Cuadernícolas Nº3

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Los Ilustrados

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Editorial

La culpa es de la vaca Nerön Navarrete

Hoy nos vamos a volver anecdóticos. Mateitoh y yo tomábamos cerveza en una licorera cerca al Parque del Periodista, movidos por la tonalidad de viernes que se pinta de sábado luego de las ocho de la noche. Minutos antes Diego, nuestro cómplice en la litografía, me había entregado un paquete con poco más de trescientos ejemplares de Cuadernícolas, listicos para empezar a rodar. Casi en la tercera “pola”, entre pasos breves hasta el baño y dos llamadas a celular, nos dimos cuenta que el paquete ya no estaba. Así es, lo pusimos en el muro, como caleta visible, a no más de un metro del triángulo de debate que conformamos con un teatrero local, y perdimos. Primero nos echamos la culpa mutuamente. Por suerte fue corto el episodio, porque lo siguiente fue pensar en los posibles cuatreros. Luego, ya entregados a la pena, nos tomamos la última cerveza de la velada, y al retornar al humor, decidimos que los verdaderos causantes de la desgracia éramos nosotros, no por el descuido sino por la idea de la revista como tal. Nos cae ese libro titulado La culpa es de la vaca, donde se recogen una serie de anécdotas sobre liderazgo y todas esas pendejadas para bovinos. Ocurrió como fenómeno más particular de la noche, que al concluir semejante escena de ascenso y caída, descubrimos que la dedicación a las letras deja un puñado de amigos más, y dos “polas” si mucho. Pero la culpa no es del reciclador que nos robó, o del casual espectador que se percata de los saqueos pero guarda silencio, o del sistema que ha derivado en la degradación circundante, o de esta inseguridad tan macabra, o de los policías que nunca están para las de cal pero sí para las de arena. No. La culpa es de los que nos envasamos en estas cosas carentes de una retribución real, fuera de la dicha inmensa de estar metidos en lo que se nos da la gana. Unas vacas, unas bestias totales y con culpa total por sus propias calamidades literarias. Causa risa, porque ahora nos sentimos un poco más cercanos a la realidad de contribuir al universo de las palabras, de los cuentos y de las mentirillas, de poetas que se roban sus propios libros y escritores mal pagos. Otra historia mareada en emociones, similar al cine que se rueda aquí, o al teatro, antologías y columnas, donde la representación de Colombia en lo cotidiano no deja de ser una especie de comedia absurda. Pero es digerible, y no queda pesadez alguna. Más esencial es seguir haciendo lo que se nos dé la regalada gana. Después de todo estamos dotados con cuatro estupendos estómagos y la paciencia para masticar los pecados con calma.

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Contenido

Un Texto

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Espejismo / Lourdes

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Carne Escolar

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Nélida

por Carlos Framb por Dulce María Loynaz por Mateitoh por Juanita Rayuela

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Juliana por Vichugo

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Ladrar y Maullar al Revés

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Desnudo Dibujo Libre por El Bailarín Sin Son

14

La extraña sensación de Víctor por Fortuito

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La Noticia por Mauricio Ospina

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Horizontes por Nerön Navarrete

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por Fer Carrillo

Cuadernícolas

Revista literaria bimestral revistacuadernicolas@gmail.com Director: Momo Suheskun momo.lamusa@gmail.com Editor: Nerön Navarrete neronnavarrete@gmail.com Diseño y Diagramación: Daniel Correa danielco.lamusa@gmail.com Mercadeo y Ventas: Jhon López 314 672 8561 jota.lamusa@gmail.com Colaboradores: Ana Castaño / Diego Hernández / Josema

Foto en portada: “Sofía” Momo Suheskun Caricatura: Sebastián Noreña Escritores: Carlos Framb / El Bailarín Sin Son / Fer Carrillo / Fortuito / Juanita Rayuela / Mateitoh / Mauricio Ospina / Nerön Navarrete / Vichugo Impresión: Editorial San Matías Línea única: 444 4913 e.sanmatias@gmail.com



Cuadernícolas

Un Texto Carlos Framb En enero de 1975, ingresé en el Instituto Técnico de Sonsón. Durante los dos primeros años del bachillerato me consumía un ardor de saber, un anhelo de pasar al curso siguiente para aprender las cosas que habían sucedido en el mundo. Pero a partir del tercer año me empezaron a aburrir las clases, y de las materias que se impartían me gustaba únicamente la geografía, una afición que me ha acompañado toda la vida. Con frecuencia, ante los atlas multicolores y los mapamundis, me he extasiado imaginando los confines de los pueblos más lejanos, las rutas de los navíos, los contornos de las costas, los puertos opulentos, inundados de sol y rebosantes de tentaciones, donde fondean las barcas que llegan con las mercancías de ultramar, y de donde volverán a zarpar cargadas de pistacho y semillas de amapola, rollos de muselina violeta, jengibre y bergamota. He buscado los nombres de las ciudades ilustres y bellas o polvorientas y abrasadas, ciudades con cabarets, bulevares y una vida bohemia de desenfrenada pasión, ciudades obsesivas y crueles o atildadas y elegantes, ciudades ligeras como cometas, taraceadas como alhajas, ciudades nervadura de hoja, ciudades línea de la mano, ciudades coronadas con bulbosas cúpulas de plata y alminares de mármol serpentino, ciudades cultivadas y sensibles, con cafés donde los jóvenes artistas conversan bajo lámparas doradas, ciudades que no pueden olvidarse y que uno quisiera estrechar contra su pecho, ciudades desgastadas por la arena y por los siglos, atemorizantes y atrayentes con su laberinto de oscuras callejuelas, ciudades abandonadas que sólo habitan los huesos de los muertos y unos viejos cipreses, fabulosas metrópolis futuras, todavía sin forma ni nombre ni lugar. Porque también es nuestro deber recordar la dulzura de esas letras que se van empolvando a ratos, Cuadernícolas decidió homenajear en sus páginas a los que nos llevaron hacia el abismo de la literatura. Para los que ya la conocen, un par de piezas espléndidas de su obra. Para los que no, les dejamos una pequeña ventana abierta al mundo de Dulce María Loynaz.

Espejismo

Lourdes

Tú eres un espejismo en mi vía. Tú eres una mentira de agua y sombra en el desierto. Te miran mis ojos y no creen en ti. No estás en mi horizonte, no brillas aunque brilles con una luz de agua... ¡No amarras aunque amarres la vida!... No llegas aunque llegues, no besas aunque beses... Reflejo, mentira de agua tus ojos. Ciudad de plata que me miente el prisma, tus ojos... El verde que no existe, la frescura de ninguna brisa, la palabra de fuego que nadie escribió sobre el muro... ¡Yo misma proyectada en la noche por mi ensueño, eso tú eres!... No brillas aunque brilles... No besa tu beso... ¡Quien te amó sólo amaba cenizas!...

Esta muchacha está pintada en un papel de arroz que es transparente a la luz; ella vuela en su papel al aire... Vuela con las hojas secas y con los suspiros perdidos. Es la muchacha de papel y fuga; es la leve, la ingrávida muchacha de papel iluminado, la de colores de agua... La que nadie se atrevería a besar por el miedo de borrarla...

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Cuadernícolas

Carne Escolar

Mateitoh

Mientras hace la fila con sus nuevos compañeros de salón recuerda trágicamente las imágenes de aquel documental que vio por la televisión algún día. Todos los niños lucen bastante tranquilos, conversando, jugando y jodiendo en el pasillo del colegio esperando su respectivo turno. Todos menos Agustín, quien en este momento está trayendo a su vívida memoria las imágenes de aquel desafortunado programa que vio recientemente. Fotografías en blanco y negro de gente extrañísima, unos indígenas de no sé donde cuyos rasgos bruscos y piel oscura impresionaron fuertemente al infante. Pero estos detalles no son los que le generan tanta ansiedad. En sus oídos todavía retumban la voz y palabras del narrador andaluz que acompañaba las imágenes, y la frase que hoy genera tragedia: estos pueblos les temían profundamente a los fotógrafos y a sus cámaras porque sentían que al tomarles fotografías sus almas y voluntades eran robadas. Agustín vivió tranquilo con este recuerdo hasta el presente día. Justo ahora se encuentra haciendo la fila obligatoria para que le saquen la foto del que será su carné el resto de año escolar; justo ahora se quiere morir recordando las fotos horribles de indios en blanco y negro y el narrador españolete que sentencia su destino. Los niños que salen de aquel cuarto, después de la fotografía, reflejan en sus rostros bastante tranquilidad y alegría, pero esto no sirve en absoluto para calmar a nuestro Agustín. Ahora sólo faltan un turno para que le toque a él y su corazón se va a estallar. Por fin llega su momento. Sale un compañero del cuarto y él entra temeroso; lo primero que ve es una mujer joven y bonita que lo saluda con una sonrisa; ella se acerca, se agacha mirándolo con unos ojos color miel claro y le arregla el cabello con sus dedos largos y suaves: -así te ves más lindo de lo que ya sos-. Le acaricia la mejilla con suavidad. En un rincón de la habitación permanece un señor alto y gordo, barbado, vestido con una sotana negra, siempre callado y mirando fijamente. -Bueno bonito, por favor te apoyas contra esa pared azul que yo voy a preparar la cámara para tomarte la foto-. El aparato es una caja oscura y mediana donde la mujer mete completamente su cabeza, suspendida en un trípode de madera y ubicada a dos o tres pasos del niño. Hay un orificio al frente, del tamaño de un ojo, y una gran tela en la parte de atrás con la que la muchacha se cubre. Asoma su cabeza desde el escondite: -Párate bien derechito para que salgas bien bonito-. El niño se apoya contra la pared. -Abre los brazos y piernas-, le dice ella. En ese instante el niño se percata de la presencia de unas correas de cuero café pegadas contra el muro. El gordo siempre mirando. -Quédate bien quietecito- le pide amablemente la muchacha linda al niño. El señor se acerca y toma su infantil mano izquierda; la amarra fuertemente con la correa que cuelga de la pared. Hace lo mismo con el otro brazo y ambos pies. Agustín no comprende y comienza a respirar cada vez más agitado. El hombre aprieta cada vez más fuerte cada una de las correas y por las mejillas del niño ya corren las primeras lágrimas.

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Cuadernícolas -Los hombrecitos no lloran- advierte ella escondida detrás de su aparato. -¡Tranquilo que no te va a pasar nada campeón!- . Pero las lágrimas de Agustín siguen fluyendo, la nariz se llena de mocos y sus sollozos se hacen incontenibles. El gordo termina de apretar, arrima su cara a la de él y se queda mirándolo de frente. Con sus dedos peludos le limpia las lágrimas y mocos. Luego los lambe y se acomoda atrás de la muchacha. Agustín sigue sin comprender. -Quédate bien quietecito muchachón que todo va a salir muy bien- dice una vez más la voz femenina y suave. Un líquido rosado y espeso fluye desde el orificio de la cámara, mientras, una especie de chillido de grillo comienza a sonar. Las lágrimas dejan de salir y Agustín contiene la respiración mientras mira fijamente el orifico goteante. Una pequeña figura, comienza a asomarse muy lenta y tímidamente desde el orificio goteante de la cámara. Se trata de un tentáculo de color negro, cubierto de líquido baboso, intensificándose el chillido a medida que sale de la cámara y se retuerce en el aire. Los sollozos del niño se convierten lentamente en llanto. El gordo mira fijamente y en silencio mientras el tentáculo sigue saliendo y moviéndose profusamente para todos los lados. Otros cuatro tentáculos salen detrás del primero, que ya no está tan inquieto, y lentamente se acercan al rostro del niño que no deja de mirar mientras llora desconsolado. Uno de ellos envuelve su cuello, se siente frío y gelatinoso, y comienza a apretar ahogando el llanto de Agustín mientras los restantes se ubican frente a él. En el extremo de cada uno se abren unas pequeñas bocas llenas de colmillitos amarillos y rodean lentamente la cabeza del niño. El chillido de grillo agonizante retumba intenso en sus oídos hasta que dos de los tentáculos se introducen en ellos. Cierra los ojos de dolor mientras siente y escucha cómo la criatura escarba dentro de sus conductos auditivos, llegando cada vez más profundo, cada vez con más dificultad para seguir entrando, devorando, destruyendo y haciendo estragos en su pequeña cabeza. El tentáculo del cuello aprieta más fuerte y hace que el niño abra la boca y los ojos. De un golpe, el tentáculo principal con sus dientecitos amarillos, se mete por la boca del niño y comienza a penetrar poco a poco por la garganta hasta impregnar con su presencia babosa y helada el vientre y tripas del infante. Lo palpa allí, desde adentro, moviéndose y revolcándose, llegando cada vez más profundo, masticando su cuerpo. Agustín, por fin y mucho después de lo que hubiera deseado, pierde el conocimiento... Despierta de un golpe. Está parado entre la cámara y la pared. -Quedaste como todo un campeón, vas a ver que en tu carné lucirás como el niño bueno que sos ahora- le dice la muchacha bonita mientras le acaricia la mejilla derecha y lo lleva hacia la salida. El tipo gordo permanece junto a la cámara mirándolo fijamente y rascándose la barriga, tal vez un poco más abajo. La joven fotógrafa despide al niño con un beso en la frente y llama al siguiente. Agustín va a la tienda del colegio y se compra un confite para quitarse un extraño sabor amargo que ha invadido su boca.

Contacto mateitoh@gmail.com elamoreslacausa.blogspot.com

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Cuadernícolas

Nélida Juanita Rayuela He estado pensando en Nélida. Intento recordarla. Su imagen se me atraviesa en el horizonte, pero no logro precisarla. Su figura se descubre en un vago recuerdo gris de calles grises: el cielo gris por encima de la ventana gris por la que miran sus ojos grises. La niña gris. No sé qué habrá sido de ella, la eterna vecina de la casa blanca, la de los ojos tristes, la sonrisa pequeña y los cordones gruesos. Nélida no habla, no murmura, ella es una fotografía en blanco y negro acomodada en la memoria. Una imagen inmutable que a veces me asalta el pensamiento cuando me pongo a recordar. Nélida es una escala de grises sentada en la ventana, una sombra parada en la acera... Una silueta corriendo bajo el sol. Nélida es de viento, de algodón, Nélida Nostalgia y de cartón. A los recuerdos de Nélida los embriaga el silencio. Sólo suena en la distancia mi voz gritando por entre las verjas ¡Nééééliiiiiidaaaaaaaaa!, como si me estuvieran apretando el estómago, ¡Néééliiiidaaaaaaaaaaaa! , y Nélida aparece en su ventana, sonríe y desaparece. Pasan unos instantes y pienso que sus padres no la dejaron salir. En el fondo el sonido del viento, tal vez el tic-tac de un reloj. La puerta se abre. Sus zapatos saltan como en una rayuela imaginaria, 1-2-3 y sus ojos miran calle arriba, 4-5-6 calle abajo, 7-8-9. No hay carros. Nélida corre. Nélida aparece en mi puerta. En mi vida. 10. Si alguien la conoce dígale que la recuerdo. Se llama Nélida y tiene los ojos grises. Vivió en la casita blanca, que aún está en pie al frente de la casa de mis tías, que sólo tiene una ventana. Se fue creyendo que yo iba a ser médica. Se fue olvidando sus zapatos rotos, su delantal a cuadros, el frío corredor de su casa. Yo le decía que cuando grande quería ser “doctora como mi papá” y jugábamos al médico y ella siempre era la paciente y yo le daba agua en gotitas para que se pusiera bien de sus males inventados. Si la ven díganle que ya soy grande, que ya amarro mis cordones y que no me gusta la guanábana. ¡Díganle que no soy doctora! que no soy lo que quise ser. Díganle que crecí, que ya soy otra, otra que no es lo que quiso, sino lo que quiere ser. Nélida gris, se van como vos. Los días grises, grises como vos…

Contacto juanitarayuela@hotmail.com 123rayuela456.blogspot.com

Por más que quiso no pudo gritar. El pintor había decidido dejar la boca para otro día.

Isabeldepapel

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Juliana Vichugo Las lentejuelas en el diminuto traje de baño plateado reflejaban destellos de las luces que golpeaban su cuerpo y resaltaban esa maravillosa figura; su cabello negro enmarañado ondeaba con cada uno de sus movimientos, en los ojos dejaba ver la tristeza que escondía con una sonrisa obligada para el baile, esa que se desgastaba cada noche. Sus manos asían los fríos tubos que sirven de soporte mientras movía su cadera de lado a lado ante la vista morbosa de ebrios viejos, hombres ávidos de placer carnal y compañeras esperando turno. La música estridente ocultaba sus lamentos, las miradas y gritos vulgares del público le hacían sentir asco de sí misma, de su trabajo, de su destino. La canción que eligió para su presentación terminó junto al baile en la plataforma del centro del ‘grill’, y antes de que empezara la siguiente bailarina, una voz salida de los altavoces dijo su nombre y la convidó hacia la puerta roja, única de ese color en el lugar, al lado de la barra. Después de haber hecho el negocio con el administrador, allí estaba yo esperándola, expectante por tenerla conmigo. Con un gesto de resignación, Juliana (así se hacía llamar), se acercó al grupo en fila preguntando por su próximo cliente. Por mi cabeza pasaron en un segundo imágenes de muchos hombres besándola y acariciándola, pero dije con voz tímida que seguía yo. Ella tomó mi mano y cruzamos juntos la puerta roja. Del otro lado nos esperaba una anciana para asignarnos la habitación y recordarnos que sólo contábamos con una hora. En el cuarto, Juliana descargó su bolso y abrió el cajón de la mesita de noche para sacar un preservativo. Se sentó en la cama y empezó a quitarse el cobertor que se había puesto al bajar de la plataforma de baile. Yo tomé un pequeño taburete que estaba en el rincón, encendí un cigarrillo para tratar de calmar las ansias y le pedí que no se quitara el cobertor, que dejara su cuerpo tapado y que guardara de nuevo el preservativo. Ella, con un poco de disgusto dijo que entendía lo primero, pero obviamente no haría nada sin protección. Me paré del taburete, arrojé el cigarrillo al suelo, y me senté a su lado en la cama. Mientras le tomaba la mano dije su nombre, y me miró con sorpresa. -¿Qué es lo que quiere?- preguntó. Le respondí con un gesto de cariño y un silencio que ni yo mismo entendí. Ella insistió y me recordó que sólo tenía una hora. -A ti-, le dije mientras agachaba la cabeza. -Es encantador el lunar que tienes en la base de tu cabellera, justo en tu cuello. El asombro fue inevitable, sus ojos me hicieron la pregunta que sus palabras no pudieron. -Sí-, continué. -Ese mismo lunar lo tengo yo-. Volteé mi cuerpo y se lo enseñé. -Es una herencia de mi madre. También lo tiene mi hermana Pilar, esa que a los 12 años se fue de casa con una pareja que le prometía una vida mejor. Juliana se paró con rapidez, su rostro estaba pálido y por sus mejillas bajaron lentamente un par de lágrimas. Se dejó caer al suelo y arrodillándose abrazó mis piernas y dijo mi nombre. Le pedí a Pilar que se vistiera y se marchara conmigo. Ella no lo dudó.

Contacto victorh183@hotmail.com www.yovichugo.tk

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Cuadernícolas Citando a Cocteau, sabemos que la poesía es imprescindible, lo que no sabemos es para qué. Sin embargo, al recibir este poema fue imposible no aspirar a una respuesta. Y se nos complica contener el flujo de dictámenes, debido a que fue escrito por Fer Carrillo, un niño de ocho años, quien vive con su madre en Cuernavaca, México. Pero mejor esperamos. Seguramente no será tiempo perdido.

Ladrar y Maullar al Revés Fer Carrillo

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Cuando desperté vi un gato que estaba vivo pero muerto de miedo porque lo asustó un perro Que maullaba

2

Ese perro es bonito bonito Y ese gato ladra como un perro guardián

3

Fui con mi perro y mi gato a pasear en mi auto amarillo Mi perro se llama gato y mi gato se llama perro porque ladra como perro guardián

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Cuadernícolas

Desnudo Dibujo Libre El Bailarín Sin Son Me gustaba acariciarla con mis ojos porque era algo cierto: la seguridad del gusto, la valiosa tranquilidad del placer. Estaba a mi lado con la mirada perdida como si vigilara lo poco pero suficiente que la neblina nos dejaba ver. Le corrí el pelo con mi dedo índice y lo acomodé sobre su oreja, aprovechando para ser caricia. El viento barnizaba su piel suave de perfecto color, pero ella no parecía darse cuenta; permanecía libre de todo, incluso de mí, que estando tan cerca, sólo podía satisfacerme con la lejanía de nuestros labios, separados por la estable voluntad que tejíamos con cada segundo de trato formal y decente. Volteó su cara y no me dijo nada… Más tarde, la cómoda revelación de su gusto por mi barriga fue una danzante ironía que me hizo sonreír. Recordé entonces una mañana en que me preparaba para salir a estudiar, específicamente el momento indeseado frente a mi closet desagradable que, estando lleno de ropa, yo estimé vacío. Evoqué la sensación de ahogo, de incredulidad, frente al mal panorama de atavíos ordenados por sus formas dentro de tal espacio. Durante aquel instante deseé comprar mucha ropa para ocultarme debajo de ella, para darle personalidad a mi nada, a mi mundo de obesidad y deshechos, para formar parte de algo, así ese algo fuera el mundo de los perdidos, de los confundidos, de los que consignan en la vanidad todo el valor de su seguridad. Desnudo frente a las prendas, el desasosiego se alimentó de la carencia imaginaria, de la impositiva impotencia que me hacía sentir amargo y feo, feo y risible, pasado de moda, trajinado, como un desvergonzado sujeto de mal gusto, buena persona pero de mal gusto. Escarbé entre la ropa planchada; toda camiseta se hizo trapo entre mis manos. Después, por encima de mis hombros, las tiraba para atrás y allí, amontonadas sobre la cama, gestaron un monstruo parco, burlón y soberbio, con olor a pijama olvidado, a desodorante viejo. El closet quedó vacío. Luego, me senté en el piso con mi gordura replegada sobre la toalla y me vi reflejado en el televisor apagado, en su cristal inocente que de manera oscura parecía advertirme que no fue hecho para ser mi espejo. Una vez alterado, toda cuestión era ponzoña y su efecto una insistente picazón que podría describir como pequeñas puntillas de pelo entre piel y músculo. Me dirigí al baño y mientras me rascaba y humedecía el torso sin la seguridad de un resultado, mi reflejo crepitó blanco, nítido y cristalino, en el vidrio empañado. Sin perderme de vista, cerré despacito la puerta y absorto por una inexplicable sensación de desconocimiento de mí mismo, me tapé la boca; fue cuando descubrí en mi rostro las cicatrices de la angustia, cuando me sentí marchito y lejano, numerario de la fila turnada de aquellos que resignadamente esperan su muerte. Tal mirada inundó todo mi cuerpo, trituró mi autoestima y descubrió a su paso el burdo brillo púbico que en su privacidad enrollaba el desorden de gruesa tez y grueso pelo. Supe que no era dueño de mi existencia y decidí regresar a la habitación, cerrar el closet y acostarme. Luego de ignorar el emergente capricho de masturbarme, me quedé dormido, desnudo, cobijado por el cálido equilibrio de la soledad sobre mi piel.

Contacto bulsubite@gmail.com elbailarinsinson.blogspot.com

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La extraña sensación de Víctor

Fortuito

Víctor, sentado en su silla, sintió una intensa presión sobre el brazo derecho seguido de un golpe en su cabeza; no era común un dolor de este tipo. Supuso que era por exceso de tiempo viendo televisión. Al instante, un pitido intenso retumbó en sus oídos; volteó para preguntarle a su esposa si también lo escuchaba, pero no la encontró. Repentinamente, percibió de nuevo la sensación en su brazo seguido del golpe; esta vez lo interrumpió una señora diciéndole que se había quedado dormido y que con su cabeza golpeaba la ventanilla del metro.

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La Noticia Mauricio Ospina CAPITULO UNO Cuentan que las ráfagas sonaron a carcajadas; la risa frenética de las balas crecía mientras se acercaban velozmente a él, y él también reía como siempre, se burlaba de aquel chiste. Lo más gracioso que vería en la vida -siempre lo supo- fue la muerte; murió de risa antes que lo perforaran las balas. El paisaje de su mirada cambió con el vértigo de la caída; todas las calles con sus gris pavimento bajaban a su vista mientras la curvatura del firmamento aparecía desde arriba de sus ojos. Los rayos del sol escaparon entre las nubes por un espacio momentáneo, entibiando la mañana de una ciudad por siempre fría, tan fría como el corazón de una nación sin nervios. El sol brilló de una manera nueva en cada ángulo, en cada grado del derrumbamiento, hasta que se quedo allí con sus huesos y su sangre y sus dientes. La vida se desenfocó. Los rayos atravesaron el grueso lente de sus gafas recetadas, el brillo intenso quemó sus retinas, la luz penetró cada vez más hasta encandilarlo con la oscuridad del más allá. CAPITULO DOS En la noche un hombre sale de una cafetería con el paso suave de sus tenis nuevos, va a subir a una camioneta oscura y se detiene con la puerta abierta, observa el viejo tv del lugar donde pasan las noticias de las siete, piensa: “¡Marica! debimos pedir más por ese trabajito”. El presentador del noticiero mira a la cámara de la manera que él cree se puede mirar a los ojos a un país completo... Y mañana más noticias, país de mierda.

Contacto guma327@gmail.com

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Horizontes Nerön Navarrete Aún en ese pueblo soy un monaguillo. Las noches al lado de la carretera deben seguir repletas de imágenes fantasmagóricas que se escapan con los rayos de la luna abrazando el campo. La montaña escarpada posiblemente tenga el mismo trazo de las hojas, de las casuchas y establos atrapados en el tiempo, apáticos a las décadas. Casi diez años han pasado desde el lejano día en que fui enviado para ser ayudante una semana santa. El olor del incienso era tan diferente, como el sabor de las cosas, como el mismo frío que se introducía por cada centímetro de piel buscando la sangre. Nunca pude volver a aquel pequeño pueblo. No recuerdo con exactitud qué tan grande era la iglesia, pero debe permanecer intacta, con el mismo color a viejo que se insinúa en las fachadas, en los rostros, en los carros y en los animales. Color a envejecido por la excesiva tranquilidad. Debe ser igual el sendero pedregoso y el sonido perpetuo del agua cayendo sin prisa sobre las rocas de la cañada. Y yo esperando en el atrio a que la semana santa se quede con mi niñez, que me deje por siempre en un pueblito desvanecido y empiece a borrar el retorno. Siguen llegando desde las veredas los hombres cargando cantinas de leche, cilantro, hierbas aromáticas, apareciendo tras la neblina espesa del amanecer, persiguiendo los rayos de sol que comienzan a atravesar la capa densa y gris para calentar el cemento agrietado de la vía principal. Puedo ver la silueta de la cordillera, el valle dividido por un río de aguas que se advierten quietas desde el risco donde se levanta el caserío. Aún soy un monaguillo, un pequeño acólito de 16 años en Horizontes, enviado allí por orden del cura que dirige el seminario. No recuerdo la carretera, no recuerdo qué camino lleva hasta la estrecha calle que sólo se vuelve visible al vencer el secreto que guardan las montañas. No sé cómo regresar, y el pequeño monaguillo se quedó atrapado en el pueblo con los campesinos que todo atesoran en el filo de su memoria. Está esperando, y su rostro calmado también tomará el color de la paciencia. Horizontes, quién diría que perderte sería trabajo del tiempo y la distancia…

Contacto neronnavarrete@gmail.com lastablasdelacama.blogspot.com

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