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IX

"La esfera" (02) El naturalista Fabritius estuvo al mando secundado por Ismael, sobrino del Rey, un perfecto idiota que como veremos, arruinó la aventura y causó más pesares al reino que la peste bubónica. Un titular en el principal diario árabe (“Fracasa otra mariconada del Rey culastra”) desató la famosa Guerra de la Esfera, cuya batalla definitiva tuvo lugar en la playa y fue victoria pírrica del Rey sobre Alejandro, que avanzó a posiciones nunca alcanzadas por los árabes. Se trató de promocionar el triunfo divinizando el aura del monarca guerrero, pero los árabes aniquilaron la estrategia propagando el rumor de que el Rey había incitado la escaramuza solo para tener cerca bultos enemigos. Varias tabernas fueron clausuradas e incendiadas con los dueños y familiares dentro. El pequeño Lucierne prendió la última. En su brazo enfermo la llama temblaba como las velas antes de que las apague el viento. Con absoluta determinación encendió la hoguera y mientras el pueblo se santificaba y divertía con la escena él clavaba los ojos grises en ellos, como sabiendo que algún día mataría su aburrimiento tratándolos como ratas de laboratorio. El objetivo necesariamente científico no se impuso en el vulgo, que prefirió hacer mofa en plazas, tabernas y burdeles enloqueciendo al Rey que enloquecido enloquecía firmando ejecuciones, desoyendo a Macedo El Divino (“Ojalá la muerte cambiara las cosas”). Obsesionado por la superioridad intelectual/sexual de los árabes, convocó poetas a tallar versos tramando el tapiz de su gloria futura, pero encontró dobles sentidos en cada rima y en las Fiestas Patronales gritó parado en la Plaza Mayor que la poesía era la paja flácida de los cobardes (hizo el gesto con la mano para que no hubiera dudas), divirtiendo a la mayoría ignorante que aplaudió y se dio codazos, pero olvidando a los implacables espías de Alejandro.


La esfera se arrojó al mar. Nubes deshilachadas grises y negras colgaban del cielo. El destino del Imperio quedó librado a la resistencia de dos sogas engarzadas en un sistema de poleas trajinado por esclavos. Burbujas era todo lo que podía verse sobre el malva espumoso de la superficie. A Fabritius lo fascinaba el coral, capaz de tejer una ciudad submarina partiendo simplemente de su existencia. Una sutil herramienta del creador, se dijo, el verdadero paraíso que creemos en algún rincón del cielo. Macedo El Divino habló aquella noche en una taberna portuaria: “Para escarmentar a los enfermos de gloria y poder Dios creó la bacteria del remordimiento. Trabajó con altas fiebres y malhumor, se dejó manosear a conciencia por espíritus rastreros, dicen que adelgazó más de treinta kilos y meaba las sábanas silbando cancioncillas de guerra. Terminó antes de lo previsto. Admiró su obra gelatinosa con mirada en espiral, jadeando, emitiendo risotadas, limpiándose los mocos con la manga del mameluco ­ “lo que me costó el renacuajo este”. La bendijo con seis alas de transexual ingrávidas e hipnóticas como el palacio de una araña y la envió a la Tierra en una vasija etrusca impregnada con el aura de la fatalidad. Algún pastor la recogerá, se dijo, no hay gente más curiosa y miserable. Tumbado entre almohadones orientales en su lecho celestial, fumando opio seleccionado, haciendo gárgaras con vino dulce artesanal y abanicado por eunucos, se entregó a Morfeo acunado por ángeles menores de edad y recalcadamente afeminados, expertos en las vides del paraíso”.

CONTINUARÁ... .




















La cosa es sencilla: el departamento de conducta del FBI en los ´60. De ahí en más, entrevistas a los asesinos seriales superfreaks de los EE.UU. Para ello, el agente Holden (Jonathan Groff) ­muy cerebral­ y su compañero el cuarentón Bill (Holt Mc Callany), a los que se le suma la sexy Anna Torv. Resultado: lo que los X­Files no pudieron hacer para esta década. Estos tipos entrevistan, crean lazos equivocados o no con monstruos, y de paso ayudan en algún pueblo con algún asesino en auge (una especie de historia a lo pre­crimen). Pero hay más: David Fincheresta y esta suerte de Zodíaco (2007). También tiene una buena banda musical, una relación complicada con la socióloga del crimen Hannah Gross (novia de Holden) ­la semilla del serial killer­ y la superestrella Charles Mason en medio del relato.


Por momentos creemos estar viendo los capítulos de Los Invasores (1967). Como David Vincent, estos dos van por la América perdida con sus autos grandes dando clases a policías locales. Entre cafés y hoteles, triunfos y derrotas, la primera temporada va evolucionando. A veces el aire se corta solo, y sin disparos ni escenas explícitas, solo con diálogos. La serie inquieta, como una fuerte marea sexual bajo la amarillenta luz en la oscuridad… Se puede ver online por esa cadena tan popular o, si la buscás, anda por ahí.

Vamos al parque­dice tirri Vamos perrito.­ digo yo.

Marcelo Meza




























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