Nº04 Tendencias de Bodas Magazine (Oct'12)

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TODO EL MUNDO DICE QUE ORGANIZAR UNA BODA ES UNA LOCURA (Y ES VERDAD), PERO HAY ALGO QUE HACE QUE TODAS LAS PAREJAS ACABEN CONSIDERANDO ESE DÍA COMO UNO DE LOS MÁS FELICES DE SU VIDA, ¿QUÉ SERÁ? Casarse es una decisión importante en la vida de una persona. Ya no tanto por lo que supone legalmente sino por la simbología que se esconde detrás. Decir “sí, quiero” a tu pareja es un compromiso, es jurar amor, fidelidad y respeto eterno a la persona con la que pretendes pasar el resto de tus días. Supongo que el mismo hecho de pensarlo puede dar un poco de vértigo. A algunos el vértigo les dura hasta que pronuncian las palabras mágicas el día B, y ese es uno de los motivos que pueden convertir el camino en algo no tan sencillo como pareciera. En mi caso confieso que el vértigo duró sólo hasta que la que hoy es mi esposa me dijo que sí, que se casaría conmigo. A partir de ahí sentí una felicidad inexplicable. Tras el primer “sí”, el del compromiso, empieza una marabunta de papeleos, decisiones, cálculos, conversaciones... También te surgen muchas dudas, preguntas a las que no siempre es fácil dar respuesta enseguida. Buscar fecha, fotógrafo, restaurante, elegir la temática de la boda, los colores, el diseño, la ropa... Todo se acelera a tu alrededor y siempre tienes algo que hacer relacionado con la boda. Durante el proceso muchas parejas discuten y suele ser porque ambos sienten ese día de forma distinta, algo bastante normal por otro lado, y que en mi caso no fue diferente, pero lo supimos resolver sin más problemas. El truco consiste en encontrar el punto medio, el consenso, y sobre todo tener mucha paciencia y no volverse locos. Entonces llega el día B. Te despiertas y te parece mentira que ya haya llegado el momento. Empiezan los últimos preparativos, los de una misma: peinarse, maquillarse, vestirse... y con ellos la emoción de la cercanía del mo-

mento en el que nos encontraremos frente a frente con la persona que más queremos en el mundo, para declararle amor eterno delante de todos nuestros seres queridos. Salimos de casa y ya nos brillan los ojos como sólo les brillan a los que se van a casar. Resplandecemos y no dejamos de escuchar que estamos preciosas, y sabemos que no es más que la pura realidad. El aura que rodea a los novios ese día es el aura de la felicidad absoluta. Luego, en la ceremonia, llega el momento mágico en el que nos miramos y sobran las palabras. Antes de que nos demos cuenta llevamos puestos, en nuestros anulares, las alianzas que tantas veces hemos mirado en su caja aterciopelada soñando con que llegara el día. Salimos por una puerta y al otro lado nos espera toda esa gente tan importante que nos acompaña, con enormes sonrisas en sus caras, deseando darnos un abrazo y felicitarnos. Pero eso no es todo, porque en un rato estaremos compartiendo una deliciosa comida con todos ellos, y también brindis, miradas y risas. Llega el momento del baile, ese momento en el que el mundo desaparece y durante unos instantes sólo estamos nosotras dos. Y respiramos, sonreímos y nos miramos a los ojos. El baile es el punto de inflexión, el momento en el que frenas de repente y empiezas a ver lo rápido que está pasando el día, lo perfecto que está siendo... y lo inmensamente feliz que te sientes. Entonces, algo hace clic en mi cabeza y se desata en mi cuerpo por un lado la tranquilidad más absoluta y por el otro el torrente de alegría más brutal que haya experimentado. Ya sólo queda quemarlo bailando y disfrutando con todos los que han querido estar a nuestro lado en el que en esos momentos ya se ha convertido en el día más feliz de mi vida.

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