Nueva grecia nº3 verano 2013

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NUEVA GRECIA

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Ángela Gutiérrez ESENCIA En la simbología cristiana, el número tres representa la totalidad. Debe ser por eso que Lorenzo Reyes habla siempre de las tres mudanzas de su vida aunque en realidad han sido muchas más. De hecho, creo que ayer mismo durmió por primera vez en su nueva casa, un apartamento alquilado en la última planta de un edificio antiguo restaurado en el centro de la que se había convertido en su nueva ciudad. Aún tenía algunas cajas de libros y maletas con ropa esparcidos por el parqué claro y brillante del apartamento. Siempre le ocurría lo mismo; cuando encontraba un piso que le gustaba se apresuraba a trasladarse rápidamente, portando cajas de un lugar a otro durante las veinticuatro horas del día, sin parar para almorzar, ni para cenar, ni para dormir. Una vez que tenía las llaves, se relajaba. Preparaba su mesa de trabajo y dejaba el resto de sus cosas en las cajas de cartón. Podían pasar meses hasta que por fin las cajas estaban vacías; a medida que iba necesitando cosas, las iba sacando, pero nunca con la intención de hacerlo, de colocarlas en un lugar predeterminado para ellas. La primera vez que se mudó, tenía diecisiete años, fue cuando abandonó su casa natal, en un pequeño pueblo del que tuvo que salir para continuar sus estudios. Entonces se marchó a una residencia de estudiantes. Llevaba consigo la ropa y algunos libros, su máquina de escribir, su cámara de fotos y sus cuadernos de notas llenos de hojas de flores y de árboles, planchadas por el peso del papel. No se sintió allí demasiado a gusto. Los horarios estrictos y asfixiantes de las monjas lo empujaron rápidamente a buscar otro cobijo. Se puso a dar clases particulares y a trabajar como repartidor de publicidad para poder costear el alquiler de una habitación en un piso compartido. Lorenzo Reyes sabía que sus padres no podían ayudarle más. Pasó cinco o seis meses en aquella habitación minúscula y oscura, con una pequeña ventana abierta a un patio de luz desde la que se contemplaba como único paisaje la ropa tendida de la familia de enfrente. A menudo, sentado en su pequeña mesa de trabajo, rodeado de sus cuadernos, de su máquina de escribir y de sus libros, se le iba el santo al cielo mientras su vecina tendía cuidadosamente la ropa mojada. Durante los años de estudio conoció cuatro o cinco habitaciones similares. Llegaba septiembre, cogía su maleta, sus cuadernos, sus libros y su máquina de escribir y, vuelta a empezar. Un buen día se encontró con su título de licenciado en la mano, llamando de puerta en puerta

c O r T I T O s


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