Revista Shukran nº 37

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CONCHI MOYA tas de las playas de El Aaiún y Bojador, una piedra muy chiquita de Tiris que una amiga le había sacado escondida entre los calcetines, algunos trabajos de cuero de los artesanos saharauis y al lado, un bellísimo cuadro del pintor Moulud Yeslem que Chavela le había comprado en los campamentos.

bles y apacibles, pasaron demasiado rápido, les supieron a poco para tanto como tenían que decirse. Pero si algo le quedó grabado a Fatma de aquel viaje fue que todo, absolutamente todo el mundo tiene derecho a sus momentos

de felicidad y disfrute en esta vida.

Conchi Moya http://www. com/

hazloquedebas.blogspot.

Además, le tenía preparada otra sorpresa, esta vez le había tejido una bandera saharaui en su telar, y la tenía colgada en la pared. La habitación tenía además un escritorio, para que Fatma pudiera seguir trabajando aquellas breves vacaciones. Ella conocía bien a su amiga y sabía que no iba a abandonar su causa ni un solo día. Pero el verdadero caballo de batalla de Chavela fue la comida; como experta y entregada cocinera, quería que su amiga también disfrutara con el paladar. Difícil misión, para los saharauis no hay nada peor que la glotonería, a la mayoría solo les gustan sus platos típicos, que son muy pocos, y son muy reacios a probar cosas nuevas y experimentar. Chavela preparó con esmero sus especialidades para desayunos, comidas, meriendas y cenas; desplegó toda su sabiduría culinaria en cocinar tortillitas de bacalao; cocas y empanadas, donde el cerdo fue sustituido por deliciosas verduras, pescado, pollo, cordero y ternera; verduras a la plancha; algún que otro puchero y una personal interpretación de Chavela del tajine de pollo y verdura. También cocinó deliciosos postres, arroz con leche aromatizado con canela y cáscara de naranja; tartas de chocolate y turrón; y delicadas torrijas caseras, aunque quedaba lejos la Semana Santa. Y así, una locura de delicias que llevaban al éxtasis a los amigos y que Fatma comía con tiento y contención. No hubo forma de que probara el salmorejo ni el gazpacho y ni pensar en vinagre, del ajo no más allá de una pizquita y las ensaladas costaron mucho. Las dos recordaron con una sonrisa a su querido amigo Brahim Dahan, a quien no había forma de hacer probar la ensalada, «es comida de cabras», decía siempre entre risas. Pero poco a poco fue disfrutando de los nuevos sabores que salían de la cocina de su hermana, sabía además que aquellos homenajes culinarios que le ofrecía estaban hechos con todo el cariño y el amor del mundo. Aquellos días transcurrieron agradaDICIEMBRE de 2012 SHUKRAN

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