Sin brújula y sin prisa

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Las salinas de Santa Pola con sus distintos ecosistemas, canales inundados de agua, lagunas que parecen desiertos de cristal, cordones dunares y vegetación que se aferra a la arena adaptada a la dureza de estas condiciones donde los pinos adoptan extrañas formas azotados por el viento, dan refugio a infinidad de aves y permiten la vida a especies que de otra forma se hubiesen extinguido. El Hostal Galicia, y el helénico entorno donde se ubica, nos recuerdan cómo eran nuestras costas hace medio siglo. Y nos recuerda también que el mar siempre ha formado parte de nuestra historia aunque vivamos de espaldas a él. Es un privilegio pasar unos días como Ulises antes de volver a Ítaca. Dejarse llevar por un buen libro, sombrero de paja y descansar, disfrutar del arroz a banda de la familia Gallego e impregnarse la piel de arena y sal como los viejos pescadores que vivían en la marina ilicitana. Ahora que el mar se va acercando al hostal y las olas exigen su retirada, es el momento de visitar el lugar antes de que sea demasiado tarde. Y ver cómo en nuestras costas, a pesar de todo y de la salvaje cimentación a que han sido sometidas, todavía quedan lugares que mantienen intacta su benévola horizontalidad. Hoy ha comenzado el otoño y apetece más ver cómo se desvisten las montañas mientras los bosques cambian de color. Y aunque en la Marina siga haciendo buen tiempo, quizás sea mejor esperar al verano que viene. María, la hija de Arsenio, no sabe si volverán a abrir. Esperemos que sí, que resistan un año más, para que al menos una noche podamos dormir como en un barco varado en la arena junto a la orilla del mar.

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