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Real Fábrica de Tabacos de Sevilla

(Hoy Universidad de Sevilla)

Lo único imposible es aquello que no intentas”. “Si eres capaz de dejar de fumar, eres capaz de cualquier cosa”.

El descubrimiento del tabaco fue simultáneo al descubrimiento de América, reseñándolo el propio Colón en su Diario en diciembre de 1492. Enseguida se interesaron los conquistadores en tan llamativa costumbre, importándola a la península inmediatamente.

Al situarse en Sevilla desde 1503 la Casa de Contratación, y por tanto otorgársele el monopolio comercial con el Nuevo Mundo, es por esta ciudad por donde entra todo el comercio con América, incluido el tabaco, y es en Sevilla donde se inicia el conocimiento de la planta y en seguida su uso terapéutico y placentero. El tabaco procedía fundamentalmente de Cuba, Virginia y Brasil.

La planta del tabaco fue estudiada en el siglo XVI por el médico sevillano Nicolás Monardes, que consigue aclimatarla en su jardín botánico con otras especies americanas. Hoy este jardín lo recuerda una inscripción en la calle Sierpes de Sevilla, donde se ubicaba. Su primer uso fue medicinal, llegándose a considerar un fármaco prodigioso y teniendo un rápido arraigo entre la población

La primera fábrica de tabacos del mundo, y por ello la más antigua, la inicia el armenio Juan Bautista Caraffa en los arranques del siglo XVII. Su primera ubicación fue en la collación de San Pedro, en el centro de Sevilla, sufriendo tres ampliaciones a lo largo de ese siglo y siendo trasladada al poco tiempo al edificio levantado expresamente para este fin, en 1760, extramuros de la ciudad, en el Prado de San Sebastián y más concretamente en el llamado “Lugar de las Calaveras”, antiguo cementerio romano, junto al Palacio de San Telmo, y al que nos referiremos en este artículo. Hubo un último traslado, en 1954, al otro lado del río, en el barrio de Los Remedios, para cerrar finalmente en años recientes, 2007. Viendo la Corona el gran negocio que suponía, en 1636 el Estado se hace con la propiedad, llamándose a partir de ese momento Real Fábrica de Tabacos. Inicialmente la producción se arrendaba a terceros, pero a finales del siglo XVII la Corona se hizo con el control directo de su fábrica.

Este edificio preindustrial fue el más importante de la España del siglo XVIII. Fue calificado como Bien de interés Cultural en 1959, con la categoría de Monumento Histórico. Desde mediados del siglo XX alberga la sede del rectorado de la Universidad de Sevilla y de algunas de sus facultades. El colosal edificio es el más grande de España después de El Escorial, con 185 x 147 metros (el Monasterio tiene 207 x 162 m.) y fue construido en el s. XVIII por ingenieros militares y arquitectos peninsulares y de los Países Bajos, entre los que merecería destacar a Sebastián Van der Borcht. Sus espacios estaban proyectados para poder disponer en ellos de numerosos molinos movidos por animales para triturar las grandes hojas del tabaco y otros espacios para las labores manuales y de ingenios más reducidos.

Hay que tener en cuenta que las primeras labores de tabaco durante varias décadas del siglo XVII, eran de “tabaco polvo” casi en exclusiva, y consistía básicamente en molturar la planta, sometiéndola a distintos procesos y según la categoría mezclada con determinados olores y aderezos que hicieron de esta manufactura una de las más codiciadas entre las clases altas durante los siglos XVII y XVIII, conocida como “tabaco polvo sevillano”. Conviene aclarar que el tabaco polvo y el rapé eran dos labores nítidamente diferenciadas en cuanto a composición y manufactura, pero consumidas de forma similar, esnifado. El tabaco polvo resultaba ser como un talco procedente sólo de la molturación y cernido de las hojas que luego se aromatizaban, mientras el rapé, que es una labor de origen francés más tardía, se obtenía de las raspaduras (de ahí su nombre) de un tabaco algo más grueso y oscuro. El tabaco “torcido” o cigarro se arraigó inicialmente en el pueblo llano y no es hasta el último tercio del siglo XVII cuando se inicia de manera oficial su producción en la Real Fábrica.

La evolución a lo largo del siglo XIX de las labores de tabaco supuso una disminución en la producción de tabaco polvo y de rapé, hasta su total desaparición y un incremento del cigarro, que llegó a suponer el 90% de lo fabricado, hasta la aparición de la picadura y el cigarrillo de papel. En Real Orden de 6 de noviembre de 1817, se recoge que con los desperdicios que resulten de la elaboración de cigarros se inicie la fabricación de “cigarrillos de papel”. En Sevilla la elaboración de los primeros cigarrillos se encargó a las monjas de conventos de clausura, así se procuraba ayuda a las religiosas y se contaba con su honestidad y pulcritud. En abril de 1819 eran 18 los conventos de clausura dedicados a labores de tabaco.

En la construcción de la fábrica se utilizó piedra de Morón, robusta, y su cimentación se realizó con arquerías invertidas, finalizándose las obras en 1770. En el exterior, a la fábrica la recorría un foso defensivo, como el de los castillos, a lo largo de tres de sus laterales (este, sur y oeste); el lateral principal, norte, daba al arroyo Tagarete y a la muralla de la ciudad. El arroyo fue canalizado y embovedado, constituyendo la actual calle San Fernando.

La fábrica es de estilo neoclásico, con elementos renacentistas, herrerianos y barrocos, que en una ciudad como Sevilla y en ese siglo no podían faltar. En su interior se diferenciaban dos zonas fundamentales: la destinada a viviendas y oficinas, con dos plantas y entresuelo, que ocupa un tercio del volumen edificado y da a la calle San Fernando, actual rectorado, y las dependencias fabriles, con grandes naves (alguna de 150 m) y elevados arcos. La puerta principal, en la calle S. Fernando, tiene dobles columnas a cada lado y en la planta superior un balcón balaustrado con un tímpano decorado con atributos reales al que remata por encima la estatua de La Fama, con jarrones de azucenas. En 1956 se esculpieron las puertas de los otros tres laterales, que daban entrada desde entonces a las facultades de Derecho (este), Ciencias (sur) y Filosofía y Letras (oeste). El edificio está rematado por cuatro grandes pináculos en sus esquinas.

Dentro del recinto, pero fuera del edificio central y principal, se encuentra, a la izquierda de la fachada principal la capilla, y simétrica a la derecha se situaba el cuerpo de guardia en la edificación que constituía la “cárcel” de la fábrica, donde se retenía al personal al que sorprendían en algún delito (el más común la sustracción de tabaco para el contrabandeo posterior o para su uso particular; también peleas, comunes en un ambiente con tanto personal…). Es en este cuerpo de guardia donde sitúa Próspero Merimé el encuentro de “la cigarrera Carmen” y su guardián “Don José” en su novela Carmen.

En contra de la tradición popular la totalidad de los empleados, tanto en la fábrica de San Pedro como en la nueva fábrica (hoy universidad) fueron hombres hasta bien entrado el siglo XIX. Cuando se inaugura la Nueva Fábrica en 1760 la producción del tabaco polvo era todavía de un 60% frente a un 40% de cigarros. El tipo de trabajadores que necesitaba el tabaco polvo requería un extra de fuerza para la movilización de sacos, molturación…etc., unido a la creencia de que era el varón quien debía llevar el salario a la casa.

La crisis general provocada por la invasión napoleónica y en concreto la ocupación de Sevilla en 1810, fue lo que definitivamente propició la aparición de mujeres en las Reales Fábricas de Tabacos de Sevilla. La opción femenina fue también la respuesta al extraordinario desarrollo del consumo de cigarros, en detrimento de la producción del tabaco polvo. La elaboración de cigarros estrictamente manual y el menor coste salarial de ellas, redundaba en el beneficio de la Real Hacienda, por lo que mediante disposición de la Regencia del Reino se establece la presencia de cigarreras en Sevilla en 1812.

Los responsables y directores de las labores seguían siendo del sexo masculino y sólo las maestras, capataces y operarias podrían ser mujeres. Para su admisión se requería que tuvieran entre 14 y 30 años, “robustez y disposición” y un “certificado del cura párroco que acredite ser de buena vida y costumbres”. El trabajo de los hombres se pagaba a jornal, mientras que el de las mujeres se hacía a destajo, es decir cobraban en función de lo que producían.

En el funcionamiento de la fábrica las cigarreras tenían cierta flexibilidad laboral a la hora de entrar o pedir permisos por asuntos varios, pero también había importantes controles de entrada y salida. De los 100 cigarreros iniciales se pasó a 700 en el siglo XIX, cuando fueron sustituidos por las cigarreras. Además, había hasta 1200 operarios más en otras labores. La Fábrica llegó a tener 6.000 trabajadores en el s. XIX, produciendo el 29% del total nacional de tabaco, con 1800 millares de cigarrillos. Tras la mecanización industrial, a principios del s. XX los operarios había bajado a poco más de 1800 y la producción se quedó en un 7% de la nacional, con 412 millares de cigarrillos. Paradojas de la modernidad y de la mala gestión...

A principios del siglo XIX, en la invasión francesa, parte de la fábrica se dedicó a viviendas de militares de alto rango (a pesar de haberlo prohibido expresamente el rey José Napoleón), y luego, tras la Independencia, se instaló en la fábrica un cuartel por temor a tropas carlistas que se acercaron a Sevilla. Finalmente se estableció un regimiento de artillería que a principios del s. XX se trasladó a Pineda.

Tras la guerra civil, en 1945, se creó “Tabacalera S.A.” que se encargó de la fábrica, trasladándose en 1954 a nuevas instalaciones al otro lado del río, en el barrio de los Remedios. En 1999 se fusionó con la compañía francesa Seita (Société d’exploitation industrielle des tabacs et allumettes), creándose “Altadis”. Esta fábrica de los Remedios cerró en 2007. En 1954 con la salida de Tabacalera del edificio se abandonaron los archivos de esta sede, encargándosele posteriormente al Prof. de Historia Dr. José Manuel Rodríguez Gordillo, investigador del tabaco, la recuperación y ordenación, como director de dicho archivo, lo que supuso la salvaguarda de tan valiosos documentos abandonados a su suerte y la elaboración de numerosas publicaciones sobre el tabaco por parte de dicho profesor y sus colaboradores. Curiosamente el Prof. Rguez. Gordillo nunca fue fumador...

Tras el abandono del edificio por Tabacalera, a partir de 1954 se comenzó con la adecuación del edificio para sede de buena parte de la Universidad de Sevilla, culminándose en 1956. La remodelación del gran edificio fue obra de los arquitectos Balbotín de Orta, Delgado Roig y Toro Buiza. Al principio albergó el Rectorado, las Facultades de Ciencias, Derecho y Filosofía y Letras. Actualmente contiene solamente la sede del Rectorado, las Facultades de Geografía e Historia y Filología, una cafetería-comedor universitario y algunas otras dependencias de la Universidad. En la capilla adjunta se venera la imagen del Cristo de la Buena Muerte, de Juan de Mesa, 1620, y es sede de la cofradía de nazarenos y penitentes de la Universidad llamada “Los estudiantes”, muy apreciada en la Semana Santa de la ciudad. En la antigua cárcel hoy se ubica el departamento de Historia Moderna y Contemporánea.

Las cigarreras fueron inmortalizadas por el pintor Gonzalo Bilbao y por la novela de Prospero Merimé, que a su vez inspiró el libreto a la ópera Carmen ya comentada; el fotógrafo Laurent y otros la inmortalizaron igualmente y en el edificio se han rodado diversas películas.

Referencias documentales:

1. José M. Rguez. Gordillo. Historia de la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla. Ed. Fundación Focus-Abengoa, Sevilla, 2005, 253 pp.

2. https://es.wikipedia.org/wiki/Real_F%C3%A1brica_de_Tabacos_de_Sevilla

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