Petit Style N. 20

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OPINIÓN · OPINION |

H

ubo vida antes del whatsapp. No recuerdo muy bien cómo era. Creo que usábamos más el móvil para hablar y menos para escribir. No teníamos 40 grupos distintos ni almacenábamos fotos absurdas. Esperábamos que alguien nos llamase, o lo llamábamos nosotros, pero no nos podíamos enfadar porque estuviese en línea y escribiendo, y no recibiésemos ninguno de sus mensajes. Los semáforos servían para hacer cosas útiles frente al retrovisor, como apretarte un grano o retocarte el maquillaje y en caso de estar cansada, para observar el paisaje a través de la ventanilla, sin más pretensiones. Hoy podemos saber qué día hace en cualquier lugar de España y si nuestros amigos que viven en otras provincias están conectados, pueden hasta ilustrarlo con una foto pero a veces, nos perdemos un poco de realidad…. A mí me encanta, lo reconozco. Me entretiene, me acompaña y me divierte. Me parece práctico y me ahorro dinero en llamadas. También me roba mucho tiempo al día, porque hay momentos en los que no puedo hacerle caso y luego se me acumula “el trabajo”. A veces pienso que es demasiada la dependencia, que le dedicamos un tiempo excesivo… pero es que engancha. ¡Casi prefiero dejarme la cartera en casa que el móvil! Eso sí, me obliga a hacer cosas raras... Las fotos que se acumulan

en el carrete muchas veces no son para presumir. Que tu hijo te pida el móvil para jugar a algo y antes te veas obligada a borrar unas cuantas, mala cosa. Los selfies con sonrisa fingida son lo de menos. Pero es que yo poso en el ascensor. ¡Sonriendo! Y hago fotos a lo que como, a lo que compro, al grano que me ha salido y a la encía al aire de mi hijo el mayor, al que se le ha caído su primer diente. Y luego voy y la pongo de foto de perfil, ¡ole!

Que tu hijo te pida el móvil para jugar a algo y antes te veas obligada a borrar unas cuantas cosas... Creo que esto merece un capítulo aparte. Las fotos de perfil, dicen mucho de una persona… o no. Porque claro, el director de la sucursal del banco donde tengo mis deudas, tiene de perfil la foto de un mono. No sé, igual colabora con alguna asociación pro-monos de Gibraltar o es su animal favorito. Quizás le llamaban así en la adolescencia porque era muy peludo. De cualquier modo, cuando paso por la oficina y me saluda, no sé si darle la mano o un cacahuete. Me parece un fenómeno a estudiar también la gente que cambia su foto de perfil y su estado casi en tiempo real, de manera que sus noticias son más frescas que las del Canal 24 horas. Luego están, justo al lado contrario, los que te siguen felicitando las fiestas a mediados de Mayo o los filosóficos, que escriben una frase tan rara y tan mística que ni les entra completa ni la entiende nadie. Solo asusta un poco tenerlos en el grupo…. Y después está mi madre.… Por si fuera poco impactante recibir una solicitud de amistad suya en Facebook, que cualquiera se atrevía

a rechazar, ahora resulta que también tiene whatsapp. No lo critico, me parece bien que ella quiera ir con los tiempos. Pero un día tengo que explicarle, desde el cariño y el respeto, que por muchas G que tenga su móvil y por mucha wifi que haya en su casa, yo no estoy donde ella está ni sé lo que ella sabe. Lo digo porque sus mensajes son imprevisibles y sobre todo, misteriosos… Hace una semana recibí uno que ponía: ¡Y ya van 12! Así, a pelo, sin emoticono que de una mísera pista de si es una queja o una celebración. Y yo pensando: ¿estará haciendo croquetas?, ¿habrá visto todos los pares de calcetines que tengo por emparejar?, ¿se habrá ido al cine a ver la de Grey y le faltan aún 38 sombras? Y así me quedé, petrificada mirando la pantalla, sin saber si poner una cara con lengua de medio lado por las croquetas, un aplauso por jugar a las parejas con mis calcetines o una cara de asombro, por si acaso. A veces tengo la impresión de que cuanto más tiempo paso conectada, más desconecto de mi realidad. Y eso puede ser terapéutico, pero no siempre es recomendable. He visto parejas delante de una taza de café, cada uno con su móvil, sin hablar entre ellos… ¿o sí? De cualquier manera, por mucha carita sonriente que pongas después de un mensaje, no es equiparable a la risa al otro lado de la línea telefónica. Por muy bien que poses en el probador, no es tan divertido como irte de compras con una buena amiga y por mucho que te esfuerces por inmortalizar un momento y lo compartas en ese mismo instante con tus 40 grupos, será inmortal mientras tú lo recuerdes. La gente ya no se escarba la nariz en los semáforos, las espinillas se acumulan en los mentones, abandonadas a su suerte y traicionadas por unos dedos que ya no aprietan sino que se deslizan, expertos y sigilosos, por la pantalla de un móvil. Y no digo yo que no haya tiempo para todo ni que haya que vivir en el siglo pasado. Pero de vez en cuando, si quieres ver una flamenquita de verdad, vete a un tablao y arráncate a bailar. Sé valiente, márcate un selfie y al llegar a casa, se lo reenvías a quien quieras. Recibirás muchos aplausos y caritas sonrientes, seguro. Pero a ti, que te quiten lo bailao. .es

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