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JOSÉ LUIS VALLEJO MARCHITE

VIA CRUCIS 1995


Via Crucis

AL escultor Remigio Soler

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Via Crucis

I

CONDENADO POR EL HOMBRE Nadie ha vivido nunca tanta muerte sin entrever el fruto. Nadie ha sido condenado, vejado, malherido como Tú, Cristo mío, de esta suerte. Nadie, tras condenarte y tras tenerte por blasfemo enemigo, ha conseguido como Tú sepultar en el olvido las desmedidas ansias por perderte. Somos así los hombres, Nazareno: los que hoy te condenamos, los que fuimos verdugos de tu carne flagelada. Somos así los hombres: puro cieno donde nos revolcamos y encubrimos nuestra vida vacía y relajada.

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Via Crucis

II

JESÚS CARGA CON NUESTRA CRUZ Hijo de la traición, ¿quién te ha cargado nuestra pesada cruz bajo el sol ciego? ¿A qué colina asciendes con el fuego quemándote la entraña despiadado? Eres, Señor, el Cristo traicionado por el odio, la envidia, el sucio juego del desamor que en el camino, luego, con rostro humano marchan a tu lado. Yo nunca he recorrido ese sendero ascendente que lleva hasta el madero, Príncipe del estrago, que aún extiende sus brazos en la loma florecida y abre sendas de lirios en la vida para quien llora y para quien comprende.

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III

PRIMERA CAIDA Si renacen de nuevo a cada instante el dolor y la muerte en tu caída, ¿por qué no dejas renacer la vida que se te vence, Cristo, hacia delante? Tu sangre, alzada en vilo, equidistante del cielo y de este tierra maldecida, en el borde inflamado de la herida se agolpa y mana roja, borbollante. ¿Cómo medir, mi Dios, tanta tristeza, ese empujón brutal, ese infinito hastío, ese mordisco canceroso que juntamente aplastan tu cabeza y te dejan, sin más, como a un maldito sin protestar sobre el pavés piadoso?

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IV

LA HORA DE LA MADRE Sé, María, -¡oh certeza sospechada!-, que en tu entraña se centra la ternura y que la flor más alta es tu amargura y el dolor tu sonrisa más alada. Que, oculta entre ladridos, tu mirada busca siempre, Señora, la figura del Hijo, que ante ti se transfigura en la triste mañana calcinada. Que es sobre Dios donde tus ojos besan y sobre el Hombre, al fin, donde se posan para sellar el más sublime encuentro. Y que, aunque como dardos te atraviesan mil ojos homicidas, en su centro sus ojos y tus ojos se desposan.

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V

SENCILLO CIRINEO Quiero cargar, oh Dios, con mi dolor y subir, a tu lado, por la vida; llevar sobre mis hombros tanta herida y tanta dolorosa cruz, Señor. Quiero ser cirineo del amor de tanta y tanta gente escarnecida que sobrevive a cada amanecida y a la guerra y al hambre y al horror. Déjame que recoja mi madero y que sea, una vez, tu compañero en la senda que al Gólgota te guía. Y déjame que lleve, sobre todo tu cruz, Señor, para aprender el modo de ser tu cirineo cada día.

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VI

LA VERÓNICA ¿Para qué tanto llanto sofocado y una vida, Señor, tan sin sentido? Sabes que de mentira estoy vestido y de verdad a medias disfrazado. No sé cuándo tendré bien preparado mi informe barro de reseco olvido para que como en lienzo sorprendido dejes, oh Dios, tu rostro perpetuado. Aún soy llama en furor. ¿No oyes, acaso, su crepitar cuando amanece el día y cuando el sol se oculta en el ocaso? Dame tiempo y un poco de alegría para encontrar, mi Dios, ese diamante con que grabar a fuego tu semblante.

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VII

SEGUNDA CAIDA Cuando la muerte lame tus talones y allí donde no hay aire, contenido tu llanto requemante busca nido, ruedas, Señor, de nuevo hecho jirones. Y de nuevo descargan los mirones sobre tu débil cuerpo malherido su blasfemo clamor y un estallido de risotadas y de maldiciones. ¿No oyes, oh Dios, acaso cómo apuesta por aplastar tu sueño y cómo crece, -despeñado torrente- el vocerío? Álzate desde el lodo y da respuesta -alzado- a esta pregunta que me escuece: ¿por qué no nos aplastas Tú, Dios mío?

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VIII

ENCUENTRO CON LAS MUJERES Al aire libres, libres te envolvían con pasión de mujer mientras pasabas fraguando sueños y, al pasar, dejabas nardos oliendo a amor que se encendían. Ellas, al fin mujeres, te plañían con suspiros de rosa, y Tú callabas. Y llenas de palomas les dejabas miradas que en su pecho se perdían. "No lloréis, les dijiste, por mi pena; llorad por vuestros hijos". Y te fuiste, Dios caminante, al monte sacrosanto. Desde entonces nos crece la gangrena, pues nos dejaste con el alma triste sin saber para qué nos sirve el llanto.

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IX

TERCERA CAIDA De nuevo estás rodando por el suelo, de nuevo ha roto amarras tu amargura, de nuevo has descompuesto tu figura contra la luz del día y contra el cielo. De nuevo con el ansia en flor de vuelo, sin viento de tu viento, se aventura a ser pasto de luz y de ternura tu amor, sin mendigarnos el consuelo. Dinos qué tierra medirá tu paso después de esta tercera recaída cuando pongas ya fin a tu jornada. Dinos qué hemos de hacer, si llega el caso, cuando nos atropellen en la vida y nos dejen muriendo en la calzada.

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X

DESNUDEZ DE DIOS Desnuda vive la verdad; se viste la mentira, que triunfa disfrazada de verdad y, por todos aclamada, a la verdad se enfrenta y se resiste. Cristo desnudo, ¿alguna vez creíste que sería tu carne así ultrajada, siendo Tú LA VERDAD, y despojada de la túnica blanca que le diste? Hoy te contemplo DESNUDEZ REDONDA y VERDAD ante tanto fariseo que a todas horas sin sonrojo miente. Haz que ya nunca a la VERDAD me esconda y tenga, a pleno sol, porque en Ti creo, desnudo el corazón ante la gente.

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XI

EL CRUCIFICADO

L La flor en rama libre se fue a fruto DÁMASO ALONSO

Te lo pregunto a Ti: ¿Nadie sabía que eras Dios? El martillo golpeaba sobre el árbol feliz mientras giraba la página del mundo a mediodía. ¿Eres Dios? Allí nadie respondía ni me responde aquí: sólo gritaba la voz de aquella LUZ que agonizaba, y el corazón ceniza se me hacía. La flor, en rama, libre se fue a fruto. Y es así como, intacto, nos espera: árbol enhiesto con la sangre ardida. Sólo así cambia en fiesta nuestro luto; sólo así se nos queda primavera, tras tanta muerte, para darnos vida.

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XII

AGONÍA Y MUERTE ¿Qué haces ahí, a plena luz, muriendo, Soñador de la vida? ¿Qué has ganado, Rey de los malhechores, que a tu lado se están tu blanca veste repartiendo? ¿Qué haces erguido en esa altura viendo, tras rechazar tu sed vino mirrado, que de la abierta fuente del costado, estremecida, el agua fluye ardiendo? ¿Qué haces así fundido con el leño si nadie viene a remecer tu sueño sino a hostigar tu carne nacarada? ¿Qué haces, di, frente a tanto ciego y mudo que enarbolan tu cruz como un escudo y traspasan tu pecho con su espada?

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XIII

DEVUELTO A LA TIERRA Ni dormido ni sombra. Te pusimos sobre la madre tierra, ebrio de muerte, como cebo de vida. Luego, al verte PALABRA ENMUDECIDA, enmudecimos. Dios desnudo y callado te quisimos s贸lo por ansia loca de tenerte como un hermano nuestro y defenderte del dolor de vivir en que vivimos. Descansa en ese trono de congoja y soledad, divino Nazareno, sin corona, sin clavos y sin cruz. Descansa hasta que el Padre te recoja en el hogar ardiente de su seno y vista tu alba desnudez la LUZ.

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XIV

SOLEDAD HUMANA En pie vivimos porque en pie soñamos más vida que, de una u otra suerte, nos aleje el fantasma de la muerte a que para vivir te condenamos. Y así, de pie, soñando vida vamos detrás de Ti, LA VIDA, para hacerte eternidad de nuestro sueño inerte y tálamo del ALBA que buscamos. ALBA, Señor, que anuncia sin medida que eres Tú, así muriendo, nuestra vida. LUZ sin tiempo, cernida LUZ sin olas, MAR DE LA LUZ, que a vida se apresura y taladra y se adentra en la espesura del corazón que se nos muere a solas.

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QUÉDATE ASÍ, DORMIDO Quédate así, dormido, sosegado, relajados los ojos y la boca, hasta que un alba clara vuelva loca la paz de tu semblante enamorado. Quédate así, silencio en cruz clavado, secreta voz de amor que se desboca, agua que brota viva de la roca y fluye por la herida del costado. Quédate así, dechado de dulzura, lirio maduro sobre leño inerte en lecho de claveles carmesíes. Quédate así, compendio de hermosura, de plácida actitud ante la muerte, Viernes Santo de rosas y alhelíes.

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Via Crucis

ABRIDLE PASO Plaza de la Montañeta, tarde azul del Martes Santo. Resbala el sol del crepúsculo sobre los mudos tejados y se detiene en el rostro de Cristo crucificado. Está desde hace ya tiempo sobre su trono encumbrado. Honda tristeza le ha puesto un lento beso en los labios y un sueño de sombra y luto lleva en los ojos clavado. Suena la señal. Refulge el oro del simpecado. Color oro viejo y viola, los nazarenos, con paso muy lento, avanzan. Los cirios les tiemblan entre las manos, al soplo azul dela brisa, como leves lirios blancos. Abridle paso, que viene Dios al amor entregado. Con emoción contenida gira, en la tarde de nardos, el trono y dobla la esquina de la calle del Teatro.

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Despiertan labios dormidos y se hacen plegaria y canto mientras las manos ensayan aplausos de seda y cuarzo a este Cristo de la Caña que cien juveniles brazos, acariciando el vacío, aúpan a lo más alto. La Virgen trae en sus ojos flores de almendro cuajado que, a su paso, alfombrarán las calles de Alfonso el Sabio y Constitución y Rambla y Altamira. No hay espacio por donde el Amor pasea que ya no sea un milagro. Abrazada a la amargura, la Magdalena, hecha llanto, siente que la soledad le llena el alma de harapos. Y san Juan, testigo mudo, con ojos ensimismados mira a la Palabra muerta que fulge, viva, en sus labios. En las manos del sayón la caña es vara de nardos; clavel la esponja, ahora llena de un vino casi sonámbulo.

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Como un ciego está diciendo el corazón, puro labio, que en el mirar no hay más luz que la que brota del llanto.

 Abridle paso. El tambor, roto el sueño, redoblando se va perdiendo en la noche mágica del Martes Santo. Un temblor pálido brilla sobre la Cruz. Se ha quedado la sangre de Dios sin dueño, esparcida en el asfalto.

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