¡Creo! Cofrades en la Fe

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Me preguntas ¿para qué orar? Te respondo: para vivir HNO. ABDÓN RODRÍGUEZ HERVÁS ocso

Sí, para vivir verdaderamente, necesitamos orar. ¿Por qué? Porque vivir es amar; una vida sin amor no es vida. Es soledad vacía, es prisión y tristeza. Vive verdaderamente solo el que ama. Y ama solo quien se siente amado, alcanzado y transformado por el amor. Como la planta que no puede dejar abrir su fruto si no es alcanzada por los rayos del sol, así el corazón humano no se entreabre a la vida llena y verdadera si no es tocado por el amor. Entonces, el amor nace del encuentro y vive del encuentro con el amor de Dios, el más grande y hermoso de todos los amores posibles, el amor más allá de todas nuestras definiciones y de nuestras posibilidades. Orando, nos dejamos amar por Dios y se nace al amor, siempre nuevo. Por eso, quien ora vive, en el tiempo y en la eternidad. ¿Y el que no ora? Quien no ora tiene el peligro de morir dentro, porque le faltará antes o después el aire para respirar, el calor para vivir, la luz para ver, el alimento para crecer y la alegría para dar un sentido a la vida. Me dices: ¡yo no sé rezar! te respondo: empieza a dar un poco de tu tiempo. Al principio, lo importante no es que sea mucho tiempo, sino que tú lo des fielmente. Cada día, fija, tú mismo, un tiempo, para dárselo fielmente al Señor, cuando tienes ganas de hacerlo y cuando no las tienes. Busca un lugar tranquilo donde, si es posible haya cualquier signo que te hable de la presencia de Dios (una vela, un icono, la Biblia, una cruz, el Sagrario…) recógete en silencio: invoca al Espíritu Santo, para que sea Él quien grite en tu corazón: “Abbá, Padre”. Ofrece a Dios tu corazón, aunque esté alborotado: no tengas miedo en decirle todo, no solamente tus dificultades, tu dolor, tu incredulidad, también, si lo sientes dentro, tus rebeliones, tu protesta. Todo ponlo en las manos de Dios. Acuérdate que Dios es Padre-Madre en el amor, que todo lo acoge, lo perdona, lo ilumina, lo salva. Escucha su silencio; no pretendas tener enseguida las respuestas. Persevera. Como el profeta Elías, camina en el desierto hacia el monte de Dios: y cuando te hayas acercado a Él, no lo busques en el viento, en el terremoto o en el fuego, como señal de fuerza o de

grandeza, sino en la voz del penetrante silencio (cf 1 Re 19, 12). No pretendas aferrarte a Dios, deja que Dios entre en tu vida, en tu corazón, te toque el alma, y se haga ver de ti aunque solo sea de espaldas. Escucha la voz de Su Silencio. Escucha Su Palabra de vida: abre la Biblia, medítala con amor, deja que la Palabra de Jesús hable al corazón de tu corazón; lee los Salmos en los que, con frecuencia, encontrarás todo aquello que le querrías decir al Señor; escucha a los apóstoles y a los profetas; enamórate de la historia de los Patriarcas y del Pueblo elegido y de la iglesia primitiva, donde encontrarás la experiencia de la vida vivida en el horizonte de la Alianza con Dios. Y cuando hayas escuchado la Palabra de Dios, sigue caminando en el sendero del silencio, dejando que sea el Espíritu Santo el que te una a Cristo, Palabra eterna del Padre. Deja a Dios Padre que te plasme con sus dos manos, el Verbo y el Espíritu Santo. Al principio, te podrá parecer que el tiempo, para todo esto, sea demasiado largo, que no pasa; persevera con humildad, dando a Dios todo el tiempo, más o menos, que has establecido cada día. Verás que, de encuentro a encuentro, tu fidelidad será premiada, y te darás cuenta que poco a poco el gusto por la oración crecerá en ti y aquello que al principio te parecía imposible, será cada vez más fácil y hermoso. Comprenderás entonces que lo que cuenta no es tener respuestas sino ponerse a disposición de Dios; y verás que lo que llevas a la oración será poco a poco transfigurado. Así, cuando vayas a orar con el corazón alborotado, si perseveras, te darás cuenta que después de haber rezado no habrás encontrado respuestas a tus preguntas, mas las mismas preguntas se disolverán como la nieve al sol y tu corazón se llenará de paz: la paz de estar en las manos de Dios y de dejarte conducir dócilmente por Él a donde Él quiera. Entonces tu corazón podrá cantar el cántico nuevo, y el “Magníficat” de María saldrá espontáneamente de tu boca y será cantado en la elocuencia silenciosa de tus obras. Vendrá el momento de la “noche oscura”, en donde, las cosas de Dios, te parecerán áridas y ab-

¡Creo! Cofrades en la Fe  Hermandad de la Santa Vera Cruz  Número 4  Enero 2013  Página 11


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