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Cambié y el mundo cambió

Consolar Consolar no es lo mismo no es lo mismo que mimar que mimar

Distinguidos lectores del Boletín:

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En el artículo anterior, de la serie: “La fuerza educativa de la presencia” se expuso la importancia de que el infante se sienta visto y reconocido. En esta ocasión se centra la atención, del amable lector, en la necesidad de que el educando se sienta consolado.

El consuelo surge de la compañía. Y la compañía surge de la presencia. Así es como estamos presentes para consolar.

Los conceptos aquí emitidos tienen como soporte el libro “El poder de la presencia” de Daniel J. Siegel y Tina Payne. Ellos sostienen que la experiencia interpersonal de tener a alguien que presencie su angustia y, posteriormente, recibir consuelo y conexión, crea una sensación de confianza que abre una vía a muchos mecanismos internos que alivian el dolor, reducen la angustia y crean resiliencia. El “inter-consuelo” es la puerta hacia el consuelo personal interno. Es decir, si he sido consolado, aprenderé a consolarme a mí mismo.

La experiencia repetida del consuelo interactivo puede traducirse en el niño, en la capacidad interiorizada de consolarse a sí mismo cuando lo necesita. Cuando descubra, por medio de la experiencia, que alguien estará presente para él una y otra vez, cuando experimente dolor, descubrirá cómo estar presente para su yo interior, desarrollando la capacidad de consolarse autónomamente y de regular sus propias emociones.

Cuando un niño aprende a ayudarse autónomamente a calmarse en pleno brote e ira, frustración, decepción o ansiedad, es prueba del crecimiento y el desarrollo de la corteza prefrontal, como el cerebro superior.

Consolar a un infante lo ayuda a desarrollar el cerebro superior y promueve las funciones más evolucionadas de este, las ejecutivas: toma de decisiones y planificación sensata, regulación de las emociones y del cuerpo, flexibilidad y adaptabilidad, empatía, comprensión de sí mismo y moralidad.

Se puede obtener el “inter-consuelo” de muchos modos: saliendo de casa y respirando aire fresco, escalando montañas, acariciando al perro, nadando.

El consuelo interior tiene una anatomía fácilmente verificable en los progenitores cuando estos están presentes y actúan a favor de los hijos. Este se forja de la siguiente manera: el cerebro superior del progenitor percibe la angustia del niño; el progenitor trata de acompañarlo por medio del consuelo interpersonal; el niño pasa a estar regulado; se estimula el crecimiento del cerebro superior del niño, lo que trae como consecuencia el desarrolla de la capacidad de consuelo interior en el niño.

Los resultados a largo plazo se comprobarán en forma de mejores relaciones, una comprensión de sí mismos más clara, éxito y una felicidad general más amplia. Y a corto plazo se cosechará una relación paterno-filial más armoniosa, ya que ellos estarán más capacitados para tomar decisiones, controlar sus actos, pensar en los demás, comprenderse a sí mismos y comportarse de forma moral y ética.

Para medir la intensidad de las emociones hablaremos de zona verde, roja y azul. La zona verde indica la conservación del dominio de sí mismo, sintiéndose seguro y bajo control. Se mantiene el equilibrio incluso cuando las cosas se complican. La zona roja nos alerta cuando las cosas se complican demasiado, debido a la ira, al miedo o a cualquier otra emoción incómoda que cree la clase de caos interior que los lleva a perder el control, razón por la cual el sistema nervioso se dispara. La zona azul, nos indica cuando el sistema nervioso se viene abajo. Cuando los niños abandonan la zona verde, perdiendo el control y entrando en el rojo del caos o en el azul del aislamiento, están desregulados. Es decir, “pierden los estribos”, porque la corteza prefrontal, dígase el cerebro superior, se

desconecta de las partes inferiores reactivas del cerebro que se apropian de nuestro yo reflexivo y regulado.

Cuando los niños “pierden los estribos”, necesitan que alguien, en concreto, intervenga y co-regule a fin de que ellos puedan volver a la armonía de la integración y recuperar el control de sus emociones, sus cuerpos y sus decisiones.

El consejo, clásico y antiguo que los padres suelen oír, es que hay que hacer caso omiso de las pataletas de los niños. Se nos dice que no prestemos la menor atención; de lo contrario, el niño puede usar ese comportamiento como herramienta para conseguir lo que desee cada vez que te opongas a algo. Una pataleta es un estado de descontrol del niño. Este descontrol puede ser una llamada de atención que dice no puedo más y no solo no quiero. Si no puede reconquistar el control, ha de ser ayudado a recuperarlo. Hay que sacarlo de la zona roja y azul para que regrese a la zona verde; de ese modo, en el futuro, ellos mismos harán el proceso solos y se convertirán en personas resilientes.

En estos procesos hay que ayudar a mantener el límite, pero hay que hacerlo a la vez que se ofrece apoyo y consuelo, por las emociones y reacciones resultantes. ¡Ceder o no hacer caso al niño y a sus sentimientos, no son nuestras únicas opciones! Podemos conectar primero y redirigir después. Cuando un niño llora colérico, totalmente descontrolado, no es el momento más oportuno para decirle que hay que respetar la propiedad de otra persona o que debe pedir disculpas a quien ofendió. En ese estado reactivo, ni siquiera será capaz de escuchar o procesar esa información ni sentir empatía por nadie. Ya llegará el momento de redirigir, pero antes hay que conectar.

El consuelo ayuda a calmarse, o sea, a conectar. Luego, cuando haya llegado a la zona verde, podrá redirigir el comportamiento y hablar de hacer las paces con la persona ofendida, lo que permitirá trabajar con él de una manera más eficaz. Un modo para ayudar a entrar a la zona verde y conectar es diciendo: “estás enojado y triste porque no te dejo salir a la calle con la bicicleta. Sí, ya lo sé. Pero es peligroso, y yo no quiero que te pase nada. Estoy aquí por si me necesitas mientras estés disgustado”. Para ayudar a conectar hay que cumplir con el proceso lógico de estos tres pasos: percibir, dar sentido y responder. Ejemplo: “Eso duele de verdad o Estoy aquí. Estoy aquí”. Es decir, validar, asegurar identificar y expresar empatía son formas poderosas de utilizar las palabras para consolar a un niño. Todo esto se puede hacer también con el lenguaje no verbal:(poner la mano en el hombro, tomar de la mano, dar un beso.

Cuando un niño tiene una necesidad emocional y un cuidador le ofrece una respuesta, en sintonía y afectuosa en el momento oportuno, se dice que la respuesta de

este es contingente. Lo que se explica de la siguiente manera: el cuidador observa el estado interno del niño y sintoniza con él, da sentido a esa experiencia interior de la mejor manera posible y, luego, ofrece una respuesta en consonancia. Esta es la tríada de la conexión. Siempre hay que validar el Consolando a los hijos y educandos, desarromomento, los sentimientos y dar una respuesta al niño. Por ejemplo: “Veo que te preocupa no tener tiempo sullamos su capacidad de ficiente para concluir el dibujo para tu consolarse a sí mismos madre. Después del recreo hablare mos de eso y te dejaré acabar”. cuando lo necesiten y Consolar no es lo mismo que minosotros no estemos; es decir, hacerlos indepenmar. Consolar no es dar a los niños todo lo que quieren ni excluye el poner límites claros y firmes en lo que se dientes emocionales, refiere a ellos mismos y a los demás. entes de cambio. Un mundo sin normas ni límites es un mundo caótico, y da miedo. Los niños necesitan saber qué se espera de ellos. Necesitan saber lo que está bien y lo que no. Eso los ayuda a tener la sensación de que el mundo es previsible y seguro. Además, necesitan interiorizar y acostumbrarse a oír la palabra “no”. El mundo, desde luego, no va a decirles “sí” a todas horas. Fijar límites forma parte del afecto por nuestros hijos y educandos. Pero podemos hacerlo de un modo que transmita amor y aceptación, con respecto al niño no a la conducta. Es posible e importante mantener los límites, incluso, mientras se consuela al niño. Consolando a los hijos y educandos, desarrollamos su capacidad de consolarse a sí mismos cuando lo necesiten y nosotros no estemos; es decir, hacerlos independientes emocionales, entes de cambio. Se les hará más fácil también consolar a otros. Ayuda mucho en este proceso lo que se llama la “cueva tranquila”: Es un lugar en el que el niño o educando se retira cuando siente que las emociones intensas empiezan a adueñarse de él. Esta es una gran herramienta para volver a la zona verde. Hay que procurar que ese espacio (“cueva tranquila”) se asocie solo con cosas positivas. No servirá como lugar tranquilizador si mandas a tu hijo o al educando allí como castigo. El objetivo es ayudarlo a crear un espacio donde se sienta relajado y a gusto, al que sepa que puede ir cuando sienta que empieza a “perder los estribos”. El niño o educando puede elegir una canción o un juego o escribir para realizar en ese lugar. Otra propuesta puede ser, elaborar una lista de movimientos liberadores de energía: bailar, correr, jugar con una pelota, entre otras tantas. El movimiento corporal tiene un efecto directo en la actividad del cerebro. Esto ayudará a niños y educandos a liberar la ira, la rabia, la frustración, la tensión y otras emociones desagradables. Esta es una forma estupenda de educar el yo interior y la vida interior de los educandos.