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La paradoja del despertar | Equipo SACO

LA PARADOJA DEL DESPERTAR

| Equipo SACO

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Las crisis abren la tremenda oportunidad de analizar con otras miradas el futuro, en la esperanza de no cometer los mismos errores. Paradojas que no habíamos visualizado quedan en evidencia cuando esa normalidad de la que muchos se empeñan en hablar, como si se tratase de un oasis (o espejismo) al que debemos llegar para salvar nuestras vidas, se desdibuja.

Desde octubre del 2019, el estallido social nos ha hecho reflexionar respecto a la sociedad en todos sus aspectos: nuestras propias vidas e intimidad, las relaciones humanas, la política, los sistemas de trabajo, la economía. En el caso específico de SACO, volver a pensar el arte como parte del tejido de nuestros territorios. A eso se suma el tremendo impacto de la epidemia de COVID-19, que ha traspasado todas las fronteras físicas, mentales y espirituales para obligarnos a reflexionar sobre qué queremos para nuestras vidas y sociedades.

Cómo cambió el arte con el estallido, las formas de decir y de representar; cómo ciertas acciones artísticas se acercaron a las multitudes; o cómo grupos de vecinos, de manifestantes se vieron interpelados por formas artísticas y las hicieron suyas. No es algo nuevo: los “pingüinos” ya habían bailado maratones del Thriller afuera de La Moneda. Y mucho antes, las familiares de detenidos desaparecidos iniciaron la cueca sola vestidas en blanco y negro, con las fotos de sus seres perdidos adherida al pecho. Las performances en las manifestaciones del último año se han vuelto habituales y, de alguna forma, nos hemos acostumbrado al arte fuera de los museos y galerías, en los muros, plazas y calles. Un arte que se desmarcó del establishment para comenzar a viralizarse y hacerse masivo, despertando incluso interés de la academia y los medios de comunicación.

Y entonces llegó el apocalipsis y nos mandó a todos para la casa. Parecía coludido con los de siempre, por su violento y aplastador modus operandi. Satisfacer solo las necesidades básicas se convirtió en el sello de responsabilidad y madurez. Dejamos de juntarnos; ni hablar de saludar con un beso. Los paseos se convirtieron en clandestinos. Dejamos de vivir para sobrevivir. Museos, galerías, cines y teatros apagaron las luces y cerraron las puertas. Desde sus casas, los encargados de mediación trataban de convencernos de que la realidad virtual lo puede todo. Pero la verdad es que ya estamos cansados y dormidos frente a las redes. Solo el contacto directo, sin review y sin pausa, solo risas sin mute y arte sin likes pueden hacernos despertar.