Atelier LOVE nº 1

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noche te escaqueas y te las cambias. Que al final no lo haces porque te reconcome imaginarte con tu vestidazo y tu peinado maravilloso y esas bambas guarrindongas enormes que vas a parecer una yanki camino del trabajo. Así que estás en la boda, baila que te baila sin importarte la rozadura que levemente, casi inocentemente, se va formando en tu talón. Dos horas después la herida es un pellejo sanguinolento que baila más que tú, por lo que decides aparcar tu depurada técnica de baile por un movimiento sutil acompasado, estilo jubilado en Benicàssim: movimiento de cadera sí, pero con los pies quietos como si te los hubieran clavado al suelo, que en realidad ese es justo el dolor que sufres. Te sientes un poco Opus Dei, rollo aquí hemos venido a sufrir y lo voy a pagar con sudor. A medianoche la burbujita en tu talón alcanza ya las dimensiones de la burbuja inmobiliaria, y estás en el punto de no retorno: Si te calzas o te mueves: Te desmayas. Todo el mundo se parte de risa y baila, y tú estás sentada en una esquinita imaginando un mundo rosa chicle de zapatos planos, zapatillas de deporte y bañeras con sales. Tomas una decisión drástica: Te descalzas. Al momento notas una paz que roza lo místico e incluso lo orgásmico. Estiras la pierna y mueves los dedos de los pies hacia adelante y hacia atrás haciendo abanico. Cuando mejor estás, una mano furtiva agarra tu muñeca y te levanta de la silla sin darte tiempo a calzarte ¡¡CONGA!!! De repente te ves haciendo el corro de la patata con otras veinte personas saltando y gritando mientras recibes pisotones por delante y por detrás. En tu cabeza la única música que suena es la voz del vendedor de la tienda que te dijo que tranquila, que los zapatos se adaptarían a tu pie porque la piel tiende a ceder. Será cabrón. Aquí la única piel que se estira

hasta el infinito es la de Tita Cervera y Carmen Lomana, que cada vez que sonríen (cuando pueden) se les mueven los dedos del pie hacia arriba. Suerte que tienen, porque tú no puedes hacer ni lo uno ni lo otro. Ahora lo más parecido que tienes a una sonrisa es una mueca similar a la de haber chupado un limón confitado. En un descuido aprovechas para escaparte del corro, recoger tus malditos zapatos (porque serán malditos pero te han costado una pasta) despedirte a toda prisa de los novios, agarrar al tuyo por banda, y tirar millas hacia casa. No hay dolor, no hay dolor, piensas cual Rocky Balboa a la fuga. Meses después te encuentras compartiendo un café con la novia y tu grupo de amigas, hablando de la luna de miel, cotilleando sobre la convivencia, el novio, la madre que lo parió, y la madre que parió a la convivencia. Chismorreáis del trabajo, la familia política (¡ay, el cuñado!), y recordáis anécdotas de la vida y las muchas risas que habéis vivido juntas. Una de tus amigas aprovecha para anunciar que por fin se casa, y mientras todas la felicitan, tu cabeza se pone en marcha pensando que habrá que comprarse un vestido bonito, y que, aunque aún quedan muchos meses, no estaría mal salir a echar un vistazo. Te acuerdas entonces de aquellos zapatos, exiliados en el fondo del armario. Ya has olvidado la rozadura que te duró dos semanas, pero recuerdas, eso sí, que eran muy bonitos y lo bien que te sentaban a pesar de aquella manchita diminuta que la verdad ni se notaba. Bueno, mira, es una opción que podría valer... Las voces del grupo suenan lejanas mientras tú imaginas bolsos, pulseras, peinados, medias, collares (no, collar mejor no), pendientes (sí, pero discretos) y todo un mundo de complementos ideales, a juego con tus zapatos de protagonistas absolutos. Y sonríes y piensas que, al final, va a ser verdad eso que dicen de que el roce hace el cariño... atelier love 125


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