Retrato en blanco y negro. Manual de supervivencia para padres adoptivos solteros

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Angelo B. Pereira

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Índice

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 1. Tal y como tenía que ser . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. El pastel de la furia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Canción de cuna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. Pedro Paulo, el niño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5. Primeros cuidados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6. ¡Qué vergüenza! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7. La explicación de Freud . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8. ¿Militante yo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9. La cuestión de la adopción interracial en Brasil . . . . . . . . . . . . . . . 10. Los cuatro pasos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11. A cada día su mal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12. Superviviente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13. Adopción terapéutica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14. Apuesto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15. Para terminar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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La historia de Angelo y Pedro Paulo contada por este último cuando tenía 8 años . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131

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PRESENTACIÓN

LA TRISTE vida de un orfanato solamente es interrumpida por la llegada de los visitantes, bien sean familiares o curiosos que desean conocer la vida “intramuros” de una institución. Los gritos y risas de los niños son siempre interrumpidos por los llantos de abandono y soledad que comprometen el desarrollo sano de los internos marcados por el dolor del desafecto. Pedro Paulo era uno de esos niños marcados por la falta de afecto de unos padres que le abandonaron y vivía en el Centro Româo de Matos Duarte, antigua Casa da Roda da Santa Casa da Misericordia, que acoge a casi dos centenares de niños marcados por el dolor del abandono y la soledad. Cada día de visitas le llenaban de esperanza los abrazos y el cariño pasajero. No obstante, tras la puesta de sol, las visitas lo dejaban solo y triste, frustrando sus expectativas de una convivencia familiar amorosa. Tanta frustración y tristeza sólo se mitigaban con el cariño de las educadoras y las monjas, cuando, al acogerle, lo mimaban hasta que se dormía. Un día de visitas entró en el centro un “ángel” que miró al niño y le dijo: “Nunca más te sentirás triste, tendrás una familia que sustituirá tu pena por un modelo de referencia, te daré un nombre gracias al cual todos sabrán que perteneces a una familia que te ama y te respeta, tendrás acceso a todos tus derechos como ciudadano y te acompañaré durante toda la vida hasta que puedas caminar por tu propio pie y ejercer tu plenitud como ciudadano, siendo amado y respetado”. En ese instante se secaron sus lágrimas y una sonrisa abrió sus labios. 9


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Pedro Paulo finalmente tendría una familia después de dos años de institucionalización y abandono. Pero, ¿quién es ese “ángel” que se hizo padre de Pedro Paulo? Es un profesor de personalidad fuerte y sensible que se atrevió a desafiar los prejuicios y solicitó ser su padre adoptivo. Conocedor de la ley, afirmó ser soltero, lo cual es posible, y en su perfil expuso sinceramente sus preferencias sexuales. Examinando su legitimidad para adoptar, el equipo técnico del juzgado, asistentes sociales y psicólogos, rechazando cualquier visión convencional y de forma valiente y pionera, aceptaron su solicitud. Una vez más, el autor de este libro honró el nombre que ostenta y voló por encima de las olas de cualquier forma de prejuicio o discriminación por razón de su opción sexual. Angelo se convirtió en padre de Pedro Paulo y éste, finalmente, fue liberado del estado de prisionero de una entidad de acogida, por causa del abandono y de la pobreza, ganando una familia. Los lectores podrán probar las recetas de esta familia a través de las páginas de este testimonio de amor. Bendito el ángel que salvó a Pedro Paulo de su sufrimiento y abandono y que ahora nos da a todos el testimonio de un amor que libera y vence barreras a través de la adopción. Cuántos padres biológicos necesitarían leer este libro para aceptar a sus hijos y adoptarlos de manera cariñosa y ejemplar como se describe en esta historia. Hoy Pedro Paulo tiene un padre que lo ama, lo educa, que es su ejemplo, que es su familia, que le ha dado un nombre y un respeto como ciudadano. La adopción ha sido un camino de valorización del niño como ser humano en proceso de desarrollo y es la gran oportunidad para aquellos que son abandonados por sus padres biológicos. Larga vida para Angelo y Pedro Paulo, que sus ejemplos fructifiquen y que este libro sea un estímulo para nuevas adopciones. Y que las nuevas uniones lleven la felicidad a las personas que se aman, tanto si tienen hijos biológicos como si los adoptan de corazón. Siro Darlan de Oliveira PODER JUDICIAL JUSTICIA DE INFANCIA Y JUVENTUD Primera Instancia de Infancia y Juventud Estado de Río de Janeiro. Brasil

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PREfacio

NOS QUEDAMOS sobrecogidos con el testimonio de Angelo Pereira sobre su experiencia en los últimos años. Hace cuatro años, cuando rozaba los 40, gay asumido, en un gesto que ni el propio Angelo entiende completamente, decidió adoptar a un niño flaquito, débil, por el que sintió, desde el principio, una gran ternura. El relato de lo que sucedió a partir de ese momento constituye el hilo conductor de este pequeño y precioso libro. En él se describen las mil peripecias del autor en torno a su nueva vida. La creación de un nuevo hogar, la reticencia de los amigos, la indignación de la familia, las complicaciones de la burocracia, el trato con los médicos y la escuela, los prejuicios que surgen por todas partes y también el descubrimiento de un sentimiento no experimentado hasta ese momento y de una especie de sentido de la responsabilidad que antes no existía. Todo esto se revisa a lo largo de un texto muy claro, libre de sentimentalismos o clichés y lleno de una simpatía que envuelve al lector de principio a fin. Todo ello intercalado con deliciosas recetas de cocina inventadas por el autor. El libro, en líneas generales, se ocupa del esclarecimiento del complejo problema de la adopción que, felizmente, en nuestros días se considera apremiante. De modo más especifico, el autor enfoca el tema de la adopción hacia las familias no convencionales, como es el caso de la comunidad homosexual. Sin grandes alardes y sin necesitar recurrir a complicadas teorías, el libro de Angelo Pereira aborda aspectos básicos del estilo de vida y los desafíos de nuestra época. 11


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Como es sabido, en las últimas décadas se han producido cambios muy importantes en el campo de la sexualidad y en el contexto de la vida familiar. Esto se debe al hecho de que las dos experiencias, sexualidad y familia, que siempre se mostraron tan unidas, están ahora desligadas. La ruptura del vínculo entre la experiencia sexual y la familiar liberó la creación de formas diversas de vivir la sexualidad, hecho que no se veía desde hacía siglos en nuestra cultura. La diversidad sexual es hoy característica de los espacios urbanos. Por otro lado, el formato de la familia ya no se subordina a estrictas exigencias de la reproducción biológica. Hoy en día estamos acostumbrados a encontrar frecuentemente familias que se reducen estrictamente a las figuras del padre y la madre biológicos y sus hijos. Era de esperar que en este nuevo escenario también la experiencia de la paternidad sufriera alteraciones. Cuando Angelo Pereira insiste en que ser buen padre no depende de ser heterosexual u homosexual, que el sentimiento de paternidad puede ser vivido en su plenitud fuera del núcleo familiar tradicional; cuando él relata el funcionamiento de su casa, caótica según los patrones usuales, está experimentando, de forma vanguardista, las posibilidades de nuestra época. Cuando Angelo buscó a Pedro Paulo en el orfanato no tenía en mente resolver el problema del menor con dinero, ni tampoco conocía las interpretaciones sociológicas de nuestra época. Su gesto era tan sólo amoroso y era el resultado de las experiencias de su vida, cuyo significado completo ni el mismo alcanzaba a comprender. Posteriormente pensó que, si contaba su historia, ésta podría alcanzar a otros corazones y quién sabe si gracias a ella otros niños pudieran ser rescatados. Comprendió también que su testimonio ayudaba a marcar cambios importantes en la mentalidad y en la forma de vida actuales. Por estos motivos decidió escribir este libro, cuya calidad literaria será la garantía de su éxito. Eduardo Jadim

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CONOCÍ a mi hijo Pedro Paulo en el Centro Româo de Matos Duarte a mediados de abril de 1997, en Río de Janeiro. Por entonces yo ya vivía en este apartamento desde hacía cinco años, pasaba por la puerta de aquel caserón todos los días camino de la estación de metro de Flamengo y nunca sentí curiosidad por entrar. El Româo Duarte, como es conocido por la vecindad y al que anteriormente llamaban Casa dos Expostos, es una institución dependiente de la Santa Casa de Misericordia de Río de Janeiro que se dedica al cuidado de menores abandonados o en situación de riesgo en compañía de sus padres, posee también guardería y escuela primaria para los hijos de madres trabajadoras con pocos recursos. Se trata de una construcción imponente de cuatro plantas de estilo neocolonial, pintada de amarillo, erigida hace ciento veinte años en lo alto de una colina, cuya entrada hoy se sitúa en la calle Paulo VI, en el barrio de Flamengo. En aquella época yo todavía no tenía una idea concreta sobre si me gustaría o no tener un hijo, y aunque siempre estuve abierto a esta posibilidad, realmente creo que nunca pensé seriamente sobre ello. Por curioso que pueda parecer, el hecho es que, más tarde, en la primera visita que hice a aquella institución, el primer niño que llamó mi atención, de entre un grupo de unos 13


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quince, fue aquel chiquillo flacucho de piel parda 1 que por entonces tenía dieciséis meses. Fue amor a primera vista. Cuando cuento cómo fue nuestro encuentro, muchas personas ven aquí una prueba irrefutable de nuestra unión en otras vidas. Pero yo, que infelizmente sólo creo en lo que veo, y no sin reticencias, he dejado de especular sobre los porqués y aún hoy me parece que tan sólo fue una bonita coincidencia. Vivía allí desde hacía poco más de un año. Cuando tenía seis meses había sido “confiscado” a su madre, que, desgraciadamente, no tenía estabilidad financiera ni salud física ni mental para cuidar de él. Se le había retirado la custodia mientras viviera al relente en las calles del centro de Río de Janeiro. Según me contaron, un día un hombre que pasó por la calle donde la criatura dormía, se detuvo ante ellos y, al ver que tenía fiebre, se dirigió con el bebé y con su madre a un hospital público donde se confirmó que estaba deshidratado, desnutrido, que tenía neumonía doble y una pequeña herida en la región occipital del cráneo. O sea, apenas si acababa de llegar al mundo y ya se encontraba en la rampa de lanzamiento para el más allá. Todos estos detalles los leí en el informe que el juzgado mantiene sobre cada niño recogido en sus instituciones. Después, investigando, descubrí que la región occipital se encuentra ligeramente por encima de la nuca. Cuando se le preguntó a su madre por el origen de la herida, no supo qué responder. Alcoholizada y sin residencia fija, perdió temporalmente la custodia del niño. Del propio hospital le enviaron al Româo de Matos por intermediación del Ministerio Público. Durante el tiempo que estuvo allí, la madre le visitó dos o tres veces, en condiciones lamentables. Oficiosamente descubrí que ella alegaba no tener dinero para el autobús. Las fechas de las visitas constan en los autos del proceso de adopción. El acuerdo era que el niño quedaría bajo los cuidados y protección del Estado hasta que ella regresase para recuperar su custodia, tras superar un programa de rehabilitación, manteniéndose sobria, con trabajo y con algún lugar donde vivir con su hijo. La pobreza,

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Nota del autor: Así consta en su certificado de nacimiento original.

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por sí sola, obviamente no descalifica a nadie para ser padre o madre. El hecho es que abandonó dos veces la granja modelo donde cumplía el programa de rehabilitación y volvió a las calles. La casualidad quiso que yo conociese al niño en ese momento. Nunca vi. a esa señora, no la conozco personalmente, y todo lo que sé sobre ella es lo que me contaron. No se cómo explicar lo que sentí al abrazar a aquel niño. Fue un sentimiento hasta entonces desconocido. En unos instantes vi pasar ante mis ojos una película en blanco y negro sobre mi vida que no provocaría envidia a nadie, y tuve la certeza de que todo aquello iba a cambiar radicalmente. La visita duró más o menos dos horas. La tarde ardía, hacía tanto calor que el reflejo del asfalto temblaba. Supuse que el niño se estaba muriendo de sed, pues de su frente descendía una gota de sudor que empapaba la camisa. Pedí a la empleada un vaso de agua. Él lo bebió con avidez y el agua le escurría por todos lados. Estaba visiblemente por debajo de su peso ideal, y no sonrío ni lloró. Apático, no emitió ningún sonido; aun así, me pareció ver en su cara una señal de gratitud (¿me habría afectado el calor?). Salí de allí todo mojado y con una sensación extraña; sin embargo, tenía la certeza de haber encontrado a mi hijo. Recuerdo haberlo cogido en brazos y, paseando por la sala, decirle en voz baja que algo grande estaba a punto de comenzar en nuestras vidas: –Yo voy a dar un rumbo a tu vida y tú vas a cambiar el rumbo de la mía. Aquella noche no pegué ojo, pero como hacía ya años que no dormía bien, me quedé sin saber a qué achacarle otra noche más de insomnio. Al día siguiente inicié, ante el Juzgado de Primera Instancia de Infancia y Juventud, el procedimiento de solicitud de adopción. En pocos días recibí una llamada pidiéndome que acudiera a la primera de una serie de entrevistas con una asistenta social y una psicóloga. En el primer encuentro me preguntaron, entre otras cosas, las razones que me habían llevado a desear adoptar un niño, dado que no estoy casado. Está claro que no supe responder ni a ésa ni a otras preguntas. Cuando veían mi desesperación, pasaban discretamente a la pregunta siguiente. Querían saber quién iba a cuidar del niño, ya que yo pasaba gran parte del tiempo trabajando como profesor y traductor de inglés y alemán a horas muy extrañas. Me preguntaron también si mi familia conocía 15


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mis intenciones y qué opinaban sobre ello, si estaba preparado para educar yo solo a un niño, qué cambios pensaba yo que debía hacer en mi vida para ser padre adoptivo, si la cuestión social me preocupaba, cómo reaccionaría yo si llegara a tener una relación afectiva con una persona, si poseía bienes a mi nombre, cuál era mi nivel de estudios, cuáles eran mis intereses y mis aficiones, dónde dormiría él, qué le daría de comer, y cuestiones aún más triviales. Durante ese tiempo hacía tres visitas privadas por semana, de dos horas cada una, en el patio interno de la fundación: lunes, miércoles y viernes de 2 a 4 de la tarde. Cancelaba todos mis compromisos esos días. Acostumbraba a llevarle juguetes y galletas, e intentaba comunicarme con él a toda costa. Me aconsejaron que no le visitara los sábados, por ser el día de visita abierta a todo el mundo. Tenían razón, fui una vez, a pesar del consejo, y no me gustó nada verlo en los brazos de varias personas desconocidas, sonrientes, que le regalaban galletas. El chiquillo no me hizo el menor caso. En 1984 me gradué como ingeniero de alimentos por la Universidad Federal de Viçosa, que, por lo que entendí, es una especie de ingeniería mecánica aplicada a la industria alimenticia, basada en bioquímica y biotecnología. Sin embargo, no llegué a trabajar en la profesión: hice 400 horas de prácticas en São Paulo, Minas Gerais y Río Grande do Sul, y ahí paré. En 1985 me fui a vivir a Londres, donde obtuve el diploma Proficency en lengua inglesa por el London Study Centre. Dos años más tarde obtuve el certificado Oberstufe por la Ludwig Maximilians Universitat, en Munich. Cuando me fui a vivir y estudiar a Inglaterra y Alemania, ya me había graduado en ambas lenguas en Minas Gerais. Al regresar a Brasil, estaba decidido a trabajar con idiomas. Me trasladé a Río, abrí el periódico y encontré un anuncio buscando profesor de alemán en la Escuela Berlitz, hice el examen, fui seleccionado y cambié de profesión y de rumbo. Poco después de la primera visita, vinieron a entrevistar a la niñera y empleada que llevaba trabajando conmigo desde hacía siete años. Su nombre es Ana Paula, una negra bonita, honesta, de formas perfectas, sonrisa franca y escotes generosos, que más que en secretaria se convirtió en mi amiga. Ella fue en aquella época la única persona que me animó a seguir adelante con aquello 16


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que el resto de gente, en general perpleja, lo calificaba como una insensatez o como otro de mis arrebatos de rareza y excentricidad. Papaula, como más tarde la llamaría el niño y todos sus amigos, tiene una historia para nada envidiable: huérfana desde niña, fue criada por su padrino y a los diecisiete años, madre de tres hijos pequeños, su marido fue brutalmente asesinado por la policía a la puerta de casa ante los ojos incrédulos de sus hijos. Cuando el hijo mayor llegó exactamente a la edad del padre, encontró un destino semejante. Tres años más tarde, su segundo hijo encontró el mismo destino. A pesar de eso, ella no perdió la alegría de vivir, es optimista, sonriente y trabajadora, y cuando más dudaba yo en cuanto a la adopción, ella me dijo una frase que me sirvió (y todavía me sirve) para disipar cualquier duda o miedo que la responsabilidad de aquella decisión acarreaba: –Pedazo de bobo, ¿acaso yo no sobreviví? ¿No crié a mis hijos con bastante menos que tú? ¿De qué tienes miedo? La gente necesita muy poco para vivir. Aparte de la comida y la vivienda, el resto son lujos. Yo te ayudo. Te lo prometo. Sin embargo, la mayoría de mis amigos desapareció diciendo que era una chifladura. Dicho en buen portugués: que yo estaba loco. Oí muchas bobadas: “Espera un poco más, visita otros orfanatos”; “Quién sabe si a lo mejor encuentras por ahí otro niño que te guste más”; “ ¿Te dejan escoger o era ése el único que tenían allí?” (si alguien escogió a alguien, fue él quien me escogió a mí); “¿Estás seguro de que él no te fastidiará la vida?”; “¿Vas a tener el coraje de tirar por la ventana la independencia que conquistaste?”; “Nunca volverás a tener libertad”; “No volverás a dormir”; “¿Sabes de dónde procede el niño?”; “¿No sientes el más mínimo miedo?”; “¿Sabes si tiene alguna enfermedad hereditaria?”; “¿Conoces su historial genético?”; “¿Seguro que estás preparado para enfrentarte a todos esos problemas?”... Incluso hubo uno que vio en mi deseo de adopción la solución para continuar ejerciendo ascendencia sobre otras personas: “Ahora podrás mandar, hacer y deshacer…”. Lo que parece que no han entendido es que no fui al orfanato a comprar una camisa. Después de que Pedro Paulo llegó, las invitaciones y las visitas escasearon y el teléfono dejó milagrosamente de sonar. Escuché disculpas tan creativas que ni siquiera la 17


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mente más delirante podría imaginar cuando no me invitaban a una fiesta o cualquier otro evento. Eso también tuvo su lado bueno, ya que tuve la oportunidad de descubrir quiénes eran mis verdaderos amigos. Se quedaron tan sólo aquellos con los cuales había contado durante todo el tiempo. Hubo pocas sorpresas.

El mismo día en que recibí el documento que me concedía la custodia provisional, fui corriendo a buscar al niño. Caía un aguacero de proporciones bíblicas, pero no podía aguantar ni un día más. Llamé a Ana Paula y fuimos a toda prisa al Româo Matos, que está detrás de mi casa. Subimos rápidamente las escaleras y entregamos el documento a la monja que nos atendió sin mostrarnos el más mínimo entusiasmo. Tiró de sus gafas de culo de vaso hacia la punta de su nariz y leyó muy despacio, frunciendo el ceño, acompañando el texto con los labios. Desde pequeño aprendí a sospechar de las personas portadoras de ese horrible hábito. –¿Trajeron la ropa? –dijo sin levantar los ojos. –¿Qué ropa? –pregunté secamente. ¿Acaso había prometido hacerles alguna donación y lo olvidé? Comencé a pensar, ya divagando. –Voy a cogerla. Esperen un momento –respondió Ana Paula decidida y sin pestañear. Me lanzó una sonrisa y un guiño, que le devolví fingiendo complicidad. ¿Estarían las dos compinchadas? Me quedé allí esperando el desenlace de la historia sin saber a ciencia cierta lo que estaba ocurriendo. Debió de ir a casa volando, porque a los pocos minutos llegó trayendo un pantaloncito rojo y una camiseta blanca que habíamos comprado pocos días antes. En seguida trajeron al chiquillo, que, atónito, miraba hacia todos lados asustado, entendiendo todavía menos que yo. En un abrir y cerrar de ojos, Ana Paula le quitó la ropa que llevaba, se la entregó a la hermana sin cruzar palabra y le puso la ropa nueva que habíamos traído. Se le había olvidado el calzoncillo y todavía no teníamos zapatos, no nos dio tiempo a comprarlos. Y así fue como lo recibí: desnudo, como vino al mundo. Como era patente que aquella sierva de Cristo no participaba de nuestra alegría 18


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y euforia, simplemente nos dimos un apretón de manos como se hace cuando se cierra un negocio. Agarré el paraguas, cogí al niño en brazos y descendí corriendo las escaleras no fuera a ser que cambiaran de idea. Ana Paula corría detrás de mí bajo la gruesa lluvia, dando grandes zancadas con paso rápido, luchando valientemente contra el vuelo del vestido de malla estampado en colores fuertes. La falda era tan corta y ajustada que constantemente se subía, revelando sus muslos bien torneados hasta la región fronteriza de su braguita. Todo un espectáculo de belleza para los ojos. Cada tres pasos, su falda subía un poquito por un lado y por el otro. Mientras atravesábamos rápidamente el aparcamiento que daba a la calle, le comentaba que qué narices era eso de que el niño no poseyera ni una ropita siquiera y tuviera que devolver la que estaba utilizando en el momento de marcharse. Era lo último que me faltaba por oír. –Bueno, chiquitín, todo eso ya queda atrás. Ahora vas a tener papá y serás llamado por tu nombre. Prometo darte todo mi amor y cariño, e incluso algún que otro azote cuando lo necesites –le dije con cariño. Era la primera vez en un año que él salía a la calle. Miró todo: coche, perro, bicicleta, autobús, camión, panadería, quiosco de revistas…, como si estuviera en un parque de atracciones, completamente fascinado. Poco después Ana Paula se fue y yo coloqué al niño en el suelo en medio de todos los juguetes, me senté en el sofá y me quede mirándole, extasiado. Me preguntaba: “Y este niño, ¿cuándo come?, ¿a qué hora se acuesta?, ¿cuántas horas duerme? Debo ir a comprar unos pañales”. En casa se quedó embelesado con unas cortinas de cretona rojas con flores amarillas que pusimos en su habitación, y una grabadora antigua en pésimo estado que reproducía música infantil de notas diáfanas cuando se fue a dormir. “Música valium” para bebés. Recuerdo bien la expresión de asombro ante todo lo que veía, pues no había visto ninguna de estas cosas antes. Parecía asustado, pero muy feliz. Es lógico suponer que todo esto lo hice a espaldas de mi familia, en secreto, dado que ya conocía de antemano su opinión sin necesidad de preguntársela. Sólo se lo dije cuando el niño ya estaba viviendo en mi casa y el shock 19


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fue general. Nadie vino a visitarme. Nadie llamó por teléfono ni siquiera para saber el nombre del niño. Pero no fue ninguna sorpresa, ya me lo esperaba. Pasé dieciocho años conviviendo con siete mujeres en casas muy pequeñas en ciudades del interior de Minas Gerais y mis recuerdos se remontan a hechos que hoy se confunden con negligencia y desprecio, pero que en realidad eran producto de la pobreza y la ignorancia. Ahora mismo no sé por que me acuerdo de la casa de Bernarda Alba. Durante todos aquellos años que pasé en compañía de mi familia, me sentí como la rueda de repuesto del coche, insertado en aquel contexto social. Mis hermanas siempre estuvieron muy unidas entre sí, y yo parecía molestar. En el fondo, nadie tiene la culpa de nada. Hace poco tiempo pillé in fraganti a mi madre diciendo a una de mis hermanas que pensaba que yo había hecho una promesa por una gran gracia alcanzada y le pedía que investigase qué era lo que se me había concedido por intercesión de los santos. El padre Antonio Vieira en sus sermón XII, p. 5657, incluso da la receta: “Primero debe pedirse el deseo al Espíritu Santo por intercesión de Nuestra Señora”. Creo que esto da una idea de la falta de información de mi familia sobre las cuestiones de adopción. Para ellas es una cuestión de caridad, abnegación, sufrimiento y expiación. Poco a poco el hielo parece que se va rompiendo, pues recientemente mi madre dijo que había incluido su nombre en sus oraciones. Menos mal. E incluso ahora mis hermanas se hacen llamar “tita” cuando juegan con él. Mi padre, un hombre con cara y modales de personaje, barba de tres días, bigotillo incipiente cortado a tijera, cuya única actividad a la que se dedicó con verdadera pasión durante toda su vida fue al deleite del etilismo, hubiera sido el único en divertirse con esta historia de la adopción si no se hubiera muerto diez años antes. Siempre le gustaron los niños, mientras no se tratara de los suyos propios. Lo habría encontrado gracioso. Cuando conocí al niño, se llamaba Pedro Gonçalves, hijo de Regina Gonçalves y padre desconocido, pero después de un año viviendo conmigo, se redactó un nuevo certificado de nacimiento, pasando entonces a llamarse Pedro Paulo Barbosa Pereira, hijo de Angelo Barbosa Pereira y madre desconocida. En la línea correspondiente al nombre de la madre hay una X y un punto. 20


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Aquella bobada sobre el color de la piel fue eliminada. A los aficionados a la astrología, siento informarles que la fecha de nacimiento del primer certificado era aproximada, pues fue registrada cuando el niño ingresó en la institución. Preguntando por aquí y por allá, descubrí que hasta los seis meses no le habían inscrito en el registro. Debido al hecho de que su madre no sabía a ciencia cierta cuándo había nacido el niño, el pediatra le atribuyó una fecha aproximada basándose en las características físicas del bebé, como tamaño y peso. Por eso la fecha de su nacimiento es seis meses anterior a la del registro del certificado original.

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COLECCIÓN ACEBo 1. El fracaso en la adopción. Prevención y reparación. Jolanda Galli y Francesco Viero.

3. Hombres maltratadores. Tratamiento psicológico de agresores. Andrés Quinteros Turinetto y Pablo Carbajosa Vicente. 4. La adopción: demasiados prejuicios y escasa conciencia. Marinella Ferranti. 5. Reproducción asistida, Aspectos psicológicos de la esterilidad, la parentalidad y la filiación. Manuela Cecotti. 6. El milagro de la cigüeña probeta. Reflexiones clínicas: de la reproducción asistida a la adopción. Jolanda Galli y Alessandra Moro. 7. El camino a casa: Los derechos del niño en la adopción internacional. María Elena García (coord.). COLECCIÓN SAÚCo – Historias de vida

1. Retrato en blanco y negro. Manual de supervivencia para padres adoptivos solteros, divagaciones sobre la adopción, los prejuicios y la sexualidad. Angelo B. Pereira.

Existen pocas publicaciones centradas en la relación de ayuda como un método para trabajar con personas los problemas relacionales que nos encontramos en la vida. Las reflexiones, del autor y de otros profesionales, que este libro recoge, aportarán a los lectores algo más que teoría: aportarán experiencia práctica y personal. Intervención en primera persona está dividido en dos partes. La primera, La relación de ayuda, analiza los postulados de los dos máximos exponentes de la corriente humanista: Carl Rogers y Robert Carkhuff. El primero denominó su propuesta “intervención centrada en la persona”, mientras que el segundo utilizó el término “relación de ayuda” y “counselling”. En la segunda parte, Reflexiones en la intervención, el autor se cuestiona acerca de lo que nos pasa a los profesionales cuando trabajamos con personas, lo que les pasa a los usuarios cuando inician un proceso de cambio y, por último, lo que sucede en el encuentro entre ambos, es decir en la relación. Un libro dirigido a todas aquellas personas que trabajan con personas, un marco muy amplio donde hay lugar para multitud de propuestas, modelos y corrientes. En él, los profesionales encontrarán claves para reflexionar sobre su quehacer diario, y a los estudiantes (Trabajo social, Educación social, Integración social, Terapia ocupacional, Psicología...) el modelo aquí propuesto les será muy útil para iniciarse en el camino de la intervención con personas.

2. Vivir sin barreras. La historia de Luigi “Pucho” Maccione contada por su familia y amigos. Mary Cruz Rodríguez Maccione.

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FRANCISCO CALABOZO CASADO

editorial@grupo5.net http://editorial.grupo5.net

INTERVENCIÓN EN PRIMERA PERSONA

2. La entrevista psicosocial. Proceso y procedimientos. David Mustieles Muñoz.

ACEBo COLECCIÓN

INTERVENCIÓN EN PRIMERA PERSONA LA RELACIÓN DE AYUDA - REFLEXIONES EN LA INTERVENCIÓN

FRANCISCO CALABOZO CASADO

FRANCISCO CALABOZO CASADO (Madrid, 1976) es psicólogo clínico, Master de Psicología Clínica y de la Salud, psicólogo interno residente en la Unidad de Psicología Clínica y de la Salud de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y psicoterapeuta humanista rogeriano. A lo largo de su trayectoria profesional ha trabajado como psicólogo clínico atendiendo a personas normalizadas con problemas de salud mental y a personas sin hogar en el acompañamiento en su proceso de cambio, y ha supervisado técnicamente equipos profesionales en el desempeño de sus funciones. En la actualidad es coordinador en el SAMUR Social. Ha sido coautor de varios libros: Trabajo de Calle: un despacho sin puertas, Construyendo Relaciones, Un acuerdo con luces y Cuadernos de Salud Mental, editados por Fundación RAIS.

“Los lectores del presente libro, escrito sin pedanterías de erudito, con el estilo sencillo, directo y ameno propio de quien busca enraizarse en la vida misma más que en las ideas recibidas acerca de ésta, disfrutarán y sacarán provecho de su lectura.” Antonio Guijarro Psicologo clínico. Instructor de la Effectiveness Training Association para el desarrollo de las relaciones humanas.


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Retrato en Blanco y Negro. Manual práctico de supervivencia para padres adoptivos solteros. Divagaciones sobre la adopción, los prejuicios, y la sexualidad. Este libro superó el propósito de ofrecerse como un manual para padres solteros que se lanzan a la aventura de adoptar un hijo. Desmontando ideologías sobre la constitución de la familia y la educación de los niños, Angelo Pereira refleja, a través de él, una imagen nítida y perturbadora de prejuicios insostenibles y, sin embargo, todavía arraigados en las vísceras de nuestras costumbres con respecto de las diferencias étnicas y de la diversidad en el ámbito de la orientación sexual. Con un sentido del humor sorprendente, el autor da dentelladas llenas de ironía inteligente y sagaz en el fruto prohibido de los axiomas religiosos, y a su vez cuestiona afirmaciones científicas sobre el embarazo, el nacimiento, y el lugar del niño en las distintas instituciones responsables de su formación, como la familia y la escuela. Así, nos hace reflexionar sobre la cuestión crucial de la adopción, donde está en juego no la crianza ni la supervivencia de un ser vivo, sino la formación de un sujeto. El reconocimiento de un ciudadano o ciudadana en la sociedad en la que ha nacido. Angelo Pereira lleva a sus últimas consecuencias la máxima que dice “todo niño es adoptado”, y demuestra las frágiles estructuras imaginarias que se obstinan en reducir el proceso simbólico de la filiación a los lazos consanguíneos.

RETRATO EN BLANCO Y

NEGRO

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ANGELO B. PEREIRA

En un estilo que consigue capturar el placer de la lectura al mismo tiempo que pone negro en blanco y blanco en negro las dificultades cotidianas más inconfesables, este libro se ha convertido en un manual, no sólo para los padres solteros, sino para cualquier persona que quiera ser adoptada por la eterna novedad del mundo. En la actualidad Angelo Pereira, su compañero, y su hijo viven en Río de Janeiro.

SAÚCo COLECCIÓN

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