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Centenario Beato Luis Variara

La vida en el mundo cabalga entre luces y sombras, entre contrastes de grandeza y sencillez. En Dios está lo grande y en Dios está lo pequeño. En Dios está lo extraordinario y en Dios está lo ordinario, lo sencillo.

Una frase de la Edad Media dice: “Mientras más lleno de Dios, más humilde. Y mientras más humilde, más se llena de Dios”. En el corazón de Dios está el magnate que escala los cielos en su jet privado, que rompe las olas de océanos inmensos con su yate millonario. Y en Dios está el sencillo labrador que recorre campos y praderas, en su caballo, su burro o su motor. En Dios están los sumos sacerdotes Anás y Caifás con su atuendo de gran fiesta y sus capuchas de grandes reyes, y en Dios está Jesús y sus apóstoles, que recorren largos caminos de Israel con zapatillas rotas y túnicas con mucho polvo. En Dios está el hijo del faraón o del emperador, que son presentados entre aplausos y gritos de júbilo, y en Dios está el niño Moisés llevado por la corriente del río Nilo en su pequeña canasta, y en Dios está sobre todo, el Niño Dios escondido en el pajar de un retablo de animales y adorado por un grupito de sencillos pastores. Todos somos hijos de Dios si cumplimos su santa voluntad. Para mí, yo prefiero el lado sencillo de Dios, el lado oculto de Dios, el lado de Dios donde no hay ruido. La historia de la Iglesia católica se goza en presentar a muchos sacerdotes que se han negado a recibir la investidura episcopal, pues han preferido vivir en el silencio de Dios y en el silencio de la gente sencilla.

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Cuando Jesús escogió un grupo de amigos, para recorrer con ellos, valles y montañas haciendo el bien y predicando la buena noticia del Reino de Dios, Él no fue a buscar a su gente a las universidades, ni a los grandes círculos sociales, ni entre los sacerdotes del templo de Jerusalén. Escogió pescadores, trabajadores ordinarios.

Hombres que supieran esconderse en el lado sencillo de Dios, y que gustaran de la vida sencilla. San Juan Bosco le dijo a su Dios: “Señor, dame almas, llévate lo demás”. Este padre de la juventud, san Juan Bosco, se sumergió en legiones de niños y de jóvenes muy necesitados, y fue tan feliz viviendo entre ellos, que convirtió su Oratorio en un rincón de cielo en la tierra.

Cuando san Francisco de Asís se acercó a Dios y a su Evangelio, se bajó de su caballo, se quitó la ropa de joven rico, se cubrió con ropa humilde, y se dedicó a rezar y a predicar. Francisco escogió el lado sencillo de Dios. Me encanta el lado sencillo de Dios, y el lado sencillo del mundo. Cuando mi vista tropieza con flores y manantiales, con cascadas que serenan el alma, con aves que cantan su felicidad, cuando siento la brisa fresca de la montaña, siento que estoy acompañando a Dios en su paso por el mundo y rezo con Él. Amo estar con los niños, porque ellos son educadores sencillos. Ellos proyectan páginas hermosas, donde está escrita la sencillez de la vida y donde mueren muchas preocupaciones que no tienen sentido.

Cuando la jovencita reina Isabel de Hungría, empezó a repartir su dinero entre los pobres, y vació su palacio regalando todas sus cosas al pueblo, y se vistió con el hábito de la tercera orden de san Francisco, Dios la amó y la hizo muy feliz en lo escondido de su misterio.

Los videos de reflexión cristiana, que subo a mi canal de Youtube cada semana o cada 15 días, son para unas cien personas que rezan y meditan conmigo. No es para multitudes de 10 mil o 20 mil personas que visitaran el canal. Amo este servicio, dirigido a un grupito de amigos en la fe, y es muy útil la red social de Youtube, pues debido a la viabilidad del internet, esos mensajes permanecen latentes en el aire, y podemos visitarlos y meditarlos de nuevo, cada vez que uno quiera. Me siento tan a gusto con 100 personas que me sigan, igual que si fueran 10 mil o 20 mil, pues amo la locura divina en la acción humilde, amo el lado sencillo de Dios.

Cuando la Virgen María recibió la gran noticia de que estaba llena de gracia, que el Espíritu Santo la haría su esposa y que sería la madre de Dios, ella, en su gran sencillez exclamó: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Los monjes y monjas de vida en clausura repiten una y otra vez: “Amo ser nadie, y ser tenido por nadie”. En su gran humildad, estos hombres y mujeres de Dios, son muy felices. Así como Dios esperó a Jesús al caer en la tumba para resucitarlo, Dios nos espera a nosotros al fondo de la humildad, para darnos la vida nueva, y así seguir al Cordero dondequiera que vaya.