Nueva Grecia nº 1, Otoño 2012

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NUEVA GRECIA

El actor profesional y la transmisión de la literatura Rafael Portillo García

Afirmar que no habría teatro (ni cine) sin actores, parece una perogrullada. Como también

p e n s A M I e n T o

lo es decir que no hay espectáculo sin público. Pero, para llegar a reunir a ambos colectivos, es decir, intérpretes y espectadores, en un lugar mediante un contrato implícito por el que los unos se exhiben y cobran, y los otros contemplan y pagan, tuvo que pasar mucho tiempo. Y es que la profesión teatral no surgió de pronto, sino que se fue forjando a lo largo de los siglos. Ni siquiera los inventores del teatro, o al menos quienes lo concibieron como género dramático y le dieron forma literaria, es decir, los griegos, serían capaces de instaurar la figura del actor profesional, pues aunque las noticias al respecto son escasas, no parece que se dieran en Grecia las condiciones idóneas para ello. Tampoco parece que llegaran realmente a profesionalizarse los actores en los territorios gobernados por Roma, donde la actividad teatral estuvo siempre auspiciada e incluso controlada por la autoridad civil y religiosa. Y es que quienes se dedicaron al teatro, desde sus orígenes hasta, por lo menos, las postrimerías del siglo XVI, dependieron siempre de la iniciativa y control de los poderes públicos, de modo que si durante la Edad Media sería invariablemente la Iglesia quien promovería la mayoría de los montajes teatrales, a partir del Renacimiento, los reyes, la nobleza y los grandes señores, tanto eclesiásticos como seculares, se encargarían de propiciar cualquier tipo de espectáculo que, por lo general, se llevaría a cabo en un recinto propiedad de quien ejercía el mecenazgo. Sería ya en la segunda mitad del XVI cuando comenzarían a trabajar los cómicos de la Commedia dell’Arte, que eran ambulantes, actuaban en calles y plazas, y se sustentaban del dinero recaudado de entre el público. Por irónico que pueda parecer, esos actores, sin duda los primeros en conseguir independencia económica y en proclamar su profesionalidad— dell’Arte significa “de la profesión”-- surgieron como “actores-mendicantes”, ya que habían de mendigar el dinero que ganaban. Otros hombres –las mujeres, en un principio, no podían actuar—de toda Europa les imitarían, conformando las legendarias troupes de cómicos de la legua, de las que tanto se ha escrito. Sin embargo, ni siquiera en Inglaterra y España, países pioneros en el desarrollo del teatro profesional, serían capaces los cómicos de funcionar al margen del mecenazgo de la nobleza y del patronazgo de la Iglesia, de quienes en buena mediada seguirían dependiendo


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