Nueva grecia nº3 verano 2013

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NUEVA GRECIA

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Antonio Carvajal: tiempo sin tiempo Manuel Gahete Aunque suene redundante, nada es más cierto que el primer nombre que adviene a mis labios cuando me preguntan qué autor destacaría en la amplia nómina de los poetas contemporáneos,

p e n s A M I e n T o

es el de Antonio Carvajal. Porque en mi férvida imaginación este profesor universitario, emérito de Albolote, sigue descubriendo parajes indómitos, despertando emociones más allá de este mundo. No es la labor ensayística lo que me fascina de este hombre, al que admiro desde que leí por primera vez, adscrito a la corriente de los novísimos y muy superior a todos ellos; es una conmoción de lucidez poética la que me arrastra a la lectura de sus versos, una atracción volcánica por su palabra inmarcesible y bella. Uno tras otro, sus libros muestran un universo poblado de imágenes, deslumbrantes y sobrecogedoras por familiares y tuitivas. Palabras sin tiempo que ni el propio tiempo puede vencer, aunque le pese al laureado poeta Eliot. José Manuel Ruiz Martínez, en el logrado prólogo de Un girasol flotante, afirma que las características fundamentales de la poesía de Antonio Carvajal, las que configuran su voz particular e inconfundible, llegan en este libro a una suerte de culminación, coherente con toda su obra anterior y su personal indagación poética. Antonio sigue manteniendo un exigente diálogo con la tradición literaria, imprescindible para saber de dónde venimos y, sobre todo, hacia dónde vamos. Este compromiso contrae, en consecuencia, una profunda reflexión dialéctica sobre la creación artística, materia que el poeta engarza con precisión de orfebre en la filigrana del poema, un ejercicio de interpretación retórica en que, como afirmaba Oscar Wilde, la realidad imita al arte. El primer capítulo de Un girasol flotante lleva por epígrafe “Cartas a los amigos”: La dedicada a Emilio Lledó evoca la clave clásica del requerimiento a la escritura: “Toma la pluma y escribe este poema”. Pero, a Antonio nada de lo humano le es ajeno. Nos conmueve con ese acento laico de fervor hacia el hombre, engarzando la tensión que provoca el clamor, tantas veces sordo, de una oración desde cualquier lugar del mundo. El horaciano Beatus ille deviene en el poema a Muñoz Rojas con un giro expectante ad nauseam de la vida y la muerte. La fertilidad poética de Antonio no conoce límites. Alcanza todas las artes, geminadas y fundidas por inefables razones: El aliento del toreo mítico, una explosión de dolorido gozo con todos los acentos del tremor hernandiano. La música callada, luz que respira música, no luz sino deseo, para alcanzar


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