2023IIB080 COP 27 We Still have a Chance Spanish

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GreenFutures

Todavía tenemos una oportunidad

COP27 Stories Translated into Spanish by Emily Cooper and Paula Berriel


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ISBN: 978-1-3999-3844-0 Front cover image credit: ESO/M. Kornmesser NOT FOR REPRODUCTION

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We Still Have a Chance was born in translation, of art and science, of planetary health and activism, and of course of the stories themselves. Storytelling is part of all languages and languages have their own stories to tell about people and places. That is why We Still Have a Chance also has translation at its heart: experience and understanding of climate change is felt differently in different languages. To explore how other languages tell the stories, a team of undergraduate student interns recruited from Exeter’s Department of Languages, Cultures and Visual Studies have translated into languages studied for their degrees or in which they were already bi- or trilingual, from Afrikaans to Welsh. We’re sharing their translations here, to open We Still Have a Chance to new readership in other languages, to celebrate our students’ work, and to provide an example of how translation can give hope that we do indeed still have a chance.

Translations into: Afrikaans, by Anthony de Carlile French and Italian, by Emily Cooper and Anthony de Carlile Polish, by Zuzanna Bialas Spanish, by Emily Cooper and Paula Berriel Welsh, by Rhian Hutchings

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Todavía tenemos una oportunidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 Déjà vu . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4 Vivir junto al río . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Espera aqui . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

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Todavía tenemos una oportunidad Una colección única de microrrelatos que nos unen para imaginar y forjar un mundo sostenible, más saludable y socialmente justo. Co-creado por científicos climáticos, profesionales de la salud, jóvenes activistas climáticos, escritores, traductores y artistas, en Egipto y Exeter, para el lanzamiento de la Conferencia sobre Cambio Climático COP27 en Sharm El-Sheikh, Egipto, en noviembre de 2022.

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Déjà Vu

Pam Gurney

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T

e despierta el sonido de los pájaros que revolotean en el canalón seco que se encuentra sobre la ventana. Las rayas de luz atraviesan las persianas y cortan la cama en segmentos uniformes. La garganta está seca. Llevas la misma ropa que llevabas cuando tropezaste en casa a las 3 de la mañana. Trabajas duro, tienes un buen trabajo, deberías poder desahogarte una o dos (o cuatro) noches a la semana. Escribes anuncios de servicio público, como el del cáncer de piel, en el que aparecen un padre y su hijo en la playa. Cada vez que oías hablar de alguien que había ido al médico para que le revisaran un lunar sospechoso, sentías una punzada de orgullo. Echas de menos ese tipo de trabajo, esa sensación de conexión humana. Hoy en día casi todos los anuncios se tratan de reciclaje o de consumo de energía. Te pasas el día viendo imágenes de casquetes polares que se derriten y playas llenas de plástico, en el esfuerzo de encontrar algo con lo que la gente pueda identificarse. Uno de los pájaros empieza a cantar. Dos notas que se repiten, como una sirena. Este es el estilo de vida por el que has estado trabajando todos estos años: vivir en un apartamento en un buen barrio, cerca de un parque donde hay pájaros cuyo canto te despierta por las mañanas. Mientras te levantas de la cama, piensas, como siempre, que deberías aprender a identificarlos. Debido a los trabajos que realizas, la gente siempre da por sentado que sabes mucho sobre el mundo natural. Sería genial oír el canto de un pájaro y saber al instante de qué tipo es. Tal vez hoy, al regresar del trabajo, vayas a

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una librería y compres una guía. La televisión en la otra habitación sigue encendida desde la noche anterior. Muestra la expresión severa del presentador de noticias, el murmullo bajo de una catástrofe, una ciudad polvorienta, y camiones cisterna en fila. Durante una crisis, un lugar del mundo se parece mucho a otro. Pateas a un lado una caja de cartón, pisas el control remoto, y la imagen desaparece. El espejo del baño refleja la imagen de una persona que evitarías en la calle. Te vendrían bien unas vacaciones, o al menos un día libre, pero tienes que estar en la oficina en veinte minutos. Abres el grifo. Hace gorgoteos y golpes sordos. No sale agua. Lo cierras y lo vuelves a abrir. Esta vez no hace ningún ruido. Vas a la cocina e intentas abrir el grifo allí, pero vuelve a pasar lo mismo. Esto es indignante: ¿pueden limpiar los tanques de agua sin avisar a nadie?, y ¿Cómo se les ocurre hacerlo a estas horas de la mañana, cuando todo el mundo tiene que prepararse para ir al trabajo? Coges una botella de agua de la nevera y utilizas la mitad para lavarte la cara y cepillarte los dientes. Arreglándote la ropa, sales furioso del apartamento en busca del conserje. En la planta baja, un silencio persiste en el pasillo. El conserje está medio dormido en su habitación. La puerta está abierta y lo ves encorvado, sin camisa, sentado en una vieja silla de jardín, abanicándose con el periódico de ayer. Te paras en la puerta y te aclaras la garganta, pero él no se da cuenta. Finalmente, llamas a la puerta. Él abre los ojos y te mira fijamente. Vuelves a aclararte la garganta.

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“¿Por qué demonios limpiarías los tanques sin darnos aviso previo?” “¿Los tanques?” “Sí, los tanques de agua. ¿Cómo vamos a prepararnos para el trabajo si…?” “El agua está cortada en toda la ciudad”. “¿Qué quieres decir? ¿Cuándo ocurrió esto?” “Anoche. Me di cuenta cuando me desperté”, la comisura de su labio se contrae, “...alrededor de las 3 de la mañana”. Sientes que tus mejillas se sonrojan. “Bueno, ¿cuándo volverá el agua?” Se encoge de hombros, cierra los ojos y se acomoda en su silla. Tienes la tentación de gritar, de armar un escándalo suficientemente fuerte para que los demás residentes lo oigan, para que al menos sepan que alguien está tratando de hacer algo, pero en cambio haces lo de siempre y retrocedes. Mientras conduces al trabajo, las carreteras del centro de la ciudad están agradablemente despejadas y el aire acondicionado te refresca. A pesar de llegar unos minutos tarde, la oficina está casi vacía. En el baño te enjabonas las manos y te das cuenta de que el agua también está cortada aquí. Mientras te secas las manos con una toalla de papel, uno de tus compañeros de trabajo entra y te da una sonrisa de lástima. Te preparas media taza de café con el agua

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que queda en la tetera del día anterior, recogiendo escamas de cal mientras te diriges a tu escritorio. Abres el PSA en el que has estado trabajando y luego te desplazas por las noticias. El agua realmente está cortada en toda la ciudad. El gobierno aún no ha hecho una declaración, pero los funcionarios especulan con la posibilidad de que haya una rotura de la tubería principal o un problema en el centro de tratamiento. No hay duda de que volverá a funcionar por la tarde, pero tal vez haya algo que te pueda servir aquí. En el documento escribes: “¿Ahora es el momento?”. Pones la fuente en negrita, aumentas el tamaño de las letras, pones el título en cursiva antes de volver a cambiarlo a estándar. No quieres exagerar. Este podría ser exactamente el tipo de mensaje con el que la gente conectaría. Ahora todo lo que necesitas es una imagen de una crisis inminente. Te desplazas por las noticias en busca de algo que destaque. Hay imágenes de caras enfadadas, multitudes reunidas, carreteras de salida de la ciudad llenas de tráfico. Todas estas imágenes que estás tan acostumbrado a ver en otros países están de repente aquí, exactamente donde vives. A quién le importa si la escasez de agua sólo dura un día: la gente lo recordará, y el mensaje finalmente podría tocar la fibra sensible. Ya lo ves: tus carteles en todas las paredes, tu jefe felicitándote por un trabajo tan audaz y oportuno, las llamadas de los ministros, un ascenso… Pasa algún tiempo hasta que te das cuenta de que eres el único que queda en la oficina. Caminas hacia la ventana y miras hacia afuera. La oficina está a siete pisos de altura y desde ella se puede ver la mayoría del distrito comercial. Las calles están inquietantemente tranquilas. Muchos 8


de los otros edificios parecen vacíos. Vuelves a tu escritorio, terminas tu trabajo y lo entregas. La taza de café está fría sobre el escritorio, con una capa de espuma en la superficie. Estás a punto de irte, pero te das la vuelta y te bebes el resto. Las carreteras del centro de la ciudad siguen tranquilas mientras conduces a casa. A dos calles de tu apartamento ves una multitud reunida. Un camión cisterna se ve a lo lejos. Aparcas el coche. Llegan más personas con contenedores de plástico, botellas, e incluso jarras y cuencos. Toda esta gente, tus vecinos, están en pánico y haciendo cola para conseguir agua después de sólo un día. Quieres reírte, pero tienes la boca seca. La multitud crece y el ruido aumenta en la calle. Antes de que te des cuenta, has encontrado una vieja botella en el suelo y estás fuera del coche, en medio del calor y la presión de la multitud. Cuanto más te acercas al camión, más se acerca la multitud. Se elevan las voces, y alguien grita. Consigues llenar tu botella e intentas abrirte camino entre la multitud. Hay cuerpos por todas partes, caras enfadadas. Los ruidos aumentan. Alguien agarra tu botella, tú la apartas y corres. El pasillo del edificio de apartamentos está en silencio. Te apoyas en la pared y, con las manos temblorosas por la adrenalina, abres la botella de agua. Sólo tomarás un sorbo. “Yo tomaré eso”, anuncia el conserje con voz baja y firme. “¿Qué?”, logras decir. “Lo tomaré yo”, vuelve a decir. Ahora está vestido, con una camisa caqui limpia abotonada hasta el cuello. Parece más alto en el

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estrecho pasillo. Te das cuenta de que, hasta ahora, sólo lo habías visto cuando estaba sentado. “Es el racionamiento”, explique. “No todo el mundo podía ir al camión de agua, así que decidimos que yo debería quedarme con el suministro para el edificio. De esa manera es justo”. Al pronunciar la última palabra, sus labios se curvan hacia atrás, exponiendo sus dientes. Vuelves a poner el tapón en la botella. “¿Quién… quién lo ha decidido?” De vuelta a tu apartamento, abres la nevera y sacas la botella de agua medio vacía que has utilizado para lavarte esta mañana. La pones sobre la mesa y te sientas. Tienes la garganta seca, pero no bebes nada. Cierras los ojos, piensas en el anuncio que has escrito hoy, y te preguntas si alguien lo leerá ahora. Fuera de la ventana, un pájaro canta. Dos notas que se repiten, como una sirena.

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Vivir junto al río

Karim El Hayawan

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M

e levanto antes del amanecer, antes de que los turistas irrumpan en la ciudad como moscas en busca de basura. Mi trabajo consiste en lanzar una pequeña embarcación desde el embarcadero cargada con redes de varios tamaños para poder recoger la basura flotante (la gente no quiere que se le recuerde que está contaminando el mundo.) Hoy, en apenas unos metros, saco latas de cerveza, botellas y bolsas de plástico, una rueda de bicicleta, y un zapato de niño. Reciclo lo que encuentro, según las directrices de las autoridades, pero hay días en los que siento como si yo fuera el único que recoge y clasifica la basura; como si yo estuviera luchando solo en una batalla perdida. Se pensaría que la gente quería mantener el agua limpia, clara y fluida. La semana pasada salvé a otro ganso atrapado entre los juncos, con un trozo de plástico atrapado en el pico. Ahora nos dicen que no toquemos a ningún pájaro por si nos contagiamos de la gripe aviar. Hay que detener la propagación del virus, y el agua puede transmitir enfermedades. El fluir del agua siempre me ha fascinado. Cuando tenía diez años mis padres me compraron un globo terráqueo y, con el dedo, yo trazaba los ríos más grandes, desde las montañas, pasando por los valles, ensanchándose y dividiéndose, hasta llegar al mar o al océano. Todavía tengo ese globo terráqueo, pero dejó de girar hace décadas y los colores se desvanecieron. Ahora es difícil distinguir entre la tierra y el mar. Me jubilaré en dos semanas y no veo la hora. La nueva autocaravana que compré está esperando a ser conducida. Voy a viajar al campo, seguir el río, y encontrar su nacimiento. Será un alivio no tener que lidiar con la basura de otras personas. He alquilado mi casa 12


por una suma ridícula de dinero. Las familias están desesperadas por tener casas decentes. Lo siento por la gente sin hogar que vive debajo del puente: la gente que acaba de sobrevivir al diluvio del año pasado. Necesito conocer mejor el río, cada curva cambiante, la subida y la bajada, y encontrar su corazón palpitante. Los ríos son como las arterias y las venas que hacen circular el oxígeno y tratan de eliminar las toxinas. Ahora que el río junto al que vivo se está volviendo rojo debido a las fábricas y granjas que arrojan sus desechos al río, parece que la sangre y el agua están aún más alineadas. Como muchos de los peces, ya no puedo nadar allí porque las algas se extienden como manchas de aceite donde el agua se mueve lentamente. Quiero ver cascadas y arroyos resplandecientes y saber qué pasa más arriba, porque al final de su recorrido, mi río está enfermo. Necesita que llueva. Las orquídeas salvajes necesitan que llueva. Los eucaliptos necesitan que llueva. O tal vez alguien o algo está desviando el río. En mi último día de trabajo no hay fiesta de despedida porque la gente no puede juntarse. Es bueno para mí, ya que quiero estar solo. Conduzco, y paso por delante del chico con pintura en aerosol que hace grafitis en las vallas ferroviarias, y de los compradores que hacen cola con máscaras. Finalmente, las carreteras se despejan y me dirijo a las montañas que apuntan hacia el cielo. El río se estrecha cuando asciendo. Aparco la furgoneta, salgo y miro por encima de los tejados de la ciudad. Los sonidos parecen diferentes aquí: pienso que hay una alondra, los insectos zumban, y se oye el sonido del agua sobre las rocas. Me siento atraído por el arroyo, 13


así que meto las manos en él y me salpico la cara con el agua, antes de oír una voz que pregunta: “¿Está bien?” No tengo intención de unirme a Melissa y John para la cena que está preparando en un camping gas. Sólo quiero hablar con ellos porque parecen amar el río también. Entienden por qué viajo solo: porque he terminado mi trabajo, y porque mi mujer murió recientemente. “¿Murió por COVID?”, pregunta Melissa. “Tuvo coágulos de sangre”, logro responder. El arroyo sigue borboteando y chispeando como si fluyera a través de nuestros pensamientos. “Ven con nosotros mañana. Vamos a hacer una limpieza de playa. Tienes la experiencia. Hay un grupo de nosotros.” Al día siguiente camino en tándem con los demás por la orilla, cada uno con una bolsa y pinzas para recoger la basura. Siento que el mar sube y el río se retira. Pienso en el futuro y en lo que necesita la gente, luego en lo que necesita el mundo. Antes de que nos demos cuenta, se hace de noche. Nos reunimos alrededor de un fuego con guitarras y mantas. Mientras la tierra gira, la luna brilla sobre las olas y alguien canta: “SALVAREMOS ESTE HERMOSO MUNDO.”

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Espera aquí

Karim El Hayawan

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El perro estaba acostado a un lado del camino bajo el pleno resplandor del sol del desierto. “Kadin”, le dijo Mariam. ”Kadin, levántate’”. Lo había estado buscando desde el amanecer, llamándolo por el nombre, y aquí había estado todo el tiempo, durmiendo, no lejos de su casa. A su madre no le gustaría que Mariam trajera al perro callejero a casa. Pero él era el compañero de Mariam. Y su madre no estaba allí para regañarla. “Espera aquí”, le había dicho su madre. “Y volveré con agua. Volveré tan pronto como pueda. No te vayas de aquí”. Su madre se había ido hacía mucho tiempo ya. Y ayer, o fue el día anterior, o tal vez incluso el día anterior, el último aldeano se había ido y se había llevado los rebaños. No había pastos para el pastoreo y ya no podían quedarse. Mariam se había escondido entre los tamarindos porque si se iba, ¿cómo la iba a encontrar su madre si no? Se quedó bajo las hojas secas y plumosas y Kadin se fue tras ella para que no estuviera sola. El agua que dejó su madre ya se había acabado hacía mucho tiempo. La había compartido con Kadin, pero le había dado al perro la parte más pequeña, porque ella era más grande y por derecho era suya. Había lamido el cubo y luego había dejado la lengua fuera, para mostrar que no era suficiente. “Levántate Kadin”, suplicó Miriam. Debería haberlo cuidado mejor. Sintió un golpe en la cabeza y la luz del sol le apuñaló los ojos y no podía ver bien. Por eso casi había pasado junto a Kadin sin darse cuenta. Era solo una pequeña arruga de piel entre los restos que la gente había dejado o descartado al irse. Se quedó sola en el camino de tierra entre las dos edificaciones de piedra que estaban en el centro del pueblo. Kadin no se levantó, así que ella se sentó a su lado y puso su mano sobre su piel rígida y sintió una terrible soledad. Cuando despertó, era de noche y temblaba con la brisa fría del

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desierto que soplaba desde el sur. Miró el cielo nocturno y sintió como si sus ojos estuvieran bien abiertos y las estrellas estuvieran cayendo hacia ella. Creyó escuchar la voz de una mujer llorando, pero podría haber sido la canción que hacen las arenas alrededor de las dunas, su lamento. Por la mañana, tuvo que esperar hasta que el sol estuviera alto y hubiera calentado sus extremidades antes de poder moverlas lo suficiente como para poder levantarse. Su lengua estaba hinchada y no podía tragar. Miró hacia el valle, una extensión de arena rojiza, con rocas deshechas y arbustos grises. Su madre tendría una mochila con la botella de agua y otro recipiente en la mano, así que seguramente no podía moverse muy rápido. Un punto negro vacilaba en su visión, pero no podía enfocarse en él o mantener su mirada firme o convertirlo en una figura humana. Se giró y recorrió la pendiente más alta, donde las ondas de arena formaban crestas. Entrecerró los ojos hacia el cielo azul intacto, donde dos buitres daban vueltas. Se recostó en el piso para esperar a su madre.

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