Revista Shukran nº 26

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LIMAN BOICHA

El talador de nostalgias

A

unque Tifisqui es una estación primaveralmente imprecisa durante su estancia florece alegría, y esa nueva emoción atrae a multitud de familias que van en busca de la medicina del aire puro, el pasto verde, la leche y la carne de camello, unas bendiciones anheladas por los saharauis después de los tormentos del verano. Hatab, un carbonero montaraz apuró sus pasos para iniciar la faena. Los nómadas consideran su oficio de mal agüero, porque no toma de la naturaleza lo que necesita, sino más bien la perturba, dejándola estéril. Aquél día Hatab estaba con su pequeño burro delante del árbol, quedó un rato indeciso, con su gruesa mano acarició el tronco, como para mimarlo con engaños y dejar que baje la guardia, era un tronco de rostro hermoso, cargado de un aura misterioso, escudriñó la parte más vulnerable para destrozarla a base de hachazos. Galia y Dahi, una pareja de recién casados se dirigían a Zug, se desviaron un poco de su ruta, en dirección al oeste para ver un pozo y el árbol que está cerca de él, querían sobre todo ver el árbol de sus recuerdos cuando se conocieron, el lugar secreto de sus cálidos abrazos en la febril sombra. Conocían tan bien el desfiladero que fueron directo al árbol. Cuando estaban cerca vieron cómo Hatab se alejaba unos pasos y después el tronco del arbusto se balanceaba ligeramente en el aire y se caía de bruces sobre la tierra. La firmeza de muchos años se quebró llevándose consigo un buen refugio, leña y sombra, clandestina sombra, testigo de su pasión. Dahi y Galia se miraron y una luz se difuminó en sus rostros. Vamos de aquí, dijo Dahi, este hombre está loco, no sabe lo que hace, además ha talado nuestras nostalgias. Limam Boicha MARZO de 2010 SHUKRAN

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