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entrevista

17 de marzo de 2011

Núm. 3.898 (465) ESCUELA 33

los objetivos que debe perseguir la educación en nuestro país, un mandato dirigido a todos los centros escolares que ellos deben traducir en estrategias pedagógicas, a cuyos servicios deben ponerse los recursos humanos y didácticos precisos para que este objetivo de la educación pueda realizarse. En este sentido quiero valorar el impulso que la Dirección General de Integración de Inmigrantes del Ministerio de Trabajo viene realizando en orden a fomentar y liderar una política educativa, en este caso compartida con el Ministerio de Educación y algunas comunidades autónomas. ¿Considera la crisis económica y social que atravesamos un obstáculo o una oportunidad para la interculturalidad? Indudablemente se trata de un grave obstáculo. Por desgracia la crisis está provocando una importante reducción de los recursos económicos y de otro tipo destinados a la educación y la interculturalidad es una educación de calidad cuya pedagogía requiere unos recursos docentes y didácticos imprescindibles. Por otra parte la crisis económica también está derivando en crisis social, lo cual se refleja en la conducta de ciertas personas y colectivos de la sociedad en los que se aprecia la aparición de conductas insolidarias y temerosas que transforman a quienes son diferentes en potenciales chivos expiatorios en los que depositar culpas de las que son inocentes. De este modo la diversidad y las aportaciones de los que proceden de fuera o son diferentes dejan de ser enriquecimientos sociales y culturales para transformarse en amenazas y peligros. Son estas reacciones negativas y xenófobas sin embargo las que nos deben impulsar a promover con convicción soluciones como la de la escuela intercultural, para contribuir a la creación de una sociedad basada en la tolerancia y en la igualdad de todos los ciudadanos que la componen, sea cual sea su nacionalidad, cultura, etnia, religión, etc. En el prólogo del libro hace alusión a la “buena sociedad” de la que hablaba Giovanni Sartori en su libro la Sociedad multiétnica. ¿Qué componentes integraría una “buena sociedad educativa”? La escuela intercultural puede y debe contribuir al proyecto de “una buena sociedad” y para ello ha de saber vivir la tarea y el tiempo educativo como un proyecto comunitario de carácter pedagógico, cultural y ético-cívico. En este sentido la “buena sociedad educativa” debe ser trasunto de la “buena sociedad” global en la que se integra. En este sentido es fundamental la práctica del respeto al pluralismo y a la diversidad, no como expresiones de una tolerancia que se resigna a la existencia de otros que son diferentes, sino como reconocimiento y aprendizaje del valor de la diversidad y de la dignidad de todas las personas. ¿Significa eso: ni crucifijo ni velo en la escuela pública? La interculturalidad, cuyo valor central es el respeto a la diversidad debe ser especialmente una realización también de la libertad de conciencia de todos y cada uno

“La crisis económica también está derivando en crisis social. Se refleja en conductas insolidarias y temerosas que transforman a quienes son diferentes en potenciales chivos expiatorios” de los que integran la comunidad escolar. Si se quiere realmente vivir en comunidades escolares ha de evitarse que dentro de ellas se desarrollen conductas y prácticas separadoras o sectarias que puedan romper la convivencia o intentar construir en su interior otras comunidades o subgrupos diferenciados que intenten acentuar rasgos identitarios esencialistas de cualquier orden, sean religiosos, políticos, filosóficos, nacionalistas, etc. y que marquen fronteras a sus seguidores que no puedan ser traspasadas por ellos en las relaciones interpersonales o, bien que signifiquen intentos de proselitismo o propaganda ideológica o confesional. Las comunidades escolares interculturales deben ser totalmente ajenas a prácticas identitarias monoculturales que conviertan a los restantes miembros en objetivos y destinatarios de intentos de propaganda o proselitismos, ya se hable de crucifijos, estrellas de David, medias lunas o velos que se presenten ostentosamente para marcar identidades que se quieren preservar. Desde esta perspectiva, la interculturalidad escolar solo es posible si se respeta el principio que nuestro Tribunal Constitucional viene denominando laicidad positiva que implica respeto a la separación entre lo religioso y lo civil en el servicio público escolar, que por su propia naturaleza no puede ser confesional ni pluriconfesional, ni debe ser mediatizado para la realización de proselitismos de ningún género. Esta es la manera, también constitucional, de proteger la conciencia libre, religiosa o ideológica en una sociedad que quiere basar su convivencia civil en el respeto a la pluralidad en la aceptación de los derechos humanos.

¿Por qué ‘interculturalidad’ frente a ‘multiculturalidad’? Interculturalidad es diálogo, intercambio y mestizaje; es tolerancia y es la garantía de derechos conforme al concepto humanista de ciudadanía que se basa en la existencia de personas libres e iguales. Multiculturalidad es yuxtaposición, coexistencia y aceptación de un tipo de colectividad cerrada basada en el predominio de los derechos de la propia comunidad, de su identidad nacional, religiosa o política única, sobre los individuos que la componen y se subordinan a ella en todos los aspectos. En sus expresiones extremas se trata en realidad de comunidades monoculturales identitarias que velan permanentemente por la pureza y ortodoxia de sus miembros y que miran con recelos otras identidades de las que temen competitividad o contaminación, sacrificando si es preciso libertades y derechos individuales. Así pues, cuando hablando de sociedad multicultural hablamos de aquella que está compuesta y organizada sobre principios de hegemonía y el predominio en lo relacional del colectivo, de sus intereses, dogmas, principios y valores, sobre lo personal, que se aprecia como de carácter subordinado y que, en su caso susceptible de ser excluido o tutelado por el grupo, cuando no condenado o castigado por vulnerar sus reglas. Volviendo a la filosofía de Sartori: ¿Por qué pluralismo y multiculturalismo son “concepciones antitéticas”? Con independencia de lo que dijo Giovani Sartori estimo que el interculturalismo es una variante humanista del concepto de ciudadanía elaborado por la modernidad. Ahora bien, no debemos confundir

ciudadanía con individualismo del más grosero liberalismo. Ciudadanía es el desarrollo de los deberes y derechos cívicos en el marco de la ciudad, de la res publica, de aquella sociedad a la que servimos y que nos debe garantizar unos bienes y servicios públicos por los que todos debemos trabajar. Así pues, desde la Ilustración germinaron las ideas claves por las que interculturalismo y multiculturalismo han llegado a ser concepciones antitéticas. Se trata de lograr, sin embargo, el equilibrio que debe existir entre lo social y lo individual. Los seres humanos somos seres sociales y en ese sentido nadie puede vivir al margen o en contra de la sociedad. Ya lo dijo Aristóteles. Pero lo social y comunitario no puede ahogar las libertades personales. Por eso se ha considerado la necesidad de alcanzar un tipo de sociedad en la que los valores y exigencias de lo público y lo común no sean contrarias ni totalitarias, sino que protejan y preserven los valores de una ciudadanía civil, política y social, libre e igual. ¿Qué diferencia habría entre un planteamiento pluralista, multiculturalista o interculturalista en el aula? Un aula multiculturalista, integrada, organizada y practicada como grupos de alumnos definidos por identidades cerradas entre sí no favorecerán en absoluto el diálogo y la convivencia. Tiene que haber disposición al diálogo, el intercambio, la comprensión y la aceptación mutua. Sí es posible, sin embargo, el modelo de escuela basado en el monoculturalismo y, de hecho, en España tenemos muchos centros que se definen por un ideario identitario del que blasonan y que resaltan como elemento de diferenciación. Pero ese camino conduce al modelo de sociedad multicultural, cuyo

aprendizaje se puede iniciar en ese tipo de centros. 30% de cupo máximo de inmigrantes por clase, como en Italia; aulas de enlace, etc. ¿Se puede discriminar para integrar? Para integrar se puede y se debe compensar con los apoyos precisos a quien por su posición de partida lo necesite, lo que no es igual que discriminar, término que siempre tiene un sentido negativo. La interculturalidad como proyecto pedagógico debe desarrollarse, a ser posible, en las condiciones y en el ambiente de la mayor normalidad. No tiene porqué ser la solución que se aplica en situaciones límites, originadas por deficiencias de la programación y planificación educativa, como ocurre cuando en un centro público se cuenta con un 90% de alumnos extranjeros y , sin embargo, en un centro concertado del mismo barrio la incorporación de alumnos inmigrantes es mínima. Se trata de evitar que soluciones de emergencia se puedan convertir en situaciones estables que originen la especialización de los centros en razón a la procedencia inmigrante o no inmigrante de sus alumnos. La interculturalidad no se debe producir tampoco como un hecho desconectado de la realidad social del país de acogida si se quiere conseguir el enriquecimiento mutuo derivado de la diversidad existente. En este sentido, debe existir como un referente de integración la cultura propia del país receptor, con la que se debe entablar más fácilmente el diálogo, la convivencia y el contacto del que derivarán influencias mutuas y quizás también el mestizaje. Establecer pues un porcentaje reducido de alumnos inmigrantes por aula facilitará la realización del proyecto de interculturalidad.


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