ERRATA# 0, El lugar del arte en lo político

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El 28 de mayo del 2009 se inauguraba la nueva disposición de la colección permanente del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, principal institución dedicada a la conservación y difusión del arte contemporáneo en España, y profundamente ligada al proceso de construcción ideológica del régimen democrático. Sede de Guernica, la obra de Picasso que materializa y visualiza el compromiso de la vanguardia con la defensa de la libertad frente a la barbarie fascista, curiosamente el Reina Sofía se había convertido desde su apertura oficial como museo en 1992 en el buque insignia de una narración de la historia del arte español contemporáneo desde el punto de vista de la autonomía estética y de la celebración del genio individual, fundamentalmente de la tríada Miró, Picasso, Dalí. Es como si el potencial crítico y de acción política del arte de vanguardia y el entrecruzamiento entre el acontecimiento histórico y el proceso creativo quedaran cristalizados y codificados en aquel lienzo mítico de 1937. Su mera presencia en Madrid, como monumento y símbolo que sutura la prolongada herida abierta por la dictadura franquista, excusaba al resto del arte de cualquier función crítica y a la historia del arte de cualquier otra misión que la de contarse a sí misma. El recorrido retrospectivo por las vanguardias abstractas de los cincuenta y sesenta, el

pop local o las neofiguraciones de los setenta y los ochenta se ofrecían en el Museo Reina Sofía mediante un discurso lineal carente de cualquier anclaje en las circunstancias históricas. Lo más llamativo, sin embargo, era la omisión de cualquier referencia a las prácticas no objetuales de impronta conceptualista y frecuente contenido crítico que habían aglutinado el debate artístico de la década de los setenta, coincidiendo con los últimos años del franquismo y entrelazados con los distintos frentes de lucha contra el régimen. Se trataba, según se argumenta en este texto, de un olvido estructural, necesario para la instauración y sostenimiento de una nueva narración hegemónica que iba a dotar al arte de vanguardia de la función prioritaria de dar testimonio de la normalidad democrática mediante la celebración de su autonomía respecto de la coyuntura histórica, política y social específica. La autonomía en este sentido favorecía el establecimiento de vínculos y lazos ideológicos de índole opuesta a aquella, los que unían el arte al capital y a la economía de consumo con los que la joven democracia española pretendía alinearse. El objeto artístico, convertido en fetiche de una sociedad que aspiraba a la opulencia más que a la revolución, iba a encontrar su marco simbólico en la feria internacional de arte Arco, que se abrió con diez años de adelanto respecto de la colección del Museo Reina Sofía, y cuando

Guernica, recién llegado, se exhibía tras una urna de cristal flanqueada por dos guardias civiles. La nueva narración que proponía en el Museo Reina Sofía, diecisiete años después de su apertura, suponía un giro radical respecto de ese olvido estructural ya que la sección dedicada a la contemporaneidad se abría directamente con una sala consagrada en exclusiva a aquellas prácticas no objetuales comprometidas con una interrogación radical de los códigos, medios y sistemas dominantes. Esta sala se disponía como sustrato local de un recorrido por los sucesivos estratos discursivos del arte internacional de los setenta en

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