Boletín Salesiano 134

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as casas salesianas nunca cierran. Durante la semana se concentran en el trabajo educativo “normal”. Los fines de semana se abren de par en par para recibir una pacífica invasión. Es la oportunidad para los oratorianos. Cualquier hijo de vecino puede franquear sus puertas y encontrar allí un espacio acogedor donde divertirse, formarse o simplemente pasar el rato con sus amigos.

Presentación

El oratorio salesiano tiene su magia. Música, fraternidad, deporte, religión, alegría son los ingredientes que

ORATORIOS:

INVASION PACÍFICA

atraen a niños, jóvenes y adultos como moscas a la miel. Es la oportunidad para quienes no tienen mayores oportunidades. Los otros, los que cuentan con recursos económicos, pueden disfrutar en playas, en el club exclusivo o en la excursión costosa. Para el pueblo “pueblo” está el oratorio. A Don Bosco le acongojaba el corazón ver a tantos muchachos pobres viviendo una vida descolorida desprovistos de horizontes. Y se le ocurrió fundar esa “parroquia” original que congregara a los desheredados en clima de fiesta, donde la búsqueda de Dios se realizara en estilo juvenil y popular.

La celebración eucarística oratoriana puede que haga fruncir el ceño a alguna piadosa señora acostumbrada a liturgias severas. Centenares de muchachos impacientes, en trajes deportivos multicolores, cantando y rezando con entusiasmo revuelto con pecadillos estéticos, más espontáneos que formales, componen una asamblea cristiana desconcertante para quien no está familiarizado con los ambientes salesianos.

Los pocos salesianos que “descansan” el fin de semana en el trajín del oratorio están acompañados de un impresionante equipo de colaboradores laicos, hombres y mujeres. Algunos son veteranos en lidiar con generaciones de oratorianos. Otros son muy jóvenes. Todos prestan gratuitamente su fin de semana, y con frecuencia más tiempo, a la gratificante tarea de hacer felices a marejadas de niños, jóvenes y adultos.

En Centro América abundan los oratorios salesianos. Unos son multitudinarios, otros más modestos. Las ofertas atractivas varían de uno a otro. Pero todos tienen un dato común: el muchacho se siente a gusto en ese ambiente, como pez en el agua.

De esta forma sigue viva entre nosotros la intuición genial de Don Bosco de traducir en clave juvenil y popular la alegre noticia de la salvación.

Heriberto Herrera hherrera@telesal.net BS Don Bosco en Centroamérica

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EDUCAR COMO

DON BOSCO

Criar un perro es facilísimo: lo alimentas, lo educas, le haces hacer lo que quieres. Te apoya la cabeza sobre las rodillas y te mira... Lo llamas, y viene corriendo.

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los 13 años, tu antiguo “cachorro” empieza a portarse como un gato viejo. Cuando le pides algo, te mira como preguntándote desde cuándo eres el jefe. No lo ves más que cuando tiene hambre. Si amagas pasarle la mano por la cabeza, retrocede.

Para seguir amando Los niños son como cachorritos fieles y afectuosos, los adolescentes como gatos. Bruno Ferrero Te imaginas algo terrible, sientes que has fracasado. Con sentimientos de culpabilidad y de temor, redoblas los esfuerzos para conseguir que tu chiquito vuelva a portarse bien.

siente, y saltará sobre la silla. Cuanto más mimos, más se alejará. Pero, recuerda que un gato también tiene necesidad de ayuda y afecto.

Pero ahora, tienes que vértelas con un gato mañoso, y todo lo que antes funcionaba, ahora es lo contrario. Llámalo y huirá. Dile que se

Tú, mamá: que posiblemente seas quien más sufra, quédate sentada, que vendrá buscando el confort del regazo que todavía no ha olvidado.

Papá: quédate “siempre listo” para abrirle la puerta cuando quiera entrar. Un día, tu hijo llegará, les dará un beso, y dirá: “Dejen, que yo me ocupo”. Desde aquel momento, sentirán como si el gato mañero hubiera vuelto a convertirse en el cachorrito fiel. BS Don Bosco en Centroamérica

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* Dénle coraje. Los adolescentes son verdaderamente pobres: sólo tienen sus quimeras, de las que el resto se ríe. Exprésenle su alegría y satisfacción cuando hagan algo bueno. Las alabanzas, principalmente a esta edad, refuerzan los lazos afectivos. Con la adolescencia, la relación padres-hijos cambia de color, pero sigue siendo amor. Algunos caminos para seguir amándolo.

* Prepárense para las sorpresas. Un adolescente vive un caótico y tormentoso período: cambia de ideas como de peinado. Su gran problema es cómo ser distinto haciendo exactamente lo que hacen quienes tienen su edad. No lo pongan en ridículo ni le hablen con ironía. Tómenlo con buen humor.

* No cedan, pero sin hacerlo sentir “perdedor”. La cualidad principal de los padres de los adolescentes debe ser la calma. Si van al choque, están perdidos. A esta altura es preciso crear un ambiente de creciente “paridad”: nadie puede imponerse; es preciso compartir. Las únicas armas con que ustedes cuentan son el afecto y el buen ejemplo.

* Estímenlo, y háganse estimar. Junto a la calma, debe existir la seriedad y el respeto. El adolescente conquista la autoestima cuando se siente valorado en la vida diaria.

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Debe disponer de un mínimo de autosuficiencia, autonomía e independencia. La estima no se puede fingir, y se demuestra con la confianza y la responsabilización crecientes. Encomendarle tareas, incluso delicadas, es una óptima manera de que la confianza crezca de ambas partes.

* Mírenlo con simpatía y escúchenlo con el corazón. A esta edad la “estrategia de la atención” asegura la conquista. Conviene escuchar y observar, tratar de comprender, captar los mensajes no dichos, “leer entre líneas”...

* No lo abandonen. No salgan de su vida, estén siempre presentes y protéjanlo. Si se presenta la ocasión, abrácenlo fuerte; se resistirá un poco, pero le gustará. Tiene pocas, pero grandes necesidades: de compañía porque se siente solo; de actividad porque se aburre; de seguridad, porque tiene terror al mundo desconocido que debe conquistar; de diálogo porque son muchas las cosas que no sabe.

* Exprésenle su amor, pero sin recurrir a frases ni posturas “acarameladas”. No es necesario parecer hipócritas, para expresarle que lo quieren. “Aunque seas egoísta y descortés, igual te quiero. No lo olvides”.

* Recen con él. Muchos adolescentes abandonan la fe como si fuera un residuo de infancia. A ustedes les corresponde demostrarle que la fe no es como un biberón, sino una robusta fuerza para los adultos.

* Perdónenlo. Dejen siempre la puerta abierta. “Meter la pata” es el pan nuestro de cada día de todos nosotros los humanos, especialmente a esa edad.

* Ustedes también fueron adolescentes, aunque lo hayan olvidado. Háganle ver que ustedes, a su edad, también tenían mal carácter, que también lloraban a escondidas, que también querían escapar de casa, que también pasaron por un amor imposible...


los enfermos se lo hacemos a él. Es un buen negocio el prestar al Señor”. Llega un pobretón cubierto de harapos. Se le atiende y se le cura, pero no puede marharse vistiéndose de nuevo aquellos harapos. Zatti va a una familia: “No tienen algún vestido para prestar al Señor?”. Sacan fuera un vestido gastado. Y él: “No tienen otro mejor? Al Señor tenemos que darle lo mejor que tenemos”. Llega un indígena sucio y derrengado. Zatti grita a la enfermera: “Hermana, prepare una cama para el Señor”. Y cuando llega un muchachito hambriento y andrajoso, pregunta a la hermana: “Tiene una sopa caliente y un vestido para un Jesús de diez años?” 19 de julio de 1950. El depósito de agua tiene una avería. Bajo la lluvia Artémides Zatti (setenta años) se sube a una larga escalera de mano para arreglarla. Resbala un pie, la escalera se ladea. Una caída grave, la cabeza herida, todo el cuerpo magullado. Prueba a decir: “No es nada”, pero ni él mismo se lo cree. Siente un dolor persistente en el costado izquierdo, molestias continuas: “Es un tumor en el páncreas. No se preocupen, porque no existe ningún remedio”. Alguno le sorprende llorando en silencio y disimulando enseguida las lágrimas como si fueran una culpa. “¿Sufre?”, le preguntan. Y él: “No se trata de eso. Es que soy un hierro viejo, ya inútil”. Pide la unción de los enfermos, renueva las promesas bautismales y los votos religiosos. A quien le pregunta “¿Cómo va?”, le responde de una manera rara: “Hacia arriba”. Y mira hacia arriba. El Señor viene a llevárselo el 15 de marzo de 1951. Aquel Señor al que Artémides Zatti no le prestó su vida, sino que se la entregó.

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na tarde de aquellos primeros domingos, atravesaba don Bosco la iglesia para ir a la sacristía al tiempo que estaban predicando. Vio sentados en las gradas de un altar lateral a unos muchachos albañiles, que dormitaban en vez de escuchar. En voz baja les preguntó: - ¿Por qué dormís? - No entendemos nada, respondieron; ese sacerdote no habla para nosotros. - ¡Venid conmigo!

CONOCIENDO

A DON BOSCO

Los comienzos

Se los llevó a la sacristía y los invitó a acudir con los otros a su catecismo. Estaban, entre estos jovencitos, Carlos Buzzetti, Germano y Gariboldo. De este modo iba creciendo de semana en semana el número de catecúmenos, a los que don Bosco recomendaba siempre que llevaran cuantos más compañeros pudiesen. Su propósito era conducirlos a Dios con el cumplimiento de los divinos mandamientos y las leyes de la iglesia. Se las arreglaba enseguida para que observaran el precepto de oír la santa misa los días festivos. Les enseñaba las oraciones de la mañana y de la noche, inculcándoles vivamente esta práctica de piedad, y los iba preparando para hacer una buena confesión. Desde el principio se les permitió que, al salir del catecismo, pudieran jugar en la plazoleta que había frente a la iglesia. Pero, ((77)) don Bosco, durante aquel invierno, se limitó a cuidarse sólo de algunos de los mayorcitos que, por ser forasteros en Turín y vivir lejos de la familia, estaban más necesitados de

instrucción religiosa. Eran en su mayoría albañiles, procedentes de la parte de Biella y de Milán. El sacristán ya no tenía nada que oponer, porque don Bosco, con constante afabilidad y algún regalillo le había convencido del gran bien que se venía haciendo. Le hemos conocido ya muy viejo, en 1891, y guardaba un grato recuerdo de don Bosco. Los jóvenes adelantaban en el conocimiento de las verdades de la fe y los resultados morales eran evidentes y consoladores. Entretanto don Bosco, con el ánimo que infunde el verdadero amor al prójimo, iba por la ciudad y buscaba patronos a quienes recomendar, ora a uno, ora a otro de sus protegidos, para sacarlos del ocio y tenerlos lejos del vicio. En el día de Navidad algunos de aquellos jovencitos recibieron en su corazón a Jesús sacramentado y la alegría que se transparentaba en sus rostros se reflejaba en el corazón de don Bosco, que experimentaba en sí mismo los consuelos de todos sus queridos alumnos. El Señor premiaba así la humildad con que se dejaba guiar en todo. Memorias Biográficas II, 7,68 BS Don Bosco en Centroamérica

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