Sí , soy racista

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Sí, soy racista

MÁLAGA SOLIDARIA

Ángel Galán

Técnico de Sensibilización de Málaga Acoge

No se sorprendan. Soy racista, machista, clasista… ¿cómo no iba a serlo? Son tantos los comportamientos aprendidos de forma automática en una sociedad que desde hace relativamente poco está siendo crítica ante estos comportamientos que se me hace prácticamente inimaginable no serlo.

Aquí lo normal es y ha sido, de forma sutil o sangrante, atacar la diferencia: alto, bajo, gordo, calvo, negro, maricón, moro, histérica, machirulo… Podemos expresar asco de las imágenes que, gracias a que Vinicius es quién es, se han mostrado y se han hecho virales por el mundo entero, pero fingir sorpresa o justificarlo me parece fuera de lugar.

Esto sucede cada día, en cada ciudad, en cada pueblo, en cada barrio.

HOJA DE CALENDARIO

Antonio Papell

Uno de los hitos más llamativos de la reciente recomposición del mapa político del 28M ha sido la desaparición de Ciudadanos, un partido que nació en la periferia —en realidad, fue respuesta a la deriva nacionalista de Pascual Maragall por parte de sus propios conmilitones del PSC— y que se arrogó hábilmente el centro político mediante una definición ideológica que era a la vez liberal y socialdemócrata. La gran estafa de su líder, Albert Rivera, al electorado, que consistió en el afán imprevisto de convertirse en el líder de la derecha tras un hipotético y nunca consumado sorpasso al PP, no fue digerido por la ciudadanía, que abandonó súbitamente al partido hasta otorgarle un resultado catastrófico en las segundas elecciones de 2019 y, finalmente, forzó su desaparición. Este hecho, unido a la gran dureza del

Sí, yo también soy racista y clasista y machista… aunque, no se confundan, no me siento orgulloso de serlo y además soy consciente que esos comportamientos no son ni legítimos, ni legales, ni siquiera son útiles en la sociedad en la que vivimos actualmente: una España diversa, compleja, rica y orgullosa, y por qué no decirlo, un poquito hipócrita.

En este país quisimos que de repente palabras como racista, machista o clasista fueran algo indeseable y evitable, las convertimos en insultos y nos olvidamos de que esas palabras sólo describen y señalan a las personas que realizan discursos, comportamientos y actitudes ofensivas y discriminatorias hacia otras personas por su ideología, religión o creencias, la etnia, origen, sexo, orientación o identidad sexual, género, enfer-

medad, discapacidad…

Desterramos las palabras, pero no los comportamientos. ¿Cómo iban a desaparecer de repente? Nos quedamos, a fuerza de campañas de No al racismo, que ser racista era malo y que era un insulto que alguien te dijera racista (o machista, o clasista). Y ahí surgieron frases tan icónicas como: «Yo no soy racista PERO…» o: «Yo cómo voy a ser racista si tengo un amigo (ponga aquí el adjetivo que usted quiera)…». Y, claramente, si el objetivo era acabar con el racismo, el clasismo, el machismo, etc, esta estrategia no ha funcionado.

Ahora vivimos con estupefacción, y hay hasta quien justifica, el escarnio: esa burla cruel y humillante, que se ha puesto de manifiesto en un partido de fútbol y vemos el dolor y la rabia de Vi-

Desterramos las palabras, pero no los comportamientos. ¿Cómo iban a desaparecer de repente?

nicius al sufrir los insultos y asistir al coro de normalizadores que le dicen «no pasa nada, hombre», «no exageres», un dolor que corroboro todos los días en las personas sencillas y humildes que se acercan a Málaga Acoge. A todos ellos y ellas, y aunque no sea suficiente, les pido perdón en mi nombre y también en la parte que me toca de país y les agradezco a todas y todos ellos que a pesar de la rabia y de la impotencia sigan poniendo ganas de querer sentirse parte de esta sociedad.

Digo «sentirse» porque ya son parte de esta sociedad y aunque todavía tengo comportamientos racistas, machistas, clasistas, quería aprovechar esta tribuna malagueña para recordarnos todos los avances que en los últimos años hemos realizado como sociedad, que todavía queda mucho y viendo ese dolor y esa rabia sabemos que no son suficientes y que en ese camino hacia una sociedad mejor para todas y todos hace falta todavía compromiso, confianza y, sobre todo, humildad.

Humildad para sabernos imperfectos y compromiso y confianza para, a pesar de ello, esforzarnos cada día por ser mejores. Sí, somos racistas, machistas y clasistas. Sigamos esforzándonos para ser un poquito menos cada día.

POR LA BOCA MUERE EL PEZ u Un pescador listo, incluso hasta ser peligroso, ha propuesto a Feijóo seis diálogos sobre los múltiples y graves problemas de Espa-

debate preelectoral en estas pasadas elecciones del 28 M, ha hecho imaginar a García Page, presidente de Castilla-La Mancha que ha revalidado el cargo, que el centro ya no existe. O, mejor dicho, que solo él es el centro genuino, lo que le ha salvado de la catástrofe que ha padecido el PSOE en la mayoría de las comunidades autónomas en que estaba gobernando hasta ahora. Lo cual es una sandez puesto que el centro político no es una ubicación geográfica sino una referencia ideológica, y la política occidental sigue siendo una dialéctica entre dos opciones simétricas entre sí, que aceptan los tratados europeos y, en nuestro caso, la Constitución de 1978. Socialdemócratas y liberales mantienen sus posiciones sin grandes cambios, ya que ni el PSOE ha cedido a las pretensiones más radicales de Podemos, ni el PP ha adoptado las estridencias racistas, xenófobas,

ña, seguro de que, a pesar de la proverbial astucia gallega de los anteriores jefes del PP, la ya proverbial incapacidad hoy elegido al tener que echar a Casado le impe-

unitaristas y nacionalistas de VOX. Este país ya tiene una cierta experiencia en alternancias, y el PSOE, que no había podido operar en la práctica desde la crisis de 2008 y hasta la moción de censura contra Rajoy de 2017, ha quemado etapas con la colaboración de otros partidos de izquierda, que han endurecido la posición final pero no la han sacado de sus cauces constitucionales. La reforma laboral y la del sistema de pensiones han restaurado recortes del PP con el pretexto de la crisis; otros logros, como la subida del salario mínimo para acercarlo a la renta de pura subsistencia o las leyes encaminadas a formalizar el derecho a una vivienda digna, son pasos que la Carta Magna señala y que solo la izquierda era capaz de abordar…

Es cierto —y podemos corroborarlo quienes hemos sido testigos de todas las elecciones que se han celebrado en este país desde el 15 de junio de 1977— que la crispación que se ha observado este 28 M ha sido extrema. Como las elecciones norteamericanas de 2016, en que Hillary Clinton fue objeto de la más sucia, bochornosa e insidiosa campaña mediática de la historia. Y como las de 2020, cuyo resultado no fue aceptado por Donald Trump, quien convocó a la ciudadanía para dar un golpe de estado. Pero en nin-

LECTORES

diría conquistar la presidencia de España.

Consciente de ello, el mismo Rajao, digo, Rajoy, se negó primero a cualquier diálogo. Picó, pues, al

gún caso puede deducirse que las viejas ideas, las que después de la Segunda Guerra Mundial han servido para levantar las grandes democracias actuales, hayan mudado. La gente no ha regresado a las periclitadas utopías. El leninismo ya no tiene adeptos y el fascismo tampoco será aceptado en su más descarnada acepción. Lo que ocurre es que la derecha está irritada porque, tanto tiempo después, se ha percatado de que la Constitución de 1978 no establece una especie de derecho natural ad hoc, un sagrado orden trascendente, por el cual los conservadores estén predestinados a poseer y gestionar el poder.

El surgimiento de VOX, una fuerza que enarbola la mística de la nación «una, grande y libre», ha hecho estallar las bridas que sujetaban la deportividad y el fairplay, imitando consciente o inconscientemente los métodos detestables de Trump y bordeando la deshonestidad a la hora de criminalizar al adversario. No se podrá olvidar en mucho tiempo que la derecha ha centrado la pasada campaña electoral en un derroche de demagogia a raudales en torno a Bildu y ha coronado la inflamación pronosticando un gigantesco pucherazo de Sánchez. Con estos mimbres, no es que haya desaparecido el centro: es que han desaparecido la vergüenza y la honorabilidad.

cebo, reconociendo así sus pocas posibilidades de ganar, aunque después los suyos le han obligado a que admita al menos un único

hace ya -¿qué valen las palabras ante los hechos?-, prácticamente superfluo.

Opinión LaOpinión DE MÁLAGA LUNES, 12 DE JUNIO DE 2023 | 17
¿La desaparición del centro?
encuentro, que su previo rechazo
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