Nueva grecia nº3 verano 2013

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NUEVA GRECIA

Sólo le quedaba la tiza a la que se agarraba como un náufrago a la tabla porque sabía que, de la misma manera que él borraba las fórmulas químicas en la pizarra, el alcohol había borrado casi toda su vida.

SEÑAS DE IDENTIDAD Recuerdo el día que Manuela fue a la secretaría de la facultad a solicitar su certificado de estudios. Cinco años, habían pasado cinco duros años desde la primera vez que entró en aquel edificio gris de hormigón armado, con grandes ventanales dorados, construido sobre la vaguada de Cantarranas. Por aquellos entresijos de pasillos enrevesados y desiguales, decenas de escaleras que desembocan en distintas partes y sótanos que no están bajo tierra, corrían las leyendas urbanas como una manga de aire; mucho antes de que Alejandro Amenábar, alumno ilustre de la facultad, rodara allí su ópera prima, Tesis, el edificio estaba rodeado de literatura: un proyecto diseñado para ser una cárcel de mujeres, un búnker durante la Guerra Civil, una prisión inspirada en la moderna cárcel de Montreal… Ese día, esperó su turno pacientemente en la cola hasta que a las nueve de la mañana abrieron la ventanilla de la secretaría de la facultad. Era el mes de junio de 1990, había terminado su carrera y se disponía a recoger un certificado que acreditaba el final de sus estudios. Ese papel era el reconocimiento oficial de años de formación y esfuerzo y además, en aquel momento, era su pasaporte, su visado hacia un contrato laboral en el que no apareciera la coletilla en prácticas. Dijo su nombre completo a una chica que apenas la miró a la cara. Se volvió a rebuscar el documento en un enorme cajón, lleno de carpetas marrones ordenadas alfabéticamente. De los ordenadores aún no había señal en la universidad pública española. No estaba, su certificado no estaba. Según la documentación que trajo en sus manos la administrativa, a Manuela, aún le faltaban dos asignaturas para terminar los estudios. De licenciada, nada de nada. Un grito desesperado recorrió sus entrañas y se ahogó en su garganta. ¿Cómo puede ser? ¿Eso es imposible? Tengo aquí mis papeletas con las calificaciones de hace a penas quince días, todo está aprobado. La miró con desconfianza, comprobó de nuevo su nombre y confirmó la información que le había contado anteriormente. Dejó los papeles a un lado de la ventanilla, apartó su vista, y con un leve gesto de cabeza le hizo saber que había terminado con ella, que pasara el siguiente.


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