Revista CAV No. 57

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74 Escribir sobre la situación actual del Parque del Este va más allá

del trillado inventario de “bajas” producto de una guerra que las instituciones encargadas de protegerlo parecen haberle declarado desde hace mucho tiempo. Queremos con este artículo visualizar una salida, un camino que nos ayude a vencer el horror de la posibilidad de perder definitivamente uno de los jardines más hermosos que ciudad alguna pueda haber soñado. Fue recordando las palabras de la arquitecta Cristina Pardo, en el conversatorio organizado para homenajear el centenario del nacimiento del paisajista Roberto Burle Marx, que visualizamos la manera de abordarlo. Su experiencia de 20 años de trabajo en INPARQUES, nos hizo reflexionar sobre el desarraigo y la indolencia, antivalores de una sociedad que impávida ha sido testigo y cómplice de la destrucción de su ciudad, en la que el olor a cemento fresco resulta tan atractivo que poco importa derrumbar lo viejo, desdeñando valores, tradiciones e historia. Pero la arquitecta Pardo también nos hizo caer en cuenta que más allá de esa inercia destructora, el Parque ha logrado permanecer en pie y es un emblema entre los proyectos de mediados del siglo XX, construidos para perdurar y acompañados por la suerte; aunque, ciertamente está muy deteriorado y sus servicios distan de dignificar a unos usuarios agobiados de concreto, tráfico e inseguridad, éstos acuden a refugiarse en sus espacios verdes. Medio siglo después, el Parque sigue allí, maravillándonos con sus incomparables visuales de El Ávila; haciéndonos descubrir en cada recodo lo que queda de los “cuadros vivos” que el artista Burle Marx pintó con plantas. Permitiéndonos disfrutar de los generosos espacios diseñados junto a Fernando Tábora, John Stoddart y Carlos Guinand Sandoz. Así como admirar las formidables especies de flora y fauna que desde diversos parajes de la geografía nacional y de la mano del botánico Leandro Aristiguieta y otros botánicos y zoólogos, eligieron, seleccionaron, aclimataron y dejaron sembradas en éste, nuestro jardín. El problema real es que esa dinámica destructora lejos de disminuir ha tomado un nuevo aire y aunque el deterioro comenzó hace mucho tiempo los últimos cuatro años se han intensificado hasta la debacle. El Parque está en una encrucijada y sus posibilidades de sobrevivir o desfigurarse para siempre dependen de que evaluemos con sentido crítico el camino transitado y utilicemos los recursos a la mano para impulsar su renacimiento apegándonos a su concepto original: “Un paisaje cultural diseñado por el hombre, en el cual se integran planteamientos innovadores en su concepción espacial, la utilización de la vegetación y la incorporación de la cultura local con un sentido didáctico”. De la revisión del pasado destaca un exitoso proceso de diseño y ejecución de la obra (1958-1964), no exento de inconvenientes que fueron solventados a punta de ingenio, compromiso y trabajo en equipo junto a la Comisión asesora integrada por Carlos Guinand, Gustavo Wallis, Eduardo Mendoza Goiticoa, William Phelps, Armando Planchart, Enrique Tejera y Armando Hernández Ron y, con el apoyo del extinto Ministerio de Obras Publicas (MOP) de aquella época. La etapa de mantenimiento se mantuvo en manos del “Instituto

Autónomo Administración Parque del Este” ya creado en 1961, pero este organismo, sin el apoyo de la oficina de Burle Marx ni de la Comisión asesora, no contaba con los conocimientos y experiencia, planes ni programas, para garantizar la integridad en el manteniendo y conservación del Parque, lo cual generó un rápido deterioro que comenzó afectando lo más frágil, las plantas, y luego se extendió a la fauna y las instalaciones. En 1967, asume la dirección del Parque el Ing. Agrónomo Antonio Agostini, reconocido entre los pocos profesionales que implementaron programas de mantenimiento a partir de un reconocimiento de los objetivos de diseño del Parque y asesorándose con los diseñadores. En 1973, el Instituto deja de ser un ente exclusivo del Parque del Este y se transforma en Instituto Nacional de Parques (INAP), adjudicándosele la responsabilidad de planificar, construir, ampliar, organizar y administrar todos los Parques de Recreación a Campo Abierto, que en ese momento suman 12. El Ing. Agostini es ratificado en la dirección del INAP e incorpora asesores por áreas temáticas. Para 1974se contaba con el apoyo de Manuel Silviera, Tobías Lasser, Kathy de Phelps, Martín Vegas y Ramón Aveledo Hostos, sin embargo la continuidad de un “Consejo” como órgano asesor del ente administrador se rompe. Siguen incorporándose parques de recreación al INAP y en 1978 se crea el Ministerio del Ambiente y Recursos Naturales Renovables (MARNR), el INAP se transforma en INPARQUES y asume la responsabilidad de velar por todos los Parques a nivel nacional. Actualmente, sus competencias se ciernen sobre 43 Parques Nacionales, 36 Monumentos Naturales y 74 Parques de Recreación. Lo que surgió como una institución para administrar un parque de 82 ha se convirtió en una compleja institución dentro de la cual, el Parque del Este se convirtió en “un parque más”, que compite en la satisfacción de sus demandas con parques de distinta naturaleza, escala y complejidad. Entre los años ‘60 y los ‘90, INPARQUES tuvo que lidiar con propuestas de toda índole que atentaban contra la integridad del diseño de Burle Marx, propuestas de un jardín japonés, jardín de rosas de Bulgaria, geriátrico, guardería, escuela de paracaidismo, instalación del pabellón venezolano de la Expo Hannover 2000, y hasta una escuela de sky acuático se cuentan entre los proyectos que se lograron contener. Otras propuestas fueron canalizadas, tales como la donación de una colección ferroviaria histórica que movilizó al Ing. Agostini junto al promotor de la idea, Guillermo Jose Schael, quienes, apoyados por el MOP y el empresario Eugenio Mendoza, logran en 1970 cristalizar la Fundación Museo del Transporte. Otro patrimonio de la ciudad -por cierto- hoy amenazado y a punto de ser cerrado gracias a la ceguera gubernamental. Una iniciativa que no se logró detener fue la ubicación de la réplica de la Nao Sta. María en el Lago 9. Esta réplica fue donada por la Fundación del Niño e inaugurada el 12 de octubre de 1971, generando la indignación del paisajista Burle Marx, sin embargo era una intervención reversible. Como no fue construida para ese uso ni para ser


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