Intervención en primera persona. La relación de ayuda-reflexiones en la intervención

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COLECCIÓN ACEBo 1. El fracaso en la adopción. Prevención y reparación. Jolanda Galli y Francesco Viero.

3. Hombres maltratadores. Tratamiento psicológico de agresores. Andrés Quinteros Turinetto y Pablo Carbajosa Vicente. 4. La adopción: demasiados prejuicios y escasa conciencia. Marinella Ferranti. 5. Reproducción asistida, Aspectos psicológicos de la esterilidad, la parentalidad y la filiación. Manuela Cecotti. 6. El milagro de la cigüeña probeta. Reflexiones clínicas: de la reproducción asistida a la adopción. Jolanda Galli y Alessandra Moro. 7. El camino a casa: Los derechos del niño en la adopción internacional. María Elena García (coord.). COLECCIÓN SAÚCo – Historias de vida

1. Retrato en blanco y negro. Manual de supervivencia para padres adoptivos solteros, divagaciones sobre la adopción, los prejuicios y la sexualidad. Angelo B. Pereira.

Existen pocas publicaciones centradas en la relación de ayuda como un método para trabajar con personas los problemas relacionales que nos encontramos en la vida. Las reflexiones, del autor y de otros profesionales, que este libro recoge, aportarán a los lectores algo más que teoría: aportarán experiencia práctica y personal. Intervención en primera persona está dividido en dos partes. La primera, La relación de ayuda, analiza los postulados de los dos máximos exponentes de la corriente humanista: Carl Rogers y Robert Carkhuff. El primero denominó su propuesta “intervención centrada en la persona”, mientras que el segundo utilizó el término “relación de ayuda” y “counselling”. En la segunda parte, Reflexiones en la intervención, el autor se cuestiona acerca de lo que nos pasa a los profesionales cuando trabajamos con personas, lo que les pasa a los usuarios cuando inician un proceso de cambio y, por último, lo que sucede en el encuentro entre ambos, es decir en la relación. Un libro dirigido a todas aquellas personas que trabajan con personas, un marco muy amplio donde hay lugar para multitud de propuestas, modelos y corrientes. En él, los profesionales encontrarán claves para reflexionar sobre su quehacer diario, y a los estudiantes (Trabajo social, Educación social, Integración social, Terapia ocupacional, Psicología...) el modelo aquí propuesto les será muy útil para iniciarse en el camino de la intervención con personas.

2. Vivir sin barreras. La historia de Luigi “Pucho” Maccione contada por su familia y amigos. Mary Cruz Rodríguez Maccione.

P.V.P.: 20,95 €

FRANCISCO CALABOZO CASADO

editorial@grupo5.net http://editorial.grupo5.net

INTERVENCIÓN EN PRIMERA PERSONA

2. La entrevista psicosocial. Proceso y procedimientos. David Mustieles Muñoz.

ACEBo COLECCIÓN

INTERVENCIÓN EN PRIMERA PERSONA LA RELACIÓN DE AYUDA - REFLEXIONES EN LA INTERVENCIÓN

FRANCISCO CALABOZO CASADO

FRANCISCO CALABOZO CASADO (Madrid, 1976) es psicólogo clínico, Master de Psicología Clínica y de la Salud, psicólogo interno residente en la Unidad de Psicología Clínica y de la Salud de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y psicoterapeuta humanista rogeriano. A lo largo de su trayectoria profesional ha trabajado como psicólogo clínico atendiendo a personas normalizadas con problemas de salud mental y a personas sin hogar en el acompañamiento en su proceso de cambio, y ha supervisado técnicamente equipos profesionales en el desempeño de sus funciones. En la actualidad es coordinador en el SAMUR Social. Ha sido coautor de varios libros: Trabajo de Calle: un despacho sin puertas, Construyendo Relaciones, Un acuerdo con luces y Cuadernos de Salud Mental, editados por Fundación RAIS.

“Los lectores del presente libro, escrito sin pedanterías de erudito, con el estilo sencillo, directo y ameno propio de quien busca enraizarse en la vida misma más que en las ideas recibidas acerca de ésta, disfrutarán y sacarán provecho de su lectura.” Antonio Guijarro Psicologo clínico. Instructor de la Effectiveness Training Association para el desarrollo de las relaciones humanas.


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INTERVENCIÓN EN PRIMERA PERSONA LA RELACIÓN DE AYUDA REFLEXIONES EN LA INTERVENCIÓN


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ÍNDICE Presentación, Antonio Guijarro ................................................................................. 13 Introducción .................................................................................................................. 17 PARTE I: LA RELACIÓN DE AYUDA Capítulo 1 Ser en la relación de ayuda............................................................................ • La visión del profesional y el paciente contemplada desde diferentes marcos teóricos (psicoanálisis, conductismo y humanismo) ................................................................................................ • Supuestos básicos del paradigma humanista (Bernstein y Nietzel, 1980) ...................................................................................................... – Lo único objetivo es lo subjetivo 28 – Visión optimista de la persona: confianza en las capacidades de la persona y creencia en la existencia de una tendencia innata a mejorar 29 – Visión existencialista de la persona 30 – Quien mejor puede conocerse es uno mismo. Entender al otro desde su visión de la situación 30 – Vivimos en el presente. El ser humano necesita poder decidir para crecer 31 Capítulo 2 Carl Rogers ........................................................................................................... • Principios generales de la propuesta teórica de Rogers ............. – Vivir existencial 36 – Confianza en uno mismo 37 – Libertad en la experiencia de vivir 38 – Creatividad 39 – Apertura a la experiencia 40 • El funcionamiento de la persona desde el modelo de Rogers ..... – La incongruencia 44 – Funcionamiento y desarrollo de la personalidad 48

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– Defensas: negación y distorsión cognitiva 50 • Condiciones necesarias y suficientes ................................................ 52 – Autenticidad 52 – Aceptación incondicional 54 – Empatía 57 – – La empatía como actitud 57 – – La empatía como técnica 58 – – Efectos positivos de la comunicación empática 60 – – Los beneficios en el trabajo con personas 60 • La técnica dentro de la relación de ayuda no directiva .............. 63 – La no directividad 63 – El reflejo 65 – – Reflejo del contenido 65 – – Reflejo del sentimiento 73 Capítulo 3 Robert Carkhuff .................................................................................................. • Lo que Carkhuff añade a la propuesta de Rogers ........................ • Líneas estratégicas que incorpora en su modelo ......................... – Concreción 82 – Confrontación 84 – Autorrevelación 87 – Inmediatez 88 • La relación de ayuda desde la técnica .............................................. – El profesional 91 – La persona ayudada 94 – El medio 96 • El modelo teórico-práctico de R. Carkhuff ....................................... – Destreza de atender 99 – Destreza de responder 102 – – Primera fase: responder al contenido del mensaje 103 – – Segunda fase: responder al sentimiento 103 – – Tercera fase: respuesta intercambiable. Responder al contenido y al sentimiento 105 – Destreza de personalizar 106 – – Primero: personalizar el contenido 107 – – Segundo: personalizar el problema 109 – – Tercero: personalizar el nuevo sentimiento 111 – – Cuarto: personalizar la meta 112 – Destreza de iniciar 113

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– – Definir una meta e identificar factores relacionados con la misma 113 – – Planificar los pasos para lograr el objetivo 114 Capítulo 4 Conclusiones ....................................................................................................... 115 PARTE II: REFLEXIONES EN LA INTERVENCIÓN Nota del autor ............................................................................................................ 119 Capítulo 1: Yo: el profesional .............................................................................................. 121 • La persona que se esconde detrás del profesional ..................... 122 – Yo soy la herramienta 122 – A mí me habían dicho que tengo que ser un buen profesional, no una buena persona 124 – Lo que pienso influye en lo que siento y en lo que hago127 – Yo no espero nada de ti, salvo que seas de una determinada manera 128 • El riesgo y la dificultad de trabajar con personas .......................... 130 – El miedo 130 – – Miedo a que nos cambien 131 – – Miedo a reconocer al otro como una persona, no como un problema 133 – Yo me defiendo, tú te defiendes, el se defiende 134 – – Distorsión: la interpretación interesada de la realidad 135 – – Necesidad de formación 136 • Bueno, vale ¿y qué hago con todo esto? ........................................ 138 • Lo que vale para mí vale para el ayudado; lo que vale para el ayudado vale para mí ..............................................................................140 Capítulo 2: Tú: el ayudado .................................................................................................... 145 • Cosas que se me olvidaron del otro ................................................. 145 – Ver cómo es el otro 145 – ¿Cómo se construye la idea de uno mismo? 147 – Los derivados de la idea de uno mismo 148 • Cambio. Proceso. Proceso de cambio. El cambio como proceso .................................................................................................... 151 – Un poco de teoría 151


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– – La tendencia al crecimiento de Rogers 152 – – El modelo transteórico de Prochaska y Di Clemente153 – – El modelo postracionalista de Vittorio Guidano 155 – El cambio da miedo 157 – Las resistencias al cambio 158 Capítulo 3 Nosotros: la Relación ...................................................................................... 163 • Una propuesta para estar en la relación .......................................... 163 – Yo me acepto y te acepto 163 – Ser auténticos 165 – Horizontalidad 167 – – Cómo se sitúan las partes en la relación 168 • Dificultades en la relación ..................................................................... 171 – Las expectativas 171 – Poder elegir 172 – Estilo relacional y actitud relacional 173 – El ataque 180 • El cambio como pérdida ....................................................................... 183 • Acompañar como forma de relacionarnos ..................................... 185 – Lo he oído muchas veces pero no me aclaro del todo 185 – ¿Cómo puedo acompañar? 188 – Acompañar desde la empatía 189 • Relaciones nutritivas ................................................................................ 191 Capítulo 4 Conclusiones ....................................................................................................... 195 Índice analítico .......................................................................................................... 199 Bibliografía ....................................................................................................................203


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PRESENTACIÓN Como es público y notorio, existe un gran número de enfoques terapéuticos (freudiano, junguiano, adleriano, sistémico, cognitivo-conductual, constructivista, traspersonal, analítico-transaccional, racionalemotivo...), todos ellos basados en los puntos de vista de su respectivos creadores –puntos de vista particulares, propios a la idiosincrasia de estos– que constituyen los “credos” profesados por sus respectivos seguidores. Ahora bien, hay un enfoque que no sólo no requiere adherirse a ninguna doctrina pre-establecida, sino que exige no hacerlo en absoluto (o, cuanto menos, hacerlo mejor). Un enfoque que no se basa en un punto de vista otro que el del mismo paciente al que se aplica –”hecho a su exacta medida”, podríamos decir–. Un enfoque, pues, que supone un giro copernicano con respecto a todos los demás, en cuanto que, en vez de considerar al paciente como el oscuro satélite que ha de girar en torno al terapeuta y sus saberes para recibir la luz de éste, lo reconoce como el sol en torno a cuya luz ha de girar un terapeuta cuanto más ayuno de luz propia, mejor. Por lo que, si se puede decir que el resto de los enfoques tienen como máxima autoridad, en primer lugar, al Padre Fundador y, luego, por trasmisión de su Verdad, a cada uno de sus fieles discípulos, éste se caracteriza por reconocerle al paciente atendido la máxima autoridad por lo que a él respecta (de acuerdo con el dicho popular de “más sabe un ciego en casa propia que un vidente en casa ajena”) y, por tanto, la única guía a la que el terapeuta 13


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ha de atenerse durante su labor terapéutica. De ahí el nombre que suele recibir este enfoque: “centrado en la persona del paciente” (más apropiado que el de “rogeriano” por el que también se le conoce, porque, en su caso, ser rogeriano es... no ser rogeriano –habida cuenta de que la máxima aportación de Rogers a la psicoterapia fue... quitarse de en medio, y cederle tal puesto a quien en justicia le corresponde: al atendido, ¡si es que va a serlo de verdad!–). Y esto es lo que llevo enseñando desde hace más de 30 años en mi Centro de Terapia Humanista. Y enseñando esto, conocí hace unos pocos a Paco, el autor de este libro. Como alumno, pues. Pero sólo nominalmente, ya que demostró a lo largo del curso estar ya orientado hacia el “humanismo” de un modo natural –el mejor de los modos, en este caso– o sea, el haber alcanzado ya por sí mismo lo más necesario para ser un buen profesional. Por ello lo considero, más que un alumno, un compañero –y no sólo profesionalmente hablando, sino personalmente también-. Y además, como ocurre con los mejores alumnos, no fue de los que se limitan a dejarse llevar, sino de los que no cesan de caminar sobre sus propios pies, haciendo en todo momento la siempre interesante aportación de su originalidad personal sobre la base de su propia experiencia y sensibilidad, como bien queda reflejado en este libro. Sin por ello desviarse de lo fundamental en cuanto a lo que respecta a la intervención terapéutica –que no es lo que yo pudiera decir, ni lo que dijera Carl Rogers, ni siquiera lo que él mismo diga, sino lo que tenga que decir el paciente–. Sirva de testimonio la siguiente línea de su escrito: “He comentado ya la necesidad de que apartemos nuestros juicios, para poder escucharlo sólo a él“ (el subrayado es mío). Y termino, confesando mi confianza en que los lectores del presente libro, escrito, opino, sin pedanterías de erudito, con el estilo sencillo, directo y ameno (no exento de humor) propio de quien busca enraizarse en la vida misma más que en las ideas recibidas acerca de ésta, disfrutarán y sacarán provecho de su lectura. Como yo.

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Antonio Guijarro Psicologo clínico, miembro fundador de la Sociedad Española de Técnicas de Grupo y Psicodrama y de la Asociación Española de Psicodrama. Trabajó con Carl Rogers en el Center for Studies of the Person de La Jolla, California, del que fue Miembro invitado (Visitting fellow) durante los años 1973 y 1974. Formado en Gestlat en el Esalen Institute, fundado por Fritz Perls, y en psicodrama con J.L. Moreno, en su instituto de Beacon, Nueva York. Es instructor de la Effectiveness Training Association para el desarrollo de las relaciones humanas.

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Introducción He dividido este libro, Intervención en primera persona, en dos partes. En la primera, La relación de ayuda, repaso la relación de ayuda a través del análisis de los dos máximos exponentes de la corriente humanista: Carl Rogers y Robert Carkhuff. El primero denominó su propuesta “intervención centrada en la persona”, mientras que el segundo utilizó los términos “relación de ayuda” y “counselling”. Todo el mundo habla de Carl Rogers y del humanismo, pero generalmente nos centramos sólo en su vertiente de las habilidades del terapeuta, sin conocer en profundidad su propuesta de trabajo con personas, que va mucho más allá. Situarse dentro de un marco filosófico, el humanismo, es necesario para entender correctamente lo que Rogers propone. Aquí analizo también la técnica por excelencia de esta corriente, el reflejo, y la hago práctica para que los lectores puedan conocerla y utilizarla. Robert Carkhuff no es tan conocido por el público especializado, a pesar de ser el máximo exponente del counselling y de la relación de ayuda en la actualidad. Repaso su teoría y su marco de intervención, que ofrece diferencias significativas con respecto a la propuesta de Rogers, su maestro. Carkhuff la hace más práctica, operativa y enseñable. En la segunda parte, Reflexiones en la intervención, planteo reflexiones personales acerca de lo que nos pasa a los profesionales cuando trabajamos con personas, lo que les pasa a los usuarios cuando inician un proceso de cambio y, por último, lo que sucede en 17


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el encuentro entre ambos, es decir en la relación. Se trata de un material que deriva de mi propia experiencia personal y profesional, y de la de muchos otros profesionales, compañeros y amigos que, como yo, trabajan con personas. Los diferentes capítulos en los que he estructurado el texto giran en torno a un tabú habitual en el campo de la intervención: que la subjetividad que deriva de nuestra forma individual y única de ser personas afecta a nuestro trabajo. En la sociedad científica en la que vivimos parece que, si queremos ser buenos profesionales, no podemos sentir cosas. Yo opino que no sentir es imposible. Por ello recojo esta evidencia –compartida con muchos colegas y compañeros de profesión– y la saco a la luz para poder reflexionar sobre ella. Trato de entender qué es lo que le pasa la persona que recibe nuestra atención, para que los profesionales entiendan mejor lo que su intervención significa en la vida de las personas con las que trabajan. Por último, y como cuestión esencial, planteo la relación de ayuda como un encuentro, un contexto en el que pasan cosas que influyen a ambas partes, profesional y usuario, terapeuta y paciente, ayudador y ayudado. Las diferentes disciplinas que se dedican a trabajar con personas (trabajo social, psicología, educación social, etc., etc) suelen plantear la intervencion centrada en los problemas que tiene la persona. Por un lado, en el trabajo social normalmente se da mucha importancia a la gestión de recursos (ausencia de elementos materiales), por otro, la corriente dominante en psicología aborda los problemas de salud mental desde considerar al otro como enfermo (ausencia de salud). En medio quedan los problemas vitales, las decisiones que tomamos en nuestra vida y que nos la hacen más difícil. Este libro propone una forma de hacer para abordar ese espacio intermedio: no quedarnos sólo en la gestión de un recurso ni tratar a todo el mundo como enfermos mentales. Existen pocas publicaciones centradas en la relación de ayuda como un método para trabajar con personas los problemas 18


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relacionales que nos encontramos en la vida. Las reflexiones, mías y de otros compañeros, que este libro recoge, aportarán a los lectores algo más que teoría: aportarán experiencia práctica y personal. Los colectivos que se pueden beneficiar de su lectura son todas aquellas personas que trabajan con personas, un marco muy amplio donde hay lugar para multitud de propuestas, modelos y corrientes. Éste un libro válido para profesionales y para estudiantes. A los primeros, las reflexiones que contiene les darán claves para reflexionar sobre su quehacer diario; a los segundos (estudiantes de Trabajo social, Educación social, Integración social, Terapia ocupacional, Psicología...), el modelo de trabajo que propongo les será muy útil para iniciarse en el camino de la intervención con personas. Sin embargo, los aspectos tratados a lo largo del texto van más allá de una relación terapeuta-paciente, y son aplicables a cualquier relación entre personas, a cualquier encuentro entre dos o más individuos que inicien un camino (un proceso) en común.

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CAPÍTULO 3 NOSOTROS: LA RELACIÓN

La relación nace de la interacción entre dos o más personas; de lo que dan, desde cómo están y desde lo que son cada uno de los implicados en la misma. La relación es el espacio dinámico en donde nos encontramos con el otro y con nosotros mismos. Es a través de la relación donde cumplimos o desafiamos nuestras expectativas y donde validamos o cuestionamos cómo nos pensamos. Las relaciones nutritivas son aquellas que nos aportan cosas, nos facilitan el descubrimiento personal y nos hacen crecer. Son un medio y un fin en sí mismas; un contexto aceptador y no juzgador donde nos validamos y donde el otro es validado; un punto de apoyo desde donde todos nos movemos en la dirección que queramos, sintiendo que tenemos a alguien que nos da fuerza y al que podemos volver.

UNA PROPUESTA PARA ESTAR EN LA RELACIÓN Yo me acepto y te acepto

El concepto de aceptación, que he abordado con anterioridad, ahora pretendo llevarlo al ámbito de la relación, es decir analizar de 163


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qué manera afecta la aceptación o no del otro cuando nos relacionamos con él. Lo que propongo es que, para poder llegar a aceptar al otro, primero nos aceptemos a nosotros mismos. Cuando no nos avergüenza nada de lo que somos estamos listos para mostrarnos al otro sin disfraces y no tenemos que gastar energía en escondernos. En una relación en la que se plantea la aceptación como punto de partida ofrecemos un contexto en el que la expresión de uno mismo está permitida y no condicionada por las expectativas de las partes. En una relación así podemos hablar y escuchar sin tener miedo a ser juzgados; podemos expresar con libertad lo que hacemos, pensamos y sentimos, ya que la confianza se sustenta en el no juicio y, aunque seguro que no cumpliremos nunca completamente las expectativas del otro, podremos abordar la relación facilitando la autoexploración y el autoconocimiento del ayudado. A lo largo de mi experiencia profesional me he encontrado con personas que están en un momento en el que no están motivadas para el cambio. Esto me ha hecho darme cuenta de que no resulta demasiado difícil promover y facilitar cambios cuando el ayudado quiere llevarlos a cabo, mientras que el verdadero reto al que nos enfrentamos los profesionales que trabajamos con personas es promover esta motivación hacia el cambio en aquellas personas que todavía no han dado ese paso. Desde lo que yo conozco, la mayoría de los marcos metodológicos dejan esto en un segundo plano. Sólo se trabaja con las personas que aceptan nuestras condiciones y nuestra valoración. Lo que pienso al respecto es que resulta tan complicado romper en el ayudado la resistencia al cambio que se ha decidido empezar por lo más fácil, dejando lo más complicado para más adelante. La aceptación es una propuesta muy interesante para trabajar con personas que están en este punto, en el momento de “yo no tengo ningún problema”, “no quiero cambiar”, “estoy bien así”. En una relación basada en la aceptación esta situación no genera ninguna dificultad ya que, valga la redundancia, se acepta. Es decir, al ayudado no se le plantea que cambie, sino que se le ofrece una relación segura 164


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en la que pueda explorarse, explorar su situación actual y sus deseos de futuro y decidir lo que quiere hacer con su vida. En una relación basada en la aceptación no enjuiciamos ninguna conducta del otro, lo que facilita, por un lado, su compromiso con el cambio y, por otro, nos permite asegurarnos de que todo lo que el ayudado plantee surgirá de sí mismo, lo que hará que sea más posible que lo mantenga y lo lleve a cabo. Los acuerdos a los que se llega desde relaciones con un carácter coercitivo o de contraprestación, desde mi experiencia, es complicado mantenerlos, ya que han sido promovidos bajo “amenaza” o como “pago de” y, en el momento en que desaparece esta amenaza, o se atenúa el efecto positivo del intercambio que se ha establecido, el compromiso se debilita. Resumiendo, en una relación en la que la aceptación tiene un papel principal ambos participantes están a lo que tienen que estar y no gastan tiempo ni energía manteniendo sus disfraces. Además, la comunicación y la escucha no están condicionadas por las expectativas de las partes. Pero, sobre todo, la aceptación es un punto de partida imprescindible para trabajar con personas que no son conscientes de su problema o, que siéndolo, deciden no cambiar (por miedo, fracasos anteriores, costes personales, etc.) Ser auténticos

Como he planteado antes, la autenticidad es intentar ser uno mismo en relación con el otro, para tener la capacidad de ser como cada uno es y constituir la base del encuentro (si uno no es honesto consigo mismo, difícilmente lo podrá ser con el otro). Esto implica varias cuestiones: es necesario hacer un ejercicio continuo de autoconocimiento y autoexploración, aceptarnos a nosotros mismos para conservar toda nuestra energía y dedicársela al otro, estar abiertos a la experiencia y dejar a un lado los disfraces detrás de los que nos ocultamos por miedo a ser conocidos y juzgados, no gustar al otro o ser rechazados. 165


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Ser auténticos es un proceso y un producto: un proceso, porque todos nos estamos conociendo día a día, y un producto porque, en cada momento, somos tan auténticos como podemos, variando esta exposición según nos sintamos más o menos cómodos y seguros en la relación con el otro y con nosotros mismos. Según nos vamos permitiendo ser nosotros mismos en la relación vamos siendo más conscientes de hasta donde queremos mostrarnos al otro, no tanto por sus expectativas sino por el conocimiento de nosotros mismos, que nos ayuda a situarnos en la relación de la manera que mejor nos haga sentir, sin sentirnos forzados o condicionados por el otro. Siendo auténticos estamos en la relación de una forma en la que nos sentimos cómodos, siendo conscientes de lo que pensamos y queremos y no siendo influidos por temas que desconocemos y que pueden contaminar este espacio. Se trata de permitirnos ser nosotros en la relación siempre en la medida que queramos. Así, el otro nos verá como somos y no se confundirá con respecto a lo que le ofrecemos. En la autenticidad hay dos condiciones: por un lado, para ser auténticos tenemos que conocernos en profundidad, a nosotros y a nuestros procesos (expectativas, miedos, deseos, fantasías, etc.) y, por otro lado, debemos ser auténticos en la medida de lo que queremos. Se trata, en fin, de un proceso de asumir nuestra responsabilidad en la relación, procurando poner el menor número de nuestras expectativas en el otro y aceptándole tal y como es en ese momento. Para terminar, una reflexión. He trabajado con muchos profesionales que han iniciado un proceso personal con un terapeuta, y he visto que, por un lado, son más conscientes de lo que les pasa en un momento dado, pero, por otro, tienden a decir que son “como les han dicho que son”. Cuando una persona a la que se le da la autoridad de hablar de otro, incluso poniéndole por encima de la persona sobre la que habla (en cuanto al conocimiento de lo que le pasa) acepta sus opiniones como verdades incuestionables y las asume como ciertas sin cuestionarlas. 166


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Creo que en algunos procesos nos quedamos sin asumir la responsabilidad de lo que somos y en vez de escudarnos en lo que hacen los demás, en la educación o en los padres, nos justificamos con las explicaciones psicológicas que nos dan los terapeutas. Ante esto yo insisto en que no hay formas de ser negativas o de las que debamos avergonzarnos, lo importante es aceptar cómo somos y no intentar ser de otra manera, porque al hacerlo estamos dejando atrás una parte nuestra, la que no nos gusta, que es necesario integrar y dejar que forme parte de nuestro yo. Horizontalidad

La horizontalidad es la actitud por la que entendemos que, en la relación, los implicados (ayudador y ayudado) somos distintos y tenemos distintos contextos de decisión, aunque ninguno está por encima del otro. Cuando definimos el concepto de horizontalidad, habitualmente hablamos de situar la relación de una manera en la que no haya diferencias de poder entre las partes, sin embargo, esto no es exacto, pues la verdad es que, en algunas cuestiones relativas a la toma de decisiones, el ayudado se encuentra por debajo del profesional. De hecho, nos atribuimos la capacidad de plantear relaciones horizontales o no cuando esto es algo que no sólo tiene que ver con nosotros, sino con ambas partes. De inicio, estamos asumiendo un poder que no tenemos. Es cierto que en nuestro ejercicio profesional podemos y debemos tomar decisiones que afectan a la situación del otro (la decisión de un apoyo material, por ejemplo) pero esto quiere decir, nada más, que nosotros tenemos esta capacidad, igual que la persona con la que estamos tiene otras (por ejemplo, pedir y aceptar o no recibir ese apoyo). Al final, hablar de la horizontalidad es hablar de algo que no existe por sí mismo. Es necesario que las dos personas implicadas en la relación piensen que existe para que la horizontalidad se haga realidad. Realmente no hay ninguna altura, nadie está por encima de 167


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nadie, ninguno por debajo del otro, sólo nos sentimos así en la relación según se posicione la otra parte. En ocasiones, algunas relaciones se establecen bajo una premisa de verticalidad o jerarquía, ya que, por las circunstancias que sean, esto interesa a una o a ambas partes: una (el profesional) porque así se siente importante, y la otra (el paciente) porque de este modo no tiene que asumir la responsabilidad de su situación. El conflicto ocurre cuando una de las partes no entra en el juego que la otra plantea. Cómo se sitúan las partes en la relación

A continuación, paso a analizar las cuatro situaciones que se pueden dar con respecto a dónde si sitúa cada parte en la relación: Implicados

Cómo se sitúan las partes en la relación

Ayudador

Ayudado

Relación

Tipo 1

Tipo 2

Tipo 3

Tipo 4

Tipo 1: El ayudador se sitúa por encima del ayudado. En esta relación no hay problemas aparentes, ya que se hace lo que el ayudador dice y el ayudado se comporta como quiere el primero. El problema viene cuando el ayudado deja de tener cerca a una persona que le diga lo que tiene que hacer, ya que hasta ese momento ha estado evitando tomar decisiones, más bien evitando asumir la responsabilidad de tomar decisiones, cediendo su autonomía para que el profesional decida por él. Este modelo provoca relaciones de dependencia.

Tipo 2: El ayudador se sitúa por debajo del ayudado. En estos casos, es el ayudador quien hace lo que el ayudado dice. 168


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Los motivos pueden ser muchos, pero el más frecuente es el miedo por parte del ayudador a la reacción que tenga el ayudado (miedo a equivocarse, a exponerse, a dar su opinión...). Los problemas aparecen cuando el ayudador no puede cumplir las expectativas del ayudado y tiene que excusarse para disculparse. En este caso es el ayudador el que no quiere asumir la responsabilidad de ponerse al frente de la relación y deja al ayudado sin acompañante. •

Tipo 3: Ambos, ayudador y ayudado, intentan situarse por encima del otro. Esta es una relación de lucha de poder por ver quién tiene razón, quién toma las decisiones, quién es el más importante en la relación. Se trata de un modelo de relación muy conflictivo en el que se corre el peligro de que los participantes pongan en juego todas las habilidades coercitivas que tienen para someter al otro.

Tipo 4: Ayudador y ayudado intentan situarse por debajo del otro. Ésta es una relación de mutua dependencia en la que ambos juegan un papel de necesitar el cuidado del otro. Ni el ayudador asume su responsabilidad de estar de una forma auténtica en la relación, ni el ayudado asume su responsabilidad de buscar su autonomía e independencia. Al final, ambos se “consuelan” con sus situaciones individuales, pero ninguno hace nada para cambiarlas.

En relación con todo esto quiero abordar dos situaciones que se pueden dar en el trabajo con personas: una es la pérdida de poder por parte del ayudador y la otra es la cesión, por parte del ayudado, de su autonomía, que analizaré a continuación. Pérdida de poder del ayudador

Existen situaciones que se dan en nuestro quehacer diario y que se producen sobre todo cuando trabajamos con una persona que nos hace sentir “por debajo”, ya sea por su actitud, por su recorrido o por sus demandas. En este sentido, hay ocasiones en las que el otro nos intimida y nos hace sentir inseguros. La respuesta que más me he 169


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encontrado ante esto es intentar negar este sentimiento y compensarlo mostrándonos autoritarios y directivos, para poner al otro “en su lugar”. Esto produce muchos conflictos en la relación, ya que el ayudado aumentará su presión, a la que respondemos de la misma manera y cada vez con más intensidad, construyendo un círculo vicioso del que no podremos salir (salvo finalizando la relación). Lo que yo propongo es que, cuando sintamos que estamos perdiendo poder en la relación, intentemos reconocer ese sentimiento y aceptarlo, para poder decidir a posteriori si queremos abordarlo o no con el ayudado. Alguna vez que he planteado esto a algún colega de profesión, me ha mirado raro y me ha dicho que eso es un suicidio, que así el ayudado se me “subirá a las barbas” y será imposible trabajar con él. Yo no lo veo así. Si alguien nos da miedo, por mucho que intentemos “bajarle” no conseguiremos nada, ya que no estaremos siendo auténticos con nosotros mismos ni con el otro, y nos privaremos, como comenté anteriormente, de la energía necesaria para ser nosotros mismos con él, aceptando el estilo relacional que nos propone pero sin entrar en su juego. Ésta es otra ventaja de mi propuesta: cuando el ayudado nos ofrece una forma de relacionarnos (entrar en conflicto) si nosotros no respondemos como él espera provocaremos un cambio en su comportamiento que, en definitiva, es lo que está dificultando la relación. Cesión por parte del ayudado de su autonomía

La otra situación que se suele plantear según cómo se sitúen las partes en la relación se da cuando el ayudado hace exactamente lo que nosotros le decimos. Así dicho, parece que es una situación cómoda para ambos: para el ayudador porque todo lo que propone es bien recibido y llevado a cabo, y para el ayudado porque no corre riesgos (de equivocarse, de fracasar, de sufrir) ya que tiene al otro para echarle la culpa, para responsabilizarle de su situación sin que él cambie nada. Sin embargo, a la larga, ésta es una situación que desgasta mucho a las dos partes, sobre todo al ayudador (todos hemos 170


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tenido a una persona que continuamente nos pregunta ¿Qué tengo que hacer? ¿te parece bien esto que hago?). Cargar con la responsabilidad, tirar de la persona en su proceso, sentir que parece que nos importa más a nosotros que a él mismo su problema, puede convertir la situación en un callejón sin salida. Para el ayudado también la relación pierde importancia, ya que realmente él no está, no se muestra como es (lo que quiere, sus temores, etc.) y pierde interés, porque aunque su situación cambie él no habrá cambiado, lo que probablemente, pasado un tiempo, le conduzca otra vez a una situación similar a la inicial.

DIFICULTADES EN LA RELACIÓN Las expectativas

Ya he hablado con anterioridad (y mucho) de las expectativas. En este punto trataré de resumir cómo pueden afectar a la relación. De todo lo dicho anteriormente, es importante insistir en que las expectativas son lo que esperamos del otro en la relación, es decir cómo esperamos que el otro se comporte en relación a nosotros, lo que en muchas ocasiones significa qué creemos, como personas, que merecemos recibir del otro. Debemos tener en cuenta que, si nos relacionamos desde nuestras expectativas, en muchas ocasiones nos sentiremos defraudados, enfadados y no entendidos, ya que al final no estaremos buscando el encuentro con el otro, sino que éste se comporte como esperamos que lo haga y que confirme lo que nosotros pensamos (que el mundo funciona como creemos que ser y como nos vemos). Las expectativas también pueden funcionar como una forma de poner en el otro lo que nosotros pensamos y sentimos, como una vía para validar nuestra idea de nosotros mismos. De esta forma podemos reconocer en el otro características que son nuestras o, directamente, atribuirle aquellas que no nos gustan y que rechazamos. Es 171


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una forma de negar partes de nosotros mismos sin reconocerlas directamente. Esto parece un poco enrevesado, pero si nos paramos a pensar, a quienes más nos cuesta guiar son aquellas personas que tienen una forma de estar en la relación que juzgamos como negativa. Sin embargo, aunque seguramente nosotros nos hemos comportado de una forma similar en algún momento de nuestra vida, cuando vemos este comportamiento en el otro nos hace sentir mal. ¿Cómo es eso posible? En mi opinión, esa determinada forma de estar en la relación del otro, que no nos gusta, conecta con alguna actitud o conducta que nosotros mismos hemos tenido en algún momento que nos avergüenza reconocer. De ese malestar surge el rechazo hacia el otro. Por último, quiero tratar aquí el concepto de profecía autocumplida, una expectativa que incita a las personas a actuar de manera que sus expectativas se confirmen. Cuando tenemos expectativas en la relación nos comportaremos de manera que se reafirme aquello que pensamos, en vez de relacionarnos sin estos condicionantes. Esto puede convertirse una dificultad, porque entonces la relación no será un encuentro entre dos personas, sino una lucha de poder en la que buscamos que todo encaje en lo que cada uno pensamos en vez de permitir que el otro nos aporte y nos cambie. En resumen, las expectativas provocan que la relación transcurra por cauces conocidos que confirmen lo que cada uno piensa y no permiten que el encuentro entre dos personas influya en lo que cada uno es. Poder elegir

En el punto anterior he planteado que las expectativas en cuanto al otro tienden a confirmarse. Hay otras expectativas que son una forma de afianzar la idea que tenemos de nosotros mismos (“lo que yo pienso que soy”). Debemos intentar ser conscientes de todo ello y tenerlo en cuenta para poder elegir. Yo creo que esa es la clave, elegir y permitir. 172


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En todas las relaciones cada uno da lo que puede en cada momento. Si intentamos dar algo de lo que no somos capaces lo único que conseguiremos es dañarnos a nosotros mismos y, probablemente, hacer daño al otro. Cuando somos conscientes de esto, ocurre un fenómeno paradójico: sólo cuando aceptamos en dónde estamos y cuáles son nuestras necesidades (para con nosotros y para con el otro) estaremos en disposición de modificarlas. Desde el no reconocimiento surgen las defensas, el inmovilismo y el conflicto (con uno mismo y con el otro). Al final, aceptar dónde estamos y cómo estamos es dar un paso para definirnos, para redefinirnos, para cambiar. Por eso creo que la clave es elegir. Tenemos que elegir en todo momento, pero debemos intentar tomar las decisiones desde lo conocido, para poder así asumir la responsabilidad y hacer nuestra la experiencia de dicha elección. Elegir desde el desconocimiento de uno mismo es dejarse llevar por ideas y sentimientos que no conocemos. Si elegimos desde el desconocimiento, desde lo que no conocemos de nosotros mismos (necesidades, expectativas) no podremos enriquecernos con lo que la experiencia nos devuelve de dicha elección, y al final tenderemos a utilizar, de nuevo, los mecanismos de defensa, para salvaguardar nuestra idea de nosotros mismos cuando lo que pase no concuerde con las expectativas que nos habíamos formado. Estilo relacional y actitud relacional

Debemos diferenciar entre dos conceptos importantes: estilo relacional y actitud relacional. El primero es nuestra forma “habitual” de estar con el otro. Esto no quiere decir que siempre estemos en relación de la misma manera, pero reconoce la existencia de ciertas tendencias, hábitos e ideas que cada uno tenemos. Los estilos relacionales hacen referencia a unas tendencias marcadas de respuesta, son difícilmente modificables y no responden al contexto en el que nos relacionamos sino más bien con una forma de ser de las partes en la relación. 173


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Las actitudes relacionales, por su parte, se dan en un momento concreto con una persona determinada, y permiten mucha más flexibilidad de respuesta por parte de quien las siente. Están más centradas en el contexto en el que se da la relación (la situación y el otro). Si lo comparamos con la personalidad, el estilo relacional haría referencia al carácter de la persona, y la actitud relacional haría referencia a lo que la persona hace en una determinada situación. Saber reconocer cómo nos situamos en la relación (estilo relacional) es muy importante para movernos en la misma. En el concepto de estilo relacional también se tiene en cuenta al otro y sus características (personales y relacionales), así como nuestra propia historia vital, en definitiva cómo nos solemos mover en nuestras relaciones personales. Un ejemplo de ello es como nos relacionamos con la autoridad. Algunas personas, al relacionarse con figuras de autoridad, tienden a responder con sumisión, empujados por la necesidad de agradar, mientras que otras responden con el desafío y el cuestionamiento. Cada persona tendrá sus motivos y su historia personal que expliquen el porqué de su posicionamiento. Pero lo más importante no es porqué se posiciona de una determinada manera, sino cómo se posiciona en la relación. Los motivos están ahí, pertenecen al pasado y es interesante tenerlos en cuenta, pero lo que nos importa es la relación con el otro en el momento actual. Todos tenemos un estilo relacional que está más o menos definido según cada cual, con mayor o menor flexibilidad para adaptarse al contexto en el que nos relacionamos. Conocerlo nos da, por un lado, libertad para decidir y elegir relacionarnos de una determinada manera y hacernos responsables de las consecuencias que esta conlleve y, por otro, nos facilita la capacidad de cambiarlo. Relaciones complementarias

Cuando se encuentran dos personas cuyos estilos relacionales “encajan” se da lo que se denomina relación complementaria. En 174


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mi opinión, este tipo de relación tiene aspectos positivos, porque al transcurrir sin conflictos, favorece el entendimiento y refuerza a ambas partes, ya que cada una tiene lo que quiere y sabe lo que va a pasar. Sin embargo, yo (que identifico la posibilidad de cambio con la de crecimiento) opino que un aspecto negativo de este tipo de relaciones es que, al promover la estabilidad y la seguridad, ofrecen a las partes menos oportunidades para conocerse, ya que las expectativas de cada uno, al coincidir y no ser cuestionadas, se confirman, es decir no hay conflicto, y una relación sin conflicto aportará poco a las partes. A continuación resumo los principales tipos de relación complementaria que se pueden dar entre dos personas. Colaboración ↔ Protección

Sospecha ↔ Desconfianza

Agresividad ↔ Defensividad

Sumisión ↔ Directividad

Urgencia ↔ Resolver

Pasividad ↔ Frustración

–Colaboración ↔ protección: Puede ocultar temor a la autoridad. Uno (colaborador) se sitúa estando completamente de acuerdo con lo que el otro (protector) plantea. Esta actitud lleva implícito un mensaje: “quiero caerte bien”, “quiero que me aceptes”. Sin embargo, “que me aceptes” implica también “negando mis necesidades”, “negándome a mí mismo”. La persona centra la relación en mostrarse como espera que el otro quiere que sea. No hay aceptación, ya que la persona no se muestra, solo enseña la parte que piensa que al otro le gusta ver, ante lo que el otro tiende a responder protegiendo y procurando que el primero no sufra. Esta es una posición muy reforzante, ya que el cuidado y la protección son una tendencia natural que nos hace sentir bien (quien protege, en cierta manera, se sitúa en una posición de 175


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superioridad). Para romper esta dinámica ambos deberán que asumir su responsabilidad en el proceso y renunciar a lo que de beneficioso tiene la relación. El colaborador deberá arriesgarse a defraudar, confiando en que lo que se espera de él es que sea como es. El protector, por su parte, deberá renunciar al refuerzo de su ego y tratar de devolver al otro que incluso cuando lo que proponga no sea aceptado esto no significa que esté haciendo algo mal. – Sospecha ↔ desconfianza: Aquí hay una falta de confianza en el otro y en la relación, como consecuencia de la cual pueden aparecer la reticencia, el rencor y el engaño (no me expongo porque no confío en ti o en tu forma de responder y tratarme). Cuando el otro no confía en la relación que le ofrecemos, nos atribuye características que no nos gustan y hace que nosotros también tomemos distancia. En este caso, se duda continuamente de las intenciones del otro y se suelen buscar indicios que confirmen esas sospechas. Es difícil romper este binomio ya que exige que uno se exponga al otro, asumiendo el riesgo de ser herido en ese proceso. – Agresividad ↔ defensividad: En este caso, el conflicto aparece (explícito y/o implícito) pero no aporta a la relación, ya que una de las partes no trata de darse a conocer al otro, sino de tener la razón para reafirmarse en su verdad. No es un conflicto que nazca de un desencuentro entre dos personas, ya que ninguna de ellas se ha preocupado de escuchar a la otra. Es una estrategia para que nadie avance, para que nadie cambie, para que la relación se quede en la discusión por la discusión. En este tipo de relaciones se pueden dar conversaciones tan rocambolescas como la siguiente: –No, eso que dices no es así. –Cómo que no, tú no me conoces, estás ahí sentado y lo único que haces es darme sermones. 176


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–Vale, es verdad, a veces soy un poco pesado. –Ya, claro, ahora dices que tengo razón, pero me la das como a los locos, no lo piensas de verdad. –Ya te he dicho que tienes razón, qué más quieres. –Quiero que no me hables así, que me escuches y que no me trates como a un niño. –Te estoy tratando de la misma forma en la que te comportas. –Ah… ¿así que ahora soy un niño? muy bien, así queda todo claro. La hostilidad parte de un sentimiento de ser atacado, de sentir al otro como amenazante, y funciona como un mecanismo de defensa. Sentir hostilidad en el otro hace que uno se reafirme en su posición: es más importante ver quién tiene razón qué ver cuál es el problema; no perder la batalla que ver cómo se podría acabar la guerra. El círculo que se genera sólo se puede cortar si se hacen explícitos los sentimientos que subyacen al conflicto. Cuando nos centramos en lo que dice el otro, en la parte verbal, el conflicto se convierte en un conflicto de soluciones. Es decir, hablamos de soluciones, pero ninguno sabe cuál es el problema que el otro intenta resolver de determinada manera. Cuando esto ocurre, debemos tratar de que el conflicto de soluciones pase a ser uno de necesidades, es decir, poner encima de la mesa qué quiere cada uno y, a partir de ahí, si es posible buscar una solución en común que responda a las necesidades de las dos partes. – Sumisión ↔ directividad: La sumisión es el paso siguiente a la colaboración, ya que con ella ponemos en el otro toda la responsabilidad de nuestras conductas y de nuestro proceso. Uno se queda quieto, esperando que el otro tome las decisiones por él. Quizás el miedo al fracaso y los sentimientos asociados a éste muevan a la persona. La sumisión es también una forma de protegerse del cambio, ya que la persona se libera de la responsabilidad 177


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tanto del éxito como del fracaso, y no los vive como una experiencia propia. Llevado al extremo significa pedirle al otro que viva tu vida. Esta actitud provoca el “hacer por”, el “decidir por” (ya que tú no puedes elegir lo haré yo por ti). Es una posición de poder extremo para la parte directiva, y por lo tanto de muchísima responsabilidad, ya que además de la responsabilidad que asume ella misma, se carga con la del otro. De nuevo, ambas partes pueden sentirse bien, ya que uno no tiene que decidir y otro nunca se equivoca. El coste de este binomio es que aporta muy poco a ambas partes. Para intentar romperlo necesitamos mucha paciencia, ya que debemos tratar de que el que se muestra sumiso acepte la responsabilidad de su proceso e interiorice que no estamos con él para resolver sus problemas, sino para acompañarle y apoyarle en las decisiones que tome. La no directividad es clave en este tipo de encuentro. – Urgencia ↔ resolver: Yo describo este binomio como “dar respuestas sin conocer las preguntas”. En muchas ocasiones los problemas parecen estar centrados en la necesidad de recursos materiales. Ésta es una forma cómoda de situar el problema en lo que no tenemos y necesitamos, en vez de en lo que podemos hacer para conseguir lo que necesitamos. Es una forma de desviar la atención a cosas externas a nosotros mismos, quizás porque no podemos asumir el riesgo de hacerlo o porque no estamos preparados para ello. Normalmente tratamos de cubrir la necesidad explícita que se plantea, ya que ésta suele tener una carga emocional muy fuerte en el otro, que vuelca en nosotros toda su ansiedad y angustia. Cuando sentimos esto tendemos a responder de manera que “nos la quitemos de encima” cuanto antes. Esto es cómodo, ya que simplifica mucho el problema (“bueno, si lo que te pasa es que no tienes, voy a darte, y así tendrás y no existirá más el problema”). También es reforzante, ya que nos permite pasar de una relación personal a una relación material 178


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y no tener que ofrecernos al otro (nuestros recursos, nuestra forma de ser). Por regla general es más fácil hacer que no hacer. El problema surge cuando lo único que podemos hacer es no hacer. Para superar esta situación propongo que valoremos cubrir esa urgencia en el otro, pero que no nos quedemos ahí. Es fundamental saber cómo el otro se siente con respecto a su urgencia y con el hecho de tener que pedir ayuda para cubrirla; conocer cómo llegó a tener esa necesidad no cubierta, en definitiva, no hablar sólo del qué, sino abordar también el cómo. – Pasividad ↔ frustración: La pasividad se diferencia de la colaboración y de la sumisión en que el otro no nos sitúa por encima, simplemente intenta no estar. Actitudes de “venir por venir” indican que no quiere poner nada en la relación ni en la solución de su situación. Cuando sentimos al otro así, la reacción más común es la frustración, ya que nos sentimos solos. Aún así, quiero recalcar que la relación está ahí, aunque de una forma diferente, y que, probablemente, es la manera que tiene la persona de acercarse en esos momentos. Es el modo en que quiere y/o puede estar y es tan respetable como cualquier otro. Sin embargo, la relación que fomenta el crecimiento y la mejoría de la que hablo no es ésta, quizás este sea un paso anterior que la persona tiene que dar para poder llegar a un encuentro, pero es necesaria la aceptación para que sienta que puede arriesgarse. La otra parte se puede sentir frustrada, y detrás de cada frustración hay una expectativa no cumplida, por eso es fundamental saber qué se quiere en la relación, ya que si lo que queremos es que el otro cambie, esta actitud nos va a doler y nos molestará que el cambio no ocurra, mientras que si a lo que aspiramos es a que el otro esté tal y como esté en cada momento, no nos sucederá esto. En cada uno de los puntos arriba descritos he ofrecido estrategias para cambiar o romper cada binomio. Con esto no quiero decir que 179


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las relaciones complementarias sean malas, simplemente digo que, si lo que buscamos es una relación que favorezca el cambio y el crecimiento, éste no es el mejor contexto en el que podrán darse. Debemos aceptar que estamos ante una relación complementaria, pero no resignarnos. La principal diferencia entre ambos conceptos es que aceptar conlleva asumir lo que está pasando, pero incorporando la posibilidad de cambio, mientras que resignarse es asumir lo que está pasando y creer que no va a cambiar por mucho que hagamos, pase lo que pase. Cierto es que sería mas enriquecedor otro tipo de relación, pero debemos tener en cuenta que cada uno se relaciona como sabe y puede y que si rechazamos la forma de hacerlo del otro, en cierta manera le rechazamos a él. El ataque

Una de las dificultades que pueden darse en la relación de ayuda, que merece especial atención, es el ataque. Es necesario que reflexionemos acerca de este comportamiento. Como punto de partida, voy a situar el ataque como una respuesta a algo, referido a la relación, que nos ha dolido. Siguiendo con el razonamiento anterior, si definimos el ataque como una respuesta a un sentimiento de daño generado por una agresión que proviene del exterior, hay dos elementos a los que debemos atender: lo que ha pasado y cómo lo ha vivido la persona. Me voy a centrar en la vivencia, ya que lo que se suele dar en las relaciones son las interpretaciones de comportamientos de otros hacía uno mismo. Al igual que una mirada es interpretada por el otro, un determinado comportamiento puede ser vivido como un ataque aunque no hubiese intención de que fuera así. La clave para responder a la agresividad de un ataque percibido es la intención atribuida al otro, la forma de vivir esa intencionalidad, es decir, lo que genera respuestas agresivas es la atribución a un comportamiento de una intencionalidad de dañar (cuando la agresión se percibe como accidental, no intencional, no suelen darse este tipo de respuestas). 180


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Desde aquí pretendo cuestionar el mecanismo de acción-reacción con el que se suele entender este comportamiento: ante un comportamiento determinado el otro responde automáticamente; ante una agresión, el que la recibe se defiende contraatacando. Yo planteo introducir el medio en el que ocurre este proceso de acción – reacción: el yo, el que interpreta y lleva a cabo la respuesta al ataque. Desde este esquema, la persona juega un papel fundamental y mediador en lo que sentimos, pensamos y hacemos. Lo que planteo es que es muy importante tener en cuenta cómo interpreta el otro (y cómo interpreto yo) el hecho que es vivido como una agresión. Me parece más constructivo entender el ataque como una forma de llamar la atención, o de comunicar que se ha sentido dolor, más que como un acto de falta de respeto. La llamada de atención la entiendo como una demanda de la persona para ser tenida en cuenta, para que se le haga caso, para sentirse importante y diferente. Como se dice habitualmente, “nos enfadamos con quien más queremos”, primero, porque tenemos la seguridad que no va a dejar de querernos aunque le hagamos sentirse mal (aunque le hagamos daño) y segundo, porque tenemos la confianza suficiente con los seres queridos como para mostrarles una parte de nosotros que suele ser rechazada por los demás. Además, es más fácil sentirse herido por algo que hace o dice alguien que es importante para nosotros que por alguien que no lo es, con quien ni siquiera nos molestamos en molestarnos. Otra forma de entender algunos ataques es analizar cómo la persona nos hace notar su malestar, lo que puede ocurrir de dos maneras: una, cuando el otro hace algo que nos duele, nos enfadamos con él y le devolvemos el ataque intentando causarle daño (como él a nosotros); la otra, cuando nos sentimos mal y lo que recibimos del otro es indiferencia o una respuesta que no cumple nuestras expectativas, nuestra necesidad (la que sea), ante lo que el que está dolido se siente solo e intenta poner al otro en su misma situación de malestar, para lo que no hay mejor estrategia que atacarle, lo que suele provocar una reacción que hará que el atacado se mueva. Para el que recibe el ataque es una situación muy exigente ya que en 181


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muchas ocasiones no se comprende el porqué del mismo, y este no entender hace que duela aún más. Sin embargo, el ataque ofrece una oportunidad única para estar con el otro, aceptándole cuando peor se encuentra y también haciéndole partícipe de lo que estamos sintiendo en estos momentos, no desde el castigo a su ataque sino desde la cercanía, el interés y la comprensión. ¿Cómo responder a un ataque? La respuesta a esta pregunta, como a todas en relación, la tenemos nosotros mismos, y la elegiremos de nuestro repertorio de respuestas. Podemos y debemos elegir qué hacer ante esta situación. Lo que yo propongo es una forma de responder, pero hay muchas, una por cada persona que se encuentra ante esa situación. Lo primero que podríamos plantear es intentar entender al otro y ver de dónde nace el ataque. Para eso es necesario decirle cómo nos está haciendo sentir lo que está pasando (no tanto él como lo que nos está diciendo y cómo nos lo está diciendo) para que él también elija entre seguir atacando o intentar, a su vez, entendernos. Es muy importante centrar la conversación en el hecho en concreto y no hablar de cómo es él o cómo deja de ser, ya que entonces no hablaríamos de su comportamiento sino de su persona. Luego, deberíamos abordar cómo se siente, qué le ha dolido y cómo ha transformado ese dolor en ira; cómo ha vivido la situación que ha desencadenado el ataque. Hablar y entender sin dejar de atender a cómo nos sentimos sería el resumen de mi propuesta. Por último, señalaré dos cuestiones que a mí me han ayudado a entender y aceptar las situaciones de ataque: La primera es que no hay ataque si no hay dolor. Quiero decir que si recibimos un ataque es que algo que hemos hecho ha causado daño al otro. En este momento no importa si tuvimos o no intención de hacerle daño (bueno, si nos damos cuenta que ésa era nuestra intención, es el momento de plantearse alguna cosa) ya que si nos centramos en justificarnos vamos de perder de vista lo que el otro está sintiendo y pensando. 182


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La segunda (y aquí repito algo que ya he planteado antes), es que no hay relación si no hay conflicto, y el conflicto puede ser la antesala del ataque. Lo verdaderamente importante de los conflictos es lo que en ellos dice de cada una de las partes y lo que el conflicto aporta a la relación. Si conseguimos superar los conflictos que se nos planteen construiremos un vínculo lo suficientemente resistente como para aguantar prácticamente cualquier adversidad que ocurra.

EL CAMBIO COMO PÉRDIDA Aquí voy a plantear un punto de vista que aúna mucho de lo que he abordado antes: el trabajo del duelo. ¿Qué tiene que ver el cambio con el duelo? A simple vista parece que poco, pero lo que voy a proponer es todo lo contrario. Mi hipótesis: todo cambio conlleva una pérdida, y toda pérdida conlleva un proceso de duelo por lo perdido. ¿Qué se pierde en el cambio? Pues depende de lo que cambie, claro está. Hablando de algo sobre lo que ya he insistido, lo que se pierde en los procesos de cambio y crecimiento es la seguridad que produce tener una idea estable e inmutable de uno mismo. En muchas ocasiones el proceso de las personas está jalonado de pérdidas, a veces de personas cercanas (relaciones), a veces pérdidas materiales y a veces pérdidas de roles (trabajador = persona útil para la sociedad). Hablando de algo inmaterial como es la definición de uno mismo, cuando estamos en proceso de crecimiento personal tenemos que dejar atrás ideas, pensamientos, actitudes y comportamientos. Estas pérdidas significan tener que afrontar nuestra vida de una forma distinta. Así pues, propongo trabajar las pérdidas como un proceso de duelo. Mientras que una adecuada elaboración incrementa la capacidad de la persona para afrontar el presente y el futuro, provocando crecimiento personal, una mala elaboración lleva al bloqueo por el dolor, a la inactividad y al aislamiento. 183


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Cuando me planteé esto por primera vez me sorprendí de los paralelismos que había entre los diferentes autores que hablaban del duelo y su proceso en cuestiones relacionadas con la relación de ayuda. Es desde este punto de vista que me animo a hacer esta propuesta, ya que recoge muchas de los planteamientos anteriores y sirve como marco de trabajo general con personas. Si queremos trabajar desde esta óptica debemos analizar los factores que influyen o facilitan un proceso de cambio saludable: – Autoconocimiento: Se trata de que seamos conscientes de las propias contradicciones internas, de descubrir la incongruencia (autoexploración, autoconocimiento, confrontación, apertura a la experiencia). – Relaciones interpersonales significativas: La existencia de relaciones significativas y vinculadas hace que se reciba apoyo emocional y funcional necesario en estos momentos. La soledad no favorece el proceso, ya que es necesario, para que las emociones no se desborden, tener referencias que escuchen, apoyen y comprendan (reflejo, escucha del sentimiento, acompañamiento, vivencia de la parte emocional de la experiencia). – Relaciones empáticas: Las he abordado anteriormente. Citaré de memoria a Carl Gustav Jung, que dijo algo como: “poder establecer el vínculo desde la individuación” (empatía, relación de ayuda). – Expresión emocional: La canalización de las emociones que acompañan una pérdida es un factor fundamental para el crecimiento personal de la persona que ha perdido. Se entiende como correcta su expresión, devolución y aceptación de estos sentimientos (respuesta empática, vivencia de la experiencia emocional). Estos son los factores que se relacionan con un adecuado proceso de elaboración del duelo. Como se puede observar, tienen multitud de elementos comunes con lo que he abordado en apartados anteriores. Además de los factores que facilitan que la persona elabore 184


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las pérdidas, se plantean una serie de tareas y objetivos para facilitar dicho proceso: – Aceptar la pérdida: Consiste en integrar la falta de lo perdido en el concepto de uno mismo, sin aferrarse patológicamente a los recuerdos (autoaceptación, apertura a la experiencia, narración de uno mismo). – Sentir dolor emocional: Toda pérdida conlleva dolor. Es necesario pasar por estos momentos y aceptar el torrente de sentimientos que genera el no tener lo que se ha perdido (aceptación, apoyo emocional). – Adaptarse a la vida sin lo perdido: Asumir la nueva situación, desarrollar nuevas capacidades y potenciar las que se tienen para funcionar en el nuevo contexto sin lo que aportaba lo perdido (potencialidad, tendencia al crecimiento). – Quitar la energía de lo perdido: Lo que habitualmente se entiende por “superar la pérdida”. Reconducir la atención hacia otros aspectos vitales (relaciones, rol, etc.) dejando atrás, como un recuerdo, lo que se ha perdido. Yo encuentro muchos paralelismos entre el proceso de cambio y el trabajo con el duelo, y se me ocurre que quizás estos sean factores necesarios para toda intervención con personas. Me llama la atención que diferentes autores, en diferentes momentos, para diferentes situaciones, se plateen cuestiones similares.

ACOMPAÑAR COMO FORMA DE RELACIONARNOS Lo he oído muchas veces pero no me aclaro del todo

Se habla de “acompañamiento” como si fuera un objeto. Yo creo que es mejor llamarlo “acompañar”, ya que no se trata de algo estático, sino de una acción que ponemos en marcha para estar junto al otro en su proceso. 185


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Hay muchas formas de acompañar al otro, yo propongo la siguiente: acompañar es ser persona con otras personas; es no escondernos detrás de roles profesionales que marcan distancias y asumir la responsabilidad de nuestra decisión de estar de una u otra manera; es atender a nuestra parte emocional y a la del otro; es estar pendientes de nuestras expectativas y conocer las del otro. Como profesionales, acompañamos a personas, no a problemas. Acompañamos a las personas que tienen problemas. Todos somos personas y todos tenemos problemas, pero en la relación de ayuda estamos, sobre todo, para el otro, porque queremos y porque entendemos que ésa es la mejor manera de acercarnos a él. Si entendemos acompañar como “ser-estar con” en vez de “solucionar” nos situamos en una posición que nos facilita el acercamiento y la comprensión de la complejidad del otro, nos posicionamos para aceptar su individualidad y, a partir de ahí, hacer que no se sienta solo en el proceso que decida iniciar, porque acompañar no sólo consiste en que nosotros pensemos o sintamos que estamos con el otro, sino en que el otro sienta y piense que estamos con él. Acompañar es involucrarnos en el cambio del otro como persona, estar con él en relación y no como solucionadores de sus problemas. Acompañar es vivir la relación como algo especial, algo en lo que estamos y que construimos junto con el ayudado. Acompañar a la persona en su proceso también se convierte en nuestro proceso, ya que con su cambio se facilita el mío. Acompañar tiene un fin, y debemos ser conscientes de eso, tenerlo en cuenta y estar atentos al momento en el que nuestra relación con el ayudado ya no favorezca su crecimiento. Cuando el otro se haya convertido para nosotros en algo que nos refuerza, que nos dificulta promover su cambio, que nos hace sentir que estamos en la relación sobre todo por nosotros (para satisfacer nuestras necesidades o sentirnos de una determinada manera) habrá llegado el momento de desvincularnos. Acompañar es estar en el sentir, en lo que siente el otro y en lo que sentimos nosotros. Sintiendo es cuando nos damos cuenta de 186


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qué es importante para nosotros y qué es importante el ayudado, facilitando que se sienta acompañado en las dificultades y que vea que no está solo en su proceso de cambio. Acompañar es respetar, a la persona, sus ideas, sus sentimientos y sus decisiones. Es ella la que cambiará sin que nosotros decidamos, por eso no podemos ir más rápido que lo que el otro quiera o pueda, porque si lo hacemos correremos el riesgo de dejar atrás a la persona por trabajar sus problemas. El respeto a sus tiempos personales es un ejercicio de aceptación y de paciencia, de flexibilidad y de resistencia a la frustración, y sobre todo es un estar con el otro en el momento que éste se encuentre, no en el momento en el que nosotros queramos que esté. Respetar no quiere decir estar de acuerdo, sino asumir el derecho que tenemos todas las personas a decidir sobre nuestra vida y nuestro futuro. Acompañar es aceptar, ya que es una forma de evitar ponerle nuestras expectativas al ayudado, para no condicionarle ni obligarle a que sea como nosotros esperamos que sea, sino como él es en un momento concreto. Es difícil y complicado aceptar al otro incondicionalmente, en primer lugar porque nos cuesta aceptarnos a nosotros mismos, aceptarnos en cada momento sin juzgarnos. La aceptación empieza en uno mismo y todos necesitamos ser aceptados de alguna manera por los demás. Acompañar es no ser directivo, no dirigir los procesos de la persona sin tenerla en cuenta, sin respetar sus deseos. Cuanto más directivos somos, más resistencias se generan en el ayudado, lo que dificulta el cambio. Sin embargo, si tomamos una postura de respeto a las decisiones del otro, el cambio se produce, quizás no en la dirección que nosotros querríamos ni en el momento que nos gustaría, pero al final la persona se mueve y, una vez que se mueve, puede mejorar. Desde el inmovilismo y la resistencia no hay mejoría posible o, por lo menos, no puede haber un cambio auténtico, iniciado porque la persona lo quiera íntimamente. Acompañar es no tener miedo de cambiar. Ser acompañantes de las personas nos afecta, ya que podemos vivir situaciones que desafí187


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en nuestras expectativas o cuestionen nuestra visión del otro y del mundo. Si no estamos abiertos al cambio difícilmente podremos transmitir que el cambio no es ni bueno ni malo, sino que simplemente es. ¿Cómo puedo acompañar?

Si hay una respuesta a esta pregunta, yo no la conozco. Lo que pienso es que hay una forma de acompañar por cada persona que acompaña. Es muy complicado hablar de lo que hay que hacer, ya que esto solo valdría para una persona en relación con otra persona en un momento determinado y en un contexto concreto. Lo que he planteando anteriormente pretende ofrecer un marco desde donde elegir estar con el ayudado, ser con el otro. Plantearé a continuación cuál es mi respuesta, cuál es mi opción para acompañar al otro en su proceso de cambio. Luego, que cada persona que lea estas líneas se responda a sí misma cómo quiere hacerlo. Yo abogo por la exploración emocional estando junto al ayudado en el reconocimiento de las propias emociones y su integración en la experiencia vital. Como he comentado en muchas ocasiones, las defensas bloquean el sentir para defendernos del dolor que nos causan los sentimientos que acompañan a la experiencia. Por eso disociamos los sentimientos, y por esto tenemos que acompañar al otro en este doloroso proceso. El proceso de recuperar la capacidad de sentir es parecido al desentumecimiento de un miembro: acompañar al otro en este proceso es apoyarle en el camino para recuperar la funcionalidad del miembro dormido sin juzgarle por sentir dolor, respetar y entender el miedo que le acompaña sin exigirle que lo utilice cuando pensemos que ya está preparado sin escuchar lo que él nos dice. Este acompañar en el sentir es una actitud, un posicionamiento que responde a cómo queremos estar como personas en relación con el otro. Y esta actitud me mueve a atender a los sentimientos del otro, respetándolos y aceptándolos. Si decimos que vamos a escuchar 188


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empáticamente, pero no queremos ponernos en la clave emocional que corresponda, no vamos a poder hacerlo, nos parecerá que estamos ahí, pero el otro sentirá que no es cierto y que lo único que tiene enfrente es una fachada, un rol, una actitud y no una persona. Es tan importante querer escuchar la parte emocional del otro como saber hacerlo. Atender a esta parte del mensaje es fundamental. Debemos tratar de hacerlo explicito para que poder acceder a este contenido con el menor grado de interpretación posible, queriendo acercarnos a lo que la persona, en este caso, está sintiendo, porque eso también es el mensaje y complementa y completa lo que a nivel verbal nos está diciendo. Las expectativas influyen, condicionan, ponen barreras y limitan la relación en sí misma. Debemos entendernos dentro de un proceso de cambio, y este proceso se centra no tanto en no tener expectativas hacia los demás como en ser conscientes de ellas para intentar no ponerlas en juego. Negar o intentar destruir las expectativas es renunciar una gran parte de nosotros mismos. En cuanto a las expectativas del otro, nosotros somos en muchas ocasiones depositarios de las mismas. Por un lado, tenemos que estar con la persona en el proceso de que se dé cuenta de dichas expectativas y de qué manera afectan a la relación. Para acompañar en este proceso, en ocasiones tendremos que devolver cómo nos sentimos cuando creemos que estamos recibiendo sus expectativas. Para ello debemos ser honestos con nosotros mismos y reconocer, en muchas de ellas, nuestros propios miedos, temores y expectativas. Acompañar desde la empatía

Así llamo a la propuesta que hago a la hora de acompañar a las personas. El proceso de acompañar ya ha sido tratado y definido por muchos autores. En este caso, yo quiero resaltar la parte emocional de esta propuesta. Mi idea es que acompañemos al otro no sólo en su problema, en sus necesidades y recursos, sino dando un peso 189


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específico a la relación que se establece y atendiendo a la parte emocional que se produce en este proceso. Tengo la impresión de que, en muchas ocasiones, nos quedamos sólo en la parte operativa del problema (cuál es la situación, qué recursos tenemos y tiene la persona para hacerla frente, qué planes de actuación, qué diseños de la intervención, etc.) y nos olvidamos de lo que el ayudado está sintiendo, que en definitiva es cómo está viviendo el proceso de cambio. Como forma de funcionar en esta perspectiva propongo la escucha empática como manera de complementar el resto de actitudes y técnicas que utilizamos para ayudar al otro. Para estar en una escucha empática, además, tenemos que atender a la “resonancia emocional”, que es lo que estamos sintiendo en relación con el otro, lo que nos está haciendo sentir, lo que nos dice y cómo nos lo dice. Para poder manejarnos en este campo, lo primero que tenemos que hacer es conocernos emocionalmente, ser conscientes de cómo nos sentimos cuando estamos en relación. Esto se consigue con la práctica, estando atentos a cómo nos sentimos en determinados momentos en los que se nos hace presente determinada emoción, y cambiar la tendencia de racionalizarla o negarla para pasar a darle importancia, ya que nos está diciendo algo de nosotros mismos que puede interferir en la relación de ayuda. Cuando estamos en una relación de ayuda, en la que el otro nos pide o necesita de nosotros, la escucha empática resulta especialmente útil, ya que además de entender lo que el otro nos dice y cómo se siente cuando nos lo dice, nos abre la puerta a incorporar a la experiencia cómo nos hace sentir aquello que nos dice. Si por ejemplo el ayudado nos plantea una demanda de prestación económica, y lo hace con urgencia y necesidad, podemos sentirnos obligados a cubrírsela, porque si no podemos pensar que somos responsables de su situación, aunque quizás creamos que eso no le va a facilitar el proceso de personalización que le haría asumir la responsabilidad de su situación. Aquí podemos tener un problema porque, por un lado, nos sentimos obligados a responder a su demanda y, por otro lado, pensamos 190


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que no es el momento adecuado, o que no tenemos la capacidad de cubrir su demanda, y todo esto puede hacer que surja el enfado (nos está causando malestar) ya que de alguna manera no vamos a responder a todas las expectativas generadas (las del otro, las mías, las de la institución responsable de la prestación). Si somos conscientes de ello, podremos abordar la respuesta que demos al ayudado sin el enfado, frustración o tristeza que puede acompañar a lo que le digamos. En definitiva, pretendemos facilitar la creación de un espacio de ayuda a través de una relación en la que haya el menor número de interferencias posibles, en donde cada uno sea como es en ese momento, ya que desde ahí se potencia la tendencia al crecimiento que todos tenemos, a través de la autoexploración y el autoconocimiento. Por último quiero apuntar que esta forma de estar en la relación es arriesgada para con nosotros mismos, ya que cuando sentimos y nos ponemos en la situación del ayudado dejamos de ofrecer únicamente nuestra profesión o nuestras técnicas y estrategias de intervención, ya que somos nosotros, como personas, los que entramos en juego. Soy consciente de que esto es una apuesta arriesgada, ya que lo que nos pase en el trabajo no quedará relegado al ámbito profesional, no se circunscribirá a nuestro despacho, sino que va afectará a lo que somos y a cómo nos pensamos como personas. A pesar de todo, quien no arriesga no gana. Para mí ha sido una buena apuesta ya que, aunque he perdido cosas, he ganado mucho más, me siento más completo y con más herramientas para seguir trabajando con personas y para estar en la vida sin tanto sufrimiento.

RELACIONES NUTRITIVAS En este último punto pretendo hablar sobre la calidad de las relaciones. A menudo catalogamos las relaciones como buenas, malas o neutrales. Yo no estoy del todo de acuerdo, primero, porque “bueno” y “malo” son juicios de valor que parten de lo que uno 191


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piensa, siente y quiere, por lo que intentar que lo que vale para uno valga para los demás es un ejercicio un poco arriesgado. Tampoco creo que pueda haber relaciones neutras. El adjetivo “neutro”, referido a una relación, querría decir que ésta no nos hiciese pensar ni sentir nada, y eso es imposible (las personas nos expresamos pensando y sintiendo). Por eso, para terminar este libro, prefiero hablar de relaciones nutritivas. Desde este punto de vista creo que las relaciones pueden situarse en un continuo que va desde relaciones muy nutritivas a relaciones poco nutritivas. Nutrir es alimentar, pero ¿alimentar a quién? a los participantes de la relación; ¿alimentar para qué? para crecer. Al hablar en estos términos hago referencia a un continuo en oposición a la dicotomía bueno-malo. Como personas podemos elegir relacionarnos con el otro para que nos aporte y para aportar; para sentirnos acompañados en nuestra vida y para acompañar; para ayudar y ayudarnos en el crecimiento personal, entendido como autoconocimiento, como expansión de nuestra idea de nosotros mismos, como flexibilidad hacia uno mismo y hacia el otro, haciéndonos responsables de nosotros mismos para ser protagonistas de nuestra vida y no actores secundarios. De nuevo recupero la idea de elegir libremente cómo nos relacionamos, cómo somos en nuestra vida y cómo estamos en el mundo. La decisión de abrirnos al otro no es dicotómica (si-no), ya que en ella hay grados, pero sí tiene que ver con a quién decido abrirme para que “entre”. Ésta es una decisión que tenemos que tomar cada vez que entramos en relación con alguien: hasta qué punto quiero abrirme contigo, me permito ser como soy y te permito conocerme. Hay una premisa en las relaciones nutritivas: cuando nos implicamos en una relación corremos el riesgo de dañarnos, pero también de que la relación nos aporte algo. Cuanto más nos abramos a ella, más posibilidad habrá de que se den ambas consecuencias. Imaginemos a la persona como si fuera una casa. Esta casa, que soy yo, tiene habitaciones cerradas, con mis partes favoritas y las que 192


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no me gustan. Abrirme al otro es permitirle que entre en mi casa, que participe en la definición y el descubrimiento de mí mismo. Puedo elegir dejar pasar sólo a unos pocos, con los que me sienta totalmente seguro, con los que sienta que mi casa les va a gustar y sepa que no me dirán que no les gusta, que no me preguntarán por las puertas cerradas, ni opinarán sobre cómo la tengo decorada. Ésta es una elección basada en el binomio miedo-seguridad y es totalmente respetable, como todas las decisiones que uno toma con respecto a sí mismo. Otra opción es dejar pasar a más personas, que visite más gente mi casa, con el riesgo de dejar pasar a alguien que rompa algo, a quien que no le guste, que la critique o que me diga que nunca viviría en una casa así, pero también dejaré entrar a personas que me hagan sentir fuerte para abrir las puertas cerradas, para cambiar la pintura de las paredes, que me digan que mi casa les gusta muchísimo y que querrían que les volviese a invitar. Decidir a quién le enseñamos la casa es una cuestión personal, una elección que debemos tomar según nuestro momento vital y personal. Para terminar, he hablado también de la tendencia al crecimiento como motor del proceso de cambio. Ésta es una tendencia innata que hace que tendamos al desarrollo, al conocimiento y a la plenitud. Ahora bien, podemos enriquecerla o ponerle barreras. Las relaciones son la fuente de energía de esta tendencia al crecimiento. Estar en contacto con el otro se convierte en un estar con nosotros mismos, lo que nos impulsa y nos motiva a estar abiertos al cambio, a pensarnos y repensarnos, a dejarnos sentir y sentirnos, a ser conscientes de nuestras expectativas y necesidades, a aceptarnos como personas llenas de valor, a sentirnos especiales, únicos en el mundo, a vernos, en definitiva, como personas.

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COLECCIÓN ACEBo 1. El fracaso en la adopción. Prevención y reparación. Jolanda Galli y Francesco Viero.

3. Hombres maltratadores. Tratamiento psicológico de agresores. Andrés Quinteros Turinetto y Pablo Carbajosa Vicente. 4. La adopción: demasiados prejuicios y escasa conciencia. Marinella Ferranti. 5. Reproducción asistida, Aspectos psicológicos de la esterilidad, la parentalidad y la filiación. Manuela Cecotti. 6. El milagro de la cigüeña probeta. Reflexiones clínicas: de la reproducción asistida a la adopción. Jolanda Galli y Alessandra Moro. 7. El camino a casa: Los derechos del niño en la adopción internacional. María Elena García (coord.). COLECCIÓN SAÚCo – Historias de vida

1. Retrato en blanco y negro. Manual de supervivencia para padres adoptivos solteros, divagaciones sobre la adopción, los prejuicios y la sexualidad. Angelo B. Pereira.

Existen pocas publicaciones centradas en la relación de ayuda como un método para trabajar con personas los problemas relacionales que nos encontramos en la vida. Las reflexiones, del autor y de otros profesionales, que este libro recoge, aportarán a los lectores algo más que teoría: aportarán experiencia práctica y personal. Intervención en primera persona está dividido en dos partes. La primera, La relación de ayuda, analiza los postulados de los dos máximos exponentes de la corriente humanista: Carl Rogers y Robert Carkhuff. El primero denominó su propuesta “intervención centrada en la persona”, mientras que el segundo utilizó el término “relación de ayuda” y “counselling”. En la segunda parte, Reflexiones en la intervención, el autor se cuestiona acerca de lo que nos pasa a los profesionales cuando trabajamos con personas, lo que les pasa a los usuarios cuando inician un proceso de cambio y, por último, lo que sucede en el encuentro entre ambos, es decir en la relación. Un libro dirigido a todas aquellas personas que trabajan con personas, un marco muy amplio donde hay lugar para multitud de propuestas, modelos y corrientes. En él, los profesionales encontrarán claves para reflexionar sobre su quehacer diario, y a los estudiantes (Trabajo social, Educación social, Integración social, Terapia ocupacional, Psicología...) el modelo aquí propuesto les será muy útil para iniciarse en el camino de la intervención con personas.

2. Vivir sin barreras. La historia de Luigi “Pucho” Maccione contada por su familia y amigos. Mary Cruz Rodríguez Maccione.

P.V.P.: 20,95 €

FRANCISCO CALABOZO CASADO

editorial@grupo5.net http://editorial.grupo5.net

INTERVENCIÓN EN PRIMERA PERSONA

2. La entrevista psicosocial. Proceso y procedimientos. David Mustieles Muñoz.

ACEBo COLECCIÓN

INTERVENCIÓN EN PRIMERA PERSONA LA RELACIÓN DE AYUDA - REFLEXIONES EN LA INTERVENCIÓN

FRANCISCO CALABOZO CASADO

FRANCISCO CALABOZO CASADO (Madrid, 1976) es psicólogo clínico, Master de Psicología Clínica y de la Salud, psicólogo interno residente en la Unidad de Psicología Clínica y de la Salud de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y psicoterapeuta humanista rogeriano. A lo largo de su trayectoria profesional ha trabajado como psicólogo clínico atendiendo a personas normalizadas con problemas de salud mental y a personas sin hogar en el acompañamiento en su proceso de cambio, y ha supervisado técnicamente equipos profesionales en el desempeño de sus funciones. En la actualidad es coordinador en el SAMUR Social. Ha sido coautor de varios libros: Trabajo de Calle: un despacho sin puertas, Construyendo Relaciones, Un acuerdo con luces y Cuadernos de Salud Mental, editados por Fundación RAIS.

“Los lectores del presente libro, escrito sin pedanterías de erudito, con el estilo sencillo, directo y ameno propio de quien busca enraizarse en la vida misma más que en las ideas recibidas acerca de ésta, disfrutarán y sacarán provecho de su lectura.” Antonio Guijarro Psicologo clínico. Instructor de la Effectiveness Training Association para el desarrollo de las relaciones humanas.


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COLECCIÓN ACEBo 1. El fracaso en la adopción. Prevención y reparación. Jolanda Galli y Francesco Viero.

3. Hombres maltratadores. Tratamiento psicológico de agresores. Andrés Quinteros Turinetto y Pablo Carbajosa Vicente. 4. La adopción: demasiados prejuicios y escasa conciencia. Marinella Ferranti. 5. Reproducción asistida, Aspectos psicológicos de la esterilidad, la parentalidad y la filiación. Manuela Cecotti. 6. El milagro de la cigüeña probeta. Reflexiones clínicas: de la reproducción asistida a la adopción. Jolanda Galli y Alessandra Moro. 7. El camino a casa: Los derechos del niño en la adopción internacional. María Elena García (coord.). COLECCIÓN SAÚCo – Historias de vida

1. Retrato en blanco y negro. Manual de supervivencia para padres adoptivos solteros, divagaciones sobre la adopción, los prejuicios y la sexualidad. Angelo B. Pereira.

Existen pocas publicaciones centradas en la relación de ayuda como un método para trabajar con personas los problemas relacionales que nos encontramos en la vida. Las reflexiones, del autor y de otros profesionales, que este libro recoge, aportarán a los lectores algo más que teoría: aportarán experiencia práctica y personal. Intervención en primera persona está dividido en dos partes. La primera, La relación de ayuda, analiza los postulados de los dos máximos exponentes de la corriente humanista: Carl Rogers y Robert Carkhuff. El primero denominó su propuesta “intervención centrada en la persona”, mientras que el segundo utilizó el término “relación de ayuda” y “counselling”. En la segunda parte, Reflexiones en la intervención, el autor se cuestiona acerca de lo que nos pasa a los profesionales cuando trabajamos con personas, lo que les pasa a los usuarios cuando inician un proceso de cambio y, por último, lo que sucede en el encuentro entre ambos, es decir en la relación. Un libro dirigido a todas aquellas personas que trabajan con personas, un marco muy amplio donde hay lugar para multitud de propuestas, modelos y corrientes. En él, los profesionales encontrarán claves para reflexionar sobre su quehacer diario, y a los estudiantes (Trabajo social, Educación social, Integración social, Terapia ocupacional, Psicología...) el modelo aquí propuesto les será muy útil para iniciarse en el camino de la intervención con personas.

2. Vivir sin barreras. La historia de Luigi “Pucho” Maccione contada por su familia y amigos. Mary Cruz Rodríguez Maccione.

P.V.P.: 20,95 €

FRANCISCO CALABOZO CASADO

editorial@grupo5.net http://editorial.grupo5.net

INTERVENCIÓN EN PRIMERA PERSONA

2. La entrevista psicosocial. Proceso y procedimientos. David Mustieles Muñoz.

ACEBo COLECCIÓN

INTERVENCIÓN EN PRIMERA PERSONA LA RELACIÓN DE AYUDA - REFLEXIONES EN LA INTERVENCIÓN

FRANCISCO CALABOZO CASADO

FRANCISCO CALABOZO CASADO (Madrid, 1976) es psicólogo clínico, Master de Psicología Clínica y de la Salud, psicólogo interno residente en la Unidad de Psicología Clínica y de la Salud de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y psicoterapeuta humanista rogeriano. A lo largo de su trayectoria profesional ha trabajado como psicólogo clínico atendiendo a personas normalizadas con problemas de salud mental y a personas sin hogar en el acompañamiento en su proceso de cambio, y ha supervisado técnicamente equipos profesionales en el desempeño de sus funciones. En la actualidad es coordinador en el SAMUR Social. Ha sido coautor de varios libros: Trabajo de Calle: un despacho sin puertas, Construyendo Relaciones, Un acuerdo con luces y Cuadernos de Salud Mental, editados por Fundación RAIS.

“Los lectores del presente libro, escrito sin pedanterías de erudito, con el estilo sencillo, directo y ameno propio de quien busca enraizarse en la vida misma más que en las ideas recibidas acerca de ésta, disfrutarán y sacarán provecho de su lectura.” Antonio Guijarro Psicologo clínico. Instructor de la Effectiveness Training Association para el desarrollo de las relaciones humanas.


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