Reportaje a Alejandro Katz

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UNA CONVERSACIÓN SOBRE TECNOLOGÍA Y POLÍTICA CON

ALEJANDRO KATZ “Toda reflexión sobre la tecnología es muy compleja, ya que nunca es una reflexión nueva sino que es parte de una conversacion que ya está en marcha desde hace mucho tiempo, a veces siglos. Es la conversación que trata de la tecnología como extensión de los sen‐ tidos, como instrumentalización de lo humano, como dominio sobre lo natural, como expresión de una razón que se pretende superior a otras. La tecnología ha sido fuente de reflexión en la misma medida en la que ha sido refugio de poder y de capacidades. Por ello es muy difícil iniciar una conversación sobre la tecnología: uno siempre está participando de conversaciones muy antiguas, y en esas conversa‐ ciones antiguas hay muchas cosas que son pertinentes en el pre‐ sente. Parte del problema es que quienes actúan con la tecnología, sea desarrollándola o incorporándola a sus vidas cotidianas, ignoran esas conversaciones y creen que el mundo nace con ellos”. Quien esto afirma es Alejandro Katz, filósofo, ensayista, editor, con quien compartimos una profunda conversación sobre tecnología, política, comunidad y, por supuesto, ideología a propósito de las propuestas de Google, Uber o Airbnb. Existe muy presente una fantasía de que la tecnología llegó para resolverlo todo y salvarnos la vida. Pero pareciera que no ser tan así… Entre los tecnólogos esta propensión a pensar que el mundo se inicia con ellos es particularmente intensa. Siempre existe la ilusión de que lo nuevo llegó justo ahora, en un ahora que es contem‐ poráneo de quien lo enuncia. El culto de la novedad, por el contrario, sí es un culto reciente. No es un culto cuyas raíces se hundan en la historia de la humanidad sino en la historia de la modernidad, de la sociedad de masas, de consumo, de la revolución industrial. Ese culto de la novedad crea la ilusión, por un lado, de que lo nuevo es valioso por ser nuevo, lo cual no sólo no es evidente sino que no es comprobable; y, por otra parte, sugiere que la novedad es siempre contem‐ poránea de quien la enuncia. Hay una

dificultad para pensar lo nuevo como parte de lo viejo, y lo nuevo, eso que consideramos o interpretamos como novedoso, es muchas veces una repetición más que una innovación. Aunque haya una innovación técnica, lo nuevo es, en general, una repetición cultural. Cuando uno estudia, por ejemplo, el efecto en la circulación de lo escrito que introdujo la imprenta de tipos móviles de Gutenberg, las curvas de aumento de los contenidos que circulaban en Europa tienen una forma muy parecida a las curvas de aumento de circulación de contenidos digitales con la explosión de Internet. La forma de la curva es parecida, no por supuesto la magnitud que la curva expresa. Es decir, lo que es muy parecido es el modo en que se incrementa la disponibilidad de contenidos para una sociedad deter‐ minada en un momento determinado.

“La tecnología ha sido fuente de reflexión en la misma medida en la que ha sido refugio de poder y de capacidades.”

POR MAJO ACOSTA FOTOS: MARIANA ROVEDA

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Eso no quiere decir que Internet no introduzca una novedad, sino que la cultura vivió también una novedad semejante en otro momento histórico. Y por tanto podemos aprender, o debería‐ mos poder aprender, del modo en que la sociedad vivió esa innovación. Hay percepciones que siempre son pensadas como exclusivas de quien está percibiendo, sea que se trate de una persona o de un grupo. No digo que todo sea una repetición, pero sí creo que vale la pena insistir en que no todo lo que es percibido como novedad lo es, y que no toda novedad, por serlo, merece nuestra estima. En alguna oportunidad te escuché citar a Evgeny Morozov, quien tiene un planteo muy definido sobre la ideología detrás de grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley, y al mismo tiempo habla del corrimiento o la desaparición del Estado de Bienestar… Morozov hace una denuncia muy fuerte de lo que podríamos denominar “utopismo tecnológico”, lo que él llama “solucionismo tecnológico”. Se trata de una fantasía según la cual la tecnología va a solucionar todos los problemas de la vida cotidiana, incluyendo entre ellos el problema mismo de la muerte. El análisis de Morozov no es una crítica abstracta de tipo heideggeriana sino una crítica de un momento concreto del mundo tecnológico. Morozov cuestiona la ideología de Silicon Valley. Por un lado, el modo en que la tecnología está aspirando a sustituir las soluciones políticas por soluciones individuales, a convertir problemas eminentemente políticos en problemas de los individuos, a convertir en problemas personales problemas que son colectivos. Un ejemplo muy claro es el de la obesidad, que se ha convertido en una pandemia global. Todo teléfono inteligente tiene hoy una aplicación para controlar la ingesta calórica, la cantidad de pasos diarios, el ritmo cardíaco, etc., y así poder llevar un control de si uno está en el camino de la obesidad, del sobrepeso o, quiéralo Dios, de la salud. Y lo que Morozov señala es que justamente la obesidad es resultado de lógicas supraindividuales. ¿Por qué hay mucha gente con sobrepeso u obesa? Por la industria de la alimentación, por la falta de regulaciones públicas sobre el tipo de alimentos que se ponen en el mercado, por un tipo de publicidad para estimular REPORTE PUBLICIDAD | PENSAMIENTO

un cierto tipo de conducta alimentaria, por una lógica de los mercados de trabajo, por una lógica urbana, por una lógica del sistema de transporte, por una concepción acerca del uso del tiempo. Ahora, si uno habla de urbanismo, de transporte, de industria alimentaria, de mercados de trabajo, habla de problemas políticos, no habla de decisiones personales. Y son todos problemas políticos que quedan soslayados cuando una app nos ofrece solucionar este tipo de cuestiones. Eso es muy grave, porque no es posible solucionar problemas colectivos desde la acción individual, y si eventualmente alguien lo hace es a expensas de sacrificar lo común. Sacrificar lo que nos es común, es decir lo político, no carece de consecuencias: aun si uno solucionara cuestiones políticas convirtiéndolas en personales, transfiriendo al individuo la responsabilidad absoluta de abstraerse de un sistema de alimentación, de trabajo, de transporte, de estilo de vida urbana, etc., y aun si cada individuo pudiera lograrlo, lo que hemos hecho es cancelar una parte importante de lo que nos reúne: que es lo público. Lo público como espacio de conversación en el que vamos a decidir qué tipo de cosas queremos, cuáles no y cuáles son mejores que otras.

“ Hay percepciones que siempre son pensadas como exclusivas de quien está percibiendo, sea que se trate de una persona o de un grupo. No digo que todo sea una repetición, pero sí creo que vale la pena insistir en que no todo lo que es percibido como novedad lo es, y que no toda novedad, por serlo, merece nuestra estima.”

El de Uber es un debate muy actual para nosotros hoy y también lo toma Morozov. Lo que Morozov ve claramente en Uber es cómo el solucionismo tec‐ nológico instaura la utopía de las empre‐ sas tecnológicas, que no es la misma utopía de la sociedad. Evidentemente si uno puede hacer una transacción con un costo menor y un beneficio igual o mayor va a tener un gran incentivo para hacerlo. Si un individuo puede tomar un viaje a menor precio, con mejor calidad y posi‐ bilidad de compartir información sobre el proveedor del servicio, no sorprenderá que quiera hacerlo. Argumentar eso es razonablemente sencillo. Lo que es raro es todo lo que no decimos. No decimos que la sociedad contemporánea, después de muchos siglos de discusiones, de com‐ bates argumentativos y no argumenta‐ tivos, construyó algunos consensos. Esos consensos incluyen que es bueno que la gente trabaje una cantidad limitada de tiempo y que tenga descanso, que es bueno que la gente tome vacaciones pa‐ gadas, que es bueno que si alguien se en‐ ferma y no puede trabajar no caiga en la miseria, que es bueno que después de determinada edad la sociedad otorgue 38 | 39

un ingreso a aquel que trabajó toda la vida y aportó para que otras personas mayores también pudieran tener un in‐ greso cuando no estuvieran en condi‐ ciones de trabajar. Hay muchas ideas que construimos con mucho esfuerzo, y que nos parecían buenas ideas. Y esas ideas implican un cierto tipo de mercado de trabajo, de relaciones personales y labo‐ rales, de concepción de los vínculos de prestadores y prestatarios de servicios. No digo que no podamos revisar esas ideas, en todo caso debemos revisarlas, no tirarlas a la basura, y aceptar la oferta de Uber significa fundamentalmente tirar esas ideas a la basura. ¿Es lo que queremos? ¿Es el tipo de sociedad que nos seduce? ¿Es el fin de los vínculos de solidaridad, de ciertas ideas de justicia? ¿Es la naturaleza misma de los derechos lo que nos está “sobrando”? El modelo Uber no debe llevarnos a soslayar estas discusiones.

“Sacrificar lo que nos es común, es decir lo político, no carece de consecuencias: aun si uno solucionara cuestiones políticas convirtiéndolas en personales, trans‐ firiendo al individuo la responsabilidad absoluta de abstraerse de un sistema de ali‐ mentación, de trabajo, de transporte, de estilo de vida urbana, etc, y aun si cada individuo pudiera lograrlo, lo que hemos hecho es cancelar una parte importante de lo que nos reúne: que es lo público.”

Si lo llevamos a lo local, Uber justamente se instala en este momento de Argentina en donde muchas instituciones están en el banquillo de los acusados y estos discursos tienden a prender mucho más… Eso es parte de los problemas argentinos y no parte de la soluciones argentinas. Parte de los problemas argentinos es la dificultad para tener una conversación que incluya siempre el punto de vista del otro. No ten‐ emos conversaciones que consideren el punto de vista del otro sino monólogos excluyentes, y nuestros monólogos van de un exceso de Estado a un exceso de mercado, de un exceso de regulación a una falta de regulación. Son dos conduc‐ tas que han producido algo que com‐ parten: su capacidad de fracasar. Ninguna de las dos puede jactarse de haber con‐ tribuido a que nuestra sociedad sea una sociedad mejor y que nuestro país sea un país más próspero. Ni las políticas pro estatalistas, a mi entender absolutamente imperfectas y desvirtuadas como el kirchnerismo; ni las politicas pro mer‐ cado como las del menemismo y la con‐ vertibilidad. Es una discusión en donde siempre falta el matiz. La riqueza está en el matiz, en el claroscuro, en la sombra, en el detalle, no en el gran grito de Estado o mercado, ni en el garrote para imponer uno sobre el otro. Es cierto que la so‐ ciedad estaba harta de que le tiraran el Estado por la cabeza de un modo que ahogaba, y que también ahogaba a lo público. Lo público no es el Estado, y mu‐ cho menos el gobierno: lo público es el lugar de interacción de actores colectivos e individuales, no un Estado que toma la palabra de la ciudadanía, no es una ca‐ dena nacional. Lo público es una conver‐ sación en la que participan muchas voces, colectivas o individuales, que tienen algo para agregar al sentido común de una so‐ ciedad en determinado momento. Eso no lo hemos estado haciendo ni lo estamos haciendo ahora. ¿Notás un cambio de tono o la posibilidad de otra discusión, o se mantiene esa lógica? Es prematuro saber qué es lo que va a ocurrir. Tenemos algunos in‐ dicios. Hay un ambiente más tolerante: no hay un abuso de la palabra guberna‐ mental por sobre la palabra colectiva de la sociedad. No hay un intento de callar o excluir de los medios a quienes piensan diferente. Hay un estilo más tolerante, menos ríspido, menos agresivo. Eso es indudable. Formalmente eso ocurre. Y buena parte de lo que nos importa del


Google y el sesgo cognitivo

En el caso de Google es particu‐ larmente grave. Google desplazó a los otros buscadores por el al‐ goritmo de Page, que es muy in‐ teligente. Hasta Google, los buscadores revisaban las pági‐ nas que se ocupaban del tema de la búsqueda y las indexaban. Serge Brin y Larry Page lo que hicieron fue introducir el criterio de citación académica. No se de‐ volvía el resultado de lo que la página dice, sino que se devuelve como resultado las páginas que otras páginas señalan como las más adecuadas para algo. Hay un trabajo de selección previa. Este criterio de cita indirecta devolvió búsquedas de muchísima mejor calidad que los resultados de otros buscadores como Yahoo o Altavista. Tiempo después Google decidió incorporar en los resultados de la búsqueda los an‐ tecedentes de la historia del mismo individuo que está ha‐ ciendo la búsqueda porque de este modo cierra más el campo de los resultados y devuelve re‐ spuestas más asertivamente. El problema es que al incorporar la propia historia de búsquedas de quien hace la búsqueda se descartan todas las cosas que la contradicen. Si un militante am‐ bientalista busca información sobre la relación entre calen‐ tamiento global y combustibles fósiles, las respuestas que va a recibir le van a indicar que la cor‐ relación entre los combustibles fósiles y el calentamiento global es muy estrecha. Si un dirigente de una compañía petrolera hace la misma búsqueda, las respues‐ tas que va a obtener van a indicar que no hay ninguna correlación o que ésta es muy débil. No sólo dejan de interactuar uno y otro sino que cada uno se afirma en su propio punto de vista, en su propia creencia, y por tanto for‐ talece un sesgo cognitivo que di‐ ficulta que las conversaciones públicas avancen. Esto tiene problemas políticos y tiene pro‐ blemas de cultura.

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modo en el que convivimos es formal. No es menor. Ahora, lo que no resulta claro todavía es que estemos siendo capaces no de dejar hablar al otro, sino de inter‐ actuar con lo que el otro tiene para decir. Y ahí hay un riesgo y es que esto se llene de murmullos en donde muchas per‐ sonas hablen al mismo tiempo y nadie considere seriamente el punto de vista ajeno. Un mar de susurros de ignorancia mutua. Creo que uno de los riesgos de este go‐ bierno, al menos de algunos miembros de este gobierno, tiene que ver con la in‐ capacidad de ponerse en los zapatos del otro. Y los zapatos del otro son particu‐ larmente los zapatos del débil. No se puede decir, como alguien ha dicho, que las chicas adolescentes se embarazan para cobrar planes sociales. Nadie tiene una relación con la maternidad, ni con la sobrevivencia, ni con el mundo material que justifique que se diga eso. Y si se dice es porque no hacemos un esfuerzo de comprensión del mundo del otro. Creo que hay muchos sesgos de ese tipo en el gobierno. Hay mucha gente que hace mu‐ cho tiempo que no se sube a un colectivo, si alguna vez lo hizo. El mundo está en el colectivo y no en el coche con chofer y vidrios oscuros. Y ese no es un problema de comunicación del gobierno, como dijo Marcos Peña en alguna nota. Es un tema de gestión. De decisiones políticas. Y podríamos decir hasta de clase. Creo que hay que volver a usar esa palabra. Hay un sesgo de clase en la mirada de la realidad. Hay ideas que no alcanzan a ser compren‐ didas. Así como el oído de un perro oye sonidos que no son perceptibles para el oído humano, hay registros de lo social que no son audibles para determinados oídos. Cuando a fin de año la gente de Cresta Roja cortó la Ricchieri, la reacción del gobierno fue “nosotros no podemos usar los impuestos para resolver los problemas particulares de todos”. Dicho en la misma semana en que se redujeron las retenciones a la soja, que eran muchos millones de pesos. ¿Y no se podían pagar los salarios de esas personas durante tres meses, hasta que se encontrara una res‐ puesta para no dejarlos en la calle? Ese es un sesgo de clase. Y si no se dan cuenta que están viendo la realidad desde una posición de clase van a volver a hacer lo que el liberalismo argentino hizo siem‐ pre: convertirse en el liberalismo de pocos. Al liberalismo argentino le falta probar que no es indiferente al dolor so‐

cial, al sufrimiento de las mayorías. Y si el liberalismo argentino no puede probar eso, va a volver a dejar el país en manos de quienes aprovechan la capacidad de entender ese dolor social para usarlo en beneficio propio. Toda la discusión de los Panamá Papers centrada en que si fue legal o no fue legal que Macri tuviera firma en un directorio, si había cobrado dividendos… esa no es la discusión. La discusión son las puertas giratorias entre la política y los negocios. La discusión es que no es normal ser parte de un directorio de una empresa off shore. No es el tipo de cosas que un ciudadano hace. Es un tipo de cosas que otra gente hace. Que hacen aquellos que no tienen una idea de ciudadanía, porque la idea de ciudadanía nos obliga a actuar en el territorio en donde ejercemos la ciudadanía. Hubo una discusión muy in‐ teresante que sirve para entenderlo. Richard Rorty, un filósofo norteameri‐ cano extraordinario, publicó hace años un artículo en el New York Times haciendo una crítica de la baja calidad patriótica de la academia norteamericana. Esto originó una serie de respuestas en donde participaron muchos pensadores norteamericanos de primer nivel. La dis‐ cusión se centró finalmente en el viejo – una vez más– conflicto entre cosmopoli‐ tas y patriotas. Uno de ellos dijo: “Me en‐ canta la idea de ser ciudadano del mundo, pero uno es ciudadano del sitio donde le dan un pasaporte y le cobran los im‐ puestos”. Ser ciudadano quiere decir tener un pasaporte y pagar unos im‐ puestos. Si uno no va a pagar los im‐ puestos en algún lado, está haciendo un sacrificio de sus derechos de ciudadanía en ese lugar. Y no es bueno que el Presi‐ dente sea parte de una sociedad que no es ilegal pero que se aparta del destino común. Lo que expresa ser parte de una sociedad off shore es desapego respecto del destino de los otros, del destino común. Porque el destino común nos im‐ plica a todos aquellos que no queremos o no podemos tener un futuro que no tenga que ver con la calidad de futuro de los otros. Mi futuro tiene que ver con la prosperidad del país. El futuro del grupo gobernante no tiene que ver con la pros‐ peridad del país: tiene que ver con el modo en que preservan sus posiciones de poder, independientemente de lo que pase en el país. Ahí entramos en nuestra incapacidad de pensar a largo plazo y a sentirnos parte de una comunidad. Volviendo a

lo tecnológico, esta fantasía de comunidad y de movilización (que no es tal) que nos dan las redes sociales. Hay un concepto que a mí me importa cada vez más, es de un pensador francés, Edgard Morin, que también hace una fuerte re‐ flexión sobre la técnica. Él habla de la co‐ munidad de destino: que el destino de cada uno tenga que ver con el destino de los demás, pero también con el destino de nuestro planeta, de nuestros recursos. Y en Argentina hemos quebrado la co‐ munidad de destino. La hemos quebrado desde arriba cuando sustituimos los bie‐ nes públicos que arman una comunidad por bienes privados: la escuela, la salud, la seguridad, la producción de energía. La mitad de la ciudad tiene generadores eléctricos propiedad de particulares. Que no haya energía para todos no es un pro‐ blema para quienes tienen un grupo elec‐ trógeno en su edificio, su country o en la puerta de su casa. Del otro lado, hemos expulsado de la comunidad de destino a aquellos que salieron de la sociedad por la puerta de atrás; y aun si la sociedad llegara a ser próspera, ellos, los margi‐ nados, no van a verse beneficiados por esa prosperidad, porque no tienen los re‐ cursos simbólicos para participar de ella. Fueron expulsados del presente y del des‐ tino común. No estamos haciendo un buen país. No es un buen país aquel donde los ricos se van y los pobres son echados, y en el que la clase media no in‐ tenta construir un futuro sino conservar el presente. Porque todo futuro es una hipótesis de riesgo. Si alguien puede ahorrar mil dólares por mes o por año, lo hace en dólares, que es una forma de salir del territorio común. Volvamos al rol de la tecnología en ese proceso… Si la tecnología no es objeto de una revision crítica, estimula estas dis‐ rupciones. Estimula los modos en los que cada grupo se autonomiza de los otros grupos. No es solamente un problema de las apps. Hay un problema que trasciende esto también. Y quien lo trabajó muy bien es Cass Sunstein, él estudia el modo en el que Internet está creando comu‐ nidades de sentido cerradas y por tanto debilitando la democracia. Es un pro‐ blema muy serio porque lo que vamos haciendo en las comunidades de Internet es reunirnos con aquellos que piensan lo mismo que nosotros, y exacerbamos lo que se llama “sesgo de confirmación”. Es decir, un sesgo cognitivo por el cual con‐ sideramos como válido sólo aquello que confirma nuestras creencias previas y 40 | 41

Airbnb y la comunidad

“Yo soy usuario de Airbnb, ¿por qué no lo sería? Pero Airbnb está introduciendo muchos problemas serios en muchas comunidades. Por ejemplo problemas de acceso a la vivienda; hay muchas ciudades que convierten barrios enteros en zonas de renta temporaria para los turistas, y en conse‐ cuencia la población local ya no puede pagar los alquileres. En Barcelona, por ejemplo, esto está ocurriendo en un barrio muy tradicional como la Barceloneta. La población local, que tiene una identificación muy intensa con su barrio, tiene que empezar a abanonarlo porque hay gente que compra varios departa‐ mentos y los pone en Airbnb. Una gran corporación de alquiler temporario que no paga impuestos locales, que no está regulada por las disposi‐ ciones urbanas locales, que ex‐ pulsa a la población local cambiando la identidad del barrio… esos son problemas, y debemos discutirlos. El utopismo tecnológico super‐ pone las cualidades técnicas de su tarea con cualidades morales que de ningún modo pueden darse por aceptadas. Hay mucha ingeniudad cuando los gobiernos se hacen cargo de esto. Como cuando el gobierno argentino habla de la moder‐ nización del Estado y esa mo‐ dernización tiene que ver con poner los trámites online… eso no es un Estado moderno, eso es evidente que hay que ha‐ cerlo, es lo que un sociólogo lla‐ maría «un factor de higiene», una condición previa para que todo lo demás ocurra. Hay mucha ingenuidad con relación a la tecnología, pero esa in‐ genuidad provoca efectos que no son buenos si no se actúa responsablemente.”

desechamos, dejamos de considerar en nuestro análisis, lo que pone en duda nuestras creencias previas. Esto hace que pensemos algo y que nos convenzamos de que tenemos razón porque estamos rodeados de gente que nos dice que esa es la buena forma de pensar las cosas. Y dejamos de interactuar con aquel que tiene un argumento contrario al nuestro. Estos son efectos de la tecnología (ver re‐ cuadro). Un filósofo inglés, Michael Oakeshott, decía que el mundo está hecho de con‐ versaciones y que una buena educación es la que permite participar de muchas de esas conversaciones. Y con la tec‐ nología estamos debilitando las capaci‐ dades de participar en conversaciones diversas. Estamos creando cada vez co‐ munidades de sentido más cerradas, más afirmadas en sus propias creencias, más ignorantes de las creencias ajenas, menos capaces de entrar en empatía con otros. Y esto aumenta la incomprensión, y por tanto la violencia. Empobrece mucho nuestro mundo. Se suponía que esta era digital nos iba a liberar, nos iba a dar más tiempo libre, más conocimiento… ¿hay alguna posibilidad de que esto suceda? ¿O, como diría Rushkoff, el modelo de Ebay pierde frente a Amazon? Descreo de los utopistas tecnológicos, descreo de esa conducta cuasi religiosa y muy poco inteligente, poco crítica, muy convencida de que el destino será exactamente lo que ellos imaginan y que eso que imaginan será algo parecido al paraíso. También me parece que hay que desconfiar del fa‐ talismo tecnológico. La tecnología tam‐ poco va a destruir todo, tampoco nos va a condenar a ser cada vez más esclavos de los instrumentos tecnológicos. Creo que las batallas del hombre son de un modo u otro siempre las mismas. Son batallas por la libertad, por la justicia, por la comprensión, por la tolerancia, por el respeto, por la creatividad, por la imagi‐ nación, por la solidaridad. Por el cariño. Son batallas que hay que dar en cada situación con herramientas diferentes, y no diría ante enemigos diferentes, sino ante contextos que dificultan esos logros de modos diferentes. No creo en el utopismo tecnológico ni el fatalismo tec‐ nológico. No creo en el progreso. Quiero decir, sin duda hay progreso técnico, hay cosas que se conocen hoy y que antes no eran conocidas, y hay cosas que es posible hacer hoy y no era posible hacer antes. Hay más capacidades técnicas. Pero eso


no tiene ninguna correlación con el pro‐ greso moral. Y me parece que hay una confusión que permea mucho nuestra cultura que es la de creer que el progreso técnico y el progreso moral van de la mano. Que allí donde hay progreso téc‐ nico hay progreso moral. Uno de los grandes desarrollos técnicos de Occidente son el libro y la cultura le‐ trada. Y la sociedad más ilustrada de Eu‐ ropa a principios del siglo XX cometió el acto más atroz del que la humanidad tenga memoria que fue el Holocausto. No hay ninguna razón que nos habilite a pen‐ sar que más tecnología o más cultura es mejor ética. Tampoco nos habilita a pen‐ sar es peor ética. Nos obliga a entender que son dos esferas muy autónomas la una de la otra. Y que en lo que hay que insistir no es en que la tecnología es mala sino en el hecho de que la tecnología no tiene una ética, que a la ética la tenemos que construir desde la política. Y que la política para construir una ética tiene que ser crítica con respecto a la tecnología porque de otro modo acepta Uber sin pensar qué significa Uber. O Airbnb (ver recuadro). ¿Qué rol le toca jugar al mercado? Le toca un rol fundamental, que es el de la creación de la riqueza que permita la prosperidad. Efectivamente, el mercado es un gran productor de prosperidad. No es un buen igualador de oportunidades, no es un buen distribuidor de prosperi‐ dad pero hasta ahora no hemos encon‐ trado un mecanismo de creación de riqueza que sea tan eficiente como el mercado; y por tanto tenemos la necesi‐ dad de defenderlo y de estimularlo y de hacerlo más creativo, competitivo y ri‐ guroso, menos prebendario y menos pro‐ tegido por un Estado que disimula las im‐ perfecciones y que transfiere rentas ar‐ bitrariamente. En nuestro país no existe un mercado cuyo fin principal sea crear riqueza, básicamente lo que ha hecho, salvo algunos sectores muy particulares, es actuar corporativamente para cap‐ turar riqueza, para apropiársela, no para crearla. Una de las cosas que Rushkoff les atribuye a estas grandes compañías es una lógica extractiva y no distributiva del valor. Separar y aislar el capital del trabajo y la tierra. Son compañías que han sido muy talentosas en la inno‐ vación y muy perversas en la explotación. Son compañías que no pagan impuestos, maltratan su mano de obra (con la ex‐ REPORTE PUBLICIDAD | PENSAMIENTO

cepción, claro, de sus ingenieros). Los al‐ macenes de Amazon son premodernos. Han sido muy innovadores en lo tecnó‐ logico y muy predadores de la sociedad. También hay un punto que merece una reflexión que es la supuesta desinter‐ mediación. Se insiste en que se desin‐ termedia respecto de jugadores que sólo agregan costos y no agregan valor. Pero en el caso de Uber o Airbnb, por ejemplo, lo cierto es que se está intermediando a través de compañías tecnológicas y es‐ tamos trasfiriendo una renta inmensa a esas compañías. Uber perdió 1.300 mil‐ lones de dólares el año pasado sólo para tomar posiciones ventajosas en merca‐ dos en los que después va a tener una conducta extractiva. Estamos desinter‐ mediando actores locales a favor de ac‐ tores globales que no van a tributar na‐ cionalmente, no van a respetar leyes la‐ borales, no van a respetar el medio am‐ biente y van a hacer grandes negocios gracias a la big data que capturan de usuarios que supuestamente no están “intermediados”. Estamos en un camino en el que muy pocas empresas globales van a tener toda la información que se pueda monetizar, y esas empresas no van a redistribuir esas riquezas.

“Descreo de los utopistas tecnológicos, descreo de esa con‐ ducta cuasi religiosa y muy poco inteligente, poco crítica, muy con‐ vencida de que el des‐ tino será exactamente lo que ellos imaginan y que eso que imaginan será algo parecido al paraíso. También me parece que hay que desconfiar del fata‐ lismo tecnológico. La tecnología tampoco va a destruir todo, tampoco nos va a con‐ denar a ser cada vez más esclavos de los instrumentos tecnoló‐ gicos. Creo que las batallas del hombre son de un modo u otro siempre las mismas.”


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