¡Creo! Cofrades en la Fe

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¡Creo! Cofrades en la fe Un espacio abierto, un pensamiento al borde de un precipicio, cualquier deseo que nunca será posible, con sus dudas, sus heridas y sus preguntas, junto a una caja callada llena de adverbios en silencio. Al dormirnos, al mirar, acaso, hacia otro sentido, cerramos los ojos y al entrar dentro de nosotros mismos oímos el exterior de una realidad inabarcable, desconcertante, distante, humilde y humana, muy humana, justamente por todo lo definido. Tanta aspiración legítima se abre paso buscando la anuencia de unas circunstancias que parecieran no favorecer nuestros pasos. Más teniendo en cuenta que de hasta la misma, nada se ha dejado a merced de la improvisación y que ese yo individual, esa subjetiva conciencia, ese núcleo más íntimo de nuestro ser es precisamente campo abierto en donde el Espíritu de Dios, ilimitado, asenté del concepto de Dios personal, actúa, y que precisamente es lo que actúa, lo que hace, sin casualidades, sin principio ni fin, es accesible para el hombre la comprensión de que ya en Pentecostés era ya pulso de la existencia, aun antes de su proyecto. Conceptualizar, atrapar las explicaciones en nombres, en dogmas, en respuestas no nos ayudará a comprender y ser felices, a vivir en plenitud, sino más bien dando “rienda suelta” a la espiritualidad, meditando la experiencia, que es la única que puede adjetivar sensaciones y estructurar nuestras construcciones. Sin espiritualidad el hombre pierde el sentido de la vida, de modo que una espiritualidad inteligente proporciona el nivel de conciencia necesario para reconocernos. Eso incluye permitir al Espíritu que se mueva dentro de nosotros y que habite en nuestra humanidad más expresiva y más latente. Si logramos entendernos a nosotros mismos, lograremos entender a los demás. Si llegamos a querernos y a aceptarnos a nosotros mismos, llegaremos a querer y aceptar a los demás. Eso es inteligencia espiritual, que se manifiesta como libertad, paz interior, amor al prójimo, creatividad, respeto, tolerancia y autoestima. Lo que esperamos de la vida está relacionado con la percepción que tenemos de la realidad, y para obtener cualquier información real del entorno es necesario eliminar prejuicios y estereotipos. Esa fue la gracia de Jesús de Nazareth, el sentirse agraciado y dejarse mover por esa gracia. Qué humano Dios, que ha llegado y nunca nos deja, que ha visitado a su pueblo y que crea, alumbra y alienta nuestras expectativas.

Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 8 X Mayo 2013 X Página 4


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