de las monjas, o con don Luis el Tocha, - que pasen los chácheras mácheras y los peces de colores -,

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que me enseñó, paciente, a dividir con cuatro decimales mientras nevaba. El pueblo amaneció blanco, radiante, pero yo fui a la escuela creciéndome la nieve hasta la frente, creciéndome la nieve hasta la vida, y don Luis el Tocha me enseñó a dividir con decimales. Y era la vida asombro, y era volver los lunes a la escuela, y ver caer la nieve, y escuchar la canción del viento entre los árboles, y fumar el domingo un anisado -o unas hojitas secas de morerasi llegaba después de pagar todas las chapas y sacar las entradas para ver Blancanieves o Los tambores de Fumanchú. en el cine sin rombos de la Acción Católica. - Que pasen los chácheras mácheras y los peces de colores -. Pero, don Luis, si yo no estaba hablando, ni dejé la plumilla enterrada en el tintero. ¿Se ha fijado en “Pedrola” o en el “Royo de la Lucia”? Y se hacía el silencio, porque era ya la hora de salir. ¿DE DÓNDE VIENES, AGUSTÍN? Ha llegado Agustín con su cansancio de años, con su cansancio de años y de leguas y un sueño ya hecho voz acurrucada -¿cómo estás, Agustín?porque no le sostiene su corazón cansado, pobre reloj que da las horas tarde.

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Tranquilo y muy cansado, se ha sentado frente a esta mesa donde escribo versos, estos versos cansados que resumen mi vida. Él, que nació en el Páramo y no soporta la presión del mar -¿cómo estás, Agustín?-¿Y a ti qué te ha dicho el urólogo?ha ido arrinconando su dolor para saber de mi dolor más próximo -“porque nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo hombre”-. Y surge, de repente, todo cuanto tenía detrás de la memoria, como el primer dolor o la última aventura, hasta que se va haciendo la palabra conmigo y recreo la vida. Le he leído unas páginas sencillas que ha ido lentamente asimilando con la mirada acuosa. Después hemos hablado de lo que siempre hablamos, y hemos nombrado, sin querer, el viento que arrastra la tristeza como tierra del hombre. Luego, antes, mucho antes de que empezara a abrir la puerta para llevarse su dolor, he alzado la voz y le he llamado por su nombre -¿ te marchas, Agustín?para sentirle vivo, para sentirme vivo...

Y ES QUE YO ME ACABABA DE CAER y me había quebrado nuevamente la pierna.

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Yo vengo de muy lejos, de un pueblo verdadero, mejanero y bardenero por los cuatro costados -“verdadero es aquello que nos hace vivir”, que decía Unamunopor el que ya mi voz se ha convertido en canto. Estaba en las aceras fresco el barro de las últimas lluvias, quieto el viento, y Dios se paseaba bajo palio, -“hostia de nieve, nube, nardo, frente, gota de luna que ilumina y salva”bajo el palio de un cielo glorioso, encandecido. Por no salvar a tiempo la distancia, di descanso a los ojos y me quedé entre gritos hecho ovillo durante muchos días. La tía Eustaquia era curandera, masajista sin título, enfermera del llanto más genuino, verdadera homeópata de piernas y muñecas. -¿Dónde te duele, Pepe? Ahora estoy hecho un lío porque el miedo al dolor me ha hecho cambiar de nombre y soy, a veces, Pepe ; a veces, José Luis ; otras, Eugenio. Y me invade el cansancio cuando siento que aún me está ardiendo la infancia.

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ESTOY DE NUEVO SOLO como cuando mi hermano y mis amigos sentían la obsesión por los nidos más altos y se encumbraban a las ramas cimeras sin miedo a las caídas y yo los contemplaba, porque el miedo al dolor me ha hecho cambiar de nombre.

PIENSO QUE HAY MUCHA MUERTE DERRAMADA a pesar de que aún la primavera “es sospechosamente venidera”, y sigo, pobremente, haciendo versos en esta habitación cercada de ámbitos luminosos, amando, haciendo versos que es como hacer algo tan bello como el amor. - ¿Hay nidos en los árboles? La vida sigue a pesar de tanta muerte derramada, a pesar de tanta sangre derramada, a pesar de tanta hambre derramada. No sé si, como dice Luis Rosales, los versos cicatrizan y las palabras de nieve sucesiva se borran, al decirlas, en el labio. Por si fuera verdad, sigo escribiendo, y hablando, y regresando del dolor de creerme hombre o niño que siente la obsesión por los nidos más altos y se encumbra a la rama cimera de los árboles, sin miedo a las caídas, por contemplar un mundo más humano.

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ENTONCES, a pesar de la guerra, de la sangre derramada, del hambre -¡ya hay nidos en los árboles!izábamos cometas contra el cierzo frío por culpa de la nieve niña del Moncayo, que despiadadamente deshacía la flor de las acacias. Y era la vida juego a pesar de la guerra, del hambre y de la sangre derramada. Señor, que no priven del juego a nuestros niños, pues sería privarles del sacramento único que les hace vivir, eucaristía que a diario les nutre, comunión que establece los lazos de amistad indispensable. -¡Ya hay nidos en los árboles!-.

AHORA SIGO VIVIENDO DE AQUELLA CLARIDAD - volver a la memoria es volver a vivir, es volver a viviry la vida, más breve, se hace cántico.

A VECES, LA GARGANTA SE NOS QUEMA porque ya no sabemos tragarnos la tristeza, tierra del hombre que transporta el viento.

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Y nos morimos casi de repente y sin sentir en nuestras frías manos el consuelo de alguna mano amiga, viviendo a tientas, casi de memoria, haciendo igual un día a otro día, ignorando que hay algo que renace en cuanto se regresa a la memoria. Entonces se hace voz el sueño, y la palabra asombro, plenitud, permanencia, y es nuestra y reconforta.

ESTABAN COMO ERAN, airosas sobre el nido del viejo campanario. Era la pareja de siempre, que mantenía viva la entereza en la mirada, su lenguaje único fuera del crotoreo y aquel vuelo nostálgico que las trajo hasta el pueblo desde lejanas tierras. Febrero ardía en fiestas de San Blas - por San Blas la cigüeña verás y el Moncayo seguía soplándonos el cierzo. No lo recuerdo exactamente, pero casi, casi seguro que andaba sobre nieve muy niña, sobre nieve segura, sobre nieve que me crecía hasta la vida misma - año de nieves, año de bienes -

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o encharcaba mis pies en lluvia humilde cuando llegaron las cigüeñas. Era la pareja de siempre, que mantenía viva la entereza en la mirada, su lenguaje único fuera del crotoreo inconfundible. Verlas era una fiesta, era como una herencia renovada año tras año, un pálpito de que los campos irían a sazón, superada la angustia de la sed una vez más, -“el agua se fue haciendo corazón”en los rubios trigales bardeneros.

-¿Cuántos confites tiene el tuyo, Pepe? -¿Y el tuyo, Ángel? ¿Y el tuyo? -¿Has visto, Pepe, al “Royo de la Lucia”? las campanas, tan altas, y el cierzo del Moncayo espejeando el cielo para que el sol se hiriera nuevamente, para que el sol se hiriera en la blancura eterna, niña de la nieve.

¿QUÉ QUEDARÁ DE AQUELLO QUE AMAMOS TIERNAMENTE? Yo sé que el río sigue socavando la orilla y que el dolor se instala y socava los límites del alma. Siento la soledad como si fuera una primera novia

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a quien nunca se olvida, y no le encuentro puerta de salida como cuando mi hermano y mis amigos sentían la obsesión por los nidos más altos y se encumbraban a las ramas cimeras sin miedo a las caídas. Y es que la soledad, como el dolor, se encumbra hasta lo más profundo. Yo sé que el río sigue socavando la orilla y que el dolor se instala y socava los límites del alma. - Ya bajan las almadías por el Ebro. ¡Cómo las gobiernan, madre, los punteros y coderos! Sólo se oían sus cansadas voces con sabor a madera mojada que, al pasar, transmitían su cansancio y su manera fácil de morir, siempre corriente abajo como la vida misma. Habían convertido su sueño en almadía, cada tronco en un labio, cada labio en un beso que no acaba, que no puede acabar. Ajenos a sus voces con sabor a madera mojada y a su cansancio único, que es aún una fácil manera de morir, lanzábamos al aire nuestro júbilo como un grito conjunto, interminable que, después de chocar en la almadía, volvía hecho madera perfumada.

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-¿Has visto, Pepe? Hay doce. -¿Desde dónde vendrán? - Más allá de Tudela. -¡Claro! Bajan desde El Roncal. -¿Has visto, Angel? Hay doce. Y de nuevo lanzábamos al aire nuestro júbilo como un grito conjunto, interminable. ¿Por qué no habrán venido el “Pedrola” y el “Royo de la Lucia” si sabían que hoy las almadías tenían que pasar por Fustiñana? Como niño ignoraba que cada vida arrastra su pesado lastre, que es como una almadía, una enorme almadía, o lo mismo que un viento que arrastra la tristeza. ¿Cuándo bajarán de nuevo? Y me quedé muy solo, un poco triste, pues “Pedrola” y el “Royo de la Lucia hoy no vieron pasar las almadías ; muy solo, un poco triste, pensativo, viendo cómo se iban perdiendo río abajo.

“MI SOLEDAD TERMINA EN TU LATIDO”. Soy puro asombro y “estupor herido” desde que me has llamado.

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Ha sonado el teléfono que casi siempre está dormido en mi despacho, porque no he sido nunca un hombre de teléfono: prefiero el tú a tú, verte los ojos, sentirme vivo en tu presencia, sentirte llama, nieve, “llama nevada, nieve recién ardida”, ver con qué audacia mueves tus caderas, cómo te acercas, meces tus caderas, y acunarme en tus brazos de olivo siempre joven. Y es que tú me has llamado, no importa para qué, no importa para qué, ni lo recuerdo, porque al oír tu voz se me olvidó qué hora puede ser, qué día puede ser de la semana y si estamos realmente en febrero, aunque pienso que sí porque sopla con tanta fuerza el cierzo, sopla con tanta fuerza que el ciprés -“enhiesto surtidor de sombra y sueño”es como un largo adiós hacia la altura. “Mi soledad terminar en tu latido”. Ya estamos juntos. Ahora vamos a hablar, vamos a hablar aunque te pierdas o me pierda por aquellos caminos sin palabras por los que nos perdimos siendo niños: tú por un cuarto lleno de muñecas, por un inmenso río yo, lleno de sueños. Ahora la luz no aísla como entonces y sigue el río, lento, su ribera,

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y están los álamos poblados de un súbito alboroto, de una palpitación, y te asiste el derecho de saberlo.

Ya hemos recorrido el largo viaje del dolor. Ahora tu voz no aísla como entonces y me sigo llamando como tú me llamabas, tú que aún no tenías nombre, que no sabías decírmelo, que no querías decírmelo, no querías decírmelo, lo recuerdo como si fuese ahora, y te sigo llamando, aun sin saberlo, Marta, y te sigo llamando, aun sin saberlo, Maite. Hablar es estar juntos, es recordar, soñar juntos la vida, soñar juntos el techo que nos ampare, seguir haciendo números para que nuestros días se nos llenen de fiesta como cuando salíamos, de noche, a la verbena después de haber estado en las vaquillas o tú buscabas sombra entre los carros y yo quemaba alguno de aquellos cigarrillos - Señor, déme una perra chica de anisados con “Pedrola” y el “Royo de la Lucia” y Pascual y mi hermano y mi primo Pepito y otros muchos amigos de la escuela de don Eduardo y don Luis el Tocha.

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II CRECIENDO HACIA LA TARDE

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LA HORA DEL CAFÉ- LA HORA EN QUE LA VIDA cobra apariencia de pujante verdad, casi de sacramento, en torno de una mesa con su mantel de lino, donde están preparadas las copas y las tazas de Sargadelos. Mi madre está sumiéndose en la espera sin perder la sonrisa. Con los años se aprende esa gozosa analogía entre espera y amor o rosa y primavera. Toda palabra tiene su pequeña sombra, y la hora del café su estudiado retraso porque a esa hora parece que ya el tiempo no cuenta demasiado. Además, ¿cuál es la hora exacta de tomar el café? -¿Han llegado, hijo mío? Y me quedo mirándola como si hubiera hablado sabiendo que sus únicas palabras, estas cuatro palabras -¿Han llegado, hijo mío? se quedarán ardiendo para siempre.

¡CÓMO ME LO RECUERDA CADA VEZ QUE SE YERGUE

para mirar con avidez la calle que limpia la reciente y mansa lluvia!

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En La Coruña nunca llueve, orvalla con una voz tan queda, con música tan dulce, que hay escuchar atento para entender su luz. En La Coruña nunca llueve, orvalla para que no se asuste el corazón y pueda, a la hora del café, tomar asiento justo en la cabecera de la mesa, cubierta hoy con un mantel de lino, donde están de antemano bien dispuestas con litúrgico mimo las copas y las tazas de Sargadelos. No sé qué habrá pasado: hoy teníamos cita con la tarde en torno de una mesa bien dispuesta, y estoy viendo orvallar porque no han acudido, porque no han acudido, citados como estaban con la tarde. Y son lluvia mis ojos apacible, y celestial orvallo, - en La Coruña nunca llueve, orvalla -, lluvia mis manos, lluvia esta luz de la tarde en torno de una mesa bien dispuesta. Y me quedo mirando cómo orvalla, cómo el tiempo se torna en agonía del que espera y de aquéllos que no llegan a tomar el café de la concordia donde late el recuerdo.

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-¡ Y soñé que vendríais!-. Pero sigo esperando. A veces, me pregunto qué harás ahora tú cuyo silencio está rozando el límite de la verdad ; qué harás ahora tú recorriendo la playa, qué haréis, qué haréis vosotros enlutando la espuma, mientras la luz sigue cayendo lenta y la lluvia ha empezado a ser bastante.

ESTOY SENTADO,

como hace algunos años, en una silla humilde de madera, lejos de la ventana para no herir mis ojos en la lluvia que ahora golpea, tímida, el cristal. Y me empapa la lluvia, y soy lluvia, en la tarde, sin quererlo: lluvia mis ojos, lluvia estos cuencos vacíos de mis manos, lluvia la vida, lluvia el dolor y el amor, esta tarde, a la hora del café. Y nadie se levanta - con los años se aprende esa gozosa analogía entre espera y amor- a retirar las copas y las tazas de Sargadelos, nadie se levanta

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a plegar el mantel de fino lino que aún sueña con volar hasta mi pena “como queriéndola abrigar” mientras orvalla y la lluvia sigue cayendo y siguen cayendo mis palabras. Y decido callarme.

Y EMPIEZO A RECORDAR

- volver a la memoria es volver a vivir que es dádiva el dolor, como la lluvia, como la soledad o como el mar o como esta ceguera de la sangre que ve, que ve, que ve y que persevera más allá de la duda. ¡El dolor es un don, el dolor es un don! Y EMPIEZO A RECORDAR

-es la memoria senda que se anda y se desanda cuando hambreamos vida, cansados de morir a cada instanteque es dádiva el amor, ave que no descansa de su vuelo hasta hacerse “soñada carnación”, sueño de vida, “porque la muerte no interrumpe nada”.

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El amor es un don, el amor es un don.

TAL VEZ HAYAN PASADO

unos pocos minutos, tal vez años, quién sabe, porque sigue la lluvia golpeando el cristal - son ya lluvia mis ojos apacible, lluvia mis manos, lluvia mi vida y estoy entre paredes, donde la luz se asombra de su blancor, tratando de recobrar el tiempo. Nadie se ha levantado a recoger la mesa, a retirar las copas y las tazas de Sargadelos donde el café humeante se diluye en volutas. El tiempo no es un sueño, tampoco es un recuerdo sin más: todo regresa hecho vida, raíz, en la memoria desde su propio atrás, desde el olvido mismo, hasta hacerse real y sucesivo, pues todo se repite de manera más o menos precisa, más o menos -si queréis- imprecisa, pero cierta, como una sensación punzante, única,

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que nos deja despiertos tristeando o parpadeando para siempre.

“LA AUSENCIA ES COMO AZÚCAR DISTRAÍDA”. Yo sigo aquí, sentado, desde hace muchos siglos, en esta silla humilde de madera. Y es como si de golpe fuera víctima de un gran coma diabético. En esta forma nueva de estupor que es la vida, ni los ojos encuentran lo que buscan, ni la voz se detiene en lo preciso. Y nos habita, anticipadamente, un silencio inasible y resignado que se desborda en la frontera misma de la existencia. Y nos sentimos únicos, sin serlo, ante el dolor, que nos deja en la carne la certeza de que aún vivimos, que es, al fin, lo que importa. Y nos sentimos ceniza fatigada que ya no cicatriza las heridas, viendo cómo las horas se quedan suspendidas de un clavo en el rincón oscuro de la vida transiéndonos. Pero hay, hay jirones de lluvia

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que lavan la memoria, como lavan aceras y tejados, de adherencias inútiles para que sólo viva como dentro de un beso aquello que no acaba, “que no puede acabar”.

ELLA SIGUE, TRANQUILA,

sumiéndose en la espera sin perder la sonrisa -con los años se aprende esa gozosa analogía entre espera y amory nos convoca a todos - los vivos y los muertos- fuera de este salón donde están preparadas las copas y las tazas de Sargadelos, un licor que camina por la sangre, los gestos, la mirada -¡qué ternura en sus ojos tan despierta!-, dos únicas palabras -¿Estáis todos?y unas manos, sus manos, que no acaban de abrazar, de hacer íntimo el momento, de eternizarlo.

ERA OTRA SALA

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más íntima, ahora lo recuerdo, con su ventana orientada hacia el campo, sobre el aire, con la cocina de carbón y un horno adolescente, siempre preparado para que el corazón horneara, a su modo, su reclinada ternura. Ya en la antesala del pasillo, un poco más oscuro tal vez, pero fraterno, se nos iba quedando, atrás, cada palabra -¡Ave María Purísima! antes de trasponer el umbral, se llegara del campo o de la escuela. Oír su voz era una aceptación gozosa, estuviéramos perdidos en el granero, inmenso como un sueño, alto, con su solana amurallada, o jugando entre aperos ya medio abandonados en el vasto almacén, o percibiendo, medio acurrucados, cómo el tiempo y la vida transcurrían tan apaciblemente mientras soplaba el cierzo en el alero y moría, vibrando, en las campanas.

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LA VIDA NOS HA IDO SEPARANDO,

dejando a cada uno en su frontera. Por eso, madre, no han llegado: vienen algunos de tan lejos que es posible que no terminen de llegar.

ELLA SIGUE SENTADA EN SU SILLÓN MIRANDO,

sonriente, - con los años se aprende esa gozosa analogía entre espera y amorcómo el mar se embravece, cómo avanza un barco entre la niebla, cómo sigue latiendo la vida entre la muerte. Todavía el café sigue humeando, atempera el licor su intolerancia reposando en las copas, luce el mantel su delicado lino y esperamos con la luz encendida por los que han de venir.

¡CUÁNTAS VECES, SABIENDO LO QUE QUIERES,

no lo puedes vivir! La vida, entonces, gira, gira sobre sí misma y nos devuelve, como si en un espejo se mirara, su realidad desnuda.

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Ya no cantan las hojas, ni los pájaros, ni muere un sueño porque no ha nacido, ni hay chopos encendidos junto al agua... Y, sumisa, la sangre fluye por las oscuras arterias sin quejarse. El hombre se resigna ante el dolor, que ennoblece “la efímera duración de las cosas”, que acrecienta el amor porque nos salva de vivir como seres transitorios, y nos desenmohece y desensueña, y nos devuelve íntegra la memoria del tránsito, es decir, de la muerte.

ENTONCES COMPRENDÍ QUE NO PODRÍA

vivir sin esperanza, sin un halo de libertad, para volver a desandar la vida desde su propio centro siempre que lo quisiera. Y regresé de nuevo a la memoria, que es como recobrar la voz, quicio del alma. Y preparé la mesa, la cubrí con mantel de fino lino, coloqué, una a una, las copas y las tazas de Sargadelos, serví el café humeante y silenciosamente me quedé esperando, viendo cómo orvallaba,

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- en La CoruĂąa nunca llueve, orvalla -, sintiendo que la lluvia me manaba desde muy dentro: eran lluvia mis ojos, lluvia estos cuencos vacĂ­os de mis manos, lluvia la vida. Y me creciĂł la soledad.

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AL QUEDARME EN SILENCIO

he recordado que en mi sangre hay huellas de tu paso ; he recordado que te fuiste en la mañana enloquecida de un agosto de trigo en granazón sin acabar la frase que pudo redimirlos de su brutal intolerancia. Te marchaste mordido por la guerra, acosado hasta la muerte por la guerra sin que tú le salieras al encuentro: la guerra nos persigue a cada uno. Yo no pude alargar mis brazos hasta ti para que te llevaras mi inocencia como salvoconducto. CON EL TIEMPO APRENDÍ QUE “EL CONTENIDO

del corazón no es una elegía” y que toda la vida cabe dentro de un beso. En él sigo meciéndote, en él sigo meciéndome y seguiré creciendo mientras la luz no acabe y los ojos no se me queden secos. Ahora te sigo viendo como entonces, como cuando subías

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del campo oliendo a hierbabuena, a juncia, a moscatel maduro y a ciruela “todo olor nos conduce al pasado” trayéndome, debajo de la boina, una pequeña cardelina. Y recuerdo, también, con qué mimo limpiabas la escopeta en la cocina o en la calle si el tiempo acompañaba. Era entonces la calle una segunda residencia, una segunda forma de sentirnos vecinos de esta tierra, una forma de ser, una antevíspera, una antevíspera, tal vez, del sueño y del olvido.

NO SÉ YO SI, AL MORIR, TERMINARÁ LA MUERTE

porque la vida encienda su luz más asombrada. No lo sé, no. No sé si a los abetos regados con tu sangre les seguirán creciendo ramas atribuladas, porque hasta la certeza se convierte en misterio, y fuiste mucho tiempo amapola sangrienta reclinada en la niebla. Pero definitivamente recobrado, se me queman los labios, me arde la voz, pronunciando tu nombre. Pero hay muertos anónimos, muertos sin tumba: yacen

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al borde de un camino o sobre un lecho de lluvia o nieve y hojas en el bosque. Y me pregunto si los árboles producen hoy madera suficiente para acoger, piadosos, tanta carne antes de su resurrección definitiva.

¿QUIÉN, QUIÉN NOS HA CAMBIADO

nuestras manos de sitio, el corazón de sitio, para que tanto muerto permanezca insepulto a menos que la tierra como madre los acoja en su vientre desgarrado - útero siempre cálido donde los huesos sin tuétano descansan su calcinada y fatigada sombra que sólo la memoria desentierra? Señor, ¿”necesitamos descansar de vivir”? ¿Necesitamos “vivir sobre esperanzas de recuerdos” hasta reunir esos cinco fonemas que todavía no se han pronunciado porque no se desprenden de los labios sino para formar apasionadamente la palabra con que les damos nombre?

VIBRA LA LUZ AÚN SOBRE EL SILENCIO

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erguido de la tarde. La lluvia canta en el cristal herido. Todo tiene su voz pequeña, dulce: la sombra del rincón que inclina al sueño, los libros, los bolígrafos, la guía telefónica, el sillón-cama donde estoy sentado contemplando las copas y las tazas de Sargadelos, el mantel de albo lino, las cortinas que, como centinelas, defienden nuestro cálido secreto. Y su mirada. A ESTAS ALTURAS DE LA TARDE,

es decir, de la vida, cuando ya he apurado tantos sorbos de soledad difusa y lenta, cuando empiezan a caer muy lentamente unas pequeñas rosas de silencio, me queda sólo ya la luz de la memoria - nos queda sólo ya la luz de la memoriapara poner las cosas en su sitio a fin de que las manos encuentren su asidero y los pies tierra firme donde apoyarse en el momento exacto. Y, sobre todo, no cerrar los ojos a la luz que, como la esperanza y la memoria, está siempre encendida por si llegan de noche y llaman a la puerta.

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III MIENTRAS SE ANUNCIA EL ALBA

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CUANDO LLEGA LA NOCHE,

se hace la sombra báculo. La lluvia sigue enamoradamente escribiendo su texto en el cristal mientras el corazón se me adelanta a los ojos, hasta ese mismo instante naufragados, como una floración anticipada. Y me digo: También a mí me quedan las palabras para seguir hablando y ver arder la luz que se encendió en la sangre hasta quemar los labios... Y las palabras juegan como pájaros, y saltan como pájaros de tejado en tejado, de ventana en ventana, de esquina a esquina, hasta perderse quién sabe Dios dónde. Y me asalta la duda de si me nacen huecas o se me mueren huecas. Porque ¿qué queda de la palabra apenas pronunciada? Casi ninguna se convierte en eco, ese desdoblamiento poliforme que se hace perdurable hasta el instante en que deja de dar abrigo al alma. Y es que son las palabras como pequeñas células que hay que habitar, de lo contrario se enmohecen, huelen a cerrado y el polvo las enmascara, nos las equivoca. Ya no se pueden ordenar hasta que se abran de par en par balcones y ventanas y las lave la lluvia.

TODO EN LA VIDA LLEGA A SU MOMENTO:

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el alba con su luz lechosa, alada, que invita a la alegría ; la tarde, que convoca para el diálogo y la amistad ; la primavera, el beso, el dolor, la esperanza, la sonrisa ; la noche temblorosa que libera de miedos, de algún gesto imprevisto, de una mirada fría, retadora, de la mentira a medias que defiendo con uñas y con dientes. Y el silencio...

ME GUSTARÍA

saber si este silencio que me envuelve como una espesa niebla me sirve para algo, si me aísla o me engulle hasta volverme loca el alma. Me gustaría saber si es para mí “la noche una cantiga de limpios madrigales, una isleña quietud”.

EL SILENCIO LE DA UNA INTENSIDAD

distinta a la existencia: en el silencio no se comunica, se vive. Todo recobra su cabal sentido: se convierte el amor en llaga muda, los ojos y las manos no vacilan diciendo su verdad, pura mirada y bálsamo, plenitud sin mañana, y es latido el susurro. Pero en la noche sin memoria vamos anclando la tristeza hasta que se presagia una sonrisa nueva y nos mana, en la boca, un zumo de recuerdo. Entonces nos apresa con su densa dulzura, escalera empinada que nos conduce al sueño. Pero la noche tiene otras vertientes. Por eso hemos de hacerle un álveo de luz a la memoria: así la noche es vida.

Y RECUERDO LA HOGUERA CREPITANTE EN LA NOCHE

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del tercer sábado y domingo de noviembre. Y recuerdo las muchachas bailando alrededor de la hoguera, tan ajenas al vino y a las nueces que un edil arrojaba como estrellas fugaces de los altos balcones de la noche. El fuego quemaba una a una las palabras, las músicas, pero iba acrisolando el abrazo furtivo y aquel primer suspiro que nacía entre lágrimas de emoción a la Virgen de la Peña Y sonaba la jota: “Virgencica bardenera que guardas la tierra llana, guarda también a mi amor que soldado va mañana”. Los hombres acudían a tientas, como olas, a besar las comportas como si en sus redondos vientres encontraran “el resto de un naufragio esplendoroso”. -¿Cuándo empiezan los fuegos?-. ¿Qué hace el ciego Macario - inefable sonrisa a flor de labios tan cerca de la hoguera? Su tarea es vender, cada mañana, el periódico, -¡El Diario de Navarra...! -¡Arriba...! y decir chascarrillos a los niños, y tocar la bandurria en el verano, a la fresca, a la puerta de su casa. Macario caminaba tanteando el terreno con su bastón, a veces colgado de su brazo izquierdo, cerca de los periódicos -¡El Diario de Navarra...! ¡Arriba...”! organizados minuciosamente.

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Vivía y paseaba su ceguera de una manera humilde, pregonando las noticias con voz de son amable, defendido del viento, de la lluvia, del frío de noviembre por una inconfundible gabardina, amplia y sin tiempo. -¿Cuándo empiezan los fuegos?-. ¡Cómo sopla el Moncayo! Y nadie sabe “si es de vuelo este pájaro o de llanto”. Porque, aunque hablo desde la noche y desde la esperanza, me he sentido llorar. A Gerardo, mi primo, se le ha cegado hoy el paisaje más claro, y los dedos le duelen de ir tanteando sombras, él que siempre fue amigo de los amaneceres. Y es que el arte no siempre defiende de la lluvia, y la muerte averigua su lugar y su instante en los ojos.

NO SÉ SI NOS SOÑAMOS

la vida o “nos soñamos - como dice Unamunola muerte”. Pero nadie duda de que en la noche se nos plantea como paradoja. ¿Qué despertar será el que nos aguarda?, me pregunto. Y me vuelvo al silencio, elocuente por mudo, luminoso, a ver cómo prepara, cómo mezcla los colores, a ver cómo termina de pintar su casa cuando se le ha cegado el paisaje más claro y los dedos le duelen de ir tanteando sombras. Algo raro debía sucederle, porque me han preguntado por él y no ha venido 43


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a ver cómo en las fiestas el vino se rezuma en las comportas mientras siguen bailando las muchachas en torno de la hoguera crepitante.

ESTOY HUMANAMENTE TAN SOLO COMO CUANDO

ya no tengo palabras para decir tu nombre, que me quema los labios. ¿Separarse es morir, es dejarle a la muerte el ámbito que sólo puede llenar la vida? ¿Es ponerse de espaldas sólo el instante que necesitamos para girar sobre nosotros mismos y hacer que nuestros ojos se tropiecen y se rocen los labios de tan próximos o es, sencillamente, como hacer testamento de aquel sueño que elegí de entre tantos, de aquel nombre - hoy la sigo llamando, aun sin saberlo, Marta, aun sin saberlo, Mayte o Elena o María Luisaa quien había comprado, silabeándolo muy lenta y dulcemente, la primogenitura de su amor?

HOY NO PUEDO OLVIDAR

que la vida es un premio, que el amor es un don, que cada corazón tiene su nombre propio como cada naufragio su madrépora o cada barco su mascarón de proa ; que hay palabras que ya no se repiten, que ya no pueden repetirse: son plenitud sin mañana, y hay que acallarlas dentro, adormirlas muy dentro de uno mismo, por ejemplo: “Te quiero”, “No me olvides” o “Quiéreme”. El amor es un don frecuentemente efímero 44


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si no se salva de él cada minuto viviéndolo, accediendo con los ojos abiertos, nunca a ciegas, a su eseidad. Es el amor, entonces, como un sueño que nunca más se acaba porque le falta el fuego donde quemarse y quemar las alas. Y se crea un vacío que se extiende necrosándolo todo hasta hacerse en los labios pústula en vez de alondra. El amor debe estar naciendo a cada instante.

NADA TENGO SIN TI QUE NO ME DIERAS

antes de que esta sombra me empujara, de nuevo, a la tristeza. Pero mis ojos buscan porque viven aquello que en ti buscan, porque saben que nos empieza a unir de nuevo la alegría. La ausencia de esta noche es transitoria. En ti se inicia el vuelo de la luz que ha de brillar en cuanto llegues. Olvida aquella noche en que llegaste no sé de dónde y que me sorprendiste con los ojos cerrados. “Para olvidar a veces basta cerrar los ojos”.

HOY ME QUEDO EN TUS MANOS

porque son una entrega anticipada, porque no hay nada en ti que no nazca en tus manos, que no son atadura sino abrazo, aleteo suavísimo. No hay en la vida nada que se parezca a la caricia en vuelo que son tus manos al ceñir mi cuerpo, que son tus manos al frotar mis ojos y salvarlos 45


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de la pequeña mota que ahora me impide verte. En tus manos anidan pájaros de otros mundos que sólo cantan al amanecer. El único peligro es que algún día -“cuando el amor se acaba deja un puñado de pájaros”esas manos se echen a volar y equivoquen el rumbo. Pero hace muchos años que empezamos el juego que es vivir.

LA BARCA, SILENCIOSA,

se deslizaba por un agua incólume. Anidaba en tus ojos un escuadrón de patos sorprendidos que ya no cesarían de graznar. ¿Lo recuerdas? Acababas de despertar de un sueño. De trecho en trecho te ibas tropezando con la angustia, y estabas asustada, sin encontrar sentido al sueño del que habías despertado, y sin mirarme a mí que, paso a paso, viví tu crecimiento doloroso. Y alargaste tus manos, que siempre dicen la verdad, hasta mis manos. Hoy te sigo arrullando el sueño más oscuro, porque en la noche siempre hay una puerta que conduce a un edén jamás soñado donde zurean súbitas palomas y los cuerpos se abrazan contra el viento, donde a fuerza de andar con las manos unidas se desmorona el muro de la duda y ya nadie sospecha de nosotros. Esta noche nos hemos entregado la verdad: “tenemos en las manos la explosiva fuerza liberadora”.

SI LA EXTRAÑEZA NOS HABITA,

nos quedamos cansados, nos sentimos cansados, 46


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y no sabemos ya qué hacer: si abrir hacia la extensa noche las ventanas para que un aire fresco, invadiéndolo todo, lo redima del caos de existir adivinándose, o dejarlas cerradas para así no llegar a la evidencia. Entonces descorremos las cortinas, nos asomamos a la calle y vemos que la sombra cobija, no separa como en la habitación donde aún estamos, ansiosos, esperando inútilmente que este cansancio que ahora nos habita se desvanezca con el alba.

NO ME RESULTA FÁCIL

andar sin tropezarme por la casa por más que la memoria sitúe a cada instante las cosas en el sitio que les es familiar: el pequeño fantasma de los libros en su anaquel muy cerca del teléfono ; bien plegada, la mesa, y arrimada a la blanca pared con sus dos cuadros de uno diez por setenta con paisajes nevados... Y la mesita del café donde reposan las copas y las tazas de Sargadelos sobre un mantel finísimo de lino.

¿ALGUIEN TIENE LOS OJOS TRANSITABLES

después de regresar de tanto viaje? Muy detrás de los párpados sólo hay dolor, a veces soledad y apuntes de memoria que se enredan como tela de araña en la mirada y nos la ciegan. ¿Cómo encontrar entonces si no se logra vivir adelantado a la ceguera? ¿Cómo gritar si nacen las palabras mudas de la ciega ceniza, si regresan

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de la ciega ceniza, si se quiebran en trozos disformes, nunca en sílabas de amor, en la ciega ceniza, que no les comunica su temblor para hacerlas vivir?

NO SÉ CÓMO DECIRTE QUE NO OLVIDES

que la vida es un premio, que el dolor es un don, que es dádiva el amor, ave que no descansa de su vuelo hasta hacerse “soñada carnación”, sueño de vida. No sé cómo decirte que es la noche como un humo dormido, lenidad que se cierne sobre el tiempo que llamamos vivir. Y decirte también que los trigos verdean, que un agua clara canta en los regatos, que hay tórtolas en celo entre los álamos, que perviven los besos más allá de los labios abrasados, que hay júbilos que acaban de nacer “y rosas que parece que siempre están muriendo”.

AUNQUE PARECE

que tarda demasiado la vida en resumirse, que esta noche la muerte no nos ronda y aún nos queda encendida la luz de la memoria, vuelvo sobre mis pasos muy despaciosamente, muy entrañablemente, antes de que la mano se me quede interrumpida y deje a medio terminar este inventario: unas frases sencillas carentes muchas veces de sentido, unas pobres palabras casi a medio hilvanar, una fuerte tensión en la garganta, unos ojos que miran desde dentro 48


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y no aciertan a ver, a adivinar por qué, en este instante, hay palabras que se nos mueren solas y palabras que vuelven a encenderse ; por qué, a veces, lloramos sin saber para qué ; por qué tan de improviso se tropieza la vida y se detiene absorta ante una muerte casi adolescente que nos sonríe. -“De cuando en cuando la vida parece que se detiene, que se detiene asombrada, asombrada por la muerte”-. ¡Cuantos porqués que nadie me responde o me responde a medias, y me deja con la duda flotando entre los ojos! ¿Quién dijo que la muerte “tiene fragancias reposadas y es en la luz su cuerpo de espuma suscitada”?

¡CÓMO ME TIEMBLA

la voz ya sin aroma, sin espacios abiertos, sin jacintos tranquilos, sin viñas tentadoras, sin blancura inmediata, sin el íntimo gozo de la esperanza! Muere el mar, indolente, sin ángeles de espuma en esta inmensa playa de arena enloquecida, mientras clama mi sangre por alcanzar la luz y se llena mi boca de lluvia que no tiene sonido de evidencia, como tu voz. Recuerdo que también tus palabras son de lluvia, de lluvia que no tiene sentido de evidencia, como si las dijeras sin mirarme. Pensabas que podrías equivocarme, hacerme entender que el amor consiente, vive la fugaz presencia. 49


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SEÑOR, ¿POR QUÉ ME DEJAS

esta noche los ojos descielados, sin vocación de aroma? ¿Acaso no se extiende tu mirada sobre mis cicatrices cuando triunfa la noche y se convierten en pregunta el dolor y la tristeza? Ya sé que si empezara a vislumbrar que albea más allá del instante en que te llamo, sería suficiente: Hallaría pájaros que en los árboles despiertan para que no se me hagan los besos tan amargos, vacío las palabras, y se me trueque en cántico la espera, en aroma la lluvia, la luz en movimiento, la vida en plenitud.

PERO NO SÉ SI ES SOMBRA FUGITIVA

este silencio que entre sueños vaga por la casa, escondiéndose como el miedo en la sangre, o es la muerte que está aprendiendo a andar sobre el parqué y tropieza lo mismo que mi voz contra la silla o el viento contra las alas.

SIENTO QUE AHORA ME TIEMBLA,

cansada de esperar, la impaciencia en los labios como la luz del faro tiembla sobre la espuma. Es como si la vida se me hubiera quedado tan atrás, que resultara inútil buscar en el recuerdo.

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¿CUÁL ES, SEÑOR, LA CAUSA

de esta sed, de este ciego desconcierto, de este ignorar dónde mi voz acaba y empieza a ser de nuevo “la vida espejo fiel de la memoria? ¿Arropará la luz contra la niebla los pasos asombrados de quienes aún espero con la mesa dispuesta y humeante el café para que recuperen el espacio anterior al olvido?

ESTA NOCHE TE OFREZCO,

Señor, todas mis sombras, y esta voz donde aún vuelan alondras desveladas, y el silencio vencido en mis ojos cansados, y mi palabra humilde donde se cumplen horas, y esta muerte asustada que naufraga en mi sangre, y la luz que se anuncia...

¡Gracias, Señor, porque me tienes la memoria encendida! Alicante, 15 de marzo de 1997

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