El fracaso en la adopción

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JOLANDA GALLI, psicóloga, psicoterapeuta de formación psicoanalítica, se ocupa de la adopción desde hace muchos años. Ha desarrollado el papel de asesora de Organizaciones tanto Nacionales como Internacionales para la tutela de los menores. Es asesora de numerosos Servicios Socio-Sanitarios Públicos para la formación y supervisión de los trabajadores especializados (médicos, psicólogos y trabajadores sociales). Es Consultora Técnica del Tribunal Tutelar de Menores de Venecia. Desarrolla su actividad clínica y psicoterapéutica con niños y adultos. FRANCESCO VIERO, neuropsiquiatra infantil, psicoterapeuta de formación psicoanalítica, dirige un Servicio de Neuropsiquiatría Infantil y es Jefe de Programa para el Área Materno-Infantil, en la Unidad Socio-Sanitaria Local ( ULSS 17 de la Región del Véneto). Es Consultor Técnico del Tribunal Tutelar de Menores de Venecia. Se ocupa desde hace años de la adopción en la práctica clínica y psicoterapéutica.


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JOLANDA GALLI - FRANCESCO VIERO

EL FRACASO EN LA ADOPCIÓN PREVENCIÓN Y REPARACIÓN


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ÍNDICE

Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Introducción Jolanda Galli y Francesco Viero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Las señales de riesgo y de fracaso adoptivo Jolanda Galli y Francesco Viero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Historia de un doloroso fracaso y del sufrimiento de una separación Luisa Grazian . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Historia del fracaso de una adopción: la imposibilidad de ir más allá... Patricia Meneghelli . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Padres por casualidad: historia de una adopción de ocasión María Pía Cosmo y Marina Vanzo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103 ...Por lo menos los hemos sacado de la calle María Scudellari y Elena Biondani Costa . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125 La insostenible distinción entre el “bueno” y el “malo” en la adopción de dos hermanos Emanuela Trainito y María Rosa Rizzi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145 235


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Crónica de un fracaso anunciado Chiara Pergher y Jolanda Galli . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173 Costes internos y costes sociales del fracaso en la adopción Gabriella Merguici . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193 La reactivación del trauma en el fracaso adoptivo Francesco Viero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217 Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231

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INTRODUCCIÓN JOLANDA GALLI Y FRANCESCO VIERO

“Ojos grandes y negros te miran, te observan, te piden ayuda. Tu corazón llora, pero no puedes hacer nada, nos miramos y no nos hablamos, queremos abrazarnos pero no lo hacemos; no tengas miedo, tómanos de la mano y acarícianos, así nos sentiremos más seguros. Los niños te hemos enseñado a amar y a ser amada, a sentir alegría y dolor, pero sobre todo te hemos enseñado a ESPERAR.” MERCY SPONZA, en el viaje de vuelta a los orígenes Ernakulan, India, 8/1/97

¿PORQUÉ UN LIBRO SOBRE EL FRACASO ADOPTIVO? En los últimos años se han realizado numerosas contribuciones interesantes sobre el tema de la adopción, que han marcado la línea de referencia para el trabajo clínico, preventivo y terapéutico con las familias y con los niños y adolescentes adoptivos. Sin embargo, después de casi veinte años de la Ley italiana 184/83 y después de sólo dos años de la integración de la nueva Ley 476/98 sobre la Adopción Internacional, no se puede afirmar que hayan mejorado desde el punto de vista psicológico y social las condiciones de los niños adoptados ni las capacidades de las familias que los quieren adoptar. 9


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Somos conscientes de que el riesgo de fracaso está presente en cada adopción, pero pensamos que en muchos casos se puede prevenir. Hace tiempo la adopción no era algo común, era una elección de unos pocos de la cual se hablaba en aisladas ocasiones. Hoy son muchas las parejas que intentan realizar su deseo de paternidad o maternidad a través de la adopción, aunque muchas de ellas se acercan y recorren una parte del proceso de la adopción, renunciando después, cuando se dan cuenta de las dificultades que tal proceso comporta. Por esto pensamos que el trabajo de los servicios públicos, en particular el de los Servicios de Orientación Familiar, tiene que tener una connotación preventiva. En este sentido, en una investigación cognoscitiva realizada por los Servicios de Orientación Familiar de Udine, se observó que entre 1985 y 1998, 238 parejas esperan obtener el certificado de idoneidad, sobre un total de unos 169.000 habitantes. De estas parejas, 17 tuvieron informes psicológicos y sociales negativos que contraindicaban la inserción de un menor en el núcleo familiar. De las restantes, sólo 125 acogieron a uno o más hijos en el período comprendido entre 1985 y 2000. Casi cien parejas no continuaron con los trámites pese a haber obtenido el certificado de idoneidad. La experiencia clínica nos muestra que el recorrido de la adopción es complejo y que la labor de los profesionales y de todos los que están involucrados necesita una cualificación constantemente actualizada, de responsabilidad y además de coordinación entre los diversos organismos que deben intervenir: jurídicos, psicológicos y sociales, así como de los organismos privados representados por las entidades que funcionan como puente para la adopción internacional (ECAIS). Todavía hoy este trabajo de prevención no parece haber conseguido resultados suficientemente eficaces, si tenemos en cuenta que el porcentaje de fracasos adoptivos resulta muy elevado y preocupante, sobre todo para los menores adoptados, que acumulan un fracaso tras otro. 10


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Para una familia, el fracaso adoptivo significa no haber sido capaz de acoger y de instaurar con un niño una relación significativa desde el punto de vista afectivo, y no haber conseguido atravesar con él las fases evolutivas hasta alcanzar su propia autonomía en la edad adulta. En general, las estadísticas oficiales consideran el fracaso adoptivo como la interrupción de la relación que tiene lugar antes de que se decrete definitivamente la adopción del menor desde el punto de vista jurídico. Puesto que en Italia la adopción es un proceso legal, cuando a un niño se le aleja de sus padres porque la relación adoptiva fracasa, después de que ésta haya sido jurídicamente decretada, éste no será considerado hijo adoptivo, sino hijo legítimo de la pareja y como tal será alejado, colocado en una institución o dado en custodia a otra familia. En las estadísticas oficiales, este dato se refiere a un porcentaje que oscila entre el 1,1 y el 1,8%. En realidad, en una investigación más profunda realizada por los autores de este libro en otoño de 2000, se entrevistó por teléfono a 45 residencias para menores de la región del Véneto que habían acogido en total a 425 niños en los primeros diez meses del mismo año. De éstos, 52 (un 12,3%) provenían de experiencias de fracaso adoptivo. Un caso similar ha sido el realizado en una muestra estadística más reducida, en 10 casas de acogida de Nápoles que alojan entre 6 y 8 menores cada una. El porcentaje resulta apenas inferior al de la región del Véneto: de 69 menores que se alojaban en tales residencias, 8 (11,5%) resultaron ser menores provenientes de fracasos adoptivos. Una primera observación permite afirmar que el fenómeno del fracaso de la adopción visto únicamente desde el punto de vista jurídico resulta ser parcial si no se consideran también los aspectos sociales y psicológicos. Por esta realidad y por todo lo que está sucediendo dentro de los servicios públicos, que ven aumentar los casos de familias 11


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adoptivas con dificultades serias, hemos constituido un grupo de trabajo para reflexionar sobre esta problemática. Las historias que aquí se presentan son difíciles y dolorosas. Son un fracaso para todos: para los niños y para las familias en primer lugar, pero también para los profesionales que trabajan para los servicios públicos, privados y para las instituciones, las cuales intervienen de diferentes maneras en el proceso de la adopción. Estas historias conllevan la necesidad de reflexionar seriamente sobre el trabajo profesional en este ámbito. Creemos que dedicar un cierto tiempo a pensar en la adopción tiene que ser un paso previo, completamente necesario, antes de llevar a cabo un proceso de adopción de forma indiscriminada, ya que el fracaso adoptivo implica costes psicológicos, sociales y económicos demasiado elevados 1.

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Agradecemos a la Dra. Floriana Vecchoni, psicóloga de los Servicios de Orientación Familiar de Nápoles, y a la Dra. Zenarola Alessandra, trabajadora social de Udine, el haber aportado los datos de la investigación citada.

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LAS SEÑALES DE RIESGO Y DE FRACASO ADOPTIVO JOLANDA GALLI Y FRANCESCO VIERO

En la experiencia clínica referente a la adopción se han ido perfilando poco a poco los aspectos que podemos definir como índices de riesgo del fracaso adoptivo. Éstos a veces existen antes de que la adopción se realice en la historia personal de cada adulto, en la pareja y en el niño. Estos índices de riesgo actúan en paralelo al trabajo mental que sostiene la mayoría de los sujetos al realizar la adopción (padres, niño, trabajadores de los servicios públicos, instituciones jurídicas, intermediarios para la adopción internacional, etc.) y se evidencian cuando contribuyen fuertemente al fracaso de la relación adoptiva, lamentablemente ya iniciada. El fracaso adoptivo se define como la interrupción de la relación real entre los padres y el hijo adoptivo, y la imposibilidad de mantener en el tiempo una relación entre ellos. Al lado de las adopciones que consiguen afrontar las situaciones de crisis evolutivas, encontrando nuevas soluciones que permiten conservar el vínculo afectivo instaurado, hay otras experiencias de adopción, en las cuales prevalecen el sufrimiento y el malestar tanto de los padres como de los hijos, que terminan por fracasar. En estas situaciones, el niño y/o el adolescente vuelven a experimentar una condición de abandono, regresando a la vida en la institución o pasando a manos de otra familia adoptiva o de acogimiento. 13


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Si la adopción para un niño tiene como objetivo principal la posibilidad de experimentar un proceso de reparación de los aspectos internos más deficitarios, el fracaso de esta experiencia provocará el consiguiente debilitamiento de los recursos internos y de las estructuras de la personalidad en evolución. El sufrimiento que representa este acontecimiento para todas las personas involucradas es muy intenso y atañe no sólo al núcleo familiar, sino también al resto de la familia, al entorno social, a los trabajadores de los servicios públicos, etc.; aunque a veces la elaboración de este trauma no se acaba. La reflexión sobre los mecanismos que llevan al fracaso representa una tarea inevitable para todos los que consideran la adopción como una respuesta a las necesidades de un niño (que no ha podido crecer en la familia en la que ha nacido) y afrontan ese trabajo desde una óptica clínica y de prevención, tanto para los niños como para los adultos. En el intento de reflexionar sobre los riesgos del fracaso trataremos de profundizar en algunos temas que se encuentran con mayor frecuencia en las historias de fracasos adoptivos y que atañen tanto a las parejas que quieren adoptar como a los niños que son adoptados, y en los fracasos que derivan de las dificultades y errores de evaluación de los profesionales que trabajan en el campo de la adopción (trabajadores de los servicios sociosanitarios públicos, magistrados del Tribunal Tutelar de Menores y del Tribunal de Apelación, y personal de los organismos que intervienen en la adopción internacional). Sin embargo, la experiencia de fracaso consiste en un proceso dinámico, de carácter negativo, que siempre involucra a los niños y a los adultos, tanto individualmente como en las relaciones que establecen entre ellos.

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LA INFERTILIDAD, LA ESTERILIDAD Y LOS TRATAMIENTOS MÉDICOS El tema de la infertilidad y de la esterilidad ha recibido en los últimos diez años cada vez más atención, sobre todo en lo que se refiere a su tratamiento a través de las técnicas de procreación médica asistida. Paralelamente se observa la presencia de un “silencio” significativo sobre los aspectos psicoafectivos y emocionales de estos trastornos y de su tratamiento. La poca consideración de esta problemática caracteriza tanto la literatura especializada en los aspectos de la investigación médico-científica como la literatura que trata aspectos de la aplicación clínica. Se puede decir que aunque haya intentos de introducir elementos de cultura psicológica en el ámbito de los tratamientos médicos en general, en esta área se observa una progresiva discontinuidad entre las necesidades relativas al tratamiento del cuerpo y las del tratamiento de la mente. En el trabajo clínico con las parejas que se han sometido a largos tratamientos médicos para concebir un hijo, se observa la falta de integración entre los aspectos psicológicos, fisiológicos y conductuales, que indican cómo la utilización de la “escisión”, característica del funcionamiento psicosomático, se refuerza con los mismos tratamientos y encuentra su reflejo tanto en la cura de la esterilidad como en la cultura médica y social de ésta (Antonioli et al., 1996). La frustración que representa la dificultad para procrear en una pareja que desea tener hijos se vuelve sufrimiento cuando también los intentos para superar los obstáculos son ineficaces. Y se convierte en dolor mental si a esto se le añade el inicio de un embarazo y poco después su interrupción. Desde un punto de vista psicológico, los abortos, los hijos muertos, representan un duelo que debe elaborarse a través del trabajo psíquico. Cuando esto no ocurre, cuando la mente no es capaz de afrontar el sufrimiento que conlleva la elaboración del 15


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duelo, el intento de expulsarlo puede convertirse en una manera de resolver el conflicto. Como afirma Racamier (1992): “Una ley que no conoce excepciones quiere que a cada culpa o pena de la psique corresponda un trabajo que le espera al Yo. Esta ley se aplica evidentemente al trabajo del duelo. Como corolario, sucederá que cada trabajo rechazado por el Yo pesará sobre otros hombros y sobre otras personas. Mientras tanto, el peso se multiplicará”. En la experiencia clínica se observa que cuando la solicitud de adopción tiene lugar después de tratamientos para la infertilidad que han durado años, después de inseminaciones repetidas (homólogas o heterólogas), que no han tenido como resultado el nacimiento de un niño vivo, entonces a las dificultades ligadas a la elaboración del duelo por la falta de procreación, se añade el dolor de tantos “hijos muertos” (abortos o embriones que no han arraigado) y la experiencia de una sobreexposición del cuerpo a intrusiones que dejan cicatrices profundas también a nivel de la psique. Para algunas parejas que interrumpen los tratamientos de inseminación y deciden emprender el camino de la adopción como manera de realización de su propio deseo de paternidad o maternidad, las llamadas de los centros especializados para tomar decisiones (o para pagar las cuotas anuales relativas a la conservación) sobre los óvulos y/o embriones congelados que permanecen ahí “esperándoles”, reabren una herida, de manera que la elaboración del duelo por un hijo que no ha nacido parece no poder cerrarse, con repercusiones negativas en la relación con el hijo adoptivo. Parece que estas experiencias hacen más profunda la disociación entre sexualidad y procreación, entre lo que sucede en el cuerpo y lo que sucede en la mente. En los últimos años hemos asistido a una intensa colusión entre los especialistas de la procreación y las parejas en tratamiento que tiende a alimentar fantasías omnipotentes (Grimaldi, 16


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1995). Si desde el punto de vista técnico se estimula un ovocito o un embrión, desde el punto de vista mental se estimula también la negación del límite que representa la esterilidad; con un “todo es posible” se puede continuar probando, sustrayendo la dimensión mental del límite y del sufrimiento (Pace, 1998). ¿Qué repercusiones tiene todo esto cuando estas parejas abandonan la búsqueda del hijo biológico que habían querido a toda costa y recurren a la adopción? ¿O bien cuando recorren paralelamente el camino de la búsqueda del hijo biológico y el de la adopción? Ambas situaciones, que encontramos cada vez con más frecuencia cuando se realizan las evaluaciones para la obtención del certificado de idoneidad para la adopción, representan un posible riesgo para la relación adoptiva. La frustración y el duelo no elaborados por el hijo que no ha nacido ocupan la mente del individuo y modifican la dinámica de la pareja, reduciendo el espacio creativo en la mente de los futuros padres; espacio que, sin embargo, resulta vital para poder recibir a un tercero, el hijo adoptivo, al que le viene atribuida de manera inconsciente la tarea de anular el duelo y los sentimientos de dolor que se derivan de la esterilidad. Cuando, por el contrario, la solicitud de adopción coincide en el tiempo con los tratamientos de procreación asistida, observamos, a nivel mental, una confusión entre la potencialidad procreadora, la angustia por un fracaso del tratamiento y la fantasía referente a un niño procreado por otros, que se ha quedado solo esperando su llegada. En ese caso, la adopción, y en particular el niño adoptivo, se convierte en la mente de los futuros padres en una especie de talismán utilizado para evitar el riesgo de ver desaparecer para siempre la posibilidad de procrear. Esta manera de evitar el sufrimiento aparece la mayoría de las veces como una defensa muy poderosa. 17


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Actualmente se sabe que la adopción es un importante factor de “desbloqueo psicológico” del embarazo en las parejas estériles. Cuando el embarazo empieza poco tiempo después de la llegada del hijo adoptivo, la ambivalencia que vive sobre todo la madre a nivel emocional, entre el querer ocuparse del hijo adoptivo que le ha “permitido” embarazarse y el querer proteger al niño que lleva dentro de su cuerpo, limita su capacidad para reconocer las necesidades de cada uno de estos niños, llevándola a menudo a sentirse incapacitada como madre, así como a experimentar fuertes sentimientos de culpa. Este estado puede agravar la ya particular situación psicoafectiva de la mujer embarazada y comprometer la relación tanto con el hijo adoptivo como con el hijo biológico, dado que la madre se encuentra expuesta a un trabajo mental muy costoso.

TRASTORNOS Y FUNCIONAMIENTO PSICOSOMÁTICO DE LA PAREJA Hay que destacar la frecuencia con la cual algunas parejas que piden la adopción de un niño, después de años de investigación y tratamiento de la infertilidad, inician un embarazo en el momento de la presentación de la solicitud de adopción, al inicio o al final del estudio psicológico y social para la obtención del certificado de idoneidad, en el momento de la asignación del niño o bien justo después de la llegada de éste. También es frecuente en la clínica médica, aunque generalmente menos notable (como ocurre también con la literatura sobre este argumento), el hecho de que cuando se enfrentan a los momentos del camino de la adopción antes mencionados, algunas parejas manifiesten síntomas o enfermedades psicosomáticas, que afectan, ya sea durante o después del proceso de adopción, a las dinámicas de relación que se establecen con el niño. 18


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Joyce McDougall (1989) afirma que: “La experiencia clínica me había enseñado no sólo que todos los que han sido analizados (como también los analistas) un día u otro somatizan, sino también que la irrupción de los síntomas somáticos coincide la mayoría de las veces con sucesos que superan la capacidad normal de tolerancia” (la cursiva es nuestra). Y después añade: “Y todavía me quedé más perpleja al darme cuenta de que esos pacientes, de alguna manera, preservaban inconscientemente la capacidad de enfermarse como si constituyera para ellos una ‘salida de emergencia’, como si tuvieran necesidad, en un período de crisis, de probar sus propios límites corporales y asegurarse así un mínimo de existencia separada de cualquier otro objeto significativo”. En la maternidad adoptiva, la relación madre-hijo está caracterizada por la ausencia, hasta el encuentro con el “niño real”, de una relación corporal, somática; pero en cambio se da una intensa implicación mental, emocional. Mientras que durante el embarazo la madre percibe los movimientos fetales y su cuerpo se transforma para dejar espacio al crecimiento del bebé en el útero, en el “embarazo adoptivo” el espacio que se debe crear para acoger al hijo es un espacio interno, psíquico, mental. Para el hombre, tanto en la paternidad biológica como en la adoptiva, los cambios tienen que ver con el mundo interior, pero también con el espacio y el tipo de relación con la compañera. No será “el vientre” el que se interpondrá en el contacto físico entre ellos, pero sí las fantasías, los pensamientos que cada uno tendrá sobre su futuro niño y sobre cómo cada uno se desenvolverá en su papel de padre. En mi experiencia clínica con las parejas candidatas a la adopción, es más frecuente que sean las mujeres las que manifiesten una mayor tendencia a presentar síntomas somáticos, coincidiendo 19


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con diferentes momentos del proceso de la adopción, como un acontecimiento que supera “el nivel de tolerancia” (McDougall, 1989). Este tipo de respuesta representa un índice de riesgo para la relación con el hijo adoptivo, sobre todo cuando la somatización es tan acentuada que se llega a desarrollar una enfermedad grave. A veces, ante el conflicto y la imposibilidad de afrontar el dolor mental, el cuerpo es llamado a responder “psíquicamente” produciendo síntomas somáticos, inhibiendo una función (como por ejemplo ocurre con el asma bronquial), hiperproduciendo algunas sustancias (como en las úlceras gastrointestinales), pero también reproduciendo partes atípicas del organismo (como en el caso de la neoplasia). En estos casos, la hipótesis que se plantea no es sólo, como sostiene McDougall (1989), que se reserve la capacidad de enfermarse como manera de depositar en el cuerpo los problemas relativos a la paternidad o maternidad, sino que al alto grado de destructividad en acción (a través de la incorporación del objeto), le siga una imposibilidad a la hora de pensar, que involucra a la pareja y que a veces se extiende también a los médicos e incluso a los profesionales que realizan el estudio psicológico y social de la pareja para la obtención del certificado de idoneidad. Si la adopción de un niño representa la satisfacción del deseo de maternidad o paternidad, deberíamos preguntarnos por qué en algunos casos se traduce en un dolor somático (enfermedad). Si bien el dolor somático permite evitar el dolor mental, debemos recordar que este último está principalmente ligado a la pérdida del objeto y a la culpa que derivaría de ésta. La imposibilidad de procrear, de satisfacer el deseo de tener un niño nacido de la pareja, a veces puede ser percibida como una frustración que produce un dolor tan intenso que llega a amenazar la continuidad misma del individuo, de manera que se manifiesta en una parte del cuerpo que se enferma. Para que eso suceda, algo tiene que haber ocurrido en la relación madre-niño de la persona que se enferma durante su proceso de crecimiento 20


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y en el ámbito de la separación para que el dolor psíquico no haya podido seguir el camino de la mentalización y del desarrollo. Como sostiene Giaconia (1989): “El órgano […] es un saco donde están encerradas una parte del sujeto y una parte del objeto, unidas entre ellas, que en el proceso de crecimiento se han sometido a una separación inaceptable y, por tanto, a la mentalización […]. Los síntomas psicosomáticos representan la caída de la esperanza: los órganos no fingen la enfermedad, se enferman de verdad. Si son metáfora, se trata de una metáfora cerrada y apagada”. Ante tipos de funcionamiento como los que hemos descrito habría que preguntarse qué posibilidad tienen los adultos con estas características de entrar en contacto con aspectos y funcionamientos arcaicos de niños que interpretan a menudo el abandono como un acto violento, como un sufrimiento traumático consecuencia de la falta de contención materna. Muchos niños adoptados, cuando consiguen verbalizarlo durante el trabajo psicoterapéutico, comunican el sentimiento de haberse sentido privados de algún valor o bien de sentirse “malos” y por ese motivo abandonados por sus padres biológicos. Los conflictos que surgen en la relación con los padres adoptivos pueden ser percibidos por el niño como la continuación de aquello que le ha llevado al abandono o a la pérdida de sus padres de origen; como consecuencia, la relación adoptiva, desde la llegada del niño, puede estar impregnada de tensión. Otras veces, las características de la personalidad del niño pueden sumarse a intensos conflictos de uno o de los dos padres adoptivos, haciendo así que la convivencia se vuelva imposible. Las soluciones que con mayor frecuencia hemos observado son tres: 1. La expulsión del niño. 2. La enfermedad grave de uno de los padres. 3. La separación de la pareja. Me parece que descubrir, por un lado, un funcionamiento psicosomático en un adulto y/o en la pareja (puesto que a menudo 21


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esto representa un mecanismo inconscientemente compartido) y, por otro, una utilización de la corporeidad como manera de expresar necesidades de atención, tanto arcaicas como las fuertemente erotizadas por parte de un niño, puede representar un riesgo elevado de fracaso en la relación adoptiva.

ENFERMEDADES ORGÁNICAS E INHABILIDAD Las parejas que presentan la solicitud de adopción de un niño con mayor frecuencia son aquellas en las que uno de los dos miembros tiene una enfermedad que conlleva un pronóstico incierto quod vitam. Entre éstas, las más frecuentes tienen que ver con enfermedades crónicas progresivas (esclerosis múltiple, enfermedades tumorales, graves descompensaciones metabólicas, enfermedades cardíacas, etc.), así como graves déficit sensoriales. ¿Qué puede representar para un niño que ha experimentado en la primera infancia una carencia importante en el sistema narcisista (narcisismo entendido como aspecto basilar para la formación de su identidad) identificarse con un padre o madre que, a causa de estas enfermedades, se enfrenta continuamente con sus propios límites reales, con una reducción progresiva de la propia autonomía y/o con la angustia de una muerte inminente? En la mayor parte de los casos, éstas son las solicitudes de adopción que podemos definir como adultocéntricas, en las cuales el niño adoptivo desarrollará el papel “terapéutico” ante el adulto enfermo. En estos casos, al hijo adoptado se le pide que afronte, además de la doble reparación, la que se refiere a su relación primaria que se interrumpió con el abandono y la de la pareja que no ha podido procrear, un posterior deber reparador más complicado ante el padre o madre enfermo. Las expectativas que tienen estas parejas ante el hijo adoptivo son expectativas mesiánicas 22


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que se constituyen como una defensa frente a la depresión, muchas veces no evidente, que acompaña o implica a muchas de estas enfermedades. Lo que se observa a menudo en la pareja es un endurecimiento de la membrana diádica de los adultos, una escasa diferenciación de los mismos que, por motivos que radican en la realidad tangible, corpórea del cónyuge enfermo (con grandes necesidades de atención), no está sujeta a modificaciones y/o cambios evolutivos en el tiempo, sino más bien a regresiones e involuciones. La depresión de los adultos, en estos casos, se puede transmitir al niño, condicionando y limitando su desarrollo. Con mucha frecuencia, los niveles de negación de las limitaciones de la autonomía y del riesgo que esto comporta para la adopción se sostienen gracias a defensas maníacas que, dirigidas también hacia el exterior y amplificadas por la sociedad en el intento de ayudar al paciente, ven en la adopción una salida y una afirmación de la normalización y de los derechos únicamente de los adultos. ¿Qué posibilidades tiene un niño de manifestar su agresividad ante un padre percibido como frágil, indefenso y dependiente? Si bien en la infancia del niño adoptivo, colocado en un núcleo familiar con tales dificultades, los problemas son ya suficientemente consistentes, con la llegada de la adolescencia estos problemas tienden a amplificarse notablemente. La tendencia hacia una actitud de renuncia en un cuadro de base depresivo se presenta como una de las posibles salidas; en otras situaciones, prevalecen cambios en la actuación de los adolescentes que se manifiestan con fugas, intentos de suicidio, uso de drogas, sobre todo cuando el hijo es del mismo sexo que el padre o madre enfermo. Esto indicaría la imposibilidad para superar las complicaciones del conflicto edípico. ¿Qué recursos se le piden al cónyuge que no está enfermo, que debe ocuparse de la realidad exterior y de las dinámicas internas de un niño que necesita la reparación de padres-adultos, 23


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y al mismo tiempo ocuparse de un cónyuge no autosuficiente que necesita también atenciones y cuidado en general? Un adulto que, a causa de un trauma o una enfermedad que le deja incapacitado, necesita a otra persona para desplazarse o para la higiene personal (por falta de control de los esfínteres) no puede participar activamente en muchas de las actividades que el hijo desarrollará al ir creciendo en el ámbito social. Esto puede comportar consecuencias en el plano psicológico para un niño al cual no le basta “saber” que tiene unos padres, sino que necesita poder “disponer” de ellos no sólo como soporte psicofísico, sino también con la posibilidad de realizar un proceso de identificación necesario para poder crecer. A veces en la clínica médica se observa que los profesionales encargados de realizar la evaluación psicosocial de estos adultos, ante la dificultad de ir más allá de las intensas defensas desarrolladas para contener el sufrimiento derivado de la enfermedad, reparan en aspectos sólo parciales del funcionamiento y de la autonomía de estas personas, negando ellos también la realidad global. En el caso de los profesionales que evidencien estos límites, el proceso judicial puede invalidar sus observaciones; algunas veces se observan peticiones jurídicas que sostienen con fuerza aspectos referidos a recursos externos, sin poder sopesar la vertiente de los límites psicológicos internos. Hay adultos que a menudo son incapaces de establecer una relación individual con un niño, sobre todo pequeño, ya que sus limitaciones requieren la presencia de un tercero que ayude a esta relación. Aun reconociendo el dolor que deriva de la condición de enfermedad y/o inhabilidad, parece necesario asumir una posición de tutela que debe prever por parte de un tercero (trabajador, juez, etc.) la capacidad de pensar en el niño y en su futuro, y tomar decisiones a favor de él, conteniendo así el sufrimiento depresivo de los adultos.

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LA ADOPCIÓN DESPUÉS DE LA MUERTE DE UN HIJO La solicitud de adopción hecha por parejas que han tenido sus propios hijos y luego se han encontrado con la necesidad de afrontar el dolor por su pérdida, nos coloca necesariamente ante el problema de la elaboración del duelo, así como ante el riesgo de que el hijo adoptivo se encuentre desempeñando la imposible tarea de sustitución del hijo perdido. Con frecuencia estas parejas, no muy jóvenes, adoptan niños mayores, que llevan consigo una carga de experiencias algunas veces muy dolorosas. Éste es el tipo de adopciones que podemos definir, por la confluencia de muchos factores, como de alto riesgo evolutivo y de fracaso. La dificultad de los adultos de llevar a cabo el trabajo del duelo, necesario cuando un hijo muere, determina una limitación de los recursos; asistimos así a una menor disponibilidad al “trabajo mental” y a un replegamiento en el “hacer cotidiano”, a una disminución de la capacidad de fantasear, de la creatividad y de la identificación afectiva. Un funcionamiento de este tipo por parte de uno o de los dos miembros de la pareja representa una equivalencia o síntomas de la depresión subyacente. La solicitud de adopción de un niño se convierte entonces en una especie de “autoterapia”, que la pareja intenta activar como manera para negar y alejar el sufrimiento depresivo. Hay parejas que después de la muerte de un hijo muestran un aparente entusiasmo al ir en busca del hijo adoptivo; el entusiasmo y el empeño que a menudo ponen en esta búsqueda representan la urgencia de una condición que niega la subyacente depresión. Esto requiere una atención particular por parte de los profesionales que se encuentran con estas parejas durante el estudio para la obtención de la idoneidad, en cuanto puede resultar fácil limitarse a los aspectos defensivos, al temer que la urgencia del 25


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dolor mental pueda resultar insoportable para estos adultos o bien que provoque una ansiedad de tipo persecutorio con graves ataques a los profesionales (denuncias y recursos al Tribunal Tutelar de Menores o al Tribunal de Apelación cuando son declarados no idóneos para la adopción). Los adultos que crean grandes barreras defensivas contra el dolor y el sufrimiento, ¿cómo pueden ayudar a un niño que busca contenimiento para su propio sufrimiento? Un niño que ha experimentado la condición de abandono y de institucionalización puede haber puesto en funcionamiento mecanismos inconscientes para defenderse de la depresión. Su encuentro con unos padres adoptivos que funcionan como espejo puede determinar, como hemos podido observar en distintos casos de fracaso, la utilización de la escisión o negación y/o la constitución de una especie de “falso Yo grupal” en el cual todos y cada uno “luchan intensamente para mantener alejada la depresión”. En general, este modo de funcionar puede no comportar el fracaso en los primeros meses después de la llegada del niño al núcleo familiar, pero se convierte en un riesgo a largo plazo que tiende a surgir en el momento final del acogimiento preadoptivo, cuando se decreta la legitimidad de la relación, o bien cuando el hijo adoptivo entra en la fase de la adolescencia. En el primer caso se puede pensar que el eco interno de una decisión jurídica y social del “hijo para siempre” y/o de los “padres para siempre” reactive los fantasmas del pasado, mantenidos distantes con la actuación defensiva, algunas veces hasta maníaca. En cambio, en el caso de la entrada en la adolescencia, esto está estrechamente ligado al proceso de desarrollo, que en esta fase conlleva una revisión de la infancia, que lleva a todos los individuos a afrontar la dimensión de pérdida del niño y el “nacimiento” del adolescente.

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EL RECHAZO A LA PROCREACIÓN Y MOTIVACIONES FILANTRÓPICAS Las parejas que con o sin hijos biológicos y sin problemas de infertilidad eligen adoptar en lugar de procrear presentan, en nuestra opinión, características que se deben examinar con atención ya que detrás de las motivaciones para la adopción de tipo filantrópico o ideológico (hay muchos niños necesitados, ¿por qué concebir otros?) puede esconderse la ansiedad relacionada con el embarazo y/o el parto, los temores de transmitir enfermedades genéticas o profundos problemas concernientes a la sexualidad de la pareja que pueden ir desde la escasa frecuencia de relaciones sexuales hasta los llamados “matrimonios blancos”. Hay parejas en las que uno o los dos miembros presentan aspectos patológicos de la personalidad, por lo que afrontar temas ligados a la sexualidad de pareja y a la procreación puede resultar muy complicado o incluso ser motivo de una gran angustia. Ante la solicitud de adopción que presenta como motivación manifiesta el deseo de ayudar a niños necesitados y solos, rechazando procrear otros, surge otro punto de vista, el de la motivación latente, que estaría en cambio sostenida por la activación de intensas defensas de negación de cualquier problema en el ámbito de la sexualidad. A veces, aun no siendo estas parejas estériles, el núcleo problemático y conflictivo que representa la sexualidad les lleva a tener una actividad sexual genital muy reducida (algún ocasional coito cada año) o ausente (matrimonios blancos), que fisiológicamente no puede conducir a ningún embarazo. Los adultos que no están suficientemente capacitados para afrontar aspectos significativos de su propia evolución psicosexual, se arriesgan a proyectar sobre los hijos adoptivos partes excluidas o no evolucionadas, distorsionando así el desarrollo global del niño que lleva consigo el malestar psicológico derivado de la propia historia de abandono y de discontinuidad afectiva y relacional. 27


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Algunas veces el resultado de estas dinámicas no se evidencia durante las fases de desarrollo de la infancia y de la latencia, pero comienza a surgir de manera irrefrenable cuando el hijo adoptivo alcanza la pubertad o la adolescencia. La falta de participación de fantasías por parte de estas parejas, con la aproximación de la adolescencia del hijo adoptivo, produce una sensación de peligrosidad de las manifestaciones sexuales, narcisistas e impulsivas (del adolescente), que pueden ser leídas como exteriorizaciones de un bagaje hereditario “negativo”. Las dificultades que surgen en esta fase de desarrollo, en lo que concierne a la integración de la imagen de propio cuerpo sexuado y a las posibilidades y miedos ligados a la sexualidad y a la reproducción, encuentran al adolescente adoptado enfrentado al trabajo de comparar dos parejas de padres interiorizados: una que lo ha procreado a través de una sexualidad activa pero que no ha asumido el deber de ayudarlo a crecer, y otra, la adoptiva, que le ha acogido y que carece de esta actividad sexual. Es evidente que para un adolescente adoptivo enfrentarse con unos padres para los que la actividad sexual está separada de la procreación determina mayores dificultades de identificación. En algunos chicos extranjeros adoptados se ha podido observar que, en el inicio de la adolescencia, la búsqueda de pareja se da entre chicos de la misma etnia (él y ella coreanos o indianos), buscando de esta manera reconstruir la pareja de origen (padres biológicos). Raramente esta búsqueda se da entre chicos o chicas que podrían parecerse más a sus padres adoptivos. Los esfuerzos realizados por el adolescente para integrar partes de sí mismo resultan muy complicados cuando la pareja adoptiva ha enviado al hijo una imagen de sí filantrópica, es decir, de desear únicamente “hacer el bien en el mundo”, como si se tratase de unos padres ideales, sin poder ahondar también en una dimensión conflictiva, que tiene en cuenta la gestión de una agresividad más manifiesta.

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LA ADOPCIÓN POR PARTE DE FAMILIAS CON HIJOS La presencia de hijos nacidos de la pareja o adoptados por ella representa tanto un recurso como una variante de riesgo tanto para los hijos ya presentes como para el niño que es adoptado. ¿Qué puede llevar a una pareja que tiene uno o más hijos a querer adoptar? Como ya ha quedado claro antes, una motivación puede ser la filantrópica, hacer el bien a un niño abandonado. Esto por sí solo no es un elemento de riesgo. Para el clínico, lo que se demuestra indispensable evaluar es hasta qué punto, desde una perspectiva interna, es decir, desde la gestión de la paternidad y maternidad, hay auténticos medios para afrontar el costoso trabajo psíquico al que se someterán los adultos, los hijos y el futuro hijo adoptivo. Desde el punto de vista psicológico, sólo podemos afirmar que esto representa una mayor complejidad. Sin embargo, hay condiciones particulares en las que la superficialidad con la que se emprende el proceso de la adopción representa una importante señal de riesgo: en primer lugar, la competitividad con las figuras paternales, interiorizadas por parte del adulto, en su intento de realizar mediante la adopción una experiencia diferente de paternidad o maternidad, que vaya más allá de lo que sus propios padres han realizado. A veces la búsqueda a ultranza de la adopción en parejas que tienen hijos biológicos se presenta de una manera no muy diferente, desde el punto de vista de los movimientos y de las dinámicas internas, a la de la búsqueda del “hijo a toda costa” por parte de las parejas estériles. La adopción para ellos se convierte en una modalidad megalómana que acepta probarlo todo, sin tener en cuenta las necesidades y las dificultades de los hijos presentes en la familia y el esfuerzo que representa también para ellos la llegada al núcleo familiar de otro niño, no un recién nacido y casi siempre con 29


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problemas específicos (experiencias traumáticas reales), que a menudo provocan un trastorno psicológico. Las consecuencias emotivas de esta elección de los padres de adoptar un niño pueden producir sobre los hijos biológicos un sentimiento de desvalorización narcisista, un sentimiento de no estar nunca a la altura de las expectativas de los padres, que, por este motivo, van en busca de “un hijo especial que quieren adoptar”. En la adolescencia, esto puede incluso tomar un significado conflictivo, en cuanto puede ser vivido por el hijo adolescente no sólo como desprecio narcisista, sino como el rechazo de ocuparse de él, prefiriendo los padres ocuparse de “niños” y no de adolescentes, y de los problemas derivados de esta compleja fase evolutiva. Se debe tener en cuenta que, en este tipo de situaciones, el recién llegado puede tomar realmente la delantera y dominar a los otros hijos (hermanos), actuando en colusión con los deseos de los padres, una revancha que puede llevar al desarrollo de un falso Yo. A veces el verdadero Yo se puede manifestar con toda su crueldad cuando, como se observa en el caso de la adopción de niños mayores provenientes de instituciones particularmente rígidas y pobres, o bien niños que han vivido en la calle (Brasil, Rumanía, etc.), éstos actúan descargando su sufrimiento con violencia sobre sus hermanos o hermanas. Parejas muy jóvenes que han tenido uno o más hijos biológicos, de los cuales no se han podido ocupar de manera adecuada, y sólo lo han hecho de manera parcial, dejándolos a cargo de abuelas, niñeras, etc., pueden intentar sobrepasar el sufrimiento y la frustración, pasada en los primeros años de vida con los hijos, evitando un posterior embarazo, adoptando un niño, incluso mayor, y evitando así el trabajo interno de reparación.

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LA SITUACIÓN PSICOEVOLUTIVA DEL NIÑO QUE SE VA A ADOPTAR ¿Quiénes son los niños adoptados? ¿Qué experiencias han vivido, qué traumas han sufrido, qué experiencias reparadoras se les han ofrecido antes de la adopción? Y, sobre todo, ¿qué repercusiones han tenido y tienen estas experiencias sobre su desarrollo, sobre la formación de su mente y de su capacidad de organizar pensamientos? Estas y otras preguntas pueden ayudarnos a comprender las dificultades de algunos niños para encontrar un lugar, un puesto en una nueva estructura familiar, y hasta qué punto este pasaje puede estar lleno de incertidumbre sobre su resultado y sobre el pronóstico evolutivo. Generalmente se le atribuye a la edad que el niño tiene en el momento de la adopción una importancia fundamental respecto al resultado positivo de la misma y al menor o mayor riesgo de fracaso de la relación adoptiva. Con mucha frecuencia, en los seminarios de formación para profesionales que trabajan en el campo de la adopción se ha manifestado la convicción de que cuanto más pequeño es el niño declarado como adoptable más fácil será su inserción en el nuevo núcleo, más positiva su relación con los nuevos padres y, como consecuencia, menores los riesgos de fracaso para él y para los padres adoptivos. Si bien estas convicciones son confirmadas en muchas historias adoptivas, lamentablemente no garantizan que los resultados sean positivos. A parte de la edad cronológica del niño inmerso en la familia adoptiva, otros factores parecen incidir de manera importante en el pronóstico; entre éstos, son de especial relevancia: la manera y el momento en el que ha tenido lugar la separación de la madre biológica o de quién ha hecho las veces de madre desde el nacimiento; lo apropiado o no del ambiente y de los cuidados que ha 31


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recibido desde su primera infancia; la posibilidad o no de desarrollar un lazo afectivo precoz; la discontinuidad relacional o el grado de carencias y/o privaciones vividas en los primeros períodos de su infancia; y los eventuales maltratos o violencia sufridos. Ya en 1940, D. W. Winnicott, J. Bowlby y E. Miller, hablando de la evacuación de los niños pequeños durante la guerra, escribían un artículo en el British Medical Journal: “Es sin lugar a dudas posible que un niño de cualquier edad se sienta triste y turbado si tiene que dejar su casa, pero lo que queremos subrayar es que en el caso de un niño pequeño tal prueba puede significar mucho más que una experiencia concreta de tristeza. De hecho, puede llegar a ser un black-out emocional que puede conducir fácilmente a un grave trastorno en la personalidad que puede durar toda la vida. […] Estas opiniones son frecuentemente puestas en duda en los orfanatos y centros de acogimiento para niños por parte de los trabajadores, que hablan de la manera extraordinaria en la que los niños pequeños se adaptan a una nueva persona y se muestran completamente felices, mientras que los que son un poco mayores muestran señales de angustia. Puede ser cierto, pero según nuestro punto de vista, esta felicidad puede inducir a engaño, porque a pesar de ella cuando los niños regresan a casa, a menudo no reconocen a sus madres. Se ha descubierto que cuando esto sucede, significa que el niño ha sufrido un daño sustancial y una grave deformación del carácter. La capacidad de experimentar y expresar el dolor marca una etapa en el desarrollo de la personalidad del niño y de su capacidad de relacionarse.” A pesar de que éstas sean afirmaciones hechas hace casi setenta años, la práctica clínica nos confirma cada vez más su actualidad. La presencia discontinua o la ausencia de una figura materna “suficientemente buena” significan para el recién nacido 32


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una falta de contención y de organización mental que favorezca el desarrollo de la personalidad. M. Klein (1948), hablando de la teoría de la angustia y del sentimiento de culpa, escribe: “Aquello que en los niños pequeños se transforma en angustia es la excitación de la libido insatisfecha; el primer contenido de la angustia es la sensación de peligro que surge en el lactante debida al temor de que su necesidad no pueda ser satisfecha a causa de la ausencia de la madre.” En los niños abandonados prematuramente y colocados en instituciones, la realidad confirma constantemente esta sensación de peligro, con una disminución del umbral de la angustia, un aumento de la búsqueda de la autosensorialidad, que parece ser una de las modalidades de defensa que les permite sentir que existen, que les hace sentirse vivos. Durante el año de la custodia preadoptiva o en las consultas psicológicas requeridas por los padres adoptivos, es frecuente escuchar sus preocupaciones referentes, por ejemplo, a la hiperactividad de sus hijos (niños que no rinden en la escuela, que no son capaces de estarse quietos o que presentan problemas de falta de atención), que expresan a menudo a través de esta sintomatología funcionamientos arcaicos que tienen entre sus causas una falta de contención por parte de una figura materna durante los primeros períodos de su vida. Esto formaría parte de una condición de base de la mayor parte de los niños adoptados de distintas edades, tanto italianos como extranjeros. En el caso de que a estas manifestaciones de malestar psicológico infantil no se les dé la importancia suficiente y los padres no las escuchen o comprendan, pueden convertirse en una de las causas del fracaso de la relación adoptiva. Cuando los niños han sufrido grandes privaciones en su primera infancia y viven colocados en familias adoptivas, éstas, además 33


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de ofrecer al niño afecto y disponibilidad, deben activar “potencialidades terapéuticas”. Estamos muy lejos de sostener que deban hacer de “psicoterapeutas” del hijo, pero deberían ser capaces, como dicen Meltzer y Harris (1983), de organizarse como una pareja que asuma las funciones de “generar amor, promover la esperanza, comprender el sufrimiento depresivo y pensar”. Los niños que son adoptados tardíamente y que, sobre todo en los primeros días de vida con la nueva familia, se presentan “sin aparentes dificultades de integración”, después de estar pocos días junto a los nuevos padres empiezan a expresarse con palabras usadas por los padres adoptivos, imitan gestos y expresiones mímicas y parecen “borrar” lo que pertenecía a su vida anterior. Este tipo de comportamientos gratifica mucho a los padres adoptivos, que lo propician de manera narcisista, incluso a veces excesivamente, lo que facilita la relación entre ellos. Sin embargo, se observa que, en los niños con muchas carencias, la prolongación de esta modalidad de relación hace difícil el alcance de la autonomía y cuando más tarde se lleva a estos niños a una consulta, lo que surge es una tendencia a lo concreto, una dificultad en la expresión de la agresividad, una escasa capacidad de simbolización derivada de la preferencia del uso de la adhesión. Como sostiene J. Corominas (1991): “Existen distintos niveles evolutivos de imitación que van desde el más difícil de diferenciar de la identificación por adhesión a otro más evolucionado e importante dado que favorece nuevos ‘aprendizajes’”. Otro aspecto que aparece como índice de riesgo de fracaso tiene que ver con la experiencia de maltrato físico (aparte del psicológico) que el niño puede haber sufrido antes de la adopción. En general, se sabe muy poco de los maltratos sufridos por parte de los recién nacidos o niños pequeños; con frecuencia, la única posibilidad de obtener esta información puede salir a la luz a través de marcas (cicatrices en la piel, marcas de fracturas, etc.) presentes en el cuerpo del niño; otras señales podrán ser vistas directamente mediante la observación de su juego y de su comportamiento. 34


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Es sabido hasta qué punto los maltratos del recién nacido o del niño pequeño por lo general son la consecuencia de la imposibilidad por parte de los adultos, con una personalidad poco estructurada, de tolerar, de adecuarse a las necesidades y a los ritmos que la presencia de un niño pequeño requiere. La intensa vivencia de frustración, el ataque a la omnipotencia y al narcisismo, el desorden y la confusión que esos adultos experimentan frente al “llanto inconsolable del recién nacido”, cuando no son tolerados, pueden ser proyectados violentamente sobre el niño, también a través de acciones físicas que lo dañen. En los niños mayores, lo que determina el maltrato no son tanto los gritos, sino los comportamientos de oposición y las manifestaciones de agresividad. Por lo general, los niños mayores conservan, además de marcas o cicatrices en el cuerpo, vivos recuerdos de los maltratos sufridos. Esas experiencias, sobre todo si se prolongan en el tiempo, constituyen para muchos de ellos un tipo de “normalidad” en la relación con los adultos. En este caso, también la relación adoptiva viene con frecuencia fuertemente condicionada. Para los niños que tanto en la familia de origen como en la institución fueron golpeados, la búsqueda del castigo físico se presenta también en la relación con los padres adoptivos; esta modalidad parece responder, por una parte, a la continuidad de un modelo de relación y, por otra, a la búsqueda de un contacto físico intenso que no pasa por los sentimientos normales de ternura y afecto, sino por el maltrato. De todas maneras, la identificación con el agresor puede haber sido el único modo (distorsionado) con el que estos niños, lamentablemente, han mantenido un vínculo con los adultos de referencia (padres, asistentes, tutores, etc.). A veces, la coacción puede haberles permitido “sentirse vivos e importantes” gracias a un adulto, aunque éste fuera un maltratador. Cuando estos niños se encuentran con parejas o familias adoptivas que activan inconscientemente, a través de las modalidades 35


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de relación, estas experiencias traumáticas, el riesgo puede ser el de reproducir en la adopción una relación de maltrato. Lo que hasta ahora ha sido evidenciado sólo representa un esbozo de algunos de los posibles y más frecuentes índices de riesgo del fracaso adoptivo, derivados de experiencias pasadas y de los traumas que han condicionado patológicamente el desarrollo de algunos niños; sin embargo, emerge la importancia de tratar de evitar, dentro de lo posible, que surjan posteriores sufrimientos y experiencias traumáticas en la relación adoptiva. En lo que se refiere a la adopción nacional, la propuesta de encuentro de la familia candidata a la adopción con el niño podría contemplar y evaluar tanto las experiencias de la situación psicoevolutiva del niño como las características de la familia que podría acogerlo. Sin embargo, son pocos los Tribunales Tutelares de Menores que, teniendo en cuenta las características del menor, buscan con cuidado la familia psicológicamente más adecuada para acogerlo. En el ámbito de la adopción internacional, este tipo de recorrido no es posible y, por tanto, la posibilidad de prevenir se limita con frecuencia a la evaluación detallada de los adultos que aspiran a ser padres adoptivos, con la consiguiente producción de un informe psicológico y social en el que se especifiquen en profundidad las características de la pareja, las dinámicas de la relación, los límites y los recursos que poseen. Algunas veces, como se deduce de los trabajos que integran este libro, se crean condiciones que favorecen el fracaso, en vez del éxito, de la adopción, debido a la poca atención dedicada al estudio psicosocial de las parejas, a las modalidades de colusión con los adultos que solicitan adoptar o a la especificidad de este trabajo, también por su desvalorización por parte del sistema jurídico, que no siempre tiene en cuenta las contraindicaciones de la adopción que provienen del trabajo realizado por el psicólogo y el trabajador social.

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LOS PROFESIONALES QUE TRABAJAN EN EL CAMPO DE LA ADOPCIÓN Trabajar en el campo de la adopción no es diferente a trabajar en cualquier otro ámbito clínico, donde nacen, se entrecruzan y se transforman sentimientos y emociones en las relaciones que se crean entre todas las personas involucradas. En la adopción parece que las premisas sean ya de por sí complejas por definición, si no ambiguas, cuando deben adaptarse a las necesidades de un niño que debe ser tutelado, los deseos de la pareja, la evaluación de psicólogos y trabajadores sociales, los deberes de los magistrados y las propuestas de los mediadores de la adopción internacional. ¿De qué manera cada uno puede desarrollar su función específica cuando sobre el escenario cada actor se cree el protagonista principal con su propio guión en mente, cuando falta (al menos en la fase inicial) una escenificación que pueda contenerlos a todos? La experiencia nos muestra que la trama de este “guión” está compuesta por expectativas, deseos, temores, rechazos y fantasías que viajan de unos a otros y que se organizan caracterizando las relaciones interpersonales. La posible oscilación de situaciones normales a situaciones patológicas, la interacción con el individuo o con la pareja, nos llevan a considerar este campo como un “lugar fronterizo” que requiere un conocimiento particular y al menos una cierta prudencia en el acercamiento al argumento (Convertini y Galli, 1995). Los profesionales deben movilizar recursos internos no indiferentes, lo que constituirá el sensor de una dinámica en la que dudas y discusiones entre colegas se convertirán en la fuente de la que saldrán pensamientos que a su vez podrán originar otros pensamientos, constituyendo una especie de red que acompañará todo el proceso de adopción. Muchas parejas que quieren adoptar un niño no tienen información sobre la adopción, sobre los niños, sobre los procedimientos 37


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y dificultades, a pesar de que en los medios de comunicación casi todos los días aparezcan noticias sobre los diferentes aspectos de la adopción. Esto indica hasta qué punto la información genérica no puede dar sus frutos si no hay en las personas una sensibilidad especial que les permita recibirla e integrarla. Es justamente en el encuentro, en la relación empática entre trabajadores y futuros padres adoptivos, donde se puede transmitir y llevar a cabo una comunicación significativa inconsciente. El riesgo de desconocer la importancia de esa comunicación, así como la falta de diferenciación que favorece la colusión entre los profesionales y la pareja, o entre diferentes profesionales y/o instituciones, está siempre presente. (Por colusión se entiende una manera predominantemente inconsciente de hacer coincidir los conflictos.) La importancia de que la valoración psicosocial de la pareja pueda ser realizada por distintos profesionales: psicólogo y trabajador social, que trabajen de manera conjunta pero teniendo presente las diferencias que caracterizan sus profesiones (el trabajador social actúa fundamentalmente sobre la realidad externa y el psicólogo sobre los aspectos y la dinámica del mundo interno), constituye un primer nivel de tutela y de correcto proceder ético y profesional. A esto se añade la necesidad de un enlace y de una clara comprensión con los órganos judiciales (Tribunal Tutelar de Menores y Tribunal de Apelación), así como con todas aquellas organizaciones que en Italia y en el extranjero están implicadas en los diversos momentos del proceso de la adopción (emparejamientos entre niño y adultos, que tengan en cuenta las indicaciones surgidas del estudio de la pareja, del seguimiento de las familias, etc.). Un riesgo posterior de la colusión se presenta cuando, después de la obtención del certificado de idoneidad para la adopción internacional, las parejas se dirigen a asociaciones intermediarias constituidas a menudo por familias que han adoptado anteriormente y que, aun contando con profesionales entre ellos, algunas veces 38


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no consiguen diferenciar su experiencia adoptiva de la de las parejas que a ellos se dirigen para ser ayudados en la adopción. Los elementos de riesgo para los trabajadores que actúan en este ambiente son muchos y, como sucede en otros ambientes clínicos, se necesita un trabajo de reflexión, de confrontación entre colegas y también de supervisión que permita reconocer y reducir de manera consistente los factores de riesgo inherentes a este trabajo. Un pensamiento común que deberían compartir las instituciones jurídicas implicadas en la tutela de los menores es reconocer la importancia del mundo interno y de las dinámicas que pueden contribuir al riesgo de fracaso adoptivo. Banalizando o tomando decisiones opuestas a las indicadas en las relaciones clínicas, sin haber comprendido suficientemente su significado, se corre el riesgo de coludir (confirmándolos) con los aspectos más disfuncionales e incluso patológicos de los adultos. Una experiencia que tienen en común muchos trabajadores de los servicios de orientación familiar es que después de un trabajo de profunda reflexión e información a la pareja de los riesgos evidentes que existen si se continúa el proceso de adopción, acompañando esto con un detallado informe escrito donde estos aspectos se ponen de manifiesto claramente, llegando incluso a contraindicar la adopción, reciben después de algunos meses un decreto que les pide verificar la integración de un niño, colocado en una familia gracias a una idoneidad del Tribunal Tutelar de Menores garantizada por una única entrevista realizada por un componente privado (profesional ayudante del juez), o gracias al monólogo contradictorio de la defensa en el Tribunal de Apelación. Estos aspectos deberían hacernos reflexionar ya que en muchas situaciones nos encontramos al final, si no con verdaderos fracasos adoptivos, por lo menos con la necesidad de elaborar y apoyar, con psicoterapias, a familias en las que el sufrimiento está por delante del placer de poder crecer junto a un niño.

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COLECCIÓN ACEBo 1. El fracaso en la adopción. Prevención y reparación. Jolanda Galli y Francesco Viero.

3. Hombres maltratadores. Tratamiento psicológico de agresores. Andrés Quinteros Turinetto y Pablo Carbajosa Vicente. 4. La adopción: demasiados prejuicios y escasa conciencia. Marinella Ferranti. 5. Reproducción asistida, Aspectos psicológicos de la esterilidad, la parentalidad y la filiación. Manuela Cecotti. 6. El milagro de la cigüeña probeta. Reflexiones clínicas: de la reproducción asistida a la adopción. Jolanda Galli y Alessandra Moro. 7. El camino a casa: Los derechos del niño en la adopción internacional. María Elena García (coord.). COLECCIÓN SAÚCo – Historias de vida

1. Retrato en blanco y negro. Manual de supervivencia para padres adoptivos solteros, divagaciones sobre la adopción, los prejuicios y la sexualidad. Angelo B. Pereira.

Existen pocas publicaciones centradas en la relación de ayuda como un método para trabajar con personas los problemas relacionales que nos encontramos en la vida. Las reflexiones, del autor y de otros profesionales, que este libro recoge, aportarán a los lectores algo más que teoría: aportarán experiencia práctica y personal. Intervención en primera persona está dividido en dos partes. La primera, La relación de ayuda, analiza los postulados de los dos máximos exponentes de la corriente humanista: Carl Rogers y Robert Carkhuff. El primero denominó su propuesta “intervención centrada en la persona”, mientras que el segundo utilizó el término “relación de ayuda” y “counselling”. En la segunda parte, Reflexiones en la intervención, el autor se cuestiona acerca de lo que nos pasa a los profesionales cuando trabajamos con personas, lo que les pasa a los usuarios cuando inician un proceso de cambio y, por último, lo que sucede en el encuentro entre ambos, es decir en la relación. Un libro dirigido a todas aquellas personas que trabajan con personas, un marco muy amplio donde hay lugar para multitud de propuestas, modelos y corrientes. En él, los profesionales encontrarán claves para reflexionar sobre su quehacer diario, y a los estudiantes (Trabajo social, Educación social, Integración social, Terapia ocupacional, Psicología...) el modelo aquí propuesto les será muy útil para iniciarse en el camino de la intervención con personas.

2. Vivir sin barreras. La historia de Luigi “Pucho” Maccione contada por su familia y amigos. Mary Cruz Rodríguez Maccione.

P.V.P.: 20,95 €

FRANCISCO CALABOZO CASADO

editorial@grupo5.net http://editorial.grupo5.net

INTERVENCIÓN EN PRIMERA PERSONA

2. La entrevista psicosocial. Proceso y procedimientos. David Mustieles Muñoz.

ACEBo COLECCIÓN

INTERVENCIÓN EN PRIMERA PERSONA LA RELACIÓN DE AYUDA - REFLEXIONES EN LA INTERVENCIÓN

FRANCISCO CALABOZO CASADO

FRANCISCO CALABOZO CASADO (Madrid, 1976) es psicólogo clínico, Master de Psicología Clínica y de la Salud, psicólogo interno residente en la Unidad de Psicología Clínica y de la Salud de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y psicoterapeuta humanista rogeriano. A lo largo de su trayectoria profesional ha trabajado como psicólogo clínico atendiendo a personas normalizadas con problemas de salud mental y a personas sin hogar en el acompañamiento en su proceso de cambio, y ha supervisado técnicamente equipos profesionales en el desempeño de sus funciones. En la actualidad es coordinador en el SAMUR Social. Ha sido coautor de varios libros: Trabajo de Calle: un despacho sin puertas, Construyendo Relaciones, Un acuerdo con luces y Cuadernos de Salud Mental, editados por Fundación RAIS.

“Los lectores del presente libro, escrito sin pedanterías de erudito, con el estilo sencillo, directo y ameno propio de quien busca enraizarse en la vida misma más que en las ideas recibidas acerca de ésta, disfrutarán y sacarán provecho de su lectura.” Antonio Guijarro Psicologo clínico. Instructor de la Effectiveness Training Association para el desarrollo de las relaciones humanas.



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