Nueva Grecia nº 1, Otoño 2012

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NUEVA GRECIA

que el escritor emplea sabiamente. En este sentido, es muy revelador que sea su Diario la obra con la que se inicia su trayectoria literaria, una obra que abarca, por un lado, la memoria de su infancia a los siete años (en 1918) hasta la inflexión que supone la guerra civil (1936), y, por otro lado, los años de posguerra hasta 1947, con el nacimiento de Cántico. Curiosamente este Diario se mantuvo oculto hasta ahora, suscitando el interés por la leyenda que se cernía sobre la autobiografía oculta o secreta de Bernier: dónde estaba, cuándo saldría a la luz, qué cosas contaría, a quiénes implicaría, cómo lo haría, etc. Yo, al menos, como editor de su poesía, había deseado saber qué cosas contaría Bernier en esta obra con la que no pude contar cuando realizaba la edición de su poesía. Cuál fue mi sorpresa al darme cuenta, tras su lectura, que el mundo poético de Bernier ya está en su Diario, o dicho de otra manera, en su Diario se revelan ya los símbolos ocultos de su poesía. Su Diario es tan literario como su poesía misma. Por eso, él lo entrega como una obra literaria y no personal. Por eso, lo acaba cuando empieza a escribir su poesía. No es, pues, una necesidad biográfica la que lo impulsa a escribir el Diario, sino una voluntad artística o más bien una suerte de alquimia que convierte los signos de su presente en símbolos literarios. Pero lo que me parece más interesante destacar es que Bernier publica su primer poemario Aquí en la tierra (1948) justo después de terminar su Diario, aunque vuelva a él, en un continúo proceso de corrección y reescritura hasta 1989, el mismo año de su fallecimiento. Así, observamos la siguiente paradoja: frente a su prosa prohibida, oculta, imposible de revelarse en aquel tiempo franquista, su poesía sí le permite expresarse públicamente y burlar una censura incapaz de acceder al mundo simbólico del poeta. Si hemos distinguido, por un lado, una fase inicial en la escritura de Bernier (la de su Diario secreto), una segunda etapa (la escritura poética a partir de 1948), cabe distinguir un tercer estado, el que desarrolla vitalmente con su labor como historiador y arqueólogo, descubriendo importantes hallazgos arqueológicos, como los treinta y siete yacimientos en la Bética, entre fortificaciones y recintos ibéricos. Con motivo del traslado de unos ídolos femeninos en piedra caliza desde «El Laderón» al recién creado museo de Doña Mencía, en abril de 1954, Bernier declaraba: “Verdaderamente es bella la arqueología, porque nos permite opinar y sentirnos satisfechos con nuestras opiniones. Incluso es tan tolerante, que podemos negar la divinidad de tan endiosados pedazos de piedra sin miedo a posible excomunión de sus fenecidos sacerdotes. Sólo que aquí no es cuestión de dogmatizar, sino de describir esa pareja de presuntas diosas madres que, pusieron su santuario muy cerca del buen lomo y el buen vino de Doña Mencía…”


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