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Juan Depunto. El tiempo pasa

Juan Depunto

El tiempo pasa II. Toda una vida 1

Toda una vida me estaría contigo no me importa en qué forma ni dónde ni cómo pero junto a ti…

Los panChos, 1944-1981 Final del verano

Ayer, primero de septiembre, andabas deprimido, aunque ahora esto no es correcto decirlo: hay que volver a decir triste, sencillamente triste, como se dijo toda la vida. Fue Piedad quien te descubrió que era ella, Inés, con sus desplantes reiterados, la causante de tus bajonazos. De nuevo ha rechazado tu oferta de concierto. No contestó el mensaje, ni te contestó el teléfono. Irás con tu hija, su hija.

Y hoy, jueves 2 de septiembre, es tu primer día de trabajo después de las vacaciones. Te ofreciste a los compañeros para hacer lo que hiciera falta; te dijeron que eligieras tú y preferiste quedarte con las visitas a los ingresados y la consulta, mientras ellos operaban, que es lo que más les gusta, y tú también hacías lo que más te gusta: hablar con las personas, convencer, de buen grado, a las personas.

La elección fue acertada. No llegaban a la decena los ingresados, pero una necesitó, entre sollozos, contarte las tragedias de sus vidas. De la de ella y de la de su hija. Solo a ella le dedicaste una hora (cuando lo habitual son tres minutos). Te lo agradeció profundamente. Y lo mejor es que le sentó bien desahogarse contigo. Esa actitud diplomática, jesuítica como la llama críticamente tu amigo el cántabro, la llevas siempre contigo, como si fuera, es, parte de ti aunque no seas creyente. Tú prefieres llamarla actitud diplomática y conciliadora, de escucha activa.

Dices que los cirujanos lo sois de cabecera. Cirujanos de cabecera. No solo debéis operar. Operar quizás sea lo de menos. Sois ante todo médicos que además o particularmente operáis, como otros puedan manejar el rayo, el fonendo o el tubo de endoscopia. Pero todos sois médicos, médicos en el sentido de clínicos, de profesionales que tratáis con pacientes.

1 Se puede ver en el n.º 75 de Luz Y Tinta, página 46, la nota “Cambio de rumbo” acerca de la estructura general de la

obra “El tiempo pasa”, de la que forma parte este capítulo que pertenece a su segunda parte “Toda una vida”.

A la pobre mujer de tu primera visita tras las vacaciones, la que se desahogó contándote su secreto, lo que más le preocupaba era morirse sin que Seviusta se enterara de la profunda injusticia que algunas fuerzas vivas de la ciudad cometieron con ella. Lo intentó en los periódicos más oficiales, sin é xito. Los poderes fácticos y no tan fácticos, pesan mucho, como una losa.

Le diste el nombre de un periodista progresista y amigo al que consideras honrado, Alonso Pedregal, del Diario de Seviusta, con una tarjeta tuya, abierta, en la que le pusiste unas palabras: “Esta señora tiene una historia para contarte, si la crees de interés su sueño es verla publicada”.

Y ésta es su historia: Entró a servir con 14 años en el cortijo de una casa de alta alcurnia de la provincia de Seviusta. Quedó embarazada del señorito y la despidieron sin más. Hasta ahí lo típico, lo habitual. Al poco tiempo encontró marido que además se hizo cargo de su hija, adoptándola y dándole sus apellidos. Más adelante falleció este buen hombre y ella quedó en el paro con varios hijos y una miserable pensión de viudedad. Fue entonces cuando contó a su hija, ya adulta, sus verdaderos orígenes y ambas fueron a la casa del padre biológico de la muchacha a pedir ayuda. Le informaron que “el señor” había muerto hacía 20 años y que había sido incinerado, despidiéndolas con cajas destempladas. Por ese tiempo es cuando me confesó su tragedia.

Tú olvidaste su nombre pero no la historia, que te vino de nuevo a tu memoria cuando por casualidad hace unos años leíste esta noticia:

“Reconocen a la hija de una criada como heredera de un terrateniente ya fallecido”.

El juez le reconoció la paternidad a través de pruebas de ADN del hermanastro y le correspondieron 15 millones de euros. No sabes, porque no te acuerdas de su nombre ni de más detalles, si fue la misma persona que te contó sus cuitas, pero en cualquier caso la historia te impactó.

Los humanos tenemos que vivir de esperanzas y entre éstas están los sueños. Sin ellas y ellos nos moriríamos, o en cualquier caso se nos quitarían las ganas de seguir viviendo. Necesitamos pensar en el futuro porque el presente se nos ha ido al pasado sólo con pensarlo, y el pasado ya no existe. Solo queda por tanto el futuro, que es lo único sobre lo que se puede influir. Sólo existe el futuro porque el tiempo pasa. Por eso es lo que más le preocupa a Woody Allen, porque vamos a pasar en ese futuro el resto de nuestras vidas. Y de ahí tambié n el é xito del cielo (y del infierno) y por ende el de las religiones.

P. D.: Para preservar la identidad de las personas aludidas en el artículo, las fotos que lo acompañan no tienen nada que ver con la historia real contada en el mismo. Están puestas solamente como ilustración de lo que es un cortijo tradicional andaluz bien conservado, un hospital, etc.

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