#24HorasparaelSeñor. Subsidio para la liturgia y la reflexión

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PONTIFICIO CONSIGLIO PER LA PROMOZIONE DELLA NUOVA EVANGELIZZAZIONE PONTIFICIO CONSIGLIO PER LA PROMOZIONE DELLA NUOVA EVANGELIZZAZIONE

24 horas para el Se単or SUBSIDIO PARA LA LITURGIA Y LA REFLEXION

ROMA, 28 Y 29 DE MARZO 2014

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El material que aquí se publica ofrece algunas sugerencias para facilitar a las parroquias y a las comunidades cristianas que así lo deseen, vivir con el mayor fruto posible la iniciativa 24 horas para el Señor. Se trata, obviamente, de propuestas que pueden ser adaptadas de acuerdo con las costumbres locales. En Roma el Papa Francisco abrirá esta jornada presidiendo una celebración penitencial en la Basílica de San Pedro. Las parroquias y las comunidades podrán juzgar la conveniencia de inaugurar este momento de modo similar, la tarde del viernes 28 de marzo. En la tarde del viernes 28 de marzo y durante la entera jornada del sábado 29 de marzo, sería importante garantizar la apertura extraordinaria de la iglesia parroquial, para ofrecer la posibilidad de las Confesiones. La jornada podría concluirse con la celebración dominical de la Santa Misa el sábado en la tarde. A continuación se proponen: – unas pistas de Lectio divina que pueden ser usadas en el momento de abrir la iglesia, de modo que cuantos entren para confesarse puedan contar con alguna ayuda en su preparación, mediante un itinerario basado en la Palabra de Dios, acogida y meditada; – una guía para acompañar la preparación individual a la celebración del sacramento de la Penitencia que puede ayudar al penitente a vivir de manera consciente, venciendo las eventuales resistencias interiores, el encuentro con el sacerdote en el momento de la confesión individual.


I. PROPU E S TA DE L E C T IO DI V I NA PA R A E L M O M E N T O D E O R AC I Ó N S I L E N C I O S A

A continuación se propone un esquema, basado en el método de la Lectio Divina, que puede ser utilizado para ofrecer a los penitentes una ocasión de oración y reflexión como preparación a la celebración individual del sacramento de la Penitencia. Es importante cuidar la preparación del templo de modo que cuantos entren puedan sentirse llamados al recogimiento gracias al clima de silencio y oración. Además, conviene que los sacerdotes estén esperando a los penitentes revestidos con el alba (o sotana con sobrepelliz) y la estola morada.



I. Propuesta de Lectio divina para el momento de oración silenciosa

I parte DE LA OSCURIDAD DEL PECADO A LA LUZ DE LA FE La experiencia de la oscuridad siempre es dramática porque no permite realizar accion alguna y suscita el sentimiento de inseguridad muy fuerte. Es como si se estuviera paralizado, incapaz de moverse, de ver, de hablar, de relacionarse con lo real. La oscuridad genera fantasmas, es decir, situaciones surreales que no tienen nada que ver con la realidad. Es por esto que, al iniciar este itinerario de conversión y reconciliación con Dios, deseamos expresar nuestro deseo de ver, pidiendo a Jesús la luz que necesitamos.

Evangelio Del Evangelio según san Juan

9, 1-41

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?». «Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa “Enviado”. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?». Unos opinaban: «Es el mismo». «No, respondían otros, es uno que se le parece». El decía: «Soy realmente yo». Ellos le dijeron: «¿Cómo se te han abierto los ojos?». El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: «Ve a lavarte a Siloé». Yo fui, me lavé y vi». Ellos le preguntaron: «¿Dónde está?». El respondió: «No lo sé». El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me

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I. Propuesta de Lectio divina para el momento de oración silenciosa

lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?». Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?». El hombre respondió: «Es un profeta». Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?». Sus padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta». Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él». Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». «Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo». Ellos le preguntaron: «¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?». El les respondió: «Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?». Ellos lo injuriaron y le dijeron: «¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este». El hombre les respondió: «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero si al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?». Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él. Después Jesús agregó: «He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven». Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: “Vemos”, su pecado permanece».

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I. Propuesta de Lectio divina para el momento de oración silenciosa

Ayuda para la reflexión – “Jesús toca e ilumina los ojos de un mendigo que representa a todos. Una caricia de luz que se convierte en caricia de libertad. Quien no ve debe apoyarse siempre, a los muros, en un bastón, en los padres, en los fariseos. Quien ve camina seguro, sin depender de los demás, libre, como el ciego del Evangelio que una vez curado se vuelve fuerte, no tiene más miedo, encara a los sabios, poniendo atención a los hechos concretos y no a las palabras. Se nutre de luz y arriesga. Libre. Una caricia de libertad que se convierte en caricia de alegría. Porque ver es regocijarse con los rostros, la belleza y los colores. La luz es un toque de alegría que se pone sobre las cosas. Del mismo modo la fe, que es visión nueva de las cosas, crea una mirada luminosa que trasmite luz allí donde se coloca: «Ustedes son luz en el Señor» (Efesios 5,8)…La Gloria de Dios es un hombre que vuelve a ver. Y su mirada luminosa alaba a Dios… Hablará del pecado solo para decir que es perdonado, cancelado. El pecado no explica Dios. Dios es compasión, futuro, contacto ardiente, mano viva que toca el corazón y lo abre, amor que hace nacer y recomenzar la vida, que da luz. Y tu corazón te dirá que estás hecho para Dios”. (Ermes Ronchi) – La oscuridad de la ceguera puede convertirse en camino de retorno a nosotros mismos para comprender quién somos, cómo somos, y para buscar dentro de nosotros la verdad de nuestra existencia, de modo que podarmos confiarla al Padre de la misericordia y Dios de todo consuelo. El obispo de Hipona, san Agustín, decía: “in interiore homine habitat veritas”, dentro de ti habita la verdad; o como escribió Guigo el Cartujo: “Volveré a mi corazón y veré si estoy en grado de comprender” (La escalera de Jacob, 4). El camino de conversión y de retorno a Dios nace en el silencio de quien se da cuenta que lejos del Creador, la creatura, hecha a su imagen y semejanza, no sabe más quién es y no puede encontrarse ni a sí misma, ni el sentido de su vida. Y este no saber quién somos está determinado por la oscuridad que produce el pecado, mientras el retorno está facilitado por el silencio interior que se interroga: “¿Quién eres tú, oh Dios mío, y quién soy yo?”. Esta es también la pregunta que el creyente, consciente de ser amado y perdonado, está llamado a suscitar en su vida de fe y de testimonio. El ciego, que ha ya recibido el don de la vista, quiere creer en sentido pleno y por ello no tergiversa a la hora de confiarse totalmente en quien le ha devuelto

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I. Propuesta de Lectio divina para el momento de oración silenciosa

la visión. “¿Tú crees en el Hijo de Dios? … ¿Quién es, Señor, para que yo crea en él? … ¡Es el que te está hablando!” Reavivemos en la intimidad de este momento el encuentro con el Hijo de Dios que quiere curarnos de la ceguera de una vida que no es vida, porque no corresponde al proyecto de Dios para nosotros; y dejémonos preguntar si creemos verdaderamente en él, de modo que esta pregunta y su consecuente respuesta personal puedan provocar una reforma en nuestra vida a la luz y en virtud de la Gracia que el sacramento de la presencia y de la acción de Cristo, en el perdón de los pecados, realiza en nosotros.

Oremos (1) Salmo 42 Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua, así mi alma suspira por ti, mi Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios? Las lágrimas son mi único pan de día y de noche, mientras me preguntan sin cesar: «Dónde está tu Dios?» Al recordar el pasado, me dejo llevar por la nostalgia: ¡cómo iba en medio de la multitud y la guiaba hacia la Casa de Dios, entre cantos de alegría y alabanza, en el júbilo de la fiesta!

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I. Propuesta de Lectio divina para el momento de oración silenciosa

¿Por qué te deprimes, alma mía? ¿Por qué te inquietas? Espera en Dios, y yo volveré a darle gracias, a él, que es mi salvador y mi Dios. Mi alma está deprimida: por eso me acuerdo de ti, desde la tierra del Jordán y el Hermón, desde el monte Misar. Un abismo llama a otro abismo, con el estruendo de tus cataratas; tus torrentes y tus olas pasaron sobre mí. De día, el Señor me dará su gracia; y de noche, cantaré mi alabanza al Dios de mi vida. Diré a mi Dios: «Mi Roca, ¿por qué me has olvidado? ¿Por qué tendré que estar triste, oprimido por mi enemigo?». Mis huesos se quebrantan por la burla de mis adversarios; mientras me preguntan sin cesar: «¿Dónde está tu Dios?» ¿Por qué te deprimes, alma mía? ¿Por qué te inquietas? Espera en Dios, y yo volveré a darle gracias, a él, que es mi salvador y mi Dios.

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I. Propuesta de Lectio divina para el momento de oración silenciosa

Salmo 43 Júzgame, oh Dios, y defiende mi causa contra la gente sin piedad; líbrame del hombre falso y perverso. Si tú eres mi Dios y mi fortaleza, ¿por qué me rechazas? ¿Por qué tendré que estar triste, oprimido por mi enemigo? Envíame tu luz y tu verdad: que ellas me encaminen y me guíen a tu santa Montaña, hasta el lugar donde habitas. Y llegaré al altar de Dios, el Dios que es la alegría de mi vida; y te daré gracias con la cítara, Señor, Dios mío. ¿Por qué te deprimes, alma mía? ¿Por qué te inquietas? Espera en Dios, y yo volveré a darle gracias, a él, que es mi salvador y mi Dios (2) «Oh Cristo, tú dices en tu Evangelio: “Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo”. ¿Cuál es ese trabajo si no hacer un cielo nuevo y una nueva tierra? Tú formas la tierra desde los abismos y los cielos desde la tierra. Un abismo es el pecador, pero cuando haces refulgir la luz desde las tinieblas para que deje las obras de las tinieblas y se vista con las armas de la luz, tú te revelas como creador de un cielo nuevo y de una tierra nueva. Ahora, Señor, me doy cuenta de cuán informe y desordenada es la tierra de mi mente… ella ignora la verdad de su naturaleza… Está profundamente desordenada ya que no conserva el adorno de las virtudes ni la belleza de la imagen divina a la cual ha sido hecha

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I. Propuesta de Lectio divina para el momento de oración silenciosa

semejante. De este modo queda encerrada en el abismo de su ceguera y su rostro queda oscurecido por las tinieblas de los engaños que tiene en sí misma… El abismo de mi mente, Señor, te llama a Ti que superas toda inteligencia… para que tú crees también desde mí, un cielo nuevo y una tierra nueva… has plasmado nuestros corazones creando en ellos la luz, separando la luz de las tinieblas y llamando la luz día y las tinieblas noche… Ilumina, Señor, mis tinieblas; di a mi alma: “¡Hágase la luz!” y tu luz se hará». (Guigo il Certosino) (3) De la Liturgia En verdad es justo alabarte y darte gracias, Padre santo, Dios todopoderoso, por tus beneficios, y sobre todo por la gracia del perdón. Porque al hombre, náufrago a causa del pecado, con el sacramento de la reconciliación le abres el puerto de la misericordia y de la paz, en Cristo muerto y resucitado. Con el poder de tu Espíritu, has dispuesto para la Iglesia, santa y al mismo tiempo necesitada de penitencia, una segunda tabla de salvación después del Bautismo, y así la renuevas incesantemente, para congregarla en el banquete festivo de tu amor. (Prefacio de la Penitencia)

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I. Propuesta de Lectio divina para el momento de oración silenciosa

II parte LA MIRADA DE JESÚS En el gran misterio que el hombre representa, creado a imagen y semejanza de Dios, es decir capaz de Cristo y de sus prerrogativas humanas y divinas, el rostro y, en él, la mirada tienen un valor simbólico y real muy importante. En el rostro está diseñada la totalidad y el infinito de cada uno. En el cruce de miradas se expresa una comunicación íntima, de la cual el texto evangélico siguiente es un buen ejemplo. Recordando que solo a la luz del encuentro con Cristo puedo conocer profunda y realmente quién soy, me abandono ahora por completo a esta Palabra para convertirme en contemporáneo de Jesucristo y de su apóstol, Pedro, y para reconocer con ellos la fuerza de la misericordia divina que en estas horas la Iglesia invoca, propone y celebra en el sacramento de la Penitencia con la confesión de los pecados.

Evangelio Del Evangelio según san Lucas

22, 54-62

Después de arrestar a Jesús, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro se sentó entre ellos. Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo miró fijamente y dijo: «Este también estaba con él». Pedro lo negó diciendo: «Mujer, no lo conozco». Poco después, otro lo vio y dijo: «Tú también eres uno de aquellos». Pero Pedro respondió: «No, hombre, no lo soy». Alrededor de una hora más tarde, otro insistió, diciendo: «No hay duda de que este hombre estaba con él; además, él también es galileo». «Hombre, dijo Pedro, no sé lo que dices». En ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo. El Señor, dándose vuelta, miró Pedro. Este recordó las palabras que el Señor le había dicho: «Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente. “El Señor, dándose vuelta, miró Pedro”

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Ayuda para la reflexión – Jesús desvía por un instante su atención del tribunal judío que lo está interrogando y juzgando, y se concentra completamente en Pedro, que no ha sido capaz de permanecer firme en la fe, no obstante el Maestro fuera parte de su vida desde hace tres años. – «Ya no os llamo siervos sino amigos, porque todo lo que he oído al Padre os lo he dado a conocer… No me habéis vosotros elegido, ¡fui yo mismo quien os elegí!». Jesús propuso esta amistad a los discípulos como fundamento de aquella relación íntima y esencial a la luz de la cual llega a ser posible vivir los sacramentos como presencia y acción de Cristo en la vida del creyente. Una amistad profunda, íntima, que es capaz de cambiar la vida respecto a una historia que, en cambio, se presenta llena de sospechas, incertezas, de desilusión y miedo del mañana. Una amistad que es semejante a una alianza en la cual Cristo se compromete, por mí y junto a mí, a recorrer un camino orientado desde el Evangelio hacia el Evangelio, hacia las exigencias que implica y hacia la libertad que ofrece en su estrecha relación con la verdad. Cristo se compromete por mí en el sentido que da su vida por nosotros los hombres y por nuestra salvación, porque en su Encarnación ha manifestado la cercanía de su vida a cada uno de los creyentes. La libertad de la vida en Cristo se expresa de modo estupendo por la vocación que él dirige a cada uno de nosotros. «Yo mismo os elegí…»: esta elección pertenece al amor insondable de Jesús. También Pedro se preguntará: ¿Por qué yo, Señor? «Vuestro Padre ha querido daros su Reino». – La incapacidad de Pedro de permanecer fiel a Cristo cambia rumbo cuando se encuentran la mirada de Jesús, que alcanza Pedro en el momento culmen de su negación, y la mirada de Pedro, que ve los ojos de Jesús penetrar en su vida, dando lugar así a la experiencia de la misericordia. El pecado rompe realmente el vínculo entre Cristo y el creyente. Sin embargo, san Ambrosio dice: “la caída es un hecho común a todos, el arrepentimiento es proprio de la fe” (Exposición sobre el Evangelio de Lucas 10,72). Pedro se siente perdonado de haber negado a Jesús, un perdón concedido en virtud de su fe. «El don esencial es el don del camino a seguir para llegar a la fiesta» (A. de Saint Exupèry), y la fiesta verdadera es aquella donde la experiencia del perdón no es solo sicológica sino efectiva, porque el corazón de

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piedra se convierte en un corazón de carne gracias a la acción gratuita de Dios mediante su perdón. San Bernardo de Claraval percibe la acción de Dios que transforma y trata de expresarla con estas palabras: «Mi corazón era duro y malsano; el Señor lo sacudió, lo ablandó, lo hirió […]. Él nunca me dio a conocer las huellas de su entrada: ni en su voz, ni en su figura, ni en sus pasos. No se me dejó venir en sus movimientos, ni penetró por ninguno de mis sentidos más profundos […] solo conocí su presencia por el movimiento de mi corazón. Advertí el poder de su fuerza por la huida de los vicios y por el control de los afectos carnales. Admiré la profundidad de su sabiduría por el descubrimiento o acusación de mis más íntimo pecados. Percibí de algún modo su maravillosa hermosura por la reforma y renovación del espíritu en mi mente, es decir, de mi ser interior» (San Bernardo, Sermón sobre el Cantar de los Cantares, 74,5-6)

Oremos (1) Salmo 139 Señor, tú me sondeas y me conoces tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes lo que pienso, te das cuenta si camino o si descanso, y todos mis pasos te son familiares. Antes que la palabra esté en mi lengua, tú, Señor, la conoces plenamente; me rodeas por detrás y por delante y tienes puesta tu mano sobre mí; una ciencia tan admirable me sobrepasa: es tan alta que no puedo alcanzarla. ¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu? ¿A dónde huiré de tu presencia? Si subo al cielo, allí estás tú; si me tiendo en el Abismo, estás presente.

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Si tomara las alas de la aurora y fuera a habitar en los confines del mar, también allí me llevaría tu mano y me sostendría tu derecha. Si dijera: «¡Que me cubran las tinieblas y la luz sea como la noche a mi alrededor!», las tinieblas no serían oscuras para ti y la noche será clara como el día. Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre: te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable. ¡Qué maravillosas son tus obras! Tú conocías hasta el fondo de mi alma y nada de mi ser se te ocultaba, cuando yo era formado en lo secreto, cuando era tejido en lo profundo de la tierra. Tus ojos ya veían mis acciones, todas ellas estaban en tu Libro; mis días estaban escritos y señalados, antes que uno solo de ellos existiera. ¡Qué difíciles son para mí tus designios! ¡Y qué inmenso, Dios mío, es el conjunto de ellos! Si me pongo a contarlos, son más que la arena; y si terminara de hacerlo, aún entonces seguiría a tu lado. ¡Ojalá, Dios mío, hicieras morir a los malvados y se apartaran de mí los hombres sanguinarios, esos que hablan de ti con perfidia y en vano se rebelan contra ti!

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¿Acaso yo no odio a los que te odian y aborrezco a los que te desprecian? Yo los detesto implacablemente, y son para mí verdaderos enemigos. Sondéame, Dios mío, y penetra mi interior; examíname y conoce los que pienso; observa si estoy en un camino falso y llévame por el camino eterno. (2) De la Liturgia En verdad es justo y necesario darte gracias, Señor, Padre santo, porque no dejas de llamarnos a una vida plenamente feliz. Tú, Dios de bondad y misericordia, ofreces siempre tu perdón e invitas a los pecadores a recurrir confiadamente a tu clemencia. Muchas veces los hombres hemos quebrantado tu alianza; pero tú, en vez de abandonarnos, has sellado de nuevo con la familia humana, por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, un pacto tan sólido, que ya nada lo podrá romper. Y ahora, mientras ofreces a tu pueblo un tiempo de gracia y reconciliación, lo alientas en Cristo para que vuelva a ti, obedeciendo más plenamente al Espíritu Santo, y se entregue al servicio de todos los hombres. (Plegaria Eucarística de Reconciliación I)

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III parte EL DON DEL RESUCITADO Evangelio Del Evangelio según san Juan

20, 19-23

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».

Una ayuda para la reflexión De las catequesis del Papa Francisco 1. El sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación brota directamente del misterio pascual. En efecto, la misma tarde de la Pascua el Señor se aparece a los discípulos, encerrados en el cenáculo, y, tras dirigirles el saludo «Paz a vosotros», sopló sobre ellos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,21-23). Este pasaje nos descubre la dinámica más profunda contenida en este sacramento. Ante todo, el hecho de que el perdón de nuestros pecados no es algo que podamos darnos nosotros mismos. Yo no puedo decir: me perdono los pecados. El perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos el perdón a Jesús. El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, es un don del Espíritu Santo, que nos llena de la purificación de misericordia y de gracia que brota incesantemente del corazón abierto de par en par de Cristo crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que sólo si nos dejamos reconciliar

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en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en la paz. Y esto lo hemos sentido todos en el corazón cuando vamos a confesarnos, con un peso en el alma, un poco de tristeza; y cuando recibimos el perdón de Jesús estamos en paz, con esa paz del alma tan bella que sólo Jesús puede dar, sólo Él. 2. A lo largo del tiempo, la celebración de este sacramento pasó de una forma pública —porque al inicio se hacía públicamente— a la forma personal, a la forma reservada de la Confesión. Sin embargo, esto no debe hacer perder la fuente eclesial, que constituye el contexto vital. En efecto, es la comunidad cristiana el lugar donde se hace presente el Espíritu, quien renueva los corazones en el amor de Dios y hace de todos los hermanos una cosa sola, en Cristo Jesús. He aquí, entonces, por qué no basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el propio corazón, sino que es necesario confesar humilde y confiadamente los propios pecados al ministro de la Iglesia. En la celebración de este sacramento, el sacerdote no representa sólo a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que le alienta y le acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana. Uno puede decir: yo me confieso sólo con Dios. Sí, tú puedes decir a Dios «perdóname», y decir tus pecados, pero nuestros pecados son también contra los hermanos, contra la Iglesia. Por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia, a los hermanos, en la persona del sacerdote. «Pero padre, yo me avergüenzo…». Incluso la vergüenza es buena, es salud tener un poco de vergüenza, porque avergonzarse es saludable. Cuando una persona no tiene vergüenza, en mi país decimos que es un «sinvergüenza». Pero incluso la vergüenza hace bien, porque nos hace humildes, y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios perdona. También desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decir al sacerdote estas cosas, que tanto pesan a mi corazón. Y uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia, con el hermano. No tener miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila para confesarse, siente todas estas cosas, incluso la vergüenza, pero después, cuando termina la Confesión sale libre, grande, hermoso, perdonado, blanco, feliz. ¡Esto es lo hermoso de la Confesión! Quisiera preguntaros —pero no lo digáis en voz alta, que cada uno responda en su corazón—: ¿cuándo fue la última vez que te confesaste? Cada uno piense en ello… ¿Son dos días, dos semanas, dos años, veinte años,

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cuarenta años? Cada uno haga cuentas, pero cada uno se pregunte: ¿cuándo fue la última vez que me confesé? Y si pasó mucho tiempo, no perder un día más, ve, que el sacerdote será bueno. Jesús está allí, y Jesús es más bueno que los sacerdotes, Jesús te recibe, te recibe con mucho amor. Sé valiente y ve a la Confesión. 3. Queridos amigos, celebrar el sacramento de la Reconciliación significa ser envueltos en un abrazo caluroso: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre. Recordemos la hermosa, hermosa parábola del hijo que se marchó de su casa con el dinero de la herencia; gastó todo el dinero, y luego, cuando ya no tenía nada, decidió volver a casa, no como hijo, sino como siervo. Tenía tanta culpa y tanta vergüenza en su corazón. La sorpresa fue que cuando comenzó a hablar, a pedir perdón, el padre no le dejó hablar, le abrazó, le besó e hizo fiesta. Pero yo os digo: cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta. Sigamos adelante por este camino. Que Dios os bendiga. (19 de febrero de 2014)

Oremos De la Liturgia Cristo es el verdadero Cordero, que quita los pecados del mundo. Muriendo ha destruido la muerte, y resucitando nos ha devuelto la vida. (Prefacio pascual I)

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El siguiente texto del Evangelio se podría sugerir como reflexión después de haber celebrado la confesión individual de los pecados.

PERDONADOS, PERDONAMOS Evangelio Del Evangelio según san Mateo

5, 38-47

Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado. Ustedes han oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

Oremos De la Liturgia Te damos gracias, Dios nuestro y Padre todopoderoso, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, y te alabamos por la obra admirable de la redención.

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I. Propuesta de Lectio divina para el momento de oración silenciosa

Pues, en una humanidad dividida por las enemistades y las discordias, tú diriges las voluntades para que se dispongan a la reconciliación. Tu Espíritu mueve los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión. Con tu acción eficaz consigues que las luchas se apacigüen y crezca el deseo de la paz; que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza. (Plegaría eucarística de reconciliación II)

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II. G U Í A PA R A L A C E L E B R AC I Ó N I N D I V I D UA L D E L S AC R A M E N T O D E L A P E N I T E N C I A



II. Guía para la celebración individual del sacramento de la Penitencia

Evangelio Del Evangelio según san Marcos

10, 17-22

Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.

Una ayuda para la reflexión También tú estás invitado a reconocerte en este pasaje del Evangelio. El deseo de felicidad y el epílogo de este episodio te obligan a un examen ante Jesús. Él se detiene hoy contigo. Te ama (cf. Lc 24,29). No estás ante un extraño, ya que en él y por medio de él has sido querido, creado y amado (cf. Ef 1,3-4). Sea cual sea la circunstancia en que te encuentres, mirándote a los ojos Jesús te manifiesta su amor. No has sido tú quien lo ha buscado antes, sino que él te ha elegido (cf. 1Jn 4,10; Jn 15,16-17). El episodio sugiere muchos puntos de reflexión y te ayuda a comprender tu situación existencial. ¿En cuál de estas situaciones te reconoces actualmente? 1. “Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?” Jesús me enseña tu rostro, oh Dios (Jn 14,9), me muestra que eres mi amigo, mi Padre. Su palabra, a veces fuerte y apremiante (cf. Jn 6,60; Hb 4,12), quiere devolverme plenamente la dignidad que he perdido. En efecto, de nada me

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sirve la consideración de que “soy solamente un hombre”, que “no soy perfecto”, que “todos hacen igual”. “¿Qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?”. A veces pienso en ello, a menudo en momentos de depresión. Hay momentos en que incluso deseo morir, pero sólo para huir de las dificultades. Quizás he sido tentado de abandonarme a pensamientos y acciones sin sentido, a viejos y nuevos ídolos, a pretextos fáciles y cómodos, pero sé muy bien cuáles han sido las consecuencias. No he encontrado otras seguridades; acaso sólo miedos más grandes. He buscado, pero no veo soluciones fáciles. Temo que deberé rendirme ante ti. Intuyo que mi corazón está inquieto hasta que no reposa en ti. Nada ni nadie puede llenarlo enteramente. Y no puedo amar a nadie en la verdad profunda y en la libertad (cf. Rm 12,9) si mi corazón no sabe que es amado. Tú que eres más grande que mi corazón, eres infinitamente más grande que mi debilidad. Mi pecado no me impide reconocerte, más aún, es la ocasión para experimentar tu grandeza sobre todo en la alegría del perdón; no lo merezco, y precisamente por esto me uno a ti con verdadera gratitud. 2. “¿Conoces los mandamientos?” Es verdad que hoy no se comprende qué es lo verdaderamente esencial. Hay tantas posiciones, tantas opiniones, tantos preceptos. Incluso en la Iglesia encuentro a veces diferentes modos de pensar que me pueden confundir. O quizás sólo busco justificarme. Quizás no sé bien lo que me exigen los mandamientos. Comprendo que en mí hay algo que no va, pero no me he preocupado de buscarlo. Lo que me enseñaron cuando era niño estaba bien entonces, pero hoy ya no me basta. En la Ley de Dios puedo encontrar riquezas inesperadas de sabiduría para vivir una vida plenamente humana (cf. Sal 1), pero siento que ello encierra un tesoro aún mayor, que abre mi fragilidad ante un horizonte eterno y misterioso: el horizonte de una vida divina. ¿Por qué Jesús se refiere al Decálogo de Moisés? ¿Es todavía válido para nosotros (cf. Mt 15,17-19)? Sé que la antigua alianza ha tenido su cumplimiento en la nueva y eterna amistad (cf. Jn 15,25) que el Padre ha establecido con nosotros en su Hijo.

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Pero la vía que Dios ha usado para preparar a la humanidad es la misma que me lleva al pleno encuentro con Jesús. Si lo quiero conocer, mi corazón debe ser respetuoso y casto, honesto y sincero, recto y agradecido hacia quien me ha tratado bien (cf. Mc 10,19), y estas actitudes se deben plasmar en palabras y en obras concretas (cf. St 2,4-26). De acuerdo, se necesita esfuerzo y valentía para ser así, pero sin fatiga no aprenderé jamás a amar y quizás será cada vez más difícil amarme. Sólo si alguien me acepta como soy, llegaré a ser también yo capaz de amar. Por esto necesito absolutamente de ti, Dios, Padre mío. 3. “Todo esto lo he cumplido. ¿Qué me falta?” ¡Es verdad! No estoy satisfecho por una práctica exterior y formal. Vivir al día significa ser víctima de humores y estados de ánimo inestables, sin un objetivo por el que valga la pena comprometerse. Quizás cuesta más luchar por una pequeña cosa sin sentido que dar todo por lo que vale mucho. Lo he experimentado cuando me he enamorado de alguien: ¡Nada ya me da miedo! El corazón se vuelve libre y ligero, feliz y sereno, y me siento capaz de dejar las cosas a las que a menudo me aferro (cf. Sal 61,11). Tú, al darnos a tu Hijo, has rescatado verdaderamente cada situación. Es fácil no temer cuando todo va bien, pero se corre el riesgo de perder serenidad y motivación cuando las cosas evolucionan de manera distinta. Las dificultades ayudan incluso a hacer más fuerte y segura mi confianza (cf. 2 Co 1,3-7), y Tú, Padre, sabes lo que necesitamos. Las Bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-11) me asustan, pero en los momentos difíciles son el mayor consuelo. Bienaventurados los pobres en el espíritu en un mundo que busca desesperadamente el bienestar; quienes conservan un corazón manso y humilde que no busca con soberbia los primeros puestos (cf. Mt 23,6); los incomprendidos y los perseguidos por su compromiso por la justicia; los puros de corazón ante la avalancha de maldad y superficialidad que envenena incluso los vínculos más fuertes; los que trabajan por la paz que no se descorazonan ante las dificultades de una empresa gigantesca. Ésta es la ley evangélica vivida y predicada por Jesús.

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No es difícil reconocer en sus amigos a personas con las cuales se está a gusto. Es hermoso estar cerca de quien tiene un corazón bueno y fuerte. Quizás por esto consigo apenas soportarme y no me gusto cuando me siento así, cuando prevalecen los caprichos y miedos, cuando cierro mi corazón dentro de un cálculo frío y egoísta. 4. “Vende lo que tienes, da el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo” ¡Es el paso más difícil! ¿Cómo me puedes pedir todo? ¿Me has dado los bienes para quitármelos? ¿Acaso tienes envidia de que yo sea feliz? La alternativa a la sospecha es la confianza. También Pedro, aquel amigo de Jesús generoso e impulsivo, fidelísimo y frágil, confiando sólo en su palabra echó las redes (cf. Lc, 5,5) después de haber trabajado en vano toda la noche, y las recogió llenas de peces. En efecto, yo he tenido también la experiencia de un vacío no colmado por la posesión de tantas cosas. ¿De qué me sirve ganar el mundo entero si luego pierdo mi alma (cf. Mc 8,36), es decir, el corazón, verdadero motivo por el cual se me ha dado todo? No es tan importante lo que poseo, sino cómo lo utilizo. Mis dones, que son mis bienes, pueden hacerme ganar tantos amigos (cf. Lc 16,9). Tener amigos verdaderos es un tesoro impagable, una verdadera seguridad. Quizás la única verdadera certeza de que no me falta nada me viene de haber dado. Y con alegría. Sé que tú amas también a quien da con alegría (cf. 2 Co 9,7). 5. “Ven, y sígueme” La vida no es un eterno retorno. Tu paso me invita a dar respuesta definitiva y confiada. Tú tienes un proyecto de amor para mí. No soy yo quien te impongo mis decisiones, ni tú me impones las tuyas. Pero cuando pasas, me llamas también a responder. Como hiciste con María. Ella dejó sus proyectos por los tuyos, y en ella has realizado maravillas (cf. Lc 1,48-49). Por esto te pido perdón si no ha sido siempre así. Perdón si he ofrecido y luego me he vuelto atrás con propósitos y promesas no mantenidas, con afirmaciones no seguidas de decisiones, con un servicio

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hecho sólo por deber, con impulsos de generosidad seguidos por un compromiso mediocre. Tú me pides mucho, pides todo y, aunque tienes paciencia, no toleras la hipocresía (cf. Ap 3,15-16; Mt 22,18; 24,51).

Prueba a examinarte Me pregunto: – ¿Yo a quién busco? ¿Qué busco? ¿Busco realmente? Ante la mirada de amor de Jesús, me pregunto: – – – – – – – –

¿Dejo que su amor cambie mi vida? ¿Qué lugar tiene Dios en mi vida? ¿Doy gracias a Dios por todo lo que me ha dado? ¿Soy capaz de comprometerme a seguir a Cristo? ¿Busco tiempo para encontrarlo, rezarle y escucharlo? ¿La Eucaristía es para mí el encuentro que Cristo me propone? ¿Tengo verdaderamente la valentía de responder a las llamadas de Dios? ¿Hay una llamada de Dios a la que podría responder?

Ante la propuesta de seguir a Jesús, me pregunto: – – – – – –

¿Trato de vivir los sentimientos de amor de Jesús al encontrar a los demás? ¿Por qué a veces soy cerrado, intolerante y juzgo según unos prejuicios? ¿Considero al otro como un extraño o bien como un hermano? ¿Trabajo por un mundo más justo, más humano y solidario? ¿Me preocupa el juicio de los demás sobre mi vida? Mis opciones de cada día, ¿están condicionadas por la preocupación de que sean aprobadas? – ¿Sé cultivar un pudor que nazca de la preocupación de hacer más transparentes mis gestos, un pudor que me haga respetar los valores más altos como la dignidad de la persona? – Mi modo de vivir la afectividad y la sexualidad, ¿refleja solamente que soy libre de satisfacer una necesidad o bien que soy libre de la dependencia de la necesidad?

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– ¿Vivo el enamoramiento como expresión del amor puro, basado y vivido en la fe, para que sea una comunión de vida que se ha de acoger como gracia y don del Espíritu? Y ahora te toca a ti: “Fijando en él su mirada, le amó…” A este punto tengo dos posibilidades: o rendirme ante tu amor de Padre y dejarme abrazar (cf. Lc 15,20) o marcharme triste y más solo (cf. Mc 10,22). Dame Señor la alegría de dejarme reconciliar contigo (cf. Jn 15,11) Quiero confiar a María mis pasos con la humildad y sencillez del corazón. Por esto te fue tan grata su vida. El encuentro con la misericordia de Dios tiene un gran valor incluso para quien está a mi lado, porque la novedad de vida que se me ha dado es un motivo de alegría no sólo para Dios. El Padre llama a todos su amigos del cielo a hacer fiesta por cada hijo que vuelve a Él. También la Iglesia se alegra por mí y conmigo. Da gracias a Dios y también a mí por esta fiesta. ¿Qué compromiso concreto verificable y ponderable quiero tomar? Después del sacramento de la Reconciliación intentaré escribir mi compromiso, de modo que quede para siempre.

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Celebración individual del sacramento de la Penitencia Al presentarte como penitente, el sacerdote te acoge cordialmente, dirigiéndote unas palabras de aliento. Él hace presente al Señor misericordioso. Junto con el sacerdote, haz la señal de la cruz diciendo: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. El sacerdote te ayuda a confiar en Dios, con estas palabras o similares: El Señor, que nos ilumina con su Espíritu, te conceda un verdadero conocimiento de tu corazón y de su misericordia. Responde: Amén. Entonces, puedes confesar tus pecados. Si fuera necesario, el sacerdote te ayuda con preguntas y consejos oportunos. Te invita, finalmente, a manifestar tu compromiso de conversión mediante la Oración del penitente, la cual puede variar de acuerdo con las tradiciones de cada lugar: (Acto de contrición) Jesús mi Señor y Redentor, yo me arrepiento de todos los pecados que he cometido hasta hoy y me pesa de todo corazón porque con ellos he ofendido a un Dios tan bueno. Propongo firmemente no volver a pecar y confío que por tu infinita misericordia me has de conceder el perdón de mis culpas y me has de llevar a la vida eterna.

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O bien: Padre bueno, tengo necesidad de ti, cuento contigo para existir y para vivir. En tu Hijo Jesús me has mirado y amado. Yo no he tenido la valentía de dejar todo y seguirlo, y mi corazón se ha llenado de tristeza, pero Tú eres más fuerte que mi pecado. Creo en tu poder sobre mi vida, creo en tu capacidad de salvarme así como soy ahora. Acuérdate de mí. ¡Perdóname! Luego el sacerdote se levanta y extiende la mano sobre tu cabeza diciendo: Dios, Padre de misericordia, que ha reconciliado consigo al mundo con la muerte y resurrección de su Hijo, y ha derramado el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo c y del Espíritu Santo. Responde: Amén. Después de la absolución el sacerdote continúa: Alabemos al Señor porque es bueno. Responde: Eterna es su misericordia. Después el sacerdote te despide diciendo: El Señor te ha perdonado. Vete en paz.

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