Negritud, sororidad y memoria: poéticas y políticas de la diferencia en la narrativa de M. Condé [1]

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Negritud, sororidad y memoria: poéticas y políticas de la diferencia en la narrativa de Maryse Condé; Marta Asunción Alonso Moreno, UCM, 2017.

extraídas de ambos. El patronímico “Condé” parece la síntesis de la metamorfosis íntima. La escritora, en Mets et merveilles, recurriendo a la alta sabiduría oral popular, como es su costumbre, consigue explicarlo con la sencillez y la claridad que se siguen: “À quelque chose malheur est bon, assure le proverbe français et l’anglais lui répond en écho : Every cloud has a silver lining” (2015: 239). En attendant la montée des eaux recoge una versión más común de dicha idea positivista: “La sájese populaire le dit bien : Après la pluie, le beau temps” (2010: 23). El asunto del apellido del (ex)esposo, en efecto, nos reenvía a casos similares acaecidos en la historia de la literatura universal. Otras autoras de primer orden se vieron obligadas por sus respectivas sociedades y contextos a adoptar heterónimos masculinos o bien los nombres de sus esposo para poder desarrollar públicamente, aunque fuera desde el anonimato de facto, sus carreras intelectuales. Pensamos, por ejemplo, en la francesa Georges Sand, nacida como Amandine Aurore Lucile Dupin; en la española Cecilia Böhl de Faber y Larrea, que firmó con el pseudónimo de Fernán Caballero; en la inglesa Charlotte Brönte (Currer Bell), la danesa Karen Blixen (Isak Dinesen), la francesa Colette (Willy)… La misma Virginia Woolf, adalid indiscutible de la ideología feminista y la independencia tanto material como intelectual de la mujer, firmó su obra con el apellido de su esposo, Leonard Woolf. El nombre de soltera o nombre auténtico de la genial escritora era Adeline Virginia Stephen. Su figura, por cierto, es de gran importancia en la narrativa condeana, como veremos. Avancemos, de momento, la consigna woolfiana que la madre de Marie-Hélène, en Une saison à Rihata, no deja de repetir a su hija: «...une femme doit être capable de gagner sa vie! » (1981 : 78). En el contexto español, contamos con un caso notable de esta paradoja feminista del nombre masculino: el caso de los ensayos sobre la condición y la situación de la mujer que escribió entre los años 1912-1952 la pensadora riojana socialista María Martínez Sierra o María Lejárraja. Todos sus trabajos fueron firmados con el nombre de su esposo, el dramaturgo Martínez Sierra. Antes de morir, Gregorio confesó por escrito que su mujer, además, había sido co-autora de su propia 62


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