La memocracia

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Sin embargo, nuestro sistema político ni tan siquiera se acerca al demagógico. Muchas veces oímos emplear esa palabra en la tele cuando un pelele desea reprochar a otro fantoche, en el guiñol en que se ha convertido la política, su populismo y su actitud maniquea, pero ni el uno ni el otro conocen el alcance de tal término. La demagogia en su concepción filosófica es imposible, ya que ningún pueblo en posesión de la virtud y el equilibrio optará voluntariamente por el vicio y la desigualdad. Pero, para que tal situación fuere viable (internándonos ya en el terreno metafísico), dicho pueblo debería partir de una situación real de conocimiento de la virtud, es decir: estar previamente instruido, formado (informado). Cuando me atrevo a afirmar que hoy por hoy, nuestro sistema político ni tan siquiera se aproxima a la demagogia es porque considero firmemente que a la sociedad le ha sido sustraída la educación integral de la persona. Por favor, si hay algún demócrata en la sala, que me responda: • ¿Por qué razón un pueblo virtuoso, libre e instruido iba a optar por la guerra para alcanzar la paz? • ¿Acaso podemos utilizar la guerra preventiva como empleamos una vacuna para la alergia? • ¿Acaso disponemos de un moderno modelo de precogn (como en la peli de Minority Report) que nos avisa de qué país va a utilizar armas de destrucción masiva aún antes de que las posea? • ¿Acaso no hemos ido a buscar lo que previamente les hemos vendido? • ¿Acaso no buscamos terroristas a los que nosotros mismos hemos entrenado? • ¿Acaso no son los mismos dirigentes a los que votamos los nos descargan de tomar tan incómodas decisiones? • ¿Acaso no calumniamos a los que tratan de devolver la cordura a la sinrazón a través del diálogo? • ¿Acaso hoy mismo la ONU no ha visto (una vez más) frustradas sus intenciones de condenar el terrorismo de Estado? • ¿Quién puede decirme qué terrorismo sí y qué terrorismo no?

Aquí estoy, frente al ordenador; ahí estás, leyendo lo que escribo. Ambos tenemos cosas “más importantes” que hacer. Pero, ¿sabes qué te digo? Que no me lo creo. Que tanto tú como yo nos sentimos culpables y por eso tratamos de descargar nuestras conciencias: yo escribiendo y tú leyendo. Que tanto tú como yo no íbamos en ese tren aunque lo repitiéramos una y mil veces en una manifestación. Que tanto tú como yo no vivimos en un país donde terroristas con cobertura legal ataviados de marines provocan destrozos como los del 11-S y 11-M día sí, día también. Que tanto tú como yo somos cómplices de lo que está ocurriendo… Sí, ya sé lo que me vas a decir: ¿Y qué podemos hacer nosotros?


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