Negritud, sororidad y memoria: poéticas y políticas de la diferencia en la narrativa de M. Condé [2]

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Negritud, sororidad y memoria: poéticas y políticas de la diferencia en la narrativa de Maryse Condé; Marta Asunción Alonso Moreno, UCM, 2017.

sus víctimas a cantar para poder liberar sus emociones y canalizar el dolor, la ira, el espíritu de rebelión: “release emotions that slavery would naturally tend to curtail” (LEROI JONES, 1999: 48). En Gouverneurs de la rosée, del haitiano Jacques Roumain, la identificación entre la música negra y el dolor de la existencia en servidumbre se hace patente en pasajes como éste: Délira, elle, lavait les plats. Et elle chantait, c’était une chanson semblable à la vie, je veux dire qu’élle était triste : elle n’en connaissait pas d’autre (...). Elle chantait à la manière des négresses ; c’est l’existence qui leur a appris, aux négresses, à chanter comme on étouffe un sanglot (ROUMAIN, 1989: 99).

La música, en fin, era para los esclavos negros un último reducto de libertad. De ahí que, al menos en sus inicios y en los contextos del Gospel puristamente entendido, estas canciones se cantaran y se canten en grupo. Primeramente, se trataba de reuniones o congregaciones clandestinas nocturnas, como nocturnas y gregarias son las veladas de lewoz o léwoz (1991: 63; 1997: 47; CHAMOISEAU, 1992: 326)* y de cuentos en la tradición antillana, hermana de la africana. Numerosos autores han apuntado al carácter religioso y catártico de estas tempranas agrupaciones espontáneas o “invisible churches” (BARKER, 2015: 371), únicos espacios -tiempos, en un primer momento- donde los esclavos podían “express and enact their hopes for a better future” (MAFFLY-KIPP, 2013). Estas reuniones cantadas, estos “convois de l’espérance” (MAILLET, 2006: 208), le permitían al esclavo pensar la libertad y recorrer, poco a poco, la distancia que separa el pensamiento de la plegaria. Paulatinamente, estas iglesias invisibles evolucionarían y estos cantos, especialmente con las diásporas negras, llegarían a penetrar las iglesias propiamente dichas, mostrando la delgada línea fronteriza entre la esperanza y la fe. O, retomando a André Schwarz-Bart en La mulâtresse Solitude, entre la humillación y la dignidad. La caída y la salvación:

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