La memocracia

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La “memocracia” Quien más, quien menos, ha realizado a estas alturas un exótico ejercicio de reflexión sobre lo que viene acaeciendo en el mundo desde hace unos lustros y que algunos se empeñan en circunscribir en fechas emblemáticas, por lo macabro, de la guisa del 11-S, 11-M, etc. Un servidor ha de reconocer que ante tan célebres calendas, las meninges le dejan de funcionar y, si hace dos años y pico se me cuajó la sopa mientras Matías Prats Jr. relataba circunspecto como una “avioneta” se acababa de estrellar contra una de las torres gemelas, desde el pasado 11 de Marzo, me ha sido vergonzosamente difícil articular pensamientos, palabras u omisiones que tuvieran algún sentido. Hoy, mientras la primavera se empeña en hacerme creer que la vida sigue, recojo el testigo y los ánimos de los amigos que, preocupados por nuestra salud física y emocional, colapsaron los teléfonos y los hotmails. A ellos les dedico esta reflexión escrita, pues a ellos les debo la valentía insuflada para enfrentarme a lo ocurrido y para recapacitar. Seré breve, y si no lo seré más es porque no me dé tiempo, así que en primer lugar (a modo de resumen para los que tengan prisa por irse a perder el tiempo de manera menos provechosa) expondré mis tesis, y, posteriormente (para aquellos que hayan decidido buscar –y encontrar- una buena excusa para dejar de hablarme) trataré de justificarlas siendo lo menos tendencioso posible. Como el título de esto no precisa de explicación etimológica, lo incluiré en cada una de mis premisas sin mayor cargo de conciencia, que el de saber de antemano que no serán bien recibidas por muchos de vosotros, aún menos, comprendidas y, mucho menos, compartidas: 1. La “memocracia” es un subproducto de la democracia, que ni tan siquiera llega a la altura política de la demagogia, en el que el pueblo carece del ingrediente básico para la democracia, que es la educación (formación para procesar la información), por lo que no es demo, sino memo. 2. En la “memocracia”, las urnas se transforman (por ejemplo) en mochilas que deflagran en los trenes del proletariado. 3. En la “memocracia”, no hay más culpables que los que confieren a este sustantivo su lexema.

“¡Haced algo coño…, que nos están matando a los pobres!” …les espetaba una señora a los príncipes de Asturias en el momento en que cariacontecidos bajaban de un lujoso coche para iniciar una visita de rigor al Hospital 12 de Octubre de Madrid, donde agonizaban algunos de los afectados por el atentado. En esta lúcida frase, fruto de la rabia y del despecho, se


encuentra encerrada la esencia de cada una de las tres premisas anteriores y del mayor problema al que, a mi modesto modo de entender, se enfrenta la Humanidad.

“¡Haced algo coño…, Sin necesidad de realizar un análisis profundo de esta exclamación, llegamos a la conclusión de que la persona que la grita: a. Está enfadada. b. Desea que alguien haga algo para eliminar o remover la fuente de su problema. c. No sabe exactamente qué desea que alguien haga ni quién desea que lo haga, pero desea que alguien haga algo. Si sumamos a + b + c obtenemos como resultado: IMPOTENCIA. Así pues, podemos deducir que la persona que gritó esta frase se encuentra impotente. La impotencia lejos de ser una no-potencia real, es un producto subjetivo: es una impresión, fruto de unos condicionantes externos cuya erosión sobre un individuo provoca, precisamente, que el individuo se sienta incapaz de interactuar con un entorno hostil que no comprende. No obstante, el mero acto de expresar la impotencia a través de un grito vigoroso, convierte a un no-potente reconocido en un potente en potencia (esta idea es importante, así que más tarde volveré sobre ella). La impotencia es la mayor de las enemigas de la democracia, y, como tal, el sentimiento más buscado y fomentado por parte de los poderosos: el Santo Grial de los oligarcas. El hombre, sin embargo, es un ser maravilloso que pocas veces se encuentra consigo mismo. Alguna vez, así de pasada, nos hemos cruzado con nuestra verdadera naturaleza en algún sueño, en un momento de embriaguez, de éxtasis… Quién no se ha sentido a sí mismo y ha comprobado, durante al menos unos instantes, su verdadero potencial: haciendo el amor, compartiendo un momento único con los amigos, en un momento de recogimiento y oración, durante una competición del más alto nivel, en un momento de peligro o amenaza grave para nuestra integridad o la de los nuestros…, reuniendo un coraje desconocido para internarse en el ignominioso infierno de un tren en llamas para rescatar personas del abrazo de la muerte. El hombre es un ser maravilloso, sí. Tan maravilloso como lo es el carbono puro. Maravilla en potencia. De él mismo depende tallar su alma para obtener el diamante, permanecer impasible en su negritud inicial o emponzoñarse aún más hasta que no quede atisbo de lo que pudo ser y no fue. Los oligarcas conocen de todo esto y por ello se afanan por retrasar el trabajo del orfebre. Por ello nos embaucan con quimeras narcolépticas que demoran el descubrimiento de nuestro potencial. Por ello, ante cada conquista social y cada triunfo de la Humanidad en su conjunto, ellos inventan un grillete más sutil, más gravoso y pesado, cuanto más efímero y transparente se muestra. Por ello nos están


haciendo correr en círculos y han puesto la banderola de la meta donde inicialmente estaba la salida, en una carrera que originalmente iniciamos todos juntos y se denominaba de la evolución y que, de unos milenios a esta parte, sólo consigue que el hombre sea cada vez más lobo para el hombre. Vivir en democracia es la actividad más compleja y más extraordinaria a la que se enfrenta el hombre desde que un ancestro mío se dedicó a observar y a constatar como las semillas de las frutas germinaban en las boñigas de los animales que él se dedicaba a cazar. A través de la simple observación (y empleando el esquema mental de un homo sapiens recién estrenado), dedujo que con un sencillo sistema de siembras y recolecciones, se libraría de la dictadura de las inclemencias y de las incertidumbres de la vida nómada. No hace falta ser un aguililla para darse cuenta de que, en este contexto, cuanta más tierra tenías más producías y más rico devenías. El esquema de cuanto más, más, es la punta del iceberg del proyecto que ha imperado hasta nuestros días y que lleva implícitos otras dos afirmaciones que permanecen sumergidas en el mar de la impopularidad, a saber: • Cuanto más, menos: si unos tienen cada vez más, es porque otros tienen cada vez menos. • Cuanto menos, menos: si tienes poco tu falta de movilidad y de adaptación ante los embates es manifiesta y eso te lleva a perder lo poco que te queda. Ante esta perspectiva, unos hombres preclaros que vivieron hace siete mil años observaron (una vez más) a la luz de la razón, como el microcosmos helénico en que vivían se descomponía fruto de las luchas intestinas alimentadas por las ansias acaparadoras de unos pocos. Así, con osadía insuperable pusieron en práctica un sistema de reparto equitativo de poder entre iguales para que todos los ciudadanos de la Hélade estuvieran al tanto y pudieran manifestar su opinión y su voluntad en los asuntos concernientes a la “res pública” (la cosa pública). Así comenzó la democracia y, de su cálido y perfectamente equilibrado útero, surgió la que aún hoy se conoce como la Edad Dorada: su filosofía, sus estilos y manifestaciones artísticos, sus teorías científicas, su medicina, sus modelos políticos, morales y éticos, no han sido aún hoy superados, en el mejor de los supuestos y, en el peor de los casos, perviven o son sustrato del acervo actual. Tan perfecto era su equilibrio que mucho no podía durar, y, como todo lo que se desestabiliza, el origen de la hecatombe se produjo en la base. Pero, ¿cuál es la base de la democracia? La respuesta a esta pregunta es tan sencilla como una palabra: educación, y tan compleja que aún no se ha encontrado una sustancia suficientemente digna como para dotar de contenido al continente. Los padres de la democracia clásica conocían este detalle y sufrían conscientes como eran de la fragilidad de algo tan bello, pero se consolaban pensando: ¿acaso no es frágil la vida de un hombre y no por ello no deja de ser la mayor maravilla creada por el Demiurgo?


Manos a la obra: la mayéutica de Sócrates, la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles. Tres generaciones dedicadas a la instrucción de los hombres que habían de gobernar (cratós) los destinos de Grecia. Y, qué hombres eran estos: pues todos. El pueblo, la demos. Si el poder emana del pueblo y éste está instruido, educado, formado (informado), la democracia se extenderá por todo el mundo de forma imparable y alumbrará a todos las naciones sin excepción. Esta sentencia, tan bella como esperanzadora, tiene una característica que la hace imposible, y, es que, como en toda oración condicional, si no se cumple la premisa primera, no se cumple la segunda. Y ocurrió, que durante muchos siglos oscuros, la educación, la instrucción (la información) estuvo al alcance de unos pocos, y eran esos pocos los que reinaron sobre una Humanidad sumisa y estrangulada. Durante todos esos años, vivimos sin la primera premisa de esa oración fundamental.

…que nos están matando… Pero ni tan siquiera las situaciones injustas y desfavorables para los intereses de la mayoría pueden durar para siempre: los descubrimientos del legado griego, unidos a herramientas de difusión como la imprenta, posibilitaron el Renacimiento: ante el tañer de las campanas humanistas y librepensadoras de los clásicos, la teocracia, el fundamentalismo y el absolutismo, perdían tirón. La movilización de las clases trabajadoras y la universalización de una nueva concepción de la vida política dejaron obsoleto el status quo que le interesaba al poder imperante. Era el momento de sentarse a negociar… había llegado el momento de revisar la oración condicional. Si me preguntáis qué fue lo que salió mal en esta ocasión, reconoceré que no lo sé. O, más bien diré que sí…, que tengo mis teorías, como las tendrá todo hijo de vecino, pero que no me gusta airearlas porque, al igual que todo aquel al que se le haya puesto la piel de gallina estudiando períodos como la Revolución Francesa, viendo El acorazado Potemkin o leyendo Germinal, uno se siente manipulado, manoseado…, violado en su condición de hombre libre al comprobar en qué ha devenido el mundo en el siglo en que nací yo. Como decía el maestro Enrique Santos Discépolo en su Cambalache: “¡Que el mundo es y será una porquería ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también! Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, varones y dublé... Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue. Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos... La demagogia, según recoge Aristóteles en su Política, es aquel gobierno del pueblo en que conociendo éste cual es el camino virtuoso y equilibrado, decide escoger el viciado y desigual.


Sin embargo, nuestro sistema político ni tan siquiera se acerca al demagógico. Muchas veces oímos emplear esa palabra en la tele cuando un pelele desea reprochar a otro fantoche, en el guiñol en que se ha convertido la política, su populismo y su actitud maniquea, pero ni el uno ni el otro conocen el alcance de tal término. La demagogia en su concepción filosófica es imposible, ya que ningún pueblo en posesión de la virtud y el equilibrio optará voluntariamente por el vicio y la desigualdad. Pero, para que tal situación fuere viable (internándonos ya en el terreno metafísico), dicho pueblo debería partir de una situación real de conocimiento de la virtud, es decir: estar previamente instruido, formado (informado). Cuando me atrevo a afirmar que hoy por hoy, nuestro sistema político ni tan siquiera se aproxima a la demagogia es porque considero firmemente que a la sociedad le ha sido sustraída la educación integral de la persona. Por favor, si hay algún demócrata en la sala, que me responda: • ¿Por qué razón un pueblo virtuoso, libre e instruido iba a optar por la guerra para alcanzar la paz? • ¿Acaso podemos utilizar la guerra preventiva como empleamos una vacuna para la alergia? • ¿Acaso disponemos de un moderno modelo de precogn (como en la peli de Minority Report) que nos avisa de qué país va a utilizar armas de destrucción masiva aún antes de que las posea? • ¿Acaso no hemos ido a buscar lo que previamente les hemos vendido? • ¿Acaso no buscamos terroristas a los que nosotros mismos hemos entrenado? • ¿Acaso no son los mismos dirigentes a los que votamos los nos descargan de tomar tan incómodas decisiones? • ¿Acaso no calumniamos a los que tratan de devolver la cordura a la sinrazón a través del diálogo? • ¿Acaso hoy mismo la ONU no ha visto (una vez más) frustradas sus intenciones de condenar el terrorismo de Estado? • ¿Quién puede decirme qué terrorismo sí y qué terrorismo no?

Aquí estoy, frente al ordenador; ahí estás, leyendo lo que escribo. Ambos tenemos cosas “más importantes” que hacer. Pero, ¿sabes qué te digo? Que no me lo creo. Que tanto tú como yo nos sentimos culpables y por eso tratamos de descargar nuestras conciencias: yo escribiendo y tú leyendo. Que tanto tú como yo no íbamos en ese tren aunque lo repitiéramos una y mil veces en una manifestación. Que tanto tú como yo no vivimos en un país donde terroristas con cobertura legal ataviados de marines provocan destrozos como los del 11-S y 11-M día sí, día también. Que tanto tú como yo somos cómplices de lo que está ocurriendo… Sí, ya sé lo que me vas a decir: ¿Y qué podemos hacer nosotros?


… a los pobres!” Si hay alguien a quien dedico este… lo que sea, es a los pobres. No, no. No te autoexcluyas de mi generosa dedicatoria pensando que tú no eres pobre, porque sí lo eres. Pobre de solemnidad. Mucho más pobre que muchos que no tienen ni qué llevarse a la boca. Fíjate hasta ese punto se ha globalizado el mundo que, en apenas cinco páginas, lo mismo da que seas mahometano que seas cristiano, no importa si eres broker bursátil u obrero de la construcción; por fin se consiguió la igualdad entre los hombres… lo triste es que tenga que ser en condición de objetivo para el terrorismo: es la misma sangre la que se derrama desde las alturas del World Trade Center que la que se escabulle entre los pernos de las vías del Pozo del Tío Raimundo. Igual de mal huele la carne chamuscada en un zoco de Turquía que en los Altos del Golán. De un tiempo a esta parte todos somos pobres porque hemos perdido el tesoro más preciado con que nacemos los seres humanos: la libertad. Una vez que los oligarcas han logrado tener en nómina al terrorismo y que cualquier “moro” que sube a tu vagón sea una amenaza que te impida concentrar tu mirada en el magnífico libro que tienes entre las manos, todos y cada uno de nosotros somos esa señora que grita desesperadamente su IMPOTENCIA. Yo no sé árabe, pero cuando veo en la tele las imágenes posteriores a una incursión israelí en territorio palestino o las correspondientes a una arrasada aldea afgana, iraquí, kurda…, siempre aparece en escena, como un cliché, una madre. Veo una madre que balbucea, que chilla, que llora, que se desgarra las vestiduras negras, de duelo. La veo y no entiendo lo que dice, pero comprendo el significado de sus palabras, de sus demandas, de sus gestos… Ella dice:

“¡Haced algo coño…, que nos están matando a los pobres!” Ella, que vivía inmersa en su pobreza material, ajena a los complicados acontecimientos mundanos, al igual que la señora que increpaba a los príncipes de Asturias, descubre que su escasez de recursos no era nada comparada con la Paupérrima Sensación, aquélla para la que no hay palabras y que no debemos ni tan siquiera tratar de describir. Y, ¿el resto qué? Pues el resto somos los que no íbamos en ese tren, pero que todos los días cogemos uno igualito a ese. El resto somos los que en agosto y no en septiembre de 2001 oteábamos desde la azotea de la Torre Gemela A o B, o los que no podíamos morirnos sin encumbrar una de ellas. El resto somos los que con el permiso de Sir Arthur Conan Doyle, nos cambiamos de vagón, “que este morito no me da buena espina”… El resto, simplemente somos los que decimos: ¿Y qué podemos hacer nosotros? Aunque parezca mentira, tanto la madre cuya mata de pelo ha encanecido súbitamente, como cualquiera de nosotros, pobres diablos, cómplices espectadores, tenemos algo en común: nuestra IMPOTENCIA.


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Ambos mostramos nuestra indignación ante los acontecimientos, lo que ya es algo. Ambos deseamos que alguien haga algo, pues no nos vemos capaces de hacerlo nosotros mismos. Ambos somos cómplices y víctimas de una guerra tácita donde cada facción se sirve del terrorismo con diferentes propósitos: nosotros queremos sus recursos, sus mercados, sus divisas… Ellos responden con la misma moneda, a través de grupos extremistas que canalizan la IMPOTENCIA de los pueblos oprimidos. Es la Ley del Talión: “Ojo por ojo…” y como dijo Gandhi: “…al final todos ciegos”.

Y este, señoras y señores, es el escenario perfecto para que los oligarcas hagan de las suyas: • Tenemos a la población mundial amedrentada. • Hemos declarado un Estado de Excepción a nivel global. • Cualquiera es sospechoso de conspirar contra la “democracia” y la “libertad”. • El enemigo acecha, no salgan de sus casas que nosotros nos encargamos de todo. • ¿No le importaría perder unos cuantos derechos fundamentales de nada a cambio de vivir más seguro? • Si ve algo o a alguien sospechoso, no dude en denunciarlo: lo confinaremos en una cloaca hasta el día del juicio, que no se producirá nunca. • Cada cierto tiempo declararemos un Día del Odio para que todo aquel que lo desee pueda gritar en las calles y descargar la tensión acumulada. • Si su tren estalla las empresas más importantes de este país realizarán a su costa una magnífica campaña de marketing social y los reyes en persona les cederán su majestuoso hombro para que, en él, enjuguen sus lágrimas, durante una homilía, eso sí, del rito católico. No puedo parar de pensar en esa madre… No puedo parar de pensar en que las mismas personas que murieron el otro día se manifestaron un año antes en contra de una Guerra que acarrearía la muerte de inocentes… y que acabó provocando la suya propia. No puedo parar de pensar en que de no haberse producido el atentado, el PP habría renovado mandato. No puedo parar de pensar…, si deseo Democracia verdadera: NO DEBO PARAR DE PENSAR.


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