Nueva grecia nº3 verano 2013

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NUEVA GRECIA

Rafael Porlán: un poeta cordobés olvidado Antonio Varo Baena

El olvido es casi consustancial a la poesía, pero quizás no lo merezca el poeta Rafael Porlán

p e n s A M I e n T o

y Merlo, nacido en Córdoba un 9 de abril de 1899, “tiempo en que las elegantes cordobesas, con trajes a cuadros y rayas cruzadas, según un dibujo escocés, paseaban en velocípedos por el llano de la Victoria; los caballeros, en sesiones privadas, bajo el patrocinio de los Círculos de Recreo, contemplaban las primeras andanzas del cine... Asistí a la Escuela Francesa, establecida en la plaza de los Villalones en un abandonado palacio plateresco, donde se aparecían brujas y difuntos... Entre la plazuela de la Fuenseca, donde nací, las callejas de Santa Marta y la tan alegre calle de San Pablo... se formó aquel niño”, nos dice Porlán en su Autobiografía. Rafael Porlán vivió desde los treces años en una Sevilla que le marcó y formó como poeta y donde su trayectoria poética quedó unida al grupo sevillano de la revista Mediodía (Romero Murube, Llosent y Marañón, Laffón, Collantes de Terán, Villalón, Díez-Crespo) fundada en 1926, de la que fue secretario. Pero su “marca cordobesa” no le abandonará nunca, como lo demuestran las abundantes referencias a su Córdoba natal en el poema surrealista a San Rafael o el taurino dedicado a Rafael Guerra ("Roma con traje de luces") y su soneto A Córdoba: “Jerusalén del patio y la calleja”. O en su poema La plazuela: “Lo dice quien está viendo/ Lo que se nos va por horas./ Señoras y señores/ Ya no queda más que Córdoba". Murió de tuberculosis (una enfermedad tan literaria) en Jaén, donde trabajaba como secretario del Banco de España, en 1946, después de hacerlo un año en Talavera de la Reina donde escribió su magnífico ensayo sobre La Andalucía de Valera. Su condición de periférico

en

el mundo poético, sus publicaciones poéticas tardías respecto al 27, el ambiente poético que ya se vivía en los años de posguerra y la inmensa talla de sus compañeros de generación, hace que se le considere, como le pasó a tantos otros poetas, como un poeta eclipsado e injustamente menor del 27. Aunque también tiene la ventaja de que esos márgenes de la literatura mantienen un tono propio y en cierto modo protegido. En ese sentido generacional se puede decir que su poesía fue epigonal pues aquilataba los valores de esa generación única, pero también llegó a anticipar la poética que posteriormente desarrollaron algunos poetas clasicistas de la generación posterior.


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