RománTica'S - 014

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Definitivamente, no entiendo nada de lo que está sucediendo. ¿De verdad había retrocedido en el tiempo? Es una de esas sensaciones, como otras tantas en la vida, que es imposible de describir con palabras. Me froto los ojos, me pellizco para comprobar si todo lo que sucede no es más que un sueño. Me duele. Está claro que no. La joven morellana se ríe delante de mis narices. A su espalda, doblando la esquina del suelo adoquinado, aparecen danzantes y alegres unas personas vestidas de un modo extraño. Uno de ellos se acerca a nosotros y le regala una hermosa manta de colores vivos y franjas horizontales a mi acompañante. Se la coloca sobre los hombros, complacida. Me explica que, desde el siglo XVII, y cada seis años, se celebra en Morella una fiesta muy especial, declarada de Interés Turístico Nacional, en honor y agradecimiento a la Virgen de Vallivana, pues, por lo visto, gracias a ella, desapareció la peste que asoló a la población en 1672. Es el llamado Sexenio. Se trae a la imagen desde su santuario, situado a unos veinte kilómetros de esta ciudad, y se hacen coloristas desfiles, procesiones y celebraciones festivas de todo tipo. Destacan, especialmente, los desfiles de los gremios (torneros, tejedores, labradores, artes y oficios, peregrinos, gitanetes), que recorren la ciudad con su danza, los gigantes de Morella, autoridades y banda de música. Hoy, les toca el turno a los tejedores, eso está claro. Pero esta fiesta, a diferencia de otras muchas festividades españolas, lleva mucho, mucho trabajo detrás, pues va precedida de un año intenso de preparativos para elaborar los adornos de las calles, que presidirán el recorrido de las procesiones sexenales. La segunda quincena de agosto, Morella se convierte en un museo de colores. Hoy, yo formo parte de ese museo.

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