Boletín Salesiano 150

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PRESENTACION

Misioneros sorprendentes T

enía razón el refrán: Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece. Es casi un lugar común criticar a los jóvenes de nuestro tiempo por su apatía, su carencia de idealismo, su horizonte miope. Nos chocan tanto las conductas “locas” de algunos de ellos que tendemos a generalizar. Pero no resulta tan fácil descubrir la legión de jóvenes capaces de entrega, fascinados por un ideal, que vuelven operativa su fe. Esos jóvenes son más discretos, y su estilo de vida y acción no es espectacular. Lo impresionante es que los hay en cantidad inimaginable. Con el afán de poner de relieve a estos jóvenes enamorados de una vida sana y capaces de darse sin

medida, el Boletín Salesiano se propone en este número hacerlos hablar. Se ha escogido un muestrario al azar y un tiempo de acción específico: la Semana santa pasada. Algunos hablan en primera persona. Otras se hacen eco de su grupo misionero. Todos cuentan con entusiasmo y a veces con sabrosa ingenuidad su experiencia como misioneros en ese tiempo fuerte de vida cristiana. Sacrificaron sus vacaciones, fueron a donde los enviaron, normalmente a lugares difíciles, se prepararon con seriedad, trabajaron hasta el cansancio. Ninguno regresó defraudado. Todos quieren continuar con la experiencia el próximo año.

Hay de todo. Desde salesianos jóvenes hasta laicos con trayectoria espiritual y novatos temerosos. El temor se disipó al primer contacto con la gente. Es hermoso comprobar el común denominador salesiano de todas las narraciones: la dedicación especial a los niños y a los jóvenes del lugar. Juan Pablo II y el Rector Mayor nos hablan de la necesidad de retar a los jóvenes y proponerles metas altas. Estos relatos recogidos como muestra de una realidad mucho mayor dan a entender que es cierto: los jóvenes son susceptibles de mirar alto. Heriberto Herrera

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EDUCAR COMO DON BOSCO Prohibido mortificar a las personas.

Los Mandamientos en familia (II) BRUNO FERRERO

A pesar de lo que parece indicar su nombre, los Diez Mandamientos no son más que pistas firmes para orientar la vida y la relación con los demás. Quien los interpretara y viviera literalmente, correría el riesgo de perder lo más rico de sus contenidos y enseñanzas. Jesús mismo enseñó que todos los mandamientos se reducen a una cuestión de amor a Dios y de amor al prójimo. Como la familia es el lugar donde nace y crece nuestra experiencia del amor, cada mandamiento puede ser aplicado, razonablemente, a la vida familiar.

EL QUINTO MANDAMIENTO. El quinto mandamiento prescribe “no matar”. Alguien podría preguntarse: ¿qué necesidad tenía Dios de proclamar desde el monte Sinaí como ley religiosa algo que ya estaba contenido en las leyes civiles del pueblo hebreo? Es que el significado del quinto mandamiento va mucho más allá de su aplicación literaria y legal. Exige no destruir el espíritu divino que está presente en cada ser humano. Precisamente hoy, mientras en muchos balcones aparece la bandera de la paz, el mundo está extrañamente lleno de “asesinos del espíritu”. El quinto mandamiento prohíbe “mortificar” a las personas, es decir, invita a ser cautos en las críticas, a no causar heridas gratuitas, a evitar las indiscreciones, a contener las rabias... y las personas rabiosas. En la familia, significa también valorar a los demás, atenderlos, prestarles atención, escucharlos. Muchas veces, la mujer

o los hijos se sienten como los muebles viejos de la casa, ignorados y por tanto, sin valor. No hay que limitarse a cumplir con lo formal; hay que estar, acompañar, estimular, levantar, animar, protegerse siempre recíprocamente.

EL SEXTO MANDAMIENTO. El sexto mandamiento, “no cometer actos impuros”, se ha convertido inmerecidamente en el más famoso y citado de todos los mandamientos. Sin embargo, es una sencilla invitación a respetar el misterio y la belleza de la sexualidad, que es la “base” humana y espiritual de la familia. Especialmente hoy, los más jóvenes tienen necesidad de comprender el verdadero sentido y la preciosidad de la sexualidad de sus padres, y los padres tienen el difícil y apasionante deber de dosificar bien expresividad y pudor, de manifestar adecuadamente su intimidad, sus afectos y sus palabras y de cultiBS Don Bosco en Centroamérica

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donde viven extraños, desconfiados y “cerrados” en su privacidad.

EL NOVENO Y EL DECIMO MANDAMIENTOS.

var con equilibrio las manifestaciones de su atracción recíproca.. Aunque sea arduo, hay que ayudar a los hijos a comprender que la infidelidad sexual no es “algo natural”. El medio más eficaz para enfrentar las tentaciones y poder superarlas es vivir intensamente el amor familiar.

EL SEPTIMO MANDAMIENTO. El séptimo mandamiento, “no robar”, pide reconocer la realidad humana de las otras personas y los derechos derivados del hecho de ser nuestros semejantes. Lo primero que no hay que robar es la dignidad del otro. Respetar a alguien significa tratarlo siempre con sinceridad y honestidad. Y evitar, por tanto, la tendencia a “usufructuar” o “explotar” al prójimo. La prohibición de robar enseña que todas nuestras relaciones implican dar y recibir. Si tenemos algo, debemos dar a cambio otro tanto; de lo contrario, estamos robando. Si amamos la vida, tenemos que estar abiertos a recibir y a entregar amor: saludar a las personas con una sonrisa, aunque no nos sean conocidas. No se puede robar la alegría a las personas, ni su buen nombre, ni su tiempo. Por eso, hay que respetar las

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cosas de todos, enseñar a los niños el valor de la ayuda familiar y del servicio y a intercambiar afectos, a no aprovechar jamás de la buena fe o de la ingenuidad de los otros.

EL OCTAVO MANDAMIENTO. El mandamiento de “no pronunciar falsos testimonios ni mentir” invita a las personas a conquistar la confianza de los otros con coherencia y sinceridad. Pone en guardia, también, contra la tentación de dañar la reputación de otros o la propia. Dios dice que no basta con ser excelentes personas: es necesario mostrarse como tales. Invita a trabajar sobre el propio carácter y hacer que esté de acuerdo con la propia reputación. Siendo confiables y leales con los otros, se protegerá el buen nombre y se dará pruebas de coherencia y credibilidad. Es importante que las familias mantengan siempre las promesas, no exageren sobre sí mismas, sean honestas en la expresión de sus propias emociones, demuestren que tienen valores morales o espirituales y nunca pidan a los demás que renuncien a los suyos. Las semillas del amor no tienen espacio para germinar en un terreno donde la confianza no existe. Y ésta es una generación sin confianza,

El noveno y el décimo mandamientos prohíben codiciar los bienes ajenos. Son la antítesis de la cultura actual que invita continuamente a tener y poseer, especialmente a través de los mensajes publicitarios. Los mandamientos no son una colección de proclamas legales. Tienen un significado universal y eterno: quieren indicarnos el camino de la sabiduría y de la sensatez. “¿Quién es el hombre rico?” -se pregunta un famoso precepto rabínico- El que posee mucho dinero”, se contesta. Pero, en realidad, la respuesta verdadera debería ser: “El que se contenta con lo que tiene”. El que desea mucho más de lo que posee es, en realidad, un pobre. Nada le alcanza jamás, se preocupa por buscar y tener siempre más y mejor. No encuentra satisfacción interior, y sin satisfacción interior, no puede vivir con alegría. Los últimos dos mandamientos son como la avidez y la competitividad. El ansioso cree que el mundo es una torta pequeña, y que todo lo que los otros tienen, lo priva a él de su porción y de sus derechos. Ve la vida como una competencia donde lo más importante es acumular, acumular, acumular. Quien cree en Dios estará satisfecho de saber que todo lo que tiene es un don y una bendición de El, hará todos los esfuerzos para que ese don crezca y se desarrolle y no estará escudriñando continuamente el enrejado del vecino para ver lo que no tiene o lo que se está perdiendo. Creer en Dios es imaginarse a uno mismo como una vela. Una vela puede encender otras mil sin que su luz pierda intensidad. Estamos hechos para hacer felices a los demás y no para alejar de ellos su felicidad.


EXPERIENCIAS MISIONERAS JUVENILES

Anuncio de la Palabra

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limentarnos de la Palabra para ser «servidores de la Palabra» en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio. Ha pasado ya, incluso en los Países de antigua evangelización, la situación de una «sociedad cristiana», la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la «llamada» a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento

apremiante de Pablo, que exclamaba: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Co 9,16). Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos «especialistas», sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo. Es necesario un nuevo impulso apostólico que sea vivido, como compromiso cotidiano de las comunidades y de los grupos cristianos. Sin embargo, esto debe hacerse respetando debidamente el camino siempre distinto de cada persona y atendiendo a las diversas culturas en las que ha de llegar el mensaje cristiano, de tal manera que no se nieguen los valores peculiares de cada pueblo, sino que sean purificados y llevados a su plenitud.

La propuesta de Cristo se ha de hacer a todos con confianza. Se ha de dirigir a los adultos, a las familias, a los jóvenes, a los niños, sin esconder nunca las exigencias más radicales del mensaje evangélico, atendiendo a las exigencias de cada uno, por lo que se refiere a la sensibilidad y al lenguaje, según el ejemplo de Pablo cuando decía: «Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos» (1 Co 9,22). Al recomendar todo esto, pienso en particular en la pastoral juvenil. Precisamente por lo que se refiere a los jóvenes, como antes he recordado, el Jubileo nos ha ofrecido un testimonio consolador de generosa disponibilidad. Hemos de saber valorizar aquella respuesta alentadora, empleando aquel entusiasmo como un nuevo talento (cf. Mt 25,15) que Dios ha puesto en nuestras manos para que los hagamos fructificar. Juan Pablo II, en Novo Millenio Inneunte BS Don Bosco en Centroamérica

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TEMA DEL MES

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os jóvenes educados por Don Bosco, al hacerse buenos, se hacían santamente agresivos, celosos, o sea, misioneros entre sus compañeros. Don Bosco los animaba a: • trabajar en favor de los compañeros en la vida cotidiana, a través del ejemplo, la ayuda amigable para superar las dificultades, el apoyo del ambiente educativo; • abrirse a las grandes perspectivas apostólicas de la Iglesia y a las necesidades de la sociedad (las misiones, la paz, la solidaridad, la construcción de una nueva civilización del amor), traduciéndolas en acciones inmediatas en la situación y en el ambiente donde se vive y se actúa; • promover grupos, asociaciones y movimientos en los que sean protagonistas de una fe comprometida y atenta a la promoción humana y a la transformación del ambiente; • profundizar las propias motivaciones y concretarlas en un proyecto evangélico de vida y en una opción vocacional.

E

l Concilio Vaticano II ha puesto de relieve el carácter misionero de todo el Pueblo de Dios, concretamente el apostolado de los laicos, subrayando la contribución específica que éstos están llamados a dar en la actividad misionera. La necesidad de que todos los fieles compartan tal responsabilidad no es sólo cuestión de eficacia apostólica, sino de un deber-derecho basado en la dignidad bautismal, por la cual los fieles laicos participan, según el modo que les es propio, en el triple oficio —sacerdotal, profético y real— de Jesucristo.

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Los laicos, por consiguiente, tienen la obligación general, y gozan del derecho, tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo; obligación que les apremia todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo. Juan Pablo II, Redemptoris Missio

Éste es el camino que han recorrido Domingo Savio, Laura Vicuña y muchos otros jóvenes santos de nuestra Familia. Los invito a seguir sus huellas, a hacer propio el programa de vida cristiana ofrecido por Don Bosco y vivido por ellos. ¡Ánimo, pues! Camina juntos a ustedes una gran multitud de compañeros y compañeras, y de modo especial María Auxiliadora, nuestra Madre y Maestra; confíenle a Ella todos los días este compromiso para hacer de su vida lo que Dios sueña para ustedes. P. Pascual Chávez Rector Mayor


EXPERIENCIAS MISIONERAS JUVENILES

Veintidós jóvenes en El Petén Modesto Vásquez Salesiano, 27 años

En Semana Santa 22 jóvenes tuvimos la oportunidad de compartir una experiencia de misión en el Vicariato Apostólico de Petén, Guatemala.

Llamada y comprometida a ofrecer mi tiempo Zuleyma E. Rivas Mendoza 20 años, estudiante de Ingeniería Industrial

Desde que tenía 14 años sentí el deseo de vivir una misión pascual. El 2003 fui invitada por un amigo a unirme a un equipo misionero, con el cual realicé mi primera experiencia misionera para semana santa en la parroquia San Juan Bautista de Chalatenango (El Salvador).

Por dos meses, en tardes de domingo, estuvimos formándonos con temas que nos ayudarían a prestar un servicio misionero responsable. Estuvimos presentes en 14 aldeas de las parroquias Santa Elena, El Remate y Santa Ana. Las experiencias fueron diversas, pero el punto de convergencia fue el anuncio del misterio de la salvación, el cual fue acogido con alegría y sencillez. Todos concordamos en que el contacto con la realidad, el ser protagonistas de la Buena Nueva, y la experiencia de fe sencilla y profunda se pueden presentar como síntesis de esta vivencia.

A pesar del cansancio, renuncias e incomodidades, este tipo de iniciativas, sigue siendo para los jóvenes muy válida, ya que llevan a un compromiso serio y responsable en la construcción del Reino.

Este año retorné al mismo lugar, un pueblito llamado El Jícaro, con un equipo de cinco personas, cuatro laicos y el P. Lidier Martínez, salesiano. Colaboramos en varias actividades: celebración de la Palabra, retiros espirituales para niños y jóvenes, visitas a enfermos, momentos de oración para adultos y especialmente la celebración del triduo pascual. Estuvimos activos desde el lunes santo hasta domingo de resurrección. Estas experiencias me han ayudado a encontrar a Jesús en las personas mas sencillas. Ahora comprendo mejor lo que Jesús decía: No he venido por los sanos, sino por los enfermos.

exigía un trato diferente. Me identifiqué mucho con un grupo de niñas (Sonia, Lupita y Shana) con las que jugábamos, cantábamos, hacíamos caminatas... y hasta me enseñaron a bajar mangos.

Me identifiqué más con los niños y las niñas porque ya tenía experiencia con preadolescentes en el grupo EPRE. Pero su situación peculiar

Ahora me siento llamada y comprometida a ofrecer mi tiempo en las fiestas de pascua en donde me necesiten.

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TEMA DEL MES

“Ay de mí si no evangelizo” Kathleen Flores, cooperadora salesiana y Alejandro Pineda, aspirante a cooperador salesiano Inspirados en este grito de san Pablo, cuarenta y seis misioneros del Movimiento Juvenil Salesiano y de los Cooperadores Salesianos fuimos a animar por cinco días las celebraciones de Semana Santa en seis comunidades rurales: San Jacinto, Loma Larga, Las Pavas, Cirilo, Camalote y El Rosario Opoteca, en Comayagua (Honduras). Ayudamos también a fortalecer los grupos juveniles e infantiles en cada comunidad. Pudimos desarrollar talleres de manualidades y de salud.

Aprendimos también al conocer el trabajo de los celebradores de la Palabra. Para comprender las miserias de los que sufren, los marginados, los necesitados, es necesario tener hambre con ellos, compartir sus alegrías y tristezas. Recibimos más de lo que dimos. Salimos del cascarón y nos enfrentamos a la realidad del país, vivimos con el pueblo sus necesidades. Ellos, nuestros “destinatarios”, se convirtieron en nuestra familia. Este ejercicio de Misión es un ejercicio de vida, que nos hace crecer, cultiva nuestra fe y nos hace cosechar amor, recibido en cada abrazo, mirada y sonrisa de agradecimiento, que nos dice: “Gracias por traernos a Jesús”.

La intensa experiencia comunitaria vivida fortaleció al grupo misionero. Pudimos compartir responsabilidades y vida común, además de la oración de grupo y las celebraciones con la comunidad. Creció nuestra disponibilidad para servir al que más lo necesita. Pudimos descubrir el rostro de Jesús en nuestros hermanos.

Evangelio con almuerzos y cafecitos Francisco Javier Rodríguez 23 años, Salesiano Cinco novicios salesianos, residentes en Cartago (Costa Ri-ca), más su asistente, también salesiano, fueron de dos en dos a animar pastoralmente tres pequeñas poblaciones de San Pablo de León Cortez. A pesar de trabajar en lugares distintos, sus experiencias se asemejan en mucho. Las tres parejas sirvieron en pequeñas comunidades rurales. La explicable aprensión por ir a un mundo desconocido quedó pronto disipada por la buena acogida que recibieron. Animaron las celebraciones de la sema-

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na santa. Dedicaron particular atención a los niños y a los jóvenes. Visitaron familias y enfermos. Les sorprendió encontrar en esos pueblos una raigambre apretada de parentescos entre los habitantes de una misma población. Estos misioneros novatos pudieron experimentar el gusto por la evangelización casa por casa. La gente se mostró sensible al mensaje, demostrándolo con almuerzos y cafecitos. Los evangelizadores quedaron también evangelizados. En-

contraron más de un ejemplo de auténtica santidad familiar y de fortaleza cristiana para sobrellevar situaciones críticas De regreso, los curtidos evangelizadores no dudan en calificar como de oro su experiencia misionera.


EXPERIENCIAS MISIONERAS JUVENILES

Una experiencia que llena el corazón Osman Ramos Guzmán Asistente de Pastoral Juvenil Centro Juvenil Don Bosco, Managua

Durante un mes se prepararon cincuenta jóvenes para la misión de semana santa. Ellos provenían de los ambientes de salesianos y salesianas.

Quería vivir una semana diferente

A las cinco de la mañana emprendieron viaje hacia Nandaime, Rivas, Camoapa y Boaco, poblaciones de Nicaragua, donde quedarían distribuidos en pequeños grupos. En cada población los jóvenes misioneros fueron recibidos con cariño y atenciones, con lo se les demostraba lo mucho que los esperaban.

La parte medular de la misión fue la animación de las celebraciones del triduo pascual. Hubo también encuentros con niños, jóvenes y adultos. Los jóvenes misioneros regresaron satisfechos y con deseos de repetir la experiencia.

misión salesiana en Raxruhá, Guatemala.

Emilio Alejandro Mendoza 18 años, estudiante universitario

Quería vivir una semana diferente, al servicio de los más pobres y en una realidad totalmente diferente a la que estaba acostumbrado. Mis naturales temores ante la novedad se disiparon gracias a la ayuda de mi amigo Gerardo Guzmán, quien me invitó

De mis 18 años de vida, tengo 13 años de haber compartido mi educación al estilo de los salesianos, ya que estuve en el Colegio Salesiano Don Bosco desde 1° grado hasta terminar mis estudios de bachillerato (año 2003). Ahora estudio en la Universidad Don Bosco.

En Raxruhá nos pusimos al servicio de la Comunidad de las Hijas del Divino Salvador. Colaboramos en los preparativos y en el desarrollo de una Semana Santa muy diferente para mí. Participamos en procesiones, en la animación de cantos y colaboramos en la ambientación de la iglesia para la Hora Santa.

En Semana Santa comprendí el significado de ser un salesiano de corazón. Esto lo descubrí mediante una experiencia que cambió mi vida: el haber colaborado en la

Lo más importante fue el haber realizado un retiro para jóvenes. Era mi primera experiencia como animador. Me descubrí como instrumento en los planes de Dios.

La experiencia misionera vivida en Raxruhá me ha llevado a integrarme en el equipo de pastoral del Colegio Don Bosco. Ahora colaboro en retiros para jóvenes. Mi vida está adquiriendo un nuevo sentido. BS Don Bosco en Centroamérica

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TEMA DEL MES

Misión para los jóvenes Edward De la O Castellón, salesiano, 30 años, médico

Fuimos cuatro los seminaristas salesianos enviados en misión de Semana Santa a Santo Domingo de Suchitepéquez (Guatemala): José Manuel España, Marvin Mena, José Díaz y yo. José debió regresar por motivos de enfermedad. Partimos el sábado por la tarde. Era mi cumpleaños. El párroco de Santo Domingo, P. Hugo Reyes, con espíritu y práctica salesianos, nos recibió y

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nos presentó ante sus fieles como seminaristas salesianos. Nuestra misión consistiría en animar a las comunidades y aldeas, incluyendo de manera especial a los jóvenes. También compartimos nuestra experiencia vocacional con unos jóvenes que aspiran a entrar al seminario diocesano. El domingo de Ramos recorrimos cuatro aldeas celebrando en cada una la solemnidad. Tuvimos la oportunidad de participar en la misa crismal en Mazatenango, compartimos el almuerzo con el obispo y su clero, nos encontramos con otros seminaristas en misión. Animamos retiros de comunidades, de acólitos, del grupo juvenil,

preparamos con los jóvenes el monumento del jueves santo, jugamos en el patio con los niños y los jóvenes, vimos la película La Pasión, cargamos en las procesiones. No podía faltar un paseo al río con caminata salpicada de cantos y juegos. Los dotados para el canto y la música también ensayaron y enseñaron nuevos cantos al coro parroquial. Yo, con menos dotes musicales, me reuní con los agentes de pastoral de enfermos y me llevé la sorpresa de que la mayoría eran jóvenes; también visité enfermos, muchos de los cuales eran jóvenes. Al regresar, mi última despedida fue para mi amigo, que vivía solo con su abuela y había sido abandonado por su padres desde temprana edad.


EXPERIENCIAS MISIONERAS JUVENILES

Al principio sentía nostalgia Salvador Sandoval Estudiante universitario

Tengo siete años de vivir la semana santa en campo de misión. He aprendido lo que significa hospitalidad, pues la gente me ha tratado como un invitado de lujo. En estos campos de misión he aprendido a valorar lo que tengo y a conformarme por lo que no tengo. He aprendido a comer de todo, desde pescado envuelto en huevo, que tanto detesto, hasta fresco de carao. Este año debí comer pescado todos los días. He debido adaptarme a su vida difícil, sabiendo que la gente con frecuencia no tienen qué comer.

Un don que compromete Claudia Ángel Abogada, cooperadora salesiana

El poder contemplar la sencillez de la gente de las aldeas, el compartir la riqueza de su cultura, su apertura, amabilidad y especialmente, su increíble generosidad y alegría, son parte de los tesoros que Dios me permitió apreciar durante la experiencia misionera de semana santa en Tierra Linda, aldea lejana en Chisec, Alta Verapaz (Guatemala). Pude comprobar que, en la medida que nos esforzamos en dar, aunque sea un poquito, por la construcción del Reino, salimos ganando. Allá Dios se me hizo más cercano. Percibí su presencia cuando ponía palabras en mi boca o en las impresionantes montañas verdes que nos rodeaban o en las sencillas perso-

Las celebraciones han sido lo más importante. El primer año no me sentía seguro y dudaba de mi preparación para dar a conocer la Palabra de Dios. Pero experimenté que era un instrumento de Jesús y que el fervor de la gente me animaba. Las comunidades en que he convivido se han caracterizado por su completa entrega a las celebraciones, su unidad y amabilidad servicial. Al principio sentía nostalgia por dejar mi familia y aventurarme a un lugar donde no conocía a nadie. El hecho de ir a misión en equipo ayuda a profundizar la relación interpersonal y a descubrir amistades duraderas. nas con quienes tuve la suerte de convivir. El encuentro con ese mundo tan nuevo para mi compañera Ann Karen y para mí nos llevó a cuestionarnos seriamente sobre el aprecio por nuestras raíces y sobre la capacidad de compartir espiritual y materialmente, que allí palpamos. Desde su impresionante pobreza, la gente nos dio sus mejores alimentos. Se abrían a nosotros contándonos sus problemas y sueños. La escasez de agua en el lugar nos hizo apreciar este valioso elemento. Nos impresionó el amor que tienen a la Eucaristía, ya que deben caminar largas horas para celebrarla en contadas ocasiones.

Como aspectos pintorescos, recuerdo haber tenido que dormir con mis compañeros junto a murciélagos muertos, haber participado en vía crucis de 33 estaciones por aquello de la edad de Cristo, los apuros de mis compañeras de misión al no haber ni letrina ni baño, o la cena en un velorio con nueve tamales por plato.

Nos encantó su simplicidad de vida, en contraste violento con nuestro estilo estresado y nuestro afán consumístico. Esta semana santa fue un regalo de Dios para nosotras. Quedamos invitadas a madurar nuestro encuentro con Cristo, sobre todo en la eucaristía, en el encuentro con las personas sencillas y en la vida cotidiana. Haber colaborado con los ministros de la comunión, los miembros del coro, del grupo juvenil y con toda la comunidad fue una fuerte experiencia de iglesia. Lo mejor resultaron los encuentros con los niños y los adolescentes. Al final, no importó ni el cansancio ni el extremado calor ni el sacrificio de las vacaciones, porque vivimos un pedacito de cielo. BS Don Bosco en Centroamérica

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TEMA DEL MES

Me recibieron con los brazos abiertos Juan Bautista Simón Cúmez seminarista salesiano

Llegué a Ciudad Flores, en el vasto y caluroso Petén, al amanecer del Domingo de Ramos, después de viajar toda la noche. Casi de inmediato fui enviado por el párroco de la Iglesia de Melchor de Mencos, con el joven Marlon Isaías Chinchilla, a una aldea de su territorio. La misión consistió en la celebración y vivencia de la Semana Santa con la comunidad de “Los Encuentros”. Ese primer día iniciamos con la procesión de Ramos y celebración de la Palabra. Además de las celebraciones litúrgicas, organizamos diversas actividades como convivencias y paseos con niños y jóvenes, momentos de reflexión y oración con adultos, visi-

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tas a las familias, dispersas éstas en un radio de tres kilómetros desde la iglesia. En “Los Encuentros” se unen dos ríos. Este caserío está a unos cuarenta kilómetros de su cabecera, Melchor de Mencos. Lo habitan dieciséis familias, que se caracterizan por su amabilidad, sencillez, solidaridad, fe y amor a Dios. Su interés por conocer más a Dios es palpable y se hace particularmente visible en su participación en las celebraciones litúrgicas. Los jóvenes, en particular, participan con mucha espontaneidad en las celebraciones. Fue llamativo el vía crucis del viernes santo, dramatizado por primera vez en la localidad. Hay también un compromiso por la unidad y animación del grupo juvenil, que está creciendo y fortalecién-

dose con la ayuda de los adultos, quienes son conscientes de la importancia de tenerlos unidos y cercanos a Dios La gente del lugar me recibió con los brazos abiertos, no como a un extraño sino como un enviado del Señor. Me propuse estar con la gente, darme a ellos y enseñarles, cuanto sabía y podía y compartir todo lo que estaba en mis manos, por ejemplo la música, el dinamismo y la alegría. Tanto ellos como nosotros hemos quedado satisfechos por esta bendición del Señor, Aprendí mucho de ellos: ser agradecido con el Señor por los bienes que recibimos diariamente y compartirlos con los demás, su práctica del rosario en familia, su solidaridad con los demás y la lucha por mantener unida a la comunidad.


EXPERIENCIAS MISIONERAS JUVENILES

Regresé con las manos llenas Rocío Guadalupe Mena Navidad. 25 años, estudiante de Comunicación Social. Aspirante a Cooperadora Salesiana

Llevo 6 años yendo a misionar a la zona de Chalatenango (El Salvador). Los primeros cuatro años fui con el grupo juvenil Iglesia Joven del Instituto Técnico Ricaldone y los últimos dos años con la Asociación de Cooperadores Salesianos. Cada año ha sido una experiencia diferente por los lugares que he visitado y por las personas que he conocido

Por diversas tareas de la universidad, este año tuve que ir de misión hasta el Jueves Santo justo para iniciar el Triduo Pascual. Mi grupo estaba formado por Reinaldo Reyes, Carla Martínez y yo. Nos asignaron el cantón Hornitos, en Citalá. Media hora después de haber llegado, estábamos celebrando la institución de la eucaristía. La celebración del Viernes Santo por la noche quedó sellada

con un solemne aguacero que nos empapó a Carla y a mí, camino de la casa donde nos hospedábamos. El sábado organizamos una fiesta para los niños. Con los jóvenes tuvimos un momento de reflexión. Con los adultos celebramos la vigilia pascual. El domingo regresamos a San Salvador con las manos llenas de experiencias y satisfacciones vividas en Hornitos.

De dos en dos los mandó Raymond Martínez 25 años, salesiano coadjutor

En Semana Santa los seis salesianos coadjutores de CRESCO colaboramos en la diócesis de Zacatecoluca (El Salvador) con la animación pastoral de algunas comunidades de la parroquia de San Francisco Chinamequita.

Esta experiencia de animación pastoral de comunidades rurales ha sido novedosa para algunos de nosotros. Nos ayudó a conocer más de cerca la realidad de este país. Calor, sed, cansancio no faltaron. Pero todo esfuerzo fue poco comparado con la extraordinaria experiencia de amistad, fe, inocencia, transparencia, lealtad a Dios y su Iglesia, fidelidad a la palabra de Dios que en cada comunidad nos mostraron sus habitantes. Cada nombre, rostro, amistad, el compartir los frijolitos, las tortillas con sabor a leña y a hogar cristiano, el convivir por una semana con la gente son experiencias difíciles de olvidar.

El hecho de ser coadjutores salesianos resultó algo novedoso para las comunidades. La gente se asombraba de que hombres no sacerdotes vivieran una vida consagrada en comunidad.

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TEMA DEL MES

Mi vida nunca será igual Miriam Elizabeth Cruz H. Aspirante a Cooperadora Salesiana

Fue mi primera vez. La mejor Semana Santa que he vivido en toda mi vida. Todo comenzó con la invitación que me llegó para ir a misionar. Siempre había tenido esa inquietud, sentía el deseo. Gracias a Dios, todo resultó bien Al principio sentía temor de no saber qué hacer. El temor desapareció al estar en el lugar de misión. Comencé a llenarme del Espíritu Santo. El viernes santo me sentía

totalmente dispuesta a llevar la palabra de Dios a los pobladores del Cantón El Viñedo en Olocuilta, La Paz (El Salvador). Ser ministra de la eucaristía fue la experiencia más divina que he podido vivir hasta hoy. La adoración de la cruz junto a la eucaristía fueron las actividades de mayor protagonismo en que pude vivir de cerca la presencia del Espíritu Santo. Hoy puedo decir con gran gozo: mi vida nunca más será igual. Sólo espero que llegue pronto la próxima Semana Santa para ir de nuevo a

misionar a donde el Señor me llame a servir.

Diez meses con los salesianos Raúl Humberto Velis Chávez

Me gradué de bachiller en el Colegio Salesiano San José de Santa Ana, El Salvador, en el 2002. A seis meses de haber iniciado mi vida colegial me sentí fuertemente atraído hacia la vida religiosa salesiana. Asistí a convivencias vocacionales mensuales que me llevaron a una opción por la vocación salesiana. Al terminar mi bachillerato, la comunidad salesiana me envió a una experiencia de voluntariado juvenil misionero a Costa Rica. A finales de enero del 2003 me encontraba en el Colegio Técnico Don Bosco, de San José (Costa Rica). Otros dos jóvenes, uno salvadoreño y el otro costarricense, fueron mis compañeros de experiencia.

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Nos destinaron a la obra salesiana en Alajuelita (CEDES Don Bosco). Allí desempeñé servicios de sacristán, ayudante de profesor, profesor de religión, profesor de educación física, ayudante de pastoral, ayudante en el comedor etc. Me enriqueció la asistencia salesiana con los niños y niñas de la escuela y los muchachos y muchachas, tanto del colegio como del programa de nuevas oportunidades estudiantiles. Aunque difícil al principio, aprendí a conocer a niños y jóvenes en sus necesidades, inquietudes y dudas. La acogida por parte de la gente tica y la belleza del país ayudó a que mi experiencia fuera inolvidable. El espíritu de compañe-

rismo y de familia que vivimos con todo el personal del colegio influyó fuertemente en mí. El haber vivido en una comunidad religiosa, una vez roto el hielo, me hizo sentirme un hermano más, a pesar de las notables diferencias de edades. Con los salesianos pude trabajar hombro a hombre y compartir con ellos momentos muy alegres en la mesa. La vida de fe en comunidad es algo que no tiene precio. Si pudiera dar la mitad de mi vida por poder repetir esa experiencia, lo haría con todo gusto y sin pensarlo dos veces.


EXPERIENCIAS MISIONERAS JUVENILES

Bienaventuranzas misioneras Felices los que misionan, porque misionando conocemos y hacemos conocer a Jesús, porque les espera el Reino de los Cielos, porque con su corazón humilde llevan a Dios a los que no lo conocen, porque conocen la alegría que hay que dar, porque con amor buscan nuevos amigos y amigas, descubriendo a Jesús en cada uno de ellos y ellas. Dan lo recibido, sin esperar nada a cambio. Siguen el camino de Jesús, porque Él estará con ellos. Creen sin haber visto y oran con fidelidad. Buscan paz y tranquilidad, porque recibirán el Reino de Dios para siempre. Son elegidos por el Señor para transmitir la Palabra de Dios. Tienen hambre porque van a ser saciados Y los que no tienen techo porque en el Cielo tendrán su hogar. Poseen un corazón lleno de amor para dar a los demás. Hacen brillar la luz de Jesús. Son mensajeros de Dios y de la esperanza. Saben compartir, Porque, cuando ellos necesiten a Jesús, Él los asistirá. No juzgan, no critican y sólo aman.

Estas bienaventuranzas las crearon los participantes en el Encuentro de Infancia y Adolescencia Misionera de Río Cuarto (Argentina) el 17 de noviembre de 2002.

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El Espíritu Santo y la santa comunión Primero les tuvo que arder el corazón.

deseaban ser sanados; pero, en aquella oportunidad, sólo la mujer de las hemorragias quedó sanada. Los demás apretujaron al Señor, pero no se dejaron tocar por Jesús. Es posible que nosotros recibamos el Cuerpo de Cristo, pero que por falta de fe no seamos tocado por el Señor. Antes de que los discípulos de Emaús descubrieran a Jesús resucitado, cuando les partió el pan, primero les tuvo que “arder el corazón”, es decir, el Espíritu Santo tuvo que llenarlos de fe. Lo mismo debe sucedernos a nosotros. No hay verdadera comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor, si el Espíritu Santo antes no nos hace “arder el corazón”, si no nos llena de la fe necesaria para poder ser tocados por Jesús. Sin la intervención del Espíritu Santo no puede haber ni “consagración” ni “comunión”.

Aplastar la serpiente Jesús dijo: “El que come mi Cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Jn 6.54). La “vida eterna”, en el evangelio de san Juan, significa “la vida de Dios”, la vida “en el Espíritu Santo”. La vida eterna para nosotros no comienza al morir, sino ahora, cuando nos dejamos tocar por Jesús y somos conducidos por su Espíritu Santo.

HUGO ESTRADA

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odo el rito de la Eucaristía está orientado a la Comunión, el momento de mayor intimidad con Jesús, al recibir su Cuerpo y su Sangre. El Evangelio recuerda el caso de una mujer que sufría de hemorragias; había gastado su dinero en médicos sin ningún resultado. Al fin

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decidió que se acercaría a Jesús para tocar por lo menos su manto. Aquella mujer quedó sanada instantáneamente (Mc 5,27). En la comunión, nosotros no vamos a tocar un pedazo de trapo, el manto de Jesús; vamos a tocar su Cuerpo mismo. Lo importante del caso es que “nos dejemos tocar” por Jesús. Alrededor del Señor había muchos que

La Virgen María fue llenada del Espíritu Santo; por eso está simbolizada en la mujer vestida de sol que puede poner su pie sobre la cabeza de la serpiente, imagen del diablo (Apoc 1). La Virgen María pisotea la serpiente, no por su propio poder, sino por el poder de Jesús que nos llena del Espíritu Santo. Razón tenía Santo Tomás de Aquino al afirmar que, cuando comulgamos, “somos leones que soplan fuego”. El diablo es presentado por San Pedro


MEDITACIÓN Al Espíritu Santo lo llamamos el Dador de vida. como “un león rugiente que anda rondando viendo a quien devorar” (1 Ped 5,8); pero cuando nosotros comulgamos somos leones que soplamos el fuego del Espíritu Santo, que vence el poder del león rugiente. Cuando los primeros discípulos regresaron de su misión evangelizadora, le dijeron a Jesús: “Hasta los demonios nos obedecen en tu nombre” (Lc 10,17). El Señor les dijo que no debían extrañarse de eso, pues él les había dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones (Lc 10,19) Por medio de la santa Comunión, quedamos llenos de Jesús, de su Espíritu Santo y quedamos habilitados para ponerle el pie a la serpiente antigua, al diablo, que busca apartarnos de Dios.

La nueva Arca de la Alianza La Virgen María, al engendrar en su seno a Jesús, se convirtió en el Arca de la Nueva Alianza. El Arca de la Alianza, en el Antiguo Testamento, guardaba los símbolos más sagrados del pueblo judío: Las Tablas de la Ley, un poco de maná, la vara de Aarón. La Virgen María no contuvo, simplemente, un símbolo, sino la misma divinidad: Jesús, que era Dios y hombre. Al recibir la santa Comunión, no recibimos un símbolo de Jesús: recibimos la divinidad, a Jesús mismo. Nos convertimos también en Arca santa. Llevamos dentro de nosotros, no los mandamientos de Dios en tablas, sino los mandamientos grabados en el corazón por el Espíritu Santo. Por medio del profeta Ezequiel, Dios nos reveló que el Espíritu Santo graba los mandamientos de la Ley de

Dios dentro de nuestro corazón para que los cumplamos, no por obligación, sino por amor. También llevamos dentro de nosotros el maná del nuevo Testamento: la Santa Comunión. Jesús mismo dijo que era el Pan bajado del cielo (Jn 6,51) Además, dentro de nosotros, llevamos la vara de Aarón, que fue el jefe de los sacerdotes. La señal de Dios para nosotros, cuando recibimos la santa comunión, son los dones del Espíritu Santo, que se acrecientan y renuevan en nosotros, al recibir a Jesús en la Hostia consagrada. Todo esto no es una bonita teoría, sino una realidad que debemos descubrir y vivir cada vez que comulgamos.

Vayan en paz Los discípulos de Emaús descubrieron a Jesús resucitado cuando el Señor les partió el pan. Inmediatamente Jesús desapareció. En ese momento los discípulos de Emaús sintieron la urgencia de ir a llevar la buena noticia a sus compañeros. Al

concluir la misa, se nos dice: “vayan en paz”. Se nos envía a compartir con los demás la paz que el Dios nos ha regalado. Se nos envía a dar testimonio de que Jesús resucitado “nos ha partido el pan”. Después de la resurrección, los discípulos sentían la urgencia de ir a evangelizar. El Señor les advirtió que no se movieran de Jerusalén hasta que no recibieran el poder de lo alto, el poder del Espíritu Santo. En la Misa, el Señor, antes de decirnos: “Vayan”, como a los discípulos de Emaús, primero nos parte el Pan, nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre. Luego, cuando ya estamos llenos de su Espíritu, entonces, nos envía a llevar a todas partes su Evangelio. Pero no vamos solos; Jesús nos envía con el poder del Espíritu Santo a llevar la Palabra, a sanar enfermos, a expulsar espíritus malos. Todo esto es lo que hace el Espíritu Santo en nosotros durante la Eucaristía. Por eso al Espíritu Santo lo llamamos “El Dador de vida” y “El Alma de la Iglesia”. BS Don Bosco en Centroamérica

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PERFILES SANTIDAD SALESIANA

Margarita Occhiena Madre de Don Bosco y de la Familia Salesiana

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mable y hermosa, joven e ingeniosa, Margarita Occhiena había sido solicitada como esposa por varios jóvenes, en aquellos tiempos en los que se acostumbraba casarse siendo jovencísimos. Pero sólo después de cumplir los veintitrés, en 1812, dio su conformidad a Francisco Bosco, campesino que prestaba sus servicios en casa de un vecino acomodado. Había quedado viudo con un hijo, Antonio, y se le había muerto la primera hija, Teresa. Entró en una casa que ya había sido visitada por el dolor y donde su primer trabajo fue abrazar y consolar a un huérfano. Aquel huérfano le causaría muchas amarguras y disgustos. Será una pesada cruz con la que cargar, y sin embargo sabrá educarlo con firmeza y amor, hasta hacer de él un hombre honrado.

“El Señor bendijo la unión de Francisco y Margarita –escribe Lemoyne- y los alegró con el nacimiento de dos hijos. Al primogénito, nacido en 1813, le pusieron el nombre de José, y al segundo, nacido el 16 de agosto de 1815, lo llamaron Juan”. “Tenía solamente cuatro años – contará Don Bosco-. Un día al regresar del campo con mi hermano José, estábamos los dos muertos de sed, pues el verano era muy caluroso. La madre sacó agua y la ofreció en primer lugar a José. Yo, creyendo ver en aquel gesto una preferencia, hice como que no la quería. La madre, sin decir palabra, se llevó el agua. Yo permanecí un momento de aquel modo, y luego tímidamente dije: - Mamá, ¿no me da agua también a mí? - Creí que no tenías sed. - Mamá, perdón. -Así está bien. Fue por el agua y sonriendo me la dio” En aquel tiempo Margarita había sido ya golpeada por una tremenda desgracia: la muerte de su marido Francisco, abatido por la pulmonía en mayo de

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1817. Había aceptado la voluntad de Dios, pero desde ese momento su vida se llenó de muchas y pesadas cargas que sobrellevar: gobernar la casa, llevar adelante los campos, cavar la viña. Pero no se olvidó de ser, ante todo, la madre de sus niños. Lo revela la última palabra de la pequeña narración salida de la boca de Don Bosco: sonriendo. Una madre siempre tensa por la fatiga, las responsabilidades, habría hecho de sus hijos unos ansiosos. Margarita, sonriendo, les enseñó a dar gracias, a cumplir sus deberes. Y los deberes eran duros para todos, en aquellos tiempos: tiempos de carestías, de pestes, de verdadera hambre, tiempos en los que era necesario hacer a pie 19 kilómetros para ir a la escuela, y los niños de ocho años tenían que trabajar para ganarse el pan. Margarita, sin embargo, nunca consideró como tiempo perdido el que se quitaba del trabajo para entregarlo a Dios. Ya que el párroco vivía lejos, ella misma enseñó el catecismo a Juan, y lo preparó para la primera comunión. Y con los hechos le enseñó a encontrar al Señor en los enfermos, en los pobres. Margarita era una mujer de gran fe. Dios estaba en la cima de todos sus pensamientos, y por tanto también lo estaba siempre en sus labios. Dios te ve: era la gran palabra con la que les recordaba a sus hijos que siempre se encontraban bajo la mirada del Dios grande que un día los habría de juzgar. Si les permitía ir a entretenerse por los prados vecinos, les decía: “Acuérdense de que Dios los ve”. Si alguna vez los veía pensativos y temía que en su ánimo ocultasen pequeños rencores, les susurraba al oído: “Acuérdate de que Dios te ve y ve también tus pensamientos”. En las hermosas noches estrelladas, salían fuera de casa, señalaba el cielo y les decía: “Dios es quien ha creado el mundo y ha colocado allí arriba las estrellas. Si el firmamento es tan hermoso, ¿cómo será el Paraíso?”.


TEMAPERFILES SOCIAL

Ética de la solidaridad CARDENAL OSCAR RODRÍGUEZ La solidaridad es una de las categorías ético-teológicas básicas de la vida humana, y más concretamente de la vida social. Es un componente ético imprescindible en la configuración del auténtico modelo de sociedad participativa con equidad. Por otra parte, la solidaridad va indisolublemente vinculada a los valores fundamentales de la justicia, de la libertad, de la igualdad y de la participación, matizándolos y orientándolos por los derroteros de una ética solidaria. La solidaridad es un valor y una actitud omnipresentes en toda la vida moral, y más especialmente en la moral social tan necesaria en nuestro mundo. Por razón de su etimología latina y por razón de su uso inicial, la palabra «solidaridad» tuvo una connotación jurídica: servía para referirse al tipo de obligaciones contraídas «in solidum».

En la actualidad, el término «solidaridad» ha superado las barreras jurídicas y penetra amplios campos de la realidad humana. Es una expresión detonante que expresa, de modo lingüístico, la condición «sólida» de la realidad humana: los seres humanos formamos una realidad compacta, un bloque, y nos regimos por la ley de la empatía y de la cooperación (frente a la degradación del egoísmo). La solidaridad expresa la condición ética de la vida humana. La «regla de oro»de la Caridad, que constituye la norma moral básica, no es más que el desarrollo de la solidaridad: «Lo que quieras que hagan por ti, hazlo también por los demás». El fundamento de la solidaridad consiste en la realidad de la empatía ética: saber, sentir y asumir la condición humana como un todo en el que se solidariza cada uno de los seres humanos. Pero, si la empatía es la base de la

solidaridad, su cúspide es el compartir. La solidaridad se realiza haciendo que todos los seres humanos participen del conjunto de los bienes disponibles. Estos han de ser divididos, repartidos y distribuidos sin excluir a nadie del reparto, sin acaparar unos a costa de la privación de otros, y sin introducir en la distribución medidas discriminatorias. El compartir humano supone que los bienes son escasos frente a las necesidades que hay que satisfacer. La forma justa de compartir los bienes escasos se rige por la ley de la solidaridad: los bienes son «de» todos y «para» todos. A su vez, la solidaridad culmina en el justo compartir humano. Desde la conciencia de la empatía hasta la praxis del compartir despliega su amplio significado la categoría ética de la solidaridad. La ética social puede ser entendida como el desarrollo normativo de la solidaridad humana. BS Don Bosco en Centroamérica

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CONOCIENDO A DON BOSCO

Don Bosco encuentra a Miguel Rua Traducción: Héctor Hernández 1845. Todos los sábados Don Bosco se traslada a los institutos de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. En el año 1830 se le había confiado a esta Congregación religiosa las escuelas de la Pía Obra de la Mendicidad Instruida y las Escuelas del Municipio de Turín. En esas escuelas Don Bosco había iniciado el ministerio sacerdotal que continuará hasta el año 1851. Allí, todos los sábados se entretenía con los muchachos por más de una hora, dándoles una conferencia sobre argumentos religiosos.

Objetivo bien claro Atendiendo a lo que cuenta uno de estos muchachos, Don Bosco había centrado el objetivo: “Me acuerdo de que, cuando Don Bosco llegaba a celebrarnos la Santa Misa y, no raras veces, a predicar los domingos, apenas entraba a la capilla, parecía que una corriente eléctrica movía a todo aquel grupo de muchachos – recuerda Miguel Rua -. Se ponían de pie, salían de sus puestos, se agrupaban alrededor de él y no quedaban contentos hasta que no le besaran la mano. Necesitaba buen tiempo para llegar a la sacristía. Aunque venían otros sacerdotes piadosos y competentes, no se veía cosa semejante. Cuando en las tardes de confesiones se avisaba que, entre los confesores estaba Don Bosco, todos los jóvenes lo buscaban y dejaban a los demás confesores sin trabajo. El secreto del apego que teníamos a Don Bosco consistía en el cuidado laborioso, espiritual, que él realizaba en cada una de sus almas” . Pero ¿dónde había conocido Miguel a Don Bosco? ¿Qué aspecto de este sacerdote había suscitado en él tanta simpatía?

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Estamos en agosto de 1845. Un amigo de Miguel le cuenta que un sacerdote ha organizado un oratorio en el Refugio de la Marquesa Barolo. Movido por la curiosidad, Miguel acepta ir con su amigo a este oratorio. Precisamente en esos días el Oratorio se ha trasladado a los Molinos en la periferia de la ciudad, hacia el río Po. Allí Rua reconoce en aquel sacerdote al amigo Don Bosco que había conocido tiempo atrás. Los dos son recibidos de una forma tan amable que Miguel queda sorprendido. Éste, sin embargo, en los tres años siguientes, frecuentará aquel ambiente sólo de vez en cuando. Pero Don Bosco no lo perderá nunca de vista: ha comprendido que Miguel Rua, por sus dotes y espiritualidad, es la persona justa para continuar su misión entre los jóvenes.

Un año de discernimiento Mientras tanto Miguel está terminando el curso elemental en un instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. El muchacho vive en la zona de Valdocco, cerca del Oratorio de Don Bosco. En su casa recibe una formación cristiana. La cercanía a los ambientes de Don Bosco favorece su frecuencia al Oratorio, incluso entre semana. Concluido el año escolar, Don Bosco que ya conoce bien y aprecia a Miguel Rua le pregunta si quiere hacerse sacerdote. Miguel acepta. Bien, prepárate para estudiar latín, le recomienda el sacerdote. Miguel comienza a estudiar; frecuenta asiduamente las lecciones y los resultados son buenos. Un día Ascanio Savio, mientras se dirige al Oratorio de San Luis en



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