ERRATA# 0, El lugar del arte en lo político

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Es central en nuestras sociedades no sólo la defensa de una mejor calidad de vida material, del desarrollo económico, de la superación de la pobreza, de la mejoría de las condiciones de vida, de la preservación del medio ambiente, de la renovación política, también del derecho a la cultura y a la ciudadanía cultural. En las sociedades contemporáneas, esa debe ser una trinchera de lucha permanente. Hamilton Faria e Pedro Garcia

En la invitación que me hizo la Gerencia de Artes Plásticas para la coedición de este primer número de Errata# venía propuesto como posible tema: el lugar del arte en lo político. Mi respuesta, en la que aceptaba y agradecía la invitación, también planteaba un giro del tema que me interesaría abordar: Arte y transformación social. Esta precisión, según la entiendo, podría ampliar los matices de los problemas involucrados en tal temática y de paso introducir otros como el juego político, las formas de resistencia en la era global en espacios urbanos y rurales, las tensiones y dinámicas locales y nacionales, el arte y el activismo, la relación arte y arquitectura con la temática del desplazamiento forzado en Colombia y los miles de desaparecidos por violencias; igualmente daba espacio a las aperturas resultantes de la articulación entre arte, educación y espacios públicos, a los nuevos espacios para la diferencia y el ejercicio ciudadano, y a procesos de arte y cultura, entre otros, por señalar los más amplios. Dada mi experiencia de investigación en prácticas culturales críticas (resistentes, contrahegemónicas o de avanzada) y en la producción de espacios públicos, considero que las disciplinas que se involucran en una reflexión de este tipo exceden las estrictamente artísticas. A partir de esta consideración se estructuró el perfil del tema a tratar y, por supuesto, el de los articulistas invitados, a quienes agradezco su participación y colaboración, dando como resultado un valor agregado a esta apuesta, pues introduce el asunto del uso social de los discursos, prácticas y productos artísticos. Así, los artículos «Prácticas estéticas en un mundo injusto, indigno y sin memoria» de Carlos Salamanca; «Lugares, sustancias, objetos, corporalidades y cotidianidades de las memorias» de Catalina Cortés; sumados al mío, titulado «En las ciudades. Discursos y prácticas de arte y cultura», abordan cuestiones sobre la dificultad evidente que tenemos los «expertos» en el estudio de estas zonas grises periféricas a Occidente, para imaginar sociedades justas y sustentables, como lo han venido exigiendo y logrando numerosos colectivos artísticos, culturales e intelectuales, movimientos sociales y algunos pocos ciudadanos de a pie. Se trata de la defensa de la ciudadanía cultural, expresada en el derecho a la ciudad y entendida en términos más amplios como el derecho a la creatividad, como lo ha reclamado David Harvey; es decir, como el derecho inalienable a la participación de la sociedad en los procesos de decisión cultural, el acceso a la información, y el derecho a la expresión de la diversidad y diferencia que incluya (sobre todo) a las culturas populares y ancestrales. Esta es una tarea difícil, no sólo por las condiciones de vida actuales impuestas por 83


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