Nueva Grecia nº 1, Otoño 2012

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NUEVA GRECIA

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Los silencios del poema Rubén Muñoz Martínez

Hace más de veinte siglos el hombre fue definido por Aristóteles como “el animal

p e n s A M I e n T o

que tiene palabra”. Sin embargo, con el transcurrir de los siglos y, en parte, gracias a las obras de los grandes poetas, hemos profundizado en esta definición y hemos sido capaces de comprender que más que “el animal que tiene palabra” el hombre quizá debería haber sido definido como “el animal que tiene la capacidad de callar”, un callar que viene posibilitado internamente en su dimensión más significativa por la propia estructura lingüística del ser humano, motivo por el cual el hombre puede “emitir” elocuentes silencios cargados de significados indudables. Siguiendo esta línea de reflexión, hemos de advertir que el objeto de creación lingüístico más sofisticado que es capaz de inventar el ser humano ha de ser buscado en el poema -objeto lingüístico por excelencia-, ya que ningún otro objeto creado por el hombre puede alcanzar el nivel de exigencia lingüística que impone este modelo de creación. Paradójicamente, el éxtasis mayor del poema no lo encontramos en la palabra sino en el silencio emanado de la propia palabra, ese marco indescifrable que parece contener la plétora de todo lo que hubiera que decir. Obviamente los poemas hablan, pero además de hablar también callan. Precisamente en ese callar, posibilitado por la palabra, se articulan y se ofrecen algunos de los significados más exuberantes de todo lo que se ha de decir. Según esto, parece adecuado pensar que en el poema podamos encontrar algunos de los espacios de silencio más significativos de la existencia humana. Desde su creación hasta su recepción, o lo que es lo mismo, desde su germinar inicial hasta su plena consumación, el poema viene sondeado por una conversación de silencios y palabras que indudablemente sostiene su decir. A continuación, nos detendremos brevemente en algunos de estos silencios:

* El silencio de la creación El momento de la creación recrea y requiere un espacio originario de silencio interior, donde el creador se halla a solas consigo mismo en una soledad poblada de voces misteriosas que le hablan sin parar. Únicamente el hombre abierto poéticamente al mundo está en condiciones de percibir esta “voz silenciosa” que le invoca sin pronunciar. En este momento inicial el poeta


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